Gabriel Albiac RELIGIONES DE NUESTRO TIEMPO

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1 Gabriel Albiac RELIGIONES DE NUESTRO TIEMPO

2 GABRIEL ALBIAC: CLÍTORIS PELIGROSO (18/10/96). Más torpe de lo habitual, la cuchilla del barbero que secciona clítoris y labios menores produce un hemorragia incontrolada. Dos niñas de tres y cuatro años mueren. Sucede hoy en Egipto, donde la clitoridectomía fue oficialmente prohibida en 1956 y sigue siendo mayoritariamente practicada, sobre todo entre la población rural. Mas deberíamos hacer el esfuerzo de no engañarnos: la muerte _por desangramiento o infección_ es aquí sólo una anécdota. Rito de paso ineludible, la ablación del clítoris _en distintas variantes locales_ rige la entrada en la edad adulta y sella sobre el cuerpo de entre 30 y 74 millones de mujeres _los vacilantes datos son de la OMS_ la disponibilidad para el matrimonio y la reproducción. El área de difusión del rito es amplísima. Como lo es la de los credos religiosos que, en algún momento, lo incorporaron a su liturgias básicas. De Nueva Guinea a Australia, del archipiélago Malayo a tribus indígenas de Brasil, Perú o México, la práctica aparece bien documentada por los etnólogos. África, como casi en todo, lleva también en esta desoladora historia la peor parte. Bajo su forma de infibulación faraónica o sudanesa, donde el orificio vaginal es reducido al mínimo diámetro necesario para la excreciones corpóreas y restablecido en esas dimensiones después de cada parto, hasta la elemental excisión de clítoris y labios menores (sunna), la clitoridectomía sigue siendo hoy universal maldición de la mujer africana. También, para algún prestigioso teórico de la descolonización _fue el caso explícito de Yomo Keniata_, dato irrenunciable de la africanidad frente al imperialismo europeo. Al irrenunciable dato se plegó el

3 Islam, en cuyo marco religioso sigue hoy siendo ejercida en Sudán, Somalia, Egipto También el cristianismo copto que, en el siglo XVI hizo de él higiénico distintivo frente a las degeneraciones de Roma. Es esa universalidad, más allá de religiones y continentes, lo que hace de la amputación clitórica un síntoma espeluznante de ciertos atavismos humanos. Los Dogon dan, en su mitología, un relato extraordinariamente plástico del fantasma que subyace a esa barbarie: imperfectos, los humanos guardan en su cuerpo infantil restos de una originaria amalgama sexual aún no diferenciada; residuo femenino, el prepucio debe ser amputado para que el niño sea hombre, el clítoris para que la niña sea mujer copulable. La privación de acceso al placer sexual que ello acarrea es el precio a pagar por el de una maternidad amenazada por la traba del clítoris, peligroso artilugio que, en su erección, amenaza de muerte al varón copulante. En 1853, Ysaak Backer Brown, obstetra londinense, puso de moda una técnica quirúrgica para acabar con la malsana masturbación femenina: la amputación del clítoris se efectuaba, por supuesto, con las garantías clínicas e higiénicas más avanzadas. Hasta su exclusión de la Sociedad Londinense de Obstetricia en 1867, su método gozó de un éxito apabullante. Los Dogon no caen tan lejos.

