EL FALSO EDEN DEL JUEGO

Transcripción

1 Conferencia Episcopal de Alberta, Canada 12 de enero de 1998 EL FALSO EDEN DEL JUEGO La proliferación de la industria del juego patrocinada por el Gobierno se ha convertido en una significativa preocupación tanto para nuestra comunidad católica como para el conjunto de la sociedad. El apoyo del Gobierno parece dar a entender que aquello que es legal, por tanto, también es moral. Los gobiernos y los defensores del juego argumentan que el juego proporciona beneficios significativos a la sociedad. Obviamente, señalan, la gente desea jugar. Se ha convertido en una forma de entretenimiento que a menudo, aunque no siempre, resulta inofensiva. Para cumplir el deseo que tienen muchos ciudadanos de apostar, el Gobierno expone que puede regular mejor el suministro de estos servicios, tratando los ingresos que generan como una forma de tributación voluntaria. Además, y a parte de la creación de empleos, el dinero recaudado casi siempre está destinado a causas caritativas o a los gastos generales del Gobierno. Finalmente, si hay gente que se vuelve adicta al juego, una parte de lo recaudado podría ser destinado a tratar dicha adicción. Dentro de la sociedad moderna está creciendo esta mentalidad, lo cual merece un comentario basado en nuestra fe cristiana. Tradicionalmente, en las comunidades cristianas las apuestas ha sido vistas con gran recelo. Matrimonios y familias han sufrido o se han destruido debido al juego compulsivo. Resulta sospechosa la fantasiosa motivación de que uno caerá en el regazo del lujo a través de ganar dinero apostando. Y el uso del tiempo y del dinero en formas que difícilmente se basan en la virtud y el carácter cristiano sugiere que su práctica no refleja ni los valores del Evangelio ni la inspiración cristiana. No obstante, la tradición católica nunca ha condenado el juego en cuanto tal. Nuestra propia historia en Alberta proporciona numerosas evidencias del uso del juego como medio de recaudación de dinero para distintivos fines, desde la construcción de iglesias a recaudar fondos para actos de caridad. Mientras muchas de estas prácticas han estado asociadas con el desarrollo de comunidades locales en actos como rifas, bingos o sorteos, la presencia del juego no ha desaparecido de la percepción pública. 1

2 Juegos de azar o apuestas, dice El Catecismo de la Iglesia Católica, no son en sí mismos contrarios a la justicia. Se vuelven moralmente inaceptables cuando privan a alguien de lo que es necesario para cubrir sus necesidades y las de los demás. (2413). Por supuesto, el catecismo no trata las cuestiones más profundas asociadas con un sofisticado sistema de juego y apuestas. A pesar de nuestra historia, también ha permanecido un malestar, cada vez más profundo, con el juego compulsivo, con el juego ruinoso y con cualquier clase de juego que desvíe la atención de los elementos imprescindibles de la vida -como, por ejemplo, el dinero del día a día para los gastos corrientes- de su uso responsable. Este malestar ha conducido en otras comunidades cristianas a una condena moral, total y comprensible del juego en todas sus formas. Siguiendo nuestra tradición católica, a los obispos de Alberta nos parece importante ofrecer un juicio moral más matizado del juego y poner en práctica el desafío del Evangelio ante las cada vez mayores oportunidades de apostar que presenta nuestra sociedad. La moralidad del juego El inocente entretenimiento del juego simplemente puede ser inmoral si las necesidades de la vida familiar son sacrificadas. Estas necesidades no son únicamente económicas. Cuando el juego roba tiempo y atención a las responsabilidades familiares, es inmoral. Por supuesto, el juego también se puede convertir en una adicción. Aunque los mecanismos de quien se vuelve adicto no siempre son claramente comprensibles, se estima que entre un 3% y un 5% de los jugadores tendrán un serio problema con su capacidad de controlar el juego. Una solución simplista a este problema sería proponer que cualquier persona en peligro de adicción evitase por completo el juego. Dado que el problema de la adicción al juego normalmente aparece después de una fase de apuestas recreativas o tras el final de un largo periodo de juego, el reconocimiento y los remedios a este problema deben volverse una responsabilidad que va más allá del jugador individual. Los programas que tratan con los jugadores adictos confesos necesitan ser complementados con esfuerzos para identificar y ayudar al jugador compulsivo antes de que el desastre se apodere de él. 2

