INTRODUCCION AL CONGRESO Ewa Kusz Presidente CMIS

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1 INTRODUCCION AL CONGRESO Ewa Kusz Presidente CMIS Provenís de países diversos; también son diversas las situaciones culturales, políticas e incluso religiosas en las que vivís, trabajáis y envejecéis. En todas buscad la Verdad, la revelación humana de Dios en la vida. Como sabemos, es un camino largo, cuyo presente es inquieto, pero cuya meta es segura. Anunciad la belleza de Dios y de su creación. A ejemplo de Cristo, sed obedientes por amor, hombres y mujeres de mansedumbre y misericordia, capaces de recorrer los caminos del mundo haciendo sólo el bien. En el centro de vuestra vida poned las Bienaventuranzas, contradiciendo la lógica humana, para manifestar una confianza incondicional en Dios, que quiere que el hombre sea feliz. La Iglesia os necesita también a vosotros para cumplir plenamente su misión. Sed semilla de santidad arrojada a manos llenas en los surcos de la historia. Enraizados en la acción gratuita y eficaz con que el Espíritu del Señor está guiando las vicisitudes humanas, dad frutos de fe auténtica, escribiendo con vuestra vida y con vuestro testimonio parábolas de esperanza, escribiéndolas con las obras sugeridas por la "creatividad de la caridad" (Juan Pablo II, Novo millennio ineunte, 50). He citado estas palabras de Benedicto XVI de 2007, porque son la fuente de inspiración del tema del Congreso que nosotros iniciamos. El tema es el siguiente: A la escucha de Dios en los surcos de la historia : la secularidad habla a la consagración. Mi introducción al Congreso y a su temática se dividirá en dos partes. En primer lugar, os presentaré recordaré a algunos las estadísticas sobre los Institutos Seculares. Me serviré para ello de un estudio preparado por la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, aparecido en la Revista Sequela Christi de En un segundo momento, trataré de introduciros en la temática del Congreso anteriormente citado. 1. ESTADÍSTICAS 2. Introducción a la temática del Congreso Se ha de considerar bien el contexto eclesial en el que se desarrolla este IX Congreso Internacional de Institutos Seculares y la Asamblea 1

2 General que le seguirá. Pronto, del 7 al 28 de octubre de 2012, se celebrará la XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, dedicado a la nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana. Durante este Sínodo, el 11 de octubre, comenzará el Año de la Fe, anunciado por el Papa Benedicto XVI para conmemorar el 50 aniversario de la apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II y el 20 Aniversario de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica. La temática de nuestro Congreso se sitúa dentro de estos acontecimientos, que ponen de relieve la primacía de la fe en la vida de cada cristiano, primacía vivida y realizada en los lugares en los que viven y trabajan. Esto nos invita a detenernos en la cuestión del estado de nuestra fe, en cómo ser testimonios del Evangelio en el mundo de hoy, a detenernos para ponernos a la escucha, con atención y preocupación, es decir, con cierta fascinación, de todo lo que Dios nos dice a través de este mundo actual. Asís nos invita también a esta reflexión en el clima de la preocupación por la fe y por la apertura al mundo creado y redimido por el Amor. Asís - es aquí donde San Francisco nació y donde espera la resurrección no cesa de comunicar el aire fresco del Evangelio a la Iglesia y a la sociedad. Primacía de la fe Nos hemos de plantear las siguientes cuestiones : Por qué estamos en el mundo? Por qué este aspecto de nuestra vida es un elemento esencial de nuestra vocación? Planteamos esta cuestión no porque al existir en esta tierra no tenemos otra posibilidad, sino porque el mundo y el hecho de estar en él constituyen para nosotros un valor y una tarea. El Papa Benedicto XVI en su Motu Proprio Porta Fidei (6) indica, entre otras, esta tarea del cristiano: con su misma existencia en el mundo, los cristianos están llamados efectivamente a hacer resplandecer la Palabra de verdad que el Señor Jesús nos dejó. Se puede concluir que no existe otra razón para estar en el mundo, en medio del mundo, sino solamente la de emprender sin tregua y cada vez más plenamente una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo (Ibidem). Esto implica nuevas cuestiones para nuestra reflexión: en el contexto de la primacía de la fe, cómo debe ser, pues, nuestra consagración en medio del mundo? Admitimos que debe ser según el modelo de Cristo, que ha sido enviado por el Padre para que el mundo se salve por Él (cfr. Jn 3, 17). El tema de la consagración de Jesús en el mundo y para el mundo lo debatirá en la primera conferencia un teólogo italiano, el Profesor Paolo Gamberini, SJ. Tratemos ahora de reflexionar un momento sobre un modo concreto 2

