Voces que despiertan conciencias

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2 Voces que despiertan conciencias El día 27 de mayo de 1907 nació en Springdale, Pensilvania, la bióloga y escritora Rachel Carson, considerada una persona fundamental en la historia del movimiento ambiental. Su libro Primavera silenciosa está considerado una obra clave del pensamiento ambiental y ecologista. De hecho, la revista Time la consideró, en un número extraordinario, como una de las cien personas más influyentes del siglo XX. Precisamente a raíz de esta efeméride, cien años del nacimiento de Carson, hemos decidido dedicar un número de Medi Ambient. Tecnologia i Cultura a aportaciones realizadas por mujeres al pensamiento y a la acción ambiental. La selección ha sido subjetiva y necesariamente restringida. Seguro que faltarán nombres. En cualquier caso, es una pequeña aportación que pretende hacer justicia a tantas y tantas mujeres que han sido silenciadas e ignoradas en la historia del pensamiento ambiental y científico en general. Las protagonistas son de origen y talante distintos. Vivas y muertas. De continentes alejados geográficamente, pero a la vez muy próximos por los efectos de la mundialización económica. Estas mujeres son Vandana Shiva, Wangari Maathai, Gro Harlem Brundtland, Ellen Swallow, Petra Kelly y Rachel Carson. Todas ellas, mujeres de una gran fortaleza, que han nadado a contracorriente. El número se abre con la aportación de Alicia Puleo, investigadora en la Universidad de Valladolid, que deshace tópicos sobre «lo femenino» y realiza una crítica demoledora del antropocentrismo que niega cualquier consideración moral por el mundo no humano. En definitiva, una sinfonía de voces para despertar conciencias. Lluís Reales Director de Medi Ambient. Tecnologia i Cultura 61

3 Ángeles del ecosistema? Alicia H. Puleo Cátedra de Estudios de Género Universidad de Valladolid La autora recoge algunas aportaciones relevantes del colectivo femenino al pensamiento y a la práctica ecológicos, y destaca el contexto material y simbólico donde aparecen. No obstante, abunda en la ética del cuidado y su relación con la paz y el medio ambiente y, desde la perspectiva de las teorías ecofeministas, realiza una crítica al desarrollo insostenible. El interés que despierta la cuestión ambiental en numerosas mujeres ha generado la idea de que el colectivo femenino podría poseer una tendencia o una particular capacidad de actuación frente a esa crisis ecológica que ya comenzamos a percibir. La ecofeminista australiana Val Plumwood 1 afirma que esta creencia en una naturaleza benefactora innata de las mujeres sería un retorno del viejo estereotipo victoriano del «ángel del hogar» reconvertido ahora en «ángel del ecosistema». Para la filósofa Celia Amorós, de esta forma se exigiría un trabajo más a las oprimidas, la de ser salvadoras de un planeta en peligro. 2 Otras teóricas, 3 no sin razón, han señalado el peligro de que, dando por sentado que se trata de un impulso natural, se restaría valor moral a la conducta de las mujeres comprometidas con la defensa ambiental. Como sabemos, la tradición filosófica considera virtuoso aquel obrar que no venga marcado por los genes, sino que resulte de una decisión libre en la que intervengan la razón y la voluntad. Para evitar el añadido de «deberes naturales», debemos comenzar, entonces, por observar que no toda mujer manifiesta preocupación ambiental, y que la ternura y la empatía, consideradas atributos femeninos, son dotes de las que muchas carecen por completo. Por otro lado, como antídoto a la proverbial instrumentalización de las mujeres en pro de buenas causas siempre juzgadas más importantes que sus propios derechos, debemos recordar que no conviene abandonar las reivindicaciones de igualdad entre los sexos, aun cuando nos interese particularmente la cuestión ecológica. En estas líneas, voy a examinar lo que considero importantes aportaciones del colectivo femenino al pensamiento y a la praxis ecológicos, señalando las especiales condiciones materiales y simbólicas que las generan. Me referiré a la relación entre la ética del cuidado y la preocupación por la paz y por un medio ambiente saludable, a la crítica al modelo de desarrollo insostenible y la propuesta encaminada a superar el antropocentrismo extremo a través de la universalización de virtudes que históricamente han sido consideradas como propias de las mujeres. Lo haré concediendo particular relevancia a las distintas teorías ecofeministas que dan a las mujeres el papel de sujetos activos de la ecología. La ética del cuidado y los derechos humanos de tercera generación: la paz y un medio ambiente saludable En los años ochenta del siglo pasado, la ética como disciplina filosófica se vio sacudida por un profundo debate en torno a su sesgo de género. Carol Gilligan y otras pensadoras iniciaron una crítica a la jerarquización tradicional que veía las virtudes del cuidado, la empatía y la atención a los otros dependientes como formas elementales e inferiores de la moral. Reaccionando a la clasificación de los niveles de la moralidad de Kohlberg, que colocaba al colectivo femenino en un nivel de subdesarrollo ético, la obra de Gilligan sobre las actitudes de hombres y mujeres mostraba diferencias en su pensamiento ético. Apoyándose en estudios empíricos, In a Different Voice trataba de distinguir una forma propia de cada sexo en la dilucidación de los dilemas morales. Resultaba significativo que, cuando se requirió a una encuestada que definiese el concepto de moral, ésta contestó: «[...] es parte de una visión autocrítica, parte de decir cómo estoy pasando mi tiempo y en qué sentido estoy trabajando? Creo que tengo un verdadero afán, un auténtico afán maternal de cuidar de alguien Cuidar de mi madre, cuidar de niños, cuidar del mundo [...]». 4 A su vez, un joven afirmó: «La moral es una prescripción. Justicia y moral son esenciales, me parece a mí, para crear el tipo de ambiente, la interacción entre personas, que es indispensable para alcanzar la mayor parte de las metas individuales. Si queremos que otros no intervengan en nuestra búsqueda de aquello que estamos persiguiendo, hay que jugar a este juego». La autora planteaba que existían dos formas de pensamiento moral que serían complementarias. Mientras que los hombres tendían a utilizar normas y a entenderlas como reglas de un juego que hay que seguir para que el campo de acción de cada individuo sea respetado en términos de igualdad y libertad, las mujeres parecían razonar atendiendo más a las particularidades concretas del contexto y sintiéndose responsables del cuidado de su entorno humano y no humano. Independientemente de los intensos debates aún no clausurados que generó esta tesis, puede decirse que fue muy fértil porque abrió un amplio campo de comprensión con respecto a ciertas prácticas femeninas tradicionales que en el marco contemporáneo se traducen en formas inéditas. Una de estas formas es la preocupación ambiental. La epistemología feminista no tardó en analizar la visión científica hegemónica del mundo y contrastarla con la actitud de algunas investigadoras como Barbara McClintock, que a través de la empatía, y no la separación con respecto a su objeto de estudio, habría conseguido los descubrimientos genéticos que la hicieron digna del Premio Nobel de Fisiología y Medicina. Violar y torturar a la naturaleza para que libre sus secretos (el tratamiento preconizado como propio de la ciencia por Bacon) será criticado como una visión parcial, patriarcal y errónea de las relaciones con el mundo no humano. Carolyn Merchant, con su ya clásica obra The Death of Nature 5 señala, a finales del siglo XX, la instalación del complejo científico tecnológico como un proceso que lleva a la dominación y la destrucción. Tanto el ecologismo como el feminismo y el pacifismo se incluyen en la categoría de nuevos movimientos sociales porque no se limitan a demandar un reparto de recursos más equilibrado, sino que plantean otra calidad de vida, proveen de una mirada distinta sobre la realidad cotidiana y revalorizan lo que había sido designado como diferente e inferior. En esta nueva visión, la toma de conciencia sobre la infravaloración de las prácticas del cuidado tiene un lugar muy importante para el contacto de las mujeres con la ecología. Numerosas mujeres de los países desarrollados comenzaron a preocuparse por la ecología al tomar conciencia de las amenazas que se cernían sobre su salud y la de sus seres queridos, particularmente los niños y niñas, los más frágiles. Los grupos de anglosajonas que se reunían en la llamada «segunda ola del feminismo» para discutir la situación de las mujeres ampliaron el concepto de política 6. Llegaron a la conclusión de que lo que parecían problemas personales tenían un importante componente social. Política ya no era sólo lo que hacían los políticos. Se convirtió en un término que designaba las relaciones de poder que impregnaban toda la sociedad, incluidas las relaciones interpersonales y cotidianas, la salud, la enfermedad y la relación con el propio cuerpo. Estas mujeres, que analizaron las relaciones de pareja para investigar si en ellas había relaciones patriarcales de poder, fueron también las primeras que empezaron a plantear ciertos problemas derivados de la ciencia y la tecnología como algo vinculado al feminismo. Tomando conciencia del poder de la propaganda de los laboratorios y las multinacionales farmacéuticas, iniciaron un movimiento que ha sabido decir en voz alta las ventajas y los inconvenientes de cada una de las innovaciones tecnológicas aplicadas al cuerpo femenino. Así comienza la perspectiva ecofeminista que desarrollará una sana desconfianza hacia los efectos de la civilización industrial en el cuerpo de las mujeres. Estas pioneras, profesionales de la salud y simples usuarias que aportan sus valiosos testimonios en un trabajo que continúa hoy en día, nos han legado el manual de ginecología y salud del Colectivo de Mujeres de Boston Nuestros cuerpos, nuestras vidas. 7 En todas sus ediciones, esta obra habla de los tratamientos ginecológicos desde la perspectiva feminista de un movimiento independiente que, sin caer en un rechazo fundamentalista de cualquier tratamiento o medicina (lo cual sería un absurdo retorno a inconvenientes del pasado), practica el juicio autónomo. Se trata de conservar cierto margen de decisión frente a la opinión de los expertos, opinión que, en ocasiones, cambia radicalmente, pero lo hace demasiado tarde para las afectadas. Este es el caso, por ejemplo, de la terapia hormonal sustitutiva (THS) para la menopausia que, preconizada como milagrosa superación de las molestias del climaterio en los noventa, está actualmente siendo desaconsejada por sus peligrosas consecuencias secundarias. El peligro de desarrollar cáncer de mama, tempranamente señalado por informes independientes como los del Gobierno sueco y de grupos feministas especializados en salud, fue oficialmente reconocido cuando muchas mujeres ya llevaban años de THS. Lo mismo ocurrió con el DDT o el PVC. Mañana sucederá con los transgénicos y otras novedades a las que no se aplica con suficiente rigor el principio de precaución. La preocupación por la salud en el seno de una civilización que somete nuestros cuerpos a una tecnologización y mercantilización sin límites 8 es un punto ineludible de la agenda feminista y ecológica contemporánea y un elemento clave para el análisis crítico del rumbo de la civilización. La edición de 2000 de Nuestros cuerpos, nuestras vidas anima a las mujeres a cuidar del medio ambiente y a escuchar al propio organismo cuando reacciona ante las agresiones químicas del medio laboral o doméstico. Subraya también la interconexión entre racismo, clasismo, división Norte Sur y contaminación ambiental. El holocausto de Bhopal o la localización de 62

4 vertederos de residuos peligrosos en barrios pobres de afroamericanos y latinos en EE. UU. muestran la desigual distribución de la carga de riesgos en la sociedad química en que vivimos. En el año 2002, la Red Medioambiental de Mujeres de Londres lanzó a través de Internet una campaña informativa contra la pasividad institucional frente el alarmante aumento de los cánceres ginecológicos en los últimos cincuenta años debido, principalmente, a la contaminación ambiental con xenoestrógenos. Como recoge el manual ya citado y actualmente informa el portal La casa química de Greenpeace, 9 estas sustancias, por ser químicamente similares al estrógeno, funcionan como disruptores endocrinos. Se encuentran en los pesticidas organoclorados utilizados en la agricultura no biológica, en las dioxinas de las incineradoras que pasan, a través de piensos y pastos contaminados, a los productos animales, en las pinturas y barnices de muebles y paredes de nuestras casas, en los productos de limpieza y perfumería de nuestros baños, en los envases de plástico de los productos alimentarios, etc. Las campañas de las mujeres por un medio ambiente saludable señalan que la medicina, mayoritariamente ajena a los conocimientos ambientales, se concentra en estudiar los factores genéticos que explican únicamente el 10 % de los casos de cáncer de mama y tiende a culpabilizar a las propias mujeres por no practicar deportes como medio preventivo. No se suele tener en cuenta que quienes no consumen alimentos de producción ecológica pueden estar ingiriendo hasta cincuenta variedades de pesticidas por día. Si bien la contaminación afecta a ambos sexos, debido a que las sustancias tóxicas se fijan mejor en la grasa, el mayor porcentaje de grasa del cuerpo femenino y su mayor inestabilidad hormonal lo torna particularmente sensible a la contaminación. Por esta razón, son más numerosas las mujeres entre los afectados por el síndrome de hipersensibilidad química múltiple (SHQM) 10 generalmente diagnosticado como alergia. También los niños y las niñas constituyen un colectivo más expuesto a los riesgos ambientales debido a que ni sus órganos ni su sistema inmunitario se encuentran totalmente desarrollados. En la actualidad, la leche humana materna contiene parafinas cloradas y pirorretardantes bromados. Aunque los problemas ambientales no conocen fronteras ni se restringen a determinados grupos humanos, tanto en el Norte como en el Sur, los efectos varían también según las diferencias de clase social. Si las mujeres de clases favorecidas sufren la contaminación sobre todo a través del consumo de alimentos y enseres tóxicos, las de clases desfavorecidas, además, trabajan en medios altamente contaminados. Las trabajadoras, a menudo inmigrantes o pertenecientes a minorías étnicas, se hallan expuestas a gran cantidad de sustancias altamente nocivas en fábricas y en campos de cultivo o en el infierno de plástico de los invernaderos. Se trata de una nueva forma de desigualdad de una sociedad que cada día arroja nuevos venenos al medio ambiente. 11 Es preciso apuntar, asimismo, que las mujeres suelen cargar con el peso de los problemas posteriores a las catástrofes ambientales. Al constituir el colectivo que cuida de las personas dependientes (niños, ancianos y enfermos), sus trabajos aumentan con el deterioro ambiental. Como lo han probado suficientemente los hechos posteriores a Chernobil, 12 las mujeres cuidan a los enfermos y deben redoblar esfuerzos para encontrar alimentos no contaminados. Los trabajos cotidianos, ya de por sí importantes, se multiplican. Pero estos son fenómenos que no constituyen la primera plana de los periódicos del mundo. En el mundo anglosajón, el ecofeminismo nació de esta preocupación por la salud y por la paz en un mundo amenazado por el enfrentamiento atómico. Algunas de las primeras ecofeministas consideraron que los hombres eran innatamente agresivos, mientras que las mujeres eran más afectuosas, maternales, y por lo tanto, más tendentes a cuidar de la naturaleza y del conjunto de los seres vivos. Según esta perspectiva, los sexos se distinguían en sus esencias, tal como lo había afirmado el pensamiento patriarcal tradicional, aunque en esta ocasión se invertía la valoración. El biologicismo de estas primeras teorías fue muy criticado entre otras razones porque de él se podía deducir que era imposible modificar las conductas perjudiciales a través de la educación. Posteriormente, alejándose de la inicial perspectiva esencialista, otras autoras han estudiado la relación entre el militarismo y una mística que opera en la construcción patriarcal histórica de la virilidad, vinculándola con la agresividad, la caza y las hazañas bélicas. Es indudable que así como se ha hablado de una mística de la feminidad que reducía a estereotipos las posibilidades de elección de vida de las mujeres, también corresponde analizar y criticar una mística de la masculinidad 13 que en la actualidad, con el armamento existente, es muy peligrosa para la supervivencia de la humanidad y del resto de los seres vivos. Tras trece años de lucha no violenta en nombre del cuidado de la vida, las manifestaciones pacifistas de las feministas inglesas lograron desalojar la base de misiles de la OTAN en Greenham Common. Lo consiguieron con campamentos a los que daban los colores del arco iris y cerrando simbólicamente las entradas de la base con unas redes tejidas que representaban el entramado de lo orgánico amenazado por la guerra atómica. Todo el siglo XX está jalonado de iniciativas de mujeres contra la violencia armada. 14 Entre las numerosas mujeres que han luchado y luchan por la paz y la sostenibilidad, es necesario recordar a Petra Kelly, cofundadora de los verdes alemanes, y cuya muerte permanece rodeada de misterio. 15 Para Kelly: «Hay una relación clara y profunda entre militarismo, degradación ambiental y sexismo» 16. Y sexismo era lo que rezumaban las críticas a Rachel Carson cuando se atrevió, en Primavera silenciosa, un libro fundamental para el nacimiento de la conciencia ecologista, a denunciar el biocidio provocado por la utilización masiva de pesticidas en la agricultura. 17 El desarrollo insostenible visto por pensadoras y activistas del Sur En los países llamados del Sur, diversos estudios han mostrado que las formas de desarrollo basadas en la confianza ciega en la tecnología y guiada exclusivamente por las leyes del mercado han afectado profundamente no sólo al entorno natural sino también a la vida de los más pobres y, entre éstos, sobre todo a las mujeres y los niños. Antes encontraban la leña para cocinar junto al poblado; actualmente, tienen que hacer kilómetros para encontrarla, debido a la destrucción de los bosques para la introducción de monocultivos destinados al mercado mundial y para fabricar muebles y otros objetos de maderas exóticas que compra el primer mundo. Antes disponían de parte de la producción agrícola para dar de comer a sus hijos; ahora, con la «modernización» y «racionalización», todo se comercializa. Surge así la desnutrición producida por los mismos que proclaman poseer la solución al hambre en el mundo gracias a los organismos genéticamente modificados y patentados por las multinacionales de los países más poderosos. Agreguemos a este panorama las «catástrofes naturales» originadas por la deforestación, el cambio climático, el desvío de los ríos, la instalación de industrias contaminantes no sujetas a reglamentación y otros despropósitos ambientales. Una de las primeras voces femeninas en denunciar estos efectos negativos de la modernización en los países del Sur fue Vandana Shiva. Científica y filósofa de la India, ha sido premio Nobel alternativo y es actualmente una importante figura del movimiento internacional por una globalización alternativa. Su participación juvenil en el movimiento Chipko cambió sus ideas con respecto a la energía atómica. Abandonó su entusiasmo tecnológico de titulada en física nuclear. Con sus libros, Shiva dará a conocer a todo el mundo el movimiento Chipko, formado por mujeres rurales del Himalaya que salvaron los bosques comunales en una acción concertada y altamente simbólica, inspirada en el principio de no violencia de Gandhi. En turnos de vigilancia, impedían la tala abrazándose a los árboles en nombre del principio femenino de la naturaleza, y oponiéndose a sus maridos, que ya se habían dejado convencer sobre la conveniencia de vender los terrenos comunales para fines de explotación comercial. Como ellas, Shiva también se inspira en la antigua cosmología de la India, afirmando que la energía femenina es la energía natural y que las actividades rurales de las mujeres de su tierra están en total armonía con el medio ambiente. En la segunda parte del libro que la hizo célebre, Abrazar la vida. Mujeres, ecología y desarrollo, esta pensadora señala que en la economía de subsistencia basada en el cultivo del huerto, las campesinas conocen el valor ecológico de variedades de plantas que a los ojos de los «expertos» occidentales parecen simples malas hierbas que deben destruirse. Y nos explica de manera sencilla y magistral cómo actúa el desarrollo «a la occidental», que sustituye los cultivos tradicionales por monocultivos destinados al mercado: se conceden créditos a los campesinos para comprar semillas manipuladas que requieren, a su vez, la aplicación de ciertos pesticidas vendidos por las mismas empresas que suministran las semillas. Se crea así un círculo interminable de dependencia y endeudamiento. Las obras faraónicas para suministrar agua de riego y la destrucción de la flora local conllevan la alteración del ecosistema, por lo que se producen, entonces, los llamados «desastres naturales», que van desde los procesos de desertización hasta las inundaciones. En Cosecha robada muestra que quienes vivían de una economía de autoabastecimiento local terminan, desarraigados y sumidos en la miseria, en las chabolas de las grandes ciudades del tercer mundo. 18 Lo que Shiva llama «el mal desarrollo» preconizado por Occidente acarrea la desaparición de la diversidad cultural y la destrucción de la biodiversidad. En Manifiesto para una democracia de la Tierra 19 muestra la vinculación de estas consecuencias nefastas del mal desarrollo con el avance de la violencia y los 63

