DIÁLOGO CON EL CORAZÓN FRAGMENTO DEL LIBRO

Transcripción

1 FRAGMENTO DEL LIBRO Me di cuenta de que sin pretender nada estaba mirando la ventana que había junto a la cama donde yo dormía, o debería decir donde dormíamos mi hermano y yo, lo cierto es que miraba la ventana por el fuerte sol que penetraba traspasando poderosamente un papel de estraza o de aceite de color marrón que hacía la misión de cortina. En mi casa y con esta única ventana, creo que lo mejor es que aclare bien, es el lugar donde pasé los primeros 13 años de mi vida. Era en Sevilla, en el barrio de la Macarena, en Tenía yo 5 años. Era una casa comunitaria típica de esos tiempos de la posguerra. Recuerdo que tenía una entrada que la llamaban patio y disponía de viviendas a la derecha, en frente y a la izquierda; cada 3 metros vivía una familia. También había una escalera que tenía acceso al primer rellano, o más bien a dos corredores en la derecha, en la izquierda y enfrente con viviendas cada 3 metros. Aquí, en la parte frontal de este rellano, viví y crecí junto a mi familia. La casa aún tenía otra escalera con acceso al segundo y último rellano de viviendas, aunque encima de éstas estaba la azotea, donde se podía lavar la ropa. Había una miríada de lavaderos que al mismo tiempo se utilizaban como bañeras, a estos lavaderos les llamaban lebrillos. Todos los vecinos disponíamos de una sola habitación de 9 metros cuadrados aproximadamente. La nuestra disponía de una puerta y una ventana. Entrando por la puerta, a la izquierda había dos camas, una queda a la derecha y la otra a la izquierda; nada más entrar, había

2 una mesa y un pequeño mueble semejante a un chinero. Todo ello fabricado y pintado de marrón por mi padre, aunque no era carpintero. Sólo había un cuadro pequeño familiar junto al mueble y otro grande, entre las dos camas, con las imágenes de unos ángeles. Mi apreciada cama era la de la derecha, en ella dormíamos mi hermano y yo y en la de la izquierda dormía mi madre y mi hermana mayor aunque a veces dormía mi padre, y en esas ocasiones nuestra hermana dormía en los pies de nuestra cama. Más adelante comprenderá el lector, por qué mi padre, sólo dormía a veces en nuestra casa. Por lo general, la habitación la ocupábamos, en este orden, mis padres, mi hermana la mayor, yo, luego mi hermano y pasados unos años más llegó mi otra hermana, la más pequeña. Tenía 5 años cuando estaba mirando fijamente esa ventana, embelesado, posiblemente por el sol. Creo recordar que era un día de julio a las 10 de la mañana; perezoso en la mirada sólo fui capaz en esos momentos de no hacer nada, de fundirme con esa luz solar. Por supuesto que con esa edad yo no pretendía nada; pero hoy, que tengo una visión de la vida más amplia, entiendo las cosas de otra forma y lo que Manolito (así me llamaba entonces mi familia) podría hacer, o vivir en esos tiempos de su corta edad, era ni más ni menos, era lo propio y natural de cualquier niño de esa edad. Por lo tanto, todo cuanto escriba será única y exclusivamente la verdad, sincera y honesta, de esas emociones, sentimientos y experiencias. A pesar de que mis amigos de hoy me conocen como muy reflexivo, lo que Manolito pasó es todo natural, y posiblemente, todo

3 aquello dio paso a esa naturaleza mental del hombre de hoy. Atrapado por esa fuerte luz, sentí primero calor y al poco, una serenidad corporal ideal. Fue mi corazón el primero en hablar, y yo no podía hacer más que escuchar mis sentimientos que en ese instante eran de alegría y tristeza. Mi corazón me decía cosas para cuando yo creciera y la ventana proyectaba imágenes mías muchos años después. De repente sentí un golpe de almohada en mi cabeza, que me regaló mi hermano o mi hermana pero ni siquiera pude pestañear, dejé que ellos siguieran con sus juegos y yo continuaba con las conversaciones de mi corazón. No sé cuánto duró esa calma regeneradora, pero me sentía bien y familiarizado con lo que ocurría: si me notaba triste era por lo que tenía que vivir en los años venideros. No puedo ocultar que recuerdo cosas familiares, de antes de tener los cinco años, que también me producían tristeza, de los dos, tres y cuatro años tengo más recuerdos de broncas que de alegrías. Las imágenes que con cinco años estaba viendo me hicieron coger tal responsabilidad con esa edad, como si ya fuera un hombre maduro. Noté que el sol tomaba altura por su curso natural, dejando antes, mientras miraba fijamente, dos lágrimas en mis ojos, dos lágrimas que marcarían a partir de ese momento el diálogo y apertura con mi mejor amigo, mi corazón. No sé explicar cómo se podía ver a través de una ventana, con un grueso papel oscuro; más bien fueron los propios sentimientos proyectados, sin más. Me sentía protegido, pequeño y mayor, pero también sentía que

