San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Avila son excelentes testigos.

Transcripción

1 VII- DECISIÓN DE SUPREMO GOZO, 2 PARTE Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo unigénito para que todo el que crea en El no perzca, sino tenga vida eterna (Jn 3, 16). Ese mismo amor dará fuerza salvadora aún allí donde apenas haya fe. Con el bautismo comienza para el cristiano un desarrollo personal que está señalizado por la recepción de los sacramentos: Reconciliación, Eucaristía, Confirmación, Matrimonio (u Orden sacerdotal), santa Unción. Cuando estos sacramentos se reciben y constituyen el sustento habitual, apoyado en la fe, el cristiano va creciendo en su fe por obra del Espíritu Santo en él. Aún cuando falte una explicitación del desarrollo espiritual, Dios va transformando al hombre de buena voluntad. Y esto se realiza no solamente en los que reciben los sacramentos sino también en todos aquellos que no siendo cristianos son guiados por su conciencia, el núcleo más secreto y el Sagrario del hombre, en el que este se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto más íntimo de aquella. (Vat II, G et S n.16). Estos son los que, no conociendo explícitamente a Cristo, son cristianos anónimos (Rahner TI 6). Para todos estos hombres de buena voluntad vino Cristo a traerles la paz (Lc 2, 14). Cristo es nuestra paz (Ef 2, 14), Cristo será la paz para estos hombres de buena voluntad: una paz que es más que una serenidad psicológica, porque es el Espíritu Santo quien los armoniza y guía a toda la verdad (Jn 16,13). A la hora de la muerte, estos hombres de buena voluntad reconocerán que de Cristo recibían el Espíritu que los transformaba y apoyaba en su vida. Sin darse cuenta, habían sido salvados y santificados por Cristo; y había en ellos un desarrollo espiritual que llegaba a su término con el encuentro con Cristo en el momento de la muerte. 6. Aspiración mística El Evangelio de San Juan nos cuenta que Jesús clamó en el Templo: el que tenga sed, venga a mi y beba el que cree en Mí (Jn 7, 37-38). Todo hombre llega a sentir la vaciedad de lo transitorio, sobre todo cuando avanza en la experiencia de la vida. Llega a comprender la sabiduría de Kohelet cuando declaró que todo es vanidad de vanidades y todo vanidad (Ec 1,2). En el momento de la muerte será muy aguda la convicción de la vaciedad de la propia vida. Tendremos la sensación de las manos vacias : qué podremos presentar al Señor? Todos nuestros días se han desvanecido como una tela de araña son reputados nuestros años (Sal 90,9). Pero para el alma mística (la que vive intensamente el misterio de nuestra debilidad y dependencia de Dios) lo pasajero de la vida no hace sino encender más todavía su sed de lo eterno. Entonces aumenta siempre su anhelo de Dios, y aún de la muerte como paso hacia Dios. San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Avila son excelentes testigos.

2 De Santa Teresa Vivo sin vivir en mi Y de tal manera espero Que muero porque no muero. Cuán triste es, Dios mío La vida sin Ti! Ansiosa de verte Deseo morir. Si el padecer con amor Puede dar tan gran deleite Qué gozo nos dará el verte! De San Juan de la Cruz Ya no guardo ganado Ni ya tengo otro oficio Pues ya sólo en amar es mi ejercicio. Descubre tu presencia Y máteme tu vista y hermosura Mira que la dolencia De amor no se cura Sino con la presencia y la figura. oh, llama de amor viva Que tiernamente hieres De mi alma en el más profundo centro! Pues ya no eres esquiva Acaba ya si quieres;

3 Rompe la tela de este dulce encuentro. También debemos recordar a San Francisco de Asis, que en su Cántico del Sol agradece por la Hermana muerte: Alabado seas, Señor mío, por nuestra Hermana La Muerte Corporal, de la cual Ningún hombre vivo puede escapar Bienaventurados los que han descubierto tu santísima voluntad, porque a ellos la segunda muerte no les dañará. Nótese que la sed de Dios se da no sólo en los místicos cristianos. También se encuentra en otras religiones. Un ejemplo es Rumi, poeta Sufí (Islam) del siglo XIII. Escribe: A veces, lo llamo vino; A veces, lo llamo copa; A veces, lo llamo fuego; A veces, lo llamo oro; A veces, la semilla; A veces, la planta; A veces la caza; A veces, la trampa. Todo esto permanece un Misterio Hasta que lo llamo por su Nombre. Misterio es una realidad que está más allá de nuestra comprensión racional. Por eso, la fe en el Misterio supone un desprendimiento, una humildad, una entrega.

4 Jesús es el modelo: se despojó a Si mismo, tomando forma de siervo, hecho a semejanza de los hombres; y estando en condición de hombre, se humilló a si mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz (Fil 2, 7-8) Pero este camino de fe y entrega conduce a sentarse a la diestra del trono de Dios (He 12,2) porque, la entrega obediente nos asocia con Dios mismo: su amor, su creatividad, su obra salvadora. Por esto los místicos se desprenden de lo que es pasajero para alcanzar el Todo que es eterno: Para venir a gustarlo todo No quieras tener gusto en nada; Para venir a poseerlo todo A serlo todo.. a saberlo todo (San Juan de la Cruz, Subida 13, 11). Ya lo había dicho San Pablo: Cristo crucificado es poder de Dios y sabiduría de Dios (1 Co 1, 23-24). Pues bien, en la muerte, el cristiano está llamado a avivar su fe, y recibirá gracia de Dios para ello. En ese momento, Dios mismo lo ayuda para desprenderse de la vida y de todo lo que nos ofrece este mundo. Las oraciones de la Iglesia lo animan en la fe: Alma cristiana, al salir de este mundo, marcha en el nombre de Dios Padre todopoderoso, que te creó, en el nombre de Jesucristo, Hijo de Dios vivo, que murió por ti; en el nombre del Espíritu Santo, que sobre ti descendió!. Entra en el lugar de la paz, y que tu morada esté junto a Dios en Sión, la Ciudad santa, con Santa María Virge, Madre de Dios, con San José y todos los ángeles y santos!. Venid en su ayuda, santos de Dios; salid a su encuentro, Angeles del Señor!. Recibid su alma presentadla ante el Altisimo. Cristo, que te llamó, te reciba. 7. Ejercicio Meditar las citas bíblicas y los testimonios de los santos; pedir al Señor que nos quite el temor de la muerte con la gracia de la esperanza cristiana.

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