El Empirismo. 1 Si se me permite molestarte con la historia de este Ensayo, te diré que, encontrándonos cinco o seis amigos en

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1 El Empirismo El punto de partida del empirismo es rudimentariamente cartesiano, puesto que puede formularse en la tesis siguiente: lo primero en el orden del conocimiento, lo indudable son las ideas, entendiendo por idea aquello que tiene lugar en la mente. Los empiristas asumen el problema de la validez objetiva de las ideas, esto es: el problema de determinar hasta que punto las ideas constituyen un conocimiento absolutamente cierto acerca de la cosas. Y su punto de partida en el tratamiento de este problema es que la validez de una idea sólo puede deberse a que esa idea tenga su origen en las cosas mismas, de modo que el papel de la mente en el conocimiento ha de ser pasivo, receptivo. Esto es lo opuesto a la noción fundamental del racionalismo: la de lo matemático (lo construido absolutamente en el proceder puro del espíritu) como lo absolutamente cierto. Lo cierto, para los empirístas, es aquello que Descartes consideraba necesariamente confuso, aquello que le viene dado a la mente como puro hecho, de modo totalmente receptivo, esto es: lo empírico. Locke y Hume, principales autores empiristas, parten de un análisis de la naturaleza humana, ya que ambos entienden que todo el saber es fruto de dicha naturaleza. Antes de entrar a valorar nuestras opiniones políticas, morales o religiosas o de discutir las teorías científicas es necesario examinar nuestra capacidad para conocer y ver que grado de fiabilidad posee nuestro conocimiento. Así una de las principales obras de Locke es el Ensayo sobre el entendimiento humano 1, donde se analizan las capacidades cognoscitivas del hombre, y la obra más importante de Hume es el Tratado sobre la naturaleza humana, donde nuestro autor trata de hacer un análisis exhaustivo del hombre, tanto de sus capacidades cognoscitivas como morales. La conclusión a la que van a llegar estos autores, sobre todo Hume, es que excepto en matemáticas el resto de nuestros conocimientos son meramente probables. Este escepticismo en materia cognoscitiva les va a llevar a defender actitudes tolerantes en las cuestiones morales, políticas y religiosas. Los empiristas son los primeros defensores de una ética y una pedagogía tolerantes. Defendieron la tolerancia y la libertad religiosa; en política rechazaron el origen divino del poder. De las teorías políticas de Locke nos ocuparemos en el capítulo siguiente. En casi todo el movimiento empirista se produce una equiparación entre la facultad de entender, el entendimiento (órgano del conocimiento) y la de imaginar, la imaginación. Esta última no debe entenderse exclusivamente en su sentido fantasioso, sino que, como su nombre indica, es la facultad de crear imágenes. Los 1 Si se me permite molestarte con la historia de este Ensayo, te diré que, encontrándonos cinco o seis amigos en mi cuarto, discutiendo sobre un tema muy alejado de éste, nos hallamos en gran apuro a causa de las dificultades que surgían. Después de intentar resolverlas en vano, pensé que habíamos tomado un camino erróneo y que antes de hacer algunas investigaciones era necesario examinar nuestra capacidad y ver con que objetos estaba nuestra mente en condiciones de tratar.» (Ensayo sobre el entendimiento humano, Epístola al lector). 1

