Sombras de Goya. José Romero de Torrecampo

Transcripción

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2 Sombras de Goya En la noche final del aquelarre, en un vaso de vino de Burdeos, (talismán de las dichas y pesares) se concentran las sombras y los ecos de una vida gastada en plenitudes, en la lucha mortal contra los tiempos, que con sangre y pasión de juventudes dejaría plasmadas en sus lienzos. En corceles rabiosos do las horas, largas crines movidas por el viento, cabalgando por valles y por lomas van mil sombras de aspecto verdinegro. Las punzantes espuelas se le clavan en los flacos ijares del silencio a que estuvo postrada su gran alma anegada en terror y desaliento. Los estribos se mueven alocados descubriendo los signos agoreros, y las bridas dirigen los caballos a lugares soñados por los muertos. Ve las sombras de brujas endiabladas de los cien sortilegios, maldiciendo el hedor de candelas apagadas, vomitando furor los ojos hueros. Largas barbas de machos cabríos, y los rabos de blancos carneros, en fatal estandarte van prendidos y se mueven al son de los cencerros. El espectro de aquella enfermedad que dejó su legado virulento de sordera, vacío y soledad, enmarcando su vida entre los hierros. Tenues sombras del busto idolatrado de una joven duquesa, componiendo su figura con rizos y brocados y una cinta de raso por el pelo. Polvaredas de bravos, nobles toros, recorriendo la plaza de los celos, banderillas le clavan en los ojos mientras siente las llagas de los cuernos. Sombra crepuscular de San Fernando que otras veces cruzara el sendero, perfilando las bóvedas rasgadas por ardor de un curado deshonesto. Las visiones de flácidos Borbones, derramando su peso sobre el pueblo, y las nieblas redondas y sin bordes de los bofos Validos traicioneros. Se refleja La Quinta junto al río, donde mágicas sombras florecieron, y en sus muros quedaron los martirios, los temblores de un alma siempre ardiendo. Las pinturas oscuras de la noche protegieron su mente contra el miedo: aquelarres, embrujos y hecatombes adornaban aquel caos dantesco. Separado del mundo de la Corte, olvidando Manolas Y Chisperos, se concentra en los más puros acordes y revive sus trágicos recuerdos. Aparecen Desastres de la Guerra, derramando la sangre por regueros que penetran en forma de gangrenas coagulando el latir del sortilegio. Los Caprichos: Las sátiras de ricos, lo ridículo, absurdo y lo grotesco, donde supo plasmar hasta el delirio alcanzando los límites del genio. Negra sombra de impura Inquisición, entre salmos de clérigos blasfemos, va sembrando en la gente gran terror por encargo directo de los cielos. Tiaras, mitras, birretes y sotanas, bajo el manto de impúdicos incestos, pretendían quemando gente llana elevar la moral del universo. Denso polvo de los ajusticiados, proyectando famélicos pellejos, que al conjuro de espectros olvidados redimieron las almas en el fuego. Las conciencias en plena esclavitud: No servían plegarias al Supremo, aplacado con necia beatitud, que rayaba en el puro sacrilegio. Sombras lúgubres, largas, derramadas por un triste farol, como un tormento, que en la noche del tres de Mayo, daba rojos tintes al brutal fusilamiento. Unos brazos en cruz, petrificados, abrazando fantasmas del misterio, agarrando el espacio profanado por terribles quejidos hechiceros. Negros sueños que nublan la razón, la razón alcanzada por los sueños, galopando corceles de pasión, descuajando jirones de su cuerpo. Locas, trágicas sombras, revividas en un vaso de vino de Burdeos, que de un trago pausado bebería. como sorbo arrancado de los tiempos. José Romero de Torrecampo

3 Editorial Edita Asociación Benéfico Socio Cultural y Deportiva P.R.A.S.A. Torrecampo Director Andrés Muñoz García Consejo De Redacción Antolina Pastor Campos Ascensión Romero Santofimia Benito Romero Gutiérrez Colaboradores Juan Bosco Castilla Consuelo del Castillo Cañizares Cándido del Castillo Romero Juan Bautista Crespo Bravo Alfonso García Estrella Francisco José Jurado González Antonio Leiva Blanco Antonia Molina Luque Sonia Muñoz Moreno Maria José Muñoz Sánchez Luci Nevado López Isidro Olmo Cerezo Juan Antonio Pérez Mateos Bruno Pozo Risquez Benito Romero Gutiérrez José Romero Jiménez Torrecampo Pepín de la Rubia Antonio Javier Ruiz Castro Fotografias Maria Isabel Cañizares López Juan Bautista Crespo Bravo Antonio Leiva Blanco Antonia Molina Luque Antolina Pastor Campos Juan Antonio Pérez Mateos Benito Romero Gutiérrez Antonio Javier Ruiz Castro Maria Elena Santofimia Ruiz Veredas Torralvo López Fotografía de portada: Fuente Plaza de las Peñas Fotografía de Contraporada: Camarín de la ermita de la Virgen de Veredas Diseño y Maquetación Al Margen Comunicación A pesar de la sequía que venimos sufriendo este año, y del pesimismo que inunda en las zonas ganaderas esta inclemencia climatológica, intentaremos ser positivos; porque lo que depende de los vecinos de Torrecampo se refleja diariamente en una gran actividad que sin lugar a dudas está engrandeciendo a nuestro pueblo. Como comprobaréis quienes leáis las últimas páginas, el Ayuntamiento participa de esa actividad, con mayor número de plenos y toma de palabra por parte de nuestros concejales, lo que es indicativo de una preocupación general por mejorar y hacer las cosas lo mejor posible. Es para nosotros un objetivo prioritario conseguir que cada año las actividades programadas alcancen niveles superiores de calidad, susciten mayor interés, y puedan llegar a una mayor parte de la población. Particularmente a los más jóvenes, desconocedores de hechos y tradiciones que los vertiginosos cambios introducidos por los modos de vida actual han condenado al desuso. Recientemente se ha celebrado el Certamen de Narrativa Corta, que este año ha visto cumplida su quinta edición, confirmando unos extraordinarios niveles de participación y calidad muy poco habituales para una localidad como la nuestra. Tratando de evitar los rigores del calor de septiembre, decidimos adelantar la fecha de nuestro Viaje Cultural; los rigores que pretendíamos evitar, no obstante, los padecimos en junio. Este año hemos visitado las localidades jienenses de Baeza y Úbeda, situadas entre inmensos olivares y campos de cereal. Ambas son exponentes sin igual del arte renacentista español. Otro proyecto de gran relevancia que se encuentra en marcha es el de la organización del Archivo Histórico Local, y que sin duda redundará en un mejor conocimiento de la historia de Torrecampo. En este número se incluyen diversos artículos, poesías y fotografías, todos ellos en mayor o menor grado relacionados con Torrecampo, y cuyos autores son igualmente personas, torrecampeñas o no, que tienen una cierta vinculación con el pueblo. Los temas son muy variados, y muchas de las fotografías auténticos documentos de la historia y usos de nuestra sociedad, que sin duda provocarán en algún lector momentos de añoranza y emoción. Por ultimo, espero que os guste el CD sobre el lince ibérico que acompaña a este número de El Celemín, y sirva asimismo para conocer mejor al felino de mayor tamaño de la fauna ibérica, que habita muy cerca de nuestra localidad, y que cuando era más numeroso cumplía como predador un importante papel en el equilibrio ecológico de nuestros campos. Por desgracia esta especie se encuentra hoy día al borde de la desaparición, por lo que resulta de máxima importancia la colaboración de todos en la preservación de su hábitat y el respeto a los individuos. No quiero terminar estas líneas sin desearos a todos un feliz verano. Un saludo. Andrés Muñoz García, El Director