3 de estar en el mundo. Nuestra reflexión inicia con una cuestión : El mundo cristiano o el cristiano en el mundo? La distinción entre el concepto de Iglesia que se esfuerza en construir un mundo cristiano y el concepto de Iglesia que se concentra en que en este mundo estén presentes cristianos auténticos y santos, no es un juego de palabras ni un ejercicio teórico. La respuesta a esta cuestión: cuál de los dos conceptos aceptamos como nuestro y en cual nos comprometemos, cambia totalmente el modo de existencia de la Iglesia en el mundo de hoy y provoca consecuencias importantes para nuestra vocación de laicos consagrados. Durante más de diez siglos se ha tratado de construir en Europa un mundo cristiano. Este proceso inició con el edicto de Milán que reconocía el cristianismo como religión del Imperio romano. Esta tendencia, que unía la religión al poder, una especie de alianza entre el trono y el altar, entonces parecía evidente: dado que la salvación es, en realidad, el bien supremo, era menester hacer todo de tal manera que fuera accesible a cada uno. Un cierto fruto de esta manera de pensar fue un principio que reinó durante siglos en numerosos países europeos - cuius regio eius religio. Existir fuera de la Iglesia equivalía a existir fuera de la comunidad local; había lugares y períodos en los que el poder laico salvaguardaba los principios predicados por la Iglesia y vigilaba para que los individuos los pusieran en práctica. Con otras palabras, de una forma incontestada se practicaba algo que se puede comparar a lo que hoy sucede en numerosos países islámicos. El deseo santo de salvación universal, unido a un deseo menos santo o incluso al postulado de que las normas y los principios eclesiales fueran protegidos por la ley del Estado, el deseo de construir un mundo cristiano permanece todavía presente y forma parte no sólo de una sola cultura, de un solo continente, o de un grupo particular en la Iglesia. Varias veces atraviesa también nuestros deseos, porque en su misma esencia parece justo, ya que está estrechamente unido al deseo de salvación, de un bien supremo, pues, para el prójimo, para la sociedad, para la nación, Sin embargo, a veces el objetivo parece que se confunde con el método. No solamente queremos salvar a todo el mundo a la fuerza, sino que además lo hacemos de una sola forma, la mejor según nuestro modo de ver. Los deseos de una persona concreta pierden su importancia nosotros sabemos mejor que nadie lo que ella necesita porque ésta ha perdido e ignora lo que es bueno para ella. Es necesario no sólo decírselo, sino que es preciso organizar su vida en su patria terrestre de tal forma que no tenga ninguna posibilidad de perderse. Con frecuencia adaptamos la actitud de un padre con su hijo pequeño o la de un tutor con una persona que tiene una 3

