CÓMO MATAR A UN EQUIPO DE FÚTBOL SIN TOCARLO: El poder de los virus para cambiar la historia

Transcripción

1 CÓMO MATAR A UN EQUIPO DE FÚTBOL SIN TOCARLO: El poder de los virus para cambiar la historia En enero de 2014, los pasajeros del impresionante crucero del Royal Caribbean Explorer of the Seas vivieron la peor pesadilla de sus vidas. Lo que debía ser un magnífico y lujoso viaje de Año Nuevo se convirtió en una película de terror cuando 600 personas cayeron repentinamente enfermas como consecuencia del azote de un virus. Yo miraba las noticias de los telediarios y trataba entonces de imaginar la sensación de impotencia que debían sentir los viajeros, confinados en una nave en medio del océano, sabedores de que a su lado caían como moscas compañeros y familiares y de que la causa del mal era un microorganismo que se contagia por el aire, sin escapatoria. Así que decidí investigar un poco para aliviar la desazón. Qué otra cosa podría hacer desde la comodidad de mi despacho! Desde 1994 se han producido cerca de 200 brotes víricos graves en barcos. Los responsables de los cruceros están obligados a rellenar unos formularios en los que se informa del número de personas que han enfermado durante el viaje, sobre todo si se trata de infecciones gastrointestinales, e incluso si ese número es cero. Si el porcentaje de personas afectadas excede el 3 por ciento del pasaje, la enfermedad es contagiosa, y si el viaje ha durado más de 3 días, el caso se reporta internacionalmente. Por eso hoy podemos conocer exactamente cuántos casos como el del Explorer of the Seas han ocurrido. Más de 200 son muchos casos. De ellos, la inmensa mayoría (cerca del 95 por ciento) fueron provocados por un norovirus, una máquina creada por la naturaleza con un solo fin: contagiar. Vive en los pomos de las puertas, en los pasamanos de las escaleras o en superficies más blandas como las alfombras y las sábanas. En los últimos 20 años parece haber desarrollado una especial predilección por los barcos (donde produce más enfermedades que el E. coli y la salmonella juntos). Pero puede estar en cualquier lugar. De hecho, un norovirus es el responsable del 50 por ciento de los casos de gastroenteritis en el mundo desarrollado. Hay seis genogrupos conocidos, de los cuales tres afectan a los seres humanos y desarrollan hasta 25 genotipos distintos. El norovirus es extremadamente contagioso. Una persona que lo porta puede enviar en cada estornudo miles de millones de partículas que lo contienen. Y sólo hace falta que 18 de ellas entren en el organismo para contagiar a otra persona. Muchos de los contagios se producen por consumir alimentos regados con aguas que contenían restos del virus. En el caso del barco de lujo el contagio se producía de cientos de maneras más: apretar el botón de llamada del ascensor, pasar la mano por la barandilla de la escalera, jugar en

2 el suelo, comer en la misma mesa donde antes ha comido un enfermo, respirar el aire del lugar en el que otra persona, minutos antes, ha vomitado Una persona puede ser contagiosa incluso antes de padecer los primeros síntomas. Por qué son tan terriblemente eficaces estos «bichos»? La mayor parte de los virus viven encapsulados en una especie de bolsita de lípidos que les sirve para desplazarse por el mundo. Se llama envoltura vírica. Aunque, gracias a ella, el virus puede penetrar en las células que invade, esta cápsula tiene sus vulnerabilidades. En primer lugar, se seca en contacto con el ambiente exterior. Eso provoca que algunos virus (como el VIH que causa el sida) mueran casi inmediatamente después de salir del cuerpo. Nadie se contagia de sida por tocar un vaso que ha tocado un enfermo. Además, esta envoltura se destruye en contacto con desinfectantes basados en alcohol. Una buena limpieza de manos puede servir para acabar con ellos. Pero un norovirus no presenta estas debilidades. Su envoltura de proteínas puede resistir meses en el ambiente exterior y no se ve afectada por los jabones desinfectantes normales. Qué tío! Algunas empresas del sector de los cruceros tienen normas terriblemente exigentes para combatir los norovirus. Por ejemplo, después de cada viaje, limpian cada centímetro cuadrado de la nave con una solución al 5 por ciento de lejía. Pero es obvio que los hospitales, centros comerciales, colegios y oficinas no tienen tanto empeño habitualmente. Imagine la cantidad de norovirus que andarán pululando por ahí. Durante miles de millones de años, los virus han evolucionado buscando maneras cada vez más sofisticadas de infectar a sus víctimas. Su única obsesión es entrar en una célula, reproducirse dentro de ella, y salir en busca de otra. En ese proceso, muchos de ellos producen enfermedades a sus huéspedes, desde una simple gripe benigna a un mal potencialmente mortal como el sida. Contra ellos, nuestra especie combate con las mejores armas de su sistema inmunitario, bueno, con eso y, desde hace un par de siglos, con el cerebro de los científicos que han sido capaces de desarrollar vacunas para detenerlos. Los virólogos son esos Homo sapiens que se encargan de estudiar cómo funciona un virus y dónde están sus puntos débiles. Uno de ellos es Geoffrey Smith, de la Universidad de Cambridge. A Smith le gustan los virus porque dice que son «el mejor modelo para estudiar el sistema inmunitario humano». No le falta razón, los virus llevan haciendo eso miles de millones de años: estudian el sistema de defensas de sus víctimas, sus fortalezas y sus debilidades. Los humanos apenas hemos empezado a entender sus secretos.