4 Los molinos del espíritu Escritor y periodista, Juan Antonio Pérez Mateos es autor de una amplia y variada obra. Premio teatral Tirso de Molina por Proceso a Besteiro, también estrena en el Liceo salmatino El hidalgo Don Miguel. Interesado por la figura de Juan Carlos I, bucea en su vida, que plasma en varios libros, especialmente en Un rey bajo el sol, y su más reciente, La infancia real. Otras obras que cabe destacar son: Entre el azar y la muerte, Los confinados y La España del Miedo. Como extremeño ha escrito Las Hurdes, clamor de piedras y Cáceres, piedra y fuego. También realizó la Biografía de Florinda Chico. Fruto de su paso por el periodismo escribiendo bastantes años en periódicos y revistas destaca, especialmente, el libro ABC, historia íntima del diario: cien años un vicio nacional. LOS MOLINOS DEL ESPÍRITU Por Juan Antonio Pérez Mateos Sin duda, el molino de aceite, el viejo lagar, la almazara donde brotaba el oro de la aceituna es más, mucho más, que esa maquinaria, especie de templo románico de prensa y rueda industrial, clave para el desarrollo de una época y, por tanto, para una cultura agraria. Con los molinos se creaba, además, un hábito de vida, una vida de trabajo, una cultura que tenía su corazón en ese espacio mágico. No, no puede entenderse Exremadura ni las regiones españolas olivareras sin este símbolo quijotesco y pragmático, origen de una forma de vida, de un espíritu de trabajo, de un hontanar, donde manaba, incluso, una literatura. Mucha, mucha literatura española ha nacido en el ambiente de estos espacios, en el ajetreo de la vida del molinero y de la molinera, en los habitantes de sus pueblos. Una cultura que se remonta a otros siglos, entre ellos al Siglo de Oro y a nuestros clásicos. Y a Neruda, con su oda al aceite. A la vuelta de la esquina del tiempo, muy cercana, está la cultura del molino, una época que pasa del esplendor a la decadencia. Y esa cultura crea un espíritu, una forma de vivir, un sentimiento. He vivido esa cultura con el gozo y la satisfacción de la infancia y la juventud, cuando el pueblo se convertía en una estampa comunitaria de hombres y mujeres en la tierra fría de los olivares, una comunión con los frutos de la tierra como lo sería la recogida del trigo y la era; y una atmósfera oleícola inundaba nuestras pituitarias y nos marcaba la memoria olfativa, cada vez más deteriorada por el paisaje urbano. Tiempos de lagares, época relativamente cercana, se diría que a la vuelta de la esquina, historias de estraperlo, de fiscalía y miedo, de años cuarenta, cuando el hambre azotaba como una epidemia a España y, sin embargo, en los predios de Sierra de Gata corría el dinero en abundancia. Aquellos molinos de nuestra infancia y nuestro rito de mojar la sopa, tostar el pan y rociarlo de aceite y ajo, manjar en épocas de carencias, en tiempos ya idos, fijos en la memoria como una estampa romántica y lejana. El celemín 10 Enero 2005

5 El molino forma parte de nuestra infancia y de nuestra juventud. Lo vemos arrancando, las correas, los rulos, los alfarjes, la prensa, el ajetreo de los lagareros, el camino de la noche de los arrieros, el cambio de la harina por el aceite, la pincelada de pellejos y caballerías bajo una luna Iorquiana. La harina que venía de Castilla y el aceite que abastecía a los castellanos, de ahí ese refrán que se decía en Salamanca: De Extremadura el aceite, pero no la gente y los extremeños respondían: Y de Castilla el trigo, pero no el amigo. Qué pueblos aquellos, vertebrados, sumidos en una cultura agraria, muy lejos de la tibieza de esta etapa de pueblos dormitorios, adormecidos por la presencia visual de la tele, de viejos que añoran la molienda, las canciones, la juventud vivida. Qué pueblos aquellos de tradición oral, de cuentos e historias contadas al calor del fuego. Arroyos que le daban vida a estos templos industriales y a los pueblos. Molinos o lagares o almazaras, muchos molinos, hoy en estado de ruina, cuando no desaparecidos. Qué pena que una sociedad civil fuerte deje morir a estos viejos motores, a estos espacios de tanta vida y tanto pálpito. Sería una lástima que perdiéramos esta identificación, este espacio cultural, que, un día, se incorporaría al acervo cultural, y quizás nos lamentaríamos de esta pérdida, una joya con el paso del tiempo, como quien pierde un tesoro; y así lo verán las generaciones futuras y nos demandarán este olvido, estos tejados caídos. Soy un enamorado de los molinos, un quijote, los busco en sus piedras en nuestros pueblos, me gusta conocer su historia, cómo llegaron sus prensas lejanas desde Córdoba, Úbeda o Béjar. Este afecto me ha llevado a restaurar el molino que heredara de mis antepasados, en pagos iniciales a la Sierra de Gata, país del aceite, según el escritor Berjano, comarca mágica por su historia y su microclima. El lagar Cimero o de Melecio abría, en Villanueva de la Sierra - el pueblo donde nace la Fiesta del Árbol en ese rosario de lagares a lo largo de ríos y arroyos. Ya está levantado, lejos de la ruina. Ahí está a pesar de los pesares para que los paisanos valoremos el esfuerzo de nuestros predecesores. No, no quiero que se pierdan los lagares que tantos sueños engendraron en sus norias; que forman parte de la memoria colectiva de muchos extremeños. Algunos han sido rescatados de la incuria y transformados en otros usos. Mi amor por estas lumbres de carozos, de amor junto al fuego, me ha hecho recorrer los pagos de Sierra de Gata; y quedo extasiado ante estas joyas, algunas alzadas junto a un río de aguas cristalinas, algunas con arcos monumentales, pues muchas almazaras pertenecían a la Iglesia. Siento tristeza al verlos caídos, derrumbados, como quien se conmueve con algo tan grande y gratificante; y siento tristeza al ver sus huesos metálicos oxidados, ya sin el cuerpo forzudo, sus norias detenidas, el tiempo congelado, la voz callada de sueño y coplas. Extremadura no debe permitirse dejar al abandono, a la incuria, estos monumentos, porque su valor, llámese como se quiera: antropológico, cultural, serán, un día, una queja vana. Si restauramos como debemos nuestros molinos estamos salvando nuestro patrimonio artístico-cultural de nuestra tierra, no olvidemos que los molinos de aceite y harineros, están el este inventario ahora despreciado por la insensibilidad, salvo excepciones. Yo acudo al molino, escucho el eco de voces, los pasos, el ruido del viejo motor de dos tiempos, la rueda grande, inmensa y el agua que la mueve. Escucho y siento; el molino es más que esta maquinaria dormida: es un espíritu que está en mí y en quien lo contempla. El molino, el aceite, en nuestra voz, en nuestro coro, con íntima suavidad poderosa cantas: eres idioma castellano, hay sílabas de aceite, hay palabras útiles y olorosas como tu fragante materia. Qué pena que Pablo Neruda no hubiera cantado, además, otra oda al molino.. Molino de Cimero El celemín 10 Enero

