A partir de lo que venimos reflexionando, enumero sólo algunas, confiada de que será objeto de profundización posterior:

Transcripción

1 1 Flechas amarillas En el Camino de Santiago, unas flechas amarillas van indicando por dónde va el camino. Apuntan al paso siguiente. No aparecen siempre, sí en los momentos decisivos: cruces de caminos, recorridos especialmente tortuosos, cuando la mucha vegetación oculta la sendas El peregrino, a la luz de estas flechas, se va haciendo a la confianza. Confiar en quienes las han puesto, esos desconocidos que nos han precedido y a los que tanto agradecemos la huella que nos han dejado. Confiar en que cuando no hay señales, es que no se necesitan: cabe deducir que hay que seguir por donde se va, aunque no sea camino derecho, derecho. Confiar, cuando aparecen, en que marcan ruta, aunque no nos lo parezca a veces y, a veces incluso, parezcan apuntar donde yo no iría. Confiar, por si fuera poco, en que todas esas confortadoras señales amarillas no nos sustituyen en el ejercicio personal del discernimiento del camino. Rutas, mapas, orientaciones varias, se ofrecen al caminante para ayudarnos a confirmar en lo que nos toca aquello que nos es dado. Las fechas amarillas, hechas a mano, son buena noticia cuando aparecen. El peregrino camina y las busca. Cuando no sabe por dónde seguir, se detiene hasta que encuentra una. A su vez, el peregrino va aprendiendo se hace camino al andar- que las señales no son siempre iguales. Flechas, cruces, vieiras, dibujos Pistas multiformes a las que hay que hacerse para hacer camino. Cada territorio, con su orografía, su clima, su paisaje, tiene también su propio código. Señales semejantes, pero no iguales. El peregrino es consciente de lo que hace, aunque no lo tenga todo o casi nada seguro. Por eso puede aprender del camino. Aprender a caminar sin la ansiedad de quien lo quiere todo y ya. Aprender a esperar: cuesta arriba y cuesta abajo, madrugar y descansar. La penumbra y la solanera. El viento, la lluvia, el frío, el calor. Aprender a peregrinar, ese ir a pie tan distinto del andar normal. Aprender a detenerse sin entretenerse, a charlar con los otros sin dejar de seguir el propio ritmo. Haber ido de camino, haber hecho caminos largos ayuda mucho, hace pensar. Pero, como todo, no es magia. Al final, todo está abocado a la libertad humana, que decide cómo acoger o rechazar la posibilidad ofrecida. En este ir de camino que es la vida, como veíamos antes, y que no todos vivimos como un itinerario, se nos muestras como flechas amarillas (o grises-pardas, según nuestros colores preferidos), referentes del por dónde ir, del qué huellas seguimos, y también- qué

2 2 huellas dejamos. A partir de lo que venimos reflexionando, enumero sólo algunas, confiada de que será objeto de profundización posterior: La primera flecha amarilla es la que llevamos dentro, la del punto de partida, la que nos ha llevado a salir y salir ligeros de equipaje o aligerarse en el camino! Punto de partida y, en cierto modo, camino y meta. La Palabra que nos ha sacado (como suele), es la que, atrayendo, conduce, orienta, lleva a seguir las huellas de nuestro Señor Jesucristo (RnB 1,1). Itinerancia fontal, podríamos decir. Todo lo que supone vivir de escucha, en esperanza, de fe en fe, apoyada y sostenida en el Don que sobrepasa: ser hijos en el Hijo por gracia del Espíritu. Así no hay donde reclinar del todo la cabeza. No queda más que reposar en el Señor, único que permanece. Cuando van por el mundo, no litiguen ni se enfrenten a nadie de palabra, ni juzguen a otros, sino sean apacibles, pacíficos y mesurados, mansos y humildes, hablando a todos honestamente, según conviene (RB VI). Así es, en son de paz. Cuántas traducciones tiene!: institucionales, eclesiales, sociopolíticas (aprender a moverse en la ambigüedad), y personales. Qué cerca está el sentido crítico y la lucidez de la soberbia y del mirar a los otros por encima del hombro! Qué fácilmente dividimos el mundo en los míos y los otros! Pacificadores. Implicándonos activamente en la reconciliación: Con quien tienes pleito busca rápidamente un acuerdo, mientras vas de camino con él (Mt 5, 25). Cuidad vuestras almas y las de vuestros hermanos (RnB V, 1). El camino enseña fraternidad y la fraternidad misma nos pone en camino, en ese éxodo continuo que son los otros, próximos por definición. Los escritos de Francisco abundan en hermosas expresiones y exhortaciones para el amor fraterno. En este caso, elijo proponer para su reflexión esta significativa imagen del cuidado mutuo. Las grandes palabras sobre el amor, con frecuencia, retraen y apabullan. El cuidado al que se nos invita es humilde, solícito, incondicional, eficaz, sin pretensiones ni exigencias (RB IX, REr ). Peregrinos somos y en el camino nos encontramos Para esto os envió al mundo entero, para que de palabra y con las obras deis testimonio de su voz y hagáis saber a todos que no hay otro Omnipotente sino Él (CtaO 9). El espacio franciscano es, todo él, lugar para la misión. El mundo entero, lo que está allí y lo que está aquí, es destinatario de una Buena Noticia: hay quien lo puede todo, el Santo, el Señor, el Todo Bueno, no estamos perdidos, hay quien nos busca, nos tiene, nos guarda del mal. Dicho de palabra y con las obras, con lo que aquí -y así- todos quedamos convocados y concernidos. La vida trastocada por el Altísimo Señor, se propone -aun sin pretenderlo explícita -mente- como humanidad alternativa y provocadora, cuando no políticamente incorrecta. No es llevar la contra ni espíritu victimista, sino atreverse con valentía y libertad a dar razón de la esperanza que nos mueve, del amor que es siempre más, de la fe que ilumina paso a paso. Ruego a todos los hermanos ( ) hagan servir, amar, honrar y adorar al Señor Dios con corazón limpio y mente pura ( ); y hagámosle siempre allí habitación y morada a aquél que es Señor Dios omnipotente ( ). Y adorémosle con puro corazón, porque es preciso orar siempre y no desfallecer; pues el Padre busca tales adoradores (RnB XXII, 26-30).

