«El mundo no puede odiaros a vosotros; pero a mí sí me odia: porque yo doy testimonio de que sus obras son malas».

Transcripción

1 Martes después del Domingo de Pasión, 4 abril 2017 «El mundo no puede odiaros a vosotros; pero a mí sí me odia: porque yo doy testimonio de que sus obras son malas». El odio a Jesús se produce cuando la persona está convencida del poder y de la grandeza de Jesús, y lucha contra ese convencimiento. No se puede odiar la verdad si no hay conocimiento de esa verdad. No se puede odiar a Jesús si la persona no conoce el amor de Jesús, su bondad, su grandeza, su poder. Por eso, los fariseos no pueden salvarse, porque, conociendo la verdad, la desprecian, la ocultan, la persiguen. Y, como ellos, tanta gente en la Iglesia, tanta jerarquía, tantos fieles, que conocen la verdad, pero en la vida diaria, en la práctica de la vida, en el día al día, están despreciando esa verdad, la están ocultando y la están persiguiendo. Y no pueden salvarse. Por eso, el mundo odia a Jesús, es decir, el mundo odia la verdad porque la conoce. Si no conociera lo que es la verdad, no habría odio. Habría otra cosa. El mundo, al odiar la verdad, necesariamente tiene que inventarse su verdad, tiene que maquillar la verdad, tiene que darle la vuelta, tiene que presentarla al revés. El mundo y, por lo tanto, los hombres llenos de odio hacia la verdad, trabaja para llevar al convencimiento a los demás hombres de que Dios no es el Todo, de que Dios no tiene poder, de que Dios ama de otra manera distinta a como es en verdad. Para eso el mundo levanta a sus hombres, los pone en falsos pedestales de secreta soberbia, llenos de gloria propia, mundana, para mostrar un camino de amor y de bondad falsos a los hombres, y cegarlos en ellos. Hoy día los hombres viven en el ensueño de la soberbia, que lucha en contra de la verdad, de Jesús, de Su Iglesia, del Poder y de la Voluntad de Dios. Por el pecado original, el hombre nace encerrado en su soberbia, esclavo de sus pensamientos humanos. El hombre nace mirándose a sí mismo, haciendo de su vida una proyección de lo que hay en su pensamiento humano. Para que el hombre conozca la verdad es necesario que salga de su soberbia. La soberbia es el vicio rey, el vicio capital que arrastra a todos los vicios, y hunde a tantas almas en el infierno. Por eso, dice el Salmo: «No morará en medio de Mi casa el que obra con soberbia» (Salm 100, 7). En muchas personas, la mayor parte de sus palabras, de sus acciones, y sobre todo de sus devociones y obras piadosas, llevan el sello falso de la soberbia, que las inutiliza para entrar en el cielo.

2 El demonio engendró la soberbia en su mente; la soberbia nació del mismo ser del demonio, de ese ser que pasó de ángel a demonio. Un ser roto, abominable, desordenado y lleno de oscuridad. Es la soberbia madre de todos los vicios: a todos ellos los engendra y lleva en su seno de maldad y oscuridad. Todos los vicios llevan el germen de Satanás. Satanás inocula su soberbia en las mentes de los hombres de muchas maneras. De la soberbia se deriva naturalmente todo desorden en las operaciones del alma: el entendimiento del hombre se oscurece, no va en busca de la verdad, sino que se queda dando vueltas a sus ideas que ha concebido, ideas que nacen de la soberbia. El hombre no se da cuenta de que estas ideas le paralizan en la vida, porque las mismas ideas le hacen ver que va por buen camino. La voluntad del hombre ya no busca el bien, sino que se apega a las criaturas para encontrar en ellas una bondad que le satisfaga, que cubra sus necesidades en su vida. El hombre se ama a sí mismo y, cuando ama a otra persona, sólo busca en ella su deseo, su placer, su negocio, un bien para él. No es capaz de dar un bien a la otra persona sin recibir algo a cambio. De la soberbia también se deriva el desorden en todo el campo material y carnal. Si el hombre no es capaz de sujetar su razón y su voluntad hacia la verdad y el bien, entones tampoco puede obrar la verdad ni el bien desinteresado en su vida humana, en la carne, en las cosas materiales. La soberbia envenena los actos del espíritu: todo en la vida espiritual, la oración, la penitencia, las limosnas, las obras de apostolado, es falso, engañoso y sin sentido, porque se obra en la oscuridad de la mente y en la perversión de la voluntad. La soberbia es la principal destructora de toda virtud y de toda santidad: almas que estaban en la cima de la santidad han sido derribadas y hundidas por la perniciosa y maldita soberbia. El primer hombre, encumbrado en la gracia y en el Espíritu, con dones extraordinarios, cayó en lo más profundo del abismo sólo por su soberbia. Todo pecado lleva consigo, en más o menos escala, la soberbia, y es una epidemia universal. Todo está contagiado por la soberbia. El hombre está enfermo de soberbia. Por eso, dice el libro de Siracide: «El principio de todo pecado es la soberbia: quien la tuviere será lleno de maldición, y al cabo le transformará» (Si 10, 15). Todo hombre está maldito por la soberbia. Y hay que pedir luz al Señor para descubrir, en nosotros, esa maldición, que si no se quita a tiempo, transforma al hombre en un demonio encarnado. «quien la tuviere será lleno de maldición, y al cabo le transformará».

