1 EL COMERCIO INTERIOR: LA ARTICULACIÓN DEL MERCADO CON EL FFCC

Transcripción

1 4 LA DIFUSIÓN DE LA INDUSTRIA La diversificación en cuanto a sectores y a zonas de la industria española no llegó hasta el último cuarto del XIX, y sobre todo a principios del XX. A finales del XIX las industrias modernas sólo representaban la excepción frente a las actividades artesanales tradicionales: industrias alimentarias como la harinera, del aceite, vino, conservera; también el sector del zapato o el cerámico, pero sin modernizar. La tradicional artesanía textil de la lana o la seda entró en crisis al no poder competir con los productos catalanes, franceses o británicos. Se crearon algunas industrias de maquinaria, como la Maquinista Terrestre y Marítima de Barcelona o la Portilla-White de Sevilla. Pero su escasa productividad no podía competir con las empresas extranjeras por lo que la mayor parte de maquinaria usada en España era de origen extranjero. A fines del XIX cambió la situación: - El FFCC articuló el mercado y abarató el coste del transporte. - Llegaron capitales repatriados de Cuba. La aparición de una banca moderna a finales del XIX y principios del XX facilitó el desarrollo industrial (Banco de Bilbao, Banco de Vizcaya, Banca Urquijo, Banco Hispanoamericano, etc.) - El proteccionismo y la explotación de los trabajadores permitieron un desarrollo industrial que pudo salvar la crisis finisecular y la provocada por la Guerra de Cuba, aunque con grandes dificultades. - El uso de la electricidad y el petróleo permitieron salvar el obstáculo de la carencia de fuentes de energía. Se pudo mecanizar la industria (la electricidad en la industria se extendió entre 1914 y 1930) y reducir los costes de producción, lo que aumentó la demanda. En 1901 se fundó Hidroeléctrica Ibérica (Iberduero), en 1907 Hidroeléctrica Española, y en 1911 la Barcelona Traction (La Canadiense). A principios del XX aparecieron nuevos sectores, junto al textil y el siderúrgico: Algunas industrias del sector químico, como la empresa barcelonesa Cros o Unión Española de Explosivos. Cuando apareció el automóvil, una empresa española inició su producción ya en 1904: La Hispano-Suiza. El profundo nacionalismo económico de las medidas implantadas por Maura en 1907 para estimular a la industria nacional (el estado debía hacer sus pedidos a industrias nacionales, y sólo si aquí no se fabricaba algo, se pedía al exterior, además del proteccionismo tradicional), tuvo un éxito relativo. La I GM ayudó al desarrollo industrial al poder exportar productos a los países contendientes, cuyos esfuerzos se centraban en la guerra. Pero al finalizar la guerra se inició una crisis muy profunda, con graves consecuencias políticas y sociales hasta Entre 1923 y 1930, la coyuntura internacional favorable y la pacificación social facilitaron que durante la Dictadura de Primo de Rivera se volviera al crecimiento industrial. Junto a los núcleos tradicionales, la industria se difundió por otras zonas como Madrid, y a partir de 1920 Valencia. Las causas hay que buscarlas en la capitalidad de la primera, y el crecimiento demográfico y por tanto de la demanda (también ayudada por un aumento relativo en la renta) y la oferta de mano de obra en ambos casos. El primer 1/3 del XX fue el de la modernización económica y social de España. No obstante, los desequilibrios eran muy profundos: la mayor parte del país (Andalucía, Castilla, La Mancha, Galicia, Extremadura, Aragón, las islas) seguían sin industrializarse, dependiendo de una agricultura subdesarrollada, y con unos excedentes de población que sólo la emigración al mundo urbano y a América pudieron solucionar en parte. C EL COMERCIO 1 EL COMERCIO INTERIOR: LA ARTICULACIÓN DEL MERCADO CON EL FFCC Una de las causas del retraso económico español es la falta de un mercado interior articulado por la carencia de una red de transportes adecuada (sólo KM de caminos hacia 1850), circunstancia agravada por la difícil orografía y la imposibilidad de construir una red de canales artificiales por la falta de grandes ríos navegables. Esta circunstancia no solo aleja al productor de los consumidores, sino que además encarece el precio final del producto, por lo que una población con escaso nivel adquisitivo no puede acceder a los productos industriales.