5 fundamentalismos, y propone como solución un uso sostenible y equitativo, accesible a todos, de los recursos de la tierra. El ecofeminismo espiritualista y social latinoamericano tiene en Ivone Gebara a una de sus pensadoras más conocidas. Se trata de una teóloga que forma parte de un grupo con presencia en distintos países del Cono Sur y cuyo órgano de expresión es la revista Con spirando. En sintonía con las nuevas preocupaciones ecologistas de la teología de la liberación, aunque en diálogo crítico con ella desde una perspectiva feminista, Gebara sostiene la necesidad de una ecojusticia o justicia ecológica que atienda a los pueblos indígenas como primeras y principales víctimas del actual deterioro ambiental. Y advierte que, entre las víctimas, las mujeres se llevan la peor parte, debido a sus tradicionales responsabilidades en la crianza de los hijos. No pretendo mencionar aquí a todas las mujeres que han destacado en Latinoamérica por su activismo en defensa del medio ambiente. Son muy numerosas; algunas son líderes de los nuevos movimientos indígenas y luchan por preservar sus tierras ancestrales. Sólo mencionaré a dos, de desigual destino: la religiosa Dorothy Stang, asesinada a tiros en el Amazonas en 2005 por su defensa de la selva y de los sin tierra frente a los hacendados y madereros, y Marina Silva, ambientalista, hija de seringueiros, que llegó a ser ministra de Medio Ambiente con el gobierno de Lula. En África destaca la figura de la activista ecologista Wangari Maathai, quien recibió en 2004 el Premio Nobel de la Paz por la creación y coordinación del Movimiento del Cinturón Verde de Kenia (Green Belt), asociación de mujeres que ha plantado más de veinte millones de árboles en doce países africanos. Presidenta del Consejo Nacional de Mujeres de Kenia, logró introducir la idea de plantar árboles para combatir la desertización y, al mismo tiempo, proveer de recursos y mejorar la vida de las mujeres pobres. No es el único ejemplo de esta hábil combinación. En Senegal, al norte de Dakar, y venciendo la oposición de los hombres de sus aldeas, más de 1500 mujeres trabajaron en un proyecto al que han bautizado con el nombre de una divinidad femenina del lugar, Ker Cupaam (Jefa Madre Cupaam), consiguiendo recuperar el ecosistema de un lago en vías de desaparición. 20 Utilizando microcréditos del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), la plantación realizada en los manglares permitió revertir el proceso y crear un parque natural, actualmente fuente de ingresos turísticos. Las participantes se han convertido en ardientes defensoras del medio ambiente; una de las razones que esgrimen es la responsabilidad para con las generaciones futuras. La lucha de los colectivos de mujeres rurales del Sur y la teorización que se ha hecho sobre ella han marcado las últimas conferencias mundiales sobre la mujer de la ONU. Reconociendo que la contaminación y las catástrofes naturales afectan particularmente al colectivo femenino, la Plataforma de Acción de Pekín planteó la necesidad de fomentar la participación de las mujeres en la toma de decisiones ambientales. De ahí que la tendencia actual, todavía imperfectamente introducida, sea la aplicación de la perspectiva de género en el diseño de los programas de desarrollo. Se reconoce ahora que los huertos de las mujeres en las sociedades tradicionales son modelos de aprovechamiento sostenible de la tierra que se basan en el cultivo de plantas perennes de gran rendimiento, y utilizan restos vegetales y estiércol como fertilizante. De esta forma, alimentan eficazmente a la comunidad sin producir contaminación. En este nuevo planteamiento de la sostenibilidad articulado teóricamente en las aportaciones de autoras como Vandana Shiva o Bina Agarwal, las mujeres son reconocidas como activas conocedoras del medio natural y excelentes gestoras del desarrollo sostenible. No sólo en los programas destinados a países del Sur se intenta compaginar la sostenibilidad con la mejora de las condiciones de vida y de acceso al poder de decisión de las mujeres. En nuestro país se han realizado estudios sobre el perfil y las motivaciones de las mujeres que se dedican a la agroecología 21, y se están diseñando las primeras políticas de acción positiva destinadas a impulsar empresas de mujeres que se basen en principios ecológicos de producción. Avanzando más allá del antropocentrismo extremo En una época en que el poder de la tecnología es tan enorme, la ética ecológica ha llamado la atención sobre un prejuicio que se vuelve contra la humanidad: la idea de que todo existe en función del hombre y para satisfacer sus más mínimos caprichos. El antropocentrismo extremo concibe sólo a los humanos como dignos de consideración moral. Todos los demás seres vivos, aun los más estrechamente emparentados con el Homo sapiens, son concebidos como simples medios para los humanos. En el siglo XX, las mujeres nos hemos incorporado al mundo del trabajo asalariado, a la esfera de la cultura, de la política; en una palabra, a lo que se llama el mundo de lo público. El acceso a los puestos de decisión es todavía muy difícil y lento, pero no puede ignorarse el cambio que ha tenido lugar. Hace unos cincuenta años, el mundo de lo doméstico era mayoritariamente considerado, todavía, el ámbito exclusivo de las mujeres, hasta el punto de que la expresión «mujer pública» tenía un significado absolutamente diferente de «hombre público». Nuestro ingreso en el ámbito de lo público significa también la posibilidad de revisar críticamente una cultura forjada durante una larga historia de exclusión de las mujeres. El ciclo de vindicaciones de igualdad precede, como es lógico, al momento de descubrimiento y crítica del subtexto de género de lo que aparecía anteriormente como universal y neutro. 22 El androcentrismo o sesgo patriarcal de la cultura es el resultado lógico de esta historia. Desde el pensamiento androcéntrico se han devaluado todas aquellas actividades y formas de percibir y sentir el mundo consideradas femeninas. La filosofía ha conceptualizado a «la mujer» como naturaleza y sexualidad. 23 Y el pensamiento occidental ha generalizado una percepción «arrogante» del mundo 24 en la que la naturaleza es simple materia prima, 25 inferior y existente para ser dominada y explotada por una razón despojada de sentimientos compasivos. 26 Por todo ello, el ecofeminismo se ha interesado particularmente por la llamada «ética del cuidado» de las mujeres, estudiada por teóricas como Gilligan. Se ha señalado que todas las tareas relacionadas con la subsistencia y el mantenimiento de la vida (empezando por las domésticas) han sido injustamente devaluadas 27 debido al estatus inferior otorgado a la naturaleza. Insisto en que esto no significa creer que toda mujer practica la ética del cuidado y es un «ángel del ecosistema». Los individuos varían enormemente los unos de los otros. Los elementos que pueden desencadenar una conciencia ecológica son muy variados y no pueden reducirse a la pertenencia a un sexo. Pero existen estilos, subculturas de género, que se manifiestan estadísticamente. Los datos empíricos muestran que, a escala mundial, las mujeres constituyen gran parte de las bases del movimiento ecologista y la casi totalidad de la mano de obra no remunerada de los grupos de protección animal, cuya generosa actividad es generalmente mirada como capricho y debilidad femenina. A estos datos debemos agregar la constancia de las innumerables mujeres, a veces ancianas, que vemos alimentando a animales abandonados, movidas por la compasión en alguna calle perdida de pequeñas y grandes ciudades. El periódico El País titulaba «Ellas salvarán a los primates. La lucha de Jane Goodall y otras mujeres, muchas españolas, para detener la extinción de especies de simios» (Tierra, mensual de medio ambiente de El País, mayo de 2007, n.º 2). Como señala Marta I. González, 28 primatólogas como Diane Fossey, asesinada por su defensa de los gorilas, o la más afortunada Jane Goodall, premio Príncipe de Asturias, que revolucionó el conocimiento que se tenía de las sociedades de chimpancés, han destacado en la observación científica de la naturaleza justamente porque supieron establecer una empatía con los seres vivos no humanos y de esa forma los conocieron mejor; para ello superaron estudios esquemáticos y reduccionistas anteriores. Cuando el antropólogo Louis Leakey las eligió para llevar adelante la investigación, tenía en cuenta las actitudes de cuidado y escucha atenta, históricamente femeninas. La crisis ecológica actual nos obliga a replantearnos nuestra visión del mundo y preguntarnos por el valor asignado a la naturaleza, a las actividades del cuidado de la vida y a los sentimientos de empatía con lo no humano. 29 Este cuestionamiento será una forma más de participación de las mujeres en la construcción de una nueva cultura. La idea cartesiana de que el animal no es más que una máquina incapaz incluso de sentir dolor había sido vivamente rechazada por las mujeres ilustradas de los siglos XVII y XVIII. La polémica fue tan fuerte que un discípulo de Descartes se mofó de ellas en una de sus obras, afirmando que el placer de ser admiradas continuamente por sus mascotas las llevaba a otorgarles facultades que no poseían. La violencia y la dominación ejercida cotidianamente sobre los animales no humanos ya había sublevado a algunas sufragistas (Mary Wollstonecraft, Susan B. Anthony, Elizabeth Cady Stanton, Lucy Stone, Charlotte Perkins Gilman y muchas otras). Compaginaban la reivindicación del voto femenino con la lucha contra la institución de la esclavitud, la protección de la infancia, el vegetarianismo y el proteccionismo de animales. Este es el caso, por ejemplo, de Caroline Earle White, que en 1883 fundó la American Antivivisection Society. 30 Algunas de estas pioneras señalaron las coincidencias entre el trato que recibían por parte de la ciencia los animales de laboratorio y la violencia contra las mujeres. El retorno de esta temática a finales del siglo XX presenta distintos aspectos. Se ha discutido sobre el 64

6 perfil androcéntrico de la ciencia y se han realizado estudios sobre la conexión entre la experimentación de los efectos de la radiación o de la toxicidad de pesticidas sobre animales de laboratorio y la posterior polución del medio ambiente con especial impacto sobre mujeres y niños. La caza, el infierno de la ganadería intensiva y la compasión hacia los animales 31 han sido objeto de apasionantes ensayos. Se han llevado a cabo interesantes análisis psicológicos sobre la relación entre la violencia contra los animales presente en numerosas actividades de ocio y la formación de la identidad viril como rechazo de los aspectos ligados a la madre y a lo femenino. La caza deportiva ha sido interpretada como forma ritualizada de calmar la ansiedad provocada por el deseo de retornar a la naturaleza experimentada como animal y femenina que el niño ha rechazado para convertirse en varón. 32 También se ha demostrado la utilización de la violencia contra animales domésticos por parte de maltratadores habituales como estrategia de control sobre sus parejas, para lastimarlas, producirles pánico, coaccionarlas y privarlas de apoyo emocional. 33 La teórica ecofeminista Marti Keel es una de las fundadoras de Feminist for Animals Rights, grupo dedicado al ciberactivismo ecologista y animalista y a otras actividades de educación, creación artística y asistencia. Entre estas últimas, se incluye la tarea de ayudar a las mujeres víctimas de violencia de género acogiendo a sus animales domésticos en el momento en que deben alejarse de su hogar y su pareja. Asimismo, la crítica literaria ha explorado la representación de los animales en la narrativa, y ha puesto de relieve las profundas transformaciones operadas por algunas escritoras contemporáneas. 34 Al hilo de esta cuestión, me parece interesante recordar el carácter pionero de la obra de Colette y la dedicación de Marguerite Yourcenar a la condición animal, con su intervención en la redacción de la Declaración Universal de los Derechos del Animal proclamada por la Liga Internacional de los Derechos del Animal en 1978 y posteriormente aprobada por la Unesco y la ONU. En las distintas corrientes ecofeministas actuales existe una voluntad común de cambiar la visión que tenemos sobre los animales no humanos y, como mínimo, mejorar su situación. Y esto se debe a tres razones complementarias: se constatan y lamentan los innumerables sufrimientos que padecen (particularmente en ese inimaginable infierno de las granjas industriales, donde se les priva de movimiento y de cualquier expresión de sus comportamientos no destinada a producir más y más carne para el mercado); se plantea la búsqueda de una calidad de vida humana que incluya el florecimiento de nuestras capacidades de empatía con otros seres vivos; por último, se relaciona el trato a los animales de granja con la lucha contra el desarrollo neoliberal de los países del tercer mundo. Con este último objetivo, Vandana Shiva hace de la contraposición entre «vacas sagradas» y «vacas locas» la metáfora de una civilización ecológica frente a otra industrial que no diferencia entre máquinas y seres vivos. En su denuncia del avance de la dieta carnívora frente a la tradición vegetariana local y del desplazamiento de las prácticas agroganaderas tradicionales por la producción para las multinacionales de la comida basura afirma: «Una vaca no es sólo una máquina de fabricar leche o carne, aunque la industria la trate como si así fuera. [...] Negarles a las vacas y a otros animales su condición de sujetos, tratarlos como mera materia prima, es entrar en convergencia con el punto de vista del patriarcado capitalista». 35 Según teólogas cristianas como Rosemary Radford Ruether o Ivone Gebara, para superar el antropocentrismo (posición que niega toda consideración moral para con el mundo no humano), es necesario cambiar la imagen patriarcal de un Dios separado de la naturaleza y suscribir una visión de Dios en la naturaleza que permita extender la compasión, la empatía y el respeto no sólo a los humanos, sino también a los demás seres vivos y al resto de la Creación como parte de la divinidad. Para alcanzar esta visión integradora debe abandonarse la oposición jerarquizada espíritu/materia, alma/cuerpo que ha sustentado durante muchos siglos la misoginia, la demonización de las mujeres y el desprecio de la vida no humana. Desde una visión no teológica, es indudable que también será necesario superar sus correlatos laicos cultura/naturaleza, mente/cuerpo. He sostenido en otro lugar que una auténtica educación para la sostenibilidad no puede reducirse a una simple consigna de mejor gestión de los recursos naturales. Evidentemente, la mejora de la gestión es imprescindible, pero no suficiente para ese gran cambio cultural exigido por el aumento de la potencia tecnológica de la humanidad y la consiguiente presión sobre la Tierra. Debemos favorecer una educación sentimental ecológica que siente las bases emocionales de las buenas prácticas para la sostenibilidad. El desprecio de los valores del cuidado, relegados a la esfera feminizada de lo doméstico, es uno de los factores que conducen a la humanidad a una carrera suicida de enfrentamientos bélicos y desarrollo insostenible. El extremo dualismo cultivado por nuestra civilización ha de ser analizado y cuestionado como un subtexto que en gran medida responde a claves de género y que incide en la persistencia de la desigualdad entre los sexos y en la actual crisis ecológica. Los análisis ecofeministas de las oposiciones naturaleza/cultura, mujer/varón, animal/humano, y de sentimiento/razón, materia/espíritu, cuerpo/alma denuncian el funcionamiento de una jerarquización que desvaloriza a las mujeres, sus tareas, a los animales no humanos, los sentimientos, lo corporal y todo lo que se designe como naturaleza frente a una razón y una cultura concebidas como masculinas y totalmente desgajadas y liberadas de «lo natural». No se trata de que las mujeres se conviertan en únicas salvadoras del planeta. Tanto hombres como mujeres tenemos que concebirnos como hacedores de la cultura e integrantes de una naturaleza amenazada y necesitada de cuidados. Para ello, hemos de incluir en el canon de lo humano actitudes y valores devaluados y hasta ahora considerados «femeninos por naturaleza». Avanzaremos así hacia una nueva cultura animada por el deseo de justicia y por la voluntad compasiva hacia un mundo natural maravilloso que se encuentra al borde de la total desaparición. Termino estas líneas con melancolía, pero también con agradecimiento a todas las mujeres célebres o anónimas, tan a menudo olvidadas, que han ofrecido nuevas perspectivas para esa gran tarea que tenemos hoy los humanos: volvernos más modestos, sensatos y empáticos para conservar nuestra amenazada casa común. Notas 1 PLUMWOOD, Val. Feminism and the Mastery of Nature, Nueva York: Routledge, AMORÓS, C. Tiempo de feminismo. Sobre feminismo, proyecto ilustrado y postmodernidad, Madrid: Cátedra, 1997, pág FEMENÍAS, María Luisa, SPADARO, María Cristina. «Ecopasividad o ecofeminismo?», en CAVANA, María Luisa, PULEO, Alicia, SEGURA, Cristina: Mujeres y ecología. Historia, pensamiento, sociedad, Madrid: Almudayna, 2004, págs GILLIGAN, C. La moral y la teoría, trad. J.J. Utrilla, México: FCE, 1985, págs. 163 y MERCHANT, Carolyn. The Death of Nature: Woman, Ecology, and the Scientific Revolution, San Francisco: Harper and Row, PULEO, Alicia H. «Lo personal es político: el surgimiento del feminismo radical», en AMORÓS, Celia, DE MIGUEL, Ana (ed.): Historia de la teoría feminista. De la Ilustración a la globalización, vol. 2, ed. cit., págs A la hora de decidir entre distintas opciones ofertadas actualmente por la medicina, recomiendo por su enorme utilidad la edición aumentada y actualizada del año 2000 (Nuestros cuerpos, nuestras vidas, edición castellana de The Boston Women's Health Book Collective, Barcelona: Plaza y Janés, 2000). La edición original es de los años setenta y, por lo tanto, no habla de problemas y tratamientos que surgieron con posterioridad. 8 PULEO, Alicia. «El ecofeminismo y la salud de las mujeres», en Meridiam n.º 30, tercer trimestre, 2003, págs. 28 y Véase la siguiente página web de Greenpeace: (consultada el 18 de mayo de 2007). 10 Colectivo de Mujeres de Boston, Nuestros cuerpos, nuestras vidas, ed. cit., págs Véase también la revista digital Mujeres y Salud (sitio consultado el 18 de mayo de 2007). 11 Greenpeace informa de sustancias distintas introducidas desde los años cuarenta del siglo XX. 12 MIES, María, en MIES, María, SHIVA, Vandana. Ecofeminismo. Teoría crítica y perspectivas, traducción de Mireia Bofill, Eduardo Iriarte y Marta Pérez Sánchez, Barcelona: Icaria, 1997, págs MIEDZIAN, Myriam. Chicos son, hombres serán. Cómo romper los lazos entre masculinidad y violencia. Prólogo de Marina Subirats, traducción de Miguel Martínez, colección Cuadernos Inacabados, Horas y Horas, Véase al respecto el libro de Carmen Magallón Mujeres en pie de paz, Madrid: Siglo XXI,

