Domingo III de Pascua

Transcripción

1 Domingo III de Pascua Ciclo A 8 de mayo de 2011 El bautismo nos dispone y capacita para dirigirnos a Dios como Padre, por nuestra adhesión al Hijo encarnado. El apóstol san Pedro lo afirma en su carta como la más serena evidencia cristiana: ustedes llaman Padre a Dios. El verbo llamar en este contexto no se refiere a una decisión arbitraria del creyente, producto de su audacia, sino al agradecido reconocimiento de un don. Llamar, así, significa invocar. No es el uso indistinto de la capacidad humana de hablar, sino la forma específica como los seres personales podemos relacionarnos entre nosotros. Justamente por este vínculo interpersonal, el apóstol deriva una consecuencia vital: hemos de vivir con temor filial. Al involucrarnos con Dios conforme a un lazo familiar, no podemos quedar en la indiferencia: esa relación nos afecta en nuestro propio ser e implica un modo de vivir, la reverencia delicada propia de un hijo que refleja los rasgos de su padre. Para nosotros, en Cristo, la invocación al Padre nos remite siempre el acontecimiento pascual. Es Él quien nos enseña a ser hijos, ya que es Él mismo quien nos ha entregado tal condición. Él fue un hombre acreditado por Dios ante nosotros, a través de los signos que realizó en su vida terrena, pero ante todo porque Dios lo resucitó, rompiendo las ataduras de la muerte. Por ello, a partir de nuestra vocación cristiana que nos une a Jesús y nos adopta como hijos del Padre, nuestra respuesta pasa siempre también por la manifestación en nuestras palabras de los hechos que nos han redimido. El misterio pascual es acontecimiento que la Iglesia narra, que nunca ha dejado de narrar. Usamos nuestra voz para invocar al Padre y también la usamos para formularnos lo sucedido y para proponerlo al mundo, dando testimonio de nuestra fe. Podemos decir que la Iglesia nace bajo la impronta de esa primera narración, la memoria del misterio pascual. Los textos del día de hoy son precisamente un ejemplo de esa primera narración. El libro de los Hechos de los Apóstoles da cuenta de cómo ante los israelitas, la misma comunidad que había intervenido en la muerte del Señor como él mismo lo recuerda, Pedro alza la voz. Es con fuerza, con seguridad, sin disimulos ni componendas, que Pedro habla en público, con el único afán de dar testimonio de lo ocurrido. El contenido de su discurso es el mismo: Jesús, el Crucificado, que ha resucitado. Este es el mensaje de la Iglesia, la narración constitutiva de la comunidad creyente. Jesús, el acreditado por el Padre en su vida, el que fue entregado a la muerte en un plan sancionado por el mismo Padre, que fue rescatado por Él de las ataduras de la muerte. No es algo ajeno a lo que ocurre en el Evangelio. También ahí escuchamos la narración de lo sucedido. Pero en este caso, si nos fijamos inicialmente en lo que ocurre con los discípulos de Emaús, nos encontramos con diversos grados de maduración en lo que se narra. En primer lugar, mientras ellos van de camino, repiten los acontecimientos entre ellos sin haber asimilado su significado. Es una perspectiva de perplejidad y derrota. Pueden señalar lo sucedido, acaso incluso perfilar detalles. La memoria ha conservado la secuencia de los hechos. Pero su resultado

