La estructura y dinámica de la vida familiar

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1 Cambio familiar y solidaridad familiar en España * GERARDO MEIL LANDWERLIN ** INTRODUCCIÓN * Este trabajo ha sido financiado parcialmente por la Comunidad de Madrid, Proyecto 06/0030/1999, a quien el autor agradece el apoyo recibido. ** Profesor Titular de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid. La estructura y dinámica de la vida familiar en España no ha sido ajena a los profundos cambios que se han registrado en el pasado reciente en la sociedad española (del Campo y Navarro, 1985; del Campo, 1991; Iglesias de Ussel et al., 1994; Iglesias de Ussel, 1998; Alberdi, 1999; Meil, 1999a). Al igual que ha sucedido en el resto de países occidentales, el control social ejercido sobre los comportamientos familiares se ha alterado profundamente en las últimas décadas. Mientras que, por un lado, se ha reforzado el control social ejercido sobre las dinámicas de poder que se desarrollan en el seno de la vida familiar, anteponiendo los derechos individuales a los de la institución (singularmente los derechos de los miembros socialmente más débiles) y ello tanto en el plano legislativo como en el de las actitudes, por otro lado, se ha reducido el control social ejercido sobre múltiples dimensiones de la realidad familiar tradicionalmente sujetas a modelos normativos fuertemente arraigados. Esta modificación del control social ejercido sobre la vida familiar ha dado lugar a un espacio social de libertad individual en la conformación de los proyectos de vida y en las formas de concebir y organizar la vida en pareja y en familia. En otras palabras, los proyectos y formas de vida familiar se han privatizado y los modelos heredados de organización de la vida familiar han perdido en fuerza vinculante. Las formas de entrada, permanencia y salida de la vida familiar se han flexibilizado quedando las formas que adopte al arbitrio de la negociación y acuerdo entre los protagonistas individuales, o, más precisamente, no siendo legítima la reprobación social de las formas que se apartan de los modelos heredados del pasado. En este sentido, aunque la familia de origen forma parte del proceso de negociación entre los protagonistas, sus márgenes de actuación para condicionar la conformación de los proyectos y formas de vida de sus hijos se han visto fuertemente limitados, al haberse erosionado la legitimidad de su intervención. No sólo lo que piensen los vecinos se ha vuelto irrelevante a la hora de decidir en materia familiar, sino que lo que piensen los propios padres puede ser puesto igualmente entre paréntesis a la hora de afirmar las opciones individuales. Las consecuencias de este cambio son de profundo alcance y han afectado de forma muy diferente a las distintas dimensiones de la polifacética vida familiar (Meil, 1999a). Desde un punto de vista muy general, mientras en el 129

2 INFORMES Y ESTUDIOS plano de las actitudes y opiniones la cultura familiar española se ha modificado profundamente en dirección hacia una mayor libertad individual en la configuración de los modos de entrada, permanencia y salida de la vida familiar, esto es, hacia una mayor individualización, no puede afirmarse lo mismo en el plano de los comportamientos efectivos, donde los ritmos de cambio son muy diferentes según los aspectos de los que se trate. Así, mientras el control de la natalidad y la incorporación de la mujer al mercado de trabajo han conocido un fuerte desarrollo, otras dimensiones como la división del trabajo doméstico entre los cónyuges, la cohabitación o el divorcio han conocido ritmos de cambio mucho más moderados. No es este lugar para abordar ni siquiera a grandes rasgos las dimensiones y características de estos cambios. Nuestro interés en este trabajo, por el contrario, se centra en analizar cómo han afectado estos cambios a una de las dimensiones importantes de la realidad familiar como es la solidaridad y el apoyo mutuo que se prestan los miembros de una misma familia. A la hora de abordar esta cuestión nos encontramos con distintos problemas conceptuales, metodológicos y de disponibilidad de datos, como sucede siempre en toda investigación social. En este trabajo nos basaremos en los datos dispersos y fragmentarios que existen en distintas encuestas realizadas por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), el Centro de Investigación de la Realidad Social (CIRES) así como del Instituto Nacional de Estadística (INE) para tratar de dar cuenta de las características de la solidaridad familiar en España y cómo ésta se ve afectada por el proceso de cambio familiar. Dado que las fuentes que podemos manejar apenas contienen información sobre relaciones familiares que no sean entre generaciones sucesivas, nuestro análisis se verá limitado fundamentalmente a la solidaridad familiar entre las generaciones. Por los mismos motivos de insuficiencia de datos, nuestro análisis no podrá abordar tampoco todas las dimensiones relevantes del cambio familiar, habiéndose de prescindir así del análisis de las consecuencias derivadas de la emergercia de la cohabitación como forma alternativa de inicio de la biografía familiar o del divorcio como forma de su conclusión. A pesar de estas limitaciones, la imagen que se perfila de las consecuencias del proceso de privatización creciente de los proyectos de vida familiar sobre la solidaridad familiar lejos de sugerir un debilitamiento del apoyo mutuo entre las generaciones, evidencia la capacidad de adaptación de la vida familiar a las condiciones sociales cambiantes. A fin de ganar concreción y capacidad analítica distinguiremos distintas dimensiones de la solidaridad familiar. Basándonos en los trabajos de Bengston, Mangen y Landry (1988), Kellerhals et al. (1994) y Bawin-Legros et al. (1995) distinguiremos distintas dimensiones de la solidaridad familiar, a saber, por un lado, la solidaridad relacional o asociativa, también denominada en ocasiones inmaterial y que hace referencia al contacto entre los miembros de la red familiar, contactos que entre otras muchas funciones mantienen vivo el sentimiento de pertenencia a una unidad común; por otro lado, se distingue también la prestación de servicios de ayuda no remunerada, donaciones y ayuda en forma de bienes o dinero y que recibe distintos adjetivos (solidaridad funcional, material o intercambios familiares). Junto a estas dos dimensiones también consideraremos la convivencia en un mismo hogar como una forma de solidaridad, que adjetivaremos como residencial, pues aunque no ha sido considerada en la literatura comparada como tal, es de hecho una de las formas tradicionales de apoyo mutuo entre las generaciones, cumpliendo un papel de primer orden, como veremos, en el bienestar de los individuos. En primer término analizaremos las características y estructura de estas dimensiones de la solidaridad familiar, atendiendo también a los efectos de los cambios en el entorno social y económico en el que tienen que desenvolverse las familias, para en el último punto centrar nuestra atención más específicamente en los efectos del cambio 130