7 15 Señala la ecofeminista californiana Starhawk que el informe oficial concluía que se había suicidado junto con su pareja y, aunque subsistieron las dudas en su entorno más próximo, no tuvo lugar ninguna investigación posterior. 16 KELLY, Petra. Por un futuro alternativo, traducción de Agustín López y María Tabuyo, Barcelona: Paidós, 1997, pág Remito al artículo de María José Guerra, en este mismo número, titulado «Un vínculo privilegiado mujer naturaleza? Rachel Carson y el tránsito de la sensibilidad naturalista a la conciencia ecológica». 18 SHIVA, Vandana. Cosecha robada. El secuestro del suministro mundial de alimentos, Barcelona: Paidós, Edición castellana en la editorial Paidós, «Addressing desertification and land degradation. The activities of the European Community in the context of the United Nations Convention to Combat Desertification». Comisión Europea, septiembre de MARTÍNEZ SOLIMÁN, Magalí, SABATÉ MARTÍNEZ, Ana. «Mujeres productoras en agricultura ecológica», en LÓPEZ ESTÉBANEZ, N., MARTÍNEZ GARRIDO, E., SÁEZ POMBO, E., (eds.): Mujeres, medio ambiente y desarrollo rural, Ediciones de la Universidad Autónoma de Madrid, 2004, págs Véase AMORÓS, Celia: La gran diferencia y sus pequeñas consecuencias... para las luchas de las mujeres, Madrid: Cátedra, 2005, pág PULEO, Alicia. Dialéctica de la sexualidad. Género y sexo en la filosofía contemporánea, Madrid: Cátedra, WARREN, Karen. Op. cit. 31 Véase GRUEN, Lori. «Los animales», en SINGER, Peter, Compendio de ética, Madrid: Alianza, 1995, págs Véase KHEEL, Marti. «Licence to Kill: An Ecofeminist Critique of Hunters's Discourse», en ADAMS, Carol y DONOVAN, Josephine (eds.). Animals & Women. Feminist Theoretical Explorations, Durham y Londres: Duke University Press, 1995, págs Sobre la relación entre violencia a humanos y animales, véase Se puede consultar también en castellano el trabajo de la bióloga especialista en criminología Núria Querol i Viñas «El enemigo en casa», en Véase ADAMS, Carol. «Woman-Battering and Harm to Animals», en ADAMS, Carol y DONOVAN, Josephine (eds.), op. cit. págs Véase SCHOLTMEIJER, Marian. «The Power of Otherness: Animals in Women's Fiction», en ADAMS, Carol y DONO- VAN, Josephine (eds.), op. cit. págs Véase también DESBLACHE, Lucile. «Animalidad e identidad femenina en la literatura francesa actual: el caso de Maryline Desbiolles», en CAVANA, María Luisa, PULEO, Alicia y SEGURA, Cristina. Mujeres y ecología. Historia, pensamiento, sociedad, Madrid: Almudayna, 2004, págs De esta misma autora, «Beauties and Beasts: contrasting visions of animal representation in women's contemporary fiction» en SEAGO, Karen y ARMBRUSTER, Karla (eds.). Literary Beasts: the representation of animals in contemporary literature, Comparative Critical Studies, vol. 2, n.º 3, Edinburgh University Press, 2005, págs ; y «Signes du temps: animaux et visions du passé dans la fiction contemporaine», en DESBLACHE, Lucile (ed.). Ecrire l'animal aujourd'hui, Presses Universitaires Blaise Pascal, 2006, págs SHIVA, V. Cosecha robada. El secuestro del suministro mundial de alimentos, Barcelona: Paidós, 2003, pág SHIVA, Vandana. Abrazar la vida. Mujer, ecología y desarrollo, traducción del Instituto del Tercer Mundo de Montevideo (Uruguay), colección Cuadernos Inacabados, 18, Madrid: Horas y Horas, PLUMWOOD, Val, op. cit.; véase también de la misma autora, Environmental Culture. The Ecological Crisis of Reason, Routledge, MELLOR, Mary. Feminism and Ecology, Cambridge: Polity Press, New York University Press, GONZÁLEZ, Marta I. «Creer para ver: primates, homínidos y mujeres», en VV. AA., Mujeres pioneras, colección La Historia No Contada, Ayuntamiento de Albacete, Editora Municipal, págs De imprescindible lectura al respecto: GOODALL, Jane, BEKOFF, Marc:. Los diez mandamientos para compartir el planeta con los animales que amamos, Barcelona: Paidós, Para un detallado estudio histórico, véase BEERS, Diane. For the Prevention of Cruelty. The History and Legacy of Animal Rights Activism in the United States, Swalow Press/Ohio University Press,

8 Un vínculo privilegiado mujer-naturaleza? Rachel Carson y el tránsito de la sensibilidad naturalista a la conciencia ecológica 1 María José Guerra Palmero Centro de Estudios de la Mujer de la Universidad de La Laguna. La autora profundiza en la figura de Rachel Carson, autora del famoso libro Primavera silenciosa. Esta obra se considera el tránsito de la sensibilidad naturalista a la conciencia ecológica, originada en la tendencia suicida de nuestra civilización. Con respecto a la figura de Carson, ha sido comparada con Casandra: ambas fueron agitadoras del espíritu conformista de su tiempo No puedo reconstruir aquí el espectro de las críticas que han recibido los ecofeminismos esencialistas (PULEO, 2000) y que, en general, considero justas y adecuadas. Me sitúo, a este respecto, entre aquellas que creen que la explicación de un hipotético vínculo privilegiado entre mujeres y naturaleza debe permanecer dentro de un marco explicativo social y material. Esto es, un vínculo que remita básicamente a los roles desempeñados por las mujeres en el sistema patriarcal capitalista. Los roles ligados al cuidado y a la salvaguarda de la supervivencia y de la salud de los otros concretos afinan, o pueden ser un factor para afinar, la sensibilidad moral de las mujeres ante los problemas ambientales y ante las amenazas a la vida y la salud de los próximos y de los ajenos. Dejo de lado, también, la conexión ligada a las experiencias de la biología cíclica de las mujeres y al hecho de la maternidad, pues opino que no se pueden hacer interpretaciones lineales que conecten tales hechos «naturales» modelados culturalmente por el imaginario simbólico patriarcal con el logro de una mayor conciencia ecológica o de una mayor cercanía a la naturaleza, signifique esto lo que signifique. No olvidemos que la toma de partido ecofeminista, en la versión que sea (AGRA [comp.], 1997), es una opción minoritaria y muchas veces desacreditada dentro de la misma pluralidad feminista. Después de este descarte, me es posible enfrentar algunos de los múltiples significados que desde una perspectiva materialista y social se pueden otorgar al tema del «vínculo privilegiado» para, después, intentar una aplicación al caso Carson, una aplicación en la que, sobre todo, tendré en cuenta el modo en el que percibe moralmente el emergente problema de la contaminación como deterioro ambiental imparable que ya ella en el año 60 define en términos globales. Carson transita así desde su background naturalista (BUELL, 1995) hasta la formulación de una clara conciencia ecologista que precipita su propuesta de una ética de la responsabilidad como única salida al problema de la degradación ecológica 1 Artículo publicado en el libro de María Luisa Cavana, Alicia H. Puleo y Cristina Segura (coords.), Mujeres y ecología. Historia, pensamiento, sociedad, Madrid: Almudayna, caracterizada por ella misma como «biocidio». Esta opción la obligará a criticar el modelo de desarrollo económico acelerado y desconsiderado que corta amarras con la trama natural que nos sostiene. A este respecto, Carson ha sido asimilada a la triste figura de Casandra por dar la voz de alarma ante la crisis desatada frente al escepticismo conformista de su tiempo. Las preguntas a las que debemos tentativamente intentar responder son Por qué Carson? Por qué una mujer asumió la valiente tarea de desautorizar la cultura biocida de nuestro tiempo? 1. «Desde abajo»: perspectiva moral y sistema de dominación Situada en unas coordenadas históricas y sociales, M. Mellor (1997: 105 y ss.) resume la apelación al criterio de la experiencia de las mujeres indicando que la situación de «desventaja» en el sistema sexo género es la que puede precipitar una correcta percepción moral de los problemas ambientales y hacer emerger la conciencia ecofeminista. La misma Mellor señala la filiación del standpoint feminism en la tradición hegelo marxista que arranca del análisis de la dialéctica del amo y el esclavo. Según esta teoría, y citando: «Para las ecofeministas, las mujeres, a causa de su desventaja estructural, pueden ver la dinámica de la relación entre humanidad y naturaleza más claramente que lo que pueden hacerlo los hombres (relativamente) privilegiados» (MELLOR, 1997: 105-6). La materialidad de las tareas asignadas a las mujeres ha hecho invisible parte del metabolismo naturaleza humanidad. Esta base material es la que activaría la emergencia de la perspectiva correcta. Más allá de la canónica propuesta de Hartsock, Mellor también comenta la tesis de P. Collins por la cual los «conocimientos sojuzgados» de las mujeres afroamericanas le permiten una perspectiva privilegiada en su condición de outsiderswithin (MELLOR: 108). Más allá de otros problemas, como el de la voz unívoca del colectivo oprimido que descarta el pluralismo o la responsabilidad de éste respecto a la propuesta de soluciones, queremos poner de manifiesto el carácter idealizador de ese tipo de asunciones. Tan cierto como que la opresión puede ser un factor que facilite la aprehensión de aspectos ignorados por el discurso hegemónico de los opresores es que este mismo hecho puede ser un factor que impida reconocer el mismo mecanismo de la opresión y obstaculice la intelección de la verdadera situación de desventaja una vez que la violencia simbólica (BOURDIEU, 1998) se ejerce a través de las interpretaciones legitimadoras del statu quo. Por otra parte, el recuento de objeciones al standpoint feminism que realiza Mellor pone de manifiesto que el apelar a la situación, a la perspectiva, supone siempre asumir una cierta parcialidad. Las propuestas pragmáticas de autoras como Iris Young (1997) ponen de manifiesto la necesidad de articular las modulaciones de las voces en un diálogo no ajeno a tensiones en las que nadie se arrogue una posesión inequívoca de la verdad. Sólo así podremos ir reformulando visiones contrahegemónicas que desafíen las interpretaciones dominantes (FRASER, 1997). No podemos dejar de asumir que la objetividad es una noción contestada y que su fundamento hoy sólo puede ser intersubjetivo y dialógico. Estas mismas consideraciones, en principio aplicadas al privilegio epistémico, pueden servir para desautorizar las propuestas morales de una ética del cuidado como estricta expresión de la voz y experiencia de las mujeres (GUERRA, 1998). Este brevísimo repaso a los problemas de la tesis del standpoint feminism nos permiten transitar a la consideración del caso Carson con especial referencia a su acierto en mostrar el tipo de relaciones biocidas y genocidas establecidas por nuestra civilización frente a la naturaleza y a la propia humanidad. Tuvo algo que ver en todo esto el género? 2. El caso Carson: excentricidad e independencia Primavera silenciosa es, a la vez, un texto científico, moral y literario en el que se muestra con maestría y rigor la independencia intelectual y el juicio acertado de la autora sobre una cuestión que exige una toma de posición ética y política. En él se manifiesta la urgencia por cambiar de rumbo, por transitar «otro camino» que reconsidere nuestra forma de vida desgajada y en guerra con la biosfera. Esta obra, del año 1960, señala sin ambages el tránsito de la sensibilidad naturalista de marcado carácter estético y moral, y referida, sobre todo, a la relación de la naturaleza como factor de autorrealización personal y autenticidad a la conciencia ecológica en la que la marcha de nuestra civilización queda objetada por su dirección suicida. Este diagnóstico revela nuevas dimensiones de la responsabilidad humana colectivas en sus dimensiones éticas y políticas ante la protección y cuidado de la naturaleza que, de recurso disponible e inagotable, vuelve a entenderse como terra mater, como sostén indispensable de la continuidad de la vida humana sobre la tierra, un sostén amenazado que revela, frente a las agresiones, su fragilidad. En la obra de Carson podrían entremezclarse el supuesto privilegio epistémico, del que tanto hablan las epistemologías feministas radicales (GÓMEZ, 1998) y el motivo de la «seducción por la vida», que Fox Keller aplica como clave interpretativa a la obra de Barbara McClintock (FOX KELLER, 1984) con el privilegio de una correcta percepción moral que, en este caso, se reformularía, como antes aludíamos, en los términos de la «voz diferente» acuñada por Gilligan y otras para la llamada «ética del cuidado». En este sentido último, una interpretación plausible de la obra de Carson sería la de una formulación de una ética del cuidado y la responsabilidad que toma como imperativo principal el oponerse a una cultura y a una praxis de guerra de la humanidad contra la naturaleza. Nos enfrentamos a la guerra más insensata por convertir toda supuesta victoria en pírrica. A este respecto, no debemos olvidar que el biocidio provocado por los pesticidas es una consecuencia más de la industria generada por la segunda guerra mundial y que Carson lo apunta ligándolo a las investigaciones alemanas sobre los gases nerviosos, al incremento de la leucemia provocada por la utilización de la bomba atómica en Hiroshima que ahora revivimos con el previsible «síndrome de los Balcanes» y con la obstinación de la OTAN en seguir diciendo que el uranio empobrecido en cóctel mortífero con otros elementos no devasta a sus propios servidores y al castigado territorio kosovar y a los envenenamientos químicos provocados en las Montañas Rocosas por la investigación química militar norteamericana en los años cuarenta. Tal como señala Buell (1995: 293), Carson aprovecha estas «coinciden- 67

