JESÚS Y LA CANANEA. Vicente Páez Muñoz de Morales

Transcripción

1 JESÚS Y LA CANANEA Vicente Páez Muñoz de Morales

2 JESÚS Y LA CANANEA 1 Texto evangélico 2 Comentario 3 Silencio desconcertante de Jesús 4 Prueba mística del amor 1 Texto evangélico Jesús se marchó de allí y se retiró al país de Tiro y Sidón. Y hubo una mujer cananea de aquella región que salió y se puso a gritarle: - Señor, Hijo de David, ten compasión de mí. Mi hija tiene un demonio muy malo. Él no le contestó palabra. Entonces los discípulos se le acercaron a rogarle: - Atiéndela, que viene detrás gritando. Él les replicó: - Me han enviado sólo para las ovejas descarriadas de Israel. Ella los alcanzó y se puso a suplicarle: - Socórreme, Señor! Jesús le contestó: - No está bien quitarle el pan a los hijos para echárselo a los perrillos. Pero ella repuso: Cierto, Señor; pero también los perrillos se comen las migajas que caen de las mesas de los amos. Jesús le dijo: Qué grande es tu fe, mujer! Que se cumpla lo que deseas. En aquel momento quedó curada su hija (Mt 15,21-28; Mc 7, 24-30).

3 2 Comentario El milagro de la Cananea, narrado por San Mateo y San Marcos con pequeñas diferencias en algunos detalles, es considerado por los racionalistas como el relato de un comportamiento humano ineducado y duro de Jesús con una pobre mujer que le pedía un favor. Así parece de una simple lectura o estudio de este episodio, juzgado sin fe en sentido literal. Pero el Evangelio no es un simple libro histórico sometido a la crítica racional, sino la Historia de la salvación inspirada por el Espíritu Santo, que debe ser interpretada por el magisterio auténtico y perenne de la Iglesia, meditada y leída a la luz de la fe. Por consiguiente, el pasaje de la Cananea tiene un sentido místico pretendido por Jesús, que es la eficacia de la fe en la oración para conseguir de Dios gracias materiales, humanas comunes, incluso milagrosas, si se piden con fe, confianza, humildad y perseverancia, y están de acuerdo con la voluntad de Dios. No sabemos cómo la Cananea, mujer pagana, gentil, de raza siro-fenicia, tuvo noticia de que Jesús se encontraba en una casa, como nos dice San Marcos, huyendo de la popularidad, cerca de la frontera de Israel. La fama de Jesús, como profeta de Nazaret y taumaturgo, traspasó las fronteras de Israel hasta tal punto que encontrándose Jesús rozando los límites de su país, una mujer se enteró donde estaba, pues cuando uno quiere conseguir con interés una cosa, revuelve Roma con Santiago hasta conseguirla. Y

4 localizándole, se puso a gritarle con mucha fe en su presencia: - Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. El modo de pedir la Cananea a gritos un milagro parece exaltado en su forma externa, pero justificado por tres razones: porque sería su manera temperamental de ser, pues hay personas que sin darse cuenta hablan siempre con tono muy alto que parece que gritan; porque la angustia que padecía por el mal de la posesión diabólica de su hija le tenía puestos los nervios de punta; o porque a ella le parecía que pidiendo la curación de su hija insistentemente y a voces, Jesús le iba a escuchar antes y mejor. La petición de esta buena mujer encierra un profundo sentido humano y teológico. Humano porque el mal de una hija es un mal personalizado en la madre, pues la hija es una prolongación del propio ser de la madre. Sufría tanto por la posesión diabólica de su hija que hizo propio su mal: Señor, Hijo de David, ten compasión de mí. Mi hija tiene un demonio muy malo. Es un modo de orar muy teológico hacer propios los males de los demás y pedir al Señor la solución de ellos, como si fueran personales. Porque en virtud de la comunión de los santos, los bienes y males de unos son también bienes y males para todos los hombres que somos miembros del Cuerpo Místico de Cristo; y, por consiguiente, todo el bien o el mal que uno hace repercute en bien o mal de todos los hombres. Por

5 esta razón, no debemos pecar sólo para no ofender a Dios, liberarnos de un pecado y del posible castigo, sino también para no hacer daño a los demás; y debemos hacer todo el bien posible no sólo para enriquecernos nosotros, sino también para enriquecer a los demás con nuestros bienes. Qué oración más teológica es pedir al Señor misericordia para ti, pidiendo también misericordia para todos los hombres! Por eso, cuando pides al Señor misericordia para ti, pides también, sin decirlo, misericordia para todos los hombres, sobre todo para quienes les pasa lo mismo que a ti o cosas peores. 3 Silencio desconcertante de Jesús A pesar de que la Cananea pidió a gritos a los pies de Jesús el milagro de la curación de su hija, es desconcertante observar que Jesús no le hizo caso, como nos refiere el Evangelio: Él no le respondió nada. Después de esta escena en una casa, debió salir Jesús de ella y se marchó con sus discípulos a otra parte. Y la mujer, a pesar de que no le hizo caso, lo siguió detrás. Cómo se explica esta actitud de Jesús? Y cómo se explica el comportamiento perseverante de esta mujer que insiste en su petición, que había recibido de Jesús la callada por respuesta? Ese silencio extraño sorprendió tanto a sus discípulos que se acercaron a decirle: Atiéndela, que viene detrás gritando. Probablemente sus discípulos abogaron en favor de ella para evitar el escándalo que esta

