El mozo que odia hablar

Transcripción

1 II El mozo que odia hablar Canals. El bar de mi viejo. Un Toro con soda. Hablo con un manco perdedor de la vida del pueblo. Es la hora que sale el colectivo para la ciudad. Un vecino de la casa de mi abuela se prepara para viajar. Hacía tiempo que no lo veía. Pide un café. Cuenta que viaja a la ciudad a buscar un medicamento para su mujer. Se lo brinda el Estado. Es una enfermedad en los huesos. Cuestan cuarenta mil dólares el tratamiento. Se va caminando. Antes nos despidió con un disfruten la noche. Luego cae el mozo con un vino pagado por él. Gente distinta en un pueblo mediocre. Derrotado por el paso del tiempo. Parte de un país que se jacta de estar octavo en un ranking de optimismo. Él caminaba erguido con mirada de desagrado hacia el reloj. Sabía a donde ir. Más que nosotros. Se va otro año. Un conjunto de meses pesados y empalagosos. Días que torturaron rutinas de sol. Tengo treinta y dos años. Parece que tuviera mil. Pesa mi existencia. Mi viejo dice para morirse primero hay que estar vivo. Me mira para saber qué que pienso de la genialidad que acaba de decir. Yo asiento con mueca de aprobación mientras muerdo un pedazo de milanesa. Respirar solo es vivir? El siempre se definió acarreador. Yo siempre lo conocí de mozo. Todas las noches salía. Al otro día arrancaba temprano a trabajar con el camión de Vialidad Nacional. Lo veía dormir extensas siestas. Desplazado en una cama grande. Gozando de descansar de una vida agotadora. Quizás la que él había elegido. Más de veinte años acercándose a mesas a preguntar que deseaban servirse. Siendo amable. Más de treinta y dos mil mesas. Miles de familias que lo reconocen por su nombre. Ramón. Poco a poco fue revelándose contra eso que era su vida. O quizás lo sea. El atender de pocas palabras. Casi con gestos. O un simple sí que significa el mejor speach. El rencor hacia los clientes. Ver como el paso del tiempo saca esa costra de impunidad en las personas. Hasta en él. Una sociedad que estaba creando un anarquista. Uno que combatía las leyes de mercado. La de primero el cliente. Y con lo único que había luchado hasta el momento era con los pelos de su nariz. Un tipo que tiene el valor de decir frente a una mesa No sé para que salen sino saben que van a pedir. Que humilla a través de latiguillos Vos? Lo de siempre, nada. Sentís la mosca joder detrás de la oreja y chupas la fruta sin poder morderla. Habito un cuerpo lleno de palabras estúpidas. Mi madre anuncia que me dediqué a tragar viento. Ella cada día está más hermosa. Tirada en su cama. Soñando con seres celestiales creadores de paraísos de colores con pinceles de cabelleras rubias. Sus pies no envejecen junto a su espíritu libre. Tiene un grupo de personas que la siguen en sus proyectos. Es un artista plástica con voluntad de enfermera. Me está proclamando que el año venidero será suyo. Que le quedan pocos y quiere disfrutarlo al máximo. Quiere viajar. Crecer. Borges a los noventa aprendía inglés celta. Incluso antes de desaparecer estamos aprendiendo cosas que ignoramos. En la mesa de un bar se gesta el futuro de la humanidad. A través del brillo de vasos ordinarios. Transpirados de hielos. Gordos rebosantes de realidad social opinan sobre la calidad de vida. Todo se termina. El vaso. El gordo. Se van a dormir para no sobrellevar la existencia que les tocó en suerte. Es imposible. Las palabras son tan poderosas y solitarias. Pareciera que nunca es el marco adecuado ni los interlocutores precisos. Pasa un auto recorriendo el minúsculo centro de Canals. Le pregunto a mi viejo sobre esas vidas. Esos codos asomados. Historias. Él tiene la capacidad de definirlas en una frase. Ese es como la Biblia. Habla de todos menos de coger. El personaje homenajeado representaba eso. Ojos saltones celestes como comiendo todo lo que miraba. Terminante y gráfico. Eso me molestaba a veces. Eso que él se creyera mejor.

