VI Foro Colima y su Región Arqueología, antropología e historia. Juan Carlos Reyes G. (ed.)

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1 VI Foro Colima y su Región Arqueología, antropología e historia Juan Carlos Reyes G. (ed.) Colima, México; Gobierno del Estado de Colima, Secretaría de Cultura, 2011 Los sistemas de enterramiento de las fases Ortices y Comala vistos a través de los contextos funerarios del sitio Los Tabachines, Villa de Álvarez, Colima Maritza Cuevas Sagardi Rafael Platas Ruiz INAH-Colima I. Introducción El trabajo que a continuación se presenta y el cual hemos titulado Los sistemas de enterramiento de las fases Ortices y Comala vistos a través de los contextos funerarios del sitio Los Tabachines, Villa de Álvarez, Colima, es una investigación derivada de una intervención desarrollada bajo la figura de rescate arqueológico, efectuada en el año 2005 hacia el extremo sur-oriente de la ciudad de Villa de Álvarez, Colima, en lo que hoy corresponde a una sección del fraccionamiento Los Tabachines. Imagen 1 El valle de Colima, lugar de nuestra investigación, fue el escenario geográfico donde se concentró la mayor densidad de población prehispánica en lo que hoy comprende la superficie territorial del estado. A lo largo de treinta siglos el valle, de aproximadamente de 888km² fue asiento de diferentes grupos que ocuparon y reocuparon este lugar dejando impresa su huella a través de la cultura material y acondicionamiento del paisaje. En el ámbito arqueológico la construcción del conocimiento de los pueblos precolombinos en este escenario ha sido una labor que encontró su base a partir del establecimiento de la secuencia cultural propuesta por Isabel Kelly a través de los materiales arqueológicos y fechamientos absolutos en algunos casos. Esta investigadora determinó que en la región se suscitaron seis momentos culturales, los cuales a partir de una serie de rasgos y características fueron sincrónicamente agrupados en fases culturales. No obstante una de las problemáticas epistemológicas a la que nos enfrentamos los arqueólogos que hemos incursionado en investigaciones en este escenario geográfico, es la de definir en tiempo y espacio los momentos precisos en que cada una de estas fases tienen su florecimiento y decadencia. De cierto es que la primera de las fases, Capacha, propuesta 1

2 por Kelly, los contextos que la representan son elementos claramente distintivos del preclásico temprano y medio en el valle de Colima, sin embargo los materiales de las fases siguientes encuentran a partir de la Ortices una ocurrencia contextual; es decir, sucesivamente los de Ortices-Comala, Comala-Colima, Colima-Armería y Armería-Chanal, se hallan comúnmente empalmados en los mismos escenarios. Esta suerte de convivencia cultural que se traslapa de una fase a otra encuentra un mayor desasosiego a finales del preclásico y principios del clásico, en las fases Ortices y Comala, esto en virtud a que las características de los materiales y rasgos que las distinguen, y a la vez han permitido su estudio provienen específicamente de áreas de enterramiento, los vestigios que deberían dar cuenta de los sitios donde se concentraba el grueso de la población se han perdido a causa de factores antrópicos. A partir de la exploración de algunos espacios funerarios es como se ha ido entretejiendo el conocimiento social de los pueblos que caracterizaron las fases Ortices y Comala, y de quien se presume tuvieron un desarrollo local, alcanzando un alto nivel tecnológico y artístico reflejado principalmente en el manejo de la arcilla e instrumentos de molienda, que dentro de su cosmovisión fueron parte fundamental del ajuar funerario de la época, tales elementos reflejan de alguna manera su estructura social y religiosa. Estas investigaciones han dado cuenta que los grupos humanos que marcaron o asentaron las bases del esplendor cultural y estilístico de la parafernalia que rodea el tema de la muerte en Colima fueron aquellos personajes de las fases Ortices y Comala. Sin duda alguna una de las mayores expresiones que distinguen a estos individuos a partir de la fase Ortices gira en torno a la creación de unos complejos recintos mortuorios conocidos como tumbas de tiro, no obstante este tipo de arquitectura funeraria no fue utilizada para inhumar a toda la población, e incluso este mismo patrón que marca un uso diferencial en el empleo de este sistema de enterramiento en las costumbres funerarias se refleja en la fase siguiente, Comala, donde encontramos una gran variante en cuanto a la forma de inhumar, a pesar de que ambos momentos se entrelazan en el tiempo y el espacio a principios de la era cristiana. Lo expuesto a continuación tiene el cometido, a partir de los datos recuperados en tres áreas de inhumación (panteones) 1 identificadas en el predio Los Tabachines Sección F, hacer un análisis de los sistemas de enterramiento de aquellos individuos que se desarrollaron a finales del periodo preclásico medio y clásico temprano (600a.C. al 100 d. C fase Ortices y del año 0 al 400d.C fase Comala) y que ocuparon, a lo largo de 1000 años un mismo lugar, y que a decir por la cultura material pertenecen a tradiciones diferentes, aunque durante los primeros siglos de la era cristiana se empalman en el tiempo y el espacio. Ante esta problemática intentaremos, a partir de nuestro propio universo constituido por 56 osamentas definir las características y particularidades funerarias de estas dos fases. 1 El empleo del término Panteón, en este caso Panteones, refiere dentro de la tradición popular y académica de la arqueología de Colima a aquellos espacios geográficos donde se han evidenciado los restos humanos de varios individuos, cuyas inhumaciones se efectuaron durante la época prehispánica. 2