3 GERARDO MEIL LANDWERLIN familiar sobre las dimensiones de la solidaridad familiar anteriormente analizadas. ESTRUCTURA DE LA SOLIDARIDAD RESIDENCIAL Y DE LA SOLIDARIDAD RELACIONAL ENTRE LAS GENERACIONES Desde la década de los ochenta la edad de emancipación de los jóvenes de su familia de origen para constituir un hogar independiente ha ido elevándose cada vez más en el tiempo. Dada la escasa incidencia de la experiencia de la convivencia prematrimonial y de los hogares unipersonales, la edad al matrimonio constituye un indicador muy ajustado de la emancipación de los hijos y esta edad no ha hecho, como en el resto de países de la UE, más que aumentar de año en año, de forma que en 1997 la edad media al matrimonio de los varones españoles se situaba ya en los 30 años y en las mujeres en los 28. Detrás de esta postposición sistemática de la emancipación de la familia de origen y la constitución de un hogar independiente se encuentran tanto razones de orden económico, como razones de orden social y cultural. Entre las razones de orden económico hay que citar ante todo la elevada tasa de desempleo juvenil y la dualización del mercado de trabajo que ha ido registrándose a partir de mediados de la década de los setenta y que ha afectado, sobre todo, a los miembros que se han ido incorporando al mercado de trabajo, esto es, a los jóvenes y a las mujeres. Las aspiraciones a mantener al menos los niveles de consumo y el status social logrado por los padres, junto con las exigencias derivadas de una cultura juvenil centrada en elevados niveles de consumo de bienes y servicios de ocio, a la que se añade un modelo cultural donde la formación de un hogar independiente, y tanto más la constitución de una familia propia, pasa por el acceso a la propiedad de una vivienda plenamente equipada, en un contexto, por otra parte, donde el sistema de protección social de las rentas depende no tanto del estado de necesidad como de la carrera de aseguramiento que se ha podido formar, todos estos factores han contribuido decisivamente a hacer cada vez más difícil la formación de un hogar independiente y la necesidad de acumular durante más tiempo el capital necesario para poder emanciparse con arreglo a los modelos socialmente establecidos. En el contexto actual de una limitada movilidad geográfica, esta acumulación se ha hecho posible gracias a la prolongación de la permanencia en el hogar de los padres, facilitada por el profundo proceso de democratización de las relaciones intergeneracionales en el seno de la familia nuclear al reducir el control ejercido por los padres sobre el comportamiento de los hijos y evitar los consecuentes conflictos intergeneracionales. Así, no deja de resultar sorprendente que a pesar de esta prolongación de la permanencia en el hogar, y a la luz los cambios culturales arriba esbozados, las relaciones entre padres e hijos sean valoradas masivamente como positivas por éstos. En este sentido, el cambio familiar registrado en España en dirección hacia la privatización de los proyectos de vida familiar y la pluralización (limitada) de los modos de vida, lejos de minar una de las formas tradicionales de la solidaridad familiar, la ha reforzado en tiempos de crisis al redefinirla sobre unas nuevas bases. Los datos contenidos en la tabla 1 son claramente ilustrativos del alcance y la importancia de esta «solidaridad residencial» de los padres hacia sus hijos, evidenciando así la relevancia que tiene la familia española como mecanismo de estabilización social en un contexto marcado por una extendida frustración profesional derivada de la prolongación del período formativo y las elevadas tasas de desempleo, así como ilustra el papel decisivo que cumple como plataforma de colocación de sus miembros en la estructura social. Más de la mitad de los recién casados dispone de una vivienda en propiedad y del resto uno de cada cuatro disfruta de una vivienda cedida gratuitamente, que si bien la encuesta «Panel de 131

4 INFORMES Y ESTUDIOS TABLA 1. TITULARIDAD DE LA VIVIENDA DE LOS MATRIMONIOS EN FUNCIÓN DEL NÚMERO DE AÑOS DESDE EL INICIO DE LA UNIÓN 0-2 años 3-5 años 6 o más años Total En propiedad Alquilada Cedida Total (N) (163) (323) (4.796) (5.255) Fuente: INE, Panel de hogares, 1994, microdatos, submuestra cabezas de familia casados. hogares, 1994» no proporciona información sobre quién la ha cedido, es razonable suponer que mayormente procede de la familia. El equipamiento de las viviendas de los jóvenes matrimonios (menos de 6 años casados) con televisión en color (98 %), video (61 %), microondas (29 %), lavavajillas (17 %) y teléfono (86 %), así como la posesión de un vehículo propio (69 %) no difiere, por otro lado, en absoluto del equipamiento medio de los hogares de las personas casadas y, por tanto, como media del equipamiento del hogar de sus propios padres. Aunque hay lógicamente diferencias por clases sociales así como promoción social intergeneracional, estos datos ilustran que durante la prolongación de la permanencia en casa de los padres los hijos han podido no sólo consolidar su situación en el mercado de trabajo a fin de poder hacer frente a un elevado endeudamiento por la compra de la vivienda, sino acumular el capital necesario para equipar su vivienda con arreglo al nivel medio de vida. Probablemente, además, en una parte de estos nuevos propietarios haya habido también transferencias directas de dinero o préstamos sin interés, como se ha evidenciado en otros países, (para Francia véase Bonvalet et al., 1993), pero carecemos de suficientes datos para poder cualificar su alcance. El hecho, no obstante, de que la suficiencia de los ingresos para hacer frente a los pagos sea la misma que las dificultades que tienen el conjunto de los hogares (como media) para llegar a finales de mes (un 36 % llega con dificultad a finales de mes en ambos tipos de hogares) evidencia que el proceso de independización no se hace habitualmente bajo condiciones especialmente críticas, lo que demuestra aun más claramente la importancia de la capitalización financiera durante la prolongación de la permanencia de los jóvenes en el hogar de los padres. Aunque habitualmente se considera que las clases sociales más elevadas tienen un acceso más independiente a la vivienda, prestando los padres mayor atención a la formación educativa de sus hijos, mientras que entre las clases sociales peor situadas la importancia de la ayuda familiar en la adquisición de la vivienda es mayor, la desagregación de los datos en función del nivel educativo del cabeza de familia, aunque evidencia que entre quienes tienen un menor nivel educativo existe una mayor proporción que viven en una vivienda cedida a título gratuito, mientras que entre quienes tienen un mayor nivel educativo hay una mayor proporción de propietarios de sus viviendas, las diferencias no son muy marcadas (5 y 66 % respectivamente entre quienes tienen título universitario o similar y 18 y 53 % entre quienes tienen educación primaria o menos). La solidaridad familiar juega así, en cualesquiera de los casos, un papel muy importante en la formación del nuevo hogar y, por tanto, en 132

5 GERARDO MEIL LANDWERLIN el inicio de la biografía familiar de los hijos de acuerdo con los criterios socialmente establecidos. Una cuestión diferente, no obstante, es si los actores son conscientes o no de la importancia de la solidaridad familiar y los datos de los que disponemos no sugieren una conciencia de la importancia que ésta tiene. Así, la mitad de los entrevistados casados o emparejados consideraban en 1990 que la ayuda recibida de su familia era insuficiente (48 %) (Alberdi, Flaquer e Iglesias de Ussel, 1994). Pero el hecho de que los actores no sean plenamente conscientes de las características de sus relaciones familiares, a pesar de tener sus consecuencias en términos de la calidad de sus relaciones, no afecta, sin embargo, al funcionamiento real de la solidaridad familiar. La iniciación de la biografía familiar supone en la inmensa mayoría de los casos la formación de un hogar independiente al de los padres. Este nuevo hogar se encuentra mayormente en el mismo municipio que el de los padres, de forma que entre el 50 y el 60 % de los hijos que no viven con sus padres viven en el mismo municipio que éstos (variando según la edad y el sexo) a lo que hay que añadir alrededor de un 20 % que vive en otro municipio de la misma provincia (INE, 1994), pero estos datos subestiman la proximidad de las generaciones. Según otros estudios, sólo el 11 % de las personas mayores de 64 años con hijos no tienen ningún hijo que viva en el mismo municipio de residencia, siendo esta frecuencia más elevada en los municipios de menor tamaño (27 % si vive en un pueblo de o menos habitantes) que en las ciudades y habiendo incluso una elevada proporción de padres mayores que viven en el mismo municipio que todos sus hijos (44 %, siendo más frecuente en las grandes ciudades), lo que tiene su origen en el proceso de fuerte urbanización registrado sobre todo a partir de la industrialización de los sesenta (Meil, 2000). La distancia entre las generaciones dentro de un mismo municipio depende del tamaño del mismo, pero, en general, esta distancia no es percibida como elevada. Así, según una encuesta reciente a personas de 65 o más años, sólo un 10 % de los encuestados que tenían hijos viviendo en la misma localidad calificaban esta distancia de lejos o muy lejos, frente a un 66 % que consideraba que éstos vivían cerca o muy cerca y un 6 % que vivían en la vivienda contigua (CIS, 1999). Según un estudio realizado por el autor en el área metropolitana de Madrid, un 36 % de las familias con algún hijo menor de 13 años tenía al menos a uno de los padres a menos de 15 minutos de distancia y un 55 % a menos de media hora, lo que a juzgar por los datos precedentes ilustra más bien cierto distanciamiento de las generaciones que una elevada proximidad geográfica, que se explica por el hecho de que estos municipios se hayan formado por la inmigración registrada a partir de los sesenta. Más relevante resulta, por el contrario, el hecho de que las nuevas familias que se han ido formando, esto es, aquéllas cuyo hijo mayor tiene menos de 6 años, viven mucho más próximas a sus padres que las generaciones más mayores (47 y 66 % respectivamente fente a un 24 y 38 % de las que tienen un hijo mayor de 13 o más años), lo que evidencia que los procesos de urbanización, aunque afectan a la proximidad residencial de las generaciones, no se traducen en una ruptura de la tendencia a la concentración espacial de las generaciones. Más aún, aunque en este estudio se evidencia como en otros (Bonvalet et al., 1993; Kellerhals et al., 1994) que la proximidad geográfica de las generaciones es mayor entre las clases populares que entre las clases medias y medias-altas, los indicadores sobre el cambio familiar (ideología de rol, participación de la mujer en el mercado de trabajo o incluso grado de división del trabajo doméstico) no muestran una clara tendencia en dirección hacia un distanciamiento de las generaciones, por lo que el proceso de cambio familiar que está registrándose en España no parece afectar al principio de proximidad residencial de las generaciones. 133