2 Quizás veía en los otros su fracaso. O en la forma que hablaba de las mujeres. Esa es guapa para la pija. A su lado me siento nadando en un mar de agua hirviendo. Extraño llegar a casa. Pensar que en mi cama está ella recostada leyendo un libro. Verónica. Esperándome con su piel suave. Sabiéndome borracho. Sus ganas se potenciaban. Dormir pegados en una noche eterna. No anda la d en este teclado de mierda. Nunca pensé que escribiría tantas palabras con d. Escucho radio de noche. Esa que se despereza en grito torturante. En humedad. Quién soy? En que me convertí? Nos pasamos la vida limpiando. Tapando pozos condenados a estar abiertos. Deberíamos llenarlos. Rebalsarlos. Gente cercana aborta bebés con la naturalidad de quien pide la hora. Debemos sumergirnos en aceite hirviendo. Chorrear grasa. Somos una bomba con el reloj prendido desde el útero. Vamos a morir sin saber lo suficiente. Seguimos coleccionando muertos. Deudas. Soy amargo. La vida es un paseo. Por el corazón de infinitos salones de un fuerte habitado por freaks. Sometidos a un padecimiento de hipocondríacos. Un estado mental que el azar nos impuso. El presente es la sustancia de la que estoy formado. Voy a la panadería. Un trámite que debería durar un minuto. Debo escuchar los pormenores gastrointestinales de una señora. Le cayó mal una comida en Navidad. La panadera devenida en médica opina con impunidad. El dolor de cabeza es extraordinario. Perpetuo. Encerrados a la siesta esperando que se vaya el sol. Sin voluntad, sin decisión. Fin de año. La cena de ocasión. Cómo entender las fiestas? Todavía no había resuelto la vida de Melisa Gilbert. Laura Ingall s. Condenada a ser un icono sexual. Ahora en películas de televisión abierta. Siempre en el rol de ama de casa sufrida, mujer golpeada. Una incoherencia. Las fiestas carecen de algún tipo de sentido. Como los que venden ropa. Siempre con la buena predisposición de vender. Mirando la gente como se la prueba. Luego sin que la otra persona la compre. Seguir sonriendo mientras dobla la ropa. Cómodo. De transpiración seca. Esa que se genera en los colectivos. Los tipos que venden ropa tienen demasiado tiempo para envidiar. Tienen demasiado tiempo libre. Para pensar en lastimar. En las fiestas nos solíamos dividir con mis hermanos. Una con cada padre. Pero con el tiempo eso se fue confundiendo. Nunca se llevaba a cabo ese cometido. Esa noche la pasaba en casa de los Ferreyra. Dónde está mi gabán? Una familia de puertas abiertas. Llena de personajes. Sin nombres. Con apellido. Un pueblo que los respeta. Yo creía en un tiempo que ese respeto se construía en el poder del voto peronista. Después comprobé que era por su honestidad. Familia obrera. Trabajadores de Vialidad Nacional. Amas de casa gestoras. Camioneros. Mozos. Mecánicos. Enfermeros. Vendedores de aire. Tipos que cultivaban mesas largas llenas de fideos y asado. Puchero los lunes. Hábitos geniales. Esa noche la pasaría con la enfermera y su marido el relator de fútbol. Una de las personas que más me recuerda a mi abuela. Su madre. Está su hermano el mecánico. Mi papá, el mozo que odia hablar. Dos amigos del mecánico. Un peluquero y un vendedor de lotería. Dos losers descubridores de una noche adolescente. Una que se perdieron hace años cuando se casaron. Y ahora están divorciados y volvieron a nacer. Historias comunes en los pueblos. Está la madre de un amigo del relator. Uno de apodo de felino. La hija de la enfermera y una amiga huérfana. Una mezcla infernal. Una sangría hecha con sangre de cabra poseída. El relator es un tipo muy especial. Es un metalúrgico con el talento de realizar con lo que sea con una soldadora. Trabajo desde chico en el campo curtiendo el cuerpo. Tiene un latiguillo demoledor. Si habré pasado soles, heladas y vientos. Es muy divertido. Ha envejecido. Lo nota en sus rodillas. Su hígado se volvió celoso del vino barato. Al él lo tienen como un tipo resentido. Yo valoro su coherencia. En esta familia hay celos como en cualquiera. Envidia. Prejuicios. El resentimiento es la forma de memoria que reivindico. Todos peronistas desde las entrañas. En el pueblo se armaron una alianza. Peronistas y Demócratas. Todos juntos. Los engrasados con los dueños de las hostias. Él fue el único que levantó la voz ante ese absurdo. Todos los bautizaban de rencoroso. De tipo que

3 quiere retrasar. La estupidez de los humanos destruye el medioambiente. El vendedor de suerte y el mecánico cuentas anécdotas de la noche anterior. Nudo. Putas y alcohol. Desenlace. Resaca. Ahora es una vanguardia. Antes las salidas eran los sábados. Con suerte un viernes. Hoy el movimiento es constante. El desembarco de las putas trajo aires nuevos. Cabaret. Postmodernos. Casas recicladas con música de monedas. Sexo al instante. Está tan establecido que las esposas soportan cotidianamente las historias de sus maridos. Bailando con putas y sus amigos borrachos. El mecánico era una persona muy querida. De esos tipos íconos de los pueblos. Soltero. Trabajador. De lentes gruesos con trompadas. Siempre con medio cuerpo asomado a la ventanilla de su camioneta reciclada. Saludando con el dedo erguido brillando de grasa. Trabajaba mucho y cobraba poco. Se ganaba el mote de boludo. Vivió su vida con su madre. Ahora sólo las chicas del placer le abrieron un mundo. Cincuenta años con putas alrededor. Mi viejo al vivir en la misma casa goza de los beneficios. Gracias a la cantidad de visitas a las whiskerías entablaron una extraña amistad con las putas. Chicas