3 II. La Investigación Como un modelo de análisis que nos permita comprender y definir las variantes que presentan los sistemas de enterramiento de cada uno de los contextos funerarios recuperados en Los Tabachines consideramos la propuesta metodológica de Ma. Teresa Cabrero sobre las variables que comprenden los sistemas de enterramiento en el Occidente y el Noroeste de México tales como tipo, localización, clasificación, posición y orientación del entierro, sexo y edad, alteraciones culturales y paleopatologías, además de su situación espacial, ubicación y asociación de su ofrenda u otros elementos 2, para así definir las formas de disponer a sus muertos por parte de los grupos sociales que habitaron la superficie que comprende dicho predio 3. Imagen 2 A partir de las interrogantes que nos habíamos planteado sobre las diferencias culturales que podrían existir entre las prácticas funerarias que se documentaron en el sitio Los Tabachines, procederemos a mostrar los resultados de las variantes mortuorias definidas tras la aplicación del esquema metodológico de análisis. A la falta de fechamientos absolutos que dieran cuenta sobre la temporalidad de los contextos fue fundamental, para conocer la filiación cultural de los entierros, tomar en cuenta los atributos físicos de los elementos cerámicos directamente ofrendados y a partir de las características diagnosticas de los tipos de cada fase, determinar en qué momento o que grupo efectuó tal inhumación. Comenzaremos el análisis a partir de la primer área de enterramiento. La misma no mostró ningún arreglo artificial que hablara de un acondicionamiento referido a su función en superficie, quizás las diversas formas de utilización del terreno en épocas modernas hayan allanado, al igual que en las otras dos unidades de excavación, cualquier elemento que demarcara superficialmente el entorno del espacio sacro. Desafortunadamente es aún para nosotros una incógnita conocer los parámetros conceptúales que regían o determinaban para esta época la elección del lugar de enterramiento, las proposiciones pueden ser muchas y variadas, desde las más intrínsecas percepciones cosmogónicas o simplemente una elección al azar que tal vez estuvo determinada por la relación del entorno y las áreas de producción y vivienda. No solo la elección del espacio de enterramiento ha sido una notable ausencia en el discurso que se tiene de los contextos Ortices-Comala, la ausencia de evidencias también incluye los registros arqueológicos de elementos tangibles que den cuenta de cómo estos grupos reconocían y delimitaban sus panteones o espacios funerarios. Debemos considerar la posibilidad del empleo de una arquitectura visible que marcara y refiriera el punto de comunión del individuo con su ser finado, con su ancestro. Nuevas evidencias registradas hacia la parte norte del valle Colima, cuya orografía es como ya se ha especificado 2 Cabrero Ma. Teresa G. La Muerte en el Occidente del México prehispánico, Universidad Nacional Autónoma de México, UNAM, México, La consideración de esta propuesta como nuestro modelo de estudio fue a partir de que Teresa Cabrero la aplica a diferentes contextos funerarios provenientes del Occidente de México; Jalisco, Nayarit, Sinaloa Michoacán y también Colima, por lo tanto las variables que establece podrían reflejarse en nuestro contexto ya que los grupos que habitaron esta gran área cultural compartieron determinados rasgos culturales. 3

4 totalmente diferente a la planicie aluvial que distingue el sector poniente del valle, han dejado a la luz que algunas áreas de enterramiento emplazadas sobre montículos o plataformas de sedimentación tepetatosa fueron delimitadas o demarcadas con piedras de gran tamaño. Volviendo de nuevo a la unidad 1, la exploración de una superficie de 440m² permitió recuperar 39 osamentas, todas ellas colocadas de manera directa en tres diferentes niveles estratigráficos cuya profundidad de deposición osciló entre los 50cm a 1.60m, intruyendo sedimentos primordialmente de matriz arenosa para formar las fosas donde fueron colocadas. En términos generales se recuperaron 110 elementos, entre ellos 79 vasijas, 3 figurillas, 39 artefactos líticos y un instrumento musical; algunos de estos artefactos se hallaron asociados directamente a entierros y otros simplemente fueron ofrendas como parte del ritual de sacralización del espacio mortuorio. Los denominados entierros 19, 23, 29, 30 y 35 al parecer fueron las primeras inhumaciones que marcaron el inicio de los eventos mortuorios en el lugar y se caracterizaron por la indumentaria plástica que revistió el ritual de sepultura y las particularidades de las ofrendas. Estos primeros cinco individuos correspondieron a sepulcros efectuados durante un periodo tardío de la fase Ortices. El sistema de enterramiento practicado en este contexto exhibe que todos correspondieron a depósitos directos e individuales, 4 fueron primarios y uno secundario, 3 de ellos tratándose de adultos jóvenes y un infante; en cuanto a la posición del cuerpo solo dos presentaron en común este rasgo, mientras que la orientación craneal fue diversa, no así la posición de sus ofrendas, puesto que tendieron a colocarla preferentemente atrás, sobre y a un lado del cráneo. No obstante entre los aspectos más significativos que compartieron en común las osamentas, haremos mención del nivel estratigráfico en que fueron depositadas la mayoría de ellas, lo que implicó necesariamente la horadación de dos niveles de sedimentos arenosos hasta llegar a la capa III, que fue la que predilectamente eligieron para formar los lechos mortuorios. Sólo el entierro 23 se encontró a menor profundidad. Así mismo se expresa una tendencia a cubrir o colocar los restos humanos sobre un amasado de tierra o lodo amalgamado que, como característica, tiende a solidificarse adhiriéndose como si fuera un cementante a los huesos. Sin embargo lo más sorprendente que exhibían estos entierros estuvo determinado por el grado de alteración cultural. Desafortunadamente al no contar con su estudio antropofísico carecemos de información sobre sus condiciones precisas y por lo tanto, nuestro nivel de interpretación fluctuará en advertir las condiciones en que se presentaron las osamentas y la evidente ausencia de sus componentes. El registro in situ nos permitió observar que los restos no sufrieron modificaciones por inhumaciones posteriores pues todo parece indicar que esta permanencia fue reflejo de las costumbres y prácticas culturales del grupo. Las 5 osamentas mostraron huellas de haber sido inhumadas después de un acontecimiento violento, -incluido el 23 que no fue ajeno a tales actos a pesar de que se trataba de un infante-. A partir de los gráficos se puede ver que el entierro 19 conservó una posición que advierte que fue colocado con los brazos hacia atrás y con las manos 4