3 3 La itinerancia de los primeros franciscanos, unía, con profunda sabiduría, la predicación y la oración, la conversación con los vecinos y el tiempo de oración. La habitación y morada no se convierte así propiamente en un lugar, sino en un estado de vida, en un desde donde voy y vengo, hablo y callo, predico y trabajo El espíritu de oración y devoción que nunca debe apagarse (hermosa conexión con el fuego), es todo un aldabonazo a nuestros procesos de conversión, de escucha y respuesta a la Palabra. Anunciamos lo que hemos visto y oído, lo que palparon nuestras manos Sí? Como Jesús, que vivió pobre y huésped (RnB IX, 5). Nada lleven para el camino. A estas alturas, qué decir al respecto? Tema controvertido entre nosotros, franciscanos y franciscanas, hablamos de la pobreza entre la ensoñación del paraíso perdido, la conciencia de culpa, las mutuas acusaciones, y la desazón de quien no sabe qué hacer hoy con una llamada así. Obviamente, el siglo XXI no es el siglo XIII. La reproducción literal falta al espíritu. Si hay peregrinos y peregrinos, también hay pobrezas y pobrezas. Las que se eligen, y las que no, pero que están y se nos imponen: molestas, humillantes, sin brillo, sin la satisfacción siquiera de la radicalidad visible. No son sólo interiores. Cansancio, enfermedad, carencias del tipo que sean (que las tenemos, vaya que sí), frustraciones, debilidades, incomodidades La pobreza siempre tiene la gracia de llevarnos al límite. Y a ver qué pasa ahí. Cada uno tenemos nuestro umbral de lo posible a partir del cual todo es posible, valga la paradoja. Como caminar al borde de un precipicio, sostenidos por la confianza. En esos umbrales la vida se mueve entre lo esencial y lo no esencial, la tapadera y la verdad, la caridad y la autosuficiencia, la alegría verdadera y la tristeza que repliega, la tensión y la serenidad que integra, etc., etc. Quién se atreve a vivir habitualmente en el borde de las propias posibilidades, más allá de sí? Sólo si Dios anda por medio, la persona no se quiebra sino que da el salto. Mientras llega esto y no, que su tiempo necesita, hay toda una serie de opciones y modos de ser y estar en la vida que a ello. Casi cualquier persona de buena voluntad y con sentido ético básico anda en ello. Diversos términos nos lo recuerdan: justicia, solidaridad, respeto al medio ambiente, austeridad, promoción del desarrollo de los pueblos, y cuando contribuye a una humanidad y un mundo más acorde al Creador. Muéstrense gozosos en el Señor, alegres y convenientemente agradables (RnB VII, 16). Vayamos por la alegría, la verdadera. Hablar hoy así es casi una provocación, inmersos como estamos, no sólo en la crisis que parece engullir hasta el espíritu humano, sino en un movimiento que oscila entre la tiranía del estoy bien y su antagónica no puedo nunca estar bien tan y como está el mundo. Los peregrinos, alentados por la esperanza, recolocan las dificultades del camino. Celebran la superación de los conflictos, aprenden (y eso alegra) de los propios errores y de los de los otros, descubren - no os ha pasado?- la infinidad de providencias que jalonan las horas y los días, salpicando cada jornada de bendición y gracia. Es cuestión de poner en práctica la mirada no posesiva, que ni devora (=consume) lo que encuentra, ni vive a expensas de lo que le falta, ni anda pendiente de sí. Deben gozarse cuando conviven con gente baja y despreciada, con los pobres y débiles, con los enfermos y leprosos, y con los mendigos que están a la vera del camino (RnB IX). Nuevo motivo para la alegría de los que van por el mundo, sin refugio, sin abrigo, sin seguridad, a merced de todos. Mis señores los pobres. Por qué? Porque el Señor los ha elegido para mostrar a todos qué grande y qué bueno es, cómo su justicia y santidad es gracia y misericordia. El que va de camino convive de hecho con gente

