n América del Sur, en las mesetas que se sitúan entre los Andes, cerca del cielo azul, allí donde las águilas y los cóndores abrazan los aires

Transcripción

1 E n América del Sur, en las mesetas que se sitúan entre los Andes, cerca del cielo azul, allí donde las águilas y los cóndores abrazan los aires durante largas horas en busca de una presa, vive una familia aimara. Sus antepasados se establecieron en estas mismas tierras durante siglos y fue la madre Pachamama quien les develó todos los secretos de la naturaleza. Naira y Wanka son dos hermanos muy unidos, que reparten las horas del día entre la escuela, las tareas del campo junto a sus padres, el cuidado de las llamas y también de los ancianos, que muy a su pesar se encuentran ya agotados. Naira tiene unos ojos grandes, es una niña sensible, coqueta e imaginativa, mientras que su hermano Wanka se mantiene siempre reservado, es de pocas palabras pero muy inquieto. Su abuela Apachi, a quien todos consideran sabia y algunos llaman incluso hechicera, le dio a Naira por su cumpleaños un amuleto Ch imi. Naira aún recuerda cómo su abuela se acercó despacio, la miró fijamente a los ojos y tomó su mano derecha para decirle: Guárdalo muy cerca de tu corazón y ningún mal te visitará ni dañará a tu familia. Recuerda que se lo entregó unido a un cordón que inmediatamente ella ató a su cuello. Horas y horas lo estuvo acariciando Naira y juró que jamás se separaría de él, como el Sol y la Tierra. 3

2 El sol estaba en su máximo resplandor. Era un día cualquiera de diciembre. El calor era insoportable como lo es habitualmente allí y no soplaba la más mínima brisa. Era el mediodía y en la escuela los niños jugaban en el recreo; menos Naira, quien sentada con sus amigos a la sombra de un techo de paja improvisado, rebuscaba y rebuscaba entre sus bolsillos y su bolso de lana el Ch imi para volver a ponérselo. Fue entonces que lo supo. El amuleto había desaparecido; ante el gran grito que dio Naira, todos se quedaron inmóviles y mudos. Estaba segura de que lo había guardado en el bolso junto con los cuadernos antes del recreo, para poder jugar libremente con sus amigos sin temor a perderlo; pero como hacía demasiado calor había decidido dejar de jugar. Vació cuanto había en su pequeño morral bajo la mirada atenta de sus amigos, quienes también empezaron a buscar entre los libros, las libretas y los lápices de colores, en los bolsillos, el piso, por todas partes. Dieron vuelta todo, pero nada Alguien se lo había llevado, estaba segura. Naira entonces se puso de pie, miró al frente, no aguantó más y corrió a su casa, esta vez ahogada en un mar de lágrimas. Por la noche, muy tarde, se quedó rendida y en sus sueños no hizo más que oír la voz de su abuela Apachi que retumbaba: Te advertí, nietecita mía, que lo conservaras. Es un amuleto con un gran poder que tú también debes entregar en su momento a uno de tus hijos y él, a su vez, hará lo mismo con alguno de tus nietos. Debes buscarlo bien. Debes encontrarlo. No hay más remedio que. 4

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5 En ese instante, los quejidos de un perro despertaron a los dos hermanos. Era noche cerrada y los aullidos, aunque vinieran de muy lejos, podían escucharse en todo el pueblo. Esto no era un buen presagio y los pobladores lo sabían desde hacía siglos. Seguramente alguien estaba iniciando el tramo final de su vida o un ser maligno rondaba por allí. Los perros huelen la muerte y la maldad, estén donde estén, y nunca se equivocan, pensó Wanka. Quién sería esta vez? Y entonces volvió una pregunta que cada cierto tiempo le rondaba la cabeza: cómo se podría penetrar en el reino de los dioses para poder conocer el secreto de la vida y de la muerte? Pero no encontraba respuesta; apenas la luz de la única vela que había en la habitación y que dejaba vislumbrar la cara de Naira, reluciente de miles de pequeñas lágrimas. Qué te pasa? preguntó Wanka, su hermano y consejero, que se había acercado alarmado por la imagen que reflejaba su hermana. Creo que tienes fiebre! Hermanito, tengo que recuperar el Ch imi. La abuela Apachi me lo ha dicho en sueños. 7

6 Wanka la miraba. No entendía por qué su hermana Naira estaba tan segura de que alguien se había llevado el Ch imi. Cuando él no encontraba algo, sabía que era porque a veces su cabeza volaba tan alto como las águilas o los cóndores. Pero ella insistía y persistía, daba un pequeño suspiro y volvía a explicarle que un forastero vestido de forma extraña, con una mirada fija y profunda y con dificultades para pronunciar bien las palabras, había estado en la escuela hablando con la maestra; que este extraño se había acercado a ella y le había dicho que era un viajero solitario, que venía de muy lejos y que tenía por misión visitar todos los pueblos asentados en la Cordillera para escuchar las historias y las costumbres de los nativos y poder así contarlas después al mundo entero. Naira entonces le explicó a su hermano que fue allí que tuvo un presentimiento. El amuleto en ese instante ya la estaba ayudando y le hacía saber que no debía confiar en ese forastero de ojos claros. 8