5 aparentemente atadas, además por si fuera poco fue evidente la falta de ambas extremidades inferiores desprendidas uniformemente a partir de sus rodillas. Las prácticas funerarias que implicaron la desmembración del cuerpo antes de su sepulcro se presentaron también en los entierros 19 y 25 los cuales no contaron con la mayor parte de su estructura ósea, mientras que en el 30, la falta de los huesos de sus pies y su posición boca abajo con las manos cruzadas sobre la pelvis dan cuenta que el individuo fue enterrado maniatado. El entierro 29 por su parte, presentó un mejor estado de conservación. De tal suerte, las evidencias indican la práctica de desmembrar, ya como parte del ritual funerario, ya como evidencia de acontecimientos bélicos al interior de los grupos adscritos a las tradiciones culturales de la fase Ortices. Debemos señalar que la posición que inherentemente presentó cada osamenta, aunado a la presencia de sus ofrendas, parecen indicar que por natural o violenta que haya sido la muerte del personaje fue merecedor de un ajuar que le acompañara en el último viaje el cual, como se ve, estuvo determinado por las creencias del grupo. Imagen 3 III. La cerámica, el reflejo de una transición Si bien ya hemos mencionado en anteriores ocasiones que la asociación estratigráfica de elementos culturales de las fases Ortices y Comala en un mismo espacio mortuorio no es un hecho aislado sino más bien una constante en las excavaciones realizadas los últimos años en diversos sectores del valle de Colima, se ha venido evidenciando a grandes rasgos que -al menos en contextos funerarios-, estas fases comparten casi las mismas características formales en cuanto a sus recintos mortuorios y las ofrendas depositadas, por ello su empalme en los registros arqueológicos parece indicar un continuum de una misma tradición cultural. Las diferencias en todo caso, no sólo son de orden cronológico sino también de matices en cuanto a las formas que distinguen sus depósitos mortuorios. Por ello creemos necesario enfatizar en nuestro discurso de análisis la etapa o momento transicional entre los contextos Ortices y Comala a fin de caracterizar los elementos que las singularizan y que, según nuestra propuesta, estará diagnósticamente determinada por las características de los elementos cerámicos de cada fase y su asociación directa como ofrendas a los restos óseos. Los restos óseos de los 6 individuos que fueron acompañados con objetos cerámicos alusivos a las expresiones plásticas de ambos momentos; su depósito fue realizado de manera directa e individual, eligiendo como nicho la capa II, aunque también utilizaron la III en el caso del entierro 3 y a un nivel más profundo el individuo 9 que reposó en el cuarto estrato. Este último se conservó casi intacto en comparación de los restantes, mismos que presentaron una evidente afectación morfológica, a tal grado que no contaron con la mayor parte de sus componentes óseos y por ello las posiciones anatómicas no determinaron ningún orden en común. Debe resaltarse que los entierros 3, 15 y 25 correspondieron a inhumaciones secundarias. Tomando en cuenta las características antropofísicas de los huesos todo parece indicar que se trató de individuos adultos cuyo final se sucedió como consecuencia de un acto de 5

6 alteración exacerbada y cuyo ritual de enterramiento expresó el mandato social que determinó la manera en la cual debieran reposar sus restos. Al respecto hemos señalado que la muerte representa para el hombre mesoamericano un constante cambio que sufre cualquier ser viviente como parte de la naturaleza. Es interesante ver que la práctica de inhumar cuerpos incompletos no fue un ritual exclusivo celebrado por aquellos personajes que clasificamos como parte de la tradición Ortices, estos acontecimientos se continúan realizando aún más en aquellos que definimos como transicionales sin embargo, estos proyectan una expresión cultural mucho más violenta, aunque sigue presidida por el constante acompañamiento de ofrendas colocadas en posiciones un tanto similares. Imagen 4 Si la manifiesta transición que se da de una fase a otra se gesta o viene acompañada no solo a través de nuevas técnicas cerámicas, tanto en decoración como en las formas de elaborar las vasijas, es algo que se encuentra por definir a partir de la sistematización de rasgos recuperados en contextos contemporáneos al que nos ocupa. Si bien se acepta que los rasgos que marcan las expresiones culturales de la fase Comala corresponden a una cultura desarrollada localmente, es evidente que la misma se gestó al interior de la estructura social de los pueblos de la región a la cual se fueron adscribiendo a través de mecanismos diversos de cohesión social entre los cuales no deben soslayarse los conflictos bélicos. En este tenor debemos remarcar que si bien la secuencia cultural establecida por Isabel Kelly en la década de los 60 s ha sido fundamental para ubicar en el tiempo estos contextos, consideramos necesaria la realización de nuevos fechamientos absolutos, los cuales no sólo permitan apuntalar las fechas establecidas por Kelly, sino a la vez ubicar nuevas pautas culturales que hemos venido percibiendo, y que permitirían introducir con datos duros nuevas temáticas de interpretación referidas a la historia antigua de la región. Sin lugar a duda los restos mortuorios que caracterizaron los contextos pertenecientes a la fase Comala fueron los que se lograron definir con mayor claridad a partir de su asociación con los materiales cerámicos. Este es el caso del siguiente universo compuesto por 11 individuos (los cuales se encontraron asociados a 21 elementos, entre ellos 17 vasijas, 2 figurillas y 1 instrumento musical), no presentan cambios significativos al sistema de enterramiento anterior aunque si se percibieron algunas variantes. Con excepción de los entierros 11 y 8 (depósitos secundarios), donde el cráneo de este último fue dejado sobre un fragmento de olla, podemos decir que el resto correspondieron a inhumaciones primarias directas, todas ellas individuales, en las que sobresalieron los entierros 14 y 37 por ser infantes; el resto fueron individuos adultos según lo muestran la robustez de sus huesos. Algunos autores señalan que la orientación de los entierros hacia un determinado punto cardinal estuvo referido por el rol del individuo al interior de la comunidad o en la forma en que se dio su deceso, ambos acontecimientos fueron los que determinaron su posición a la hora de emprender su viaje al inframundo. En el caso de los entierros Comala la manipulación que le dieron a los restos humanos los encargados de celebrar el ritual de sepultura manifestaron una cierta predilección por la manera extendida en decúbito dorsal o 6