4 4 baja y despreciada : él, ella misma, empobrecido como vimos, ha descubierto un tesoro escondido allí donde aparentemente se ve suciedad, lepra, postración. Más allá de todo razonamiento, toca tomarse el pulso hasta qué punto esto es real en mi vida y cómo lo es, que como tantas otras cosas, no tendrá una forma única de expresión, sino que en cada uno será según la gracia que se le ha concedido (es facultativo el cómo, no el qué). Habrá que ver, además, no sólo hasta qué punto es real o no el convivir con los pobres y débiles sino si tal acontecimiento es para mí, para nosotros, fuente de gozo que éste sí que no hay quien nos la quite! Humanidad transformada según el Espíritu del Señor que va modelando un corazón nuevo: tened entre vosotros los mismos sentimientos de Cristo Jesús (Flp 2, 5). Por amor (del Señor) deben exponerse a los enemigos ( ), dichosos cuando os odien (RnB XVI, 10) y debemos gozarnos cuando nos vemos asediados por diversas tentaciones (XVII, 8): El ir de camino, lugar y ocasión de conflicto. Toda peregrinación, más aún la de la vida misma, itinerancia que nos es dada, viene marcada por la presencia de enemigos, por el asedio de la tentación. El peregrino está expuesto, cuenta con la dificultad, sabe de las horas de desánimo en las que la tentación asedia qué bien lo dice Franciscominando la fe y la esperanza ( no nos dejes caer en la tentación!). Siempre es así: "el mundo los ha odiado porque no son del mundo" (Jn 17). Paradójica solidez la del que, pase lo que pase, se sabe en buenas manos, las del Padre. Si he tenido paciencia y no me he turbado, en eso está la verdadera alegría Cuál es el secreto? El humilde conocimiento de sí, la confianza que supera todo temor, la no violencia, la discreción, la desapropiación Más que una flecha amarilla propiamente dicha, hay un espacio singular: el monte del gozo. No hemos llegado, pero casi. El monte del gozo tiene rango de primicia, porque desde aquí, con Moisés oteamos esa manera humilde pero real recorrer- la tierra de la promesa, el punto de llegada y con Simeón ya podemos decir que mis ojos han visto a tu Salvador, luz para alumbrar a las naciones, gloria de Israel (Lc 2, 30-32). A la hora de la verdad, en la vida sólo se nos da llegar hasta aquí, hasta la puerta y esperar ( Ven, Señor Jesús ). Vivimos de la prenda de la vida eterna por eso andamos como peregrinos y extranjeros, verdadero ciento por uno en esta vida. Como para no alegrarse! Solo quien se sabe cara a cara a la eternidad descubre qué es vivir a fondo, aprende a dar a cada cosa su justa medida, conoce la auténtica sabiduría, se sabe llamado a compartir una historia de amor y gracia con Dios y ante semejante regalo todo se le vuelve agradecimiento y humildad. No hay renuncia que sea tal ante un don así. El monte del gozo, como en otra ocasión la playa (Jn 21, 4-13) es el lugar donde se nos espera con la mesa puesta, con la jofaina y la toalla. Lugar de perdón, de encuentro, de fiesta, de vida. Hemos tocado puerto. Qué más preguntas vamos a hacer? Todo está en su sitio, todo está donde tiene que estar. Para alabanza de Cristo. Amén

5 5 COMENCEMOS DE NUEVO, HERMANOS Y HERMANAS (1C 103): UNA CONCLUSIÓN IMPOSIBLE. Como venimos preguntándonos desde hace tiempo: qué significa hoy para nosotros no se apropien de nada, vayan por el mundo, muéstrense mansos y pacíficos, alegrándose de compartir la condición de los pobres de los caminos, siervos y hermanos de todos? En realidad sólo hay una cosa importante que decir: la vocación itinerante (en la perspectiva vista al principio) es irrecusable. Todo discurso sobre la itinerancia está vacío si no se realiza al modo que sea. Además, la acción, la realización, sin agotar lo que es la fuente de la que nace, en cierto modo tira de ella, la mantiene y hasta la nutre, en un dinamismo bipolar que se alimenta recíprocamente. Así, podemos afirmar que la espiritualidad de itinerancia se traduce en una forma de vida itinerante si verdaderamente lo es. Y viceversa. Hablar hoy de itinerancia es tan difícil y problemático como hacerlo de la pobreza franciscana, por poner un ejemplo. Pero necesitamos hacerlo. Mantener la memoria subversiva y desestabilizadora que nos lleve más allá, o que nos haga vivir lo que nos toca y que no podemos cambiar como peregrinos y extranjeros. Y todo el que observe estas cosas, sea colmado en el cielo de la bendición del altísimo Padre, y sea colmado en la tierra de la bendición de su amado Hijo, con el santísimo Espíritu Paráclito y con todas las virtudes del cielo y todos los santos. Y yo el hermano Francisco, pequeñuelo, vuestro siervo, os confirmo tanto cuanto puedo, interior y exteriormente, esta santísima bendición (Test 40-41)