6 INFORMES Y ESTUDIOS Esta proximidad geográfica sienta las bases para una elevada frecuencia de contactos entre las generaciones y con el resto de la red de parentesco. Se ha discutido (de Miguel, 1995:484) si el contacto con familiares es más frecuente que el que existe con amigos o viceversa, dependiendo el resultado en buena medida del tipo de indicadores utilizados para establecer las comparaciones. En cualquier caso, no obstante, la frecuencia de contacto con la red de parentesco se evidencia como muy elevada. Diversas encuestas realizadas por CIRES evidencian la elevada sensibilidad de las respuestas al tipo de preguntas formuladas, pero también la elevada frecuencia de contacto con los familiares con los que no se convive: alrededor de un 75 % de la población mayor de 30 años ve por lo menos una vez a la semana a estos familiares, según ponen de relieve distintas encuestas realizadas a mediados de los 90 (CIRES, 1995). Aunque este contacto es más intenso a lo largo de la línea vertical, se evidencia igualmente frecuente a lo largo de la línea horizontal. Así, según un reciente estudio del CIS (1999) a personas de 65 o más años, mientras un 95 % de los mayores que tenían hijos en la misma localidad los habían visto al menos varias veces al mes y un 91 % a sus nietos, algo más de la mitad (55 %) de los encuestados que tenían hermanos, primos u otros familiares tuvo relación personal varias veces al mes con alguno de los miembros de esta red familiar (véase tabla 2). Este contacto, por otra parte, se enmarca dentro de una red de sociabilidad más amplia que incluye también contactos frecuentes con amigos y vecinos y que tiene, sobre todo, una base relacional de tipo personal y directa, más que a través de contactos telefónicos, lo que evidencia una solidaridad relacional familiar de carácter comunitaria más que asociativa. La intensidad de estos contactos personales queda patente en el hecho de que el 85 % de estos mayores fue a visitar o pasó algún tiempo al menos una vez durante la semana anterior a la entrevista con alguna persona con la que no vive. La edad y el deterioro de la salud condicionan decisivamente la configuración de las redes primarias de integración social de los mayores, pues mientras el contacto con amigos y vecinos se reduce sustancialmente, la red de parentesco y, sobre todo, la que se encuentra espacialmente próxima, permanece inaltera- TABLA 2. FRECUENCIA DE CONTACTOS PERSONALES Y TELEFÓNICOS DE LOS MAYORES (65 AÑOS Y MÁS) CON DISTINTOS MIEMBROS DE SU RED SOCIAL. PORCENTAJE QUE SEÑALA QUE LOS VE O HABLA POR TELÉFONO AL MENOS VARIAS VECES AL MES RESPECTO AL TOTAL QUE INDICA TENER LA CITADA CATEGORÍA DE RELACIÓN Teléfono Personal Con hermanos, hermanas y otros familiares Con hijos que no viven en el mismo municipio Hijos que viven en el mismo muncipio y en otro hogar al del mayor Nietos Vecinos Amigos del Club Amigos que no son vecinos Fuente: CIS, Estudio 2279, La soledad de los mayores, microdatos, marzo de

7 GERARDO MEIL LANDWERLIN da (algo más de un 80 % de los mayores necesitados de ayuda para la realización de las tareas cotidianas veía con mucha o bastante frecuencia a nietos e hijos que vivían en la misma localidad frente a un 42 % de amigos) (CIS, 1993), evidenciando así la centralidad de las relaciones familiares en la evitación del aislamiento social en el ocaso de la vida. Aunque el tamaño objetivo de la red de parentesco puede influir en la densidad de la solidaridad relacional, lo cierto es que los datos de los que se dispone evidencian que el número de hijos no condiciona los indicadores sobre frecuencia de contactos con hijos y nietos o distintos indicadores de tono vital de la generación de los mayores (Meil, 2000), evidenciando así la existencia de dos círculos dentro de la red de parentesco, uno más íntimo y restringido con el que se mantienen contactos frecuentes y otro más amplio con el que se mantienen relaciones más esporádicas, tal como se ha puesto de relieve también en otros países (Kellerhals et al., 1995). El proceso de fuerte contracción de la familia que está conociendo la familia española no tiene así por qué traducirse en un debilitamiento de la red de sociabilidad familiar, como el proceso de urbanización tampoco se ha traducido en un debilitamiento de la solidaridad relacional, por más que el contacto sea algo menos frecuente en los grandes núcleos urbanos que en los municipios de menor tamaño. En este sentido, el análisis transversal de los datos disponibles, a falta de datos longitudinales, no permite respaldar la tesis de un eventual debilitamiento de la solidaridad relacional al hilo del proceso de cambio familiar en España. El envejecimiento y la muerte de uno de los padres vuelve a plantear la cuestión de la convivencia entre las generaciones. La edad y la viudedad como tales han dejado de ser causa necesaria del reagrupamiento de las generaciones, tanto para las mujeres, como incluso crecientemente también para los varones. Mientras viven ambos padres se mantiene el principio de separación residencial de las generaciones, la proporción de mayores en pareja que viven en casa de sus hijos es muy baja (menos de un 2 % de los mayores de 65 años en 1998) y suele corresponder mayormente a situaciones especiales de necesidad de cuidado de los mayores. La muerte de uno de los mayores no es en sí misma causa inmediata del acogimiento del mayor en casa de los hijos, ni para las mujeres, ni entre tanto tampoco para los hombres, aunque la proporción de viudos que viven solos es minoritaria (un 28 % de los varones y un 37 % de las mujeres mayores de 64 años en 1993 (CIS, 1993). La razón de ello está en la extensión de la «solidaridad residencial» de las generaciones, pero no sólo derivada de la norma de acogimiento de los mayores en el hogar de los hijos, sino porque en una apreciable proporción de hogares de los mayores enviudados todavía viven hijos solteros. De hecho viven casi tantos mayores de 64 años viudos con hijos en su casa (29 %, de los que algo más de la mitad tienen algún hijo soltero) como viudos viven en la de sus hijos (31 %). El número de hogares formados por personas mayores que viven solas está creciendo, si bien no de forma uniforme y aunque en los últimos años haya descendido su número, el hecho de que entre 1985 y 1995 la proporción de estos hogares haya crecido un 75 % denota una tendencia creciente, cuya inversión creemos se debe más a razones coyunturales que a una reforzamiento de las normas de «solidaridad residencial» (INE, 1997). En este sentido, puede afirmarse que el principio que rige la convivencia entre las generaciones es el de «intimidad a distancia» (Rosenmary, 1967), no exento, sin embargo, de ambivalencias derivadas de una generalizada aversión a las residencias de la tercera edad y un extendido rechazo a vivir solo. La necesidad de ayuda para la realización de las actividades cotidianas suele activar no sólo la ayuda personal, sino también la solidaridad residencial entre las generaciones al implicar generalmente el reagrupamiento de las generaciones, mayormente en casa de los 135