6 Arquitectura en Torrecampo Bruno Pozo Risquez Iglesia de San Sebastián El dibujo ilustra uno de los dos pilares que flanquean la pequeña capilla, hoy del Sagrario, de la Iglesia parroquial de San Sebastián. La planta rectangular del templo conocería su única alteración importante en el siglo XVIII, con el añadido en su ángulo sureste de la mencionada construcción. La palabra Barroco procede del lenguaje de los antiguos orfebres y señalaba en el siglo XVIII las características de un modo de realizar la arquitectura que se alejaba de los cánones que ya entonces se consideraban clasicistas o académicos. Frente a la seguridad y estabilidad, la racionalidad en suma, impuestas por el clasicismo, en el barroco desarrollado en el siglo XVIII predominan las formas inestables, con búsquedas de contrastes de luz y un sentido decorativo exaltado. Algo de todo ello podemos ver en este pilar: su forma expansiva en el fuste se complementa con su ondulante remate superior. Vemos, pues, como frente a la quietud se opta por un cierto dinamismo. Siglo XX El aspecto monumental de Torrecampo quedó prácticamente fijado en el siglo XVIII con las reseñadas alteraciones habidas en los principales templos. El siglo XIX no aportaría novedades. En vano buscaremos edificios con rasgos neoclásicos o historicistas, las dos tendencias que a grandes rasgos caracterizan esta época. La escasa entidad económica y la ausencia de promotores explican estas carencias, y no la falta de demanda (pensemos, por ejemplo, que la edificación de una verdadera Casa Consistorial, pilar del gobierno municipal, se retrasaría hasta los años setenta del siglo XX). Pilastra adosada Siglo XVIII Iglesia de San Sebastián Casa particular - Plaza Reina Sofía El celemín 10 Enero 2005

7 Únicamente lo que, con más buena voluntad que certeza, podríamos llamar burguesía agraria emprendería desde fines del siglo XIX el embellecimiento de sus residencias. Como ejemplo de ello, hallamos en el Plazar de la Reina la más destacada muestra de estas reformas: animada por un cierto espíritu neobarroco, con una peculiar interpretación del frontón partido, la fachada resulta elocuente del gran nivel alcanzado por los artesanos pedrocheños en la labra del granito. Avanzado el siglo XX proliferará por todo el Valle de los Pedroches un modelo de portadas adinteladas con leve abombamiento convexo en el dintel. Resultaría, en todo caso, inapropiado hablar de monotonía ante la repetición de este prototipo de fachada, siendo más ajustado observar este trabajo como una nota distintiva y personal de buena parte de la Comarca de los Pedroches. Hemos elegido una ilustración significativa de este modelo (véase casa particular en Plaza de Jesús) que se aparta de los modelos al uso, de la que debemos subrayar sus jambas labradas o la, aún más delicada, talla del dintel. Casa particular - Plaza de Jesús Casa particular - Plaza Reina Sofía El celemín 10 Enero 2005

8 Recuerdos Antonia Molina Luque Durante estos días estoy leyendo el libro El viento derruido de Alejandro López Andrada, un escritor que como muchos sabéis es casi paisano nuestro, pues nació en Villanueva del Duque. Tuve además la suerte de tenerlo por compañero en el Instituto de Pozoblanco cuando estudiábamos COU. Es éste un libro de sentimientos, profundo, en donde una serie de villaduqueños narran los recuerdos de su niñez y juventud vividas en los difíciles años de la posguerra o de la emigración. Estas vivencias se ven salpicadas por otras, más cercanas y menos aciagas, del propio escritor. Su lectura me ha movido a escribir este artículo ya que me ha hecho volver la vista atrás y a través de un vuelo invisible como dice Alejandro he llegado hasta unos años que recuerdo con cariño y nostalgia. Para que no resulte excesivamente largo el relato, voy a repasar ese imaginario álbum fotográfico por las páginas que corresponden a la presente época del año, al estío. Los que, como yo, están sobre el ecuador del siglo, revivirán momentos lejanos; los más jóvenes se extrañarán sobremanera de aquellos hechos e incluso pasarán un rato de diversión. A comienzos del verano se celebraba con mucho júbilo la fiesta de San Juan. Las mujeres y las niñas íbamos a las huertas a recoger plantas aromáticas: palmarriza, toronja, toronjil, albahaca, etc. Con ellas y con claveles- si los habíase preparaba el baño San Juan. La noche del 23 de junio, se dejaba al raso un lebrillo lleno de agua con estas plantas para lavarse con ella al día siguiente. La mañana del día 24, todos los niños del pueblo, con una sarta de cencerros al cuello, a la cintura o en la mano, recorrían las calles con un repiqueteo espectacular, y se encaminaban hasta la pequeña ermita que había en el Calvario para despertar a San Juan. Después de despertar al Santo con la ensordecedora cencerrada, se desperdigaban por los caminos hasta poder entrar en una huerta para hacerse con las codiciadas peritas sanjuaneras. En aquellos años 60 no había piscina municipal, ni ninguna otra, pero ya se empezaba con la moda del baño. Las albercas comenzaron a cumplir la doble misión de dar de beber a los sedientos surcos y a satisfacer las ansias de los bañistas. Recuerdo que fue en la huerta de Ausencio donde hice mis primeros pinitos en el agua. Era una gozada sumergirse en aquellas casi gélidas aguas en donde habías de ir salteando las ovas para que no se te enredaran en los brazos y en los pies. Parece recorrerme todo el cuerpo una sensación de escalofrío recordando aquellas aguas que, elevadas por la noria, llegaban hasta la alberca, que, además, casi siempre estaba a la sombra de las parras o de una higuera o un granado. Las niñas, más modositas, teníamos más fácil el acceso a alguna alberca, pero los chiquillos para poder darse un chapuzón, tenían que burlar la vigilancia del hortelano y aprovechar las sofocantes horas de la siesta o la clara luz de la Luna. En todas las huertas había una pequeña alberca, pero las más grandes, y por tanto más deseadas, eran la de Melchor, la del Jallao, la de los Castillas, la de Eudocia o la que llamábamos Plaza Toros. Conforme repaso mentalmente estas imágenes, no tengo por más que soltar una risotada al rememorar la siguiente anécdota: Siendo casi unas jovencitas, fuimos un domingo a media mañana con un grupo de amigos a bañarnos. Muy contentos, con nuestros bañadores puestos, nos encaminamos hasta una alberca en donde, según los chicos, su dueño siempre los dejaba bañarse. Nos acercamos todos hasta él muy modositos y hasta con cierto recelo. Tras pedirle permiso uno de los chicos, contestó el señor: Bueno, los muchachos sí podéis bañaros, pero El celemín 10 Enero 2005