6 mujer venía armando detrás de ellos, con el fin de quitársela de encima. Es un estilo muy humano de proceder, que utilizamos también nosotros: socorrer al que nos molesta con su petición, para quitarnos el mochuelo de encima, valga la frase. Jesús, que todavía no había dicho ni una sola palabra, a la súplica de sus discípulos respondió con unas palabras de difícil explicación humana: Me han enviado sólo para las ovejas descarriadas de Israel. Sabemos por el Evangelio que Jesús fue enviado por el Padre para salvar no solamente a las ovejas de Israel, sino a las de todo el mundo, como lo dijo poco antes de ascender a los Cielos al confiar su misma misión a sus discípulos: "Id y predicad el Evangelio a todo el mundo..." (Mt 28,19-20). Este mandato lo entendieron bien sus discípulos, porque después de la Ascensión de Jesús, empezaron a predicar la buena noticia por todo el mundo. A pesar de esta dura respuesta, la mujer aceleró el paso y los alcanzó, dice el Evangelio, y se postró ante Jesús; y de rodillas le pidió con mayor fe y fuerza: - Socórreme, Señor! La Cananea entonces expuso el argumento de la enfermedad de su hija, como un problema puramente personal: Socórreme, Señor. Y fue verdad porque era también suyo. Y Jesús, increíblemente, le respondió, aparentemente, con mayor dureza aún: - No está bien quitarle el pan a los hijos para echárselo a los perrillos.

7 Y la Cananea, en lugar de enfadarse, como hubiera sido lo más normal del mundo, aumentó más su fe en Jesús. Reconoce que ella no tenía derecho jurídico a recibir ningún favor de Jesús, porque no era judía, y que el pan del favor era para los hijos, los judíos, y no para ella, que era forastera. Y con profunda humildad le respondió: - Cierto, Señor; pero también los perrillos se comen las migajas que caen de las mesas de los amos. Qué humildad tan profunda! Se consideraba ante Jesús como una perrita que espera comer las migajas que caen de la mesa de los amos. Cualquier persona que no tenga mucha fe ante estas palabras se hubiera sentido gravemente insultada y ofendida. Pero ella no, porque el amor a Cristo, consecuencia de fa fe, todo lo entiende, todo lo excusa, todo lo comprende, todo lo perdona, todo lo olvida (1 Co 13,4-7). Jesús, como Dios, que conocía profundamente el interior de esta mujer, estaba tratando con táctica psicológica y espiritual a quien tenía excepcional fe y lo amaba, y, por tanto, todo lo que dijera o hiciera estaba bien dicho o hecho. Esto sucede, a veces, en el trato humano con personas que tratan con crueldad y egoísmo a las personas enamoradas, actitud de pecado considerable. Jesús, admirado, le respondió: - Qué grande es tu fe, mujer! Que se cumpla lo que deseas. En aquel momento quedó curada su hija.

8 El diálogo de Jesús con la Cananea no fue una simple conversación de un hombre con una mujer, en cuyo caso cabría la crítica de la dureza en sus palabras y comportamiento; y se explicaría que la mujer se sintiera ofendida por no ser escuchada y fuera tratada con desaire, cosa que suele suceder entre los hombres. Fue un trato espiritual de Jesús con una mujer de profunda fe que todo lo comprendía, pues sabía que Dios actúa con sabiduría y bondad con sus hijos, los hombres, siempre y en todas las cosas; y todo lo que sucede, guste o no guste, se acepta como expresión de amor. La Cananea tenía seguridad de que Jesús le iba a conceder la curación de su hija endemoniada; y, por tanto, todo lo que Jesús le decía, que para los extraños resultaba desconcertante, como mínimo, para ella era motivo de más fe y más amor. 4 Prueba mística del amor El amor a Cristo es tan poderoso que por Él se sufre todo: el desprecio, la injuria, la calumnia, los malos tratos, el odio, la venganza, la incomprensión de los hermanos, la persecución, la enfermedad, el hambre, la desnudez, la escasez, y hasta el martirio. San Pablo, enamorado de Cristo dijo: Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?; la aflicción?, la angustia?, la persecución?, el hambre?, la desnudez?, el peligro?, la espada?... Porque estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna, podrá apartarnos

9 del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro (Rm 8,35-36, 38-39). Por mucho mal que se quiera hacer al santo, no se consigue, no se consigue otra cosa que hacerse mal a sí mismo, pues todo el mal físico no sólo es un bien sino el mejor de todos los bienes. Y todo lo que se le hace al santo es gracia. El verdadero amor a Cristo no es el premio que de Él se espera ni el castigo que de Él se teme, es Él mismo, Dios, en quien se cree y a quien se ama. Así lo dice preciosamente y con riguroso sentido teológico y místico los siguientes versos del soneto, compuesto sin duda por un místico que conocía perfectamente y en toda su amplitud el amor a Cristo: No me mueve mi Dios para quererte el Cielo que me tienes prometido; ni me mueve el infierno tan temido para dejar por eso de ofenderte.. No me tienes que dar porque te quiera; pues, aunque lo que espero no esperara, lo mismo que te quiero te quisiera.

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