La Ciudad de México es un ente que se transforma, permanentemente

Transcripción

1 DAYA: el transitar de la maternidad callejera en la última década Alejandro Estevez Compean La Ciudad de México es un ente que se transforma, permanentemente cambia, al igual que sus habitantes. Sin embargo, en las últimas décadas este movimiento permanente se ha acentuado de manera particular y la Ciudad ha manifestado cambios radicales en todas sus esferas, tanto en lo político y económico, como en lo social. Una megalópolis donde por un lado reside uno de los tres hombres más ricos del planeta y por el otro encontramos personas viviendo en coladeras, terrenos baldíos y casas abandonas. Una Ciudad que desde la época Prehispánica concentra el poder político, económico y cultural del país, y que cuenta con demarcaciones políticas como Iztapalapa donde abundan las carencias de servicios básicos y donde se concentra una de las zonas de mayor densidad poblacional a nivel nacional. Una ciudad de contrastes, de mixturas de sabores, colores y olores, que refleja la vida de miles de personas tanto en los espacios públicos como en los privados. Donde la calle, espacio donde lo privado adquiere matiz público y lo individual se mezcla con lo colectivo, ha mutado de manera drástica a veces de manera imperceptible, otras radicalmente perceptible para citadinos y foráneos. El espacio de la calle ha representado una difícil definición para teóricos y estudiosos de los fenómenos sociales en México y en el mundo, ya que se mezclan criterios subjetivos y objetivos tanto de las ciencias sociales como económicas para intentar generar definiciones académicas que satisfagan las hipótesis científicas en boga. Por lo anterior, este artículo pretende ser más bien una reflexión, no desde la academia sobre los espacios callejeros, sino desde el diario acontecer del acompañamiento y seguimiento de una organización social, Fundación Dar y Amar DAYA IAP, que durante doce años ha intentado explicarse y entender el fenómeno de las niñas y adolescentes madre y sus hijos e hijas que viven en las calles de la Ciudad de México, acompañando durante este transcurso de tiempo a mujeres, niñas, adolescentes y jóvenes que experimentaron en las calles la maternidad, desde contextos sociales e individuales distintos, pero compartiendo un común denominador, todas madres adolescentes utilizando los espacios callejeros como forma de subsistencia. La calle durante décadas había sido considerada un espacio de sobrevivencia básicamente para varones, es ese arquetipo del siglo XX donde lo masculino se mezclaba con el clásico macho mexicano y se esperaba de aquellos hombres 93 Psicólogo, especializado en Didáctica por la Universidad Iberoamericana. Posee un trabajo de 10 años dentro del sector social y más de 15 como voluntario colaborando en diversos proyectos con adolescencia y grupos vulnerables. Actualmente es Consejero Ciudadano de Desarrollo Social en el D.F; Secretario General de la REMOISSS (Red Mexicana de Organizaciones que Intervienen en Situaciones de Sufrimiento Social); así como Miembro Activo en distintas redes y organismos locales y nacionales. Desde 2005 es Director General de Fundación Dar y Amar IAP.