9 Calvario las muchachas que se vayan porque se mean y estropean el agua. No podéis imaginar el rubor que nos invadió a todas y, ante las pícaras miradas y sonrisas de los amigos, dimos media vuelta y regresamos al pueblo. Desde entonces no volvimos a pedir permiso a nadie. Dos o tres veces en la temporada veraniega nos levantábamos antes que el alba y con alguna burra prestada o andando- llegábamos hasta el Guadalmez, donde pasábamos un día fantástico, a nuestras ensanchas. Regresábamos al pueblo a media tarde, como cangrejos, pero henchidas de gozo. Por la noche, sobre la abrasada piel sentía el cariñoso masaje de mi madre untándome vinagre aguado para aliviarme aquel molesto escozor. También recuerdo con la nostalgia de los años, aquellas largas horas de la siesta en donde no me dejaban salir a la calle y, sin tele, ni ordenador, ni siquiera un cuento para leer, las pasaba jugando en la cámara o en el huerto a la sombra de la parra. Yo sola compraba y vendía, era la maestra y la alumna, o la presentadora de circo y la artista. La verdad es que sobre todo a aquellas horas y por la tarde, se veían pocas niñas por la calle. Desde bien pequeñitas -siete u ocho años- empezaban a enseñarnos labores. Lo primero que se aprendía era a hacer cadeneta, vainica y punto de cruz. Recuerdo muy bien el primer cabecero, color lila, al que le hice una cenefa preciosa. Después se continuaba con el bordado a mano o a máquina y así se iba preparando poco a poco el ajuar. Cuando yo tenía once años, mi madre habló con Manolita la hija de José el Tartamelo para que me enseñara a bordar a mano. Cuánto me dolía el culo de estar tantas horas en aquella silla de enea! Para calmar aquel malestar, me levantaba de vez en cuando y me lavaba las sudorosas manos en una cubeta con agua fresquita del pozo. Estuve yendo tres veranos, y se me daba bien, pero la aguja no me tiraba demasiado. Los niños, por el contrario, estaban todo el día lo que se dice apedreando perros, incluso la siesta la pasaban en la calle. Solían tener como recutiero algunas sombras donde se ponían a jugar a los cuescos, a los bolos o a los santos de las cajillas de mistos. En más de una ocasión les caía del cielo algún cubo de agua con el que los dueños de esas casas, hartos de no poder dormir, intentaban darles un escarmiento. Siendo muy pequeña, recuerdo pasar las largas tardes veraniegas jugando en los poyetes. En el celemín formábamos grandes corros o largas hileras tocando las palmas y cantando aquellas inolvidables canciones como El mozo viejo, Al jardín de la alegría y Cantinerita. El celemín 10 Enero 2005

10 La otra tarde, dando un paseo, me detuve junto a las roeras (parte superior, alisada, de los muros que flanquean ambos lados del ojo del puente) que hay en la carretera de Villanueva cerca del pozo de la Virgen de Gracia. Qué pequeñas las vi y qué altas eran entonces! Fueron nuestros toboganes. Nos poníamos en fila y una tras otra nos deslizábamos por ellas, incluso les echábamos tierra para bajar con más rapidez. Las mejores eran las del Pozo Paco. También pasábamos buenos ratos subidas sobre los zancos que nos preparábamos con latas de conserva vacías. Les hacíamos dos agujeros, se les ataba una cuerda para sujetarla por las manos y armando su ruido correspondiente, íbamos tan contentas calle arriba, calle abajo. Para pasar el rato, algo había que hacer, y otra costumbre muy extendida, tanto en niños como en niñas consistía en ir por los caminos donde había huertas a robar manzanas. Me imagino que en ciertos casos llegaría a hacerse por necesidad, pero la mayoría de las veces era una distracción más. Recuerdo muy bien que sólo en una ocasión salté a una huerta (me daba dentera la acidez de aquellos frutos); llevaba unas cuantas manzanas en mis manos cuando de vuelta por el camino vimos que se acercaban los amos. Encima ella era mi catequista! Con disimulo puse las manos atrás y fui dejando caer las manzanas una a una para escapar del aprieto. Las noches de verano eran especialmente alegres y bulliciosas en todas las calles y esquinas. Aplacado el sofocante calor del día, que caía como una losa y acallaba hasta los cantarines empedrados, la calle recobraba vida. Delante de las casas se formaban animados corrillos de personas mayores tomando el fresco, mientras que los chiquillos, alborozados, jugábamos a las cuatro esquinas, a pollito inglés, a zorrito que te vi o a los carabineros. La verdad es que nos divertíamos con cualquier cosa. Era muy bonito ver por las noches a un grupo de niños y niñas paseando esos faroles hechos con sandías. En el momento que veíamos aparecer alguno, salíamos corriendo a casa, nos vaciaban la sandía y se le recortaban en la cáscara estrellitas, lunas, o cualquier otra figura, se colocaba en su interior una velita encendida, se colgaba de una guita y todos a pasear el farol! Otras veces, atábamos con un hilo la patita de un escarabajo y le cantábamos Escarabajito, arranca a volar que vienen los moros con el cuchillito y te matarán. Cuando el insecto alzaba el vuelo, todos echábamos a correr tras él. Otra entrañable foto de este álbum de recuerdos es la que plasma el trajín de las eras en el Lejío. Siendo muy pequeña me iba con mi hermana Francisco el de Melchor aventando El celemín 10 Enero