8 INFORMES Y ESTUDIOS TABLA 3. FORMAS DE CONVIVENCIA EN HOGARES PRIVADOS DE LOS MAYORES DE 65 AÑOS SEGÚN SU ESTATUS FAMILIAR Y SU CAPACIDAD PARA LA REALIZACIÓN DE LAS TAREAS COTIDIANAS Estatus familiar Forma de convivencia No necesita ayuda Tiene dificultades Necesita ayuda Casado y con hijos Con cónyuge y eventualmente hijos en su domicilio En casa de los hijos con cónyuge Otras formas Total Casado y sin hijos Con cónyuge Otras formas Total No casado* y con hijos Solo Con hijos en su casa En casa de los hijos Otras formas Total No casado* y sin hijos Solo Con familiares Otros Total * Soltero/a, viudo/a, separado/a y divorciado/a. Fuente: CIS, Estudio 2072, Apoyo informal a los mayores I, microdatos, noviembre hijos, siempre que el cónyuge haya muerto y normalmente cuando el vivir solo se vuelve muy difícil. En caso de que ambos cónyuges sigan vivos, lo normal es que un cónyuge cuide del otro, con o sin ayuda de otra persona, pero si las generaciones no conviven, la necesidad de ayuda no suele implicar el reagrupamiento de las generaciones. Cuando el mayor pasa a vivir en casa de uno de sus hijos suele ser habitualmente en casa de una de las hijas y sobre una base permanente, no de forma rotativa (84 % según CIS, 1993). La edad, el estado civil y la necesidad o no de ayuda para la realización de las actividades cotidianas son los principales factores que condicionan la solidaridad residencial de los hijos hacia los padres. Más allá de estos factores, la tenencia o no de hijas también condiciona esta forma de solidaridad familiar, dado el papel central que tienen las mujeres dentro de la red familiar, por lo que el vivir solo y cuando se necesita ayuda para la realización de una o más tareas cotidianas es más probable si no se tienen hijas. En este sentido el proceso de contracción de la familia derivado de la fuerte caída de la natalidad está cambiando las bases para este tipo de solidaridad en el futuro. Las diferencias campo-ciudad no son excesivamente marcadas, aunque en las grandes ciudades sí es observable una menor materialización de la solidaridad residencial con los mayores, probablemente por la mayor disposición de servicios sociales así como por una mayor presencia del principio de «intimidad a distancia», así como en los pueblos más pequeños debido a la emigración de los jóvenes hacia los núcleos urbanos. La clase social medida a través del nivel educativo, una vez controlados los demás factores, no condiciona la forma que adopta este tipo de solidaridad familiar, aunque sí el nivel de ingresos de los mayores, de forma que cuando éstos son más 136

9 GERARDO MEIL LANDWERLIN TABLA 4. MODELO DE REGRESIÓN LOGÍSTICA DE LOS FACTORES PREDICTIVOS DE QUE LOS MAYORES VIVAN SOLOS Y EN CASA DE SUS HIJOS Sexo del encuestado (base: mujer) Varón Edad Estado civil (base: no viudo) Viudo Autonomía (base: no necesita ayuda para tareas cotidianas) Necesita ayuda o tiene dificultades para realizarlas Sexo de los hijos (base: tiene hijas) Todos los hijos varones Tamaño del municipio de residencia (base: o más hab.) Municipio de o menos habitantes Bondad del ajuste: Aumento de chi-cuadrado Especificidad (% aciertos y=0) Sensitividad (% aciertos y=1) % total de aciertos Vive solo (1)/otras formas de onvivencia (0) Exp(b) 0,59* 0,97*** 47,0*** 0,5*** 2,2*** n.s. 523*** Vive en casa de los hijos (1)/otras formas de convivencia (0) Exp(b) n.s 1,08*** 5,30*** 2,17*** 0,58*** 1,30* 412*** Leyenda: Exp(b) es el estimador de la proporción de mayores que viven solos (viven en casa de los hijos) frente a las demás formas de convivencia. Valores mayores que 1 significan que esta proporción y, en consecuencia, la correspondiente probabilidad aumenta cuando cambia la base elegida de la variable independiente (cuando se es varón, viudo, con la edad, etc.), mientras que si es menor disminuye y no cambia si adopta el valor 1. Los asteriscos miden la probabilidad (* 5 %, ** 1 % y *** 0,1 %) de cometer un error al postular la relación cuando de hecho no existe, mientras que n.s. significa que esta probabilidad es demasiado elevada para considerar la relación estadísticamente significativa. Fuente: CIS, Estudio 2072, «Apoyo informal a los mayores» (población mayores 64 años) 1 Así, según el Panel de hogares, 1994 del INE, los ingresos medios anuales de las viudas mayores de 64 años que vivían solas era un 10 % superior al de las viudas que vivían en un hogar con todos los miembros emparentados ( frente a pts.) y entre los varones la diferencia era incluso mucho mayor, 23 % ( frente a pts.) (INE, 1994b) elevados hay una mayor proporción de mayores que viven solos, aunque manteniendo contactos frecuentes con su red de parentesco, mientras que si los ingresos son menores es más probable la convivencia de las generaciones 1. La ausencia de recursos económicos unida a la viudedad y la pérdida de capacidad funcional fuerzan la convivencia de las generaciones, sobre todo, entre las clases menos favorecidas. La carencia de hijos (no muy frecuente entre la actual generación de los mayores) implica una mayor probabilidad de vivir solo, aunque si es necesaria ayuda para la realización de las tareas cotidianas es más probable la convivencia con otros familiares que el vivir solo. Estos datos sugieren la fortaleza de los vínculos familiares más allá de la familia de creación, pero dado que los datos en los que nos basamos están recogidos únicamente entre mayores que viven en hogares privados, no incluyendo, por tanto, los que viven en instituciones, no puede deducirse que quienes no tienen hijos puedan contar con la solidaridad residencial de hermanos u otros familiares. Todas las relaciones estructurales que hemos analizado sugieren la existencia de una 137

10 INFORMES Y ESTUDIOS norma de «reciprocidad diferida» entre las generaciones en lo que se refiere a la solidaridad residencial: los hijos permanecen en casa hasta que pueden independizarse sin perder nivel de vida y posteriormente, una vez que uno de los padres ha quedado solo y no puede valerse por sí mismo es «compensado» (si tiene hijas) siendo cuidado en casa de uno de sus hijos (hijas). Esta «reciprocidad diferida» tiene su base en las normas de la solidaridad familiar, pero descansa, sobre todo, en la proximidad geográfica de las generaciones y en la frecuencia de contactos que ésta posibilita a lo largo de toda la vida. Esta norma de «reciprocidad diferida» observable en las pautas de convivencia de las generaciones parece, no obstante, estar sujeta a un profundo cambio, como veremos en el siguiente epígrafe al analizar el cuidado (no la convivencia) de los mayores. ESTRUCTURA DE LA SOLIDARIDAD MATERIAL ENTRE LAS GENERACIONES Dentro de la solidaridad material entre las generaciones se incluyen las ayudas que bien en forma de dinero, bienes o servicios personales contribuyen directamente al bienestar de los individuos y que pudiendo ser adquiridas en el mercado a cambio de dinero son, sin embargo, transferidas sin contrapartida monetaria directa entre los miembros de la red familiar. Comenzaremos nuestro análisis centrando la atención en la ayuda en forma de dinero. Más allá de la ayuda en el inicio de la biografía familiar, o eventualmente en caso de separación, las ayudas financieras entre las generaciones (distintas de las herencias) no están tan extendidas como otras formas de la solidaridad familiar, aunque tampoco es infrecuente la ayuda mutua entre las generaciones en casos de necesidad. Según el «Panel de hogares, 1994», una encuesta diseñada específicamente para analizar la estructura y fuentes de ingresos de los hogares privados, un 5,7 % de los hogares recibieron en 1993 transferencias de otros hogares privados, un 84 % de los cuales procedía de la red de parentesco mientras que un 11 % procedían del ex-cónyuge. Como también se evidencia en otros estudios comparados (Bawin-Legros et al., 1995; Attias-Donfut, 1995) al margen de las instituciones formales (bancos, etc.), la familia es el principal recurso que puede movilizarse cuando se necesita dinero, pues a las amistades solamente se recurre en circunstancias muy especiales y para importes pequeños. Dado que el importe medio de las ayudas recibidas es elevado (alrededor del 18 % de la media de ingresos de todos los hogares), la citada encuesta solamente recoge o importes muy elevados o transferencias regulares entre los hogares, pero no la multiplicidad de ayudas financieras mutuas que pueden circular dentro de la red de parentesco ni las ayudas entre las generaciones dentro de un mismo hogar, como tampoco los préstamos que en determinadas circunstancias puedan realizarse. Otras encuestas que no se centran tanto en la estructura de los ingresos de los hogares, sino que indagan sobre la conciencia de la existencia de ayudas monetarias entre las generaciones sugieren la existencia de una ayuda mutua mucho más extendida. Así, según la encuesta «apoyo informal a los mayores» (CIS, 1993), el 24 % de los mayores de 64 años con hijos declararon que les ayudaban financieramente y un 19 % reconoció recibir ayuda financiera, ya fuera de forma directa o complementando gastos. La frecuencia de estas ayudas depende en gran medida de las pautas de convivencia de las generaciones, de forma que si viven separadas son infrecuentes (un 12 % ayuda a sus hijos y un 9 % son ayudados por éstos), pero si conviven en un mismo hogar, particularmente si es en casa de los hijos, la ayuda financiera mutua está muy extendida. Esta ayuda no sólo se da en los casos de viudas mayores sin pensión suficiente, sino en todas las circunstancias y así un 41 % de los mayores que viven en casa de sus hijos entregan todos sus 138