7 ventral, sin marcar alguna tendencia específica hacia dónde dirigir su cráneo pues existieron variantes hacia los cuatro rumbos cardinales. Dentro de este mismo postulado las características y ubicación de las ofrendas serian otro rasgo a considerar para determinar posibles jerarquías sociales, en este caso las ofrendas que acompañaron a los personajes les fueron colocadas en un mayor porcentaje en torno a su cabeza, así mismo las piezas se distinguieron por ser vasijas características del utillaje doméstico las cuales mostraron evidentes huellas de uso e incluso notándose en algunas cierto desgaste y exposición al fuego. Las evidencias nos llevan a pensar que no fueron exclusivamente elaboradas para el ritual de sepultura, sino que eran parte de los enseres empleados cotidianamente, esta práctica quizás sea un rasgo distintivo de sus costumbres funerarias, o tal vez ante la falta de un poder adquisitivo del grupo o la familia del individuo se vieron en la necesidad de emplear sus utensilios para cubrir los requerimientos del ritual. Parte de las costumbres de enterramiento más distintivos para este momento es la tendencia de colocar herramientas de piedra (recurrentemente metates y sus manos) en torno a los restos óseos, quizás con la intención de delimitar el nicho mortuorio. Esta práctica se observó claramente en los entierros 21 y 34, siendo este último individuo el que mostró un elaborado espacio mortuorio bajo un arreglo arquitectónico que consistió en una fosa rectangular que intruía la capa IV, delimitada en uno de sus extremos por medio de dos alineamientos de piedras fungiendo como cabezal de la tumba. Una vez más vemos en el común de las osamentas de la fase Comala la notable ausencia y alteración de sus componentes óseos, prácticas culturales que implicaron el desmembramiento del cuerpo, entierros sepultados con las manos atadas tras su pelvis, otros solo conservando la mitad de su estructura ósea o el cráneo además, la falta de extremidades inferiores, aunado a la mutilación de los pies y manos fueron las condiciones que evidenciaron la muestra. Es difícil no establecer que el destino final de estos personajes estuvo aparejado a eventos violentos, o en otra interpretación, a que estas prácticas estuvieron determinadas por las mismas costumbres sociales del grupo según el estatus y la forma de morir del individuo. Los contextos Comala no marcan un nivel de deposición estratigráfica específico, tanto los restos óseos como las ofrendas que se recuperaron sin asociación directa a entierros se documentaron desde las capas II a la IV, aunque debemos señalar que fue en la capa III donde se registraron el mayor número de evidencias osteológicas y cerámicas. Imagen 5 El análisis siguiente correspondió al mayor número de osamentas recuperadas al interior del contexto de la unidad 1, desafortunadamente la falta de elementos cerámicos asociados directamente a ellas no nos permitió lograr definir en qué momento cultural se consumaron sus inhumaciones, así mismo no fue posible considerar su ubicación estratigráfica como un elemento de análisis para correlacionarlas en el tiempo ya que estas se hallaron en las capas II, III y IV siguiendo el mismo patrón de deposición de la fase Ortices, la etapa de transición y la fase Comala; por lo tanto su filiación cultural podría corresponder a cualquiera de ellas. La manera en que fueron enterrados los 14 individuos que conformaron la muestra no marcó ninguna variante en cuanto al sistema que se venía presentado, todos ellos fueron 7

8 depositados de manera directa e individual, sin embargo logramos percatarnos a partir del arreglo que mostraron las osamentas, que 10 individuos correspondieron a depósitos primarios, extendidos en decúbito ventral (1 caso), dorsal (3), en decúbito lateral izquierdo (2) y en decúbito lateral derecho (1). Se observó también una tendencia a dirigir sus cráneos hacia el norte, aunque sus rasgos faciales estuvieron dispuestos tanto al este como al oeste, e incluso hacia abajo. Por su parte las 4 osamentas restantes, al no presentar un acomodo especifico y mostrarse incompletos, nos indicaron que se trató de inhumaciones secundarias. En lo que respecta a los rasgos antropométricos de estos individuos logramos ver por medio de las características y robustez de sus huesos que se trataba de personajes adultos, con excepción de los entierros 38 y 39 que de manera muy evidente denotaron ser infantes. Nuevamente, las alteraciones culturales observadas en las osamentas dieron cuenta de prácticas que giraron en torno al desmembramiento del cuerpo y la ausencia de extremidades inferiores; a la vez los huesos de las manos colocados tras de la pelvis como evidencia de haber sido enterrados con las manos atadas, fueron uno de los indicativos que nos hicieron considerar una vez más que el panteón resguardó en su mayor parte a individuos fallecidos bajo el velo de la violencia. IV. La segunda área de enterramiento Procederemos ahora a especificar las características de inhumación que mostraron los 7 entierros identificados en la segunda unidad. El área explorada estuvo conformada por tan solo 18m² y no existió ningún referente en superficie que nos advirtiera que el lugar había sido acondicionado como un espacio funerario, aunque cabe recordar que en este punto el terreno ya había sufrido alteraciones en épocas modernas que desdibujaron los últimos niveles culturales que sellaron el contexto. Las costumbres funerarias reflejadas en la unidad mostraron un sistema de enterramiento sencillo que únicamente implicó la apertura de fosas para colocar las osamentas de manera directa sobre los sedimentos arenosos que distinguieron las capas geológicas II y III fluctuando el nivel de deposición a partir de la actual topografía del terreno entre los 50cm y 1.80m, siendo el entierro 4 el individuo dejado a menor profundidad y a mayor el 5. Las evidencias señalan una predilección por colocar el cuerpo de manera extendida bajo diferentes variantes entre las que sobresalen la extendida en decúbito dorsal (entierros 3 y 4), flexionado en decúbito lateral derecho (2), dos más en decúbito lateral derecho (1 y 7) y solo uno en decúbito lateral izquierdo (5); el individuo 2 se encontró flexionado y el 6 consistió en un depósito secundario de un cráneo que quizás fue colocado como parte de la ofrenda del entierro 7. Como se ve, no pudo identificarse un patrón que respondiera a una orientación determinada hacia donde se dirigían sus cráneos, ni mucho menos sus rasgos faciales. En cuanto a las características físicas de las osamentas vemos que todas correspondieron a individuos adultos los cuales, en virtud de su complexión y robustez de 8