11 y otras niñas a rebuscar garbanzos y después se los llevábamos a Emiliana la Paloma para que nos los cambiara por garbanzos tostados. Cuando fui algo mayor lo comprendí, pero al principio me quedaba extrañada cuando le entregábamos una lecherilla llena de garbanzos crudos y ella nos la devolvía también colmada, y encima, tostados. La imagen de los hombres subidos en el trillo es imborrable de mi memoria. Me quedaba embobada observándolos; unas veces iban sentados y otras de pie, girando y girando sobre la era intentando aplacar a la rebelde parva. Y me parecía que estaban todos muy contentos, porque cantaban y cantaban sin parar. Me detengo y creo estar escuchando el eco de aquella voz, a la vez melodiosa y potente de Miguel el de las Cabras sobresaliendo sobre todas las demás cantando Una paloma blanca. Y cuando llegaba el momento de aventar, otro prodigio. Cómo se quedaban el trigo, la cebada o los garbanzos en un montón y la paja por otro? Después había que guardar esa paja para que las bestias tuvieran alimento todo el año. Era una faena en donde los niños sí podíamos colaborar. Siempre se hacía por la noche, me imagino que para esquivar el asfixiante calor del día. Una vez que llegaba el carro delante de la puerta de la casa, lo vaciaban, formándose una elevada montaña de paja en medio de la calle. Los mayores colocaban una sábana grande en el suelo y después de llenarla de paja con la horca y atarla de sus cuatro picos, se la cargaban al hombro y subían resoplando hasta el pajar. A los pequeños, nos llenaban el tapete de la máquina o cualquier trapo; el caso es que, poquito a poco como las hormigas, algo aminoraríamos la tarea. En aquel lejano tiempo de las eras, por las noches, las calles se veían sembradas de rubias colinas que poco a poco se iban evaporando. Aún me quedarían muchas más estampas por narrar, pero concluyo con este poema que escribí hace seis años, supongo que sería un día como este de hoy en que estaría meciéndome en las reminiscencias de mi niñez. LA ERA Como carroza de Cenicienta, se siente el trillo sobre la era. en un rincón estuvo olvidado, mas llegó el baile tan esperado. Ese labriego que en él se sube sueña que vuela sobre una nube. Y va oteando montes y valles y va surcando lejanos mares. Mientras, entona coplillas bellas con las que olvida todas sus penas. y las dedica a la joven moza que para siempre será su esposa. Un sol de estío muy bravo y fiel clava mil dardos sobre su piel, que como alivio pa su quebranto gime en silencio salado llanto. La sobria mula que trota y trota hunde sus huellas sobre una alfombra que está tejida en hilos dorados de pasto y granos entrelazados. Dientes de acero tiene ese trillo que dan bocados muy bien medidos, y las espigas y rectos tallos se van quedando desmenuzados. Para la mula, detiene al trillo, pues sus trabajos ya se han concluido. Ahora los vientos han de venir y la faena debe seguir. La horca al aire danza aventando, la suave brisa va seccionando: un alto monte de rubia paja, una colina de mies preciada. Han retirado al dentado trillo, todo ha quedado al fin recogido: el grano, prieto, en largos costales, la paja al carro hacia los pajares. Queda la era sola y callada, llora su angustia, desconsolada. Un año entero de muerte espera. Un año entero de vida anhela. El celemín 10 Enero

12 Clara Luci Nevado Mayo 2005 No sé si este es tu nombre, Clara, pero a mí me gusta y así he querido llamarte. Sentada en mi sillón, miro al televisor y veo tu rostro, tus enormes ojos negros, desorbitados, tu nariz ancha y tu pequeña espalda reclinada sobre tu madre. No, Clara, no la despiertes, déjala dormir, tu madre se ha cansado de tanta guerra, de tanta matanza cruel. Aún no sabes lo que es la muerte. Lo sé porque te veo mover a tu madre, susurrarle al oído, sin gritos, ni aspavientos. Es un sueño muy profundo, sí, y quizá temes que si la despiertas de súbito ella te castigará o te dejará sin mamar sus senos vacíos y vencidos. No la muevas, Clara, no te preocupes. Ella no va a castigarte, te castigan otros, otros que no te conocen, ni te respetan, ni les importas; otros para los que la única madre es la guerra, la muerte, que no conocen más padre que el odio y que no son capaces de mirarse a un espejo sin darse vergüenza. Clara, que triste es estar allí donde a nadie le importan las lágrimas de una niña Veo en la pantalla cómo tocas las heridas de tu madre, antes habías visto sangre; quizá la de tus hermanos, quizá la de tus vecinos; pero nunca se te ocurrió que tu madre la tuviera; ella siempre dijo que su alma y su sangre eras tú, Clara, triste y preocupada por tu manos rojas; las madres no deberían sangrar nunca, verdad? Comienzas a mirar a tu alrededor, a buscar ayuda, a buscar respuestas, tus ojos inmensamente negros me preguntan a través de la pantalla que por qué no se mueve tu madre, que por qué no se levanta si tú tienes hambre y empieza a penetrar en tu cuerpo el miedo. Te desesperas poco a poco, con tus morenos deditos te quitas la primera lágrima; pero aún sigues siendo tierna con ella, todavía le susurras, sollozando, que el sol está en lo alto; apretándole suavemente el brazo le dices que no bromee, que te estás asustando, que nadie te hace caso y que a tu lado sólo hay gente que grita y se lamenta, que te dan miedo sus rostros y que la necesitas, que necesitas que te abrace, que te apriete y te diga que no pasa nada, mi niña, mi pequeña Clara, que todo esto acabará un día y que nunca más habrá hombres malos con cuchillos, mi niñita, mi tesoro; pero mamá no se despierta, Clara, mamá ya no tiene besos para darte, y tus ojos anegados me están matando, Clara, quiero que se acabe ya el programa, quiero que te vayas, pero tu sigues ahí gimiendo junto al pecho de tu madre y sin que te sirva de nada, yo me pongo a llorar como una imbécil. El celemín 10 Enero