11 GERARDO MEIL LANDWERLIN ingresos a éstos, mientras que un 44 % aporta a la economía familiar parte de los mismos. Por tanto, en el caso de convivencia de las generaciones, lo que se da habitualmente es una reciprocidad económica entre las mismas, lo que no excluye la autonomía financiera de la generación de los mayores, particularmente si la situación económica del hogar es holgada. Cuando las generaciones viven separadas, por el contrario, la ayuda financiera entre los miembros de la familia es no sólo más infrecuente, sino que deriva mayormente de la necesidad, por lo que no está basada en la norma de reciprocidad sino en la norma de ayuda mutua. Este es el caso, por ejemplo, de los jóvenes sin ingresos que viven en otro municipio, desempleados o sin ingresos suficientes y con niños que reciben ayuda de sus padres o de otros familiares, pero no mayormente en los casos de separación (según los datos recogidos en el Panel de hogares, 1994), en cuyo caso la pauta parece ser que si la mujer necesita ayuda financiera pasa a vivir nuevamente con sus padres (un tercio de las mujeres separadas y alrededor de un cuarto de las mujeres divorciadas vivían con sus padres, según esta fuente). TABLA 5. INTERCAMBIOS FINANCIEROS ENTRE LAS GENERACIONES SEGÚN EL TIPO DE CONVIVENCIA DE LOS MAYORES Con hijos en casa del mayor con Solo Cónyuge Cónyuge hijos en casa del hijo con Hijos Cónyuge Solo Familiares Total Sin hijos Ayuda financiera de los mayores a sus hijos o familiares Ayuda No ayuda Total Tamaño muestra Ayuda financiera de los hijos o familiares a los mayores Depende económicamente de ellos Complementan ingresos Complementan gastos No recibe ayuda N.c Total Tamaño muestra Estudio 2072, «Apoyo informal a los mayores» (población mayores 64 años). La ayuda de los padres hacia los hijos procede mayormente del padre, de acuerdo con una pauta observable también en otros estudios (Kellerhals et al., 1995), mientras que 139

12 INFORMES Y ESTUDIOS las madres suelen ayudar a sus hijos prestándoles servicios, el padre suele hacerlo con dinero. Esta pauta, sin embargo, solamente opera en caso de separación residencial de las generaciones, porque las mujeres mayores viviendo en casa de sus hijos ayudan también al menos en parte a la economía del hogar. Junto a la ayuda financiera, otra de las formas típicas que toma la «solidaridad material» es la ayuda en el cuidado y atención de los niños. A pesar de que esta ayuda está bastante extendida, como se verá a continuación, ello no significa que los hijos puedan contar automáticamente con los abuelos para resolver el problema de la conciliación de vida familiar y vida laboral. Las actitudes y opiniones en este sentido son en la actualidad bastante ambigüas y están a menudo acompañadas de sentimientos encontrados. Así, en nuestra encuesta «nuevas familias en nuevos municipios» la mayor parte de las madres de al menos un hijo menor de 13 años residente en la corona metropolitana de Madrid consideraba que «lo mejor es no tener que recurrir a la familia, pues tienen bastante con lo suyo» (sólo un 19 % se mostraba en desacuerdo con este enunciado) y una mayoría incluso citaba como motivo para no recurrir a la familia el evitar conflictos (54 %). Por otro lado, sin embargo, la mayor parte de las entrevistadas consideraba también que «los abuelos, en la medida de sus posibilidades, deberían echar una mano con el cuidado y atención de los niños, independientemente de si la mujer trabaja» (sólo un 28 % se mostraba en desacuerdo). Las mujeres con mayor nivel educativo tendían a mostrarse menos ambigüas y a favorecer la ayuda de los abuelos cuando ambos progenitores trabajan (esto es, en su propio caso), aunque, por otra parte, también tenían una opinión mucho más positiva de las escuelas infantiles, como recurso disponible para conciliar vida familiar y vida laboral cuando los niños son pequeños, que las mujeres con menor nivel educativo, que claramente preferían a los abuelos como potenciales cuidadores de los niños. En consecuencia, al menos en la España urbana, la implicación de los abuelos en el cuidado y atención de los niños no es considerado como algo «natural» en las relaciones familiares, si bien, y como lo ilustran las actitudes y opiniones de las mujeres con mayor nivel educativo, el cambio social que se está registrando en la actualidad no implica el rechazo de esta forma de solidaridad familiar cuando ambos padres trabajan. La implicación real de los abuelos en el cuidado de los niños está bastante extendida, gracias en buena medida a que las abuelas no tienen un trabajo extradoméstico, aunque tampoco se puede afirmar que sea la norma. Así, en nuestra encuesta a «nuevas familias en nuevos municipios» un 36 % de las madres con un trabajo extradoméstico y un 24 % de las amas de casa afirmaron recibir ayuda con mucha o bastante frecuencia de sus padres y un 14 y un 10 % respectivamente afirmaron recibirla con igual frecuencia de sus suegros. Otra encuesta basada en una muestra nacional de madres trabajadoras evidencia que la mitad (48 %) de las madres trabajadoras de hijos menores de 18 años era ayudada por su madre cuando vivía en el mismo municipio; un 17 % de estas mujeres afirmaron que no podrían trabajar si no fuera por la ayuda recibida y un 27 % adicional calificaba esta ayuda como muy importante (Tobío, 1998: 86 y ss.). La frecuencia de esta ayuda varía mucho según sea el trabajo de la madre, la edad de los hijos y la distancia a la que viven los familiares, especialmente la madre. Así, la ayuda recibida es mayor cuanto menor es la edad de los hijos y cuanto más próximas vivan las generaciones, siendo la ayuda máxima cuando viven en un mismo hogar o en el mismo edificio. Con diferente grado de intensidad y diferentes indicadores, estas pautas quedan claramente establecidas en las dos encuestas referidas. Así, en la encuesta dirigida por Tobío un tercio (37 %) de las madres trabajadoras menores de 30 años consideraban que podrían trabajar sin la ayuda recibida de la red familiar y otro tercio (32 %) calificaba la ayuda recibida como muy importante; sola- 140

