CREO EN TI. ESTRUCTURA PERSONAL DE LA FE

Transcripción

1 CREO EN TI. ESTRUCTURA PERSONAL DE LA FE El punto de vista habitual de los teólogos para el estudio de la fe es analítico y abstracto. El acto de fe se resuelve en una complicada estructura de objetos formales, datos objetivos, motivos de credibilidad... El año 1939 publicó Mouroux en Recherches de Science Religíeuse este estudio, enfocando la fe en sus aspectos concretos y existenciales, como un conjunto orgánico de relaciones personales entre Dios y el hombre. La enorme novedad que aportaba --un seguir más inmediatamente la Escritura y los Padres-- le ha hecho clásico y punto de arranque para el nuevo modo de estudiar el acto de fe. Agradecemos a la colección Foi Vivante y a los editores de la versión española el permitirnos resumir los dos primeros capítulos. Nuestro trabajo forzosamente ha de ser completado consultando la rica documentación del original. Structure «personelle» de la foi, Recherches de Science Religieuse, 29 (1939), Creo en Ti. Estructura Personal de la Fe, Juan Flors Editor «Colec. Remanso», barcelona (en prensa). En las fuentes de la fe. El Dios personal Los teólogos antiguos solían definir la fe con una fórmula de inspiración agustiniana: credere Deum, credere in Deum, credere Deo. Esto significa que los principios objetivos de la fe son de orden personal. Dios es el objeto, el fin, y el testigo. DIOS OBJETO Y FIN DE LA FE Credere Deum El objeto primario y esencial de la fe, no es una verdad abstracta, sino un Ser personal, Dios mismo. Dios creador y redentor, Dios Padre y su enviado Jesucristo, el Salvador; el Espíritu, promesa del Padre y don de Cristo. Tener fe es creer en este Dios único. y tripersonal. Pues para ir a Dios es preciso creer que existe y que recompensa a los que le buscan (Heb11,6) Si la fe se define por relación a la visión que esperamos -Dios encerrando cuanto constituirá nuestra felicidad; un Dios providente que pone en nuestras manos cuanto nos permitirá llegar a nuestro fin-, si esta incoación de la vida eterna en nosotros es como una fuerza que tiende a ella y la prepara, queda necesariamente especificada por su mismo objeto: el Dios único y tripersonal creído aquí abajo, antes de ser conocido. En la fórmula clásica el objeto de la fe es la Verdad Primera, habrá pues qué entender. Verdad Primera no como un puro objeto mental, algo en un plano demasiado abstracto, una regla lógica para el acto de fe, sino tomando Dios y Verdad Primera como sinónimos. La Verdad Primera es la Verdad Subsistente. Es alguien. El mismo Dios. En la fe más que en ningún otro conocimiento, el material inteligible empleado - imágenes, conceptos, artículos del credo- no es, hablando en rigor, el objeto mismo de la fe. Todas estas realidades creadas de que usa son en sí medios para alcanzar el

2 contenido fragmentado en enunciados. A través de todo esto el espíritu tiende a la posesión plena. No pudiendo ver el objeto, la inteligencia forma un juicio, se vincula a una verdad, y mediante ella tiende a la Verdad Primera en sí. Credere in Deum A través de mis afirmaciones racionales, busco -y apunto- al ser; pero a través de las afirmaciones de la fe, busco -y apunto- a la Persona Beatificante. Y es que este objeto es necesariamente mi fin. Dios, supremo inteligible, es a la vez el Ser más Deseable. Dios como Verdad Primera es el objeto de la fe; como Bien Supremo es su fin. Ambos aspectos no son separables. Son afirmados siempre en conexión interna, con la unidad indisoluble de un mismo acto: tiendo a Dios como a Verdad Primera, porque tiendo a Él como a fuente de felicidad. Dios Verdadero como dice san Juan, o Dios de bendición como le llama san Pablo, es una misma cosa. Si un artículo de fe es tanto más esencial cuanto más se identifica con el Ser de Dios, es preciso que lo sea también cuanto más se identifica con nuestra felicidad. Las fórmulas más audaces de santo Tomás así lo afirman: de por sí pertenecen a la fe las verdades que nos ordenan directamente a la vida eterna, las verdades cuya visión nos volverá felices (2-2, 2, 5 c; 1,6 ad 1y 8 c). El objeto de la fe es a la vez verdad y felicidad. Más exactamente es el Ser Personal que es a la vez Verdad y Felicidad. Por esto el acto de fe es una afirmación y un amor. Credere Deo. La fe testimonio de Dios El acto de fe es también un credere Deo: creo porque Dios me habla. Aquí aparece con más relieve el papel personal de Dios: creo porque Dios da testimonio de Sí mismo y por este testimonio me llama a la fe. Nadie puede venir a MI si no es atraído por mi Padre que me ha enviado dijo el Señor. Esa atracción supone, primeramente, una vocación interior a la fe. Una llamada que es lo característico y esencial del testimonio. divino: entre Dios y cada alma se da una relación personal, de vocación. Sólo Dios conoce el nombre eterno de cada alma; ese nombre de gracia que constituye nuestra realidad más profunda. Cuando Dios llama a un alma le hace oír este nombre: se dirige a lo más secreto del hombre. Solemos decir, y es exacto, que la gracia es la que ilumina y atrae. Pero esto significa que Dios mismo, en su realidad personal nos ilumina y atrae mediante su gracia. No es un sol impasible que procura una luz ciega sino es Él mismo, una persona que es la luz y el amor, que da un poco de si mismo a otra persona hambrienta de esta luz y de este amor. Habrá que decir con todo rigor es Dios quien causa la fe en el creyente, inclinando su voluntad e iluminando su inteligencia (de ver. 27,3 ad 12). Es aquí donde hay que buscar en último término, la explicación del salto y de la caída a otro mundo que es la fe. El hombre no da este salto solo: franquea el abismo y