13 RECUPERACIÓN DEL ARCHIVO HISTÓRICO LOCAL DE TORRECAMPO Consuelo Del Castillo Cañizares Sonia Muñoz Moreno María José Muñoz Sánchez La preservación y recuperación del patrimonio cultural de la humanidad se concibe como parte de la política de recuperación y profundización de la identidad cultural de los pueblos. Desde el inicio del presente año, la Asociación PRASA Torrecampo, está llevando a cabo un proyecto de inventariado, clasificación y ordenación de fondos del Archivo Histórico Local cuya duración abarcará hasta finales de Para el desarrollo de este trabajo se cuenta con personal licenciado en Biblioteconomía y Documentación y en Geografía e Historia, además de una administrativa que realiza tareas de apoyo. La motivación que llevó a esta entidad a acometer el citado proyecto se fundamenta en necesidad de poner en valor aquellos documentos que sirvieran de base para el estudio y recuperación de la memoria colectiva a través de posibles publicaciones que fueran capaces de reflejar la vida cotidiana, normas y costumbres de esta localidad a lo largo del tiempo. La inexistencia de un orden establecido en el archivo histórico, produce lagunas importantes en la historia del municipio, en cuanto a períodos y en cuanto a datos históricos, que se comenzarían a resolver con la administración de toda la información que se posee. Mediante los estudios que se deriven de sus fondos documentales los habitantes del municipio tomarán conciencia de su historia y reforzará la identidad y singularidad de las peculiaridades de su cultura, tradiciones y el modo de vida de sus antepasados. También hemos de considerar una importante actuación en sí misma la puesta en valor de libros tan antiguos, con un gran interés histórico que forma parte del patrimonio cultural local. Del mismo modo hemos de valorar positivamente, en las visitas realizadas a la localidad de Torrecampo por parte de Técnicos de la Delegación de Cultura así como por el archivero de la Diputación de Córdoba, la grata sorpresa que han experimentado al comprobar tanto el estado de conservación de los fondos como del gran valor histórico que estos poseen. El celemín 10 Enero

14 A modo de resumen detallamos seguidamente el contenido del Archivo Local: En la primera planta del Ayuntamiento de Torrecampo se hallan los siguientes documentos: Protocolos notariales desde 1599 Acuerdos. Desde 1591 Libros de contabilidad del Ayuntamiento. Desde 1651 Escrituras. Desde 1600 Libros donde se inscribe la normativa que se recibía a nivel provincial, nacional o de la regiduría de Torremilano. Pósito. Desde 1880 Documentos de renta comercial y renta industrial. Presupuestos. Desde 1859 Registro. Desde 1894 Los apéndices (en los que se contienen las variaciones de dominio que se producen en la riqueza territorial de cada persona). Desde 1723 Documentos varios. Desde principios del S.XVII Órdenes y despachos. Desde 1717 Bienes. Desde 1632 Recaudación e impuestos. Desde 1590 Los textos más antiguos que se han encontrado datan de 1590 y se pretende que el archivo histórico contenga el período comprendido hasta los últimos 15 años. En una época anterior se habían acometido tareas de clasificación cronológica, pero sin tener en cuenta criterios técnicos, ya que solo se trató de ordenar el cuantioso volumen de documentación que aún hoy sigue dispersa en otras dependencias municipales. Con el proyecto que se está llevando a cabo, se pretende clasificar los fondos de manera científica, ordenados por familias y almacenados en un programa informático que favorece la localización de documentos y el acceso a los mismos por parte de los usuarios. También, para favorecer su conservación el Ayuntamiento de Torrecampo, ha previsto el traslado del Archivo a las nuevas dependencias municipales cuando finalicen las obras de ampliación de la Casa Consistorial, sustituyendo además tanto las estanterías de madera como las cajas que albergan los documentos en la actualidad, por estanterías metálicas y cajas de ph neutro que mejorarían su pervivencia en el tiempo. Por otro lado, cabe destacar, que la importancia de los documentos del Archivo Municipal de Torrecampo radica en que son testimonios materiales de hechos o actos realizados en el ejercicio de sus funciones por personas físicas y jurídicas, públicas o privadas, de acuerdo con unas características de tipo material o formal. Es decir, que nos vamos a encontrar con actas de deslindes de tierras y términos municipales, presupuestos, libramientos de pago, nóminas, padrones de habitantes, listas cobratorias, contratos de personas, etc. Cada documento independientemente de su naturaleza intrínseca tiene: 1. Un valor histórico: los documentos no se confeccionan con una intencionalidad histórica, por este motivo son una fuente objetiva de conocimiento. 2. Un valor administrativo: inicialmente los documentos no se hicieron ni se hacen para la Historia, sino que nacieron para que la Administración pudiera cumplir sus fines, el paso de los años es el que le da el valor histórico. 3. Un valor legal: todo documento puede tener un valor legal aunque no contenga hechos de El celemín 10 Enero

15 naturaleza jurídica. El valor legal le vendría dado por ser un escrito que justifica o prueba una cosa. Por lo tanto, todo lo conservado en el Archivo Municipal de Torrecampo son fuentes fiables de información en los que cualquier persona interesada puede consultar documentos relacionados con hechos o actos ocurridos en la localidad. Los objetivos del Archivo Municipal son recoger la documentación útil para el Ayuntamiento, para la investigación y para los ciudadanos, como parte de los bienes culturales del pueblo. Conservar de forma segura y ordenada los fondos documentales recibidos y facilitar su utilización y su conocimiento al Ayuntamiento, a los ciudadanos y a la investigación, tanto para consulta como para certificaciones. Conviene saber que no todos los documentos pueden ser consultados libremente. Se considera documentos de libre acceso aquellos de origen administrativo que correspondan a procedimientos terminados y que no contengan datos que afecten a la Seguridad o Defensa del Estado, la averiguación de los delitos o de la intimidad de las personas. Se consideran también documentos de libre acceso aquéllos, que aún conteniendo datos que afecten a la intimidad de las personas, hayan transcurrido más de 25 años de su muerte o más de 50 años de la fecha del documento. Para que los lectores se puedan hacer una idea de cómo esta quedando nuestra base de datos, les ponemos un ejemplo: Nº de caja Nº de expediente Nº de clasificación Descripción Fecha inicial Fecha final Observaciones Relaciones Reales Ordenes, despachos y comunicados de Torrecampo firmados por los Corregidores de Córdoba Bernardo de Roxas, y Contreras y Miguel Arredondo Carmona. (Encuadernado en Pergamino) 18/01/ /11/1767 Manchas de humedad. Hojas sueltas. Tinta corrida. Cubierta despegada Censo de posesiones y efectos de propiedades seglares de la villa de Torrecampo para una única contribución. Se corresponde con el Catastro de Ensenada. Tomo II. (Encuadernado en Pergamino) 01/01/ /09/1757 Manchas de humedad que están descomponiendo el papel en su margen superior. Relacionado con el expediente 2 de la caja Tasación de la Casa Panera del Pósito situada en la c/ Jesús, 19. Su tasación en esta fecha era de pts. 01/12/ /12/1932 Para terminar, deseamos animar a todos los torrecampeños a visitar y consultar el Archivo Municipal una vez acabada su clasificación y ordenación, ya que este es el guardián de la identidad cultural de su pueblo. El celemín 10 Enero