13 GERARDO MEIL LANDWERLIN mente entre las madres mayores de 39 años se calificaba mayormente (64 %) como poco importante la ayuda recibida. La ayuda recibida fluye fundamentalmente a través de la línea madre-hija, siendo la ayuda de la madre al menos tres veces más frecuente que la ayuda de los suegros. Las ayudas procedentes de otros miembros de la red familiar no son infrecuentes, pero suelen darse sólo en casos puntuales o con mayor frecuencia cuando alguno de los hermanos viven todavía con los padres y ayudan a éstos en el cuidado de los nietos. Estas ayudas proceden fundamentalmente de las hermanas más que de los hermanos o cuñadas, lo que evidencia una vez más la importancia de la consanguinidad por vía femenina y de la red familiar como recurso cuando se necesita ayuda. En nuestra encuesta a «nuevas familias en nuevos municipios», sólo un tercio (36 %) de las mujeres encuestadas con hermanas declararon no haber recibido nunca ayuda de éstas, frente a la mitad que declararon no haber recibido nunca ayuda de hermanos o cuñadas (50 y 49 %, respectivamente). Por otra parte, la ayuda recibida de la red familiar funciona sin generar mayores problemas y para satisfacción de ambas partes, no generando, a juicio de la gran mayoría de las entrevistadas, conflictos, sobre todo cuando la ayuda recibida procede de familiares consanguíneos. No obstante, también es preciso llamar la atención sobre el 12 % de casos en la relación madre-hija y en el 24 % de casos en la relación nuera-suegra donde no se recibe ayuda o ésta se pide o se da con reticencias. TABLA 6. PAUTAS DE AYUDA EN EL CUIDADO DE LOS NIÑOS POR PARTE DE LOS ABUELOS QUE CUIDAN NIÑOS SEGÚN EL TIPO DE CONVIVENCIA Solo Cónyuge En casa del mayor con En casa del hijo con Total Cónyuge e hijos Hijos Cónyuge Solo Familiares Porcentaje que cuida niños* El cuidado de los niños es**: Diario, mientras padres trabajan Ocasional, cuando padres salen En vacaciones Cuando los niños están enfermos Llevan/buscan a diario del colegio A diario para darles de comer Tamaño submuestra * Porcentaje sobre mayores que tienen nietos y no necesitan ayuda para las actividades cotidianas. ** Respuesta múltiple: la diferencia de cada valor hasta es la proporción de los abuelos que ayudando en el cuidado de niños no lo hace en la opción correspondiente, por tanto, no es el porcentaje respecto al total de mayores de cada categoría de convivencia, sino respecto a la proporción que figura en la primera fila de la tabla. Estudio 2072, «Apoyo informal a los mayores» (población mayores 64 años) 141

14 INFORMES Y ESTUDIOS Visto desde el punto de vista de los abuelos y según los datos proporcionados por el «Panel de hogares, 1994», el 12 % de las mujeres de más de 50 años y el 5 % de los hombres de igual edad cuidaban de niños todos los días. Comparativamente con otros países de la UE, las abuelas españolas se encuentras entre las que en mayor medida se ocupan del cuidado y atención de niños, en mayor proporción incluso que las abuelas italianas y las griegas y a un nivel similar a las abuelas alemanas (Eurostat, 1996); los abuelos españoles, por el contrario, aunque no están ausentes, se encuentran entre los que en menor medida dedican tiempo al cuidado diario de niños pequeños. Dado que este cuidado supone mayormente una dedicación diaria durante 4 o más horas (alrededor de dos tercios de las mujeres mayores de 50 años que declaran cuidar niños) y que las madres españolas trabajan en menor proporción fuera del hogar que otras madres en la UE (Deven et al., 1998), estos datos sugieren un rol relativamente importante de los abuelos en el cuidado de niños sobre todo, es de suponer, en los casos en los que ambos progenitores trabajan. Esta ayuda se da fundamentalmente cuando los niños son pequeños y así la proporción de mujeres de 50 a 64 años que cuida de niños es el doble que la de mujeres de 65 a 74 (18 y 10 %, respectivamente) y desaparece casi entre las mujeres de 75 o más años (1,5 %), mientras que entre los abuelos permanece básicamente igual hasta los 75 años (alrededor del 5 %). El cuidado diario de niños sólo es una de las distintas posibilidades de ayuda en el cuidado y atención de las nuevas generaciones. Los datos que proporcionan otras encuestas (CIS, 1993), de hecho, sugieren que, al menos entre los mayores de 64 años, ésta no es la forma más habitual de ayuda, pues sólo un tercio de los abuelos de esta edad que ayudan en el cuidado de niños lo hacen diariamente, por lo que los datos del «Panel de hogares, 1994» subestima considerablemente la importancia de la solidaridad familiar en este aspecto. De acuerdo con la referida encuesta del CIS, una de cada cuatro (26 %) abuelas de más de 64 años y que no necesitan ayuda para la realización de las tareas cotidianas ayuda a sus hijos en el cuidado de los nietos, mientras que la proporción de abuelos es de uno de cada cinco (18 %). La forma más frecuente de ayuda es el cuidado y atención de los nietos cuando los padres quieren salir por la noche (66 %), mientras que otras formas de ayuda tales como el recogerles o llevarles al colegio, cuidar de ellos durante las vacaciones o cuando están enfermos es mucho menos frecuente o no se da. La ayuda de los abuelos en el cuidado y atención de los niños no está claramente condicionada por la clase social. Así, mientras la implicación diaria de los abuelos es más frecuente entre quienes tienen mayor nivel educativo, entre las abuelas, por el contrario, está más extendida entre las que tienen estudios medios que entre las que tienen pocos estudios o tienen estudios superiores. Las otras formas de ayuda menos intensas y más esporádicas también son más frecuentes entre quienes tienen mayor nivel de estudios que entre quienes tienen menor nivel, independientemente del sexo, aunque las diferencias no son muy marcadas. Esta mayor implicación de los abuelos de clase media que puede observarse en la encuesta del CIS también se constata en nuestra encuesta a «nuevas familias en nuevos municipios», pero no en la encuesta dirigida por Tobío a mujeres trabajadoras. Dada el limitado alcance de las diferencias, no obstante, no puede afirmarse que la ayuda en el cuidado de los niños sea más propio de alguna clase social. En conjunto, estos datos aunque sugieren una relativamente importante y extendida implicación de los abuelos en el cuidado y atención de sus nietos, no evidencian ni una delegación de los padres en los abuelos de las tareas de socialización de sus hijos, ni fundamentan la imagen de los abuelos como cuidadores de niños. Las familias jóvenes pueden contar con la ayuda de la red familiar, sobre 142