4 GABRIEL ALBIAC: UNA AGRESION CRISTIANA (15/12/96). Las luces, el feísmo de las bombillas de colorín extremo por las calles; la necedad azucarada de las mismas cancioncillas infumables de cada año; los escaparates atiborrados y los alelados transeúntes que se apiñan ante ellos como si estuvieran en vísperas del fin del mundo ; todos los inequívocos signos de las más vomitivas semanas del año. Uno puede, al fin, librarse en esta vida de casi todo a fuerza de perseverancia y mala leche. De la infame Navidad no. Un universal consenso exige que la aceptemos con esa resignación pasiva con que uno afronta una tormenta o un maremoto. Catástrofe natural a la cual es exigido que todos paguen peaje. Hasta tal punto la estupidez colectiva reglamenta nuestras vidas, que damos como parte del paisaje cosas verdaderamente fantásticas. Que los cristianos deban conmemorar el supuesto aniversario de la venida de su dios en carne mortal al mundo, es cosa muy respetable. No es el cristianismo esencialmente más nulo que otro monoteísmo cualquiera. Que no encuentren manera menos boba de hacerlo que evocando el pantagruélico ritual de las cenas excesivas, el alcohol desmesurado, el insufrible ruido y el infinitamente peor sentimentalismo familiarista, está, sin duda, en coherencia con un corpus dogmático que ve en el sufrimiento valor moral supremo y en la locura (San Pablo dixit) única forma de sabiduría. Allá ellos. Pero la calle es de todos. De todos son las instituciones públicas. También de quienes benevolentemente vemos en la religión _cristianismo o islam o lo que diablos sea_ un pintoresco anacronismo digno de tanta atención antropológica cuanto los bisontes de Altamira. La

5 horrenda horterez de colorines en guirnalda, que convierte las calles de Madrid en una sucursal mejoradísma de un plató de Tele 5, no es sólo un atentado _efímero, pero no por ello menos atentado_ al mínimo buen gusto urbano exigible para la salud mental del paseante. Es también _lo cual, si cabe, resulta más grave_ una intolerante agresión contra las convicciones de la fracción de la ciudadanía _por muy minoritaria que sea_ que por el cristianismo experimenta apenas una leve curiosidad de exotismo académico. Belenes, bombillitas, zambombas, necios bigardos que, con patéticas barbas de algodón y rostro embetunado, ejercen de esa curiosa variante de corruptor de menores que son los así llamados Reyes Magos, quedarían estupendamente en la privacidad de un templo. Sencillamente porque, en un país laico, toda religión _y toda no religión_ tiene igual derecho a ejercer su privada actividad sin que ninguna se arrogue el privilegio de darle al prójimo un soberano peñazo. Nada tengo que oponer a que los cristianos celebren el nacimiento del hijo de una virgen que además es dios y encima hombre, mortal y eterno. Cosas más fantásticas se han producido en religión. En nada me molesta que su pudibundez sea lo bastante inhibidora como para necesitar de mediadores trascendentes a la hora de hacer un trivial regalo a sus retoños. Es problema suyo. Es demasiado pedir que nos dejen en paz al resto de los mortales? Gide: familias, os odio.

6 GABRIEL ALBIAC: EL EXORCISMO (27/12/96). Envejecemos. Lo sabemos. Sabemos que no hay cura para eso. Que todo consuelo miente. Ese saber es quizás lo más enfermo _y lo más hondo también_ de la condición humana. Lo exorcizamos inventándonos ídolos diversos ante los cuales simular la perennidad que nos niega la biología. La genealogía es con seguridad la más tosca _y la más perseverante, porque, en lo profundo, somos los humanos animales primordialmente toscos_ de esas prótesis anímicas. Virgilio, tallando en La Eneida la imagen del viejo Anquises a caballo sobre los hombros jóvenes de su progenie, fijó para siempre la metáfora en el inconsciente cultural que es el nuestro. En días como éstos del final de año, la metáfora trasciende a lo real y lo vuelve inhabitable. Y la imagen de una respetable ama de casa haciéndose estallar con un par de granadas en medio de una misa del gallo se me antoja el único soplo de aire vivo en esta claustrofobia de símbolos sobados. Tomo de su anaquel el bello estudio que, hace medio siglo, dedica a Jean Genet Jean-Paul Sartre. Genet: la infancia como el relámpago de un electrochoque del cual nunca se sale intacto. El mito de la inocencia infantil es una forma bastarda, positiva y cómoda del mito del Paraíso Perdido. Santos, intercesores y vestales de esa religión de bolsillo, a los niños les es encomendada la tarea de representar ante los mayores el estado de gracia original. El lógico resultado de esa desmesurada exigencia teológica es un poso de frustración salvaje: nadie, ni adulto niño, podría dar satisfacción a semejante mandato. Nadie puede asentar su suplencia sobre el altar vacío de los dioses idos. No sin pagar un precio infinito.