2 La solución a este problema llegó con la construcción de la red de FFCC. La primera línea ferroviaria peninsular (no de España, puesto que en Cuba es anterior) fue la de Mataró- Barcelona en 1848 (28 km). Pero el gran impulso constructor vino en el Bienio Progresista con su Ley General de Ferrocarriles, que fijaba los mecanismos a usar por las empresas constructoras y daba ayudas económicas. Entre 1855 y 1865 se construyeron más de KM de tendido ferroviario, pero la crisis financiera y de algunas compañías ferroviarias de 1866 paralizó el tendido del FFCC hasta la Restauración. A principios del XX, España contaba con un tendido de unos KM. La construcción del FFCC español dependió de las subvenciones estatales y sobre todo de la tecnología e inversión de capital extranjeros, sobre todo de Francia y GB. La maquinaria entraba en el país sin restricciones ni aranceles aduaneros, por lo que no fue un revulsivo para la industria nacional (aunque de todos modos ésta no podía satisfacer la demanda de maquinaria. Otro problema fue la creación de una red radial por motivos políticos (centralismo, comunicar Madrid con la periferia) que desatendió el crecimiento económico de las regiones periféricas al no comunicarlas entre ellas (mercancías valencianas tenían que pasar por Madrid para ir a Andalucía, etc.). A pesar de ello, el FFCC tuvo efectos positivos para la economía española. Articuló el mercado y permitió el tránsito de mercancías y personas a menor coste, lo que fue un aliciente para la industria, y facilitó la expansión de los productos de exportación (vino, aceite). 2 EL COMERCIO EXTERIOR La pérdida de las colonias americanas fue un duro golpe para el comercio exterior, siendo sustituidas progresivamente por GB y Francia. A lo largo del XIX, especialmente de su segunda mitad, aumentó el comercio exterior, sobre todo de las exportaciones de productos (no tanto de las importaciones por la escasa capacidad adquisitiva de la población y por los elevados aranceles aduaneros). Los principales productos exportados revelan el atraso de la economía española: productos agrarios como el vino. el aceite, o las naranjas y materias primas minerales (cobre, plomo, hierro, etc.). Las importaciones eran de productos manufacturados, tejidos de algodón y carbón. Era el típico comercio de país subdesarrollado. La política comercial fue uno de los grandes debates entre partidarios del proteccionismo y del librecambismo. Los cerealistas castellanos y los industriales catalanes, asturianos y vascos reclamaron medidas proteccionistas. El proteccionismo protegía a los productos españoles de la competencia exterior al gravar las importaciones con aranceles aduaneros, y al mismo tiempo garantizaba el mercado interno para los productores nacionales, que podían obtener grandes beneficios ya que de este modo los precios eran más altos. Los librecambistas objetaban que impedían la modernización y tecnificación de la industria española y que la eliminación de dichos aranceles estimularía la competitividad, bajaría los precios y haría aumentar la productividad de la economía española. Durante casi todo el XIX y XX la política imperante fue la proteccionista (aranceles de 1891, , 1922), a excepción de la ley librecambista de 1869 que no sobrevivió al Sexenio. El proteccionismo hizo que nuestra economía no se modernizara, ya que los empresarios igual obtenían beneficios sin invertir en tecnología, al tener el mercado interior garantizado, lo que tenía como contrapartida el que nuestros productos no tuvieran salida al exterior por poco competitivos. Nuestra economía se aisló de la del resto del mundo, y se perjudicó a los escasos sectores que dependían de la exportación. Las empresas españolas se acostumbraron a tener el mercado garantizado, establecieron pactos para repartírselo, para fijar pecios altos, a eliminar la competencia entre ellas. Pero tampoco se puede responsabilizar en exclusiva al proteccionismo del atraso económico hispano. Hay otros muchos factores: Inestabilidad política, malas políticas económicas, fiscales, etc., falta de capacidad adquisitiva de la población, pésimos transportes, subdesarrollo agrario, etc. Además, un cierto grado de proteccionismo, por lo menos al principio, era imprescindible para que la competencia exterior no ahogara el nacimiento de la industria española.

