«Mi doctrina no es mía, sino de aquel que me ha enviado» (Jn 7,

Transcripción

1 28 marzo ). «Mi doctrina no es mía, sino de aquel que me ha enviado» (Jn 7, Jesús tiene dos mentes: la mente propia de Dios, en su naturaleza divina, y la mente propia del hombre, en su naturaleza humana. Jesús tiene dos naturalezas distintas en su ser. Y, por lo tanto tiene dos inteligencias en él. Mi doctrina no es mía: es decir, la doctrina que enseño no nace de mi mente humana, no ha sido adquirida con mi entendimiento humano, pensando, meditando, sintetizando, las diversas ideas que en la mente humana se dan. Mi doctrina no nace de mi entendimiento humano, sino que nace en el entendimiento divino, en el Pensamiento del Padre. Jesús es el Verbo Encarnado, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad que asume una carne. Y esta Persona Divina es la Palabra del Pensamiento del Padre, es la Segunda Persona de la Santísima Trinidad. Y, por lo tanto, la doctrina que expresa Jesús como hombre, a través de su boca humana, es una doctrina divina, la que ha concebido el Padre en su Pensamiento Divino. Mi doctrina no es mía, no es de mi entendimiento humano, no la he inventado Yo en cuanto hombre, sino que es del entendimiento divino, es del Pensamiento del Padre, es lo que el Padre ha pensado desde toda la eternidad; una doctrina que es siempre la misma, una doctrina que no cambia en el tiempo, una doctrina que no se ajusta a los pensamientos de los hombres, una doctrina que no se apoya en el raciocinio humano, una doctrina que no necesita de la aprobación de los hombres. El Pensamiento del Padre es para que el hombre crea en Él, no para que el hombre dé un juicio sobre Él. El hombre tiene que creer en el Pensamiento del Padre, es decir tiene que obedecer el Pensamiento del Padre. Creer es Obedecer. El hombre no tiene que pensar por sí mismo su vida humana, no tiene que planificar, en su razón, su existencia humana, sino que tiene que escuchar la Voz del Padre, tiene que buscar aquello que quiere Dios para su vida humana, para darle sentido a su existencia humana. El hombre tiene que obedecer a Dios con su mente humana, tiene que dar su asentimiento intelectual a lo que Dios habla, a lo que Dios revela. Y sin este asentimiento intelectual, sin esta obediencia de la mente

2 del hombre a Dios, el hombre solamente se queda en su intelectualidad, en sus meditaciones, en lo que adquiere con su entendimiento humano, y su vida no alcanza el sentido ni el fin para los cuales Dios lo ha creado. Mi doctrina no es mía, sino de aquel que me ha enviado. Quien quisiera hacer la voluntad de Él, conocerá si mi doctrina es de Dios o si es mía. El hombre que busca, en su vida humana, la voluntad de Dios, el hombre que busca a Dios en su vida, se encuentra con un Dios que se revela a sí mismo, que manifiesta lo que es al hombre; y ese Dios enseña a ese hombre, el cual está buscando la verdad, anda en busca de la voluntad de Dios, lo que el mismo Jesús ha enseñado en este mundo a los hombres a través de sus apóstoles. Quien quiera ir a Dios sin pasar por Jesús, quien no conozca la doctrina de Jesús y busque la voluntad de Dios en su vida, se encuentra con un Dios que habla las mismas palabras que habla Jesús. Se encuentra con un Dios que le enseña la misma doctrina que Jesús enseñó en este mundo. Y, por esta razón, se conoce que lo que enseña Jesús, su doctrina, no es un invento de su razón humana, sino que procede de una razón que está por encima de cualquier entendimiento humano. Esto es lo que se experimenta cuando se lee el Evangelio, cuando se lee la Escritura, cuando se leen a los verdaderos profetas, se experimenta la voz de Dios, el lenguaje de Dios, el pensamiento divino, es decir, algo diferente a como hablan los hombres, a como se expresan los hombres, diferente a su lenguaje humano, diferente en el pensamiento humano. Dios, cuando habla, no piensa como piensan los hombres. El hombre, cuando piensa, piensa midiendo sus ideas, piensa elaborando sus ideas. Pero Dios no tiene necesidad de elaborar ideas, puesto que las tiene todas en su mente, no tiene que ir buscando la idea apropiada para expresar lo que está pensando. Dios, cuando habla, expresa sin más su pensamiento divino, un pensamiento que es siempre actual, que es obra, que está siempre presente a Él, del cual vive y con el cual obra. Por eso, cuando Dios habla está manifestando siempre su voluntad al hombre. Por eso, cuando Dios se manifiesta en los profetas están dando su querer al hombre en ese conocimiento profético. El hombre tiene que discernir ese conocimiento divino para hallar la voluntad de Dios. Dios,