de veinticinco años. Con asfalto de ciudad en sus tacos. Que todo lo que producen en un abrir y cerrar de piernas lo invierten en ropa. Ellas van a lavarle la ropa. Limpian su casa. Quizás se los cojan de vez en cuando. Sin pedir nada a cambio. Ellos no son agraciados físicamente. No tienen dinero. Sólo las tratan con respeto. Creo que ellas vieron algo en ellos. Algo que nosotros desconocemos. Una especie de aura. Algo que sólo podría ilustrar un tema de Cocteau Twins. El mecánico por esos días andaba indignado. En este país cada una hora se rompe un código. Y se notaba en el pueblo. Una casa de puertas abiertas. Su taller abierto. Expuesto al respirar de la existencia. Su cajón de herramientas expuesto en una ventana. Se lo robaron. Pensaba que las herramientas no se robaban. A mí me conmueven más los obreros que lloran que las películas de niños de enfermedades terminales. El se rompió los huesos para comprarlas. Sospechaba de alguien. Tiene muchos amigos. Encontrará al ladrón. Sabe que matar a un tipo en Córdoba cuesta doscientos pesos. Molerlo a palos. Cien. Y mientras le pegan le pueden recitar un texto de insultos escrito por un punk. Mostraba interés ante esa oferta. Luego lo contaría en varias charlas. Nunca se haría. No hay espacio para esos objetivos en su cabeza santificada. Sus anécdotas son muy graciosas. Gozan de la incertidumbre. Siempre hay un borracho y una puta. Mi viejo en la punta de la mesa agazapado. Como si la gaseosa lo hubiera llenado de miedo. Se despereza para meter un bocadillo. Me toca la espalda. Qué lomo al pedo. La madre del felino observa cada detalle desde sus setenta años. Con la paciencia de un monje tibetano. Se ríe seguido. Y encoge la cara como si fuera de goma espuma. Estaba sola esta Navidad. Su hijo, el felino había viajado por trabajo. Era camionero. Un personaje de mil caravanas. Mi viejo levantándose para irse vocifera tomando aire. Esta noche cuando el gato se suba a su auto, se sentará en el asiento de atrás y dirá: Me robaron el volante. Mi viejo a la hora de hablar de alguien es contundente. Era un instante lleno de algo parecido a la magia. La mujer no tenía nietos. Me hacía acordar tanto a mi abuela. Esa tarde en la televisión local mire un informe conmovedor. Dos gordos disfrazados de Papa Noel. Llevaban regalos a un puñado de viejos en un asilo. Son personas distintas. Que se ocupan de cosas que a nadie le interesan. Y ese acto está vedado de cualquier tipo de interés material. Los brindis nunca terminan de concluirse. Es fin de año. La alegría contenida. Seguimos engordando. Ya nada existe en este pueblo que me satisfaga. Desapareció el banco donde la besé por primera vez a Mechita. Sin mi abuela. Con mis recuerdos. Hace quince años. Un programa conducido por Susana Giménez. Regalaba millones de pesos. Había que adivinar un nombre de pila. Luis. Yo les dije que era uno de los sobrinos del Pato Donald. Nadie me creyó. Si hubieran llamado tendrían el suficiente dinero para comprar el prestigio que no se construye con la bondad. Se hubieran evitado traiciones. Enfermedades. Separaciones. Deudas impagables. Falta de dignidad. Infancias tristes. Era sólo una llamada. Era sólo un

4 nombre. La vida es injusta para los que saben el dato. Si tan sólo hubiera sido mudo. Y vivir sin decir nada. No viviría con esta decepción. Estoy en la terminal. Me voy de Canals. El colectivo me produce una transpiración atípica. Es una suciedad constante. Tiempo muerto. Guardo árboles en mis ojos espías. Las nubes golpean mi ventana. Nos detenemos en un pueblo fantasma. Mi cuerpo extendido gozando de la comodidad de viajar en dos asientos. Con música fuerte en mis oídos. El resto de los pasajeros dormían violentamente. Roncando. Respirando como si les faltara el aire. Se acerca alguien a mi lado. Parece fea. Se acomoda en un pequeño espacio en el asiento. Cierra los ojos simulando dormirse. La observo desplegada en ese asiento. Es hermosa. Tiene un olor extraordinario. Delicada en cada centímetro que ocupa. El perfil es angelical. Unas manos artesanales que imponen suavidad. No alcanzo los pies con mi mirada. Es complicado. Está amaneciendo. Todas sus extremidades separadas tienen belleza. No puedo resistir la tentación de tocarla. De morderla. Tiene pecas en los hombros. Mi pedazo de carne que me cuelga ya tiene dos litros de sangre encima. El pantalón la sostiene como una represa. Siento que es la mujer de mi vida. No sé que decirle. No puedo despertarla. Pero debo hacerlo no puedo dejar pasar más tiempo. Quisiera que me extirparan la lengua y no sentir esta presión. Se mueve despacio y su remera se sube un poquito. Un ombligo pequeño rodeado de decenas de bellos rubios. Eran más poderosos ante la salida del sol. No sé que hacer. Me duermo. Ella me roza con el pie. Me despierto babeándome. Se disculpa. Yo no puedo escuchar su voz por la música en mis oídos. Imagine una voz suave. De su espalda colgaba un bolso grande. Casi vacío. Se levanta. Le veo los pies. No eran lindos. Su culo estaba caído. Se iba y yo me inventaba excusas para contener mi silencio. Para justificar ante nadie que dejaba ir a la madre de mis hijos muertos. Corrí detrás de ella. La busqué. Era la esquina del Museo Caraffa. La veo subirse a un taxi. Se fue para siempre. Mire el recorrido del taxi durante tres cuadras. Luego lo perdí. Como a mi miedo. Improvisando poesía mientras miro televisión Te traería flores todos los días. Las mariposas van al cielo. Los leopardos que comen pizza. Por los ascensores