15 GERARDO MEIL LANDWERLIN todo cuando ambos padres trabajan, pero incluso en este caso son ellos quienes cuidan y educan sus hijos. El cambio familiar, por tanto, lejos de haber erosionado esta dimensión de la solidaridad familiar, parece haberla reforzado, al menos temporalmente. Otras formas de ayuda en la producción doméstica son mucho menos frecuentes que la ayuda en el cuidado de los niños, pero no inexistentes. Estas ayudas se centran fundamentalmente en las tareas domésticas y a veces en la compra diaria, pero dado que los datos de los que disponemos son escasos y se refieren a la conciencia de una ayuda más o menos continuada (sobre la base de las respuestas a preguntas del tipo «ayuda usted a sus hijos en...?), estos datos subestiman probablemente las ayudas recibidas ya sea en determinadas fases del ciclo familiar o en determinadas circunstancias especiales. Por otro lado, aunque estas ayudas en la producción doméstica no están ausentes cuando las generaciones viven separadas, se dan con mayor frecuencia cuando éstas viven en un mismo hogar, aunque la norma que rige la convivencia en estos casos no parece implicar necesariamente la colaboración activa de los mayores en dicha producción. El principal factor más allá del sexo que condiciona la existencia de estas ayudas es la edad y la capacidad funcional para realizarlas, por lo que la mayor parte de los mayores que viven en casa de sus hijos no ayudan en las tareas domésticas bien porque son demasiado mayores o porque no tienen autonomía funcional (Meil, 2000). Como en los demás servicios personales, la línea a través de la cual fluyen estas ayudas es la consanguidad por vía femenina, particularmente a través de la línea madre-hija, aunque tampoco está totalmente ausente entre hermanas. La ayuda de las hijas hacia los padres o hacia los suegros suele etiquetarse normalmente como cuidado de los ancianos y es a esta dimensión de la solidaridad familiar a la que dedicamos a continuación la atención. Al abordar la solidaridad residencial hemos señalado que una de las principales causas del reagrupamiento familiar es la necesidad de cuidado hacia los mayores, de forma que las personas mayores que necesitan cuidados tienden a no vivir solas, particularmente si tienen hijos, pero incluso también aunque no los tengan. La ayuda que reciben los mayores necesitados de ayuda para la realización de las actividades cotidianas procede en su inmensa mayoría de la red familiar, de forma que los que no reciben la ayuda principal de familiares y no viven en residencias sólo se eleva a uno de cada diez entre los que tienen hijos y a uno de cada tres entre quienes no los tienen. La red familiar es así el principal recurso con el que cuentan los mayores necesitados de ayuda, en parte debido a la insuficiencia de servicios sociales en este ámbito, pero sobre todo en virtud de las normas de la solidaridad familiar. Esta ayuda procede, en primer término, del cónyuge si éste vive y si no hay convivencia de las generaciones, particularmente si quien necesita la ayuda es el cónyuge varón, aunque también si quien necesita la ayuda es la mujer, si bien en este caso aparece con frecuencia también la hija como cuidadora principal y el marido como cuidador secundario. Si hay hijos en el hogar de los mayores necesitados de cuidado, entonces son las hijas quienes aparecen como cuidadoras, particularmente si quien necesita el cuidado es una mujer o si viven en casa de la hija. Si la persona necesitada de cuidado vive sola y tiene hijos, entonces es mayormente la hija también que tiende a cuidar del mayor. Así, el cuidado de mayores necesitados de ayuda es realizado mayormente por las mujeres y los hombres sólo aparecen como cuidadores en calidad de cónyuges o como ayuda de la esposa cuidadora. La línea a través de la cual se presta la ayuda es así primero entre los esposos y después, como en el caso del cuidado de niños y las ayudas doméstica, por consanguinidad femenina. La ayuda por parte de otros miembros de la red familiar que no sean los miembros del núcleo estrecho familiar es infrecuente cuando los mayores tienen hijos, pero no así cuando no tienen hijos, en cuyo caso aparecen con frecuencia 143

16 INFORMES Y ESTUDIOS como cuidadores otros familiares fuera del núcleo. El recurso a cuidados fuera del nucleo familiar, aunque se da en mayor medida en los núcleos urbanos grandes y entre las clases sociales más elevadas, no debe hacer perder de vista que en cualquier caso el cuidado de los mayores es asumido ante todo y sobre todo por los miembros de la red familiar, tal como puede observarse en la tabla adjunta. TABLA 7. LOS CUIDADORES PRINCIPALES DE LOS MAYORES NECESITADOS DE AYUDA SEGÚN TIPO DE CONVIVENCIA Y TENENCIA DE HIJOS (PRIMERA AYUDA) Solo Con cónyuge Con hijos en casa del mayor En casa de los hijos o familiares Total Con hijos Sin hijos Con hijos Sin hijos Con hijos Sin hijos Con hijos Sin hijos Con hijos Sin hijos Cónyuge Hija Hijo Nuera Yerno 1 Otros familiares Vecinos, portero Amigos/as Servicios sociales Empleado/a hogar Otros N.c Total Tamaño submuestra Estudio 2072, «Apoyo informal a los mayores» (población mayores 64 años). Ahora bien, aunque el cuidado de los mayores necesitados de ayuda es una «actividad familiar», ello no significa que todos los miembros estén igualmente implicados en la misma. De hecho, el alcance de la distribución del cuidado de los mayores entre los miembros de la red familiar es muy limitado, tendiéndose a concentrarse el cuidado en uno de los miembros, normalmente una hija si ya no existe cónyuge, como se ha indicado, quien a veces recibe ayuda de otros miembros de la red. Si quien presta la ayuda es el cónyuge, aunque 144

17 GERARDO MEIL LANDWERLIN sea hombre, normalmente lo hace sin ayuda de otra persona (alrededor del 63 % de los casos) y si recibe ayuda, ésta normalmente procede de una hija (aunque los hijos varones no están plenamente ausentes). Si es una hija quien presta la ayuda, solamente en uno de cada cuatro casos recibe ayuda de sus hermanos o hermanas y suele darse mayormente cuando no está casada. Sus hijos (esto es, los nietos) sólo en casos muy particulares contribuyen al cuidado de los mayores, siendo más frecuente que ayude el marido (esto es, el yerno) a que lo hagan los hijos, cualquiera que sea su sexo. Esta misma pauta se da también cuando es un hijo quien realiza el cuidado del mayor, que suele darse mayormente cuando éste es soltero (y suele seguir viviendo con los padres), en cuyo caso sí recibe ayuda de sus hermanas o hermanos, mientras que si está casado la ayuda procede fundamentalmente de su mujer (esto es, la nuera). TABLA 8. AYUDA RECIBIDA DE LA RED DE PARENTESCO PARA EL CUIDADO DE LOS MAYORES EN EL HOGAR DE SUS HIJOS SEGÚN SEXO Y RELACIÓN FAMILIAR CON LA PERSONA CUIDADA Cónyuge Hijos Varón Mujer Varón Mujer Yerno Nuera Otros No recibe ayuda Recibe ayuda: del cónyuge del hijo de la hija de hermanas de hermanos de familiares de su misma generación de familiares de generación posterior Otras respuestas Total Tamaño de la submuestra Fuente: CIS, Estudio 2117, «Apoyo informal a los mayores II» (población de 18 o más años que cuida a mayores), octubre Estas pautas evidencian, por tanto y por un lado, que el cuidado de los mayores se da casi exclusivamente entre las generaciones contiguas y los más próximos y, por otro, que quien asume el cuidado prefiere, en general, mantener preservada su esfera privada, no admitiendo «interferencias» de fuera del hogar, lo que puede interpretarse como otra ma- 145