2 empiristas aceptan con Descartes que lo que conocemos son ideas, no la realidad, pero, contrariamente a los racionalistas, identifican idea con imagen, de modo que lo que conocemos, lo que entendemos es aquello de lo que tenemos una idea clara y distinta, es decir, ahora, aquello de lo que tenemos, una imagen clara y distinta. Dado que la imagen es lo que queda después de la sensación, si no hay sensación no hay imagen y, por tanto, no podrá haber una idea, una idea verdadera. Teniendo todo esto en cuenta se suele caracterizar la epistemología empirista con estas dos tesis: a) El origen de nuestro conocimiento es la experiencia. b) Todos nuestros conocimientos deben justificarse en la experiencia. Dada la importancia de la experiencia en la corriente empirista convendría aclarar como la conciben estos autores. Locke entiende por experiencia el conocimiento por observación directa, tanto de objetos sensibles externos (experiencia externa o sensación ) como de las operaciones internas de la mente (experiencia interna o reflexión ). Es decir la experiencia equivale a la percepción (externa e interna) y por eso Hume llamará a todos los contenidos de la experiencia percepciones. Esta primera tesis implica la negación de las ideas innatas. Además, al radicar nuestro conocimiento en el experiencia establecen un límite a nuestra capacidad cognoscitiva. No podemos ir más allá de la experiencia. Para Hume, por ejemplo, sólo las matemáticas nos ofrecen conocimientos ciertos y necesarios; la física es únicamente una ciencia probable. Como además todo nuestro conocimiento versa sobre ideas los empiristas conceden gran importancia al análisis de los mecanismos psicológicos que explican las asociaciones de ideas entre sí: «cómo se originan las ideas en nuestra mente? cuál es su origen, de dónde proceden?» Otros aspectos del empirísmo Si el optimismo cognoscitivo tradicional y sobre todo el racionalista sufrió un duro mazazo con el empirismo, este último se encuentra muy lejos de constituir un movimiento pesimista. Su posición epistemológica le servirá para oponerse al dogmatismo, tan frecuente en su tiempo, y para ensalzar los valores humanos de la tolerancia y la convivencia pacífica. En este mundo, venían a afirmar, el más sabio logra saber muy poco, pues todo conocimiento se reduce a ciertos fenómenos y es relativo a una situación y a unas condiciones particulares, es decir, no podemos estar seguros (se entiende absolutamente seguros) de nada, por tanto, seamos prudentes y desterremos las posiciones dogmáticas, hagámonos tolerantes, aceptemos las libertades y acostumbrémonos a respetar a los demás. Nuestros débiles conocimientos nos bastan para vivir; conformémonos, entonces, con ellos, sin pretender desentrañar los enigmas metafísicos ni afirmarnos en verdades absolutas. En este sentido, los empiristas ingleses se encontraron entre los primeros defensores de una ética y una pedagogía tolerantes, propugnaron la pluralidad y la libertad religiosa; en política rechazaron el origen divino del poder y proclamaron que el 2

3 pueblo es el auténtico depositario de éste: todo el poder viene del pueblo y ante el pueblo son responsables los gobernantes; en el mismo sentido señalaron la conveniencia de la separación de poderes (poder legislativo, poder ejecutivo y poder federal). Locke Nació en Wrington (Sommerset), en Trabajó como secretario y preceptor de la familia Shaftesbury. Murió en Sus obras más destacadas son: Carta sobre la tolerancia Ensayo sobre el entendimiento humano Dos tratados sobre el gobierno civil Pensamientos sobre la educación La racionalidad del cristianismo Crítica a las ideas innatas Locke dedica el primer libro de su Ensayo sobre el entendimiento humano a rebatir una de las tesis más características del racionalismo (en gran medida exagerada por los platónicos de Cambridge): la existencia de ideas innatas. Para Locke y todos los empiristas no existen las ideas innatas. La mente es como una hoja en blanco, vacía de contenidos y que se llena con lo que procede de la experiencia. Los filósofos racionalistas creían posible deducir el sistema entero de nuestro conocimiento a partir de ideas o principios innatos que el entendimiento encuentra en sí mismo, sin necesidad de recurrir a la experiencia. El principal argumento que daban en favor de la existencia de ideas innatas era el del consenso universal: todo el mundo está de acuerdo en la verdad de ciertos principios lógicos y matemáticos (por ejemplo el principio de identidad, a=a) y morales. Locke negó tal consenso: ni