9 cia» para forjar una «analogía moral» de gran impacto entre guerra y contaminación, porque esta última no es otra cosa que una guerra no declarada contra el medio ambiente y los seres humanos. Carson es consciente del carácter global del reto y éste es otro de sus aciertos proféticos. Sólo una revolución moral podría enfrentar el cambio en la civilización necesario para frenar al complejo militar-industrial y su miope ánimo destructivo. De la percepción de la globalidad del reto se deriva precisamente su pesimismo. Casandra-Carson, una vez más, tuvo razón, y para comprobarlo no hay más que contemplar el frustrante espectáculo de la última cumbre mundial sobre la restricción de emisiones de CO 2. No hay tampoco que olvidar que Carson escribe su última obra sabiendo que sufre un cáncer que acabará con su vida. Nada ni nadie parece quedar a salvo del envenenamiento que acelera la muerte. Pero volvamos a la conexión ecofeminista inspirada por las tesis del standpoint feminism. Si tal como nos la ha presentado Mary Mellor la reducimos a la visión que obtenemos «desde abajo», lo que se resultará obvio es que Carson es una excepción al destino programado por el patriarcado para las mujeres debido a un conjunto de factores complejos de los que no es el menor el hecho de que las mujeres se hayan empezado a incorporar al trabajo remunerado y a los sistemas educativos superiores durante el siglo que acaba de terminar. Socialmente, su pertenencia a la clase media la catapultó al logro de una educación superior y al mundo del trabajo. Su vocación científica y literaria se vio alentada especialmente por su madre, y logró lo que pocos y pocas consiguen: convertirse en una autora de éxito y poder vivir de escribir haciendo converger su formación como bióloga marina con su talento literario. Tal capacidad se alimentó de la tradición naturalista norteamericana inaugurada por Thoreau. Carson está, en principio, seducida por el mar del mismo modo que Thoreau por el bosque, esto es, por el carácter misterioso y ajeno a lo humano del océano, pero, también, le fascina el trasiego de pequeños seres en la costa luchando ajetreados entre las mareas. La comprensión de los ciclos naturales y de su equilibrada complejidad la conmueve. Nos encontramos con una sensibilidad que tanto se deja afectar por lo sublime del mar, ya sea en calma o en furiosa tempestad, como por la humildad microscópica de una simple bacteria, que, no obstante, es absolutamente necesaria para que el ciclo de la vida continúe. La capacidad de laboriosa observación y de atención minuciosa a los detalles se combina con una potencia intelectual capaz de dar cuenta de todo siguiendo el canon de la ciencia ecológica en su atención a las interacciones. Pero el encantamiento se rompe, la autosuficiencia de la naturaleza queda arruinada por la violenta irrupción humana, que destruye, ensucia y mancilla a la naturaleza virgen. Carson se ve obligada a reformular el legado naturalista y científico en el mismo sentido que lo hizo Aldo Leopold en Una ética de la tierra. Renuncia de plano al designio baconiano del saber para poder y dominar a la naturaleza. Al despertar del confortable sueño naturalista, debe enfrentar la pesadilla de la destrucción ambiental y convertirse en moralista que advierte de nuestra marcha hacia la catástrofe. Mi tentativa de tesis es que Carson, más allá de las posibles determinaciones genéricas, lo puede hacer porque en ella concurren otros tipos de vínculos privilegiados. De alguna manera, Carson es una exiliada, al menos parcialmente, del destino de mujer: nunca se casó, vivió con su madre, a la que cuidó, y tuvo, también, que adoptar a un sobrino. Este exilio, esta posición excéntrica es la que le permitió estudiar, leer, pasear y observar la naturaleza, cualificarse y ejercer una profesión en la administración pública plenamente relacionada con sus intereses en biología marina, además, de escribir, escribir y escribir. La escasez económica de su clase poco acomodada fue acicate para siempre tener que ganarse la vida, y desde muy pequeña deseó ser escritora. En estas condiciones que sí pueden ser consideradas como privilegiadas, en el sentido de que Carson tenía un proyecto de vida ligado a la trascendencia tal como la entendía Beauvoir, pudo emerger una sensibilidad enormemente nutrida por referencias literarias, filosóficas y científicas que le llevó a ver, a poder ver, lo que nadie o casi nadie veía a pesar de que estuviese ante sus ojos. Si de esta constelación debo rescatar algo es, precisamente, la condición de la independencia. Carson fue una mujer independiente en un mundo Estados Unidos en los años cincuenta, que es su década más productiva en el que triunfaba la «adorable» Doris Day y sus personajes de ama de casa autosatisfecha en su mundo suburbano. Un sueño americano que Betty Friedan destrozaría poco después. Pero a la independencia vital debe poder sumarse su lejanía y extrañamiento frente al statu quo: «Rachel Carson, efectivamente venía de fuera del establishment académico y profesional y se dirigía a la comunidad científica y literaria con su libro sobre la historia natural de los océanos de la tierra. Con sólo un máster en zoología y sin pedigrí literario, esta editora de publicaciones gubernamentales sobre la naturaleza produjo un libro científico para la audiencia popular y se convirtió en una sensación literaria» (LEAR, 1997: 206). Su punto de vista, en mi opinión, se beneficia del logro de diversos tipos de independencia y, decididamente, la escritura de Primavera silenciosadebe mucho a su posición bien consolidada como escritora reconocida que puede iniciar una investigación consultando una inmensidad de fuentes variadas al margen de los intereses corporativos tanto de la universidad como de la industria que, no debemos olvidarlo, sufragaba y sufraga gran parte de las investigaciones en EE. UU. El trabajo de documentación para el libro que nos ocupa fue tremendo y la obligó a mantener una nutrida correspondencia con numerosos médicos, investigadores y agricultores. Todo este intercambio redundó en el rigor de la presentación de sus tesis. No podemos olvidar que Carson se enfrentaba a los intereses económicos de la industria química, que respondería con una saña de carácter misógino ante el desafío de esta «histérica», «sacerdotisa de la naturaleza», «amante de los animales», «mística trastornada», y un largo etcétera de descalificaciones claramente sexistas. Donde es obvia la influencia del género es en la recepción crítica del libro, en la que, entre otros muchos asuntos, se la desautoriza y descalifica por ser mujer. El estereotipo de la monja, entregada a la causa de la defensa de la naturaleza, y de la histérica, dado que profetiza la catástrofe si no se cambia de rumbo, serán los predominantes. La soltería de Carson es uno de los motivos que «llama» a estos tópicos. Para no argumentar con hechos y razones frente a las tesis del libro, los críticos, simplemente, desacreditan sin más a la autora. Por otra parte, Carson da un tirón de orejas a la ceguera del ejercicio de la medicina en su tiempo al ponerle frente al desafío de la toxicología ambiental y abunda en una llamada a la ciudadanía a entender la salud desde una perspectiva pública exigiendo la transparencia informativa que requiere la democracia bien entendida. En conclusión, la visión del deterioro ambiental global de nuestro planeta y la denuncia de una ciega e insensata cultura biocida por parte de Carson responden a una percepción moral de un nuevo problema que luchaba por obtener una formulación justa de la que se pudieran extraer consecuencias. El acierto de Casandra Carson en el diagnóstico moral precipitó la vislumbre de la necesidad de cambiar el rumbo de la civilización y de enfrentar la responsabilidad frente a un problema, la contaminación, que, por primera vez, fue formulado en su estricta dimensión global. Las tesis del standpoint feminism deben ser algo más que convenientemente matizadas y afinadas para ser aplicadas a Carson. No sólo «desde abajo» se puede apreciar otra perspectiva; el logro de cotas importantes de independencia frente a intereses económicos, presiones corporativas, ya fueran científicas o literarias, y, a efectos del sistema sexo género, frente a la institución clave del matrimonio junto a los nutrientes científicos (la ecología como ciencia de la complejidad y la interdependencia), referentes morales (la tesis biocéntrica de A. Schweitzer de «reverencia por la vida») y literarios (las claves del naturalismo inaugurado por Thoreau) pueden hacer fructificar una percepción moral del problema que logre formularlo en sus justos términos. La interpretación que hago del logro de la independencia supone poder construir criterios propios para juzgar, y, contrariamente a lo que podría parecer, esta independencia es la que permite poner en funcionamiento la capacidad para escuchar y dejarse influir por múltiples ideas y perspectivas hasta que cristalice la propia en un ejercicio de atento escrutinio de los latidos del presente. Creo que el «estar fuera» puede ser, al menos, una posición igualmente valiosa que el «estar debajo» (BENHABIB, 1992). El «estar fuera» es una posición relativa, nunca absoluta, que puede ser producto de azares biográficos o de una opción. La excepcionalidad del caso Carson lo marca precisamente la suerte de que hubiera editores sensibles y atentos para no desechar una voz que expresaba el compromiso intenso con la naturaleza, una naturaleza que es algo más que nuestro hogar y morada. En este caso, creo que el privilegio epistémico y moral, y desde una perspectiva puramente material y social, nace de la sobreabundancia de experiencias y recursos que encontramos en la biografía de Carson y no de la escasez, ni de la privación. No de la desventaja. Carson logró, en parte, escabullirse de las constricciones del sistema sexo género para contar con una atareada «habitación propia». Tuvo suerte y llegó en un momento en que la dejaron hacer, le permitieron fructificar. Pasear sola por los bosques y sortear los animados charcos de la costa de Maine con ánimo escrutador son placeres de los que la mayoría de las mujeres preocupadas por el sentido estricto de la supervivencia y del cuidado de los otros no pueden disfrutar. Sin embargo, la sensibilidad moral de Carson se aviene bien y mal con el estereotipo de la «voz diferente». De un lado, destacamos su capacidad para atender a las relaciones y desbaratar los prejuicios reduccionistas de la comprensión científica, la piedad por los humil- 68

10 des animales y su capacidad para la empatía y la preocupación por la salud humana, que tienen en Primavera silenciosa el mismo rango de importancia. Su ecobiocentrismo es, a mi modesto entender, un humanismo y, sobre todo, una llamada a una ética de la responsabilidad frente a la dañada y maltratada biosfera. Del otro, digamos del «lado masculino», Carson se muestra desafiante y segura al plantear la denuncia contra el uso indiscriminado de los pesticidas, encarna aquí casi una imagen quijotesca, la del coraje de la escritora que se enfrenta sola a la poderosa industria química, hace gala de una gran capacidad deductiva al extraer consecuencias del hecho del envenenamiento masivo y adquiere una comprensión global del asunto al tiempo que exige la salvaguarda de los derechos humanos individuales a la vida y a la salud. Carson apostilla una extensión del concepto de justicia al incluir a las formas vivas, sean las que sean, y al agua, al aire, a la tierra en su consideración moral del problema. La interdependencia es la clave y, poco a poco, el veneno llegará también a nosotros. El biocidio es un suicidio de toda la humanidad. Las dos voces morales se conjugan y fructifican. Ninguna de las dos, ni la del cuidado y la responsabilidad, ni la de la justicia y los derechos, ahoga a la otra. Más que contrarrestarse se potencian: la justicia y la salvaguarda de los derechos exige del cuidado y del respeto a la naturaleza; el cuidado requiere, a su vez, de un sujeto autónomo confiado en defender su derecho a la salud y a la vida, que es un derecho extendido para que los ciclos naturales no se vean arruinados por el emponzoñamiento del veneno. Nuestra identidad planetaria como humanidad embarcada en una odisea suicida fue señalada sin ambages por la labor de ilustración ecológica de Carson, y nuestra condición radicalmente dependiente de la tierra y sus otros habitantes, los animales, fue revelada frente al extraviado anhelo de dominio y explotación de la biosfera de nuestra letal civilización. La consigna era para Carson, y sigue siendo para nosotras, la de parar el biocidio y cuestionar la cultura irresponsable y miope que lo sustenta. Una cultura que no es sino otra manifestación del basamento patriarcal que sojuzga y establece la injusta desventaja para la mayoría de las mujeres. Referencias bibliográficas AGRA, M. X. (comp.). Ecología y feminismo, Comares, BENHABIB, S. Situating the Self, Sage, BOURDIEU, P. Meditaciones pascalianas, Anagrama, BUELL, L. The Environmental Imagination. Thoreau, Nature Writing, and the Formation of the American Culture, Harvard University Press, BROOKS, P. Rachel Carson. Precursora del movimiento ecologista, Gedisa, CARSON, R. Primavera silenciosa, Grijalbo, Edición original en inglés, CARSON, R. El mar que nos rodea, Grijalbo, FRASER, N. Justice Interruptus, Routledge, FOX KELLER, E. Seducida por lo vivo. Vida y obra de Barbara McClintock, Fontalba, GÓMEZ, A. «De la mujer en la ciencia a las epistemologías feministas», en GÓMEZ, A. y TALLY, J. (eds.): La construcción cultural de lo femenino, Instituto Canario de la Mujer, GUERRA, M. J. «La (des)conexión mujeres/naturaleza: algunas propuestas eco y ciberfeministas», en MOLLÁ, A. (ed.). Después de Marx y Freud, Servicio de Publicaciones del Cabildo Insular de Tenerife, GUERRA, M. J. Mujer, identidad y reconocimiento. Habermas y la crítica feminista, Instituto Canario de la Mujer, LEAR, L. Rachel Carson. Witness for Nature, Allen Lane, The Penguin Press, MELLOR, M. «Women and Nature: A Privileged Standpoint?», en Feminism and Ecology, New York University Press, PULEO, A. «Ecofeminismo: hacia una redefinición filosófico política de naturaleza y ser humano», en AMORÓS, C. (ed.): Filosofía y feminismo, Síntesis, YOUNG, I. Intersecting Voices, Princeton University Press,

11 Vandana Shiva: una mujer entre mujeres, el agua y la semilla Luis Ángel Fernández Hermana periodista y consultor Investigadora en física cuántica, dejó la carrera científica y se ha convertido en una de las voces del mundo más influyentes del movimiento en defensa del medio ambiente. Sus ideas y su activismo, que incorpora la no violencia de Gandhi, han inspirado a numerosos movimientos sociales liderados por mujeres. Agua, semillas y mujeres; éste es el trípode sobre el que se ha sustentado una de las voces más formidables del movimiento ambiental de la India y, de paso, de todo el planeta. Vandana Shiva (nacida el 5 de noviembre de 1952, en Dhera Dun, Uttarakhand, India), la científica a quien todos auguraban una prometedora carrera como investigadora especializada en física cuántica, un día, que quizá no recuerde muy bien, comenzó a hacerse preguntas cuyas respuestas fueron desmadejando hilos aparentemente dispares, unos de trenzado cultural, otros de procedencia agrícola, otros portadores de tradiciones que se perdían en la noche de los tiempos y que se habían preservado en el seno familiar. Pero, al final, ante sus ojos apareció un tapiz que no le gustó nada, donde se perfilaba con claridad una imagen de desintegración ecológica, rapiña de conocimientos populares, despilfarro de recursos comunes, voces frustradas que clamaban en el desierto y, por encima de todo, una lógica económica que saboteaba constantemente cualquier atisbo de organización democrática de los campesinos y agricultores de su país. Shiva, hija de un conservador forestal y una granjera, no le dijo adiós a la ciencia, pero tampoco le dio la espalda a una realidad que se rompía por mil partes, sin que nadie ni nada pudiera expresar la enormidad del desastre que se estaba perpetrando. A partir de los años setenta, los campesinos de América Latina, África y, sobre todo, el sudeste asiático, aprendieron pronto que tras ciertas siglas o denominaciones aparentemente inocuas se escondían peligros difíciles de discernir o de eludir. El GATT y su Ronda de Uruguay, el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional, gozaban entonces de un lustroso prestigio en el mundo occidental. De hecho, eran materia informativa habitual y necesaria en los periódicos de color salmón, sobre todo The Financial Times, y en los suplementos de economía de los grandes medios de comunicación. Pero, al revés de lo que sucedía en la India, rara vez saltaban a las secciones de sociedad, ni mucho menos a la de sucesos. En Occidente, para qué decirlo de otra manera, la vastísima mayoría de lo que se denominaba «opinión pública» o, peor, público entendido e ilustrado no tenía la más remota idea de lo que significaba, por ejemplo, el «ajuste estructural», la política que aplicaba el Banco Mundial en los programas agrícolas del tercer mundo, financiada por el FMI y sustentada por el armazón jurídico del GATT. Los campesinos sí sabían de qué iba el asunto, aunque lo aprendieron por la vía del palo, no de la zanahoria, valga la ironía. Este ajuste estructural sacó a la calle a millones de agricultores en los tres continentes, provocó movimientos de protestas que llegaron hasta las mismas escalinatas del poder y regó de sangre y desgracia regiones enteras, mientras el Norte, ese punto cardinal de la geografía socioeconómica de nuestra era, miraba hacia otra parte. Ante el vendaval que arreciaba como preludio de los años de Reagan y Bush, Vandana Shiva tuvo la oportunidad de refugiarse en el Norte, concretamente en la Universidad de Ontario Occidental, y dedicarse por entero a la ciencia, en la que había empezado a realizar algunas contribuciones sobre las «variaciones ocultas y la no localización en la teoría cuántica». Monocultivos de la mente Pero las mujeres, las semillas y el agua llamaron a su puerta. El Gobierno le pidió que participara como experta en algunos equipos que debían investigar la repentina escasez de agua en regiones donde antes había abundado. Shiva se encontró con que los tres elementos estaban indisolublemente encadenados, pero que, en unos casos, los programas agrarios de ajuste estructural y, en otros, la entrada en escena de nuevas fuerzas económicas, en particular las corporaciones de las semillas y del agrobusiness, armadas de necesidades específicas y de capacidades persuasivas irresistibles, estaban alterando radicalmente escenarios sociales tradicionales sin que se hubiera arbitrado una escapatoria más viable que la desaparición lisa y directa de millones de personas. Shiva emprendió entonces un camino que la marcó para el resto de su vida. En el Instituto Indio de Ciencia y el Instituto Indio de Gestión de Bangalore investigó las relaciones entre la política científica, la tecnológica y la ambiental. Y en 1982 abrió las puertas de la Fundación para la Investigación en Ciencia, Tecnología y Ecología, un laboratorio de ideas que desde entonces ha venido nutriendo la actividad de los movimientos ambientales indios y de la Red del Tercer Mundo, con sede entonces en Malasia. La fuerza de estas ideas residía, sobre todo, en el blindaje moral de la protección del medio ambiente y de las personas, sobre todo las mujeres, que han venido realizando esta tarea a lo largo de siglos. Shiva nunca se detuvo en la defensa economicista de grupos o poblados, el rescate incondicional de algunos recursos frente al primer enemigo que le saliera en el camino, o la denuncia sistemática de la rapiña de fuerzas políticas o económicas superiores. La lógica económica capitalista, cuyo impetuoso avance llegó a resumirse al final del gobierno de Ronald Reagan con la frase «El fin de la historia», fue contestada con ideas y acciones que señalaban la perversidad de una política que tenía como consecuencia indefectible el «apartamiento» de millones de personas de los procesos productivos o, en otras palabras, una condena sin remisión a la supervivencia y la desaparición. El paquete maldito contenía gente, comunidades y biodiversidad. Fue contra este destino que Shiva dotó de una singular fuerza moral a los movimientos que fueron contestando, de diferente manera, con diferentes estrategias, los ajustes estructurales. Todos ellos pusieron en primera línea su derecho a usar y gozar de los recursos que siempre habían sido de todos y ahora se querían secuestrar tras razonamientos en pro del beneficio económico y la eficiencia. La herencia de Gandhi, encarnada en las mujeres que asumieron estos principios, añadió la dimensión no violenta que ha caracterizado a las iniciativas promovidas por Shiva y que ella misma ha sintetizado en un recordatorio contundente: «Las sociedades no viven sólo del comercio, sino, fundamentalmente, de principios coherentes, sistemas organizados y visiones globales». Los canarios de las ecocrisis En este contexto aparecieron movimientos como Chipko, integrado fundamentalmente por mujeres de Nepal y la India, las cuales adoptaron la táctica de abrazarse a los árboles para evitar que la tala indiscriminada y masiva de bosques causara devastadoras inundaciones e hiciera desaparecer las barreras naturales que habían permitido embalsar el agua para las épocas de escasez. Las mujeres alcanzaron a partir de entonces un protagonismo incontestable en los movimientos de defensa del medio ambiente. Shiva las denominó «los canarios de las ecocrisis», ya que eran las primeras en emitir la señal de alarma cuando algo no iba bien; estas mujeres eran un factor de innovación y conservación de culturas arraigadas en semillas, cultivos y gestión común del agua. En los años ochenta, Shiva participó activamente en el proyecto Navdanya o «nueve semillas», que implicaba a los correspondientes sistemas de cultivo, a la biodiversidad asociada a ellos y al tipo de organización social a la que dan lugar. Como ha explicado la científica en numerosas conferencias y libros, era un movimiento que englobaba desde el germen de la planta hasta aspectos tales como la dimensión cósmica de estas semillas, al estar relacionadas con diferentes partes del cuerpo y la mente o asociadas a ciclos de fertilidad. En palabras de la propia Shiva: «Estas nueve semillas son bienes públicos que potencian la cohesión social y alrededor de los cuales surge un tipo de organización y economía específicos. Navdanya es un movimiento cultural, a la vez que agrícola y ambiental. Navdanya supone una integración de la mujer en las tareas colectivas que otros tipos de agricultura le niegan para condenarla a un papel subordinado y secundario. Desde este punto de vista, se trata también de un movimiento que devuelve a la mujer sus atributos físicos y espirituales para que desempeñe un papel crucial en el sostenimiento de la comunidad y en la vertebración del grupo». Biodiversidad y biopiratería Progresivamente, la defensa de la biodiversidad como uno de los valores supremos de la organización social situó en el mismo campo de batalla a estos movimientos ambientales, por una parte, y a las empresas que comenzaron a utilizar los avances en biotecnología para fabricar nuevas semillas protegidas por leyes de propiedad intelectual o, como en el caso de las farmacéuticas, a buscar principios activos en plantas que pudieran convertirse en fármacos. Vandana Shiva, bajo la calificación de «biopiratería» ha denunciado en repetidas ocasiones la ironía de que los pesticidas naturales tradicionalmente utilizados por los campesinos indios, que en las últimas décadas se han perdido acelerada- 70