3 trasciende su razón apoyándose en un guía. Se acoge a una mano que se le tiende y no se lanza al vatio sino a unos brazos que quieren cerrarse para recogerle. Por eso no obra irracionalmente. La gracia dada así por Dios es ante todo personal y personalizante. Personal, por dirigirse a tal alma en su diferenciación particular; personalizante, porque está destinada a hacerle realizar su vocación única. La gracia no es más que un medio y sólo Dios es el agente. Palabra de Dios, palabra humana Esta fórmula plantea un problema trágico. Las verdades de fe me son dichas por el mismo Dios a través de unos labios humanos. El primer testigo fue Dios hecho hombre, el segundo -que le prolonga y representa en el seno de la humanidad- es la Iglesia. Mediante el Cristo místico Dios habla a todos los hombres hasta el fin de los tiempos. Mientras esta palabra humana no sea comprendida como palabra de Dios, su testimonio queda desconocido y no llegamos a la fe. Normalmente la palabra de Dios es: Dios que me habla por un hombre. Y esta palabra es una gracia. La palabra sembrada por Cristo y los Apóstoles es transmitida a la Iglesia por el Papa y los Obispos. La voz de la liturgia -demasiado alejada a menudo- la lleva a las almas atentas. El sacerdote la transmite a los fieles. Los verdaderos cristianos la hacen oír al mundo de hoy. Así Dios nos hace escuchar su voz, cuando no la susurra directamente a los oídos. El motivo formal de la fe en el sentido más riguroso del término es el testimonio de Dios, Verdad Primera, que me habla a través de labios humanos, los de Cristo o los de la Iglesia. Cristo, persona divina, dice lo que sabe y atestigua lo que ha visto (Ju 3,12). Los Apóstoles transmiten su experiencia del Verbo encarnado (1 Ju 1,1) y Dios manifiesta en ellos su palabra (Tit 1,3). Lo que vale de los primeros testigos es verdadero también para la Iglesia, testigo permanente. Una palabra viva y personal de Dios, sean quienes fueren los intermediarios humanos, es la que presenta al alma las verdades de la fe. Lo mismo se diga respecto de los signos con los que Dios acredita su testimonio. En su esencia no son pruebas generales, principios de demostración técnica. Pueden serlo, pero no son ya de antemano de este orden. Son intervenciones de Dios, gestos, llamadas, dirigidas por Dios a un alma. Si Dios me habla ahora, me da indicios también ahora. Estos signos desde el primer momento forman un cuerpo con el testimonio. No son un elemento sobreañadido desde fuera, de pruebas o razonamientos extrínsecos al mensaje. Son la manifestación de que el Dios personal está en acción, signos que muestran claramente que la palabra viene de Él. Tenemos que aprender a interpretar estos signos, pues no son principios que fundan una deducción, sino hechos portadores de un significado. Más aún, tales signos forman una unidad con el testigo mismo. En Cristo son signos tanto su persona como su doctrina o sus acciones. Pues todo ello es manifestación de la persona, la cual es a la vez testigo y

