TERCER ENCUENTRO La oración nos hace presentes a nosotros mismos, a los demás y a Dios

Transcripción

1 TERCER ENCUENTRO La oración nos hace presentes a nosotros mismos, a los demás y a Dios Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que ellos sean también uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno y el mundo conozca que tú me has enviado y que yo los amé cómo tú me amaste. Padre, yo quiero que los que tú me diste estén conmigo donde yo esté, para que contemplen mi gloria, la que me has dado porque me has amado antes de la creación del mundo. Yo les he dado a conocer tu Nombre y se los seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo también esté en ellos. (Jn 17, ) Dónde estamos? Dónde estás? Es la primera pregunta que aparece en la Biblia. Dios pregunta y el hombre no responde. Dónde estás, que no te encuentro en el lugar que hice para vos? Dónde estás que te escondes de mi presencia? Dónde estamos? Quizás nos encontramos en el mismo lugar que Adán y Eva en el mito de la caída: asustados, avergonzados y escondidos. De qué nos escondemos? Cuál es el matorral que nos oculta? Con qué intentamos tapar nuestra desnudez? Dios sale a nuestro encuentro y amorosamente nos busca y nos llama, no para acusarnos, sino para vestir nuestra desnudez e invitarnos a volver a su presencia. Nos dice: Estoy aquí! Y esta es la respuesta que estamos llamados a dar a su llamado: Estoy aquí! Presente en mi vida! Este es mi lugar. Sin embargo, nuestra experiencia cotidiana nos revela cuán difícil se nos hace la tarea de vivir presentes en cada aquí y ahora de nuestra vida. No sabemos estar donde estamos; depositamos nuestros cuerpos en un lugar y dejamos que la mente se dispare a cualquier lado mientras el corazón duerme. No miramos lo que vemos; no escuchamos lo que oímos; no sabemos reconocer nuestras emociones; y no podemos hacernos presentes en nuestra vida.

2 Fugitivos del presente, vivimos recordando el pasado o proyectados hacia el futuro, incapaces de apropiarnos de cada momento, ausentes y fragmentados. El presente queda aplastado por el ayer y por el mañana. Paralizados, mirando atrás por lo que debíamos hacer y no hicimos, o agobiados por todo lo que tenemos que hacer que aún no hemos hecho. El presente no nos conforma; siempre hay un pasado mejor o un futuro que promete con certeza lo que el presente no otorga. En el camino al corazón vamos aprendiendo paso a paso a vivir atentos y despiertos al aquí y ahora, a estar en donde estamos, en una profunda conexión con lo que hacemos, pensamos, sentimos decimos y percibimos. Parece difícil, pero se trata de una disposición del corazón que reconoce en el don de la vida una verdadera fiesta. Dios es todo presente Dios es eterno y la eternidad es un continuo presente. Cuando hablamos de la presencia de Dios estamos diciendo que Dios está presente en todo tiempo y en todo lugar. Cada aquí y cada ahora está preñado de su omnipresencia. Dios está presente en toda la creación y también en lo más íntimo del corazón de cada hombre, allí donde Él quiso establecer su morada. Llegada la plenitud de los tiempos, la encarnación del Hijo de Dios, manifiesta en Jesús la plenitud de su presencia: El que me ve a mí, ve al padre, el que está conmigo está con el Padre (Cf. Jn 14,9). Ante el asombro y la incredulidad de los judíos, Jesús nos revela que el Padre y Él son una misma cosa, y en la cima de su entrega pide al Padre por nosotros, para que seamos uno en Él, así como Él y el Padre son perfectamente Uno. Quiero que estén conmigo donde yo esté... para que contemplen mi gloria (Cf. Jn 17, 24). Éstas son las palabras de Jesús en su oración al Padre, antes de la pasión. En ellas se encierra el misterio de la presencia de Jesús en el Padre, de Él con nosotros y nosotros en Él. Este es el deseo de Jesús: que vivamos en presencia de Dios y presentes a Jesucristo que vive en nosotros. Jesús está con nosotros para que nosotros estemos con Él. Su presencia en nosotros es ya un anticipo de la vida eterna. Vivir la eternidad en el tiempo es aprender a estar presentes aquí y ahora, y se torna una tarea ineludible si queremos vivir la gloria de Dios así en la tierra como en el cielo. La vida eterna se juega en el presente! Parece una obviedad: la única manera que tenemos para aprender a vivir en Dios es el tiempo presente, sólo cada aquí y ahora nos permite ir construyendo nuestra historia.