12 mente, ahora son buscados por las compañías químicas occidentales. La aplicación de las políticas de ajuste estructural llevó a las calles de Nueva Delhi, Bangalore, Hospet y otras ciudades menores de Utter Pradesh a cientos de miles de agricultores indios durante los primeros años de la década de los noventa del siglo pasado. Sólo en Hospet (Karnataka) se celebraron encuentros que superaron el medio millón de personas en un fin de semana. Occidente apenas escuchaba algunos rumores de aquellas olas de protestas dirigidas contra las medidas adoptadas por el Gobierno indio para poner en práctica los programas agrícolas promovidos por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM), y contra las propuestas de la Ronda de Uruguay del GATT sobre los derechos de propiedad intelectual, que les obligaba a comprar sus propias semillas a las compañías extranjeras, que ahora las vendían con ligeras modificaciones. Aquellas movilizaciones, que se conocieron como el Movimiento de la Semilla Satyagraha, fueron impulsadas por la Asociación de Agricultores del Estado Karnataka (KRRS), fundada en El programa de la KRRS, inspirado en gran medida en los planteamientos de Vandana Shiva, se oponía a la «colonización de la semilla» a través del mito occidental de las «semillas milagrosas», a la destrucción de la diversidad genética, a la pseudoestabilidad ecológica que producen los monocultivos de la revolución verde y a la toxicidad y las enfermedades del suelo por el uso intensivo de fertilizantes y plaguicidas para las variedades de alto rendimiento. Todo ello dentro del marco de la lucha contra la explotación indiscriminada de los recursos naturales y la preservación de los conocimientos adquiridos a lo largo de siglos para proteger el medio ambiente. Estos movimientos reivindicaban una democracia representativa de base que devolviera la voz a las comunidades agrícolas, sobre todo a las mujeres como portadoras de los conocimientos que ahora estaban a punto de perder por culpa de las corporaciones. Vandana Shiva explicaba en aquellos años a quienes querían escuchar en Europa que, mientras se celebraban las reuniones de la Ronda de Uruguay en Bruselas y todo el debate estaba centrado en si EE. UU. conseguiría empujar con el codo un poco más a la UE (en aquel entonces Comunidad Económica Europea) y su política agraria, los agricultores de la India se veían forzados a salir a la calle a defender algo tan elemental como sus semillas. «Los agricultores sabían que las corporaciones les robaban sus semillas, las modificaban, las protegían con sus derechos de propiedad intelectual y después tenían que recomprarlas a precios muy altos. Por ahora, los únicos regímenes que existen de protección de los derechos de propiedad intelectual son los del Norte, luego nuestra agricultura es para ellos un botín abierto al expolio. En la época de Gandhi el símbolo era la hilandera, emblema de nuestra industria textil amenazada por la política colonial. Hoy hemos cambiado y nuestro símbolo es la semilla que, en el fondo, viene a representar un mensaje muy parecido. Nuestra riqueza depende de cómo cultivemos la tierra, cómo nos alimentemos y cómo nos protejamos culturalmente. Es nuestra defensa contra la destrucción», declaraba entonces Shiva. Aquellos enfrentamientos de los años noventa radicalizaron el discurso del movimiento ambiental indio. Vandana Shiva encarnó este proceso mediante una defensa sin cuartel no sólo de una forma de producir, sino de una forma de entender la vida que chocaba de frente contra la lógica económica imperante en las relaciones comerciales y, sobre todo, en los organismos que las regulaban, sin excluir ni siquiera a las propias Naciones Unidas. En un debate que se celebró en Barcelona en aquellos años, Shiva sostenía: «Los países occidentales ya se han llevado las mejores semillas a través de sus bancos de semillas, y el Tratado de la Biodiversidad no cubre esto. Esta es una lucha abierta que todavía no está resuelta. No podemos hacer borrón y cuenta nueva. La cuestión es cómo regulamos el mercado de semillas y los derechos asociados a ellas de manera que nos contemple. Los países ricos hablan de que ellos establecen derechos sobre el germoplasma. Qué es eso? Qué tipo de entelequia se quieren inventar ahora? Es como si establecieses derechos sobre células o partes de la célula. Lo verdaderamente importante no es la constitución bioquímica de la semilla, sino los conocimientos de los agricultores sobre cómo tratarla y en qué circunstancias. Ya pueden saber todo lo que quieran sobre los códigos genéticos de las semillas, sus características biológicas o propiedades eléctricas. Pero como no les diga alguien dónde y en qué condiciones hay que plantarlas, de poco les servirán sus conocimientos científicos. El día de mañana sacarán su semilla del banco y no sabrán cuáles son las condiciones idóneas para cultivarla, en qué situación, con qué periodicidad, junto a qué otros cultivos, etc. Y ese depósito de sabiduría es el que estamos destruyendo. Les quitamos las semillas a los pueblos, las convertimos en productos comerciales, impedimos que sigan expandiéndose las que había y desaparece todo ese conocimiento acumulado a lo largo de siglos. Por eso, lo verdaderamente grave en estos momentos es el pirateo intelectual, porque sólo el agricultor es quien sabe lo que hay que hacer». La eclosión de Seattle Como un autor en espera de su obra, Seattle se convirtió en 1999 en el escenario donde convergieron Vandana Shiva y los miles de manifestantes que llegaron hasta la ciudad estadounidense dispuestos a que fracasara la inauguración de la Organización Mundial del Comercio (OMC). La OMC venía a sustituir al Acuerdo General de Comercio y Tarifas (GATT) y a la Ronda de Uruguay, un paso que lógicamente contaba con el pleno apoyo del Banco Mundial y el FMI, que debían bendecir públicamente a la nueva entidad. La diferencia entre Vandana Shiva y la vasta mayoría de quienes llegaron hasta Seattle a protestar contra la OMC es que ella llevaba décadas mirándole a la cara al Banco Mundial, al FMI y al GATT. Lo sorprendente, sin embargo, era que la protesta de los miles de jóvenes que se congregaron en la ciudad estadounidense tuviera como objetivo a estas organizaciones. El Norte mantenía un autismo a capa y espada frente al creciente deterioro del medio ambiente alimentado por unas reglas de intercambio comercial donde la banca siempre ganaba y la banca siempre era la banca del Norte. Qué había sucedido para que, de repente, fueran tan «populares» organismos como el Banco Mundial o el FMI y concitaran la furia de tantos jóvenes? Uno de los factores que contribuyó a esta inesperada «toma de conciencia», como fue calificada en más de una ocasión por los medios de comunicación, había operado de forma discreta, casi de manera imperceptible. La Conferencia de las Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo, que se celebró en Río de Janeiro en 1992, se vio acompañada por primera vez por el denominado Foro Global, una especie de conferencia alternativa organizada y poblada por cientos de entidades, asociaciones y ONG relacionadas con la defensa del medio ambiente en todo el planeta. Mientras miles de activistas trataban de hacer llegar su voz hasta los salones de la conferencia oficial desde literalmente la otra punta de la ciudad brasileña, la Association for Progressive Communications (APC), una ONG dedicada a promover el uso de las incipientes redes de telecomunicación basadas en el protocolo de Internet, entrenaba a estas organizaciones para que aprendieran a intercambiar información y organizar proyectos en la red y, en general, a obtener por medio de ésta una visión global del mundo, inalcanzable de otra manera. Así, mientras el Banco Mundial campaba con su política de ajuste estructural por tres cuartas partes del planeta sin que la otra parte supiera lo que hacía esa mano, Internet se encargaba de esparcir información seminal sobre las actividades de estas entidades financieras, creando así una especie de pesebre virtual sin fronteras donde abrevaban miles de organizaciones. Ese fue el primer punto de encuentro entre los movimientos ambientales, sobre todo los asiáticos, y lo que después erróneamente se denominó movimiento antiglobalización, cuya extracción territorial en sus orígenes era fundamentalmente occidental. En Seattle, Vandana Shiva, como la voz más reconocida y reconocible de los movimientos del sudeste asiático, se encontró por primera vez con una base social global que estaba dispuesta a escuchar y asumir una experiencia que los medios de comunicación tradicionales les habían escamoteado sin rubor durante décadas. Además, Vandana no era sólo la voz de los desposeídos, como enfatizaban muchos medios de manera interesada. Su labor en pro de la construcción de movimientos capaces de poner en jaque la lógica depredadora de las corporaciones le había reportado un prestigioso reconocimiento internacional, como lo atestiguaba que tan sólo en 1993 recibiera la Orden del Arca Dorada, el Premio Global 500, el galardón del Día Internacional de la Tierra, el Premio Nobel Alternativo (Right Livelihood Award) por su defensa del papel de la mujer en la conservación del medio ambiente y el Premio Internacional Vida Sana. Tan importante como esto es que, cuando Shiva se cruzó con el movimiento antiglobalización en Seattle, no sólo tenía una dilatada experiencia que ofrecer, sino también una contundente obra repartida en decenas de libros, artículos y conferencias. En estos últimos años, Shiva, aupada irónicamente por los propios medios de comunicación que antes la trataban como un objeto exótico difusor de ideas utópicas, se ha ganado una presencia incontestable en el movimiento ambiental mundial. Su planteamiento central en la actualidad apunta a una negociación que, para muchos, incluidos prestigiosos colegas que siempre le han prestado un claro apoyo público, está impregnada de un idealismo inalcanzable: la globalización que cono- 71

13 cemos actualmente no es una tendencia inevitable de la sociedad actual en manos del capitalismo más salvaje, sino que depende de nosotros llegar a acuerdos significativos para impedir la destrucción de comunidades y biodiversidad absolutamente esenciales para defender el medio ambiente y la vida humana en el planeta. El objetivo actual, por tanto, es revocar los acuerdos ya alcanzados en el seno de la OMC, para que organizaciones sociales democráticas sean capaces de tomar decisiones en el nivel apropiado y en el lugar adecuado, única forma de garantizar que se puedan extraer y aprovechar los frutos de conocimientos ancestrales que promuevan la continuidad de la vida sin necesidad de «apartar» a vastos sectores de la población y abocarlos al sufrimiento de la privación de recursos y a una especie de desaparición programada. El desafío no es menor, pero tampoco lo han sido los que Vandana Shiva ha debido afrontar durante las últimas tres décadas. Y, como siempre, su discurso y su actividad se sostienen sobre los tres puntos de apoyo que le han permitido pensar y actuar durante todo este tiempo: las mujeres, las semillas y la gestión común del agua. Obras Vandana Shiva ha escrito numerosos libros y más de 300 artículos en revistas científicas y técnicas de referencia. Aquí tan sólo se citan algunos de estos textos. Las nuevas guerras de la globalización, Editorial Popular, India dividida. Asedio a la diversidad y la democracia, Editorial Popular, Las guerras del agua. Privatización, contaminación y lucro, Siglo XXI, Cosecha robada. El secuestro del suministro mundial de alimentos, Ediciones Paidós Ibérica, Biopiratería. El saqueo de la naturaleza y el conocimiento, Icaria, La praxis del ecofeminismo. Biotecnología, consumo, reproducción, Icaria, Ecofeminismo. Teoría, crítica y perspectivas, Icaria, Abrazar la vida. Mujer, ecología y desarrollo, Horas y Horas, Capítulo de Vandana Shiva: «El cierre y la recuperación de las tierras comunales», en VV. AA.: El medi ambient vist pel Sud, Luis Ángel Fernández Hermana (ed.), Beta Editorial,

14 Gro Harlem Brundtland, la madre de la sostenibilidad Sofía Menéndez periodista experta en temas ambientales El concepto de sostenibilidad, tan maleado últimamente, estará siempre asociado a esta médica noruega. Tanto desde la Comisión de Medio Ambiente y Desarrollo de Naciones Unidas como desde la Organización Mundial de la Salud, ha situado en la agenda política mundial temas lacerantes y ha intentado favorecer a las capas más pobres y a los países menos desarrollados. El concepto de sostenibilidad estará siempre ligado a Gro Harlem Brundtland. De la labor de esta mujer al frente de la Comisión de Medio Ambiente y Desarrollo de Naciones Unidas surgió un espectacular informe, en 1987, denominado Nuestro futuro común. Se trata de un documento histórico, de extrema actualidad, que analizaba la situación ambiental del mundo para elaborar estrategias ambientales a largo plazo y alcanzar un desarrollo sostenible. Cinco años más tarde, en el principio tercero de la Declaración de la Cumbre de la Tierra, celebrada en junio de 1992, en Río de Janeiro (Brasil) se definía así este concepto: «[...] aquel desarrollo que satisface las necesidades de las generaciones presentes sin comprometer las posibilidades de las del futuro, para atender sus propias necesidades». El Informe Brundtland, como finalmente se ha conocido al trabajo de la ONU que dirigió esta mujer excepcional, médica de profesión, ha tenido una importancia vital para el medio ambiente del planeta. Sin duda alguna, su informe fue el eje principal de la reunión de Río, donde una gran parte de los países del mundo firmaron el Convenio de la Biodiversidad, el inicio de acuerdo del cambio climático y la Agenda 21, de donde partirían luego las acciones para llevar a cabo políticas ambientales. Fruto de este encuentro fueron también otras cumbres, como la de población, en El Cairo (1994), la de turismo sostenible, en Lanzarote (1995), o la de la mujer, en Pekín (1995). Finalmente, en el año 2002 se celebraría la Cumbre Mundial del Desarrollo Sostenible en Johannesburgo. El discurso de Gro Harlem Brundtland ante la Asamblea General de Naciones Unidas para presentar Nuestro futuro común es realmente visionario y la convierte en una de las primeras políticas ecologistas de la historia, muy por delante del ex vicepresidente de Estados Unidos, Al Gore, y otros dirigentes contemporáneos como Tony Blair (Reino Unido). Con sencillez y una claridad sorprendente, la primera ministra de Noruega afirmaba: «[ ] el medio ambiente es donde vivimos todos, y el desarrollo es lo que todos hacemos al tratar de mejorar nuestra suerte en el entorno en que vivimos. Ambas cosas son inseparables. Además las cuestiones de desarrollo han de ser consideradas como decisivas por los dirigentes políticos que perciben que sus países han alcanzado un nivel hacia el cual otras naciones han de tender. Muchos de los caminos de desarrollo que siguen las naciones industrializadas son verdaderamente impracticables. Las decisiones en materia de desarrollo que toman estas naciones, debido a su gran potencia económica y política, tendrán una repercusión profunda sobre la capacidad de todos los pueblos de mantener el progreso humano para las generaciones venideras». En foros de medio mundo, la doctora Brundtland dio a conocer este contundente informe. En la primavera de 1988 presentó a la prensa de Madrid Nuestro futuro común. En esa ocasión tuve la oportunidad de conocerla en persona y desde ese momento he seguido atentamente sus pasos, su batalla contra la pobreza, que es la continua lucha por llevar a la práctica el concepto de desarrollo sostenible. Para ella, cuestiones críticas de supervivencia están intrínsecamente relacionadas con un desarrollo desigual, con la pobreza y con el crecimiento de la población. Todo ello crea una presión sin precedentes sobre las tierras, aguas, bosques y otros recursos naturales del planeta, especialmente en los países en desarrollo. La espiral descendente de pobreza y degradación ambiental constituye una pérdida de oportunidades y recursos, en especial de recursos humanos. Estas vinculaciones entre la pobreza, la desigualdad y la degradación ambiental constituyen el hilo de su vida. Gro Harlem Brundtland, nace en Oslo, Noruega, el 20 de abril de 1939, en una familia socialista; fue militante desde su juventud del Partido Laboralista (DNA). Cursa Medicina en las universidades de Oslo y Harvard. Estudia y va a examinarse en los intermedios de sus cuatro embarazos y la consiguiente crianza de los primeros años de sus hijos. Gro Harlem es una mujer de mucho temperamento, casada con Arne Brundtland, un investigador y político de derechas. Su padre, Gudmund Harlem, fue ministro en algunos gobiernos laboralistas y fue de él, según dice, de quien heredó su principal vocación política. Brundtland obtuvo un máster en salud pública (1965) y fue asesora médica en la sección de higiene y epidemiología de la Dirección General Noruega de Sanidad entre 1966 y Desde esta fecha a 1974 sirvió en el Consejo de Sanidad de Oslo en calidad de directora médica adjunta. En septiembre de 1974 entra en el Gobierno del laborista Trygve Bratteli, quien la nombra ministra de Medio Ambiente. Desde su juventud, Brundtland ha estado comprometida con cuestiones ambientales, las desigualdades del Norte y el Sur y la lucha por alcanzar el desarme en el planeta. Como ella dice, «vivimos en una época de la historia de las naciones en que se necesita más que una coordinación de la acción política y de la responsabilidad». Desde la perspectiva de su cargo como ministra de Medio Ambiente se enfrenta a los problemas típicos. Sus propuestas terminan en la frontera de los departamentos con más relevancia, principalmente el de Economía. Por este motivo, cuando el 4 de febrero de 1981 le ofrecen sustituir en la jefatura del Gobierno a Nordli, y en la del partido a Reiulf Steen, respaldada por las bases de su partido, no duda en aceptar los dos cargos y se convierte en la primera mujer que ostenta ambos puestos en su país. En el gabinete que inmediatamente constituyó, ocho de sus miembros eran mujeres. En las elecciones siguientes, los partidos burgueses, esto es, el conservador (Höyre), el popular cristiano (KrF) y el de centro (Sp), consiguieron la mayoría absoluta; el 14 de octubre Brundtland cedió el Gobierno al conservador Kåre Willoch. Pero, lejos de desanimarse por la derrota electoral, Brundtland prosigue imparablemente con su trabajo internacional. En diciembre de 1983, el secretario general de las Naciones Unidas le pide que asuma la dirección de la comisión independiente y que redacte los problemas ambientales que afronta la comunidad mundial, lo que supone todo un reto para la doctora. En ese momento, entre sus responsabilidades cotidianas, Brundtland tenía la presidencia de su partido (DNA). La decisión de aceptar la coordinación de este monumental trabajo tuvo su base en la argumentación que le diera el secretario general, y ante la cual no encontró refutación convincente alguna para negarse: «Ningún dirigente político había llegado a ser primer ministro con unos antecedentes de varios años de lucha política, nacional e internacional, como ministro de Medio Ambiente. Esto hacía abrigar la esperanza de que el medio ambiente iba a dejar de ser una cuestión secundaria en la toma de decisiones políticas importantes». El medio ambiente y la actividad humana están íntimamente relacionados, y la única manera de proteger a éste es tenerlo en cuenta en todas las decisiones que se adopten. Brundtland es consciente de esta idea desde el principio de su carrera como funcionaria de Salud Pública. Así, asegura Brundtland: «En última instancia decidí aceptar este reto de arrostrar el futuro y de salvaguardar los intereses de las generaciones venideras [ ], pues resultaba meridianamente claro que se necesitaba un mandato para que la situación cambiase». Las Naciones Unidas y su secretario general, según ella, se enfrentaban a una tarea y responsabilidad enormes. Para hacer realidad de manera responsable los objetivos y aspiraciones de la humanidad se requiere el apoyo activo de todos, decía. Sus reflexiones y visión acerca de este asunto se basaban también en otros hechos importantes de su experiencia política: el precedente trabajo de la Comisión Brandt sobre cuestiones Norte Sur y de la Comisión Palme sobre cuestiones de seguridad y desarme, comisiones de las que formó parte. Durante los tres años de trabajo de la Comisión Mundial de Medio Ambiente y Desarrollo, Brundtland participa activamente en las reuniones con los científicos, políticos, sociólogos y técnicos de medio mundo que colaboraron en este trabajo, pero sin bajar la guardia en su labor de máxima responsable de su partido en Noruega. Como ella señaló, la «conjunción de mentes» del equipo que elaboró Nuestro futuro común, supuso que, lejos de la negatividad de la situación global, el mensaje y las recomendaciones fueran optimistas, lo cual es clave para conseguir un desarrollo global sostenible. En las elecciones del 8 de septiembre de 1985, la mayoría gubernamental conservó sus posiciones, pero el partido laboralista ganó cinco escaños y pasó a 71. La caída de Willoch el 29 de abril de 1986 permitió al partido de Brundtland ser el más votado, por lo que se formó el 9 de mayo un gobierno de minoría, aunque apoyado por los socialistas de izquierda (SV) desde el Parlamento; también esta vez, ocho de sus dieciocho miembros eran mujeres. Al asumir el Gobierno, cesó como jefa del grupo parlamentario laborista, puesto que ostentaba desde 1981 y que volvería a desempeñar entre 1989 y Tras tres años en el Gobierno, en las elecciones del 10 y 11 de septiembre de 1989, su partido, el DNA, si bien se mantenía como el más votado, sólo logró reunir el 34,3 % de los votos, y cayó hasta los 63 escaños, los 73