7 En una sociedad de irrisorias ficciones laicas, la teatralización navideña es eso. Puesta en escena de todas las frustraciones que el adulto no osaría explicitar _ni explicitarse_ de un modo directo. Endosadas al inventado deseo de otro que nada entiende, esas zonas no visitables sin un escalofrío del pasado son exorcizadas. Quedan inmersas en un relato mágico: la infancia como lugar anterior al dolor y al tiempo. Exorcizadas. En vano. Algo en lo más hondo del adulto sabe que el ritual está abocado al fracaso. Que nada absolverá su vida irreversible. Menos que nada ese vuelco de deseos y ausencias sobre el otro en cuya espalda erige su propia e imposible voluntad de pervivencia. La angustia es lo único no mentiroso de estos días. Desvela lo que en un punto no confeso de su mente todos saben: que la infancia es una leyenda portátil con la que ir engañando a la memoria. No hay paraísos más que los perdidos. Ni memorias de sí mismo que no mientan. Toda evocación de la infancia es corruptora. Sartre: yo era un niño, uno de esos monstruos que los adultos fabrican con sus añoranzas. No hay paraísos. Ni siquiera perdidos. Salvo los que no existieron. Porque nunca los consumió nada. Pope lo ha escrito con virtuosismo deslumbrante: Sólo es bello lo que no es.

8 GABRIEL ALBIAC: LO QUE NO VEMOS (3/1/97). Extraña imagen de la muerte en los periódicos: Es posible que algunas personas se llevaran los cadáveres. Imposible saber si son 33 o 600. Sucede al noroeste de la India. Lejos. Olvidamos esas muertes impensables sin haber llegado a atisbarlas siquiera. Desazonado aún por lo invisible de ese espanto, topo con la reflexión lúcida de José Jiménez Lozano en La luz de una candela: Las más horribles historias de Lovecraft son cosa de niños. Incluso Sodoma y Gomorra, incendiadas desde lo alto, resultan pálidos símbolos de lo que pasa, ha pasado y seguramente pasará invisiblemente ante nosotros mismos. Y ya nos han convertido en estatuas de sal: miramos y no vemos. Me asaltan enseguida imágenes rechazadas en mi propia memoria. Bombay. El enjambre. Benévola, mi memoria ha barajado lo visto con lo soñado en viejas lecturas del Dante: la literatura es ese mentir la realidad diciéndola; sin su astucia el dolor nos volvería locos o estúpidos. El muro no es una convencional metáfora literaria. Se inicia, creo, en la esquina misma del aeropuerto o muy

9 cerca de él, y es de adobe, y su altura de algo menos de dos metros, creo, y está a trozos derruido y todo él a medio horadar como de lepra y lluvia, y dura largos minutos durante los cuales corre el taxi paralelo a él, no estoy seguro de que no sea todo una pesadilla; pesadilla a su costado esas gentes guarecidas, gentes espeluznantes, porque la pobreza absoluta no conmueve, aterroriza sólo; gentes como un residuo apelmazado por la mugre, apretando al muro su espalda, arrinconadas contra él como un inmenso nudo de lombrices que palpita sobre interminables paisajes de escombros, porque el muro es su hogar y ese hilo de charol que destella en paralelo es el agua en que beben y se lavan y hay niños que chapotean y sombras famélicas de hombres que hunden en él pies o manos, y mujeres de las que cuelgan niños en racimo, y ancianos de inmovilidad pétrea, y jirones de tela ondeando sujetos por un par de cañas precarias, es el hogar, y así minutos larguísimos. He cerrado los ojos. Lo soñé, tal vez. Evoca Jiménez Lozano, la engañosa plegaria de Kafka: Si el escritor quiere evitar la locura, no debe estrictamente alejarse jamás de su escritorio; ha de

10 agarrarse a él con uñas y dientes. A su cobijo piadoso, todo horror es Dante. Y toda escritura, olvido.

