Título original: The Boxtrolls. A Novel. 1.ª edición: octubre 2014

Transcripción

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2 Título original: The Boxtrolls. A Novel 1.ª edición: octubre 2014 Universal Studios Licensing LLC., The Boxtrolls es una marca registrada propiedad de Universal Studios Licensing LLC. Todos los derechos reservados. Publicado por primera vez en Estados Unidos por Little, Brown and Company De la traducción: Blanca Jiménez Iglesias, 2014 De esta edición: Grupo Anaya, S.A., Madrid, 2014 Juan Ignacio Luca de Tena, Madrid anayainfantilyjuvenil@anaya.es ISBN: Depósito legal: M Impreso en España - Printed in Spain Las normas ortográficas seguidas son las establecidas por la Real Academia Española en la nueva Ortografía de la lengua española, publicada en el año Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la Ley, que establece penas de prisión y/o multas, además de las correspondientes indemnizaciones por daños y perjuicios, para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comunicaren públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin la preceptiva autorización.

3 Elizabeth Cody Kimmel Guion de Irena Brignull y Adam Pava Basado en la obra Here Be Monsters!, de Alan Snow Traducción de Blanca Jiménez Iglesias

4 Prólogo Capítulo Capítulo Capítulo Capítulo Capítulo Capítulo Capítulo Capítulo Capítulo Capítulo Capítulo Capítulo

5 Capítulo Capítulo Capítulo Capítulo Capítulo Capítulo Capítulo Epílogo

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8 W inifred Camem-Bert se había propuesto dar un largo paseo todas las tardes por las angostas y empinadas calles de Cheesebridge. Lo llamaba su «paseo diario» y decía darlo por el bien de su salud, pero la verdad era que Winnie, con sus once años recién cumplidos, se aburría. El colegio resultaba bastante anodino y su casa sumamente tediosa. Su padre era el gobernador de la villa y, en consecuencia, de lo más insulso; su madre solo pensaba en ropa, ropa y nada más que ropa un conjunto para cada hora del día, digamos y eso, la verdad, se hacía colosalmente pelmazo. Así que paseaba, para escapar unas horas de la rutina. Sin embargo, la estrategia de Winnie tenía un pequeño inconveniente: Cheesebridge era la monotonía hecha ciudad. Como hombres, mujeres y niños sabían, los 364 días de todos y cada uno de los años eran en Cheesebridge absolutamente normales. Aunque estaba el Día del Bebé Tinstein, eso sí, y ese era de todo menos normal.

9 A lo largo de la estrecha acera de la calle Manteca la mayoría de los comerciantes colocaban carteles o banderines para la cuenta atrás del gran día. Al pasar por la tienda de regalos La rueda de la Fortuna, Winnie vio una flamante bandera ondeando al viento. SOLO FALTAN 3 DÍAS PARA EL DBT!, anunciaba. «Tres días», pensó Winnie. Entonces la ciudad cobraría vida. Habría desfiles, actuaciones, banquetes, fogatas, teatro, fuegos artificiales, rifas y un baile de gala. Todo para conmemorar la terrible jornada: un día en que, diez años atrás, desapareció el bebé Tinstein, supuestamente raptado y asesinado por las criaturas que habitaban el subsuelo de Cheesebridge: los Boxtrolls. El laberinto de calles y callejas a lo largo del que se apiñaban edificios altos y estrechos era tan compacto que hasta un largo paseo se hacía corto. Buenas tardes, señorita Camem-Bert! saludó un camarero desde la entrada de Chez Fromage, uno de los restaurantes locales más lujosos. Buenos días, Jean-Louise contestó Winnie. Solo faltan tres días. Le hace ilusión? preguntó Jean-Louise. Muchísima, desde luego respondió Winnie por encima del hombro mientras continuaba su paseo. Y era cierto: a Winnie le hacía ilusión. Aunque no tanta como el año pasado, en que le había hecho menos 12