cansados. Veinte bombos y un reflector. Veinte minutos de felicidad. Andrés anda a la heladera. La quermés de la que se ríe. Querés bailar? El hombre lobo regresa. Rock and Roll y polenta con queso. El día que salí de la cárcel. La ardua tarea de aparearse. Experto en temas tributarios. La casa invita. Los chistes de los magos son tan inoportunos. Demasiado nazi. Cubana, flequillo y Klimt. Por los delfines. El destino de los embriones congelados. Córdoba. Con un ejército de limpiadores que empiezan temprano. Nunca dan abasto. La gente se encarga de que cada cosa caiga al piso. Una alfombra de nylon de cospeles y envoltorios de cigarrillos. Los arrojan como si hubiera un campo de energía que los hiciera desaparecer. Mi edificio parece pasar desapercibido. Con una fachada de chapas rústicas. Inmerso en un país de personas que toman mate para cagar. Joaquín. En la puerta del edificio. Haciendo lo mismo que hace veinte años. Baldeando una vereda que se ensucia como un niño malo. Le beso esa cara de cuero curtido. Habla de las fiestas. Lleva en sus sobacos un pasado de gran bebedor. Esos recuerdos lo hacen desperezar la eterna queja cotidiana. Un vaso que nunca llena. Nunca es suficiente. Cuando bebes el mundo está a tus pies. Es tener apretado en el puño todos los caminos a la diversión. El

5 viejo se jactaba de darse un lujo. Se tomó un champagne solo. Esa noche durmió como nunca. Así lo describía. Con esa sonrisa tatuada sin querer en su cara. Y siempre sus historias las matiza con un personaje. Un sordo. Veía personas distraídas en su ámbito laboral y les metía la mano en el culo. Una mano que introducía el dedo. Entre obreros metalúrgicos no caía muy bien. Las reacciones siempre se parecían. Arrancarle la cabeza. Patearle los huevos. El sordo sólo les decía. Ante que te lo coman los gusanos. Deja que te lo coma un obrero. Joaquín le saca sonrisas a los muertos. La ironía es un recurso excelente. Antes trabajaba con un manco en esto de asociar gente en clubes de fútbol. Me rompió la cabeza con una frase acerca de resolver situaciones. Su hermana le contaba que su niña de cinco años había hecho una travesura. Algo que no revestía gravedad. Como que se había escapado del colegio. El manco decía yo lo resuelvo fácil. Llevo todos sus juguetes al patio y hago una gran fogata. No rompe más las pelotas. Discutible como método. Quizás sea efectivo. Con las mujeres quiero actuar así. Soportando sus salidas extrañas. Decisiones de las que se arrepienten a los dos días. Vuelven a pedir perdón con la boca abierta. Entre lloriqueos pretender demostrar porque se equivocaron. No sé actuar en ese momento. La bronca ya me consumió. Y cuando estás por decir algo ya tienen la pija en la boca. La sigo pasando bien. Ellas al tiempo se vuelven a equivocar. De nuevo bronca. Cortarle la cabeza como a los pollos. Cuando habitaba la adolescencia todo era más fácil. O desde acá parece eso. Se sufría sin pensar. Yo todos los días viajaba treinta kilómetros. Terminaba mi secundario en un pueblo cercano a Canals. Alejo Ledesma. Estaba obligado a viajar haciendo dedo. Yo con diecinueve años, el pelo bien largo. Guardapolvo blanco que era el pasaporte ideal y una especie de sonrisa a punto de gastarse. Tenía cerca de media hora para entablar conversaciones. Con el tiempo hice unas conexiones de gente que pasaba determinados días. Camioneros gigantes que me llenaban de historias de cansancios. Pero era genial. Parado en una ruta con el viento en la cara. Mirando los que van y vienen. Sin un peso en el bolsillo para tomarse un colectivo. Con la esperanza de que alguien pare. Yo los observaba en sus detalles. Les hablaba a los parabrisas. Ellos no me escuchaban. Extender el dedo y que el auto pase. Observar toda la trayectoria desde que viene hasta que pasa. Como se genera una expectativa que corta el aire. Y cuando los ves pasar repleto de personas y bolsos, sentís vergüenza. Por el hecho de haberle solicitado que se detenga siendo que iban llenos. Están los que te señalan con el dedo diciendo que van cerca. Siempre dudaba de ellos. Pero cuando para un auto es genial. Una especie de orgasmo de esperanza. De eso se encargan los que viajan. Un día se detuvo un Renault 12 blanco. Manejado por un tipo canoso. Tipo Leslie Nielsen. Yo sacaba temas para demostrar amabilidad. El que alza generalmente es para obtener compañía. Porque viene viajando mucho y quiere conversar un poco. Para no dormirse. Para no sentirse tan sólo. Los postes de la luz. Los autos que pasaban. La radio. Temas que parecían mantener las voces. Llegamos a destino. La estación de servicio que saludaba todos los días. Una escena de David Lynch. Miraba esa YPF que cuidaba el pueblo. Se conmovió. Se acostó sobre el volante. Sus ojos ya tenían lágrimas. Acá tuve un accidente con mi mujer y mi hija. Nunca había vuelto. Tenía miedo de volver. Vos me ayudaste. Yo era su partenaire. Y lo único que quería era llegar a ese colegio. Todavía me quedaban tres kilómetros para llegar. Sólo dije gracias y baje corriendo. Huyendo. Como lo hice toda mi vida. Cada vez corro más fuerte para desprenderme de estas situaciones. Las relaciones humanas deleitan con enfermedades y muertes. Uno pasa minutos eternos con personas que no quiere estar. Hablando de cosas superficiales como la muerte. En el velorio de mi abuela los veía. Moviéndose como cucarachas intimidadas con fuego. Inquietos. Ansiosos. Tomando café. Sufriendo el estar en un lugar obligados por la falsa moral. Masoquistas. Con ese ánimo de quedar bien. De estar a la altura social de entender el dolor de los demás. Y se quedaban ahí porque no tenían donde ir. Veía un tipo que fue novio de una

