Relatos de Muerte en vivo

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Alejandro Gallego Cuenca
hace 6 años
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3 Relatos de Muerte en vivo Historias reales de una sociedad en crisis Alfredo Romero Mendoza

Relatos de Muerte en vivo Historias reales de una sociedad en crisis Alfredo Romero Mendoza Corrección Cristina Raffalli Concepto y foto de Portada Luisa Brillembourg Diseño y

4 Relatos de Muerte en vivo Historias reales de una sociedad en crisis Alfredo Romero Mendoza Corrección Cristina Raffalli Concepto y foto de Portada Luisa Brillembourg Diseño y Diagramación Ma. Alejandra Domínguez Veracoechea ISBN: Impresión: Miguel Ángel García e Hijo, S.R.L. Impreso en Venezuela (Printed in Venezuela)

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7 Dedicatoria A Luisa, mi esposa, por estar presente en cada paso que he dado. A mis hijos, por esperarme siempre con un beso. A mi mamá, Amira, por enseñarme el azul del cielo. A mi papá, Alfredo Romero Amar, la causa de este libro. A mis amigos, Mónica Fernández, Tamara Sujú, Robiro Terán, Gonzalo Himiob, Mohamad Merhi y Gustavo Tovar, por compartir la satisfacción de encontrar la luz en los momentos de oscuridad. A mis compañeros amigos del Colegio Don Bosco de Altamira y a los Salesianos, por enseñarme el placer de dar a los demás. A Dios, que sin Él la muerte no tendría sentido. Alfredo Romero Mendoza 7

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9 Estos relatos están hechos de vivencias propias y testimonios reales. Incluso muchos de ellos grabados en video, como parte de lo que ha sido mi trabajo como abogado y defensor de Derechos Humanos. Todos los testimonios de los que se nutre este libro llegan por boca de sus propios protagonistas. Sin embargo, en algunos casos, tal como se indica, en una Venezuela donde el miedo es la regla y la libertad de vivir en tranquilidad la excepción, se ha preferido colocar nombres ficticios para el resguardo de las personas. Alfredo Romero Mendoza 9

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11 CAPÍTULO I La muerte muy cerca Muchas veces desperté de un salto, con los ojos aguados de sólo imaginar este día. Hoy estoy viviendo esta pesadilla desde adentro, despierto. Una experiencia de muerte en vivo. Cargo esta urna de madera, con manillas incómodas de metal frío, que parecen estar allí para que se sienta el sacrificio de llevar un cuerpo fijo y pálido adentro, envuelto en madera. Madera que suena y que huele. Aquí estoy con mi traje oscuro, zapatos negros, bajo un sol penetrante. Intentando caminar al ritmo de los demás cargadores de este cajón pesado. Y otras personas que, por cierto, no sé quiénes son. Miro al piso para no tropezar con mis propios pies, llenos de la tierra que se levanta por mis pasos arrastrados, bailando este desfile del final del cuerpo. Camino por encima de las otras tumbas cubiertas de grama pisándolas, como si fuera necesario presionar la tierra para que no se agriete. Para que queden compactos los huesos enterrados y las carnes bien sembradas, con los ojos hacia arriba viendo pasar nuevas urnas por encima de ellos. Hoy, en medio de este silencio perturbador, recuerdo las enseñanzas que mi padre me ha dejado. 11

12 Relatos de Muerte en vivo Al graduarme de abogado en una universidad caraqueña, privada y jesuita, tuve la oportunidad de estudiar en otra universidad jesuita, también privada pero gringa. Allí estuve más de dos años, compartiendo al menos una conversación con el Príncipe Felipe de España. Hola Felipe, le decía yo, mientras leía el diario del Che Guevara, revisaba con interés el Libro Verde de Ghadafi y aprendía un poco sobre el mundo, aún sin saber del todo que yo era parte de él. Recuerdo mis pláticas con el profesor Esquenazi Mayo, un exilado cubano a quien la muerte de su esposa enterró en la Academia para siempre. Él me enseñó sobre Simón Bolívar y su discurso de Angostura, en el cual el Libertador se refirió al dominio norteamericano y al egoísmo de la oligarquía peruana, para llamar la atención sobre la necesidad de lograr una América Latina unida. Poco antes de comenzar a escribir estas líneas, la muerte física también le llegó a él. De demencia murió, en el día que se celebra el nacimiento de Jesucristo. Por esos años, la inteligencia de los célebres era mi gran asombro. Yo vivía a dos cuadras de mi universidad, en el sótano de una casa que alquilé en la ciudad de la CIA. Allí colgué un afiche de Albert Einstein. En el centro de esa ciudad había una estatua suya, que yo acostumbraba visitar de noche como parte del tour que a veces hacía para hallarme a mí mismo. En mi cuarto se encontraba, siempre un poco torcida, también colgada en la pared, otra imagen. Era un afiche del Pato Lucas que representaba mi felicidad de niño vital que no conocía la muerte. En mi armario, colgada como un trofeo de lo que yo creía era mi ganada independencia, estaba una franela con la imagen del Che. Mis guitarras, mis amplificadores y mi teclado no estorbaban, y se encontraban plenamente incorporados a mi forma de vida, lo que no excluía que tropezara con ellos cuando iba al baño durante la noche. Faldas, pantaletas y sostenes quedaban a veces en mi cuarto. Las guardaba como si fuesen parte de mi patrimonio cultural. Dichas 12

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