3 Las almas no saben luchar en contra de su soberbia y se dejan guiar por ella. La soberbia siempre lleva al alma hacia el mundo, hacia el amor del mundo. El hombre se fija en las criaturas, y deja a un lado a Dios. Y busca en las criaturas lo que debería buscar en Dios. Y, entonces, la vida del alma se pierde en un mar de vicios que engendra la propia soberbia en su vida. El mundo está lleno de soberbios. Por eso, el mundo no odia a los soberbios, no los rechaza, sino que los acoge, los eleva, los justifica y los pone como modelos para que los hombres los sigan y los imiten. Jesús atacaba la mente de todo hombre, por eso, era odiado por todos los hombres: yo doy testimonio de que sus obras son malas. El alma, para salir de su soberbia, necesita luchar en contra del error, de la mentira, de la falsedad. Necesita poner en medio de las personas, en medio del mundo, la verdad como es, sin miedo a la gente, sin miedo al qué dirán, sin tener respetos humanos. Si el alma, por temor a alguien, deja de decir la verdad, deja de oponerse a una mentira, a un error, entonces se hace cómplice de esa mentira, y su soberbia la envuelve y no puede crecer en la vida espiritual. Sin esta lucha en contra del error, es imposible salir de la soberbia. Si la persona no sabe distinguir entre verdad y mentira, entonces se le hace muy difícil combatir el error, la herejía. Su ignorancia es un impedimento para el conocimiento de su propia soberbia. Se conoce la propia soberbia en la verdad. Porque una cosa es la verdad, otra es mi idea que me lleva a lo soberbio, mi idea inoculada de soberbia. El alma debe saber discernir estas dos cosas para conocer su propia soberbia. Es la verdad la que libera la mente de la soberbia. Si el hombre aprende la verdad, si el hombre conoce la verdad, si el hombre encuentra la verdad, entonces empieza a conocer sus pensamientos soberbios, sus pensamientos errados, esos pensamientos que creía que eran buenos, rectos, pero que en verdad no lo son. Es un trabajo éste de conocer la verdad, porque el hombre viene a este mundo sin ese conocimiento. El hombre viene ciego y tiene que dedicar su vida a la búsqueda de la verdad, por muchos caminos, para salir de su soberbia, de sus pensamientos que lo esclavizan. Es un trabajo que cansa, que agota, porque hay que luchar contra muchas cosas: contra uno mismo, contra los hombres, contra la familia, contra el mundo. Hay que luchar contra las mentes de muchas personas, que se creen justas, que se creen buenas, a causa de sus propias ideas, que so soberbias, que están envenenadas por la soberbia.