todos los pueblos, ni todos los individuos (por ejemplo los niños y los deficientes mentales) reconocen los principios lógicos y, menos aún, los principios morales. Los racionalistas ya habían considerado esta objeción y su réplica habitual era que, efectivamente, nadie nace sabiendo, sino que se trata de principios virtualmente innatos y que se manifiestan con el desarrollo de nuestras capacidades. Pero Locke cuestiona también la idea de un innatismo virtual. En primer lugar, muchas personas no llegan a desarrollar tales principios. Y, en segundo lugar, si del hecho de que conozcamos la verdad de un enunciado al conocer el significado de sus términos (como por ejemplo, el enunciado «Un triángulo es una figura de tres ángulos») vale como ejemplo de innatismo, habría que admitir una infinidad de 3

4 ideas innatas. Lo que habían hecho los racionalistas, según Locke, era confundir un enunciado analítico 2 con una idea innata. Por tanto no existen las ideas innatas. Hume David Hume nació el 25 de Abril de 1711 en Edimburgo. Estudió lógica, retórica, matemáticas y filosofía natural, materia que lo puso en contacto con la ciencia newtoniana. Obtuvo éxito y fortuna como preceptor y secretario de varios aristócratas. En 1752 entró como bibliotecario en la Facultad de Derecho de Edimburgo, cargo que aunque no era demasiado lucrativo, le permitía una amplia dedicación a la lectura y a la investigación. Murió en 1776 Sus obras más importantes son: Tratado sobre la naturaleza humana. Intento de introducción del método experimental de razonamiento en los asuntos morales. Compendio de un tratado de la naturaleza humana que es un resumen de la obra anterior. Ensayos morales y políticos Investigaciones sobre el conocimiento humano, en el que reelabora de forma más sencilla la primera parte del Tratado Investigaciones sobre los principios de la moral Discursos políticos Historia de los Estuardo. Esta obra ampliada posteriormente constituyó la Historia de Inglaterra, desde la llegada de Julio Cesar hasta la Revolución de Historia natural de la religión Diálogos sobre la religión natural Ensayo sobre el suicidio Ensayo sobre la inmortalidad del alma Conocimiento y experiencia Por percepción entiende Hume todo lo que se halla presente en la mente. Las percepciones, según Hume, se dividen en dos clases que se distinguen entre sí por el diferente grado de vivacidad con que se presentan a la mente. Las percepciones que se presentan con mayor fuerza y vivacidad son las impresiones y hacen referencia a todos los fenómenos psíquicos y vivencias actuales. Son las sensaciones, pasiones y emociones en el momento en que las sentimos. Las imágenes debilitadas de esas impresiones son las ideas. La diferencia entre impresiones e ideas es la que hay entre un dolor de muelas (impresión) y el recuerdo de dicho dolor (idea). La impresión es vivaz, es clara y distinta, mientras que la idea es la imagen que nos deja la impresión, y que utilizamos cuando pensamos o razonamos. Las impresiones, a su vez, son de dos clases: de sensación y de reflexión. Las 2 Aquel enunciado en el que la noción expresada en el predicado está contenido ya en el sujeto, como por ejemplo el enunciado del triángulo citado. 4

5 impresiones de sensación surgen en la mente a partir de causas desconocidas, es decir, no sabemos qué las provoca, ni de donde proceden. Hume admite que pueden darse varias explicaciones alternativas al origen de nuestras sensaciones: que las cause una materia exterior a nosotras (esto es, que las cosas que percibimos existan de verdad); que las genere una mente más poderosa que la nuestra; que sean un producto de nuestra mente, o cualesquiera otras explicaciones que se nos ocurra. Lo importante es que no podemos demostrar que ninguna de ellas es la explicación correcta. Únicamente podemos decir que dichas sensaciones existen, pero no podemos afirmar su procedencia. Las impresiones de reflexión se derivan de nuestras ideas. Ejemplos de éstas serían las