4 conciencia limitada, olvidando que tenemos ante nosotros una persona adulta, que tiene conciencia de sí misma. Una persona que tiene su propio tiempo y su propio proceso de maduración, a veces muy diverso del nuestro. En su amor paciente, Dios espera y nosotros? Lo que tratamos de exigir en el interior de la comunidad de la Iglesia, es a veces también un conjunto de prácticas religiosas, una formación establecida de una forma muy rígida, etc., en nuestros Institutos. Ésta puede ser también una lista de comportamientos, de principios morales y sociales que solos son justos y que deben obligar a todo el mundo, independientemente del hecho de que los demás se declaren creyentes, y que tratamos de exigir (verbalmente o con hechos) en nuestros ambientes de trabajo o en nuestro entorno. El concepto del mundo cristiano, así concebido y realizado, priva a la persona de su libertad y de su relación personal con Dios. La pertenencia a un grupo cristiano e incluso a un Instituto Secular, la observancia de reglas, el rezo de numerosas oraciones no convierte a las personas en cristianas, únicamente las hace miembros de un grupo social, que tiene unos principios, unas normas, unas prácticas y unas estructura determinadas. Lo que hace que nosotros seamos o lleguemos a ser cristianos, es un vínculo real con Cristo, un vínculo asumido y profundizado de nuevo cada día. Es este vínculo, el que construye la identidad cristiana y el que, a su vez, suscita actitudes cristianas concretas en las que se puede encontrar un denominador común la realización del mandamiento de la caridad. El objetivo no es, pues, esforzarse para que la ley en todas sus manifestaciones en mi entorno sea cristiana, sino que me ayude a mí y a los demás a observar los valores evangélicos. Lo que cuenta, es que nosotros, los creyentes, y mucho más como miembros de Institutos Seculares, seamos cristianos. Es cristiano quien observa los principios que provienen del Evangelio, los vive en la comunidad y los testimonia en la sociedad porque estos principios constituyen para él un valor, por lo que quiere imitar, de hecho, a Cristo, estar muy cerca de Él. Seguramente, un cristiano desea atraer a todos los demás a la imitación de Cristo, pero lo hace de la misma manera que el mismo Jesús: si tú quieres, ven y verás. Es significativo que Benedicto XVI, el 28 de agosto de 2011, en su homilía dirigida a los participantes en un encuentro de sus antiguos estudiantes, y centrada en el tema de la nueva evangelización, juzgó necesario que dieran un testimonio claro de su fe, una irradiación de la fe. Y para dar un testimonio de la fe, no se comienza por la palabra, por la proclamación, sino por la escucha y la comprensión de la situación del hombre en el mundo de hoy, de su lenguaje y de su búsqueda, de su hambre de Dios y de la manera en que se expresa este hambre. No existe, 4

5 pues, una escucha sin prestar atención a la persona, al mundo, sin entrar, siguiendo el ejemplo de la Encarnación, en este mundo, para compartir con él todo lo que es humano excepto el pecado, para compartir sus preocupaciones y esperanzas. Y esto implica una tensión. La Profesora, Señora Hanna Barbara Gerl-Falkovitz hablará de la vocación del cristiano en el mundo, de esta tensión constante inscrita en el hecho de ser cristiano(a). Si éste no es un mundo cristiano, cómo responder, pues, a las llamada de la nueva evangelización? Cómo llevar el Evangelio al mundo que es el lugar de la realización de nuestra vocación? El hombre el camino de la Iglesia La respuesta más sencilla me parece la dada por el bienaventurado Juan Pablo II en su primera encíclica, Redemptor Hominis: el hombre es el camino de la Iglesia. Tanto quien, como el hermano mayor de la parábola del hijo pródigo, permanece siempre con el Padre, pero sin ser capaz de alegrarse del regreso de su hermano, como el más joven, que partió a buscar sus propios caminos y que tenía necesidad de tiempo para volver (cfr. Lc. 15, 11-32). Uno y otro, cada uno tiene necesidad tiene necesidad de una atención diferente del Padre, de una cercanía diferente, de un acompañamiento diferente. En un mundo cristiano así como se ha formado, el más joven no habría encontrado un lugar para él. Aunque regresó por su propias fuerzas, ha pagado un amargo precio por su alejamiento. Parece que permanecería estigmatizado para siempre por su historia del partir y del extravío. Nuestra vocación nos dirige precisamente hacia estas personas, que permanecen fuera de las estructuras de la Iglesia; ella nos indica los lugares de encuentro en las plazas de los gentiles. El Papa Benedicto XVI nos lo recuerda con bastante frecuencia y el Cardenal Gianfranco Ravasi, Presidente del Consejo Pontificio para la Cultura, lo promueve. A veces nos da la impresión de que la Iglesia en su dimensión jerárquica, mirando a los movimientos eclesiales o a las nuevas comunidades, expansivos y muy dinámicos, parece que se olvida de los Institutos Seculares o que los subestima. Parece que existe otra manera de evangelizar o de partir por los caminos del mundo para anunciar al Cristo que está de moda, pues parece que atrae lo que es impresionante, lo que se aprecia como éxito a nivel de irradiación. Nos deberíamos alegrar de que el buen Dios suscite en la historia diferentes carismas que tienen como finalidad la renovación de la Iglesia. A nosotros corresponde la fidelidad a nuestra vocación, sumergida en el misterio de la Encarnación. Voy a realizar una breve digresión personal. En el mes de febrero del presente año participé en un coloquio internacional Verso la guarigione e rinnovamento 5