4 Si no se conoce la verdad, no se puede luchar contra los pensamientos soberbios. Y si uno no lucha contra sus propios pensamientos soberbios, tampoco va a luchar contra aquellos pensamientos errados que hay en el mundo. Para erradicar el mal en el mundo, primero hay que erradicar el mal en uno mismo. Primero hay que odiarse a sí mismo: odiarse sus pensamientos soberbios, odiarse sus malas inclinaciones, odiarse su misma persona. Porque todo hombre nace envenenado de soberbia. La soberbia se introduce y se infiltra en lo más secreto del corazón del hombre, y adormece al hombre con la capa de la hipocresía y de la falsa piedad. Cuántos hay que se creen santos, justos, buenos, que piensan que hacen obras piadosas y religiosas, y solamente son conducidos por su soberbia en todo lo que hacen, engañados y seducidos por ella, y no despiertan de ella hasta que no están en el infierno! A Jesús lo odiaban porque decía la verdad a la gente, porque decía aquello que la gente no quería escuchar, que lo conocía, pero no lo quería oír en su vida. El mundo no puede aborreceros a vosotros, pero a mí me aborrece, porque doy testimonio contra él, hablo en contra de él, digo cosas que el mundo no quiere oír, y doy testimonio contra él de que sus obras son malas, provienen de sus malos pensamientos, de su soberbia. Y todo aquel que siga a Jesús tiene que ser odiado de todo el mundo: de la familia, de los hombres, de los amigos, de cualquiera que no quiera escuchar la verdad en su vida. El pensamiento soberbio produce odio en el hombre, produce rechazo a la verdad, produce persecución a los que están en la verdad. Quien persigue la verdad es porque odia la verdad y, por tanto, ama su propia mentira, ama su propio error, está en su propia falsedad de la vida, en su propio engaño. Pero quien ama a la verdad no persigue a los que están en el error, sino que lo combate. Porque en este mundo no se respeta la mente de ningún hombre, ya que ningún hombre tiene la verdad en su mente. Todos los hombres tienen en su mente ideas llenas de soberbia, envenenadas por la soberbia. Y hay que combatir la mente de los hombres, cuando expresan, cuando piensan una mentira, un error, etc. Combatir: luchar en contra del error. No perseguir a la persona que dice esa soberbia, que dice ese error o ese pensamiento herético. Es distinto perseguir que combatir al que tiene el error. El que odia la verdad persigue al que está en la verdad para aniquilarlo, para matarlo, para hacerle un daño. Porque quiere imponer su soberbia, su mentira, su error a los demás. Pero el que ama la verdad no quiere imponer nada al otro, sino que quiere luchar en contra de ese error, en contra de esa mentira, para que en el mundo quede claro lo que es la verdad. Y para que, a través de la verdad, muchos encuentren el

5 camino de salvación, porque solamente la verdad libera al hombre, en este mundo, de sus muchas debilidades, de sus muchos fracasos, de sus muchos pecados, en esta vida. El que ama la verdad no calla la boca, sino que se enfrenta a todo el mundo, se enfrenta a los pensamientos de cualquier hombre que diga una mentira, y no le importa el qué dirán de los hombres, no le interesa los respetos humanos, porque no se habla para quedar bien ante los hombres, no se habla para buscar un aplauso entre los hombres, no se habla para regalar los oídos de los hombres. Se habla para decir la verdad. Y si no vas a decir la verdad, entonces mejor calla la boca, calla tu soberbia, porque el mundo está lleno de soberbios y, entonces, es insoportable escuchar a otro soberbio más. Hoy la gente vive en el ensueño de la soberbia. Y, entonces, cuando se dice la verdad, a la gente le molesta eso, que se diga la verdad como es, porque vive dormida, vive creyendo que sus pensamientos son buenos y rectos, vive ensalzando sus propios pensamientos humanos. Y son muchos los que no se dan cuenta que la llevan en sí mismos. Y, cuando se les dice que son soberbios, entonces se turban, se ponen tristes, y rechazan eso como una calumnia. Son muchas las personas que son soberbias. Muchas. Y en la vida espiritual y en la vida de la Iglesia, hay multitud de soberbios, que conociendo la verdad, porque l conocen, han leído libros, saben la teología, y sin embargo son unos soberbios de capirote. Cuantas son las almas que tienen escondida, en los más ocultos pliegues de su entendimiento, de su memoria y de su voluntad, la soberbia. Y no la pueden conocer sin una luz divina, porque esa soberbia se disfraza de muchas maneras, se pone muchos trajes, que son confortables al hombre. Cuántas son las almas que pasan por santas a los ojos de mundo y son solamente unas grandes soberbias! Hoy se palpa la soberbia por todas partes. Nada más es hablar la verdad ante los hombres y empiezan a salir los soberbios por cualquier sitio. Gente que no les gusta escuchar la verdad. Gente que quiere que se les diga aquello que están pensando. Gente que se llena de ira porque se dice la verdad como es. Y si no hay una profunda y sólida vida de humillación, entonces el alma no puede salir de su soberbia. Si el hombre no se pisa a sí mismo, si el hombre no se odia a sí mismo, si el hombre no renuncia sus propios pensamientos humanos, aunque sean muy buenos y perfectos sus ojos, si el hombre no se escupe a sí mismo, no es posible salir de esa soberbia, que lo envenena, que lo maneja como quiere. No morará en medio de mi casa el que obra con soberbia. Por eso toda esa jerarquía que está ahora en el Vaticano y en las parroquias, no va a morar en medio de la casa de Dios. Serán echados a punta pie, por la justicia de Dios.

6 La soberbia es un veneno oculto que mata al alma, si no se pone a tiempo el antídoto de la humildad. JosephM