3 I. LA SOCIEDAD. EL NACIMIENTO DEL MOVIMIENTO OBRERO A EL CRECIMIENTO DEMOGRÁFICO Y URBANO La población española creció durante el XIX, aunque menos que otros países europeos. Ese aumento demográfico es más importante a partir de 1870, cuando se llega a la Transición Demográfica. Durante el primer tercio del XX se aceleró dicho crecimiento. 1797: 11-11,5 millones de habitantes. 1857: 15,5. (primer censo) 1900: 18, : 23,7. La explicación de este crecimiento está en el mantenimiento de una elevada natalidad (en el XIX, del 34 al 38, en 1930 del 28,6 ). Sin embargo el crecimiento inferior al del resto de Europa (entre el 0,6 y 1 1 % anual), sobre todo en la primera mitad de siglo se debe a una elevada tasa de mortalidad (en el XIX del 28 al 32, en 1930 del 17,9 ). A finales del XIX, y sobre todo ya en el XX, se nota un fuerte descenso de la mortalidad, especialmente de la mortalidad infantil. La causa fue el aumento de la producción agraria, la mejor dieta alimenticia y las mejores condiciones higiénicas, lo que permitió un aumento en la esperanza de vida. Frenos al crecimiento: Ya en el XX, se nota un lento pero progresivo descenso en la natalidad debido a una cierta planificación de la descendencia, sobre todo en el mundo urbano. Otro freno fue el intenso flujo migratorio hacia América Latina, especialmente en el periodo (3 mill.). Las zonas con mayor salida de emigrantes al exterior fueron: Galicia, la cornisa cantábrica, y Canarias. También las provincias andaluzas y del sudeste peninsular tenían una fuerte emigración pero en dirección al centro y norte de la península (Alicante al N. de África). La distribución espacial de esta población siguió las mismas pautas que desde el S. XVIII: una progresiva concentración en las zonas de la periferia, en detrimento de las zonas interiores, a excepción de Madrid. Este proceso se debió especialmente a la migración de las zonas rurales a las urbanas, localizadas especialmente en las costas. La escasez de tierra cultivada por persona y los bajos salarios rurales explican este éxodo rural. El crecimiento demográfico se vio acompañado, pues, de un crecimiento en la población urbana., sobre todo en el S. XX. En 1900 sólo el 9 % de la población vivía en núcleos de más de habitantes, y el 32 % en núcleos de más de habitantes. En 1930 Madrid y Barcelona superaban el millón de habitantes y Bilbao, Valencia, Sevilla, Málaga y Zaragoza casi habían doblado su población. Este crecimiento urbano afectó también a ciudades medias industriales como Badalona, Sabadell, Tarrasa, Cartagena, Baracaldo, Mieres, etc. El proceso de urbanización de la población no debe exagerarse: más de la mitad de la población española siguió siendo rural hasta los anos 60 s. La estructura socio-profesional de la población también cambiaba, pero muy lentamente, siguiendo la agricultura como primer sector hasta la segunda mitad del XX. Sector primario sector secundario sector terciario ,2 12,8 21,9 (clero) ,7 17,3 19, ,8 17,4 17, ,5 26,5 28