3 Asociar todos los males del juego con la pura elección personal requiere pasar por alto la complicidad de un sistema que, para florecer, necesita a los jugadores. Así, proporcionar una mayor respuesta ética al juego debe convertirse en un desafío para aquellos que controlan dicho negocio. - Primero, los jugadores problemáticos necesitan ser identificados dentro del sistema y asistidos antes de que toquen fondo. - Segundo, los adictos necesitan suficientes recursos de ayuda. - Tercero, aquellos que comenten crímenes, especialmente robar, para alimentar su repentino e incontrolable habito de apostar no deberían de ser los únicos culpables de sus crímenes o ser considerados exclusivamente responsables de la indemnización. Cuando las instituciones están demasiado deseosas de recoger todo el dinero que los jugadores despilfarran, no es aceptable ignorar los problemas causados. - Cuarto, cualquier cosa que contribuya significativamente a formas adictivas de juego -y las terminales de video lotería, las cuales está demostrado que añaden el poder adictivo de la televisión al del juego, deben ser mencionadas aquí- deberían estar prohibidas o substancialmente alteradas con el propósito de disminuir su poder adictivo. - Por último, si el juego es una elección personal, los gobiernos deben restringir toda promoción que, en lugar de simplemente anunciar estos servicios, conlleve a crear una necesidad. Solo es necesario observar el relumbrón asociado con las apuestas para reconocer la tentación de hacer de las mismas un negocio creciente y con fines propios. Los Gobiernos necesitan una perspectiva ética sobre su implicación en el juego. En primer lugar, han de realizarse estudios sobre la procedencia del dinero destinado por los gobiernos a la industria del juego; en otras palabras, es este un dinero realmente disponible o hay otras cosas esenciales -necesidades básicas familiares, donaciones a instituciones caritativas o ayuda a negocios productivosque están perdiendo su derecho en favor del un modelo de negocio más fácil pero que genera menos valor añadido? 3

4 En segundo lugar, los gobiernos, ya que son los principales destinatarios de los impuestos del juego, deben tener la responsabilidad de crear programas para ayudar a los adictos y detectar estas adicciones. El Gobierno también tiene que dejar de ver la industria del juego como una vaca lechera que se puede ordeñar cada vez que aumentan las necesidades económicas, ya que dicha actitud es responsable de promover la percepción del juego como de algo que va más allá del mero entretenimiento. Una visión cristiana Si el juego no va a ser condenado como algo intrínsecamente malvado, y si los gobiernos tienden a pensar que es necesario para la economía, cómo deben responder los cristianos a este fenómeno? Para comenzar, una actitud meramente negativa, de no hacer nada malo o perjudicial, apenas es correcta si hablamos de una respuesta basada en el Evangelio. Por supuesto, el cristiano debe evitar el despilfarro o el mal uso de su dinero en el juego. Sin embargo, la idea de que el juego es puro entretenimiento también necesita ser cuestionada ya que sus implicaciones con frecuencia no son tan sencillas. Una parte intrínseca de la tradición cristiana considera al dinero disponible para el juego como dinero para los pobres. Es decir, si aquellos que apuestan son lo suficientemente ricos como para arriesgar su dinero en juegos de azar, una mirada a las enseñanzas de Jesús en el Evangelio sugiere que estos ricos empleen su dinero en ayudar a los necesitados. Se podría decir lo mismo sobre gran parte del dinero y del tiempo que la mayoría de nosotros pasamos en entretenimientos varios, así que esta es una reflexión válida para todos aquellos que tienen lo que eufemísticamente se refiere como ingresos disponibles. Podemos argüir que las buenas causas a las que contribuye el dinero recaudado gracias al juego cumple con el desafío cristiano; es el caso de eventos locales o comunitarios que emplean apuestas para recaudar fondos. Mucha gente aprovecha estas oportunidades y dona dinero para una buena causa. Aún así, cuando uno participa en apuestas de entretenimiento más serias, es importante examinar la motivación personal. Mientras se juega por una buena causa, a menudo puede perderse el rumbo debido a la emoción de la apuesta, al hecho de escapar de las responsabilidades cotidianas 4

5 en esa atmósfera casi antisocial que se genera al estar jugando delante de una máquina durante horas. Si tenemos dinero para apostar, tal vez no hayamos observado seriamente el regalo de fondos extra que Dios nos ha dado para emplearlo en buenas causas. Y si tenemos tiempo para jugar, tal vez debamos considerar si estamos permitiendo que el aburrimiento nos empuje no a preocuparnos por los demás, sino a preocuparnos por las luces brillantes y por la acción que nos mantendrá ocupados durante horas en busca de un premio. El desafío cristiano frente al juego no se detiene con una simple reflexión moral. Más bien, el desafío cristiano mira dentro del rostro y del corazón de Cristo y ve como este Amor nos motiva a amar a nuestros vecinos. Quizás no podamos exigirles esto a los gobiernos, aunque si los pobres son desatendidos a causa del juego, entonces todos debemos levantar nuestras voces para exigir al menos un control moral responsable. Sin embargo, como cristianos podemos examinar nuestras propias acciones con respecto al juego. Y podemos continuar mirando a aquellos que se ven dañados por el juego. Y podemos presionar para que el juego no dañe comunidades y vecindarios. Y también podemos predicar y vivir la Palabra que hará que el juego sea algo irrelevante en nuestras vidas. Y podemos vivir la esperanza de nuestra fe que desenmascara la falsa esperanza de la avaricia. Somos el Cuerpo de Cristo, vivimos y llevamos Su Voluntad a nuestro mundo. Cómo respondería Cristo en nuestro lugar debe de ser un constante recuerdo de que estamos, por Su gracia, en Su lugar. Joseph N. MacNeil Arzobispo de Edmonton Presidente de la Conferencia de Obispos de Alberta Paul J. O'Byrne Obispo de Calgary Thomas Collins Obispo de St. Paul Denis Croteau, OMI Obispo de MacKenzie-Fort Smith 5

6 Lawrence Huculak, OSBM Obispo de Edmonton Henri Goudreault, OMI Arzobispo de Grouard-McLennan 6