2 parece devastador: refleja el desconcierto de una derrota, la frustración ante una expectativa no cumplida. En este primer momento, la recapitulación constituye la conversación entre los dos discípulos, incluso con un toque de discusión. Al acercarse Jesús a ellos, antes de que lo reconozcan, el uso de la palabra se extiende a mostrarle al forastero lo ocurrido. Dan testimonio a él de lo que ha pasado. Sus comentarios buscaban entender el sentido de lo ocurrido, pero finalmente dejan ver que han quedado en suspenso: Nosotros esperábamos, dicen. Esperábamos. E incluso señalan ya el misterio de la tumba vacía: Es cierto que algunas mujeres de nuestro grupo nos han desconcertado Pero una dureza de corazón les impide aún dar el paso decisivo de la fe. Al final del episodio, ellos mismos cambiarán su narración. Podrán recordar la pasión, como lo ha hecho la comunidad creyente, pero lo harán desde una luz nueva. Este nuevo grado de la conversación empezará inmediatamente después de la fracción del pan, cuando el mismo Jesús habrá desaparecido. Y de nuevo empezará como una conversación entre ellos, pero ya no de discusión, sino de certeza. Acaso no ardía nuestro corazón, mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras? Ha surgido ya la nueva memoria, la memoria pascual. Esta nueva perspectiva los mueve a desandar los pasos que los habían alejado de Jerusalén, para integrarse con el resto de la comunidad. Ante ellos narrarán lo sucedido en el camino, y cómo lo reconocieron al partir el pan. Ellos mismos entonces escucharán el testimonio de los que se hallaban reunidos. Es verdad, así es, en efecto! Realmente resucitó y se hizo ver a Simón. El testimonio se pone en común, como un nivel del pan partido y compartido. Así, el testimonio de uno conforta el de los otros. Es verdad! La narración adquiere entonces la virtud de la certeza y del testimonio. La Iglesia lo convierte en un saludo litúrgico: Verdaderamente ha resucitado; realmente ha resucitado (altehos anesti, ontos anesti). Qué ocurrió entre el primer grado de la narración de los discípulos de Emaús y el segundo? A qué se debió tal conversión sustancial? Al elemento crucial de la Pascua: la presencia de Cristo que se manifiesta. Fijémonos ahora en un aspecto, además del hecho de que el Señor tomara la iniciativa de acercárseles e introducirse a su conversación sobre las cosas acontecidas, además de aceptar su hospitalidad y de llevar a cabo para ellos el signo que desde entonces realiza la presencia del Cordero inmolado, la fracción del pan: Jesús se puso a explicarles las Escrituras. También Jesús resucitado habla. Pero su palabra tiene una autoridad que no es simple repetición de hechos. Él puede otorgar a la memoria el sentido integral de lo sucedido. Él explica. Sólo en su perspectiva adquieren auténtica luz los acontecimientos. Él es su clave de comprensión. Fue esa palabra suya, que acompasaba su presencia y su caminar con ellos lo que hacía, como los mismos discípulos lo comprendieron después, que su corazón ardiera. Con razón! Se despierta así la intelección plena de lo sucedido. A partir de la explicación de Cristo. Lo que entonces hizo Jesús lo siguió haciendo la Iglesia desde la primera generación: releer el Antiguo Testamento en la clave de Jesús. Lo antiguo de la alianza de Israel no significa algo superado, sino lo que se ha realizado plenamente en Cristo. Un ejemplo de ello lo tenemos en la explicación no sólo narración! de san Pedro en los Hechos de los Apóstoles: una revisión del salmo 15, la reconsideración cristológica de las Escrituras. En este salmo concreto, el judío piadoso expresa su confianza en Dios por encima de la amenaza de la muerte. Eso ya lo ratifica como una hermosa oración. Pero a partir de la pascua de Cristo adquiere un nuevo significado, más completo: la aspiración humana ahí contenida se ha verificado ya en Cristo y se ha vuelto

3 una oferta de salvación y de sentido para los hombres. Por eso la Iglesia debe narrarlo, y por eso también la comunidad creyente ora con ese mismo salmo, pero ahora atendiendo a su significado pleno. La Iglesia sigue siendo esa comunidad pascual. Con Pedro, nos corresponde hoy elevar la voz, para que pueda ser escuchado nuestro testimonio. Toda la celebración de los misterios en el Triduo Pascuan nos hace continuar narrando en una narración celebrativa y actualizadora la historia de la salvación. Como comunidad, nos refuerza la vivencia que cada uno va haciendo de su propia certeza de fe. Así, también a nuestros contemporáneos podemos explicarles el sentido de lo sucedido, por la palabra del mismo Señor, la alegre noticia de la que somos portadores, la feliz narración de la victoria de Cristo sobre el pecado y sobre la muerte. Lecturas Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles (2, ) El día de Pentecostés, se presentó Pedro, junto con los Once, ante la multitud, y levantando la voz, dijo: Israelitas, escúchenme. Jesús de Nazaret fue un hombre acreditado por Dios ante ustedes, mediante los milagros, prodigios y señales que Dios realizó por medio de Él y que ustedes bien conocen. Conforme al plan previsto y sancionado por Dios, Jesús fue entregado, y ustedes utilizaron a los paganos para clavarlo en la cruz. Pero Dios lo resucitó, rompiendo las ataduras de la muerte, ya que no era posible que la muerte lo retuviera bajo su dominio. En efecto, David dice, refiriéndose a Él: Yo veía constantemente al Señor delante de mí, puesto que Él está a mi lado para que yo no tropiece. Por eso se alegra mi corazón y mi lengua se alboroza; por eso también mi cuerpo vivirá en la esperanza, porque tú, Señor, no me abandonarás a la muerte, ni dejarás que tu santo sufra la corrupción. Me has enseñado el sendero de la vida, y me saciarás de gozo en tu presencia. Hermanos, que me sea permitido hablarles con toda claridad. El patriarca David murió y lo enterraron, y su sepulcro se conserva entre nosotros hasta el día de hoy. Pero como era profeta y sabía que Dios le había prometido con juramento que un descendiente suyo ocuparía su trono, con visión profética habló de la resurrección de Cristo, el cual no fue abandonado a la muerte ni sufrió la corrupción. Pues bien, a ese Jesús Dios lo resucitó, y de ello todos nosotros somos testigos. Llevado a los cielos por el poder de Dios, recibió del Padre el Espíritu Santo prometido a Él y lo ha comunicado, como ustedes lo están viendo y oyendo. Salmo Responsorial (Del Salmo 15) R/. Enséñanos, Señor, el camino de la vida. Aleluya. Protégeme, Dios mío, pues eres mi refugio. Yo siempre he dicho que tú eres mi Señor. El Señor es la parte que me ha tocado en herencia: mi vida está en sus manos. R/.

