QUE TODOS SEAN UNO COMO TÚ, PADRE, ESTÁS EN MI, Y YO EN TI. SEAN TAMBIÉN UNO EN NOSOTROS Juan 17,21

Transcripción

1 QUE TODOS SEAN UNO COMO TÚ, PADRE, ESTÁS EN MI, Y YO EN TI. SEAN TAMBIÉN UNO EN NOSOTROS Juan 17,21 Jesús, en esa intimidad plena con su Padre, le presenta al Padre esta petición: que todos sean uno como nosotros, Jn. 17,11c. Es un pedido del mismo Jesús al Padre. Y el Padre se lo concederá, al ser Jesús y el Espíritu Santo una Unidad plena en la Santísima Trinidad. La Santísima Trinidad mora en cada uno de nosotros. Al orar ante los discípulos Jesús los ayuda a tomar esta conciencia, que ya no están separados, nunca lo han estado, sino que ya son uno, en Jesús junto al Padre y al Espíritu. Es una oración y un llamado. En esta relación de intimidad de Jesús con el Padre, Jesús nos introduce a ese nivel de unidad, nos despierta, nos ayuda a tomar conciencia de esa unidad. Como todo en nuestra travesía espiritual es un regalo de Dios, Uno y Trino, un don de su Gracia. El siempre toma el primer paso, toma la iniciativa. Nosotros simplemente estamos llamados a escuchar, a acoger, a aceptar, a consentir. Mientras más abiertos estemos de mente y corazón más viviremos a plenitud esta unidad a la cual nos llama Jesús ante el Padre. Esta oración es para nosotros, mas que para el Padre. El Padre nos ha creado en unidad con El. Todo lo que Dios creo, lo creo bueno, siendo parte de El, Gen. 1,31. Nosotros somos los que necesitamos esta oración, como los apóstoles la necesitaron en ese momento, para así superar la sensación de separación, sensación que no viene de Dios, quien es Uno, sino que viene de nuestra idea de sentirnos separados de Dios, de nuestra condición humana. Como siempre, Dios incluye a todos, sin excluir a nadie, todos son parte de este proyecto de amor de Dios, de unidad. La exclusión de algo de nosotros o de alguien viene de nuestra condición humana, no de nuestra verdadera identidad en Cristo Jesús, en quien todos somos uno. 1

2 La Travesía Espiritual va a ser ese caminar de primero escuchar y tomar conciencia de esa identidad con Cristo Jesús, en quien todos somos uno. Así, poco a poco, se sanará cualquier sensación de separación, de exclusión, de ocultar o esconder algo de nosotros o a alguien. Todo está en la presencia de Dios y está llamado a abrirse a su acción unificadora. La referencia de nuestra vida siempre la encontramos en Dios, en la Santísima Trinidad, círculo del amor perfecto, de la entrega perfecta, de la plenitud de Vida. Jesús nos ayuda a tomar esta conciencia. Tanto amó Dios al mundo que le dio su Hijo Único, para que todo el que crea en Él no se pierda, sino que tenga Vida Eterna. Jn. 3,16. Ya Jesús nos había enseñado a orar, a relacionarnos con el Padre, de manera muy íntima, abriéndonos a esa unidad, consintiendo a que se haga su voluntad, soltando el querer seguir otro camino, separándonos del camino que nos presenta el Padre, el único camino de felicidad, Mt. 6,9-13. Jesús nos invita a la habitación interior, Mt. 6,6, y allí, en silencio abrirnos al Padre, y cerrar la puerta a cualquier pensamiento de separación, que ya no tiene cabida en nuestro corazón unido al Padre, Hijo y Espíritu Santo, quien es quien ora en nosotros, Rom. 8, Ante esta oración de Jesús, nos quedamos sin palabras es Jesús quien ora quien pide por nosotros ante el Padre; y no sólo pide por nosotros, sino que se entrega por nosotros para reconciliarnos por medio de su entrega amorosa. No hay amor más grande que éste: dar la vida por sus amigos. Jn. 15,13. Ya aquí no hay palabras que puedan expresar el amor tan grande de Jesús. Como María, de Betania, en la cena seis días antes de la Pascua, entrega sin reservar nada, el aceite perfumado de nardo muy fino y muy costoso ungiendo los pies de Jesús, y secándoselos con sus cabellos. Jn. 12,1-3. El amor de Jesús es tan fino, tan costoso, tan trascendente que entregándose todo, sin reservar nada, toca a cada persona, a toda la creación, con la cual somos uno también, y la llena con el olor del perfume. Así tú y yo somos llenados del Espíritu de Amor que Jesús expira desde la Cruz sobre toda la humanidad, sin excluir a nadie, para que todos seamos uno, como el Padre y Jesús 2