9 sus huesos, se hayan tratado de personajes de sexo masculino 4 debemos considerar, que según lo observado, durante esta etapa la población en el valle de Colima estuvo conformada por etnias que alcanzaron un buen desarrollo físico. Otro de los rasgos a resaltar por parte de este grupo de individuos recuperados en la unidad 2 es el hecho de que compartieron una serie de alteraciones culturales en común, los entierros 1, 5 y 7 registrados hacia el lado oeste del contexto 5 marcaron que los 3 cuerpos fueron inhumados de manera extendida y vigorosamente enfardados con los brazos colocados detrás de sus caderas, además de que mostraron la ausencia de los huesos de sus pies, que al parecer fueron cercenados a la altura de los tobillos. Los entierros 3 y 4 identificados al oriente de la unidad tuvieron la particularidad de que, al igual que los anteriores enterramientos, los huesos de sus extremidades superiores les fueron colocados por detrás de lo que fue su espalda y pelvis. La suma de estos rasgos distintivos del espacio funerario dejan entrever que sus personajes pudieron morir en un solo evento pues las particularidades culturales presentes en las osamentas exhibieron prácticas que aluden, una vez, más a situaciones violentas. La presencia de tan solo dos objetos ofrendados cuyas características refieren a vasijas domesticas con evidentes huellas de uso es otro elemento de análisis que lleva a considerar que socialmente estos individuos mantuvieron un estatus económico bajo o que quizás sus actos, antes de morir, no fueron para el grupo que los sepultó meritorios de una parafernalia que les acompañara en su viaje al más allá. La presencia de estas dos vasijas fue fundamental para ubicar culturalmente el contexto, ya que las piezas representan una de las formas más distintivas y diagnosticas del ajuar cerámico de la fase Comala: los cajetes trípodes patas de arañas, pues a pesar de ser sencillas piezas elaboradas sin mayor decoración plástica que un somero alisamiento y un baño de engobe de la misma pasta, hemos documentado que se encuentran recurrentemente asociadas a contextos funerarios como ofrendas. Imagen 6 V. La tercer área de enterramiento El registro arqueológico del 3 espacio funerario permitió documentar de manera fehaciente los elementos necesarios para corroborar la continuidad ocupacional de las áreas de enterramiento en el Preclásico tardío e inicios del Clásico, al menos para este sector del valle de Colima. El paralelismo existente entre los contextos de este panteón con los de la unidad 1 es el reflejo de que los grupos de la fase Comala mantuvieron un vínculo ideológico con sus predecesores, la apropiación de los espacios funerarios quizás es el reflejo de una tradición que tiene que ver con la necesidad de guardar una convivencia con sus ancestros. 4 Esta aseveración fue considerada a partir de los rasgos de los cráneos, el grosor de las extremidades inferiores como las tibias y los peronés, además las dimensiones que mostraron algunas de las osamentas como fueron los casos de la 1, 3 y 4, en el caso del entierro 1 se trató de un individuo de 1.80 m de altura lo cual refiere a personajes de una altura considerable en correlación de los datos estándares que se tienen para la población mesoamericana. 5 ver planta general 9

10 Fueron sin duda ciertos grupos sociales desarrollados durante la fase Ortices los encargados de conformar y sacralizar el área de enterramiento. Todo parece indicar a partir de los elementos cerámicos que se mostraron asociados a los denominados entierros 6, 7, 9, 11,12 y 13 que se conformó el espacio funerario que se mantuvo vigente en el imaginario social durante varios siglos. Las evidencias señalan que los restos depositados para este momento cultural correspondieron a individuos adultos enterrados de manera directa, todos en una posición extendida bajo tres variantes, la decúbito ventral boca (3 ejemplos), la decúbito dorsal y la decúbito lateral izquierdo contaron con uno respectivamente. Sus cabezas se orientaron hacia dos rumbos, aquellos que apuntaban al norte (3 ejemplos) marcaron sus rasgos faciales al oriente, al sur y hacia abajo; los otros 3 entierros que apuntaban al sur presentaron una orientación facial al poniente. Otro rasgo compartido fue el hecho de que sus ofrendas les fueron dejadas alrededor de sus cabezas, así mismo la ausencia de algunos huesos en los entierros denotan -al igual que en los ya citados contextos del sitio-, notables alteraciones culturales, de las cuales se vuelve a presentar la falta de extremidades inferiores e indicios de un desprendimiento por corte a la altura de los tobillos. La forma en que se colocaron los brazos, como el caso de los entierros 11 y 12, refieren una vez más la constante posición con las manos atadas a la espalda que refiere quizás, a su condición de cautivos o prisioneros. Es posible considerar, a partir de estas pautas, que la vida aldeana de estos pueblos se regía bajo estructuras sociales coercitivas como formas concretas de control. Imagen 7 Para la etapa que hemos denominado como transición, solo documentamos dos inhumaciones. Fueron los individuos registrados como entierros 2 y 4, depositados de manera directa en diferentes niveles de profundidad, el primero en la capa II y el segundo en la capa IV, ambos colocados de manera extendida en decúbito dorsal, con sus cráneos orientados al noreste y noroeste y sus rasgos faciales al sur y sureste. Al parecer los restos corresponden a personajes adultos, posiblemente masculinos, en este caso no se les logró percibir ninguna alteración cultural que refiriera algún rasgo de violencia tal y como se ha venido presentando en otros entierros. La abundancia de sus ofrendas, principalmente las del entierro 4, dan cuenta del rango del personaje el cual, probablemente no refiera exclusivamente a un rango de prominencia económica. La cantidad y calidad de las vasijas, el arreglo arquitectónico que selló y demarcó su recinto mortuorio advierten que fue el único personaje de todo el contexto merecedor de un nicho más elaborado, lo que innegablemente demarca un estatus al interior de esta área de enterramiento. Hasta tener su estudio antropofísico podremos determinar el sexo y la edad, así mismo, la presencia de patologías como posibles causas de los decesos, entre otros datos, sin lugar a dudas darán mayores elementos de análisis que ilustren sobre el rol social de este tipo de personajes en comparación a los que integraron el espacio funerario. Imagen 8 No ajenas a esta tradición las cuatro osamentas que se documentaron a partir de la singularidad de sus objetos cerámicos que les ofrendaron como pertenecientes a la fase Comala mostraron notables alteraciones culturales, ausencias de los huesos de los pies, mutilación craneal y corporal, fueron una de las prácticas a las que estuvieron sujetos estos 10