emociones y las pasiones. Para Hume existen dos tipos de conocimientos: relaciones de ideas y cuestiones de hecho. Al primero pertenecen, por ejemplo, el Álgebra y la Aritmética. Que «el cuadrado de la hipotenusa es igual a la suma de los cuadrados de los lados» es una proposición que expresa la relación entre las partes de un triángulo. Este tipo de proposiciones pueden descubrirse por la mera operación del pensamiento, independientemente de que existan o no triángulos. Este conocimiento nada tiene que ver con lo hechos, con lo que pasa en el mundo; expresa una mera relación de ideas. Todo conocimiento basado en relaciones de ideas es un conocimiento fiable del que podemos obtener demostraciones concluyentes. No sucede lo mismo con el conocimiento de los hechos. La certeza de las proposiciones que expresan cuestiones de hecho, como por ejemplo «los metales se dilatan con el calor», es meramente probable porque no podemos establecer una conexión necesaria entre hechos. Creemos hacerlo con la relación causal, pero una análisis detenido de dicha relación nos llevará a establecer que, en vez de necesidad, lo que hallamos no es más que el hábito y la costumbre. Análisis de la noción de causalidad Un análisis minucioso de la noción de causa nos muestra que cuando afirmamos que un fenómeno «A» es causa de otro fenómeno «B» lo que realmente tenemos es: a) Contigüidad espacio-temporal: es decir, el fenómeno causa y el fenómeno efecto aparecen siempre juntos en el espacio y en el tiempo. b) Prioridad temporal de la causa: la causa ha de darse antes que el efecto. c) El efecto se sigue necesariamente de la causa. No basta que dos fenómenos se den a la vez para que podamos decir que uno es causa del otro. Cuando decimos que «A» es causa de «B» lo que queremos decir es que «B» ocurre debido a «A»; es decir, que no es posible que se dé «A» y no se dé «B». O dicho de otro modo, que dado «A» ocurre necesariamente «B». Pero puede la experiencia proporcionarnos esta conexión necesaria? No, porque la experiencia sólo nos dice lo que ocurre, no lo que ocurrirá y, además, no hay ninguna impresión que origine la idea de necesidad. La conexión necesaria únicamente se da en las relaciones de ideas, puesto que una idea puede llevarnos necesariamente a otra. Pero no ocurre lo mismo en las cuestiones de hecho, donde todo es contingente. Ningún hecho nos conduce necesariamente a otro hecho. Si un hecho se siguiera 5

6 necesariamente de otro esta relación tendría que ser establecida con independencia de la experiencia, pero eso no ocurre nunca. Como dice Hume, Adán nunca podría haber inferido de la fluidez y transparencia del agua que le podría ahogar o que el fuego lo podría quemar. Por el mero análisis intelectual de un fenómeno no podríamos conocer ni sus causas ni sus efectos. Piénsese que estamos ante un objeto totalmente desconocido para nosotros: a partir de su mera observación no podríamos deducir sus efectos. El conocimiento de éstos lo obtenemos enteramente de la experiencia. Sin embargo, alguien pudiera decir: «Una vez conocido el efecto de un objeto yo puedo inferir ese mismo efecto para el futuro». Podríamos afirmar que las mismas causas producen siempre los mismos efectos, o lo que es lo mismo, que la naturaleza obra de un modo constante y uniforme, y predecir así con certeza los fenómenos del futuro. Pero, en qué basaríamos la verdad de dicho principio (el de la uniformidad de la naturaleza)? Sólo podríamos fundamentarlo en la experiencia y nuestra experiencia es siempre del pasado. La experiencia sólo nos dice que hasta ahora la naturaleza obra de un modo constante y uniforme, y de ahí no podemos obtener ninguna certeza para el futuro. Nuestra convicción en la uniformidad de la naturaleza es una creencia y no algo que podamos demostrar. Estamos convencidos, tenemos la creencia, personal y subjetiva, de que la naturaleza seguirá siendo igual, aunque no podamos probarlo. Si en la relación causa-efecto pensamos que hay