2 94 actitudes violentas e impositivas, respondiendo con coraje y agresión a una realidad aun más hostil como es la calle. Desde la conformación del México independiente han existido niños, adolescentes, jóvenes y adultos que han utilizado la calle para vivir o en la mayoría de los casos para sobrevivir, siendo objeto de persecución o de rechazo social por estar en espacios públicos, cuando deberían de mantenerse en lo privado. En el caso de las mujeres los conceptos sociales dominantes han marcado una pauta distinta, donde la mujer ha sido concebida desde si misma y desde los otros como un objeto perteneciente siempre a un varón, un satélite que orbita y que depende del centro receptor en este caso el hombre. Por ende durante mucho tiempo se creyó que las mujeres no podrían optar por sí mismas por vivir en un contexto de exclusión social como la calle, ya que no era un espacio adecuado para ellas y los varones excluidos en esos espacios no podrían garantizar la posibilidad de que una o varias mujeres compartieran o sobrevivieran en las calles. Sin embargo en la década de los noventas en la Ciudad de México aquellas organizaciones sociales que habían decidido atender a niños y adolescentes que vivían en las calles descubrieron con preocupación que también había niñas y adolescentes, mujeres que estaban mimetizadas con los grupos masculinos, que se camuflaban, ocultando sus características femeninas, en todo su concepto y disimulando o aparentando ser hombres, para las miradas externas. Y eso no fue sino el principio del descubrimiento de una compleja realidad social, había mujeres en la calle, que estaban aprendiendo a vivir como lo hacían sus compañeros varones, pero con toda la naturaleza femenina, empezando por la biológica, esto es, con la capacidad de dar vida. Siempre existieron mujeres en la calle y de pronto descubrimos que eran más de las que se pensaba muchas, eran mamás, y habían empezado a serlo muy jóvenes, adolescentes, casi niñas. Tanto gobierno como sociedad civil les brindaron la atención que brindaban a los varones en calle, modelos en muchos casos exitosos, pero diseñados y pensados para niños y adolescentes varones, donde las niñas y adolescentes no tenían cabida y mucho menos una adolescente madre, estigmatizada por la misma institución como una sonsacadora y una fácil que se embarazaba de aquellos chicos para los cuales se habían desarrollado sinfín de estrategias institucionales. Algo había que hacer con ellas, pero nadie sabía que, aunque la mayoría optó por separarlas de los espacios para varones y aún de los nuevos espacios que surgían para mujeres, algunos donde se encontraba el pensamiento gubernamental, pensaban que lo mejor que se podía hacer era quitarles a los niños y que esos pequeños tuvieran una oportunidad diferente, la cual sus madres serían incapaces de brindarles. En esta mentalidad partía de la premisa de que la madre que estaba drogada, malviviendo, sin capacidad de hacerse cargo del niño o la niña y que era prioritario salvar al nuevo ser, que pasara después con la madre ese ya no era problema de la autoridad o de la institución, ellos habían cumplido. Casos como esos, sistematizados, con testimonios de mujeres que perdieron uno, dos y tres niños en la calle hay muchos y hoy en día siguen sucediendo. Esta manera de concebir a las adolescentes madre como objetos que pueden ser separados de otros objetos menores sólo llevó a que muchas de ellas se arraigaran más a la calle y que su resentimiento social o hacía ellas mismas las llevara no sólo a anclarse más a la calle sino a abandonar cualquier opción de salir de ella. Partimos entonces de una brecha social y de género, Qué hacía una mujer niña o adolescente en la calle? Por qué estaban escogiendo salir a territorios hostiles como la calle rompiendo y desarticulando sus vínculos familiares? Las historias que en Daya se han contado a lo largo de doce años tienen un común denominador, la carencia de la figura materna en la familia de origen, grupos sociales en pobreza o pobreza extrema, con una figura masculina (no paternal) violenta, alcohólica o drogadicta que en muchos casos era abusador y en algunos casos, los menos, una figura masculina paterna sumisa y sin autoridad que permitía el abuso por parte de otros varones del grupo social.