3 son uno en el Espíritu de Amor, que va a purificar, a cauterizar toda herida de división en la vida de cada uno de nosotros, en nuestras familias, comunidades, nuestros países, nuestro mundo, el universo entero. Como San Francisco de Asís diremos Alabado seas mi Señor, por mi hermano...mi hermana...por la creación entera...incluso llegaremos a decir un día, alabado seas mi Señor, por mi hermana muerte...todo se ha integrado en esta unidad plena que es un don de Dios. Todo está bien. Cada vez que nos sentamos en la Oración Centrante nos disponemos a consentir la Presencia y Acción de Dios en nuestras vidas, dejándonos transformar en el silencio, en la profundidad del Amor incondicional y pleno de Dios para todos, uniéndonos en niveles de conciencia muy profundos, a los cuales sólo podemos llegar por la Gracia de Dios. Su Gracia nos basta, si lo consentimos y no queremos controlar el proceso de transformación hacia la unidad. Es Jesús quien realiza esta unidad en nosotros, si lo consentimos y no resistimos. La parábola del hijo pródigo, Lc. 15,11-32, es un gran ejemplo del proceso de unidad realizado por Dios. Sólo el amor incondicional del padre hizo que el hijo pródigo tuviera la oportunidad de darse cuenta que todo anhelo de felicidad sólo lo podría encontrar en la casa del padre. El hijo mayor aunque aparentemente no había dejado la casa físicamente, no estaba viviendo en la casa espiritual donde se respira el amor infinito del padre. No había tomado la conciencia de la unidad. Se sentía separado del padre y de ese hijo del padre. No estaba viviendo todavía la fraternidad, la unidad. Nuestra condición humana, nuestro falso yo, hace que resistamos la unidad. Nos sentimos inseguros de nosotros mismos primero, de los demás, de las circunstancias, incluso ante Dios. Queremos sentirnos seguros, buscando la seguridad fuera de Dios, la cual nunca la vamos a encontrar aunque nos engañamos a nosotros mismos con sustitutos de seguridad que sólo están en nuestra mente, pero que no nos hacen verdaderamente felices porque son falsos y efímeros. Paradójicamente cuando le damos la bienvenida y aceptamos nuestra inseguridad, fragilidad, debilidad, vulnerabilidad, y dejamos ir el 3

4 deseo de sentirnos seguros, es que verdaderamente estamos seguros, en los brazos de nuestro Padre quien nos abraza, ya nada nos falta. Ya podemos participar del banquete, de la fiesta de la unidad. Esto sucede en los dos hijos. Un claro ejemplo de que todos necesitamos que el Padre nos una. El padre llama a los dos a estar unidos a él en la fiesta de la unidad, en una sola mesa. Le diremos a Jesús como le dijo aquel hombre crucificado a su lado: acuérdate de mi Al aceptar esa inseguridad total nos abandonamos totalmente. Al soltar todo lo recibimos todo. Mientras no creamos que Dios nos ama totalmente, que se siente orgulloso de nosotros, Is. 49,4, estaremos buscando ser estimados, aprobados por los demás, los cuales no lo pueden hacer, porque ellos mismos también están buscando esa estima y afecto. Sólo cuando nos abandonamos a ese amor incondicional de Dios seremos sanados de ese carencia de afecto, y nos daremos cuenta que El nunca nos ha abandonado ni nos ha dejado solos. Is. 49,15. El no deja que otros nos tiren piedras y nos condenen, nos defiende, y nos impulsa a no causarnos más daño, del que ya nos han causado, como hizo con la adúltera, quien la invitó a la unidad, primero en su propia vida y luego con la comunidad. Jn. 8,7-11. El mirarnos como Jesús nos mira nos sana profundamente, porque Él ve lo verdadero en nosotros no lo falso o lo que hemos ido adhiriendo para escondernos incluso de nosotros mismos. Nos perdemos así de la unidad con nosotros mismos primero. Hasta que no nos aceptemos tal como somos, no podremos vivir esa unidad, porque estamos todavía divididos de nosotros mismos, queriendo ser otro que no somos. Zaqueo fue sanado por la invitación amorosa y sorpresiva, para él, que le hizo Jesús: hoy tengo que quedarme en tu casa, Lc. 19,5. Jesús quiere hoy, en el momento presente, quedarse con nosotros y ayudarnos a vernos desde nuestro verdadero yo, sin gastar más energías en querer escondernos o vivir una identidad falsa que no tiene nada que ver con la identidad que está en nuestra casa interior, a donde Jesús quiere quedarse con nosotros, y así ser uno con nosotros, con el Padre y con el Espíritu, así no nos vamos a tener que esconder de nadie, y seremos ya uno, nada nos dividirá, ningún pensamiento de que somos más o menos que otros, ninguna identificación exagerada con algún grupo o identidad colectiva creada por nosotros. Para Dios todos somos uno, 4