16 Un día de Cuento Francisco José Jurado González Ganador Villa de Torrecampo Mi primer recuerdo del Valle de los Pedroches, el Valle que no lo es, podría perfectamente ser un fotograma de Brigadoon o de cualquiera de esas películas americanas ambientadas en las verdes colinas del Eire, Escocia o tierras celtas colindantes; algo así como qué verde era mi idem y cosas por el estilo, ya me entienden. Solo faltó que aquél día otoñal de neblina y lluvia tímida se me apareciera Maureen O Hara al pasar el Calatraveño, cosa que hubiera agradecido a mis diecisiete años, claro quién no lo hubiera hecho, aunque no tuviera diecisiete? El caso es que, en un viaje por cuestiones familiares que debí emprender durante dos semanas por el norte de la provincia, descubrí de una tacada el paisaje y las personas de Los Pedroches, esa parte céltica y dura de una provincia que se empeña cada día en enfermar un poco más con el veneno de los cantos y monsergas arabigo-andalusíes y mandangas islámicas de similar corte y confección; esa tierra dura y trabajadora del norte de Córdoba que uno no acaba de saber muy bien si es Andalucía, Extremadura, o la infinita y bella Castilla. Probablemente porque sea las tres a la vez y ninguna en concreto, que semejantes paradojas gustan mucho a los que nos dedicamos a la literatura. Desde ese entonces he venido una y otra vez por esta zona por las más variadas cuestiones, ya sean personales o profesionales, pero fue ese recuerdo siempre agradable de aquella mi primera estancia por estas tierras el que me acompañó el pasado día 30 de Abril de 2005, cuando regresé una vez más al Valle para recoger el premio Villa de Torrecampo, que la Ilustre Corporación torrecampeña y la Asociación Cultural PRASA tienen a bien organizar con carácter anual, evento literario que en poquísimos años se ha colocado a la cabeza de los premios literarios españoles en cuanto a prestigio e importancia; en cuanto a dotación económica y nivel organizativo de participación. Fue un día emotivo, como todos los que evocan recuerdos de la infancia y la primera juventud. Porque aunque no era otoño, no llovía ni hacía niebla cantábrica, no se me apareció Maureen o Hara y ya hace bastantes que ya tengo el doble de diecisiete, fue un día magnífico, de esos que no olvidas; un día de cuento, como aquél lejano que atravesé el puerto del Calatraveño. En primer lugar porque venía a recoger un premio que llevaba varios años buscando, edición tras edición, alguna vez rozándolo sin conseguirlo El celemín 10 Enero

17 (en concreto fui finalista en el año 2003). Dicen que el que la sigue, la consigue no? No sé yo si el refrán se refiere a la Literatura o a otra cosas más mundanas y pasionales pero, francamente, conmigo ha acertado. En segundo porque cuando a uno lo tratan bien, con cariño y respeto, y se siente como en su casa junto personas que acaba de conocer, no puede sino agradecerle al destino que entre los más de seiscientos participantes, sí, sí 600!, no se me ha roto el ordenador, ya dije del nivel de vuestro premio- el jurado eligiera su relato para poder estar en Torrecampo recogiendo el galardón. Y en tercer y último lugar porque, y así lo mencioné en el acto de entrega, este de Torrecampo ha sido el primer galardón que he recogido tras el repentino fallecimiento de mi madre, el día 9 de marzo, pues ella solía acompañarme a recoger los premios que me daban en lugares no muy distantes de Córdoba. Y éste era un sitio ideal para que ella hubiese venido, especialmente si tenemos en cuenta que el acto de entrega fue la víspera del día de la madre. No pudo ser, por desgracia. Por infinita desgracia. Y hoy, cuatro meses después de esa fatídica llamada que un hijo nunca quiere recibir, le vuelvo a dedicar este premio, tal como ya hice desde el atril en el que D. Andrés, vuestro alcalde, me lo entrego. A ella, sin duda, esté donde esté, en ese Brigadoon de aires brumosos y melancólicos que debe ser el paraíso, le gustará saber que tratasteis bien a su hijo. Que éste os queda eternamente agradecidos por ese día que pasó en Torrecampo junto a tantas personas de bien; un día perfecto, como se suponen deben ser los finales de los cuentos. Y luego dicen que la vida no se parece en nada a la Literatura! El celemín 10 Enero

18 A Granillo José Romero de Torrecampo En los tiempos del Israel bíblico había una ley escrita por la cual los agricultores al recolectar el trigo y la cebada debían dejar las orillas de los sembrados sin segar para que las espigas fuesen aprovechadas por los pobres (Recuerdo de Ruth la moabita). En la post-guerra, en Torrecampo, había una ley no escrita según la cual en los encinares ya vareados y cogidas las bellotas, los pobres podían recoger las bellotas que encontrasen sin ser sancionados por ello. A esta forma de ir a bellotas se le llamaba a granillo. Era la única forma que mi madre entendía de ir a bellotas. Ir a granillo suponía estar todo el día, desde que empezaba a clarear hasta que anochecía, cogiendo una bellota aquí y otra allá para que al final de la jornada pudiéramos juntar dos o tres celemines. Para comer solíamos llevar, para todo el día, un trozo de pan, una naranja o una pastilla de pan de higo. Algunos días la Diosa de la Abundancia nos sorprendía con dos de estas tres cosas y aquellos días tenían algo de especiales. Teníamos la ventaja de que podíamos comer bellotas sin límite, aunque yo tenía siempre presente la historia de aquel muchacho que reventó de tantas bellotas como había comido. Solíamos ir en grupos reducidos. Menos de tres podía ser aburrido, más de cuatro era una multitud. Cuando mi madre no venía, a veces, nos íbamos a lo cencío, encinares en los que sus dueños todavía no habían cogido las bellotas, con el riesgo de que nos vieran los guardas y nos quitaran la mercancía y los sacos, costales o talegos que llevásemos para la recogida, con lo cual el día estaba perdido. Pero si había suerte en dos o tres horas teníamos la carga hecha, aunque lo normal era que esperásemos hasta la noche para regresar al pueblo con objeto de que la oscuridad nos protegiese. En algunas ocasiones nos acompañaba la tía Bárbara, la del tío Pérez y cuando al anochecer organizábamos el regreso ella no tenía nada para traer porque no había cogido ni una sola bellota pues decía- yo para coger una bellota no me agacho - y nosotros nos partíamos de risa. Pero no siempre la jornada terminaba con alegría. Nos sucedió en bastantes ocasiones que después de estar todo el día caminando cogiendo una bellota aquí y otra allá, cuando volvíamos tan contentos con nuestros costales o talegos a la cabeza o al hombro, unas veces los guardias civiles, otras los guardas rurales y otras los guardas de los cortijos (de cuyos nombres y apellidos espero acordarme siempre) nos quitaban la mercancía con tanto esfuerzo recogida. De nada servía que mi madre les rogase: Por favor no nos quite las bellotas. Ni que les implorase: Por favor que hemos estado todo el santo día para recoger estas bellotas. Ni que les llorase: Por favor que soy viuda y tengo seis niños que alimentar. Todo resultaba inútil. Una explicación frecuente era que ellos tenían que defender su puesto de trabajo. De esta misma forma escribo mis versos a granillo, buscando en terrenos ya recorridos por otros, con dificultades, sembrando en terrenos baldíos, aprovechando tiempos perdidos, en ratos de espera, en viajes. Siempre llevaba en el bolsillo un cuaderno pequeño para anotar cualquier idea, verso, o dibujo que pudiera surgir. Recuerdo que hace muchos años, en Madrid, en el autobús 27 (que hacía el trayecto de Embajadores a Plaza de Castilla), escribí de pie, unos versos que me parecieron sublimes. Lo normal era que de cuando en cuando aquellas ideas del cuaderno las pusiera en limpio, pero en aquella ocasión debí demorarme demasiado en hacerlo y cuando quise poner en claro aquellas líneas no pude entender ni una sola palabra. Por aquella época yo estaba enamorado El celemín 10 Enero

