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6 TÍTULO: UN ESCONDITE PERSONAL Con cada pisada mi conciencia se adormece, entrando en un estado de estupor donde me cito con Morfeo y me sacuden continuas mioclonías; luego con estrépito caigo al suelo y todavía espasmódico recobro ese hálito vital que nos hace ser conscientes de lo que somos y hacemos. Durante un tiempo veo sin ver, pienso sin pensar y quedo como anestesiado, hasta que finalmente salgo del embotamiento y vuelve la lucidez. Para mi no es nada nuevo sufrir estos ataques, los asumo como una condena que delimita los momentos en los que puedo vivir, pero que me hace saborear cada instante como una gracia divina. A pesar de todo vuelvo a ser yo, aunque en otro tiempo y en un escenario distinto, pero les aseguro que cada despertar es una simulación imitativa de la anterior. Primero actúo como si no pasara nada y luego, burlo la mirada de los curiosos intentado captar sus comentarios cautelosos mientras me escabullo de la situación con presteza en busca de aparentar algo que no tengo normalidad. Pero en esta ocasión hay algo diferente, se me acaba de ocurrir una idea que me ronda por la cabeza: me gustaría contar quién soy antes de desvanecerme. Mi nombre es Antuán Díaz Campos, me declaro un enamorado de la vida y del arte, soy un estratega impulsado por la curiosidad al que muchas personas conocen como un intelectual. Yo no me considero menos que eso, a decir verdad; pero sé que nadie es capaz de ver la vida tal como la percibo, y esto no es otra cosa que la causa misma que me impulsa a escribir estas palabras. Cómo se le puede explicar al mundo lo que es vivir dos horas cada día? O cada mes eso no lo tengo tan claro. Lo peor es, sin duda, despertar con un raspón en la cara, las rodillas peladas e inquietudes que no son mías pero que me invaden y me controlan como un poseso. Si quien me lee se lo ha planteado, me gustaría que me dijeran cómo se sabe exactamente quién somos en cada momento?; y una vez que lo haya pensado yo me estaré riendo por dentro de su ignorancia.

7 Desde hace unos años sueño vívidamente que soy más de una persona encerrada en un mismo cuerpo; y sin embargo, no dejan de ser sueños. Estos sueños son tan veraces que a veces no recuerdo haberme desplazado hasta ese lugar antes de dormir; pero tiene que ser así. La primera de mis identidades deja aflorar mis instintos más mundanos, mi lado más primitivo, sin control ni talante. Sueño como si el mundo estuviera hecho para servirme y ojalá me arrepintiera viéndolo de esa manera, pero juro que me hace sentir plenamente satisfecho cuando lo siento. En esos sueños en los que aparezco bajo el nombre de Jake, me siento más fuerte de lo normal, no necesito gafas y lo que quiero lo consigo con ladinidad. Si de algo me he percatado, es que Jake aparece en los momentos en los que más sosegado me siento, como si mi cuerpo necesitará acción. En otro de mis sueños, me convierto en un detective llamado Jordi Isaca que anhela boicotear las tramas escondidas en la realidad que pasan desapercibidas a los ojos inexpertos. Le podrá sonar a falacia esto que le cuento, pero le aseguro que la fuerza de mis argumentos han facilitado la labor de muchos de los grandes contratiempos que han surgido últimamente en la ciudad. No soy hombre de adornarme en mis logros pero si le comento que (nueva crisis) tras volver en si, aparece un hombre renovado, como con nuevas energías, una mirada irritante en la que no existe compasión y que, de súbito, arremete contra los transeúntes gritando, a la vez que arroja contra la pared el cuaderno donde estaba escribiendo sus anotaciones y su pluma. Desde detrás de sus gafas de sol, Jordi Isaca aprieta su placa de detective en la gabardina, pliega el periódico bajo el brazo y sigue la pista del sospechoso, Jake Snike. Con sigilo recoge el cuaderno sin ser visto y lo otea detenidamente. Es lo que pensaba, ya van cinco cuadernos con idéntica caligrafía recogidos en el escenario del crimen del asesino de la estilográfica. No hay dudas, el asesino está intentando inculpar a otra persona, Antuán Díaz Campos