3 cuando habla, expresa muchas cosas al hombre, muchos conocimientos, los cuales pueden darse o no darse, pero siempre le da al hombre su voluntad. En medio de esos conocimientos proféticos, el hombre tiene que hallar la voluntad de Dios para su vida. Cuando Dios habla al hombre en su corazón también le da muchos conocimientos, los cuales pueden o no darse en su vida humana, y el hombre está obligado a discernir esos conocimientos para hallar lo que Dios quiere de su vida. Por eso, la vida de todo hombre es una vida espiritual, es una vida en el Espíritu de Dios, es una vida para el Espíritu de Dios. Puesto que en el Espíritu divino se dan dos cosas: la Palabra de Dios y el Pensamiento del Padre. Es decir, se da el conocimiento divino, que eso es la Palabra de Dios, y se da la voluntad de Dios, que eso es el Pensamiento del Padre. Jesús es la Palabra de Dios, es decir, Jesús es conocimiento divino, conocimiento de la vida de Dios. Cuando Jesús está hablando está comunicando lo que hay en Dios, los conocimientos que hay en Dios. Está dando inteligencias al hombre, inteligencias que no son del hombre, que no ha nacido en el hombre, que no han sido adquiridas por la mente del hombre, sino que son propias de la vida divina, que son obras divinas, y que son necesarias que el hombre las entienda, que el hombre las aprenda, que el hombre las obedezca y las ponga en obra en su vida humana. Y esto es lo más difícil en la vida espiritual, porque el hombre vive metido en su inteligencia humana, pensando, meditando, sintetizando, sus propios conocimientos, sus propias inteligencias, sus propias medidas intelectuales. El hombre, al medir con su mente humana la idea, la divide de forma necesaria y, por lo tanto, se aleja de la verdad absoluta, y entra en un camino filosófico de ideas, de ideas que se relacionan unas con otras, y que llevan a diferentes partes en el pensamiento, diferentes caminos para realizar las cosas. Por eso, si la vida espiritual se mide con la inteligencia del hombre, con las medidas racionales, entonces nunca el hombre sabe caminar en las cosas del Espíritu, nunca el hombre sabe seguir al Espíritu cuando se manifiesta a su corazón. La vida racional, es decir, la vida que nace del entendimiento humano, que nace de la meditación de las propias ideas humanas, sirve para las cosas humanas, para las cosas naturales, pero no es la medida de la vida espiritual. La vida espiritual se mide con el conocimiento divino, es decir, con la Palabra de Dios. Es una medida sin medida, puesto que