15 resultados más bajos obtenidos desde Brundtland declinó formar Gobierno, lo que sí aceptó el conservador Jan Peder Syse el 16 de octubre. Un año después, este Gobierno de coalición se fragmentó y el 3 de noviembre de 1990 Brundtland regresó al poder por tercera vez en nueve años, renunciando al liderazgo del DNA en el congreso de noviembre de 1992, para descargarse en parte de sus responsabilidades políticas y dedicarse en exclusiva a las tareas de gobierno. Sin duda, en esta decisión pesaron también razones de índole personal, ya que un mes antes tuvo que afrontar el trágico suicidio de su hijo menor. Tras un nuevo proceso electoral en septiembre de 1993, el DNA experimentó una recuperación de cuatro escaños y, aunque lejos de la mayoría absoluta, las divisiones en el campo del centroderecha propiciaron la candidatura de Brundtland, que formó Gobierno el 3 de noviembre, el primero por méritos exclusivamente electorales. En esta ocasión, nueve de los diecinueve ministerios estaban dirigidos por mujeres. El contexto partidista tenía también en aquel momento un fuerte componente femenino, ya que los tres principales partidos (DNA, Höyre y Sp) estaban liderados por mujeres. Con una coyuntura económica favorable, el Gobierno Brundtland relanzó el proceso, varias veces iniciado y otras tantas fracasado, de entrada en la Comunidad Europea, tarea para la que sólo contaba con el apoyo de los conservadores en la oposición. Tras la solicitud formal de adhesión a finales de 1992, en junio de 1994 Brundtland firmó en el Consejo Europeo de Corfú el Tratado de Adhesión. Los sondeos de la opinión pública, que indicaban la impopularidad de lo que se temía que podía acarrear drásticos cambios en el sistema de protección social y en los modos de vida tradicionales, muy apegados al medio ambiente, así como una pérdida de soberanía nacional, se confirmaron en el referéndum del 28 de noviembre de 1994, en el que el no cosechó el 52,4 % de los votos. El resultado no supuso la caída de Brundtland, que no había hecho de la consulta una cuestión de confianza, pero sí canceló definitivamente la cuestión. El 25 de octubre de 1996, Brundtland anunció, con la normalidad característica en los países escandinavos, su dimisión como primera ministra, y puso fin a quince años de dominio de la escena política, en los que, a pesar de los altibajos electorales, siempre gozó de una elevada popularidad, más acusada, si cabe, en los últimos tiempos. Le sustituyó Thorbjørn Jagland, que ya le sucediera al frente del DNA en Durante una larga temporada baja el ritmo de trabajo y vuelve de nuevo al escenario sociopolítico en un cargo internacional. El 13 de mayo de 1998, Brundtland es elegida directora general de la Organización Mundial de la Salud, cargo que ocupa hasta el 21 julio del año En su discurso de aceptación ante la Asamblea Mundial de la Salud, la doctora Brundtland relaciona los conceptos de sostenibilidad y salud. Se pregunta, cuál es nuestra misión fundamental? Y considera que debemos asumir el papel de conciencia moral y de autoridad técnica para mejorar la salud de la población del mundo, por lo que añade: «Debemos estar dispuestos a prestar asesoramiento, y ser capaces de hacerlo, no sobre todas las cuestiones, sino sobre las cuestiones clave que pueden desencadenar el proceso de desarrollo y atenuar el sufrimiento. Considero que nuestro objetivo ha de ser la lucha contra la enfermedad y la mala salud: la promoción de sistemas de salud sostenibles y equitativos en todos los países». Quien contamina, paga Gro Harlem Brundtland influyó bastante en la Internacional Socialista, de la que fue vicepresidenta hasta En el seno de esta organización generó debates de cómo romper el ciclo de la pobreza mediante la inversión en la infancia. Así, afirma: «Un mundo donde la pobreza es endémica será siempre propenso a sufrir una catástrofe ecológica o de otro tipo». Entre las aportaciones que llevó a cabo en uno de los múltiples congresos de los socialistas a los que acudió está su ponencia sobre «Quien contamina, paga». Para Brundtland, es fundamental que todos los países asuman este principio y el uso de productos que duran «desde la cuna hasta la tumba», como ella misma dice. Hace más de treinta años que esta progresista intenta inculcar otra mentalidad a sus compañeros de partido. Basta ya de «usar y desechar»; estamos obligados acabar con productos y materiales efímeros. En los precios deberán reflejarse los beneficios ambientales que aportan la elaboración y el uso de determinados productos, así como su calidad y duración. Para ello, asegura Brundtland, tendrían que fabricarse cosas de mayor duración, que, en caso de daño, puedan ser fácilmente reparadas a fin de utilizarlas de nuevo. Debemos evitar el uso de productos poco comunes y peligrosos, y tender más bien a «ecoetiquetar» los envases para indicar tanto el contenido como su duración, explica pedagógicamente esta doctora a sus compañeros. Paralelamente, la elevación del coste del consumo insostenible es uno de los caminos para aplicar el principio de que quien contamina, paga. Si tales incrementos de costes son predecibles, el sector privado con visión de futuro desarrollará estrategias comerciales y procesos productivos acordes con dicho principio. Algunos nuevos productos desarrollados de esta forma encontraron una significativa aceptación en los mercados, al tiempo que beneficiaron a los consumidores y al medio ambiente. Según Brundtland, es necesario que la industria incluya objetivos ambientales en sus planes, y que se someta a sistemas de verificación y control de calidad. Los desechos de la industria y del consumo familiar deben ser reducidos al mínimo. Debería ser posible que en el año 2010 se pudiera reciclar toda la basura producida en el planeta. Para el manejo de los desechos peligrosos deberíamos contar con métodos seguros antes del año Es preciso asegurar que no sean exportados a los países en vías de desarrollo. Se trata, así, de promover comunidades locales «libres de producción de desechos», afirma la laboralista. Transitamos ahora hacia una sociedad postindustrial, un proceso que no debe ser visto con temor y ansiedad, sino con esperanza y optimismo. Debemos impulsar una imprescindible transición de la cantidad a la calidad, termina diciendo la vicepresidenta de la Internacional Socialista. Acción política Como primera ministra de Noruega y, posteriormente, en sus sucesivos cargos públicos, Gro Harlem Brundtland ha exigido de los demás jefes de gobierno y autoridades internacionales una mayor voluntad política para hacer frente al futuro común. Así, afirma, refiriéndose a los ochenta: «El decenio actual se está caracterizando por un retraimiento de las preocupaciones sociales. Los científicos llaman nuestra atención sobre los urgentísimos, pero complejos, problemas que inciden sobre nuestra supervivencia, a saber: un globo terráqueo que cada vez se calienta más, los peligros que corre la capa de ozono de la Tierra y la desertización que invade las tierras agrícolas. A esto respondemos pidiendo más detalles y asignando los problemas a instituciones que están mal equipadas para resolverlos. La degradación ambiental, considerada en primer lugar como un problema que atañe principalmente a las naciones ricas y como un efecto secundario de la riqueza industrial, se ha convertido en una cuestión de supervivencia para las naciones en desarrollo. Se trata de parte de la espiral descendente de un declive ecológico y económico conjunto en el que se encuentran atrapadas muchas de las naciones más pobres. A pesar de las esperanzas oficiales expresadas por doquier, actualmente no se identifica tendencia alguna, ni programa o política, que ofrezca verdaderas esperanzas de colmar el creciente foso que separa a las naciones pobres de las ricas». Además, Harlem Brundtland añade que como parte de nuestro desarrollo hemos acumulado unos arsenales de armas capaces de desviarnos de los caminos que la evolución ha seguido durante millones de años y de crear un planeta que nuestros antepasados no reconocerían. Cumbre de Johannesburgo Entre las recomendaciones recogidas en el Informe Brundtland se pedía la celebración de conferencias sobre estos temas, que culminó con el encuentro de Río, los primeros quince días de junio de Diez años más tarde, con la Agenda 21 sobre la mesa de 199 países suscriptores, se celebraba en la ciudad de Johannesburgo (Sudáfrica) del 26 de agosto al 4 de septiembre de 2002, la Cumbre sobre el Desarrollo Sostenible. La doctora Brundtland no podía faltar; acude como directora de la Organización Mundial de la Salud y participa activamente en distintas mesas y discusiones. Uno de los temas principales que trataron fue la definición y el consenso en torno a metas concretas, cuantitativas y con plazos establecidos, para avanzar más eficazmente en la transición hacia el desarrollo sostenible. Entre otros temas, en la citada reunión se planteó explícitamente la urgente necesidad de identificar los recursos financieros y técnicos necesarios para que el desarrollo sostenible sea una realidad y beneficie directa y particularmente a las comunidades rurales y urbanas de los países en desarrollo. En la cumbre, Brundtland participa en el grupo de trabajo «Financiación para el desarrollo sostenible, acciones desde la perspectiva de América Latina y el Caribe», promovido por el Gobierno de México, donde se analizan las oportunidades y desafíos para mejorar las perspectivas de inversión y financiación para el desarrollo sostenible y se plantea la necesidad de establecer un nuevo equilibrio entre la economía de mercado y el interés público, mediante iniciativas conjuntas de los sectores público y privado que permitan combinar la innovación de los mercados, la responsabilidad social y regulaciones adecuadas. Mujer y sida 74

16 En su trabajo como directora de la Organización Mundial de la Salud lucha contra la burocracia y exige valor para actuar. En una de las conferencias contra el sida, pide valor para plantearnos nuestras sociedades en toda su complejidad: «Valor para hablar abiertamente sobre sexualidad, sobre violencia contra niñas y mujeres, sobre el abuso de drogas y sobre la pobreza. Valor para centrarse en quienes son más vulnerables frente al sida. Valor para romper el silencio. Pese a las declaraciones rimbombantes y a las promesas sentimentales, las personas con sida son discriminadas y estigmatizadas. Se requiere de valor para terminar con tales actitudes de una vez y para siempre». Para Harlem Brundtland, resulta muy positivo que las compañías farmacéuticas colaboren con diversos países a fin de facilitar el acceso a la salud a personas con sida. Los ministros de Salud de esos países han demostrado gran valor al comenzar a trabajar de esta forma, debido a las dificultades que puedan enfrentar al menos a corto plazo frente a las expectativas de su gente. «Se requiere de valor para prevenir la expansión del sida. Lo más importante es cambiar algunos de los comportamientos que contribuyen al contagio. La violencia contra la mujer incide de forma importante en la expansión del sida y es un significativo problema de salud pública. Se requiere de mucho valor para comenzar a encarar la violencia basada en el género, con miras a prevenir la infección del sida. Junto con el incesto y el abuso de menores, la violación y la violencia contra las mujeres siguen siendo tabú.» No avanzaremos, según Brundtland, en la lucha contra el sida sino cuando las mujeres logren el control sobre su sexualidad: «El valor femenino es imbatible. Yo confío en que con el tiempo tendremos éxito. El primer paso está en pronunciarse contra todas las formas de violencia contra la mujer: violencia doméstica, violaciones y abuso sexual. Pero hay más. Las mujeres deben saber y sentir que la sociedad las apoya cuando se niegan al sexo no deseado y sin protección, y deben tener acceso a protegerse a sí mismas contra el contagio del sida». Afirma Brundtland que los gobiernos necesitan de valor, mientras deciden cómo ayudar mejor a sus pueblos a vivir con el sida. Esto implica una efectiva administración de los recursos, de manera que respondan a los intereses reales de la gente. Liderazgo significa elegir entre distintas opciones; optar con un grado razonable de certeza, confianza y creatividad, de manera que los resultados puedan demostrarse y mantenerse. Las opciones serán difíciles, pero ignorarlas y alejarse de ellas implicará el fracaso, afirma Harlem Brundtland. Entre las prioridades de esta mujer política de forma integral ha estado siempre la lucha por la igualdad de la mujer, y lo ha demostrado las tres veces que asumió el cargo de primera ministra; siempre nombró a un gran número de mujeres en los cargos de mayor relevancia. Violencia de género En la última etapa de directora en la OMS insta a los gobiernos a que adopten medidas para reducir la violencia contra las mujeres. En el Informe Mundial sobre la Violencia y la Salud, de la OMS, señala que casi la mitad de las mujeres que mueren por homicidio son asesinadas por sus maridos o parejas del momento o anteriores. De hecho, la violencia causa aproximadamente el 7 % de las defunciones entre la población femenina mundial de entre 15 y 44 años. Con ocasión del Día Internacional de Eliminación de la Violencia contra la Mujer, el 25 de noviembre, la doctora Gro Harlem Brundtland, directora general de la Organización Mundial de la Salud (OMS) dijo: «Tenemos que hablar de la violencia, escuchar la historia de quienes la han sufrido. El primer paso para actuar eficazmente a fin de reducir la violencia en nuestras propias sociedades consiste en hacer correr la voz, romper tabúes y mostrar la violencia que se da entre nosotros». Las enormes diferencias de las tasas de homicidio de mujeres muestran que la violencia no es en absoluto inevitable. Por ejemplo, las tasas de homicidio femenino en varios países en desarrollo y con economías en transición superan el 6 por habitantes. Esta cifra es de 10 a 15 veces más alta que la de los países con las tasas de homicidio femenino más bajas (Japón, Reino Unido, España, Francia, Italia, Grecia), en los que son del 0,4 al 0,5 por habitantes. Los homicidios femeninos pueden prevenirse determinando los factores que originan esa diferencia y modificándolos. En el informe se destacan varios programas de prevención prometedores, como los programas de desarrollo social, la reducción del acceso al alcohol y a las armas, especialmente las de fuego, la disminución de las desigualdades y el reforzamiento de los sistemas policial y judicial. En vez de aceptar sencillamente la violencia o de reaccionar ante ella, las esferas de la salud pública deben trabajar con los sistemas de la policía y la justicia penal, y con los sectores de la educación, el bienestar social, el empleo y otros, para prevenirla con la antelación suficiente. Dice la doctora Brundtland: «Estas conclusiones nos plantean un reto. Los cuarenta años dedicados a mejorar la vida de las mujeres han tenido resultados muy dispares. La mayoría de las mujeres del mundo siguen sufriendo pobreza, discriminación y violencia. No obstante, algunos países han superado esta situación, y no hay razón para que no podamos repetir esos éxitos». Con la publicación del informe se inició una campaña mundial de prevención de la violencia para advertir de que la violencia es un grave problema de salud pública y para señalar el papel que los servicios de salud pública pueden desempeñar en su prevención. Muchos países como Bélgica, Brasil, Colombia, Costa Rica, Filipinas, Mozambique, Papua Nueva Guinea, Sudáfrica y Tailandia se han comprometido a organizar actos para debatir las consecuencias de la violencia y aplicar las recomendaciones del Informe. Así pues, el Informe Mundial sobre la Violencia y la Salud constituye la primera recapitulación exhaustiva a escala planetaria sobre los conocimientos actuales en materia de violencia. Su principal mensaje es que la violencia se puede prevenir. Las recomendaciones son, entre otras, desarrollar planes de acción nacionales y locales, revisar y fortalecer los servicios prestados a las víctimas de la violencia e invertir más en la prevención primaria. Millones de vidas en África Cuando estaban a punto de reunirse los líderes de los ocho países más ricos del mundo en Gleneagles (Escocia), el 2 de julio de 2005, Gro Harlem Brundtland y Michel Camdessus, representante personal del ex presidente francés Jacques Chirac, escribieron un artículo conjunto en la prensa más relevante de Europa titulado «Salvar millones de vidas en África», donde señalaban que por fin todas las piezas encajan para realizar algo que hace justo una década hubiera sido rechazado por ser un esfuerzo bien intencionado pero ingenuo: acabar con la pobreza aplastante, origen de la inestabilidad política y económica del continente africano. El G 8 ratificó en el año 2000 una serie de Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) por los que sus gobiernos se comprometían a reducir sustancialmente la pobreza en los países en vías de desarrollo antes de 2015, enfocando principalmente los esfuerzos hacia África. Según Brundtland y Camdessus, «una prueba crítica para el G 8 consiste en saber si sacará beneficio de lo que muchos ven como una oportunidad de victoria rápida; esto es, proporcionar los recursos para expandir las soluciones probadas con objeto de reducir el peso aplastante de las enfermedades, que es uno de los factores principales de la continua fragilidad económica y política de África, y de gran parte de su profunda pobreza». Estas enfermedades, aseguraban, además de engendrar miseria humana en África, agotan tanto los recursos y la productividad que perjudican la economía en su totalidad, y afirmaban: «Por ejemplo, algunas estimaciones muestran que si los países ricos hubiesen hecho en África lo que hicieron para sí erradicación de la malaria, el PIB anual sería de millones de dólares más con respecto al de hoy. Incluso una reducción de un 10 % de las infecciones por paludismo hubiese permitido incrementar el PIB un 0,3 %. Imagínese lo que podría aportar una mayor disminución de la malaria y de otras enfermedades debilitantes». En su reunión inminente, los líderes del G-8 tendrían la oportunidad de crear lo que se llamaría la Iniciativa de Financiación Internacional a Favor de la Inmunización (IFFIm), que debía permitir a los países donantes proporcionar una financiación inmediata para la asistencia sanitaria a las naciones africanas mediante la venta de bonos en los mercados financieros internacionales, garantizados por los compromisos de los gobiernos donantes. Brundtland añadía: «Es un momento poco común de la historia; ahora el G 8 y todos los países avanzados tienen una oportunidad sin precedentes para asignar los recursos necesarios a la lucha contra la crisis sanitaria mundial y otros problemas debilitantes que afectan al continente africano. Con el progreso tan al alcance de la mano, nos corresponde contar con que los líderes de los países más prósperos aprovechen esta oportunidad y salgan de esta cumbre listos para invertir masivamente en África. En nuestro mundo cada vez más interdependiente, todos sacaremos provecho de los beneficios de esta inversión vital». La cumbre del G-8, finalmente, estuvo teñida de luto por los atentados que tuvieron lugar en Londres en esas fechas, y se habló sobre todo de terrorismo. Los acuerdos fueron agridulces, aunque se aprobaron ayudas para la vacunación de los niños en África y partidas para luchar contra el cambio climático. Enviada especial para el cambio climático La última ocupación de la ex primera ministra de Noruega, Gro Harlem Brundtland, consiste en ser enviada especial de la ONU para el cambio climático. Brundtland, el ex presidente chileno Ricardo Lagos y el ex canciller 75