10 que el anterior. Con el paso del tiempo había presenciado nueve Días del Bebé Tinstein (el recuerdo de los dos o tres primeros era algo borroso), así que ya no sentía la expectación inicial. Winnie no estaba segura del porqué. Quizá se debiera a una suma de factores. En primer lugar, había empezado a preguntarse por qué un secuestro seguido de asesinato era objeto de celebración. «Lo mismo soy rara», se dijo, «pero cuando pienso en la trágica pérdida de un bebé, lo último que se me ocurre es bailar, comer, desfilar, acaparar recuerdos o celebrar, en general, grandes festejos». Sí, eso podía ser parte del problema, decidió Winnie, pero no todo. Cuantos más años cumplía, más aumentaba la sensación. No era solo que le aburriese su vida, era que ansiaba algo emocionante, algo distinto, algo peligroso de verdad. Hasta donde le alcanzaba la memoria, en Cheesebridge había habido toque de queda. Al caer la noche las tiendas se cerraban y la gente se retiraba a sus casas, donde atrancaba puertas y ventanas. Como todo el mundo sabía, los seres que se llevaron al bebé Tinstein salían a esas horas de su Cueva de la Muerte para rondar por las calles en busca de víctimas frescas. Eso sonaba peligroso en extremo, la verdad. Sin embargo, desde lo del bebé Tinstein, no había vuelto a desaparecer nadie importante. Al menos, eso 13

11 aseguraba el muy repulsivo Archibald Snatcher, que patrullaba las calles con su equipo de tres Sombreros Rojos (así llamados por los sombreros rojos que casi nunca se quitaban). Según Snatcher, su patrulla era tan intimidante que los monstruos se veían obligados a cazar en las afueras de Cheesebridge. Es decir, que los hacían trabajar en el extrarradio. Siempre que aparecían por la ciudad había gente que aseguraba haberlos visto los Sombreros Rojos los perseguían y los exterminaban o los hacían regresar a su Cueva de la Muerte. «Pero en casi diez años», reflexionó Winnie, «los monstruos deberían de haber matado a alguien más. Vaya, no sé o haberse llevado algún trozo de alguien a mordiscos». A pesar de eso, no recordaba ningún otro desaparecido. No es que no creyera en los monstruos, claro que creía. Llevaba oyendo hablar de ellos, y del bebé Tinstein, toda su vida, tanto en el colegio como en casa. Los adultos no se inventaban cosas así. No, los monstruos debían de ser muy reales. Winnie pensó que la única explicación era que Snatcher estaba en lo cierto. Cuando los monstruos buscaban comida en Cheesebridge, los Sombreros Rojos se ocupaban de ellos antes de que ocurriera otra desgracia. Winnie era consciente de que debía sentirse agradecida. Desde luego, Archibald Snatcher no ocultaba que 14

12 hombres, mujeres y niños debían agradecerle a todas horas su vigilancia y protección. Sin embargo, mientras los rizos de Winnie rebotaban al pasar por delante de otra tienda de quesos, pensó que tanta calma y tan poco asesinato hacían de Cheesebridge un sitio aburrido. La vida tenía que ser algo más que la Cofradía del Queso, que fabricar queso o degustar queso o hablar de queso. Tenía que haber algo aparte de la cuenta atrás del Día del Bebé Tinstein, y del paseo diario de Winnie. «Cuando sea mayor», pensó, «me iré de aquí para ver mundo y correr aventuras y vivir peligrosamente. Seré una intrépida exploradora y lucharé contra los monstruos y salvaré a la gente de cosas horribles, y todos me querrán. Y me pondré lo mismo todos los días y no tendré que llevar nunca más vestidos que pican ni blusas con mangas de farol, nunca más». Al pensar en eso se sintió algo mejor, pero solo un poco. Sabía muy bien que todavía era una niña. Tendría que pasar un montón de tiempo antes de que pudiera hacer la maleta y marcharse. «Pero lo haré», se prometió en silencio. «Porque tiene que haber algo ahí fuera, algo distinto y totalmente desconocido. Y lo pienso encontrar, aunque tenga que recorrerme medio mundo». Se tropezó y estuvo a punto de caerse. 15

13 Maldita sea! exclamó. Iba tan concentrada en sus ensoñaciones que se había bajado a la calzada. Al mirar el suelo vio que la causante de su tropiezo era una tapa de alcantarilla un poco abierta. «A ver si voy con cuidado», se dijo, «como me atropelle un camión voy a tener pocas posibilidades de ver mundo». Volvió a la acera y apretó el paso. Segundos después, cuando hubo un leve tintineo y la tapa de alcantarilla ocupó de nuevo su lugar, Winnie no estaba lo suficientemente cerca para oírlo ni para notar que acababa de ocurrir algo muy poco corriente. La tapa había sido cerrada desde el interior.