4 estaba trazada una parte de mi vida, de la que yo era consciente. Yo sabía que estaría a merced de la vida, como un velero que surca las olas contra el viento, pero que el capitán está seguro de su barco, y confía que en su momento arribará al puerto. No tengo dudas ni incertidumbres sobre todo cuanto he percibido, y consciente de ello observo que ya sólo queda en la ventana una luz tenue, como cualquier día de verano, y en mi interior queda todo archivado. Y es que al mismo tiempo que se marcha la luz del sol, se reduce considerablemente mi consciencia, quedando como la de un niño de cinco años con ganas de jugar. Consigo coger una almohada y les propino varios golpes a mis hermanos, riendo hasta no poder más. Momentos más tarde decidí salir a la calle y mi hermana quedó al cuidado de mi hermano. Mi madre estaba, como cada día, trabajando, limpiaba pacientemente una taberna grande, de rodillas en el suelo; cuando terminaba de allí continuaba en una casa que, graciosamente, llamaba la Señora, hasta que llegaba para la comida. Hasta que ella llegaba era una odisea, teníamos hambre y en casa nunca había nada; cuando llegaba siempre traía algo para comer, aunque aprendimos a no esperar nada en particular. Muchos días la comida quedaba comprendida en varios trozos de pan, casi duros o muy duros; incluso algunos trozos de estos panes quedaban en el cajón guardados, donde florecían, pero a los que laboriosamente y con paciencia, al día siguiente, íbamos quitando ese bonito color verde que al pan no le favorecía nada, y con buenos bocados y apetito dábamos fin al exquisito manjar con aspecto de reliquia.

5 Por supuesto que yo no tenía reloj, pero hasta que mi madre llegaba para la comida tenía una idea exacta, o un reloj interno, que me avisaba del tiempo; así pues, decido salir a jugar a la calle y de forma rutinaria abordo en ligeras zancadas el largo pasillo que me separa de la calle, pasando primero por el lavabo comunitario que hay al final del pasillo; bajo dos tramos de escalera y ya estoy en el portal. Así de frente, lo primero que veo es a uno de mis amigos que se me queda mirando juiciosamente, al menos eso me parecía. Decido mirarme yo, de arriba abajo, para ver qué pasaba, pero no veo nada anormal; llevaba sandalias de cuero, pantalón corto de cuadritos y una camisa blanca, que hacía juego con mi cara. Observo que el pantalón está un poco descosido, pero eso no podría ser nada extraordinario, y decido pasar de todo. Mi amigo me invitó con una sonrisa y me acerqué a él, que estaba jugando uno de los típicos juegos del verano, regar un trozo de tierra, poner uno o varios palos punta arriba y esperar que algunas libélulas se posaran en el palo; después, con mucho cuidado, cogerlas por la cola, y finalmente, podías poner un hilo atado a su cola y en el otro extremo del hilo algo no muy pesado, como una cinta de color o un papel dibujado, etc. Algunos insectos salían mal parados y podían quedar mutilados, o sin vida; a estos bichitos les llamábamos entonces zapateros rojos, amarillos o verdes Recuerdo que muy cerca de donde yo vivía había una granja donde tenían caballos percherones, ovejas y otras especies; a veces frecuentaba el lugar y me sentía muy bien con los animales, entre ellos había un asno grande, pesado y perezoso; parecía más bien prehistórico, posiblemente una mezcla entre yegua percherona y un