algún tipo de necesidad, se debe al hábito y a la costumbre. Es la fuerza de la costumbre la que nos hace creer que existe una conexión necesaria entre causa y efecto. Observamos la conjunción constante entre «A» y «B» y llamamos causa a «A» y efecto a «B». El hábito nos lleva a esperar B siempre que A aparece. Nuestra mente se adelanta a los acontecimientos reales, pero en base al hábito y no a ningún principio racional. Creemos poder adelantarnos al futuro porque pensamos que hay una vinculación necesaria entre causa y efecto, pero no es así. No existe ninguna vinculación necesaria, sino sólo una precipitación de nuestra mente basada en el hábito y la costumbre. El hábito, como el instinto en los animales, es una guía fiable para la vida pero no un principio donde fundamentar nuestros conocimientos. Con respecto al principio de uniformidad de la naturaleza, téngase en cuenta que lo que confiere homogeneidad a la naturaleza es la noción de esencia, de que existe algo permanente y común a un conjunto de cosas (llámese Idea o forma). Si en Hume sólo existen impresiones e ideas y no podemos afirmar de donde proceden nuestras sensaciones, no podemos establecer ninguna noción de homogeneidad, de constancia, de permanencia. Crítica a la idea de sustancia y de «yo» Si la idea de causa carece de fundamento, si se trata de una idea falsa porque no hay ninguna impresión sensible a partir de la cual se genere, lo mismo cabe decir de la idea de sustancia y de la idea de «yo». Suponemos que la sustancia es el sustrato de las cualidades sensibles de los objetos, como dice Locke, aunque no tengamos ninguna experiencia sensible de ella. Hume será más consecuente en su análisis que 6

7 Locke y afirmará que si no hay ninguna experiencia sensible, ninguna impresión, tampoco puede haber una idea y por tanto no tiene sentido hablar de la sustancia. Veamos que ocurre con el «yo» o «persona». Tenemos la idea de un «yo», de que somos una persona distinta del resto y que somos los mismos a lo largo de nuestra vida. Si hay una idea debe haber una impresión sensible, una impresión que sea invariablemente idéntica, lo mismo que el «yo». Pero no existe en nuestra mente una impresión constante e invariable de nosotros mismos. Cuando nos analizamos, cuando pensamos en nuestro «yo», nos encontramos con nuestras percepciones, recuerdos, deseos, sentimientos, etc., pero nunca con el «yo». Más que una impresión el «yo» es aquello donde se supone que descansan todas nuestras impresiones. Si no hay impresión debemos concluir que la idea es falsa, no existe el «yo». «Nunca puedo atraparme a mí mismo en ningún caso sin una percepción, y nunca puedo observar otra cosa que la percepción. Cuando mis percepciones son suprimidas durante algún tiempo: en un sueño profundo, por ejemplo, durante todo ese tiempo no me doy cuenta de mí mismo, y puede decirse que verdaderamente no existo (...) puedo aventurarme a afirmar que todos los demás seres humanos no son sino un haz o colección de percepciones diferentes, que se suceden entre sí con rapidez inconcebible y están en un perpetuo flujo y movimiento (...) La mente es una especie de teatro en el que distintas percepciones se presentan en forma sucesiva; pasan, vuelven a pasar, se desvanecen y mezclan en una variedad infinita de posturas y situaciones. No existen en ella con propiedad ni simplicidad en un tiempo, ni identidad a lo largo de momentos diferentes, sea cual sea la inclinación natural que nos lleve a imaginar esa simplicidad e identidad. La comparación del teatro no debe confundirnos: son solamente las percepciones las que constituyen la mente, de modo que no tenemos ni la noción más remota del lugar en que se representan esas escenas, ni tampoco los materiales de que están compuestas» 3. Según Kant, las tres ideas de la metafísica son las de alma, mundo y Dios. O, en términos cartesianos, la res cogitans, res extensa y res infinita. La investigación sobre la res extensa, desde el Renacimiento, estaba