3 El equipo de este patólogo ha centrado su trabajo en los vaccinia virus (o virus vacuna), los mismos que utilizó por primera vez Edward Jenner en 1796 para generar la primera vacuna de la historia (ahora sabemos de dónde viene ese nombre). Ese tipo de virus fue utilizado para acabar con la viruela en el mundo. Tiene 200 genes y la mitad de ellos se dedican a fabricar proteínas que bloquean el sistema inmunitario humano. Es como si nosotros utilizáramos la mitad de nuestros ADN para una sola función, por ejemplo, protegernos contra el frío. Está claro que el virus no sirve para mucho más que para contagiar. Y de esa habilidad podemos aprender. La vacuna de la viruela es el primer artificio humano que logra erradicar una enfermedad. Después de eso no se ha podido acabar con ningún otro mal por completo. Y lo hizo precisamente usando un virus como un caballo de Troya, un vaccinia virus que entra en el organismo y estimula nuestra capacidad de respuesta. Bien hecho! Pero junto a esta habilidad, la vacuna también acarrea otras muchas complicaciones y efectos secundarios. Si queremos extender la capacidad de vacunación para erradicar otros males (como la polio, por ejemplo, que seguramente será el próximo en caer en el olvido), debemos fabricar vacunas más seguras y más eficaces. El equipo de Smith trabaja desde la década de 1980 en la fabricación de virus genéticamente modificados. Aísla el ADN de uno de estos microorganismos y simplemente le cambia un gen. En su lugar pone un gen de otro ser vivo, un gen que produzca antígenos contra otros virus, bacterias o parásitos. El nuevo virus modificado entra en el cuerpo humano, lo coloniza con su gran capacidad de invasión, pero lo hace sin dañarle porque contra él ya estamos vacunados. En lugar de infectar, el virus expresa en nuestras células una proteína que nos defiende, por ejemplo, contra la polio o, en el futuro, contra el ébola. Así funciona la magia de la nueva vacunación. Pero lo que interesa a los científicos no es sólo poder inmunizar contra enfermedades. La curiosidad de los investigadores los ha llevado a preguntarse por los mecanismos íntimos del contagio. Cómo sabe el cuerpo que está siendo invadido por un virus? Qué señales recibe de las células para poder activar la respuesta de defensa? Porque conocer esos secretos podría ayudarnos a fabricar vacunas y medicamentos mucho más afinados. Para luchar contra un agente infeccioso, lo primero que hay que hacer es saber que está ahí. Existen sistemas en todas las células que detectan a los invasores y generan señales de alarma. Y uno de esos sistemas es una proteína, conocida como kinasa dependiente de ADN. Como si se tratara de un radar, esta proteína (comúnmente llamada con el diminutivo ADN-PK) es capaz de notar cuándo un ADN extraño está dentro del cuerpo. En ese instante desata una respuesta inflamatoria. Pero en la guerra los enemigos suelen ser listos. Y los virus han desarrollado a lo largo de milenios todo un sistema de contramedidas para evitar ser detectados. En concreto, algunos genes de su ADN están especializados en

4 fabricar proteínas que inhiben la acción de la ADN-PK. Son como los señuelos térmicos que lanzan los cazas para despistar a los sensores de un misil enemigo. Los virus no han desarrollado esta «inteligencia» por ciencia infusa. Más bien hemos sido nosotros los que les hemos enseñado, muy a nuestro pesar. Viviendo en lugares superpoblados, agrupándonos en grandes grupos y aumentando la densidad de población les hemos dotado de un nicho ecológico ideal para sobrevivir. Cuando el ser humano vivía en áreas con densidades de población muy reducidas, el virus que penetraba en una persona tenía serias dificultades para saltar a otra. Permanecía más tiempo dentro del cuerpo de un individuo y sucumbía a su sistema inmunitario. Pero en poblaciones muy densas, el virus encuentra fácil acomodo en uno y otro individuo y acumula más experiencia para sobrevivir. La viruela era una enfermedad rara hace miles de años. En el siglo XX superpoblado mató a 300 millones de personas. Con millones de años de evolución a sus espaldas, los virus actuales se lo están poniendo difícil a nuestras células. En 1999, un hombre enfermo vomitó en las cercanías de los baños de un auditorio en Gales. Al día siguiente un colegio realizó una visita cultural a la sala de conciertos. Trescientos alumnos acabaron hospitalizados con la misma enfermedad infecciosa que padecía el hombre que había vomitado. Los microorganismos que expulsó pasaron 24 horas agazapados en el suelo y el aire hasta encontrar nuevas víctimas. Un año antes, en Carolina del Norte (Estados Unidos), un equipo de fútbol americano contagió a casi todos los miembros de su oponente, que venía de Florida, durante un partido. Bastó el contacto con las camisetas de los enfermos para ser contagiado. En los dos casos, el causante fue un norovirus de nueva generación. Estos microorganismos son realmente persistentes. El virus del resfriado común suele dejar de ser contagioso una semana después de infectar a una persona. Pero algunos ensayos de laboratorio han demostrado que un norovirus puede seguir generando viriones (partículas infecciosas) durante al menos tres semanas. Además, los norovirus son «listos». Es decir, son capaces de replantear sus estrategias según el individuo al que atacan. La mayoría de los virus sienten predilección por un tipo determinado de azúcares en nuestras células que determinan nuestro grupo sanguíneo. Es decir, para ciertos virus unas personas somos más propensas que otras. Los norovirus pueden desarrollar un gusto por todos los azúcares, contagian a un rango de individuos mucho más amplio. La buena noticia es que estas máquinas de infectar no suelen ser letales. Pero, ojo, algún día un virus realmente peligroso desarrollará las mismas herramientas de ataque. Más nos vale que los virólogos sigan empeñados en estudiar a estos microseres.

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