6 mulo, resultaba algo insólito... Por lo que pude ver, el dueño tenía a este noble animal como algo muy especial. A veces hablaba con él mientras comía distraídamente su pienso. Era tan perezoso que un día me pisó el pie derecho y estuve queriéndolo sacar por lo menos 20 minutos; le empujaba, le gritaba, pero no había forma. Suerte que por el suelo había hierba seca, estiércol y demás y por eso no me aplastó el pie. Finalmente, cuando le dio la gana, se movió y pude sacar el pie; después me llevé un tiempo sin hablarle, ni me acercaba. Como ayudaba en lo que podía al propietario, conseguía de vez en cuando un vaso de leche de vaca o de burra, otras veces fruta. Lo cierto es que incluso me gustaban y me gustan los olores de las cuadras, granjas y de las granjas. Fueron pasando varias semanas de ese verano, hasta llegar otro punto que marcó mi vida como Manolito. Fue una tarde, de septiembre, cuando encontré a un tío mío, hermano de mi madre, en el portal de mi casa riñéndola como un loco, y le decía que sino fuera por la barriga le daría una patá que la estrellaría contra la pared del San Juan. Yo miraba a mi madre porque no me había dado cuenta que se le notaba la barriga, que no era de comer precisamente, sino que estaba embarazada de mi hermana pequeña; yo seguía escuchando, triste, impotente y viendo cómo se defendía mi madre con esa fiera. Ella le decía que no podía hacerle de aval y él respondía que se fuera a la mierda, que no la necesitaba para nada, que se fuera con tos sus muertos; yo era cada vez más consciente de la flaqueza y la impotencia que me invadía, no podía hacer nada por mi madre, quizás por ser un niño pequeño o posiblemente por miedo. Siempre he creído que era miedo, al menos en esos tiempos, mis

7 pensamientos por dentro eran de rabia y oía en voz alta que mi tío era un cabrón y un hijo de puta; interiormente me sentía muy mal porque mi madre me producía mucha lástima y la fiera de su hermano me hacía sentirme a reventar. Yo quería defender a mi madre pero algo, no sé qué, me hacía ser mudo y estar bloqueado totalmente. Cuando hubo terminado aquella riña, se marchó ese animal con aspecto de hombre y dejó por fin a mi madre en paz, así mismo también se retiraron los espectadores que completaban el aforo del lugar, cosa que era fácil puesto que los espectáculos eran gratis. Subí con mi madre a nuestra casa y lo que vi es lo que menos quería ver: allí estaba mi padre que al parecer había llegado varias horas antes. Tal y como entró mi madre empezó la segunda batalla, no antes de beber un buen trago de agua: - Tú lo que eres es un maricón y un cobarde y un flojo. Ni defiendes la casa, ni traes dinero, ni trabajas; sólo vienes de cuando en cuando a comerte lo poquito que yo traigo para tus hijos. - Yo no me he dado de baja y estoy trabajando, ya verás como el sábado te traigo dinero - Vale más que sea cierto porque son muchas las veces que me has engañado, sinvergüenza! Yo seguía escuchando y mi rabia ahora estaba al completo; por una parte me sentía solo querido por mi madre, no teníamos nadie que nos defendiera, la comida era escasa, mi madre estaba embarazada, quizás de tres meses y como otras veces decidí aguantarme, con todo dentro de mí y prudentemente salí de nuevo a corretear por la calle.

8 Por supuesto que llegó el sábado, y no sólo no trajo dinero, sino que no apareció; era lo típico de mi padre; así pasaban los meses y los años. Nosotros aprendimos muy bien la resignación, al menos yo aprendí a comer lo que había y cuando lo había. Comprendí que las mejores comidas, que a veces hacíamos dentro de la variedad, eran patatas fritas con huevos; aprendí también que ayudando a algunas personas y haciéndoles algún trabajo podría conseguir trozos de pescado, pan, frutas etc. Así transcurrieron los días de mi vida, aprendiendo las cosas de cada día. En este mismo año, cerca de las navidades, venía mi abuela, la madre de mi madre, para quedarse con nosotros; nos fuimos acomodando lo mejor posible, sobre todo a la hora de dormir. Lo que debería de haber sido una ayuda, resultó ser un desastre, ya que a la abuela le gustaba un poco el anís y continuamente acababa en borracheras. Con su adicción a la bebida nos atacaba cada vez más, dejándonos como un trapo; sobre todo la tomó fuerte conmigo, ya que ella me veía el más responsable y me llamaba el abogado. A veces cuando yo llegaba me decía a regañadientes: Ya está aquí el abogado Llegó la Navidad, llegó mi cumpleaños y pasó el día 1 de enero que es mi santo; nunca estuve resentido porque no hubiera regalos para mí; de hecho no los había para ninguno, exceptuando el día de Reyes, que mi madre se esforzaba, sin poder, y no faltaba un año que no tuviéramos algo.

9 Bueno, lo cierto es que mi corazón me dice que no mienta y que lo cuente bien, tal como es. En realidad, todos teníamos el mejor regalo; nuestra madre que nos quería como a su vida, siempre estaba protegiéndonos y luchando por nosotros, contra viento y marea; yo me encontraba satisfecho sólo con el cariño de mi madre, aunque no hubiera nada más para mí ya era mucho; cuando ella me cogía la cara con sus manos y me decía no puedo regalarte nada hijo mío pero sí te regalo mi corazón, porque mientras yo esté no os faltará quien os quiera y os proteja