4 objeto de la fe. Los signos de la Iglesia, -santidad, catolicidad, unidad...- son los rasgos de esta persona misteriosa cuya cabeza es Cristo y cuyos miembros son los hombres. A través de ellos se revela y hace cognoscible el Dios personal. Además de ser personales por su origen, los signos se dirigen siempre a una persona. Dios no actúa ni habla en general, sino a la intimidad personal. Por eso un milagro hecho ante una multitud no se dirige a esta multitud como tal, sino a cada uno de los que la constituyen. Habla a los ojos mientras la gracia habla al corazón: y de la unión de estos dos elementos -signo exterior y gracia interior- brotará el acto de fe. Estos dos elementos de una sola acción divina son dos maneras de alcanzar a la persona humana y despertarla a la fe. Motivos de conversión y pruebas de razón Desde este punto de vista se explica el carácter de muchos motivos reales de conversión, que a primera vista resultan escandalosos para una razón exigente. Sin entrar en controversia, queremos subrayar que los motivos de credibilidad son signos dirigidos por Dios a una persona humana. Se comprenderá que su valor, es decir su sentido, les viene de que ante todo han sido utilizados por Dios. Poco importa su cuerpo: esos elementos, a veces vaporosos a los ojos de una razón crítica impersonal, tienen un sentido: la presencia que de hecho manifiestan. Desde el momento en que Dios pone allí un sentido, son tan objetiva y plenamente válidos como los motivos más susceptibles de ser presentados técnicamente. Difieren en comunicabilidad, pero no en solidez. Como la comunicación de la verdad se hace en la Iglesia y de forma. social, hay y habrá siempre en el catolicismo signos capaces de ser erigidos en elementos de demostración técnica o en medios de argumentación racional. Pero como el acceso a la verdad es una historia personal y única, hay y habrá siempre signos que nacen exclusivamente de la historia personal, y a veces serán racionalmente débiles, incluso escandalosos. Poco importa, el alma cree siempre a Dios. Hemos aludido a los convertidos pero hay que decir lo mismo de los sencillos verdaderamente cristianos. Tienen signos y excelentes. Un apologética atenta puede enumerarlos y mostrarlos. Y el signo único, formado por todos los elementos convergentes de una vida, termina en la manifestación de una presencia: la de mi Dios en la estructura de mi existencia. También aquí podemos tener un signo inferior a otros en comunicabilidad pero no en solidez, puesto que permite a un alma reconocer con la seguridad de las intuiciones personales, la presencia de Dios en una vida. La fe, realidad en Cristo Nuestra fe cristiana se define toda entera por una relación a Cristo. Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Cristo es el camino, pero también el objeto y el fin de la fe. Conocerle es conocer al Padre; verle y amarle es ver y amar al Padre; poseerle es poseer al Padre y al Espíritu que brota del amor de ambos, pues por su persona divina es relación subsistente con el Padre y el Espíritu. De esta forma nuestra fe es cristológica y por serlo es trinitaria.