11 individuos. Un infante y 3 adultos representan la muestra cuyo sistema de enterramiento partió bajo los mismos aconteceres al que se había registrado en todo el sitio, los depósitos fueron directos e individuales, obedeciendo con excepción del entierro 8, que solo se trató de un cráneo, al orden de los primarios. De manera extendida en decúbito dorsal, con la cabeza dispuesta hacia norte y noreste, fueron colocados a una profundidad promedio entre los 1.30m a 1.50m dentro del lecho arenoso de la capa III. Así mismo su ofrenda fue dejada primordialmente a un lado y detrás de sus cráneos, solo al entierro 3 le fue puesta junto a su rodilla izquierda. Como hemos podido ver los sistemas de enterramiento que presentaron este grupo de individuos de las fases Ortices y Comala en la unidad 3, muestran respectivamente características en común con las formas de inhumación en las otras unidades. Elementos como estos son los que determinan y dan cuenta de las costumbres funerarias; a través de ellas se manifiesta una ideología colectiva que compartieron los grupos que habitaron en torno al predio Los Tabachines durante el preclásico tardío y clásico temprano. Imágenes 9-13 VI. Discusión Durante la investigación del sitio Los Tabachines pudimos acercarnos al conocimiento de las costumbres funerarias practicadas, tales como la reutilización del espacio mortuorio, el desmembramiento corporal, decapitación y diferentes tipos de ofrendas asociadas a los entierros y dentro del contexto. Sobre la base de los aspectos antes descritos se pudieron establecer las características del sistema de enterramiento de los grupos étnicos de las fases Ortices y Comala, que compartieron el mismo centro funerario. Tomando en cuenta la clasificación de Teresa Cabrero, encontramos que los entierros hallados en este sitio, tanto para la fase Ortices, como para el periodo de transición y fase Comala corresponden al orden de los primarios y secundarios, directos e individuales, cabe abundar que un individuo estuvo depositado directamente sobre una cama de tepalcates. La matriz predominante en la cual se depositaron los entierros fue arenosa; en cuanto al lecho que sirvió de recinto fue también arenoso, aunque algunos estuvieron colocados en el tepetate, el mayor número de este tipo de entierros corresponde al directo. Acorde a la información vertida en el gráfico 608 observamos que fueron 56 osamentas las que conformaron nuestro universo de análisis, 11 de ellas pertenecieron a la fase Ortices de las cuales se desprende que 9 corresponden al orden de los primarios y 2 a los secundarios. Solo 8 se registraron para la etapa de transición, 5 de ellos primarios y 3 secundarios, el mayor número de entierros identificados en el sitio Los Tabachines correspondieron a la fase Comala con 22 individuos, entre ellos 17 primarios, 4 secundarios y 1 fragmentado, mientras que de los 14 que no fue posible conocer su filiación cultural 11 muestran una posición anatómica definida y 4 fueron dejados sin ningún orden especifico. Categóricamente vemos que para ambas fases culturales y para la etapa de transición la forma de depositar a los restos humanos fue efectuada de manera directa, en fosas 11