4 Como puede comprobarse el inicio del cambio no llegó hasta el S. XX, cuando los sectores secundario y terciario crecieron en detrimento del primario, al mismo ritmo que aumentaba la población urbana. También mejoró la tasa de alfabetización, pero siempre a niveles muy inferiores al resto de Europa: en 1850 sólo el 25 % de la población sabía leer y escribir; en 1900 el índice de alfabetización era del 44 %; y en 1930 del 69 %. El primer 1/3 del XX fue el de la modernización económica y social de España. B LA SOCIEDAD 1 LAS NUEVAS CLASES DIRIGENTES: NOBLEZA Y ALTA BURGUESÍA La alta nobleza, élite terrateniente, salió bien parada de la revolución burguesa: perdió las rentas de origen jurisdiccional pero vio cómo sus señoríos territoriales se transformaban en propiedad privada y cómo podía disponer libremente de los bienes vinculados al mayorazgo. Mantuvo buena parte de su influencia social y política, a través de su control del Senado, aristocrático, de su presencia en las camarillas que rodeaban a Isabel II, y de su permanencia en la oficialidad del ejército. La nobleza española no vio la necesidad de aburguesarse y su alianza con la burguesía se limitó a aceptar la revolución e intentar adaptarse lo mejor posible a ella, pero se realizaron pocas alianzas matrimoniales, y la nobleza no se dedicó en masa a negocios propios de la burguesía. Sin embargo, a finales del XIX había perdido parte de su preeminencia económica por seguir dependiendo de la agricultura en un momento en que ésta cada vez aportaba menos a la renta nacional, ante el empuje de industria y comercio. La baja nobleza, en cambio, sí sufrió un deterioro económico y social al perder sus privilegios, sobre todo la exención de impuestos, y el cobro de rentas. Al final, acabó fundida con los propietarios rurales de tipo medio. La alta burguesía estaba compuesta fundamentalmente por grandes propietarios agrarios y en menor medida por burguesía de negocios (finanzas, comercio, industria). Si bien el régimen liberal estaba dominado por la burguesía terrateniente castellana, y legislaba en su favor, los grandes beneficiados de la revolución fueron algunos burgueses que supieron hacer grandes negocios con las desamortizaciones, las compras de títulos de Deuda Pública, las inversiones en FFCC, la especulación en Bolsa. Estos nuevos ricos asociaron el prestigio social a la posesión de tierras y compraron grandes latifundios gracias a la reforma agraria burguesa (desamortización, etc.), por lo que acabaron fundiéndose con la burguesía terrateniente tradicional (o adquiriendo títulos nobiliarios). Esta alta burguesía procedía de casi toda la península, especialmente del norte, pero el centro de sus negocios se encontraba en Madrid, cerca de la Corte y la capital política y administrativa, por lo que la podemos considerar también como burguesía centralista. En la periferia nació una burguesía industrial y comercial en Cataluña y País Vasco, con intereses diferentes a los de la burguesía castellana, que en la 1ª mitad del XIX sólo se preocupó de obtener de la capital los aranceles proteccionistas para sus productos, y no se preocupó por una estructura del Estado que dejaba a la periferia fuera de las decisiones de poder, hasta finales del S. XIX (empieza a expresar sus reivindicaciones a través de partidos nacionalistas). De este modo, la burguesía agraria castellana (y sus variantes como la valenciana) creó un modelo capitalista agrario y centralista en detrimento del capitalismo industrial y periférico. Estos grupos sociales son los que crean los nuevos valores de esta sociedad, y los que marcan las pautas y modas del nuevo estilo de vida. Si los nuevos ricos tenían el poder y la riqueza, la nobleza tenía el prestigio social, por lo que la alta burguesía no dudó en imitar el estilo de vida de la nobleza, o en intentar ennoblecer su familia, bien a través de matrimonios de interés, bien a través de la compra de títulos nobiliarios.