19 de Gabriela Mistral y supongo que aquellos versos serían una canción de ronda, una nana, o algo por el estilo. Fue una verdadera mala suerte porque se trató de una de las pocas veces que he escrito unos versos que rezumaban algo de poesía y se perdieron para siempre. A GRANILLO pretendo que sea una colaboración que pienso hacer en EL CELEMÍN para dar a conocer una serie de libros de versos que tengo escritos. Son unos treinta, de los cuales diez o doce ya se han publicado con los programas de las fiestas de Mayo de los últimos años. La idea es hacer una breve presentación del libro e incluir unas cuantas composiciones, creo que entre cinco y diez, dependiendo de su extensión. SOMBRAS Y PENUMBRAS es el libro con el que deseo empezar. Forma pareja con LUCES Y REFLEJOS que fue el último que se dio a conocer como separata en el programa de las fiestas. Esta formado por cincuenta composiciones de las cuales treinta tienen forma de soneto. Está escrito a lo largo de un par de años y la redacción definitiva es del año 1983 y como en otras ocasiones la realicé en el Valle de Claros. Es un recorrido por sombras originarias, densas, profundas como las que envuelven la vida de un invidente. Sombras de los celos en días de inquietud. Penumbras agonizantes del ocaso llamando a la oscuridad. Sombras y penumbras de las dudas que nos atormentan. Tenues resplandores del olvido que soñamos con recuperar. Sombras que encierran los amores en sus horas de espera. Penumbras de la esperanza que nos sitúa entre la luz y la sombra. Estas las composiciones que ha seleccionado. Se mantiene el número de orden que ocupan en el libro. 1-LENTA AGONÍA Agonía de bella luminaria que hacia un mundo en ocaso se encamina, transformada en patética neblina llegará hasta la sombra originaria. Una estrella se apaga, Candelaria que otro tiempo brillaba en la retina : Hoy me deja la huella de una espina en el fondo del alma solitaria. Triste, lenta agonía voy sufriendo contemplando el amor que tú deshojas al compás de los vientos de los celos... Y mi vida feliz vas convirtiendo en un valle de llantos y congojas... sin que sirvan plegarias a los cielos. 8-LA NOCHE Negro muro de sombras y vacío que separa el ocaso de la aurora : Ventanal que los sueños nos decora con bengalas y fuegos del estío. Van fluyendo recuerdos como un río que en el cauce del tiempo nos devora: Soledades en noche delatora son del alma mortal escalofrío. Para el alba, las manos entreabiertas, tienen huellas auténticas y ciertas de haber tocado un rayo de ilusión... En mis sienes florecen unas canas como luces equívocas y Vanas... que van petrificando el corazón. 20-RESCOLDO Aventando cenizas del pasado que en la vida dejaron tus amores, descubrí tenues, leves resplandores por sendero que estaba ya olvidado. Un rescoldo yacía sepultado bajo el manto de antiguos sinsabores, y sentí despertar nuevos albores en los prados del valle consagrado. Me propongo quitar estas neblinas que en el alma causaron la ceguera, despertando las ascuas mortecinas los testigos de vieja Primavera. Si en la rosa no vemos las espinas... del rescoldo tendremos nueva hoguera. 21-SEQUÍA Negras sombras los campos van cubriendo a pesar de este sol radiante y puro, en las vidas labriegas el futuro se vislumbra difícil y tremendo. Campesinos el mundo maldiciendo, El celemín 10 Enero

20 sus plegarias se estrellan contra un muro: Impotente es también todo conjuro que a los cielos eleva el reverendo. La sequía asfixiando los paisajes en el alma perfora sus mensajes de pesar, rendición y abatimiento : Nadie puede escuchar mi humilde canto, ni sentir el latido de este llanto en la tarde que inflama el desaliento. 28-TESTIMONIO A través de nubladas celosías que los años sitúan en los ojos, como paria espigando en los rastrojos esculcaba la dicha de otros días. Virginal entre sueños renacías; vaporosa, intangible, por añojos caminos que supieron los abrojos que el Destino sembró por nuestras vías. Inconcreta, velada, tu figura impalpable, difusa en el ambiente de la tarde lacónica y obscura, Dabas vueltas y vueltas por la mente, rodeada por halo de dulzura... testimonio de amor siempre latente. y desconocen placeres de la aurora y el ocaso. Garfios de anhelos vivientes son las temblorosas manos, moduladoras de formas, agarrando los espacios. Noche ondulada tu cuerpo cuando vas entre los álamos, flotando como pavesas de un corazón incendiado. Nubes sedientas de fuego por la boca navegando, y sueñan beber la lluvia que derraman otros labios. Observo por la vereda sombras que te van cercando: Quisiera ser lamparilla para iluminar tus pasos, o esa lágrima sincera que sale de vez en cuando y se convierte en lucero, junto a la Luna brillando. 30-AL OCASO Al ocaso penetran las sombras y se adueñan de los pensamientos, me rodean con falsos aromas y promesas de fértiles sueños, de visiones más bellas y hermosas como nunca gozara despierto. Solo vienen las nubes opacas que en la celda compaña me dieron, y jamás una luz modelara como rostro que nunca fue bello. Por la noche vacío del alma... mientras sueño que tengo tu cuerpo. 38-LA CIEGA Sombras opacas los ojos que luces nunca alumbraron, Nota de Redacción: el poema nº 46: Despedida y el nº 50: Sombras de Goya, se encuentran en el reverso de la contraportada y portada respectivamente. El celemín 10 Enero