11 GABRIEL ALBIAC: MAMEN (17/1/97). Mamen dormía en la sala de espera. Mi avión había llegado a Fuenterrabía con bastante retraso aquel 21 de mayo del año pasado. Durante el vuelo, leí en EL MUNDO el auto de Gómez de Liaño acerca de la tortura y asesinato de Lasa y Zabala. Me costó mucho llegar hasta la última línea: el horror de esas páginas sobrepasa lo soportable. Yo tenía que hablar en San Sebastián acerca de la corrupción felipista. Pensé que nada que dijera podía dar una idea más justa que la contenida en aquella minuciosa reconstrucción del espanto. Y que sería más didáctico ahorrarme mis precisiones académicas y leer ante los asistentes la fría acta judicial de algo que _aun a riesgo de rozar la teología_ no podía entender sino como el mal; sin adjetivos; el mal esencial y puro. Por enésima vez, me pregunté de qué servía hablar o escribir frente al abismo que los nombres de González, Barrionuevo, Vera y Galindo metaforizaban... Del aturdimiento en el cual zozobraba me sacó Mamen Gurruchaga que acaba de despertarse y que me hablaba del poco sueño que permite una vida de periodista. _ Además, nos han vuelto a llenar de pintadas la redacción. _ Los chicos de Galindo? _No, qué va! Los jarraitxus. Van ya ni se sabe cuántas La certidumbre desazonadora de no entender nada de lo que está pasando en el País Vasco me golpeó. Me sucede desde hace años. Condenar o entusiasmarse es fácil y además gratificante. Entender, no. Cuando la inteligencia tropieza con marañas que se resisten al análisis, un resto elemental de lucidez debe advertirnos de que entramos en

12 zona de alto riesgo. Irracionalidad es, en política, sinónimo de catástrofe. Aprendí mucho de Mamen, en aquel día de mayo, acerca del rompecabezas vasco. Aprendí, en primer lugar, que poco de lo que pensamos desde Madrid sirve allí para nada. Que lo que a nosotros se nos antoja disparatado forma parte de una cotidianidad que ya ni siquiera toma uno demasiado en consideración, porque, de hacerlo, no podría evitar una parálisis moral mortífera. Evoqué a un cafre a quien, meses antes, había oído por la radio calificar a Mamen y al MUNDO de cómplices de ETA, mientras mirábamos las pintadas que sentenciaban al periódico como cómplice del terrorismo de Estado. La paradoja hubiera debido darme risa. Sólo me produjo angustia. Cuando el lunes pasado vi en Egin la foto de Mamen junto a Argote, aquella imagen de hace ocho meses me golpeó la memoria. A pocas personas detestan tanto Argote y los gángsters del GAL cuanto a Carmen Gurruchaga. La contigüidad buscada por quien diseñó esa página para desencadenar contra ella la manifestación de ayer era una impecable canallada. O una estupidez _yo nunca supe muy bien distinguir los dos conceptos_. A Galindo, a González, a Vera y Barrionuevo, el trabajo sucio se lo están haciendo hoy los jóvenes abertzales gratis Parece todo un delirio. Frente a ese delirio, todos somos Mamen.