4 no se puede medir el conocimiento de Dios con la mente del hombre. Y, en Dios, no hay medida, no hay un límite, no hay una condición en su conocimiento divino. El que de sí mismo habla busca su propia gloria; pero el que busca la gloria del que le ha enviado, ése es veraz y no hay en él injusticia. El que habla según su inteligencia humana, es decir, el que habla con una medida racional, dividiendo la verdad, pensando en muchas ideas para resolver en una sola, ése busca su gloria, ése busca el reconocimiento de los hombres por lo que dice con su inteligencia humana. Así hay muchos hombres en la vida, que hablan, que comunican lo que piensan para buscar el aplauso de los hombres, su reconocimiento en las clases sociales, o en la política, o en la cultura, o en las artes, pero esos hombres no buscan dar la verdad que hay en Dios, no buscan obrar esa verdad divina, algo permanente en la vida, ni lo buscan en su vida humana ni en la vida de los demás. Buscan su propia gloria y, por lo tanto, son unos mentirosos, son engañadores, y son personas falaces, falsas. Pero quien busca manifestar un conocimiento que no está en su inteligencia humana, que no ha sido buscado con su inteligencia humana, que no ha sido medido con sus ideas humanas, esa persona es veraz, está en la verdad porque habla la verdad; y cuando habla, habla para expresar la verdad que no cambia, y para hacer que los demás obren esa verdad, puesto que esa verdad es siempre un camino de justicia en la vida de los hombres, es un camino de rectitud, de orden, que es necesario para encontrar el sentido de la vida. Son muchos los hombres que son habladores, que se pasan la vida diciendo muchas cosas, y que solamente buscan su propia gloria, su propia exaltación ante los demás. Y son pocos los hombres los que saben hablar una palabra de verdad ante los hombres, y saben exigir que esa palabra de verdad sea obrada por ellos. Estos pocos hombres son los santos, que han encarnado en sí mismos esa verdad, y que la transmiten, la irradian con sus obras, en sus vidas. Y ese irradiar esa verdad produce en los otros la aceptación de esa verdad y el ponerse en camino para obrarla en sus vidas. Por eso, es muy necesario leer a los santos e imitarlos en sus obras que hicieron en sus vidas. Los hombres suelen ser como los fariseos: tienen la ley de Dios, conocen la ley que Moisés dio, conocen la verdad absoluta, pero no la obran.

5 Ninguno de vosotros cumple la ley, porque os pasáis la vida dividiendo la verdad absoluta, midiendo la ley de Dios con vuestras inteligencias humanas, haciendo de la Palabra de Dios, que es Sagrada, que es Santa, algo profano, algo acomodado a la vida de los hombres. Por eso, nadie comprende lo que Dios ha hablado, lo que Dios ha revelado, nadie le interesa la voluntad de Dios para su vida, porque el hombre se encuentra en su soberbia, es decir metido en su entendimiento humano, dando vueltas a lo que hay, a las ideas que hay en su entendimiento humano. Para quitar estas soberbia el hombre sólo tiene un camino: la obediencia a la mente de Dios, la obediencia a lo que Dios habla, a lo que Dios revela. Y este es lo más importante en la vida espiritual: la obediencia a Dios. La fe es creer en Dios, es obediencia a Dios, obediencia a la verdad que nunca pasa, que siempre permanece como es. Y, por lo tanto, donde no hay obediencia a Dios tampoco hay fe, sino que el hombre sigue sus conocimientos humanos, y se mete en sus caminos humanos, planificando su vida según su voluntad humana, según sus caprichos, sus egoísmos humanos. Y el hombre que está en su inteligencia humana, cabalgando en la vida según sus ideas humanas, no conoce a Dios ni tampoco se conoce a sí mismo. El camino para conocerse a sí mismo es la verdad absoluta, es decir, la doctrina que Cristo enseñó a sus apóstoles. Una doctrina que es vida, vida divina. Y a través de esa doctrina, que es eterna, que es para todo tiempo, el hombre va penetrando en Dios, en su mente y en su vida divina. Y el hombre se va haciendo hijo de Dios porque obra, en su vida humana, en su existencia humana, el conocimiento divino que le lleva a la voluntad del Padre. Obrar la idea divina, el conocimiento divino, es lo propio de los santos. Obrar la idea humana, el conocimiento humano es lo propio de los hombres del mundo, los cuales nunca buscan la gloria de Dios, sino su propia gloria humana. P. JosephM