5 La fe cristiana está totalmente especificada por Cristo. Es participación en la vida de una persona, en su misterio de muerte y resurrección, pero gracias a esta mediación es a la vez trinitaria. No puede ser de otro modo puesto que su objeto es Cristo, en quien nosotros encontramos a los Tres; su fuente, la gracia de Cristo, en quien actúa el Padre y el Espíritu; su fin, Cristo, en quien se revela el Dios de bendición que es el Dios Trino. Más profundamente que nunca, debemos decir que la gracia de la fe es una gracia personal. Llamada del Dios Trino a una persona humana, por medio de Cristo, esto es la fe en sus principios objetivos. La fe acto de la persona La fe es el resultado del encuentro de dos personas. En su respuesta el hombre queda totalmente comprometido y de ahí se derivan algunos de los caracteres esenciales de la fe. En primer lugar el acto de fe es a la vez un acto simple y una totalidad concreta, compleja. En la vida, la simplicidad es primero; y la complejidad es el resultado -legítimo- del análisis crítico. Por eso nunca se subrayará bastante que el acto de fe es un acto simple porque es el don del hombre todo entero. Un análisis posterior descubre en él a la voluntad, pensamiento y sentimientos en la unidad de su acto vital. El hombre no tiene que captar primero una verdad y dejarse arrastrar después a una felicidad sino que tiende a unirse, mediante un solo impulso, con la Persona Adorable que la hará feliz. El amor penetra y dirige al conocimiento. A la realidad de una persona no se llega por un puro trabajo crítico, sino que se la capta en un contacto espiritual y mediante un fenómeno de conversión. Como hay infinitos grados en esta captación también los hay en la fe -fe informe, fe formada-. En el caso de la fe viva, el ser espiritual se abre todo entero para acoger a Dios que llama. Desde esta comunión se comprende que el amor sea la puerta de la fe y que Amor y conocimiento sean inseparables en este acto. Pero la misma profundidad de este acto simple, hace que integre una multitud de elementos. Cuando santo Tomás subraya que el asentimiento de fe tiene lugar bajo el imperio de la voluntad, o en cuanto la voluntad determina la inteligencia, no ignora que estas afirmaciones para ser inteligibles sobreentienden la unidad de inteligencia y voluntad. Por lo demás amor y deseo tienen raíces tan hondas en este proceso vital que la inteligencia las capta en su mismo objeto: Por la fe percibe el espíritu aquello que espera y ama (2-2 62,4). El conocimiento y el amor no son, en la fe, realidades que se unen por fuera, sino fuerzas que se atraen desde dentro, porque traducen un impulso mas profundo que ellas mismas. Encuentran su unidad en el acto de fe porque él traduce el movimiento de una interioridad personal. La unidad no hay que buscarla en el plano del conocimiento y del amor, sino más adentro, allí donde son una misma cosa, en el impulso espiritual de la persona misma.

6 Unidad profunda y disgregación consciente As se explica que, por ejemplo, en muchos casos de conversión, los elementos normales y conscientes del acto y la fuerza que de suyo debe integrarlos puedan en rigor hallarse disociados. Esto se verifica siempre que sobreviene un cambio violento en la orientación de la persona. Y el paso de la incredulidad a la fe es en efecto una disgregación y una reconstrucción. Disgregación de un primer complejo enraizado en el ser, organizado casi siempre alrededor del yo, con un amor que, define el sentido de su vidas En el acto de fe se descompone esto porque se reedifica otro complejo cuyo centro será Dios. Este cambio esencial no tiene lugar principalmente en el plano de los elementos conscientes de esta vida, sino en el de la actitud espiritual que los dirige. De ahí que el convertido experimente la disociación entre un centro espiritual transformado; y una superficie consciente inalterada se vea desgarrado por el sentimiento de una personalidad radicalmente cambiada en el seno de un material de ideas y deseos absolutamente intactos. El impulso de la fe deberá poco a poco abrirse paso a través de un alma en escombros. Triunfo imposible si no estuviera toda la persona comprometida por su adhesión a Dios. Oscuridad de la fe y contacto personal Si el punto de vista personal esclarece el acto de fe, también aclara sus propiedades. El acto de fe es oscuro porque en él se revela una persona a otra y esto siempre es oscuro para la razón discursiva que comprende estableciendo relaciones y construyendo su objeto. El conocimiento espiritual no es discursivo: no se alcanza a una persona como término de una serie de relaciones abstractas. La función discursiva del entendimiento puede preparar la captación de una existencia concreta, pero no puede llevarla a cabo. La existencia y el valor de la persona escapan a la función discursiva de la inteligencia. Son obscuras para ella. Además esta percepción totalizadora -de contacto y coincidencia con el ser descubierto- es algo parcialmente opaco y resistente a la razón. Y el acto de fe se sitúa precisamente aquí. Con esto aún no henios tocado la oscuridad típica de la fe. Es oscura por ser la revelación de una persona divina a través de un testimonio humano. Una persona humana todavía se revela a través de su propio testimonio. Pero una persona divina, a través de un testimonio humano ha de quedar necesariamente sumergida en la tiniebla. Es verdad que el testimonio la revela y constituye la, fuente de nuestra luz. Pero no revela a Dios, más que como oculto y ausente para nuestra razón, -argumentum non aparientium-. Precisamente porque la persona divina no se entrega sino bajo el velo de los elementos humanos del testimonio, el acto de fe resulta extraño y trascendente al orden puramente racional. La fe es inevidente por extraña y exterior a un orden y categorías que supera infinitamente.