5 El modelo del burgués hispano era el del rentista agrario, no el del industrial o comerciante emprendedor y creador de riqueza. La ostentación de riqueza era generalizada: grandes mansiones (a finales de siglo en estilo Modernista), carruajes, vestidos, fiestas, etc. Impusieron nuevos modos de ocio: Ópera, Zarzuela, conciertos, a fines de siglo se popularizaron los cabarets y cafés, mientras las corridas de toros siguieron siendo la gran fiesta nacional popular. La Iglesia, a pesar de haber perdido su patrimonio, de disminuir en número de integrantes y de la existencia de sectores anticlericales cada vez más numerosos, siguió teniendo una gran influencia social, sobre todo en la Restauración. La mujer, debido a los valores burgueses y a la tradición católica y conservadora, tuvo un papel de ama de casa. Su formación se limitaba a mantener una conversación, llevar el hogar, criar a los hijos, y mantener una estricta moralidad (que los maridos olvidaban). Por supuesto, en las clases bajas, tenían que trabajar igual que sus maridos e hijos. 2 LAS CLASES MEDIAS Las clases medias fueron escasas en España (5 % de la población), con poco poder económico e influencia social y política. Estaban formadas por propietarios rurales de tipo medio, comerciantes, pequeños fabricantes, profesionales liberales o funcionarios bien situados. Su expansión fue asociada al crecimiento urbano, de la administración y los servicios, por lo que, como hemos visto, no fue hasta el primer 1/3 del S. XX que este sector creció significativamente. Por tanto la sociedad española estaba muy polarizada, entre unas élites muy poderosas, y la gran mayoría de la población, tanto rural como urbana, que vivía en la miseria. Esto explica los frecuentes estallidos de violencia social. 3 LAS CLASES BAJAS Todos aquellos que con las revoluciones burguesas pasaron a ser un grupo social desfavorecido: grupos sociales en declive y en proceso de proletarización como los antiguos artesanos; pequeños campesinos, pequeños arrendatarios y jornaleros, servicio doméstico, trabajadores urbanos, bajos funcionarios, el nuevo proletariado industrial, y una gran masa de marginados; todos ellos caracterizados por no ser propietarios o tener pequeñas propiedades que apenas servían para la subsistencia. a- Artesanos y trabajadores urbanos Los gremios desaparecieron pero los pequeños artesanos pervivieron durante la mayor parte del XIX puesto que la industria seguía siendo mínima. Hacia 1860 aún quedaban casi artesanos: zapateros, carpinteros, herreros, sastres, etc., y más de aprendices u oficiales que trabajaban para ellos. Éste es un grupo social en crisis, ante la competencia de los productos realizados por la industria, e irá cayendo en la proletarización al perder sus negocios y convertirse en mano de obra asalariada. En las ciudades había toda una serie de trabajos de baja cualificación, considerados por los burgueses como los más bajos en la escala social: empleados municipales (limpieza, alumbrado, serenos, transportes, etc.), pequeños tenderos, vendedores ambulantes, dependientes de negocios, bancos, bajos funcionarios (sobre todo los cesantes que perdían su empleo si ganaba las elecciones el partido de la oposición, que inmediatamente colocaba a sus propios funcionarios), y sobre todo el servicio doméstico (más de en 1860), costureras, lavanderas, etc. Estos trabajos, desempeñados en muchas ocasiones por mujeres, tenían largas jornadas de trabajo y salarios muy bajos. b- El campesinado La situación del campesinado era muy variada, pero en general precaria. La reforma agraria burguesa no varió en esencia la estructura de la propiedad, polarizada entre pequeños campesinos y arrendatarios y unos cuantos grandes propietarios.