13 GABRIEL ALBIAC: CADAVERES HUMANOS (14/2/97). Fragmento gélido de Heráclito de Efeso: Cadáveres humanos, más de desechar que estiércoles Fue redactado hace veinticinco siglos. Si aún nos desazona es por su lucidez despiadada. No es fácil soportar la lucidez cuando ésta atraviesa un umbral muy preciso: aquel que nuestro confort moral nos dicta. Cadáveres humanos Viernes: alguien, en la soledad de una celda de alta seguridad, se suicida. Escalofriante. Mido la palabra: sé, con Camus, que tal vez sea el suicidio la única pregunta seria de cuantas acosan a la condición humana; sé, con Malraux, que ante un hombre que tiene la firmeza de matarse no cabe otro sentimiento que el respeto. No es el suicidio lo que escalofría. No a mí. Son los emblemas de horror y de derrota que lo envuelven. En esa soledad de esa celda de seguridad inaccesible, un hombre ata sus pies, sus manos. Lógica feroz: la pañoleta está atada a muy poca altura, la caída será mínima, la muerte sin remedio lenta. Ningún cuerpo abandonado a sus mecánicos automatismos toleraría perecer así sin torcer los designios de destrucción que la mente ha trazado. El hombre amarra laboriosamente cuerda y pañuelo. Ningún cuerpo torcerá la decisión tomada, que es su último acto libre De cómo a una celda de alta seguridad hayan llegado el pañolón y la cuerda, nadie parece querer saber demasiado ahora. Y todo empieza entonces. La necedad primero de autoridades penitenciarias y políticas callando los términos atroces de lo sucedido: silencio sobre cuerda y ataduras. Como si callar una atrocidad pudiera hacer otra cosa que hinchar su pus... La locura de inmediato: ésa que

14 exige que un muerto pague otro muerto. Serán dos. El primero era tan sólo un peluquero: no alcanza a redondear el trueque. Magistrado, el segundo. Del Supremo. Nada importa que de lo laboral y ajeno a la guerra en juego. Nada importa: magistrado del Supremo suena bien para un cadáver. Y a los cadáveres ya sólo se les pide eso: que suenen; que resuenen con el metálico repiqueteo de los altavoces acoplados. En la oquedad de su estruendo no hay palabras ya susceptibles siquiera de ser descifradas. Misterioso eco solemne sólo. Eco de nada. Escalofrío. Y todo sigue después. Otro suicidio el lunes. Otro asesinato el martes. Político tronchado en un lejano caserío. Comparsa de carnaval que un bala _el estampido tiene el aire irreal de una broma_ resuelve en guiñapo sobre el suelo. Cadáveres humanos Fueron hombres. Son esa cosa sin sentido ahora. Cadáveres humanos, más de desechar que estiércoles Los borramos enseguida. De la retina, el sueño, de la acerada nervadura de la memoria. Heráclito _viejo misántropo lucidísimo en una borrada ciudad griega de hace dos mil quinientos años_: guerra de todos es padre, de todos rey, y a los unos los señaló dioses, a los otros hombres, a los unos los hizo esclavos, a los otros libres A estos de ahora, muertos sólo. Nada. Apenas un fino poso de estiércol desechable. Los borramos. De inmediato.

15 GABRIEL ALBIAC: ANTÍGONA EN MARTUTENE (14/3/97). Mundos estancos. De un lado la increíblemente lerda farsa de las innumerables traducciones simultáneas de la nada más perfecta en el Senado; con cargo al contribuyente y sin siquiera un amago de pudor ante el ridículo. Del otro, unas gentes en San Sebastián que, náufragos de la tragedia, perseveran en el esfuerzo _tan raro entre nosotros_ de sufrir, reflexionar, hablar midiendo inteligentemente las palabras. Tan común se ha hecho entre nosotros la palurda retórica fingiendo papel de análisis, que esta severa dignidad ayer de la familia Elosegi nos deja sin aliento, como mudos. Es algo elemental lo que nos dice sin embargo. Desde el peso que la sangre propia da a las verdades elementales. En un país llegado a la desgarradura que es hoy la de la tierra vasca, hay que tender puentes. Si es que aún se está a tiempo: no es evidente que así sea. Una administración que nada quiso saber de las violaciones de derechos humanos en las cárceles, no esta calificada para exhibirse a sí misma condecorando a los muertos. Hacia 1916, W.B. Yeats, en medio de una Irlanda descompuesta por el acecho inacabable de las armas, meditaba, lúcido, acerca de cómo un sacrificio demasiado largo / puede tornar en piedra el corazón aun de los mejores. Meditaba también en torno a algo elemental y terrible: no hay mejor garantía para la perpetuación salarial de los políticos que ese horror en el cual todo se congela. Puede que un soplo de palabras políticas / haya secado nuestro rosal, escribe. La sequedad es una metáfora muy débil para reflejar lo que resulta de una cosa como esa que ocupa _por pura herencia institucional