12 sencillas que no implicó mayor arreglo que excavar oquedades acorde a la disposición dada a los restos; solo en la fase Comala encontramos uno de manera indirecta cuyos huesos fueron colocados sobre unos tepalcates, al tratarse de un entierro secundario el cráneo del individuo fue acomodado sobre los fragmentos de una vasija. Así mismo para esta fase, Comala, un personaje fue distinguido con un recinto que mostraba un arreglo arquitectónico en sus nichos, una serie de piedras acomodadas en torno a la oquedad de su fosa marcaron una variante con respecto al sistema empleado para el resto de la población, incluyendo la de la fase Ortices y etapa de transición. En cuanto a la forma de colocar a los cadáveres en el sitio la más representativa es la extendida con sus diversas variedades conformando un 76% de la muestra, el porcentaje restante corresponde a depósitos secundarios o aquellos no definidos. En este orden tenemos que los individuos que representan el grupo de la tradición cultural de la fase Ortices en el contexto manifiestan unas prácticas de inhumar a sus miembros bajo un sistema que privilegia dejar a los cuerpos de manera extendida, tanto en posición de decúbito dorsal, decúbito lateral derecho e izquierdo, sobresaliendo entre éstas la de decúbito ventral. Conforme a su cosmovisión el plano de orientación dado a los cuerpos en un eje cráneo-pies fue al este y sur ambas con 4 representaciones, el rostro de los individuos fue dispuesto preferentemente hacia el poniente, le siguieron los que miraban al oriente y con menores representaciones aquellos que su cara avistaba hacia el sur. La cerámica materializada en vasijas de diferente forma fueron los objetos más utilizados por parte de este grupo para acompañar a sus muertos, denotando una tendencia de colocárselas preferentemente sobre y en torno al cráneo y aun costado y debajo del cuerpo. Uno de los rasgos más sobresalientes que mostraron estas osamentas fue la innegable alteración cultural a la que fueron sujetas manifestada a través de la falta de extremidades inferiores así como por el desmembramiento corporal. La suma de evidencias que muestran algunos de estos individuos con las manos colocadas detrás de su pelvis, es un claro reflejo que su deposición fue precedida por acontecimientos que indican prácticas transgresoras al cuerpo. Es interesante hacer notar que el patrón preferencial de estos individuos denota una plena conciencia sobre el nivel de deposición en el cual dejaban a sus muertos. Para la denominada etapa de transición vemos que los depósitos correspondieron a individuos adultos cuyo sistema de enterramiento estuvo marcado por el orden de los primarios y secundarios, el primero se distingue por ser de manera extendida en decúbito dorsal y el segundo sin ningún orden específico. De las 5 osamentas que mostraron un arreglo anatómico tenemos que se distinguieron por estar dispuestas con el cráneo dirigido hacia el norte con sus rasgos faciales avistando hacia el este y sur. Debemos señalar que todos los entierros contaron con objetos cerámicos ofrendados, sin embargo éstos fueron colocados en diferentes partes del cuerpo sin marcar ningún patrón específico, a diferencia de la fase Ortices. En todo caso la similitud de las ofrendas corresponde a su función, ya que las formas de las piezas que caracterizaron a la etapa transicional (platos, cajetes y ollas) corresponden principalmente a enseres domésticos con evidencias de uso. De igual forma para esta etapa se sigue manteniendo y acentuando aún más la costumbre que implica la mutilación del cuerpo; desafortunadamente al no contar con un 12

13 estudio antropofísico no pudimos discernir en qué forma fueron agredidos los individuos, perimorten o postmortem, sin embargo un rasgo o elemento que integran al sistema de enterramiento durante esta etapa es la tendencia a colocar piedras de pequeñas dimensiones de manera alineada o sobre las osamentas, esta característica que aparece en el seno de los contextos de la transición se ve más reflejada en la fase siguiente. En la fase Comala las variables que predominan son los depósitos individuales dejados de manera directa en posición extendida en decúbito dorsal aunque aparece una nueva posición dada al cuerpo, la flexionada en decúbito lateral derecho, así mismo aparecen un número mayor de infantes sepultados. Para este momento la predilección por dejar a los cuerpos dispuestos con su cráneo hacia el sur y este es una constante, al igual que la colocación de sus rasgos faciales hacia el poniente y hacia abajo. Del mismo modo las ofrendas, en su mayoría vasijas cerámicas, son puestas en relación al cráneo, así mismo vemos la aparición de materiales pétreos utilizados para delimitar los recintos mortuorios o como implemento de construcción de los mismos, como el caso del entierro 34. Una capa de lodo cubriendo los restos es otra de las costumbres que empiezan a suscitarse para esta etapa. El modelo de análisis establecido para la investigación reveló en términos generales que las prácticas funerarias perpetuadas en el sitio Los Tabachines compartieron un sistema de enterramiento en común, la suma de los porcentajes da cuenta que para los tres momentos los entierros corresponden principalmente al orden de los primarios, utilizando como nicho mortuorio fosas sencillas donde colocaron los restos de manera directa e individual, intruidas generalmente en la capa III. Así mismo la posición predilecta para dejar a los cuerpos fue la extendida en decúbito dorsal precedida por la ventral, de igual modo es notable la colocación de objetos tangibles como ofrenda en torno a la cabeza de los individuos; en ellos encontramos que predominan los manufacturados en arcilla bajo formas de vasijas de utillaje doméstico que fueron previamente utilizados. Las alteraciones culturales fueron sin duda una de las variables más representativas y marcadas en el común de las osamentas -incluidas aquellas que no fueron definidas culturalmente-. La práctica de transgredir a los cuerpos con mutilaciones corporales es otro de los aspectos que compartieron a lo largo del tiempo estas sociedades. Bajo este modelo pudimos ver que las diferencias en el sistema de enterramiento entre las fases Ortices, etapa de transición y Comala se perciben en variantes como la orientación del cráneo, la asociación con otros elementos, las características formales de las vasijas que mostraron asociados, principalmente en acabado de superficie y pasta. La integración de piedras al ritual de sepultura ya sea colocadas en torno a las osamentas o debajo de las ofrendas es un rasgo que se manifiesta en la etapa de transición y se va acrecentando en la fase Comala, para esta misma fase vemos la aparición de la costumbre de enfardar a los cuerpos y cubrirlos de lodo provocando su solidificación y evitando un distensión del cadáver; debemos decir que esta práctica se vuelve una constante en los siguientes periodos culturales. Lo expuesto anteriormente deja en claro que en el caso de este sitio los contextos de cada fase presentan más similitudes que diferencias, de cualquier modo estas similitudes dan 13

