útil, competente, la trató mejor que la mejor de las madres y en su compañía pasó toda la vida.

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Beatriz Reyes Figueroa
hace 6 años
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1 TÍA ANITA Nació un 23 de abril, de hace 75 años. Fue el día del libro, aniversario de la muerte de Cervantes y de Shakespeare, pero eso todavía no se había inventado. En la España del año no había tiempo para leer. En Macastre, en el Cuartel de la Guardia Civil llegó a este mundo una niña de aspecto frágil, una Audrey Hepburn que nunca estuvo de vacaciones en Roma. La Guerra Civil la pilló con 10 años, nunca tuvo una Barbie pero sí el sonido de las bombas, el impacto de la metralla, los gritos de las mujeres que habían perdido a sus hombres. Siempre recordará el gemido intenso de su madre al ver que su esposo regresaba con vida de un pelotón de fusilamiento. Los Reyes siempre eran los mismos, la misma muñeca que se escondía en el fondo del baúl el 7 de enero para volver a resucitar un año después, pero siempre se sintió a gusto en aquel caluroso ático con sus padres y hermanas. No le gustaba salir a la calle, prefería quedarse en casa atendiendo a los demás, su carácter dócil le hizo perder posiciones frente a los genios más fuertes de los demás miembros de la familia. Se enamoró alguna vez?. Casi diría que no, aunque muchos hombres sí se enamoraron de ella. Un día confesó que un chico la pretendía, la visitaba constantemente, venía desde Zaragoza a verla y ella lo rechazaba. Una sola vez Vicentín, una sola vez que hubiera insistido y le hubiera dado el sí. Pero la vida le tenía deparado un destino lejos de los brazos cálidos de un hombre. Su hermana mayor casó con un viudo quien tenía una niña deficiente e incapaz, de su anterior matrimonio. Tras la boda, decidieron que pasara una temporada con su hermana, para ayudarla con su hijastra. Esa visita temporal se convirtió en definitiva, no hubo otra misión en su vida que no fuera el cuidado de la incapaz Pilarín. Sobre ella volcó todo su amor, todo su afecto, toda la ternura que hurtó al hombre que nunca llegó a su vida. Nunca llegó a salir del nido familiar, primero con sus padres, luego con su hermana mayor, siempre fue la cenicienta recogedora de las bromas a veces crueles con que la obsequiaron. Su inteligencia fue siempre muy limitada porque nunca nadie se preocupó de cultivarla. Incapaz de tomar decisiones por sí misma, siempre estuvo al dictado de los demás. En Pilarín encontró la razón de su vida, junto a ella se sentía, fuerte,

2 útil, competente, la trató mejor que la mejor de las madres y en su compañía pasó toda la vida. Vilipendiada por quienes deseaban decidir su destino, nunca tuvo nada de su propiedad. Se vio envuelta sin querer en los problemas familiares entre las dos ramas de la familia. Intentando contentar a todos no contentó a nadie y se llevó todas las bofetadas. Pero siempre estaba allí Pilarín, la niña adulta que la necesitaba, su razón para vivir y su razón para morir cuando desapareció. Su búsqueda de afecto a veces resultaba patética, esos abrazos de despedida prolongados mucho más de lo habitual, ese contacto físico con los sobrinos y familiares donde sentías cómo te robaba el calor, ese calor del que siempre careció pero siempre dispuesta a entregarlo. Su lenguaje aniñado, hipercariñoso, con diminutivos contrastaban con su edad pero no con ese rostro, esa cara de ángel que el cáncer nunca llegó a arrebatarle. Su pudor extremo le llevó a ocultar un tumor en su pecho. Lo ocultó meses, años, hasta que reventó. No quería molestar a nadie. Los médicos no le dieron ninguna esperanza, apenas unos meses. Quizá si lo hubiera declarado antes... Incluso le recriminaron eso, le recriminaron que cometiera ese pecado de generosidad. Luego, fueron 4 años de medicaciones, de mejorías, de recaídas. Pero su final lo firmó la muerte de Pilarín. Una vez desaparecida ella, su vida se extinguió, como una vela que se apaga porque no tiene a quien alumbrar. La muerte fue más dulce con ella que la vida, al poco de ingresar entró en coma y ya no despertó, se ahorró la agonía del final. Quienes creen en la vida eterna y ella lo creía firmemente, saben que en el mismo instante de nacer tuvo un lugar reservado en el cielo, un lugar finalmente ocupado por quien jamás hizo daño a nadie, alguien que murió de generosidad.

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