7 A esta oscuridad vienen a añadirse nuevas sombras, las que brotan de la persona que nace a la fe. Persona caída, sin estar orientada hacia Dios como debiera estarlo, con una inteligencia y voluntad carnales que requieren una purificación bajo la acción del Espíritu Santo para que los vuelva transparentes y significantes como debieran serlo. Oscuridad accidental, pero normal y tentadora que ha hecho hablar a san Agustín no solo de los ojos de la fe, que ven en la luz, sino también de las manos de la fe que palpan a Alguien en la oscuridad. Certeza de la fe y adhesión personal En el plano. abstracto la certeza de la fe engendra un problema desorientador. En el plano concreto y personal es claro. Para la más exigente teología racional la fe recibe su certeza fuera del orden propiamente intelectual, en el orden de los factores voluntarios. Expliquemos esta paradoja escandalosa. Certeza significa evidencia objetiva y firmeza de adhesión: estoy seguro de poseer la verdad porque la veo. La fe es cierta y por tanto estoy seguro de poseer la verdad y sin embargo no la veo. Por qué entonces esta seguridad? Porque estoy unido a alguien que ve. La fe es cierta no por la evidencia de una cosa vista, sino porque es la adhesión a una persona que ve. Esta proposición es perfectamente lógica. Si en la fe lo esencial no son las verdades fragmentarias, sino aquel a quien damos crédito, es evidente que nuestra certeza está fundada sobre dicha persona que es quien ve las verdades y por lo tanto quien funda de un modo absoluto nuestro conocimiento. La fe es adhesión a la Verdad Primera, es decir a una Persona Infalible. La certeza de la fe resulta inferior a las otras en evidencia, pero superior en firmeza, y esto en la medida en que certeza quiere decir seguridad en la posesión de lo verdadero y plenitud en la adhesión. De cara a los misterios sobrenaturales que afirmo con mi fe, la mayor seguridad es la palabra de Aquel que ve, sobre todo cuando me es transmitida humanamente por Él. En esta materia el oído es más certero que la vista, pues estoy más seguro de lo que la Verdad Infalible me dice que de la verdad que mi razón pueda ver. Personalismo y credibilidad Creemos que sólo nuestro punto de vista permite resolver a fondo el problema de la credibilidad. La credibilidad es el carácter que posee el objeto de fe de hacerse reconocer y aceptar obligatoriamente por la razón. Recordemos para empezar que este problema puede plantearse en dos planos: en el psicológico e inmediato del conocimiento directo, como un problema de vida o en el abstracto y lógico del conocimiento reflejo, como un problema de ciencia. Situados en el primer plano hemos de decir queda credibilidad no es primaria ni simplemente la propiedad de un objeto -aunque la fórmula sea exacta-, sino la propiedad de un testimonio y por consiguiente no es la evidencia de una idea sino la

8 manifestación de una persona. El papel de los signos es hacerme captar la presencia y acción de una persona, hacerme ver que es Dios quien habla y por consiguiente puedo y debo creer. Por eso ante el testimonio divino el hombre se encuentra comprometido en su actitud espiritual total. En otros términos, hablar de credibilidad quiere decir ante todo que nosotros podemos y debemos creer en el testimonio de Dios. Por consiguiente, mientras el hombre no hace de la fe un problema personal, queda cerrado a la captación de la credibilidad. No le concierne porque se refiere a un "problema", a un objeto entre otros que no le afecta personalmente. Signos y señales no serán más que caracteres lógicos de un objeto, algo incomprensible, en vez, de invitaciones concretas y personales. Y esto no se debe a la debilidad de los signos, sino a su naturaleza. Un signo no se comprende refiriéndolo por deducción a un principio general: se le entiende refiriéndolo a la persona que lo crea y utiliza, a Aquel que se revela y ofrece en el. Así lo esencial en la marcha que conduce a la fe es esta búsqueda personal, este deseo de una verdad portadora de dicha que sólo puede ser una persona en la que resplandecen la luz y el amor. Si el alma se adhiere a las verdades propuestas, es porque a través de estos signos y verdades, busca y descubre a una persona que la llama y a quien responde. Búsqueda de la persona: esto es lo que explica la captación de la credibilidad; y encuentro de la persona: es lo que explica la certeza de la fe. También es santo Tomás quien enuncia la fórmula: "Todo creyente se adhiere a la palabra de alguien. De modo que lo principal, y lo que tiene en cierto sentido valor de fin en todo acto de fe, es la persona a cuba palabra damos la adhesión. El detalle de las verdades afirmadas en esta voluntad de adherirse a alguien se presenta por tanto como secundario" (2-2 11, 1 c). Condensó: FEDERICO SANFELIU