6 tía. Una que quiero demasiado. Tratando de conquistar a una que estaba hermosa. En realidad en ese ambiente lo era. Soltera de cuarenta años. Ninguno tenía vínculo directo con la familia, y estaban ahí montando esa escena. Me molestaba mucho ver eso. Quizás porque me gustaba esa mujer. En el cine no pasa. Yo pretendía que la lloráramos los parientes. Solos. No se puede gracias a los turistas de velorios. Me besaban viejas que no había visto en mi vida. Besos babosos. Perfume barato. Dentaduras jugando a salir. Un asco. Un cadáver descomponiéndose y todos alardeando alrededor. Si les ofrecieran comer una porción del cuerpo lo harían con gusto. Empecé a escribir para no salir a matar niños. Lule. Salió de la nada. Llegó para alegrarme. Me conmueve que me llame a las dos de la mañana para decirme que se murió su abuela. Me eriza la piel. No sé si realmente me quiere. Pero no me importa. La abrazo. La penetro. Por teléfono me cuenta su vida. Cada hecho trágico que le sucede me llama. Al hermano le robaron. Ella comparte la noticia por el sólo hecho de contar. Por más que yo no pueda solucionar nada. Apareció en un momento ideal. Con Verónica las cosas no estaban bien. Sus engaños lastimaban. Sus llamadas para nada. Debía registrar todo en un contrato. El control de los mitómanos. Ella la era. La prueba. El registro. Anotar cada cosa por el resto de la vida. Lule es actriz y está enamorada de otro tipo. Es lo que dice. Un yanqui que conoció chateando. Se ríe conmigo. Los dos sabemos que es por un rato. Pago un par de veces mis impuestos de gas y luz. Comíamos fideos tomando vino riéndonos por horas. Es una combinación perfecta entre una femme fatal y un ama de casa. Todos necesitamos que nos escuchen de vez en cuando. Sobre todo los mudos. Yo para eso sirvo. Para asentir con la cabeza. De la cabeza. Pienso en mi abuela. Ya nada volvió a ser lo mismo en ese pueblo. Ese que me deprime. Esas caras asomadas como cuotas de autos, como arcadas de mal aliento. Yo perdí ese pueblo. Interrogándome. Mi paranoia nunca me favoreció. Sólo quiero respirar cómodamente. Nada más. No es mucho pedir. Uno elige donde estar para sentirse confortable. Ser humano es ser egoísta. Elegir cotidianamente entre vida y muerte. Odio mi condición de humano. Quisiera haber sido un murciélago amarillo. A mí de las mujeres me atrae su particularidad femenina. Su clase. La forma en que piden las cosas. Su modo de amar. Su olor animal. Con eso se nace. Lule me conmovía con su humor. Barrial. Urbano. Mientras hablábamos de gastarnos. Ella me la agarraba y se la metía en la boca. La primera vez empezó a toser. Luego me explico que le parecía muy grande. Le mostré como agarrarla. Que debía mojarla para que no me lastimara el frotar. Luego a meterla suavemente en su boca. Era como enseñarle a tejer. Y eso tampoco lo sé. Fue en el casamiento de Curciento. Un baile de disfraces. Tenía un vestido amarillo de gitana. Yo con un pijama. Ilustrado con un gorro negro. Bailamos. Luego nos besamos en su auto. No podía despegarme de ella. Esa noche me fui hasta Bulevar Los granaderos. De repente estaba de pijama a las siete de la mañana en la calle. No pasaba nadie. Domingo frío. Esperaba que algún taxi saliera de esa masa de humo y tierra. Era una noche necesaria para olvidar. Esa noche antes del casamiento pasó por mi casa. Toco el portero deseando suerte. Revoloteaba con una actitud de volver a empezar. Yo siempre la amé. Ese día baje corriendo para seguirla. Tenía una sospecha. A media cuadra de mi casa hay un hotel. Ahí trabaja su antiguo novio. Uno que ella me mostró como una mierda. Que le pegaba. Estaba sentada a su lado en el hall de entrada. La vi idiota. Me sentí idiota. Secuencias. Un mecanismo muy interesante. Las visitas de mujeres a mi casa. 4º A. Primera vez: Hola, Está Iván? Pasan y ven que vivo solo. Segunda vez: Lule. Ya cogimos. Tercera vez: Yo. La evolución de la comunicación. Era tan espontánea. Era encantadora. Cierta vez que con Bocachi y Sebastián creábamos mesas. Bebiendo. Fumando. Llega Lule. Me invita a mi baño. Me trascribe una incertidumbre con sus ojos. Besé a un hombre. Parecía que me hablaba como una esposa infiel. Era rara. La mire sin saber que decir. Mi cabeza brillaba de humo dulce. Era un ensayo de un monólogo. Yo había pensado en algo sexual. Sólo beso al

7 protagonista. Un artista milenario de esta ciudad. La besé delicadamente. Volví a la mesa. Los dos me miraban como si volviera de una escena donde hubo miles de gritos. Le pegue una cachetada a cada uno. Ahora estaban más sorprendidos. Lule destruía su garganta a carcajadas. Todo era mágico hasta que no lo es más. Ella, como la gran mayoría de las mujeres tiene problemas con su estómago. Yo nunca los tuve. Con la panza vacía menos. Me levantaba de la mesa a mear la cerveza. Volvía con la cara de placer más grande del mundo. Ella me miraba de cara triste. Pudiste? Era tan carente de sensualidad esa pregunta. Conocí demasiadas personas que se pasaron la vida comprando clase. Verónica. Lo ordinario no se transforma. Puede mejorarse. Ser profesional te da un cierto prestigio. Consumir en casas de precios altos. Tratar de entender la opera. Viajar en autos caros. Eso no cambia nada. Si en él discurso esta el quiste. El caminar como una marioneta sin hilo. Como un borracho inexperto. Me enojo