6 En Castilla, La Mancha, Extremadura y Andalucía la tierra estaba en manos de grandes propietarios, pero era cultivada por jornaleros o pequeños arrendatarios. En Cataluña, Valencia o la cornisa cantábrica predominaban los medianos y pequeños propietarios. Los pequeños propietarios y los arrendatarios vivían en condiciones lamentables, teniendo que completar sus ingresos en muchas ocasiones realizando trabajos asalariados. Los jornaleros, sin tierras, estaban siempre a merced de la oferta de trabajo, con salarios muy bajos debido a la excesiva oferta de mano de obra, y siempre sometidos: Los grandes propietarios seguían realizando prácticas clientelares (caciquismo). Además, ahora ya no podían aprovechar las tierras, pastos o bosques comunales, parte importante de su supervivencia en el pasado. Los jornaleros eran más abundantes en el sur peninsular, pero existían en todo el país. Con las transformaciones agrarias (pérdida de tierras de muchos pequeños campesinos o arrendatarios) y el crecimiento demográfico, su número aumentó. Sufrían largos periodos de desempleo (temporeros). Mujeres y niños tenían que trabajar también para completar un salario, por lo que la oferta de mano de obra era tan amplia que sus salarios siempre se mantenían muy bajos. A finales del XIX los pequeños propietarios, arrendatarios y jornaleros sumaban 5,5 millones (casi 1/3 de la población). La mayoría de los campesinos no tenían tierras suficientes para sobrevivir mientras la propiedad recaía sobre burgueses absentistas y rentistas, por lo que a finales de siglo se extendieron las ideas anarquistas y revolucionarias ( la tierra para el que la trabaja, etc.). c- El nacimiento del proletariado El proletariado no era muy abundante a mediados del XIX (unos , de los que 2/3 estaban en Cataluña), pero fue creciendo a finales de siglo, y sobre todo a principios del XX, llegando a superar el millón. El origen de la clase obrera se encuentra en el proceso de industrialización. La industria tiene unas relaciones socio-laborales muy diferentes a las del antiguo mundo gremial. Las fábricas utilizan como mano de obra a los proletarios, que venden su fuerza de trabajo a cambio de un salario, que como cualquier otra mercancía fluctúa con el mercado si no se interviene desde el Estado. Y en el XIX no existían esas reglamentaciones pues la ideología liberal va contra cualquier intervención del Estado en el mercado. En estas condiciones, se aceptaba el trabajo de hombres, mujeres, niños. Dada la abundancia de mano de obra disponible (crecimiento demográfico, éxodo rural a las ciudades) los salarios eran muy bajos (más para las mujeres y los niños) y las jornadas laborales interminables (12-14 horas diarias, en algunos casos hasta 16. Sólo a fines de siglo se fueron recortando hacia las horas). Las condiciones laborales eran deplorables: ambientes malsanos, húmedos y cálidos al mismo tiempo, sin ventilación, trabajando al ritmo que marcaban las máquinas, sin tiempo para descansar, etc., lo que explica la mala salud de los obreros, que aún enfermos seguían trabajando, pues de lo contrario no cobraban, y todo ello acompañado de frecuentes malos tratos del empresario o capataz. No había seguros de desempleo, ni de salud, ni de maternidad. Si no se trabajaba no se cobraba. Con ese salario había que sobrevivir, pagar la vivienda de alquiler, comprar comida, vestido, medicinas, etc. Las condiciones de vida eran horrendas: viviendas malsanas con alquileres altos en barrios marginales, sin servicios, ni luz o agua corriente, sin canalización de las aguas residuales. Los barrios obreros eran un estupendo caldo de cultivo para todas las enfermedades infecciosas como la tuberculosis (tisis) o el cólera, que se cebaban en una población subalimentada y agotada físicamente. La esperanza de vida entre los proletarios era muy baja (20 años a mediados de siglo). Y por debajo aún se situaban los marginados: desempleados temporales, mendigos, vagabundos (casi un 10 % de la población) que vivían de empleos temporales o marginales (aguadores, deshollinadores, sustancieros ), alternados con la mendicidad, la picaresca o la pequeña delincuencia, y la dependencia de instituciones benéficas como centros asistenciales de caridad, asilos, inclusas, hospicios, comedores de pobres, albergues, etc., municipales o de la Iglesia.