5 no tenemos que crear ninguna identidad fuera de esa. Estamos llamados a soltar cualquier identificación exclusiva con algún grupo, para dar paso a la unidad con todos con todos incluso con aquellos que creemos que no forman parte, Mc. 9,38-39; Lc. 9, Otra manera de resistir este pedido de Jesús a ser uno es nuestra idea de que tenemos que tener poder para hacer algo maravilloso en nuestra vida. El poder y el control no es la solución en nuestra vida ni en la de los demás. Todo lo contrario, el poder y el control dividen, no es parte del proyecto de unidad de Dios. Por eso Jesús quiso reunir, invitar a los apóstoles a darse cuenta, a tomar conciencia que mientras estuvieran perdiendo el tiempo en preguntarse quién manda, quién es el primero, quién decide, están perdiéndose de la alegría de ser uno. Mc. 9, Jesús ora para que seamos un círculo de amor, donde no hay estratos de poder, ni nadie va a controlar a nadie. Así fluye mejor todo, cuando suelto mi deseo, por más bonito que lo quiera presentar, de querer controlar mi vida o la de los demás, incluso a Dios, cree uno Con mucha paciencia Jesús nos recuerda que no tenemos que gastar nuestra energía en ese dilema, que es del mundo, pero al cual estamos llamados a soltar. Lo que nos debe ocupar es cómo Dios me llama a servir, a transmitir lo que he recibido primero, por lo tanto no es mío sino de todos. Qué libertad a la cual nos llama Jesús en esta oración de la unidad! Ya soy parte, Jesús lo ha pedido al Padre, volver a esa unidad primera, donde todo está bien. No estoy fuera, no estoy separado. No tengo que almacenar nada. No tengo que aparentar nada. No tengo que controlar nada. Mi única identidad es Cristo Jesús. Ciertamente ha llegado la hora de la glorificación de Jesús, al entregarse comunica la vida eterna, que lo conozcan desde el amor a todos, incluyendo a los que me hacen algún mal, porque no saben lo que hacen. Vamos a hacer caso de la Palabra, vamos como María de Betania, a sentarnos ante Jesús, dejando todo a un lado, y escogiendo la parte mejor. Como los discípulos de Emaús vamos a dejar que Jesús nos hable al corazón y transforme nuestra inseguridad, nuestra decepción 5

6 de la realidad, nuestras falsas expectativas de poder. Vamos con mente abierta y corazón abierto a recibir la Presencia y Acción de Dios en cada uno de nosotros. Vamos a creer que ya somos uno. El Padre nos guardará en esa unidad, El nos cuidará, en la palma de su mano. Is. 49,2. La unidad nos dará la plenitud de la alegría de Jesús, de saber que somos uno. Esa es la verdad que nos santifica, el ser uno con Dios. Desde esa unidad es que entonces podremos servir verdaderamente, y los demás podrán creer en nuestro servicio. Jesús nos ama como el Padre lo ama. Estaremos donde está Jesús, con Él, contemplando su gloria, siendo uno. El nos sigue enseñando en esta travesía en que nos encontramos, que el amor con que el Padre lo ama es una realidad en cada uno de nosotros. Descansemos, contemplemos todo desde esta unidad. QUE TODOS SEAN UNO COMO TÚ, PADRE, ESTÁS EN MÍ, Y YO EN TI. SEAN TAMBIÉN UNO EN NOSOTROS. Jn. 17,21 6

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