17 de Corea Han Seung Soo fueron nombrados, el 2 de mayo de 2007, asesores del secretario general de la Naciones Unidas en sus consultas con los gobiernos, para trabajar con los jefes de Estado de todo el mundo en torno a los temas climáticos. Para esta doctora, la lucha contra el cambio climático y contra la pobreza es una prioridad desde hace muchos años. Los enviados especiales para el cambio climático elaborarán una propuesta que será presentada ante la Conferencia Mundial sobre el Clima, convocada para diciembre en Bali, y en un encuentro internacional sobre el cambio climático que se celebrará probablemente en la próxima sesión de la Asamblea General, en septiembre. Hoy ya nadie cuestiona el concepto de desarrollo sostenible, e incluso las multinacionales, por el momento sólo las más responsables, asumen ya esta definición y comienzan a diseñar sus estrategias de negocio de acuerdo con la sostenibilidad (a través del llamado triple balance: económico, social y ambiental). Lo novedoso de la declaración de Brundtland, frente a los modelos económicos al uso, es que pone el énfasis en una visión del crecimiento a largo plazo, obligando a la consideración de los efectos externos negativos derivados de éste, y destacando la existencia de ciertos límites físicos que deben ser tenidos en cuenta. Así, propone la incorporación de los recursos naturales no renovables, la biodiversidad y el medio ambiente como variables del modelo, y aboga por la necesidad inexcusable del desarrollo humano equilibrado a escala planetaria. Wangari Maathai, sembrando semillas de conciencia Jordi Pigem escritor y periodista Reconocida con el Premio Nobel de la Paz en el año 2004, esta activista africana lidera un movimiento de mujeres, Green Belt Movement, que ha plantado más de 30 millones de árboles en Kenia para luchar contra la deforestación, la transformación del paisaje y las condiciones de vida de las mujeres africanas. En el mes de diciembre de 2004, tras ser galardonada con el Premio Nobel de la Paz, Wangari Muta Maathai se convirtió en la primera mujer africana que recibía un Premio Nobel. También fue la primera vez que el Comité Nobel noruego otorgaba un Premio de la Paz a una activista ecologista, hecho que deja patente que la relación entre la paz y la ecología está cada vez más reconocida: no puede haber paz y democracia si no hay entornos naturales saludables y formas de vida sostenibles para subsistir. En diciembre de 1984, Wangari Maathai recibió el Premio Right Livelihood, denominado, de manera informal, Premio Nobel Alternativo. También fue la primera mujer de África oriental y central que recibió un título de doctora (en Biología, 1971), y la primera en ser nombrada catedrática (en Anatomía, 1974), dirigir un departamento universitario (Anatomía Veterinaria, 1976) y ocupar una cátedra universitaria (1977). Nada de esto se podía adivinar a partir de sus orígenes rurales, en las tierras altas de Kenia. A modo de ejemplo: esta mujer no dispuso de un par de zapatos hasta que no tuvo 15 años y empezó a estudiar en el instituto. A pesar de todo, en la conferencia de aceptación del Premio Nobel afirmó que su inspiración y su determinación provenían, en parte, de las experiencias y observaciones de la naturaleza durante su niñez en la Kenia rural. Más adelante fue testigo de la devastación de los bosques que había visto de pequeña, que fueron sustituidos por plantaciones comerciales que destruían la biodiversidad local y erosionaban el suelo. Treinta años antes, en el año 1977, Wangari Maathai se dio cuenta de que la desforestación erosionaba el suelo y creaba pobreza y malnutrición, y emprendió el proyecto de reforestación más impresionante de nuestra época: el Movimiento del Cinturón Verde, un movimiento de base liderado por mujeres que, desde que se puso en marcha, ha permitido la plantación de más de 30 millones de árboles sólo en Kenia (como mínimo, tres de cada cuatro árboles plantados todavía están vivos). En las actividades del Movimiento del Cinturón Verde han participado centenares de miles de personas, sobre todo mujeres de zonas rurales. Esta iniciativa ha contribuido a crear más de seis mil viveros de árboles, gestionados por seiscientas redes locales, y sus métodos se han extendido en Tanzania, Uganda, Malawi, Lesotho, Etiopía, Zimbabwe, Ruanda, Mozambique y otros países africanos. En diciembre de 1996 (12 años después de recibir el Premio Right Livelihood, y ocho años antes de ser galardonada con el Premio Nobel de la Paz), en Barce- 76

18 lona, Wangari Maathai compartió algunas de sus experiencias durante el Cuarto Simposio Internacional Una sola Tierra, coordinado por Santiago Vilanova, que llevaba por título Mujer, medio ambiente y desarrollo sostenible. Además de su tarea para reforestar la tierra y dar autonomía a las mujeres de las zonas rurales, Wangari Maathai desarrolló un papel clave en la democratización de Kenia. Durante el régimen autoritario de Daniel arap Moi, fue encarcelada en más de una ocasión por sus protestas (además de ser hospitalizada por palizas de la policía o de los sicarios contratados por el Gobierno). Finalmente, fue escogida diputada parlamentaria con un sorprendente apoyo en su circunscripción electoral (un 98 % de los votos), y desde el año 2003 es viceministra de Medio Ambiente y Recursos Naturales. Por qué no plantamos árboles? Wangari Maathai es una mujer llena de fuerza y de luz, una luz que proviene del interior y que traspasa incluso las fotografías o el papel impreso. Nació el 1 de abril de 1940 en una comunidad kikuyu (los kikuyus son el grupo más numeroso de las 42 etnias de Kenia), en la pequeña aldea de Ihite, en las fértiles tierras altas de lo que entonces era la Kenia británica, desde donde se divisaban los montes de Kenia cubiertos de nieve. En su autobiografía, Unbowed (Random House, 2007, impresa, como no podía ser de otra forma para una amante de los árboles, en papel reciclado), publicada recientemente, afirma que se considera hija tanto de sus padres como de su tierra nativa. Su padre, Muta Njugi, era un campesino granjero. Su madre, Wanjiru Kibicho, era una de las cuatro esposas de Muta. La familia al completo vivía en un recinto con varias cabañas independientes para el padre y para cada una de sus mujeres y sus hijos. En la sociedad kikuyu tradicional, un hombre se puede casar con tantas mujeres como quiera, pero, «al contrario que hoy en día, en aquella época las normas culturales le exigían hacerse cargo de todos sus hijos». Seguramente, nadie ha hecho tanto como Wangari para conseguir la igualdad de derechos entre los hombres y las mujeres en la Kenia actual. Pero no guarda resentimientos hacia su niñez: «en muchos aspectos, el sistema poligámico era positivo para los niños. Pese a que mi madre iba a trabajar al campo todos los días, mis hermanos y yo nunca nos sentíamos solos. Si estábamos en casa, nos cuidaba la persona adulta que estuviese allí en aquel momento». En sus orígenes, los diez clanes kikuyu eran matrilineales, pero, a lo largo de los siglos, gran parte de los privilegios fueron heredados por los hombres. A los siete años, Wangari empezó a ir a la escuela en una misión católica regentada por hermanas misioneras italianas. Era una estudiante brillante y, tras acabar la educación secundaria con unas de las notas más altas de su clase, recibió una beca de los EE. UU. para preparar a los jóvenes keniatas para la época de la postindependencia, que estaba a punto de llegar. Algunos políticos keniatas habían convencido al entonces senador John F. Kennedy y a otras personalidades influyentes de los EE. UU. para que ofreciesen estas becas a los jóvenes de su país, conocidas, más adelante, con el nombre de puente aéreo Kennedy. Así, a los veinte años de edad, Wangari se subió a bordo de un avión por primera vez en su vida y, unos días después de abandonar el África rural, se encontró inmersa en las calles llenas de bullicio de Nueva York, donde quedó impactada al encontrar negros neoyorquinos. Durante los cinco años y medio siguientes estudió en Kansas y en la Universidad de Pittsburgh, donde obtuvo un máster en biología. Volvió a Kenia, realizó trabajos de investigación en Alemania, acabó su doctorado y, a principios de los años setenta, empezó una investigación postdoctoral sobre el ciclo vital de un parásito que afectaba al ganado de importación. Parte de esta investigación implicaba ir a recoger garrapatas a las zonas rurales. Fue entonces cuando se dio cuenta de que los ríos bajaban turbios, llenos de sedimentos, por las vertientes de las montañas. Durante su niñez nunca había visto algo así. Inmediatamente, pensó: «El suelo se está erosionando. Hay que hacer algo». En las montañas, si la tierra de las pendientes no queda sujeta por las raíces robustas de los árboles, el agua de la lluvia se escurre y erosiona el terreno. En su zona natal se había producido el mismo fenómeno: los ríos bajaban llenos de tierra vegetal, la mayor parte proveniente de una vertiente de la montaña donde el bosque autóctono había sido sustituido por plantaciones comerciales. Grandes extensiones de bosques habían sido taladas para plantar té, café o árboles exóticos (de crecimiento rápido pero que degradaban el suelo y desecaban el ecosistema acuoso). Las higueras son árboles sagrados para muchas de las tradiciones africanas. Cuando era una niña, Wangari sentía cariño especialmente por una higuera muy grande que se encontraba cerca de una fuente de la que solía sacar agua. Le «fascinaba la forma en que el agua limpia y fresca se escapaba a través del barro rojo y blando, tan suavemente que ni siquiera se movían los granos de tierra de alrededor». La higuera ya no estaba y la fuente se había secado, como también habían desaparecido otras muchas fuentes que conocía cuando era pequeña. «Lloré la pérdida de aquel árbol. Sentía un gran respeto por la sabiduría de mi pueblo y valoraba la forma en la que generaciones y generaciones de mujeres habían transmitido a sus hijas la tradición cultural de mantener las higueras allí donde estuviesen. Pensaba que yo también lo podría transmitir a mis hijos». Durante su niñez nunca había visto hambre, ni niños muriéndose de inanición, ni barracas: «Había más comida de la que necesitábamos, los alimentos eran nutritivos y saludables, los hombres y las mujeres estaban sanos y fuertes y siempre teníamos leña suficiente para cocinar». Ahora las mujeres debían recorrer largas distancias para ir a buscar agua, que no siempre estaba limpia, la gente sufría malnutrición y las vacas estaban muy delgadas. La erosión del suelo había agotado el valor nutritivo de las tierras, que no producían como antes. Wangari se dio cuenta de que la degradación ambiental era una amenaza mucho más seria para el ganado que las garrapatas que estaba estudiando. Y, todavía peor, representaba una amenaza peligrosa para todo el país y para sus habitantes. En aquella época ya era miembro del Consejo Nacional de Mujeres de Kenia (National Council of Women in Kenia, NCWK), y decidió dirigirse a las mujeres de las zonas rurales para investigar los problemas que sufrían. Estas mujeres solían ser las primeras en darse cuenta de los problemas ambientales. «Escuchando a las mujeres hablar sobre el agua, la energía y la nutrición los temas esenciales de la ecología pude comprender el vínculo entre la degradación ambiental y las necesidades que padecían las comunidades locales». Como expresó durante la conferencia del Premio Nobel: «Las mujeres con quienes trabajamos nos contaban que, a diferencia del pasado, no podían cubrir sus necesidades básicas debido a la degradación de su entorno inmediato y de la introducción de cultivos comerciales, que habían sustituido a las plantaciones familiares de alimentos. Pero el comercio internacional controlaba el precio de las exportaciones de estos agricultores a pequeña escala y no les garantizaba unos ingresos razonables y justos. Aprendí que cuando destruimos, saqueamos o administramos mal nuestro entorno estamos socavando nuestra calidad de vida y la de las generaciones futuras». En lugar de producir alimentos para que las personas pudiesen comer, los agricultores se habían visto forzados a cultivar té y café. Debido a la carencia de comida autóctona y de leña para cocinar, las mujeres alimentaban a sus hijos con productos elaborados, que son menos nutritivos que los alimentos africanos tradicionales, pero consumen menos energía a la hora de cocinar. Wangari decidió hacer algo para luchar contra la deforestación y todas sus implicaciones: desprendimientos de tierra, fuentes secas, carencia de madera para hacer leña, desertificación, malnutrición y pobreza. «Si comprendes lo que pasa y estás preocupado», afirma, «te ves empujado a actuar». Tuvo una idea simple y práctica: «Por qué no plantamos árboles?». Cualquier persona puede plantar un árbol y los resultados se podrían observar en un periodo de tiempo relativamente corto. Además de sujetar la tierra, los árboles proporcionarían leña, madera para las vallas, forraje para los animales, frutas para comer (si fuesen árboles frutales) y sombra para las personas y los animales. Además, también permitirían restablecer la salud del ecosistema, ya que protegerían las cuencas y atraerían otra vez a los pájaros y la biodiversidad. La Tierra estaba siendo desnudada y Wangari sintió que su misión era cubrirla de verde. Ingenieras forestales sin estudios El 5 de junio de 1977, Wangari Maathai, acompañada de centenares de personas, la mayoría miembros del NCWK, se dirigió a pie hasta el parque Kamunkuji, a las afueras de Nairobi, para plantar siete árboles en honor a siete personas de varios grupos étnicos, como Waiyaki wa Hinga, el líder kikuyu que, tras llegar a un acuerdo con los militares británicos, fue traicionado por estos últimos y enterrado vivo. Estos árboles formaron el primer cinturón verde y, pese al vandalismo y la necesidad de leña de la población de los alrededores, actualmente dos de estos árboles todavía están vivos, y sus grandes copas proporcionan un lugar para descansar bajo la sombra a los habitantes de la zona. Wangari Maathai creó un vivero de árboles y las iniciativas de reforestación se extendieron rápidamente mediante las redes del NCWK, y llegaron a las escuelas, los agricultores y las iglesias. Los niños de las escuelas se lo pasaban bien cavando hoyos en el suelo, yendo a pie hasta el vivero para recoger los árboles, plantándolos y cuidándolos. Además, transmitieron el mensaje a sus madres y, de este modo, muchos grupos de mujeres se sumaron al Movimiento del Cinturón Verde. Wangari era la coordinadora del proyecto y pedía a los amigos y a los donantes que patrocinasen árboles y saliesen al campo a plantarlos y a crear viveros. Esta- 77