6 (Hacia la cura y la renovación), dedicado a los abusos sexuales en la Iglesia. Un momento fuerte lo constituyó una celebración penitencial por los pecados de abusos referidos a las víctimas. Esta celebración comenzó por la contemplación del misterio de la Encarnación. En la iglesia de San Ignacio de Roma, en la oscuridad, con el acompañamiento de una bella música, pudimos ver algunas diapositivas: la belleza del mundo, de la creación, y a continuación la destrucción: guerras, daños, dolor, sufrimiento. Una mirada al mundo lleno de tensiones, mirada/invitación a entrar en la perspectiva de la Muy Santa Trinidad, que terminó con el envío de Jesús al mundo, muy amado por Dios. Se puede decir que esa es la fuente que define nuestro modo de vida cuando decimos como Isaías: Heme aquí, envíame, envíame a tal o cual lugar sencillamente para ser cristiano allí, para ser un hombre que imite a Cristo. Éste es nuestro camino: acoger al mundo no como un peligro a superar, sino como un lugar de testimonio cristiano, para preguntar - qué dice la laicidad del mundo a nuestra consagración? La acogida del mundo, entendido de forma positiva, como lugar de testimonio, resulta acogida de la verdad evangélica de que el Reino de Dios no es de este mundo, que nosotros estamos todavía caminando hacia el lugar en el que veremos a Dios cara a cara. El Reino y la realeza de Dios no es una utopía a realizar en esta tierra. Esta perspectiva escatológica permite ver que el tiempo en el que vivimos no constituye un peligro particular para el cristianismo, o un peligro para la Iglesia, sino que es para ésta un desafío, una oportunidad, una prueba de fe y de fidelidad a Nuestro Maestro y Señor. Si es, pues, un desafío, una oportunidad, entonces merece la pena ponerse a la escucha de lo que el mundo nos dice: de los desafíos que nos presenta, de lo que nos enseña. Los representantes de los Institutos Seculares en sus Conferencias tratarán de considerar cuatro argumentos que nos han parecido importantes. Son los siguientes: el nuevo modelo de santidad, presentado por el Arzobispo Gerald Cyprien Lacroix, primado de Canadá; qué quiere decir: ser un laico en la Iglesia - de Francia; nuevos modelos de comunicación Ivan Netto, de India, y cómo la vocación cambia cuando el mundo cambia Paola Grignolo, de Italia. A modo de conclusión Alguien ha dicho que La profecía no es el abandono de la realidad para ir hacia un cielo místico y sagrado, hacia un futuro mítico que reproduce las ilusiones de la ideología. Según la enseñanza de los profetas bíblicos, la profecía es la fidelidad a la historia, a pesar de que uno apoya sus pies en los caminos terrestres, incluso si estos pies deben mancharse 6

7 con el polvo del camino. La profecía es permanecer hijos de la propia época, sociedad, cultura, en las que se permanece sumergidos para ser padres de una generación nueva, que no está hechizada por el momento - no a causa de una inadaptación o de una rebelión, sino a causa de su capacidad de recrear este momento. La Encarnación, que constituye el corazón del cristianismo, es la cruz fijada en la tierra de la historia para reconstruir la ruptura entre la trascendencia y la inmanencia, entre el tiempo y la eternidad, entre el espacio y el infinito, y renovar así un nuevo encuentro entre el hombre y Dios (pág. 112). Deseo, pues, a cada uno de nosotros que se convierta en profeta hijo de su propia época, que se convierta en padre de una generación nueva. Nota de la CMIS: este texto es una traducción del original es en polaco. 7