demasiado. Debe ser la falta de sexo. Ella no evoluciona. Es tan mediocre como lo que quiere ser. Nunca será auténtica. Nunca. Quiero otra cosa. Quiero una mujer hermosa. Con hermanas más hermosas. Con una madre hermosa. Todas las escenas familiares cotidianas estarían matizadas por su belleza. Estaría siempre coqueteando. Mechita. Esto funcionaría con ella. Vivir para disfrutar una taza de café los domingos a la mañana. Lule pasó a despedirse. Nunca me encontró. Dejo un papel insultándome. Yo no tengo la culpa de no esperarla. Siempre digo que si no me encontrás, es porque me dejaste ir. Sin trabajo. No hay mal que dure cien años. Varios meses, sí. En que me convertí? En engendro que se sueña con un manojo de personalidades. En nomenclador cartográfico. En zapatilla Flecha. En alcancía rota. En percha de madera. En buen cinco. En buen partenaire de vino. En vaso lleno. En plaza llena de gente. En esquina con semáforos. En teléfono descolgado. En beso de lengua. En chorro de meada caliente con espuma. En televisor apagado. En línea recta. En la palabra nada. En noticiero de la mañana. En mano en el bolsillo. En una hostia en la boca. En acabada en la cara. En domingo lluvioso. Sólo soy una pistola en la cabeza. Estoy de nuevo en el Club. La gente me atropella. Una cara cargada de manchas se acerca a hablarme. Soy lisiado. Todos lo somos pensé. No lo decimos. Él lo hacia por un pasaporte al fútbol gratis. Desesperados por un deporte que genera impotencia. El no poder resolver. Insultar desde una tribuna demasiado cara. La única escuela a la que adhiero es la hedonista. Un tipo de nariz gigante que alguna vez estuvo cerca mío. Tenía una teoría con respecto a eso. Él tenía el cerebro lavado con los libros de Castañeda. Todos tenemos una renguera. El secreto está en descubrirla. En eso está la felicidad. Volvía de la cancha en colectivo. No soportaba ese partido aburrido. Quería llegar a mi casa. Comprar comida y encerrarme a fumar. Ver la televisión depresiva de los domingos. Jugar Tetris escuchando heavy metal. La gente estaba distendida. Yo me sentía poderoso con el aire en la cara. Esa ventanilla era mía. Me iba a descansar. Ahí se ven las cosas desde otro lugar. Las personas suben y bajan. Con sus carteras de domingo. Con sus vasos llenos de gaseosas. El colectivo intenta conectarse con interlocutores sin respuesta. Suben dos viejos. Arrastran los pies. No están juntos. Uno fue al fondo rápidamente. El otro lentamente se agarraba de las barandas con miedo a caerse. Nadie se levanto. Lo agarré del brazo sin preguntarle y lo senté a como a un niño en mi ventanilla. No dijo nada. Uno siempre espera agradecimientos en cada cosa que hace que los demás no hacen. El no agradece. No quiere que nadie le ceda nada. Quiere estar erguido. No agarrarse de esas barandas que le brindan una falsa seguridad. Él resistía como nadie. Los nadies no lo notaban. Pienso en estos viejos. En el lisiado. Me hace bien mirar. Me duelen los ojos. La resaca. Noche anterior. Ojo bizarro. Un pub cerca del río. Bocachi bebía energizantes con vodka. Yo me reía. Hablábamos de hechos de violencia en noviazgos. Muy colgados. Enganchados como si estuviéramos solos. Se acerca alguien con los pelos parados. Con remera negra de uniforme del lugar. Preguntas si somos canas. Sólo lo mire suavemente. No

8 discrimines. Por ser cortés. Se justifica diciendo que vende merca y esta perseguido. Con esa paranoia duraría poco en el mercado. Desvíe mi vista. Mi mirada se estrelló contra su cara. Veo la cara más hermosa que vi en mi vida hasta ese momento. Rubia. Ojos celestes. Un tatuaje pequeño en su cuello blanco. Una cerveza en sus manos. No podía dejar de mirarla. Me dolían los ojos. Debajo de su cintura. Una silla de ruedas. Me acerqué. Siempre soñé estar con una sirena. Me miro. Se dio vuelta ignorándome. Lo de siempre para mí. Se fue abriendo paso tocando espaldas. Como una araña hermosa. Yo la hubiera amado. Mi sirena terrestre. Mi silla de ruedas hermosa. Su cuello tierno. Su pelo antiséptico. Sus manos fosforescentes. Si sólo me hubieras escuchado un par de minutos. Quizás te daba lástima. Cameron. Pero me da una forma de ubicarla. Su mail. A su lado bailaba una negra rapada de ochenta kilos de pollera escocesa. Con una actitud como si pensara que cambiaba el destino de la humanidad. Sólo demuestra lo feo que puede ser. Sólo demuestra lo que es fracasar. La belleza ha muerto esta noche. Me duelen los ojos. Lunes. Curciento. Me llama a las diez de la noche. Un buen momento para hacer cualquier cosa. Mi hermano del medio tiene una mala noticia. Seguro era una muerte. Murió el Licha. Un tío. Hermano de mi viejo. La muerte no enseña nada, dice suavemente el negro Curciento. Un tipo con luz se apagó. El segundo viaje al dolor que encaramos con el negro. El primero fue con mi abuela. Llegamos al velorio en un patrullero. Fue el único auto que nos alzó. Le aviso a Pachi. No quiere ir. Lo necesitábamos. No enfrenta la muerte. Iremos a llorar. Abrazarnos en las malas. Nos encontraremos con nuestras miserias. Baldes de lágrimas útiles para sostener ausencias. Leonard Cohen llora con nosotros mientras nos movemos. Compramos un whisky. Abandonamos la ciudad. El auto de Charly se enamora de los focos de las villas. Charly es un compañero de trabajo de Curciento. Un tipo mágico. De esos que abrazan todo el tiempo. Un hermano. Yo no puedo mirar estaciones de servicio sin conmoverme. Me guardé tantas cosas con el Licha. Él sabía que yo lo quería. Yo le