18 INFORMES Y ESTUDIOS nifestación del principio de «intimidad a distancia» entre los miembros de la red familiar. De hecho, los miembros de la unidad familiar que no reciben ayuda de otros miembros de la red para el cuidado del mayor no tienden a interpretarlo en términos de «deserción» por parte de los demás miembros de la red. El cuidado de los mayores tiene lugar así dentro del círculo estrecho de la familia de creación y sólo si no hay hijos entran en consideración otros miembros de la red familiar. La ayuda profesional o no familiar es bastante infrecuente y suele darse, como se ha indicado, mayormente en los grandes núcleos urbanos y entre las clases sociales más elevadas (Meil, 2000). Las bases sobre las que se asienta el cuidado de los mayores no son de carácter religioso, sino que descansa en supuestos morales sobre las obligaciones familiares y, por tanto, en las representaciones morales sobre la solidaridad familiar, de forma que el fuerte proceso de secularización que ha conocido la sociedad española no ha alterado profundamente las representaciones sociales sobre las obligaciones familiares. Así, en una encuesta realizada por el CIS a personas que cuidan de mayores en 1993 (CIS, 1993), no supera el tercio de encuestados los que invocan razones de carácter religioso para la ayuda que prestan, mientras que casi todos señalan que lo hacen por obligación moral, esto es, sobre la base de las normas no cuestionadas de la solidaridad familiar. Las normas de la solidaridad familiar actualmente vigentes en la sociedad española señalan a la familia y particularmente a los hijos como responsables de los mayores cuando éstos ya no pueden valerse por sí mismos. Así, el 90 % de la población adulta considera que el cuidado de los mayores es sobre todo un problema de sus hijos (Alberdi, 1999; Meil, 2000). Parece, por tanto, como si el proceso de postmodernización que está conociendo la familia española no afectara a esta dimensión de la realidad familiar, pero hay claros signos de que las normas de solidaridad familiar también están cambiando, de suerte que las actitudes y opiniones acerca de cómo debería ayudarse a los mayores que no pueden valerse por sí mismos están llenas de ambigüedades y sentimientos encontrados. Así, un 86 % de los encuestados mayores de 18 años considera que no sólo es un problema de los hijos, sino que también implica al Estado y a la sociedad y una proporción similar considera que, si hubiera suficientes residencias de ancianos, el problema de los mayores que ya no pueden vivir solos quedaría resuelto. Pero, por otro lado, existe una aversión bastante generalizada hacia las residencias de ancianos y cuando se pregunta sobre quién debería proporcionar ayuda, cuando ya no se puedan realizar las actividades cotidianas sin ayuda, no llega a uno de cada cinco los encuestados que señalan recursos fuera del círculo familiar y aunque entre los más jóvenes, con mayor nivel educativo y entre las mujeres que trabajan esta proporción es ligeramente superior, no llega a superar uno de cada cuatro la proporción de quienes señalan a miembros fuera de la red familiar. Parece, por tanto, que esta dimensión de la cultura familiar está aislada del profundo cambio que está conociendo la realidad familiar española, pero además de las contradicciones y sentimientos encontrados que hemos apuntado, existen también otros indicadores que evidencian que la dimensión de la realidad familiar también está cambiando. Entre estos indicadores pueden citarse, por un lado, el rápido crecimiento del número de mayores que viven solos (un 75 % entre 1985 y 1995) así como el de plazas en residencias de ancianos (un 77 % entre 1988 y 1998, elevando la proporción de mayores institucionalizados en un 38 %; Defensor del Pueblo, 1999). Por otro lado, las expectitivas que tienen quienes actualmente cuidan de sus mayores también resultan bastante reveladoras de la percepción del cambio en las normas sobre cómo debe entenderse el apoyo entre las generaciones: así, sólo uno de cada diez cuidadores encuestados por el CIS imaginan que 146

19 GERARDO MEIL LANDWERLIN TABLA 9. SI USTED ALGÚN DÍA SE VIERA INCAPACITADO Y NECESITARA AYUDA PARA REALIZAR ACTIVIDADES DE LA VIDA COTIDIANA COMO LAS ANTERIORES (BAÑARSE, VESTIRSE, SALIR A LA CALLE, ETC.), QUIÉN DESEARÍA QUE SE LA PRESTARA PRINCIPALMENTE? (Población de 18 o más años) Hombre Mujer Hasta 44 años 45 a 64 años Más de 64 años Total Hasta 44 años 45 a 64 años Más de 64 años Total Cónyuge Hijos Hijas Hijos e hijas Otros familiares Vecinos/as Amigos/as Servicios sociales públicos Familia y serv. sociales N.c Total Tamaño submuestra (659) (327) (195) (1.181) (638) (366) (265) (1.269) Fuente: CIS, Estudio 2244, «barómetro», abril de 1997 (población de 18 o más años). cuando sean muy mayores y no puedan valerse por sí mismos vivirán con alguno de sus hijos, la mayoría se ven en su propia casa (50 %) o en una residencia (20 %) y también sólo uno de cada diez desearía vivir con uno de sus hijos si necesitara ayuda permanente (Colectivo IOE, 1997; Meil, 2000). Esto es, el cuidado en la vejez por parte de los hijos o hijas ha dejado de darse por sentado. El propio discurso sobre las políticas sociales a favor de los mayores apuntan todos en dirección hacia un desarrollo de los servicios sociales en este ámbito para facilitar la autonomía de los mayores y facilitar el cuidado por los miembros de la red familiar. CAMBIO FAMILIAR Y SOLIDARIDAD FAMILIAR La vida familiar está conociendo, como hemos indicado, un profundo cambio caracterizado por la creciente privatización de los proyectos de vida en pareja y en familia, lo que ha tenido como consecuencia un profundo cambio en el tipo de control social ejercido sobre esta dimensión de la vida y una mayor libertad que en el pasado en las formas de entrada, permanencia y salida de la vida familiar. A pesar de que las representaciones sobre cómo debe organizarse la vida familiar han conocido un profundo cambio en la mis- 147

20 INFORMES Y ESTUDIOS ma dirección que en otros países industrializados, ello no ha comportado un proceso de desinstitucionalización de la vida familiar y una pluralización de las formas de entrada, permanencia y salida en la vida familiar como el de otros países industriales de Occidente, si bien las tendencias apuntan en la misma dirección. En cierta medida esta discrepancia puede interpretarse como un retraso temporal similar al que tuvo lugar con la caída de la fecundidad (que se registró una década más tarde que en otros países desarrollados), teniendo sus orígenes fundamentalmente en razones económicas (elevadas tasas de desempleo y precariedad laboral) así como en condiciones institucionales (tales como los requisitos establecidos para acceder a las prestaciones sociales o la escasez de servicios sociales). Pero detrás de estas profundas diferencias en el alcance del cambio en los comportamientos familiares se encuentra también una concepción más cohesiva de las relaciones familiares que difícilmente hará que la pluralización de las formas de vida en pareja y familia sea tan acentuada como en otros países europeos. La forma en la que las diferentes dimensiones del cambio familiar están afectando a la solidaridad familiar es bastante ilustrativo en este sentido. La solidaridad familiar tiene en España, como en otros países del sur de Europa, pero no así del centro y norte de Europa, una de sus manifestaciones más importantes en lo que hemos denominado «solidaridad residencial». En el contexto de la profunda crisis de empleo registrada durante las dos últimas décadas, en un momento en el que las cohortes demográficas del denominado baby-boom así como un creciente número de mujeres entraban en el mercado de trabajo al tiempo que el número de empleos se reducía, las familias han sabido adaptarse al profundo cambio cultural registrado en las últimas décadas evitando con ello un conflicto generacional generalizado y posibilitando la permanencia de los hijos en el hogar de los padres hasta la constitución de su propio hogar durante un período de tiempo cada vez más prolongado. La relajación del control de los padres sobre el comportamiento de sus hijos y su apoyo económico ha permitido a los hijos mantener elevados nivel de consumo al tiempo que les facilitaba las condiciones necesarias para estabilizar su posición en el mercado de trabajo, así como para poder establecer su propio hogar en las condiciones socialmente establecidas en la actualidad (vivienda preferiblemente en propiedad y equipada por lo menos con las mismas comodidades que la de sus padres) y sin que conlleve una reducción en sus niveles de consumo. Compensando los efectos de la profunda crisis de empleo y la precariedad creciente de los nuevos empleos ocupados por los jóvenes (y mujeres), en el contexto de un sistema de bienestar social que protege casi exclusivamente a quienes acreditan prolongadas carreras de aseguramiento, la solidaridad familiar ha actuado como un poderoso instrumento de estabilización social y como una instititución de protección social a gran escala o, como gusta subrayar a Julio Iglesias de Ussel (1998), como el mayor Ministerio de Asuntos Sociales de España. Más allá de estas funciones de pacificación social y de acumulación (ya sea de capital o al menos de capacidad financiera para asumir créditos bancarios con los que formar un nuevo hogar), similar a la que se atribuye al Estado de bienestar, también se dan ayudas directas para la constitución de un hogar independiente de los hijos, aunque los escasos datos disponibles sugieren que esta ayuda es percibida más bien como insufiente, probablemente porque las nuevas generaciones esperaban más o quizá «demasiado». El cambio familiar, por tanto, lejos de erosionar la solidaridad familiar la ha reforzado contribuyendo decisivamente a la estabilidad social y, en consecuencia, a facilitar el propio cambio social y la adaptación económica a la nueva división del trabajo internacional. Otro aspecto de la solidaridad residencial se refiere a las formas de convivencia de los mayores. A diferencia de lo que ha sucedido 148

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