en manos de la investigación científica que, poco a poco, se fue separando de la filosofía. La investigación filosófica sobre el mundo se centra en su existencia y en el análisis de su naturaleza, de su esencia, de la sustancia del mundo. La conclusión a la que llega Hume es que ninguna de estas ideas es consistente, puesto que de ninguna de ellas podemos encontrar la impresión pertinente. De esta forma la metafísica se queda sin objeto de estudio. La metafísica es, según Hume, un tipo de reflexión que pretende hablar de las cosas, de la realidad y lo único que hace es manipular palabras hueras, vacías. Dichas palabras carecen de significado porque las ideas que pretenden reflejar carecen de contenido. Su análisis del conocimiento nos lleva al escepticismo: la metafísica conduce a la superstición y las ciencias sólo nos ofrecen un saber probable. Pero este escepticismo filosófico no nos debe llevar, según Hume, a un escepticismo vital. Además de ser seres racionales somos personas con sentimientos, pasiones y creencias, y ellos nos aseguran lo que la razón nos 3 HUME, D., Tratado de la naturaleza humana. Barcelona, Orbis, 1984, pp

8 escatima: que existe un mundo externo e independiente de nosotros, que dicho mundo se comporta de un modo constante y uniforme. Del hecho de que no podamos demostrar la relación necesaria entre causa y efecto no debe seguirse que debamos vivir como si tal relación no existiese. La moral El estudio de la moral se encuadra en el estudio general de la naturaleza humana, objetivo del pensamiento de Hume. Un código moral es un conjunto de juicios a través de los cuales expresamos la aprobación o reprobación de los actos humanos: así aprobamos la generosidad y la bondad y reprobamos el crimen y la injusticia. Aquello que aprobamos lo llamamos bien y a lo que reprobamos lo llamamos mal. La mayoría de los filósofos que se han ocupado de las cuestiones morales se han preguntado por el origen y fundamento de estos juicios morales. La respuesta más habitual es que la distinción entre el bien y el mal la establece la razón. Hume, sin embargo, va a afirmar que es el sentimiento y no la razón el que establece dicha distinción. Cuando contemplamos ciertos objetos o actos percibimos un sentimiento de deleite o desagrado, aprobación o condena como consecuencia de tal contemplación y es ese sentimiento -y no la razón- el que nos lleva a atribuir los calificativos de bello o deforme, deseable u odioso, bueno o malo. La razón sirve para establecer relaciones de ideas o cuestiones de hecho pero no para aprobar o desaprobar una conducta. La moral no se ocupa de establecer hechos, sino de establecer deberes, de realizar valoraciones (bueno, malo, justo, injusto, etc.) y eso no cae bajo el ámbito de la razón. Tampoco la razón es capaz de obligarnos a actuar, a realizar una acto concreto en cuanto acto moral. El motor de la acción no es la razón sino la pasión. Por pasión entiende Hume todos los afectos, deseos, aversiones, sentimientos, emociones y las pasiones propiamente dichas. Lo que nos mueve a actuar es la búsqueda del placer y el rechazo del dolor. En definitiva, la razón no es la base de la moral porque ni es la que establece la distinción entre el bien y el mal ni es la que nos mueve a actuar. Hume define la virtud como toda acción o cualidad mental que da al que la contempla un sentimiento placentero de aprobación. En principio pudiera parecer que esto nos aboca a un absoluto relativismo: todo lo que me causa un sentimiento de placer es bueno y lo que me causa dolor es malo. Pero esto no es cierto, para Hume la naturaleza humana es común a todos los hombres y por eso puede haber una ciencia de la naturaleza humana. Todos tenemos los mismos tipos de pasiones aunque no reaccionemos igual. Hay una concordancia básica en cuanto a nuestras apreciaciones y juicios morales, por más que no la haya en nuestra conducta. En definitiva, Hume cree que el criminal es consciente del mal que está haciendo. 8