hable de Agustina. La hija de Curciento. Cuando nació me emocioné con él. Vivía enfrente de una terminal. Sabíamos que en cualquier momento se iba. Para no volver. Su viaje. Su vida. Se fue. Sin él la vida es una terminal vacía. Sin él estaremos solos hasta el amanecer. Con el Licha habíamos tenido nuestras diferencias. Sólo por amor. Una noche de borrachos. Me confesaría algo hermoso. Su pasado de Juventud peronista. Me hablaba de que siempre miraba caras. Quería encontrar compañeros desaparecidos. Esa noche termine abrazado a la estatua de Sarmiento frente a Che Pelú. Vomité mi vida. Le escribí un mail a Mechita. La muerte no enseña nada dice mi hermano Curciento. No enseña nada. Viajé ayer a La Carlota a despedir a Luis Ferreyra, Licha, hermano de mi viejo. Un ser extraordinario que se fue a hacerle chistes a los ángeles. Estaremos más solos. Quizás como él se había sentido este ultimo tiempo. Queda su hija y su mujer. Para impedir que lo olvidemos. Me siento vacío. Como necesito un abrazo. Iván. Sentía que mi cuerpo se derretía. Ella no tardó en responderme. Que pena me da leer tu mail y sobre todo como lo terminas. Volaría a verte y acompañarte. Es cosa e mandinga lo que escribiste en el asunto de tu mail. Justamente anoche pensaba lo mismo. No hay nada peor que la muerte. Cosa fea y que quiero lejos de mí. Aunque nadie está exento. Es mejor que duela por lo mucho que quisiste y disfrutaste a esa persona, a que no te pase nada por rencor, odio, bronca y ahora se te haya ido y no haya tiempo ni cordura para decirle las cosas que tenías para decirle. Espero que hayas podido decirle un te quiero en vida hermano, en vida todo es ahora, la vida es una sola y es mejor dejar volar los sentimientos y cometer locuras, levanto esa bandera. Quiero que te sientas abrazado fuerte por mí en este momento. No tengo tu teléfono para llamarte, estoy en Pergamino y no tengo aquí mi agenda. Te pienso, y aunque no te signifique demasiado, voy a rezar por vos. Y por "Licho". Siempre con vos, Ivancho, aunque me ausente algunas horas, que forman días, estoy y te pienso. Y hoy mirando mis pies metidos en el agua, te pensaba me hubiera sacado una foto para

9 que vieras mis pies. Te mando un besote y un abrazo bien profundo, no estás solo, y perdona esta distancia, como me gustaría acompañarte. Mechita. Esos pies hermosos eran míos en ese instante. Era como si una monja fantástica se levantará su sotana. Me mostrará su vagina afeitada. Siempre espero demasiado de estas respuestas. Verónica. Te busco en mi dolor. Un velorio es un recorrido de abrazos. Trompadas al hígado. Crece poco a poco a un nudo en la panza. Como una gran araña de patas eléctricas. Uno conoce la mitad de las personas. El Licha durmiendo en algo parecido a la eternidad. Su cuerpo amarillo de pervinox. El precio que pagamos para despedirnos de él. Era una sala cerca de donde vivía una chica que me gustaba mucho. Desde la vereda donde enjuagamos lágrimas veía su casa. Pensaba en la noche que la despedía en su esquina. Había un incidente en una casa. Alguien gritaba en una ventana. Yo quería involucrarme. Ella me impedía ir. Y me frenaba dándome los besos que tanto me había negado. A veces esas cosas se vuelven un trofeo difícil de conseguir. Un beso. Era hermosa. Veo su nombre en una placa en este lugar. Psicóloga. Averiguo que es de su vida. Tiene cinco hijos. Y no se acuerda de mí. Con ella fue intenso. Era por lo que significaba para mí estar con una belleza. Su voz suave. Delicada. Nos veíamos de vez en cuando. Ella estudiaba en la ciudad. Tenía un novio al que consideraba interesante. Contaba anécdotas de que bajaba a abrir la puerta del edificio en ojotas y jogging. Yo quería parecerme a él. Salimos del boliche. Charlábamos en un bar. Me cuenta que perdió su virginidad. Yo tenía veinte años. En esa etapa me importaban esas banalidades. Sólo dije. Se me cayó un ídolo. Empezó a llorar de una forma increíble. Me miraba con amor. Yo la había lastimado. Esa noche la despedí en una esquina. Nunca más la vi. La busque. Ahora estaba en esa placa. Nunca paso. Estaba en esa vereda de olor a muerte recordándola. Ese día cargue el cajón de lo que quedaba de mi tío. Recorrimos todo el cementerio. Lo dejamos en un ángulo. Justo en el vértice de ese cuadrado. Detrás se veía el basural del pueblo. Dos fogatas gigantes alertando el infierno. Vuelvo a mi infierno. Sentado en mi terraza lejos de ese dolor que se hace callo. Sebastián. Mi interlocutor. Disertábamos acerca de quién sacrificar en un altar. Hablaba de niñas de trece años. Yo de un gordo. Cuida autos frente a la Torre Ángela. Unos lentes gruesos con una capa amarilla de piquetero. Una punta de madera intimidadora. Tiene una perra que en invierno usa pulóver marrón. Los pondría a los dos en una cúpula llena de ratas famélicas. Hoy trascendió en los medios, la noticia de un tipo que violó a un bebé de tres meses. Las formas de matar con dolor se multiplican. Sebastián desarrollaba una técnica. Cien anzuelos en el cuerpo y arrastrarlo hasta que se despellejará. Después le echaría aire caliente. Noticias de último momento. Mi viejo baga sangre. Una úlcera que se va transformando en depresión. La vida está ahí esperándome. Con sus bellezas. Observo mujeres recogerse el pelo. Un gran espectáculo. Los días de calor me conmueven más. Sofocadas. Molestas por lo que les sobra. Recurren a maneras extrañas de recogerlo. Su cara transpirada las hace más salvajes. Emanan sexo. Una vieja un día de calor emana muerte. Yo