3 Sin embargo, y es importante decirlo, la gran mayoría de las mujeres que han transitado por Daya carecían de una figura materna de origen, estaba ausente o no existía, había abuelas, madrastras o hermanas mayores en algunos casos, pero sin capacidad de asumir el rol materno. Esto ha planteado para nosotros diversas hipótesis, ya que las chicas salían y salen a la calle cuando no hay vínculo materno y tienen la fantasía de que este vínculo se podrá generar en la calle o habrá alguna figura rescatadora, que casi nunca llega. Infinidad de chicas han narrado en diversas formas y momentos como aspiraban a que su madre que había desaparecido o abandonado a la familia mucho tiempo atrás regresaría a buscarlas a la calle y las llevaría a vivir con ellas a un mejor espacio. Y eso casi siempre se quedaba ahí, en una ensoñación, que a la larga generaba mayor frustración para su ser persona y para la condición de madre abandonadora. En la calle no aparece esa figura nebulosa de la madre, pero sí aparece una figura aún más nebulosa que son las drogas, puentes que permiten el saltar de un espacio de autodesprecio y carencia de afecto a lugares imaginarios, donde las fantasías de reencuentro y de pertenecer a una familia feliz, se materializan mientras dura el efecto de la droga, y en otros casos por lo menos ayuda a olvidar lo que no se tiene y probablemente no se tendrá. La mujer entonces empieza a desarrollar espacios afectivos en la calle a diferencia de los varones que buscan espacios de control y manifestación de su hombría, ella busca satisfacer ese vacío que ha sentido desde la temprana infancia y que parece no tener fondo. En ese transcurrir forma lazos afectivos con diversas personas y objetos, en la mayoría de ellos en algún momento pasa por las experiencias sexuales, que de pronto y sin aviso la llevan a la maternidad, una maternidad que no es buscada, ni deseada y que se manifiesta en la adolescente varios meses después de la concepción, llegando en algunos casos a presentarse el alumbramiento por sorpresa y como símbolo de una situación que no se sabía que se experimentaba. El embarazo en calle es cosa seria, por una infinidad de razones; la edad de las futuras madres, las condiciones poco higiénicas de vida, el consumo de drogas, la mala nutrición, la violencia física a la que se está expuesta, entre otras. Situaciones que generan una gran vulnerabilidad para la adolescente y para el futuro bebé. Sin embargo en calle, nos encontramos que el proceso de la toma de conciencia del embarazo en la adolescente o joven es sumamente prolongado y eso cuando se llega a dar, ya que en muchas ocasiones no hay claridad sobre la situación; la mujer embarazada puede tardarse varios meses en darse cuenta de que va a ser mama, en el diario acontecer de la vida en calle, la maternidad se convierte en un transitar cotidiano, en una situación que se sabe ocurrirá y llegará un día cualquiera. La experiencia en Daya nos dice que la adolescente o joven tomara la situación como lógica, cotidiana y esperada de su contexto, y dependerá mucho de su aquí y ahora, las decisiones que tome ella a partir del descubrimiento de su embarazo. Este aquí y ahora está determinado por varias causales como si actualmente tiene o no pareja, si sabe quién es el padre, si tiene vínculos sociales o familiares fuera de la calle a los que quiera recurrir, cómo es su relación con las drogas, si hay más hijos de por medio, etc. Hay demasiados factores en su vida, manifestándose conciente e inconscientemente que complican el embarazo y que complicarán aún más el nacimiento y el quedarse con el niño o niña, si es que este proceso llega a termino ya que, como se mencionó líneas arriba, el embarazo adquiere características de alto riesgo tanto para la vida de la madre como para la del producto. A lo anterior hay que sumarle una característica del entorno de ayer y de hoy en la Ciudad de México, la carencia de derechos humanos de estas poblaciones, que se ve manifestada en la negación de acceso a servicios de salud, psicológicos y psiquiátricos para aquellas mujeres que están embarazadas y se encuentran en situaciones tan precarias como vivir la mayoría del tiempo en espacios callejeros y que no cuentan con sistemas de servicios de salud como el IMSS o el ISSSTE o seguro Popular, ya que en muchos casos tampoco existen legalmente. La solución que en Daya hemos dado a este tema en particular es realizar convenios institucionales con aquellas organizaciones que pueden o deben 95

4 96 brindar los servicios médicos y de laboratorio y a través de esa línea ofrecer apoyo a las mujeres, niñas y adolescentes que lo requieran, pero si no llegan amparadas por la institución no tendrán acceso a los servicios que por ley les corresponden. Situación totalmente violatoria de sus derechos humanos, que genera aún más estigmatización y rechazo de los que cotidianamente viven estas niñas y adolescentes hacia un sistema social del cual se saben excluidas. Ante todo este paquete cotidiano que viven las adolescentes excluidas de un modelo social formal, el hecho mismo de la maternidad tiene poca trascendencia y cuando llega por fin para la madre encuentra que su historia de vida se repite, ahora invirtiendo los papeles, por lo que algunas optan por abandonar al niño o niña en las primeras horas o días de nacido. Dentro de una conciencia poco clara del significado del ser madre, donde se imponen otras realidades como la edad cronológica y emocional, el