16 franquista_ la antigua sede de la Secretaría General del Movimiento Nacional, en cuyas galerías más sórdidas se movió tan a gusto alguno de ellos. He tomado de la biblioteca la Antígona de Sófocles. Ismene, al inicio del primer acto, interpela a su hermana que ha apostado ya contra la ley en nombre de leyes más esenciales: Tienes un corazón ardiente para fríos asuntos. Se equivoca Ismene; en la voluntad de verdad de Antígona hay una lucidez destellante: allá donde la condición humana es sabida como el más esencial de los espantos, cualquier pretensión de legitimidad inmaculada por parte de quien sea se revela como una simple farsa. Que gentes como Manuel Fraga Iribarne puedan ser hoy parte de esa legitimidad exime de más explicaciones. Y, al margen de esas gentes que inmemorialmente viven de la política, esto es de nuestros impuestos y de nuestra permanente tomadura de pelo, una familia vasca. Severa en la perseverancia de entender las raíces del horror que de pronto la ha envuelto. En su esfuerzo inesperado por meditar allá donde otros que no sufren gritan, hay un rescoldo intenso de aquello a lo cual Jean Racine llamaba, hace tres siglos, la tristeza majestuosa de la tragedia.

17 GABRIEL ALBIAC: DE PERROS Y HOMBRES (4/797). Condillac! Como un engranaje de relojería ha hecho clic en mi memoria, aun antes de formularlo o siquiera ser vagamente consciente de su presencia. Condillac. Como un engranaje de relojería, en la imagen insostenible del muerto en vida que emerge de las sombras y al cual no le es ya posible reconocer siquiera el mundo de antes del infinito tiempo de la tumba. Todos los estudiosos del siglo XVIII conocen el pasaje. Está al inicio del Tratado de las sensaciones. Propone, bajo revestidura alegórica, un hipótesis extrema: la de un hombre privado de todos los sentidos, al cual pudiéramos ir dotando, a nuestro arbitrio, de los ámbitos de sensación por nosotros decididos y regulados. Como encerrado en un bloque pétreo que ninguna apertura poseyera al mundo. Para cumplir nuestro objetivo, imaginamos una estatua internamente organizada como nosotros mismos y animada por un espíritu privado de cualquier tipo de ideas. Supusimos, además, que su compacto exterior de mármol no le permitiera el uso de ninguno de los sentidos, y nos reservamos para nosotros el arbitrio de ir abriéndolos, a nuestra elección, a las diferentes impresiones. Condillac es bondadoso con su hombre de mármol. Comienza por dotarlo del olfato y por someter este sentido a la presencia de una rosa: Si le presentamos una rosa, para nosotros será una estatua que huele una rosa; pero, para sí, ella misma no será sino un olor de rosa. Me fascinó siempre el horror que subyacía a la apacible metáfora de Condillac. Qué sucedería si el único sentido abierto lo fuera a una sensación incontaminadamente dolorosa? No un individuo que sufre,