trabajo asociando personas para un club que los hace sufrir. Algo me molesta en la nariz. Lo arranco. Salen chorros de sangre. Siento la incomodidad. Siento la suciedad en todo mi ser. Pasa gente. Uno me dice. Es nervioso? Otro. Te pegaron? Más. Una gorda sudada. Te sacaste un moco? El último. Comprá de la buena que te vas a quedar sin nariz. Un dedo en la nariz con sangre. Gente muerta opinando. Me despellejé la pija de tanto masturbarme. Mi vida sigue igual. Graciela. Compañera de trabajo. Cincuenta años. Gorda. Pelo hasta la cintura. Vestida desde que la conozco con el mismo jean negro. Una remera azul de falso mar. Sin bombacha confesaría. Prendas que deberán arder en alguna fogata. Al mediodía arranca el rally de los que cagan. Estoy metiéndome un pedazo de milanesa en la boca y pasan ellos con el diario debajo del brazo. Oliéndose los dedos. Ella vuelve gritando. Había un pedazo de mierda en el bidet. Baño de mujeres. Lo traía como un trofeo en la mano envuelto con un diario. La milanesa se deshacía en mi garganta. Había soñado todo el día con ella. Me

10 conmueve su histeria. Me divierten sus obsesiones. Las minas solteras tienen un don especial. Son más comprensivas. Más cómplices. Siempre están listas con el pucho en la mano. Un viejo marido la quiso matar. Dique La Quebrada. La empujo mientras ella pescaba. Se salvo con su alma de gato. Ella lo cuenta largando una carcajada digan del diablo. Se enoja conmigo. Cuando la reto por algo. Alguna cuestión del trabajo. El trato diferenciado que les da a distintos socios. Hay mucha gente por atender y ella se detiene en cada historia personal. Ahí todos tienen ganas de contar su amor al club. Me empieza a mirar con bronca. Nunca nadie de pecas me hablo así. Ella ante eso se calma. La ofrezco como carnada. Los viejos se pasan la lengua por los dedos. Ella sólo sonríe. Me conmueve su sonrisa. Es adolescente. Me mira. Ivi. Muchas de mis mujeres me llamaban así. Tampoco mi sueño no era ser Van Danme. Me siento en un bar a olvidarme de todo. En la plaza San Martín un mimo convoca multitudes con su talento. Estará un par de horas imitando transeúntes temporarios. En algún momento jugará con niños. Es mágico. Observo sin darme cuenta el paso del tiempo. Mi vista crece en emoción. En un costado. Un perro negro lamiéndose su pija. Me demuestra que el mundo es asqueroso. Libertad. Horrible libertad. Los barras bravas del club. Su trabajo. Seguir al club a todos lados. Votar al dirigente que les dé dinero. Cuidar a los abogados haciendo su trabajo sucio. Alentar en actos partidarios. Una vida con la ropa con olor a choripán. Organizaron una rifa. Eran días de calores insoportables. Un verano demoledor. Todos sobrevivíamos a esta ciudad que era un infierno. Ellos sorteaban como primer premio. Una frazada. Segundo. Una toalla y una sábana de una plaza. En este lugar todo es miseria. La vieja que se gasta el sueldo que no cobra en medicamentos. Llora en mi hombro para resistir. La pendeja que vive con la madre del novio y todos los días le pega. No tiene a donde ir. En mi bar un tipo se toma cinco submarinos sin inmutarse. Madrugada. A su alrededor mesas hacinadas de cervezas. En las calles perduran los arrebatadores de carteras. En la calle se escuchan gritos. Alguien corre. Escuchando Coco Rosie. Candy land. Cerca del Montserrat. Manotazos al por mayor. Doblegan al que arrebata lo ajeno. Unas viejas comentan. Si necesita trabajar porque no va a cortar yuyos. Ladrón de bicicletas. En vivo. Después de escuchar Björk el mundo es más aburrido. La melodía más extraordinaria. La voz te saca la sangre. La música te obliga a beberla. Hace un par de años que no como frutas. Rocky III. Rocky habla con Poly su entrenador. Le dice el pensamiento más usado en la historia de la humanidad. Nadie le debe nada a nadie, sólo a nosotros mismos. Stallone es una víctima. El hijo de puta que lo dobla. Me lo imagino. Un retrasado baboso. Que se gasta el sueldo en pornografía. Ha colaborado en gran parte para que él público le pierda el respeto. La cantidad de películas que arruinan estos detractores del buen gusto. De fondo un zumbido terrorífico. Se escucha el silencio de una pieza vacía. El ruido de un televisor apagado. Seguramente tres personas enfrentadas a la pantalla. Una mesa con gaseosas y pebetes. Toman el papel. Interpretan a un maorí. Muerden el pebete. Ahora a un tipo que lo ahorcan. Un trago de gaseosa. Otro se acomoda los huevos. Ahora voces de chinos civilizados. A los alemanes los destrozan. Le ponen dinamita a las palabras. Lo agarraría al traductor de Gene Hackman. Le preguntaría que se siente. Si la gente en la calle lo confunde. La televisión argentina es un gran mercado de carne barata. Vendible en muertos de hambre de mala suerte. Silvio Soldán. Un abonado. Un pseudotanguero. No cantante. No conductor. Por esos días se debatía entre dos rubias. Muy gatas malcriadas. Cada uno con lo suyo. Bocas de labios gruesos las dos. Ellas le reprochan detalles cotidianos. Tengo prohibido volver a enamorarme. Sólo se atreve a decir él. A qué atribuye esta sucesión de catástrofes amorosas? El cómo un comprador compulsivo que quiere que le devuelvan su dinero, contesta desenfadado. Hay mujeres que parecen

11 gatitas sumisas. Cuando en realidad son leonas enfurecidas. Perdón al reino animal. Una definición perdedora como el tango que pregona. En el medio la madre. La mujer más fea que vi en mi vida. La televisión es mágica. A continuación. La mujer que medía quince metros.