14 pie al surgimiento de nuevas interrogantes que podrían ser corroboradas cuando se cuente con un estudio antropofísico. Bajo este tenor podemos plantear como posibles hipótesis a contrastar en un futuro el hecho de que el reconocimiento de un espacio funerario durante largos periodos de tiempo por parte de estos individuos obedece al orden de parentesco, donde la continua ocupación referida por la llamada etapa de transición denotaría que la posesión de la tierra incluyendo el área de inhumación son parte de los bienes sociales de un grupo heredado o reconocidos de generación en generación. De igual manera pudimos establecer otra conjetura, -las notables alteraciones culturales que marcan acontecimientos violentos en los panteones es la suma de disputas sociales entre aldeas por un escenario que cuenta con importantes recursos-. No debemos perder de vista que las formas en que fueron dejadas las osamentas (su posición postmortem) nos refieren sus costumbres y el trato dado a cada individuo según su rol ante el grupo. No obstante hay que tener en cuenta para estudios posteriores que las prácticas funerarias podrían variar en otros sitios (aldeas o grupos familiares), o en el caso del valle de Colima en entornos geográficos. El sitio Los Tabachines tuvo ocupación humana a partir del año 600 a.c. prolongándose hasta el 400 d.c., durante todo este tiempo se suscitaron cambios y eventos los cuales se insertan dentro de dos fases culturales que marcan el desarrollo de los pueblos prehispánicos de Colima, Ortices (600 a.c.-100 d.c.) y Comala (0-400 d. C). Bajo este sentido podemos decir que los primeros pobladores en el sitio son individuos cuya importancia cultural se asocian a la fase Ortices los cuales a partir de sus materiales cerámicos, vemos que a principios de la era cristiana entran en conjunción en el tiempo y en el espacio con los de la fase Comala, sobre poniéndose en los años consecuentes el estilo cultural de esta última. A partir de las características de las ofrendas que acompañaron a los depósitos mortuorios podemos decir que la población analizada quizás formó parte de una estructura social igualitaria, al parecer los grupos de ambas fases vivían organizados socialmente en aldeas o caseríos constituidos por pequeñas construcciones, tal vez de plantas semicirculares o rectangulares, elaboradas a través de una cimentación de una o dos hiladas de piedras y paredes de material perecedero 6, establecidos en las parte más elevada del terreno para protegerse de inundaciones y escurrimientos que contrae la planicie inclinada del valle de Colima. Su sistema de producción seguramente estuvo muy ligado al aprovechamiento de los recursos de su entorno principalmente al cauce del arroyo Trejo y al alto contenido de minerales, materia orgánica y aluvión que presentan los suelos del lugar, generando que se 6 Estos datos son sustentados partir de investigaciones realizas en el año 2006 y 2008, en la primera se recuperó un contexto funerario los restos de una maqueta que muestra una vivienda de forma circular. En la segunda investigación se documentaron los cimientos de una construcción de planta rectangular de 4.80m x 4.10m conformado por sola hilada de piedras. Platas Ruíz Rafael, Informe Técnico Final del Rescate Arqueológico, Villas Diamante Fracción 2 de la Haciendita, Centro INAH Colima, 2006Cuevas Sagardi, Maritza, Informe Técnico Final del Programa de Evaluación Arqueológica Buenavista, Centro INAH Colima,

15 pudiera desarrollar una agricultura intensiva en la zona, la escasa profundidad del nivel freático, el cual hasta no hace mucho tiempo antes de la urbanización de la zona, en algunos puntos del terreno se encontraba a 2.5m de profundidad, lo que es un referente que nos indica que en épocas prehispánicas seguramente debió de ser menor manteniendo quizás un alto grado de humedad, generosa para cualquier cultivo mesoamericano. La presencia de una gran cantidad de artefactos líticos en los contextos, principalmente de molienda, muestra un grupo poblacional cuya dieta se basó primordialmente en el consumo de granos y tubérculos. Dicho planteamiento es sustentado en gran medida por los estudios antropofísicos realizados a grupos poblacionales de la época 7. La preparación de estos alimentos a través de un proceso de molienda con artefactos elaborados en piedra como lo son metates, morteros y manos de metate, por mencionar algunos, se daba una abrasión entre estos utensilios provocando que desprendieran una gran cantidad de minerales de las mismas piedras que a su vez se mezclaban con los alimentos y así eran ingeridos, trayendo por consiguiente a lo largo de la vida de una persona un desgaste impresionante a sus piezas dentarias, factor que se traducía en fuertes y múltiples patologías bucales y físicas como se pudo observar en algunas de las osamentas recuperadas en el sitio Los Tabachines. Bajo el ánimo en que fue planteada la investigación, lo expuesto anteriormente tiene la finalidad de establecer una herramienta metodológica que nos permita contar con un referente conceptual más acabado para abordar en futuras investigaciones el estudio de los contextos funerarios en el valle de Colima. A través de este modelo de análisis podremos ir definiendo nuevas variantes en los sistemas de enterramiento de las fases Ortices y Comala. Su aplicación a otros universos osteológicos, ya sea de contextos explorados o futuros hallazgos, permitirá conocer e ir estableciendo los patrones funerarios de cada fase. Imágenes Flores Hernández, Bertha Alicia, Informe del análisis antropofísico realizado en los entierros procedentes del predio El Manchón-La Albarradita (2008), Colima, Colima, Centro INAH Colima, 2008, mecanoescrito. 15

16 Imagen 1.- Enmarcada en color rojo el gráfico nos permite ver la ubicación precisa del predio, además se puede apreciar como se ha venido dando el crecimiento urbano de la ciudad hacia este el sector suroeste del municipio. 16

17 Imagen 2.- Modelo para definir las variantes de inhumación que presentan los entierros. 17

18 Imagen 3.- Enmarcados en color guinda se muestran los entierros de la fase Ortices registrado dentro del espacio funerario. También se presentan algunas de las piezas cerámicas que permitieron su asociación cultural. 18

19 Imagen 4.- Enmarcados en color rojo se muestran los entierros de la llamada etapa de transición registrados. También se presentan algunas de las piezas cerámicas que le fueron ofrendadas. 19

20 Imagen 5.- Enmarcados en color verde se muestran los entierros de la fase Comala, así como algunas de las vasijas que definieron esta fase. 20

21 Imagen 6.- Representación grafica de la segundo panteón, en el recuadro rojo los entierros que mostraron las vasijas que ubicaron el contexto para la fase Comala. 21

22 Imagen 7.- Estos gráficos ejemplifican los contextos de la fase Ortices dentro del tercer espacio funerario. 22

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