19 bleció un procedimiento de diez puntos, que empezaba por formar un grupo y acababa por plantar los árboles y asegurarse de que sobrevivían. Por cada árbol que sobreviviese a los seis primeros meses, el grupo recibía un pequeño incentivo (equivalente a cuatro centavos de dólar americano de aquella época). Había monitores que enseñaban a las personas, y supervisores que se aseguraban de que los árboles estaban cuidados. En pocos meses, empezaron a recibir ayudas de grupos y embajadas extranjeros, mientras que, al mismo tiempo, se les acababan las plántulas de los viveros. Wangari decidió ir a visitar al conservador jefe de bosques de Kenia, Onesimus Mburu, y le explicó sus planes. Su objetivo era plantar un árbol por cada habitante de Kenia, que, en aquel momento, tenía una población de 15 millones de personas. Su eslogan era una persona, un árbol (semejante al eslogan que el partido de Los Verdes de Alemania usaría unos cuantos años más tarde antes de unas elecciones: un árbol, un voto). Mburu no creía que pudiesen utilizar tantas plántulas y les regaló todas las que tenía. Pero, unos meses más tarde, el Movimiento del Cinturón Verde ya había empleado todas las semillas y, para continuar su tarea, empezar a crear sus propios suministros de plántulas. Desde entonces, la población de Kenia, uno de los países con un crecimiento demográfico más elevado del mundo, se ha multiplicado por dos e, incluso así, el sueño de plantar un árbol por cada habitante del país se ha hecho realidad. Esta mujer consiguió todos estos objetivos al mismo tiempo que era madre de tres niños y participaba en diferentes iniciativas civiles y sociales. Los ingenieros forestales no entendían por qué Wangari Maathai trabajaba con mujeres campesinas, y le decían que «para plantar árboles, son necesarias personas con estudios». No obstante, Wangari aprendió muy pronto que los expertos pueden complicar las cosas más sencillas. De hecho, los ingenieros forestales habían empezado a dar lecciones a las mujeres sobre la «inclinación de la tierra y el punto de entrada de los rayos solares, la profundidad de la siembra, el contenido de la grava, el tipo de suelo y todas las herramientas y conocimientos especializados» que utilizaban. La mayoría de estas mujeres eran analfabetas, pero también eran campesinas: durante toda su vida habían cultivado legumbres, mijo y maíz. Después de todo, tal y como ha escrito Wangari, «todo lo que debían saber era cómo poner una plántula dentro de la tierra y cuidarla para que creciese, lo que no parecía tan difícil. Cualquier persona puede cavar un hoyo en el suelo, poner un árbol, regarlo y abonarlo». Wangari dijo a las mujeres que siguiesen su intuición, y de este modo se convirtieron en lo que ella denomina con orgullo ingenieras forestales sin estudios. Las comunidades autóctonas contribuyeron a difundir la iniciativa de reforestación a otras comunidades, transmitiendo las ideas y multiplicando el proceso una y otra vez. Cuando la iniciativa empezó a adquirir relevancia, se alentó a las mujeres para que plantasen hileras de plántulas de, como mínimo, un millar de árboles para formar cinturones verdes que mantuviesen el suelo sujeto, proporcionasen sombra y protección y, al mismo tiempo, embelleciesen el paisaje. Y así es cómo surgió el nombre de cinturón verde. Los árboles se pueden plantar en cualquier espacio libre, junto a campos, granjas y poblados. Es recomendable plantar árboles autóctonos que sirvan para hacer leña, como los baobabs, las acacias, los cedros y los espinos o los árboles frutales: cítricos, papayeros, plataneros e higueras. A menudo, antes de plantar un árbol, se proclama el compromiso del Movimiento del Cinturón Verde: «Siendo conscientes de que Kenia se ve amenazada por la expansión de las condiciones desérticas, de que la desertificación es el resultado del mal uso de la tierra mediante la tala indiscriminada de árboles, la eliminación de matorrales y consiguiente la erosión del suelo por parte de los elementos, y de que estas acciones comportan sequías, malnutrición, hambre y muerte, nos comprometemos a salvar nuestra tierra y a prevenir esta desertificación plantando árboles allá dónde sea posible». Como escribió en su primer libro, El Movimiento del Cinturón Verde: «La tierra es uno de los recursos más importantes de Kenia y de toda África. El suelo fértil vegetal debería considerarse un recurso valioso, especialmente cuando es tan difícil de crear. Sin embargo, cada año, miles de toneladas de suelo vegetal desaparecen de las zonas rurales keniatas. Durante las estaciones de lluvias, esta tierra fluye en riachuelos rojos que bajan por las pendientes y desembocan en los ríos llenos de barro que, finalmente, llegan al océano Índico, de donde jamás se podrá recuperar. Y, a pesar de todo, parece que no nos preocupe. Perder suelo vegetal debería compararse con la pérdida de territorios a manos de un enemigo invasor. Si los países africanos se sintiesen amenazados por este tipo de peligro, movilizarían a sus ejércitos, la policía y las reservas: incluso los ciudadanos serían reclutados para ir a luchar». Actualmente, menos de un 2 % de los bosques originales de Kenia están cubiertos de vegetación. Como indica Jared Diamond en su obra Collapse, la deforestación fue la causa directa de la desaparición de pequeños enclaves habitados, como la isla de Pascua y las colonias medievales escandinavas de Groenlandia (que, como su nombre inglés indica, Greenland, era verde y frondosa en los dos grandes fiordos del suroeste), y una de las causas principales de la desaparición de culturas como la maya. Hoy en día, este destino amenaza a países como Haití, donde, hasta ahora, la inestabilidad política ha hecho fracasar los intentos de establecer un Movimiento del Cinturón Verde. Del parque Uhuru a la democracia El parque Uhuru es la única zona verde de grandes dimensiones del centro de la superpoblada Nairobi. Un lugar donde decenas de miles de familias pueden respirar algo de aire fresco y de paz antes de volver a las calles y a las carreteras llenas de ruido y de contaminación de la gran ciudad. En este sentido, se puede comparar con lo que representa el Central Park en Nueva York o Hyde Park en Londres. En otoño de 1989, el Gobierno de Kenia planeaba en secreto construir un rascacielos de sesenta pisos en medio del parque, con una estatua del presidente, Daniel arap Moi, justo delante del edificio. Sería el rascacielos más alto de toda África e implicaría un coste de unos 200 millones de dólares americanos (de aquella época). El objetivo principal de esta obra era darprestigio al Gobierno keniata, a expensas de malograr la armonía del único rincón tranquilo del centro de Nairobi. En aquel momento, en el país había una dictadura de un solo partido, prisioneros políticos y torturas, y muy pocas personas osaban desafiar al Gobierno públicamente. Wangari Maathai era una de estas personas. Se había dado cuenta de que «una vez empiezas a trabajar seriamente con el medio ambiente, lo vinculas con todos los demás factores: los derechos humanos, los derechos de las mujeres, los derechos ambientales, los derechos de los niños... Una vez has hecho estas conexiones, ya no te puedes dedicar sólo a plantar árboles». Alguien que había oído hablar de los planes urbanísticos del Gobierno se puso en contacto con ella, que, inmediatamente, empezó a escribir cartas dirigidas a varios ministerios pidiendo más información sobre el proyecto (enviando copias a los diarios más importantes). Durante meses, sus cartas no obtuvieron respuesta alguna, pero el Gobierno se sentía cada vez más incómodo, hasta el punto de dedicar toda una sesión en el Parlamento a ridiculizar e insultar a Wangari Maathai por haberse atrevido a cuestionar el régimen. Muchas personas, impresionadas por el ejemplo de Wangari, se atrevieron a participar en las protestas o a escribir cartas a los diarios contra el proyecto de construcción. En el denominado Rincón de la Libertad del parque Uhuru se plantaron árboles para pedir la liberación de los presos de conciencia y una transición pacífica hacia la democracia. Todos estos hechos fueron recogidos por los medios de comunicación y la tensión se fue acumulando. Wangari Maathai y sus seguidores fueron víctimas de encarcelamientos temporales, amenazas de muerte y palizas (Wangari fue golpeada en la cabeza con un garrote que la dejó inconsciente y casi le causó la muerte). Además, Wangari también escribió algunas cartas a los inversores extranjeros que debían participar en la construcción del monstruo. El proyecto se detuvo, y finalmente fue desestimado en el año Era la primera vez durante décadas que el Gobierno había debido ceder ante la opinión pública. La democracia estaba llegando, se podía percibir en el aire. En el año 1992, en parte gracias al activismo de Wangari Maathai, Kenia legalizó los partidos políticos de la oposición. La reforestación y la defensa de las zonas verdes se convirtieron en una vía hacia la democracia, tal y como recordó Wangari en la conferencia del Nobel: «En aquel momento, los árboles se convirtieron en un símbolo de la paz y la resolución de conflictos, especialmente en la época de los conflictos étnicos en Kenia, durante los que el Movimiento del Cinturón Verde empleó árboles de la paz para reconciliar a las comunidades enfrentadas. De forma similar, durante el proceso de redacción de la Constitución de Kenia también se plantaron árboles de la paz en muchas zonas del país para fomentar la cultura de la paz. Utilizar árboles como símbolo de la paz es mantener una tradición africana muy arraigada. Por ejemplo, cuando había un enfrentamiento, los ancianos kikuyu solían poner una rama de un árbol thigi entre las dos partes, que hacía que dejasen de luchar y se reconciliasen. En África, hay muchas comunidades con tradiciones de este tipo». Nutrir la diversidad biocultural Con los años, Wangari Maathai es cada vez más consciente del vínculo esencial que hay entre la diversidad biológica y la diversidad cultural. Por ejemplo, la conservación de las semillas autóctonas y de los conocimientos sobre plantas medicinales está estrechamente relacio- 78

20 nada con las culturas locales que viven en la misma tierra. Para dar voz y voto a la población local, en las reuniones del Movimiento del Cinturón Verde en las zonas rurales siempre se emplean las lenguas vernáculas (en lugar del swahili), incluso si se hace necesaria la presencia de un traductor. «El renacimientocultural es quizás lo único que puede evitar la destrucción del medio ambiente, la única forma de perpetuar el conocimiento y la sabiduría heredados del pasado y necesarios para la supervivencia de las generaciones futuras. Una nueva actitud hacia la naturaleza permite adoptar una nueva actitud hacia la cultura y su influencia en el desarrollo sostenible: una actitud basada en entender las cosas que la propia identidad, el respeto hacia uno mismo, la moralidad y la espiritualidad tienen un papel fundamental en la vida de una comunidad y su capacidad de emprender acciones que la beneficien y garanticen su supervivencia». Wangari Maathai también es consciente de que los problemas ambientales están muy relacionados con la visión materialista del mundo que los europeos introdujeron en el continente africano, como deja escrito en su libro Unbowed: «Antes de que llegasen los europeos, los keniatas no miraban a los árboles y veían madera, como tampoco miraban a los elefantes y veían reservas de marfil para comercializar, ni miraban a los guepardos y veían pieles preciosas para vender. Pero, cuando Kenia fue colonizada y nos topamos con los europeos, con sus conocimientos, su tecnología, su conciencia, religión y cultura todo nuevo para los africanos, transformamos nuestros valores en una economía monetaria como la suya. Ahora todo se percibe según su valor económico. El colonialismo también eclipsó a las culturas africanas tradicionales ante la poderosa cultura europea moderna, que pretendía poseer la única verdad y la única forma correcta de hacer las cosas. Como sabemos, se intenta persuadir a las comunidades africanas tradicionales para que consideren que su relación con la naturaleza es primitiva, inútil y representa un obstáculo para el desarrollo y el progreso en una época de tecnología avanzada e intercambio de información». Sin embargo, las visiones del mundo y los estilos de vida tradicionales a menudo eran más sostenibles, como se evidencia en los diarios y en los libros de texto de los misioneros y los exploradores europeos, y tal y como defiende Wangari Maathai en un artículo publicado poco antes de ser galardonada con el Premio Nobel de la Paz, «The Cracked Mirror»: «Hasta que no llegaron los europeos, las comunidades locales veían la naturaleza como una fuente de inspiración, de alimentos, de belleza y de espiritualidad. Las sociedades que todavía no se han industrializado tienen una conexión más próxima con el entorno físico, que a menudo tratan con reverencia. Como todavía no han comercializado su estilo de vida ni su relación con los recursos naturales, sus hábitats ofrecen una gran diversidad biológica autóctona, tanto de fauna como de flora. Sin embargo, estos mismos hábitats son los que están más amenazados por la globalización, la comercialización, la privatización y la piratería de los materiales biológicos de que disponen». Los gobiernos coloniales europeos «nos dijeron que nuestros sistemas religiosos eran inmorales, nuestras prácticas agrícolas, ineficientes, nuestros sistemas tribales de gobierno, irrelevantes, y nuestras normas culturales, bárbaras, irreligiosas y salvajes. Esto mismo sucedió con los aborígenes australianos, los nativos americanos en Norteamérica y los pueblos autóctonos del Amazonas. Yo, por mi parte, no doy gracias a Dios por la llegada de la civilización desde Europa, porque sé que en África, según me explicaban mis abuelos, la mayoría de las cosas funcionaban muy bien antes del colonialismo. Los líderes tenían cierta responsabilidad ante el pueblo. Las personas tenían alimentos para comer. Transmitían su historia (sus prácticas culturales, sus historias y el significado del mundo que les rodeaba) gracias a las tradiciones orales, y esta tradición era rica y valiosa. Y, lo más importante, vivían con armonía con las demás criaturas y el entorno natural, y protegían este mundo». Para Wangari Maathai, «la humanidad necesita encontrar la belleza en su diversidad de culturas y aceptar que habrá muchos idiomas, religiones, vestimentas, danzas, canciones, símbolos, festivales y tradiciones. Esta diversidad debería considerarse una herencia universal del ser humano». Pero, como ella misma dice, no se trata únicamente de recuperar la cerámica o la danza de una cultura. Como suele recalcar el filósofo intercultural Raimon Panikkar, las culturas no se pueden reducir al folclore: cada cultura nos abre las puertas de una nueva realidad y no podemos reducirla a los parámetros de otra cultura. Creer, como ha hecho Occidente durante los últimos siglos, que nuestros propios valores y conocimientos son universales es, según Panikkar, «la esencia del colonialismo». Los seminarios sobre civismo y medio ambiente organizados por el Movimiento del Cinturón Verde se denominan kwimenya (autoconocimiento) porque permiten a los participantes saber quiénes son. «Hasta entonces, los participantes han estado viendo el mundo a través de un espejo que no les pertenece, el espejo de los misioneros o de sus profesores o de las autoridades coloniales que les han dicho quiénes son, y que escriben y hablan sobre ellos. Sólo han podido ver una imagen distorsionada, si es que alguna vez se han llegado a ver a ellos mismos». Sin kwimenya, las personas «se sienten inseguras y se obsesionan con la adquisición de cosas materiales». Proteger la integridad de la vida En coherencia con su llamamiento para proporcionar autonomía a las culturas locales, Wangari Maathai ha criticado duramente los intentos contemporáneos de privatizar o manipular la vida. «Hoy en día, las patentes sobre formas de vida y la ingeniería genética, derivada de ellas, se justifican afirmando que son beneficiosos para la sociedad, especialmente para los pobres, puesto que permiten obtener más alimentos y medicamentos y de mayor calidad. Pero, de hecho, el monopolio de las materias primas biológicas impide deliberadamente el desarrollo de otras opciones. Los campesinos se vuelven totalmente dependientes de las empresas que les proporcionan las semillas». Wangari encuentra especialmente indignante que se patente el material vivo una práctica que ella denomina biopiratería y que algunas empresas multinacionales pretendan poseer los derechos exclusivos de semillas que, en definitiva, se han ido desarrollando a lo largo de los siglos de coevolución con la agricultura tradicional. Las llamadas semillas terminator, creadas con el objetivo de forzar a los campesinos a comprar semillas nuevas cada temporada a fin de restarles autonomía y hacer que se vuelvan dependientes de las empresas, minarían completamente la cultura de las comunidades campesinas y su capacidad para conseguir los alimentos necesarios para su sustento. «En estas circunstancias, si creemos que la esclavitud y el colonialismo eran violaciones flagrantes de los derechos humanos, debemos darnos cuenta de lo que nos espera al final del camino encubierto de la biopiratería, la creación de patentes de la vida y el desarrollo de la ingeniería genética. El genocidio a través del hambre, como todavía nunca se había visto, aparece como posibilidad alarmante». Wangari es consciente de que «las injusticias de los acuerdos económicos internacionales» fuerzan a los campesinos a cultivar cultivos comerciales. Pero la seguridad alimentaria debe basarse en el cultivo de alimentos autóctonos para los habitantes locales «y sólo vender al mercado los excedentes de estos cultivos». Del mismo modo, la seguridad alimentaria nacional implica que un país debe tener la capacidad de producir las semillas y los alimentos necesarios para sus ciudadanos. En los mercados de materias primas extranjeros sólo deberían comercializarse los excedentes». Un llamamiento para una nueva conciencia La ecología bien entendida nos permite apreciar la interdependencia de todos los hilos del tejido de la vida, como observó el fundador del Sierra Club, John Muir, hace más de cien años: «Cuando intentamos aislar cualquier cosa nos damos cuenta de que está ligada a todo el resto del universo». Hace un par de años, un prestigioso informe sobre la desaparición del ambientalismo (The Death of Environmentalism) atribuía la carencia de éxito de las organizaciones medioambientales norteamericanas (pese a sus presupuestos millonarios) al hecho de que la ecología haya perdido su perspectiva original, que pretendía englobar todas las esferas, y haya quedado reducida a un interés especial. El medio ambiente ha pasado a considerarse un elemento externo, ajeno a nuestras vidas y competencia de determinados especialistas que saben cómo enfrentarse a él, hecho que demuestra hasta qué punto el ser humano se ha desligado de la naturaleza. Wangari Maathai no ha caído en esta trampa. Muy pronto se dio cuenta de que plantar árboles estaba «ligado a todo el resto de elementos», usando la expresión de Muir. La interdependencia de todas las cosas también se evidencia en el ubuntu, el concepto tradicional bantú (que podría traducirse libremente como «existo porque tú existes», o bien «crezco cuando tú creces»), decisivo para el proceso de reconciliación de Sudáfrica. Wangari Maathai cree que, como seres humanos, tenemos una responsabilidad especial con la Tierra: «si se espera más de aquellos a quienes se ha dado más, debemos aceptar nuestra responsabilidad especial, que es más de lo que se espera de los elefantes o las mariposas». Es nuestro reto y nuestra responsabilidad, afirma, «dar a nuestros hijos un mundo lleno de belleza y de maravillas». El Movimiento del Cinturón Verde ha plantado más de treinta millones de árboles durante treinta años, y los pájaros han vuelto a sus hábitats. 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