18 ciertamente. Un sufrimiento puro. Sin posibilidad siquiera de poner respecto de él la distancia del sujeto que se sabe otro respecto de esa cosa llamada dolor, que se da en él pero no es él. Suprimida la distancia, toda estrategia de defensa se desmorona. Queda dolor y anonimato. Puede llamarse por su nombre: espanto. Utilicé la hipótesis de Condillac, hace algunos años, para construir un personaje de novela a quien se trata de transformar literalmente en un perro. No diré que me sorprenda ahora ver la hipótesis literaria traducida en realidad. No hay horror verdaderamente nuevo en nuestro siglo. Todos los espantos _aun los más dificultosos de narrar_ han sido transitados mucho más lejos de lo que cualquier ficción lograría hacerlo. Enjaular ilimitadamente a hombres condenados a la desesperanza fue práctica común de los campos de exterminio. En la Europa de final de los sesenta, los coroneles griegos aplicaron tipos de encierro muy similares con enemigos políticos particularmente odiados. De las equivalentes prácticas consumadas por los militares argentinos o por los teocráticos combatientes libaneses no hace falta ni dejar memoria. El horror no es ni un accidente ni, mucho menos, una patología de la condición humana. El horror es quizá la más característica de sus peculiaridades. El horror. No hay ética digna de tal nombre que no quepa en el minucioso combate contra esa tentación que jamás podrá ser abolida por completo. Lo que de moralmente exaltante hayan podido tener los más nobles de los combates de este siglo cabe en eso: hemos sabido identificar a la bestia en nosotros y hemos sabido resistir a ella. Y hemos sabido también que esa batalla no es jamás irreversible. Hemos sabido _es lo esencial_ que la bestia es nosotros. Resistir a su silencioso acecho resulta, al fin,

19 la única apuesta digna. Algunos lo llamamos sólo inteligencia.

20 GABRIEL ALBIAC: TERRORISTAS (11/8/97). Juguetes de niños _dice Heráclito de Efeso_ son las creencias de los hombres. Lo eran hace dos milenios y medio, cuando él escribía, ajeno a cuanto no fuera inteligencia. Lo son ahora. Me sentiría tentado a decir que más que entonces. Me engañaría. Seguro. Es propio de la indolencia humana juzgar a su tiempo el peor de todos. Error básico. Todos los tiempos son el peor de todos. Y cualquier creencia _cualquier aquiescencia exenta de análisis_, igual de infantilmente idiota. Nada más tranquilizador que los clamores populares : es dulce abandonarse al calor de la arropadora masa que ruge sus elementales convicciones. Elias Canetti ha analizado muy bien, en su magistral Masa y poder, en qué modo esa cesión de razón y análisis en la universal sabiduría del pueblo enfervorizado es clave inaugural de los totalitarismos. Hitler y Goebbels no fueron sino virtuosos intérpretes de esa partitura del Volkgeist, de la verdad yacente en el alma del pueblo, parida por lo más negro del romanticismo alemán. Heráclito de nuevo, como fármaco (en la bella traducción de García Calvo): Pues qué juicio ni seso es el de ellos?: andan halagando a recitadores del pueblo, y por maestro toman a la turbamulta Que no vemos con los ojos sino con las palabras, es un axioma muy elemental. Analicemos. Con los ojos, vemos un asesinato en Ermua. Con los ojos, veinte asesinatos en la plaza del mercado de Jerusalén. La lengua llama al primero cruel acto terrorista. Del segundo, dice el trivial horror de un país en guerra. Concluye, para el primero, el veto hermético de cualquier diálogo con los asesinos. Deduce, del segundo, la urgencia de una inmediata

21 negociación entre combatientes... Hipocresía? No. Sin duda, algo mucho más profundo. Embrujadora alquimia de las palabras. Lo que es lo mismo: ignorancia elemental del diccionario. Terrorismo no es un vocablo intemporal. En vano lo buscaríamos en léxicos anteriores al siglo XIX. Está fechado: designa las providencias del Estado nacido de la revolución francesa para contener la contrarrevolución monárquica. Carece de componente valorativo. Cuando _en la segunda mitad del XIX el movimiento obrero se dota de estructuras organizativas calcadas de las del Estado burgués que dice querer destruir, hereda, entre otros, ese mecanismo: el terrorismo defensivo del Estado se trueca en terrorismo subversivo. ETA como la OLP, IRA como HAMAS o Sendero Luminoso, son versiones muy distorsionadas de aquel calco de la matriz militar del Estado moderno. Hablar así de mayor o menor exceso en lo sanguinario, es una coartada vergonzosa para la ausencia de análisis. Pocas cosas tan atroces como el frío asesinato de jóvenes atletas en Munich encargado por Yassir Arafat. No le impide ello ser hoy vitalicio Presidente palestino. Los terroristas no se dividen en malos y buenos. Sí, en perdedores y ganadores. A los últimos, se les suele llamar patriotas. Lo cual _subrayo_ es aún más insultante.