consumo de drogas, el estado permanente de exclusión, abandono y violencia social que padecen, etc, su toma de decisiones pasa por la vivencia de lo inmediato, de la satisfacción de necesidades básicas y de una experiencia de vida basada en el presente, sin una clara definición de futuro y con un triste recuerdo de pasado. En el D.F. hoy en día no es difícil conocer historias de mujeres que decidieron regalar a sus hijos al primero que pasó o que los rentaron o vendieron; en la mayoría de los casos son hijos de mujeres con estilo de vida callejero. Evidentemente el hecho genera un estigma social de rechazo a esta conducta, sin entender realmente lo que esté de fondo, sin que podamos valorar el real significado de su contexto, su entorno y de una realidad de la cual ellas solamente se perciben como objetos de úsese y tirese realidad de la que todos los que vivimos en esta gran ciudad somos cómplices y corresponsables. Ante este comentario es importante aclarar que no es justificación de sus actos, sólo una demanda social para poder brindar alternativas previas a estas mujeres para que no tengan que tomar decisiones influidas por las drogas o por la desesperación de su vida cotidiana. En la actualidad la calle es muy distinta a la de los ochentas y noventas, los cambios políticos, sociales y económicos también se reflejan ahí, entender hoy a las mujeres que viven o pasan gran tiempo de su vida en la calle, no sólo implica el contexto de genero, ni el de maternidad, ni el de infancia, va mas allá, sobre los conceptos de pareja, de ser humano, desde donde ellas lo entienden y desde lo que ellas aspiran a ser y a decir sobre sí mismas y sobre lo que no saben decir sobre sí mismas. Su atuendo ha cambiado, sus expectativas también, conocen los códigos de la calle y se adaptan a ellos, saben que ahora hay mafias ahí de explotación sexual comercial, de drogas, etc; algunas veces deciden interactuar desde su espacio con ellas, otras son involucradas aunque no lo quieran, sin embargo pese a todos los cambios siguen siendo mujeres, niñas, adolescentes y jóvenes, que decidieron quedarse en la calle por que ahí piensan que están mejor que en otro lado, que tienen la esperanza de ser queridas, amadas y valoradas por su madre o su padre o un príncipe azul. La realidad de la calle como hace dos décadas es que no hay rescatadores ni príncipes azules, sigue y seguirá sin ser un lugar digno para vivir, donde no se cumple ni se cumplirá el ejercicio de los derechos humanos, y menos de niñas y niños, embarazadas y recién nacidos. El reto, sin embargo, no es sacarlos con grúas y ponerlos quién sabe dónde, hay que impedir que sigan llegando a la calle o a situaciones de alta vulnerabilidad y a los que están ahí hay que convencerlos de salir de ahí. Una adolescente en calle hoy en día puede llegar a los 21 años hasta con cinco hijos, situación no solo dramática sino que nos debe plantear preguntas difíciles que nos lleven a tomar acciones serenas y pensadas y no actuar desde el puro impulso. Quitarles a los niños violentamente no es una solución viable ni para ellos ni para ella, hacer como si no pasara nada tampoco es una alternativa. Tenemos un reto quienes hemos decidido trabajar en el campo del fenómeno del callejerísimo y de la infancia altamente vulnerable. Acompañar, en el caso de Daya, a la adolescentes madre y a sus hijos, para ofrecerles alternativas reales y

5 concretas según sus posibilidades, pero aceptar que no podemos ser responsables de sus procesos de vida ni de sus decisiones y que además como instituciones no podemos seguir trabajando solas. En el caso de una adolescente madre y su hijo o hija, ella es parte de una red social en la calle, que incluye a la pareja, a las y los amigos, la autoridad, el comercio formal e informal, las redes de delincuencia, otras organizaciones civiles, la gente de lo cotidiano, etc. Así también con las organizaciones que trabajamos en la calle pasa lo mismo, Daya está en un contexto y pertenece al mismo igual que las chavas, no darse cuenta de la importancia de las redes y sinergias sería equivalente a no entender el fenómeno social tan complejo que se vive diariamente. Por eso para Daya una alternativa de mejora en la atención a esta población es el trabajo conjunto en QUORUM con los niños y niñas de la calle, iniciativa que actualmente integra a cinco organizaciones que llevan décadas trabajando en el tema y que buscamos entre todas entender el fenómeno completo y no parcializado por nuestra experiencia institucional. El QUORUM se convierte desde la perspectiva de Daya en una nueva propuesta para los tiempos actuales, donde sólo con sinergias profesionales y operativas podremos salir adelante y aprender a caminar juntos, tanto aquellas y aquellos que viven hoy en las calles de la ciudad como las organizaciones que buscamos otras opciones de vida para esta población. 97