3 La oración nos hace presentes a Dios La oración contemplativa nos despierta a la presencia amorosa y amante de Dios y nos enseña a estar presentes en nuestra vida cotidiana. En este aprendizaje se juega nuestra capacidad de ser felices, ya que el único momento que disponemos para ser felices es ahora. El tiempo que dedicamos a la oración contemplativa nos ejercita en estar en su presencia. La oración nos reorienta, nos recoge y nos trae allí donde estamos. La percepción nos dispone a la contemplación. Desarrolla en nosotros la capacidad de darnos cuenta de lo que acontece en el presente y de estar donde estamos atentos y despiertos a lo que estamos viviendo. De esta manera, nos va preparando para percibir la realidad invisible, que está como escondida detrás, arriba, o abajo de lo que vemos. La realidad visible es sólo una parte de un todo del cual somos parte. Es lo que describe San Pablo en la segunda carta a los corintios cuando nos dice: Porque no tenemos puesta la mirada en las cosas visibles, sino en las invisibles: lo que se ve es transitorio, lo que no se ve es eterno. (2 Cor 4,18). Cuando estamos orando no tenemos que esperar que pase nada. Se trata sencillamente de estar con el Señor y permanecer estando mientras que en lo secreto de nuestro corazón acontece el encuentro. No nos damos cuenta, escapa a nuestro control sencillamente nos quedamos en la Presencia. Mientras oramos, el fluir de nuestros movimientos internos se parece al oleaje del mar: las olas van y vienen. El mar es así, las olas van a estar siempre; nos toca a nosotros aprender a navegar en medio de ellas. El lecho del mar contiene a todo el océano en su inmensidad. Cuando oramos entramos en el océano de la misericordia de Dios. El está con nosotros siempre. Renovamos cada día nuestra determinación de orar, de entregar un tiempo al Señor para estar con Él. En ese estar diario nuestro Maestro interior nos enseña a estar presentes en cada momento de nuestra vida. Es allí donde recogemos los frutos de la oración contemplativa, en la capacidad de vivir amando siempre, como si en cada instante se jugara toda la vida. Así el presente adquiere una fuerza poderosa y experimentamos la paz y la alegría que sólo la unión con el Creador puede brindar en el corazón de su criatura.

4 EJERCICIOS PARA LA VIDA COTIDIANA Atentos y despiertos en todo lugar La percepción nos enseña a estar atentos y despiertos para recibir la vida tal como se presenta, dejando que la misma vida nos afecte, nos toque, nos conmueva. Estar- al mismo tiempo- percibiéndonos y percibiendo la realidad tal como la vemos, posibilita el desarrollo de la percepción de la realidad que no vemos. Pretender percibir la realidad invisible sin estar anclados en la visible, crea el riesgo de que aquella sea un producto de nuestra fantasía. El punto de encuentro entre cielo y tierra, para nosotros, es la tierra; y en la tierra, nuestra realidad cotidiana y los lugares donde estamos cada día. En este tiempo, vamos a desarrollar la percepción en nuestros lugares cotidianos. Los lugares despiertan experiencias del pasado y también experiencias recientes. Entonces, antes de ir a un lugar, puedo dejar que aflore en mí lo que me trae ese lugar. Me percibo en un antes de ir a ese lugar, y me percibo en el lugar: Cómo es mi estado de ánimo antes de entrar y durante el tiempo en que estoy allí? Hay alguna variación? Por qué? Es el lugar el que no me gusta y me genera desconfianza o miedo? O son las personas que encuentro en ese lugar? Puedo darme cuenta de la diferencia? En este momento de la ejercitación no ponemos la atención ni en el juicio de valor, ni en el dato que recibo a fin de cambiar mi comportamiento o actitud. Sencillamente ejercito la percepción para darme cuenta. Para conocer qué me pasa y cómo actúan mis mecanismos de defensa en función de los lugares, roles, situaciones, personas etc. La vida cotidiana es un lugar privilegiado para conocernos, para vernos y para darnos cuenta que podemos desarrollar en nosotros un espacio interior que recibe la información de lo que percibimos. Cuando no tomamos conciencia de lo que nos afectan ciertos lugares o personas, tampoco nos damos cuenta de porqué cambiamos rápidamente de un humor a otro, o por qué aparece de súbito una reacción inesperada o respuestas en el mismo tono que lo que las provocan: me gritan, grito; entro a un lugar y de repente me pongo triste, o ansioso. Y todo pasa sin darme cuenta. Mirar con buenos ojos Es un ejercicio muy lindo para ejercitar en nuestros lugares cotidianos. Entramos a un lugar, y nos disponemos a percibirnos en el antes y después de llegar. Me ubico en el lugar y me pregunto: Quiero estar aquí? Cómo quiero estar? Puedo darme cuenta de cómo están activados mis mecanismos de defensa: actuación, inhibición, escondites, etc. Me hago presente, y como si algo dentro de mí se levantara y se pusiera de pie, me digo a mí mismo: Estoy aquí y voy a intentar actuar desde mi más profunda decisión que es amar, ser una persona buena y amable. Entonces comienzo a mirar con buenos ojos a todo y a todos: al lugar, a las personas y a mí mismo. Percibo cuánto amor hay en todos, cómo cada uno se presenta detrás de sus

5 escondites, cómo nos cuesta relacionarnos sin nuestros disfraces. Y puedo mirar con buenos ojos a todos. Me miro a mí mismo con buenos ojos, y percibo mi esfuerzo por estar allí aunque quizás no lo esté pasando tan bien; miro con amor lo que también me está pasando: lo que me provoca tal o cual persona, mis miedos y defensas de siempre; miro mi decisión de ser una buena persona y tratar a todos como me gustaría que me traten a mí, sin juicio ni discriminación. Esto nos ejercita en la dulzura, la ternura y la mansedumbre hacia el prójimo.