22 GABRIEL ALBIAC: ESPAÑA? (27/11/97). En un bello debate a tres con Savater y Trías, Pepe Ribas ha planteado inmejorablemente los términos hirientes de la extraña paradoja en que vivimos. Se puede hablar de Cataluña, de Euskadi, de Andalucía y, sin embargo, en ciertos sectores, la palabra España duele o molesta. Rara avis en el horizonte editorial español, Ajoblanco acierta en el corazón de un problema ante el cual nos sentimos paralizados: qué incurable herida del franquismo y de su continuidad felipista nos sigue impidiendo siquiera plantear en modo interrogativo un uso no culpable de la palabra España? Yo no me siento español, quede eso claro. Fuera _por supuesto_ de esa imposición despótica que es el destino administrativo. A decir verdad, yo no me siento ya nada que me permita reposar en las apacibles certidumbres de lo idéntico. Creo que fue Foxá quien dijo aquello de que él ya no estaba muy seguro ni de ser de los suyos. Mi única irrenunciable certidumbre es ésta: yo no soy de los míos. Yo no soy. Decirme español o catalán o europeo o andaluz o valenciano o vasco o jerosolomitano me daría una vergüenza insoportable. Como Breton, aprendí muy pronto que vivir es estar siempre en otro sitio. También lo es pensar. Las proclamas de identidad, enseña el viejo Freud, son sólo máscaras de la pulsión de muerte. Para qué sirve la identidad nacional? Para excluir al otro. Para exterminarlo, si el otro se empeña en no ser excluido. A eso se reduce, a poco que lo sometamos a análisis, el discurso de la nación. Jerga patriótica que sólo oculta el esencial terror de los humanos a hacer frente a lo más esencial: su precariedad, su tener que jugarse sin red la

23 vida en cada acto, en cada pensamiento, en cada decisión éticamente irreversible. Delegar en otro es confortable: si el otro está dotada de la infinita cobertura que da la intemporal y sabia sangre patria, todo entonces queda justificado. Ser siervo es deliciosamente apaciguador. España? Escribía Cernuda en el exilio que España era ya sólo un nombre, España ha muerto. Yo amé, leyendo a Cernuda, ese cadáver recordado como jamás amé a la sórdida cosa existente que se había apropiado de su nombre. Amé esa cosa que existe sólo en bibliotecas y museos: memoria y poesía. A lo demás, renuncio. La que sirvió para justificar robo y crimen de Estado sólo es coartada repugnante para la mala gente: patriotas, políticos. Dice Cernuda que si es, pese a todo, español, lo es sin ganas. En la sola aceptación de una condena: para un poeta, la lengua es irrebasable. Todo escritor se sabe preso de esa única red de cuya materia están hechas su mente y su escritura. Detesto a este país, hecho de aceptadas humillación y servidumbre. Amo su lengua: porque sólo en los libros esta tierra supo de una extraña cosa llamada libertad siempre negada en su vida y en su historia. Y, de entre todas las corrupciones que esa fase superior del franquismo llamada felipismo puso en marcha, sé que la peor es ésta: la final analfabetización colectiva que la ley de Universidades (LRU) primero y la de enseñanzas medias (LOGSE) después consumaran. Eso es lo que queda hoy de España: un país literariamente analfabeto. El soñado ideal de un déspota: enhorabuena, Sr. González.