4 Bendeciré al Señor, que me aconseja, hasta de noche me instruye internamente. Tengo siempre presente al Señor y con Él a mi lado, jamás tropezaré. R/. Por eso se me alegran el corazón y el alma y mi cuerpo vivirá tranquilo, porque tú no me abandonarás a la muerte ni dejarás que sufra yo la corrupción. R/. Enséñame el camino de la vida, sáciame de gozo en tu presencia y de alegría perpetua junto a ti. R/. Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro (1,17-21) Hermanos: Puesto que ustedes llaman Padre a Dios, que juzga imparcialmente la conducta de cada uno según sus obras, vivan siempre con temor filial durante su peregrinar por la tierra. Bien saben ustedes que de su estéril manera de vivir, heredada de sus padres, los ha rescatado Dios, no con bienes efímeros, como el oro y la plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, el cordero sin defecto ni mancha, al cual Dios había elegido desde antes de la creación del mundo y, por amor a ustedes, lo ha manifestado en estos tiempos, que son los últimos. Por Cristo, ustedes creen en Dios, quien lo resucitó de entre los muertos y lo llenó de gloria, a fin de que la fe de ustedes sea también esperanza en Dios. R/. Aleluya, aleluya. Señor Jesús, haz que comprendamos las Escrituras. Enciende nuestro corazón mientras nos hablas. R/. Del Santo Evangelio según san Lucas (24,13-35) El mismo día de la resurrección, iban dos de los discípulos hacia un pueblo llamado Emaús, situado a unos once kilómetros de Jerusalén, y comentaban todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús se les acercó y comenzó a caminar con ellos; pero los ojos de los dos discípulos estaban velados y no lo reconocieron. Él les preguntó: De qué cosas vienen hablando, tan llenos de tristeza? Uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: Eres tú el único forastero que no sabe lo que ha sucedido estos días en Jerusalén? Él les preguntó: Qué cosa? Ellos le respondieron: Lo de Jesús el nazareno, que era un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo. Cómo los sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que Él sería el libertador de Israel, y sin embargo, han pasado ya tres días desde que estas cosas sucedieron. Es cierto que algunas mujeres de nuestro grupo nos han desconcertado, pues fueron de madrugada al sepulcro, no encontraron el cuerpo y llegaron contando que se les habían aparecido unos ángeles, que les dijeron que estaba vivo. Algunos de nuestros compañeros fueron al sepulcro y hallaron todo como habían dicho las mujeres, pero a Él no lo vieron. Entonces Jesús les dijo: Qué insensatos son ustedes y qué duros de corazón para creer todo lo anunciado por los profetas!

5 Acaso no era necesario que el Mesías padeciera todo esto y así entrara en su gloria? Y comenzando por Moisés y siguiendo con todos los profetas, les explicó todos los pasajes de la Escritura que se referían a Él. Ya cerca del pueblo a donde se dirigían, Él hizo como que iba más lejos; pero ellos le insistieron, diciendo: Quédate con nosotros, porque ya es tarde y pronto va a oscurecer. Y entró para quedarse con ellos. Cuando estaban a la mesa, tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron, pero Él se les desapareció. Y ellos se decían el uno al otro: Con razón nuestro corazón ardía, mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras! Se levantaron inmediatamente y regresaron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, los cuales les dijeron: De veras ha resucitado el Señor y se le ha aparecido a Simón. Entonces ellos contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.