PINO OJEDA Y LOS DORESTE, RECUPERADOS PARA TEROR El 10 de septiembre de 1991, bajo el título de "Mi vida y la poesía", organicé, como concejal de Cultura de la Villa de Teror una mesa redonda y recital poético dentro de la programación de la Semana Cultural de las Fiestas del Pino de aquel año. Pino Betancor, José Mª Millares, Pino Ojeda y Domingo Velázquez hicieron de aquel día y acto uno de los que con más orgullo he presumido de mis años como político terorense. E inició, eso es lo mejor, una amistad con todos ellos pero en especial con Pino Ojeda, que duraría hasta su fallecimiento. Y que ha pervivido gracias a la amistad -casi, casi de familia- que he seguido manteniendo con su hijo, nietos,...; teniendo dos hitos fundamentales en estos años: la celebración del centenario de su nacimiento con mi espectáculo "Teror en voz de mujer" y mi participación en llevar "La habitación del fondo; la película que su nieto, mi amigo del alma Domingo, le dedicara ese mismo año. Ahora vamos a por dos cuestiones más pendientes de Teror para con ella y su obra. La primera, la FUNDACIÓN PINO OJEDA, que tiene que estar sí o sí! en la Villa de Teror. El 17 de agosto de 1916 nacía en el pago de Las Casas del Palmar de Teror una niña, del matrimonio de don Rafael Ojeda Díaz, natural del pueblo cumbrero de Artenara, y de doña Mª de Jesús Quevedo Naranjo, nacida asimismo en las tierras terorenses e hija de don Luis Quevedo Henríquez y doña Juana Naranjo Suárez. Página1 Aunque las raíces familiares estaban fuertemente arraigadas en El
Palmar y procedían desde don Diego Ramírez, mayordomo de la palmarense Ermita de las Nieves en el siglo XVIII; había sido el matrimonio el 9 de diciembre de 1875 de don Luis y doña Juana el que los había instalado en el barrio. Don Luis Quevedo había nacido en la calle Mayor de Triana el 21 de abril de 1858, hijo de Antonio Quevedo Henríquez y Leonor Henríquez González. Su esposa Juana era hija de Blas Naranjo Domínguez, natural de Arbejales, que había traído el apellido al Palmar en el siglo XIX. Los dos eran menores de 20 años cuando casaron en 1875, y conformaron una familia marcada como tantas de la época, por las frecuentes ausencias del marido por tierras americanas en busca de fortuna; por lo que sería la esposa la que se ocupó de los muchos menesteres que la vida campesina traía consigo. Desde la década de 1880 hasta ya entrado el siglo XX, fueron las idas y venidas del cabeza de familia desde Cuba una permanente circunstancia de sus vidas, pero ello le permitió consolidar una mediana hacienda que aseguró su prestigio social y económico en toda la Villa de Teror. Por lazos de la fortuna o consecuencias genéticas la descendencia con posteridad del matrimonio estuvo constituida solamente por hembras, lo que establecerá una de las características más concluyentes de la familia y a la larga de Pino Ojeda: el fuerte carácter de las mujeres que la formaban, y su clara determinación de mejorar, de ir a más. Las hijas del matrimonio Quevedo-Naranjo fueron cuatro: Leonor, María del Pino, Eloína y María de Jesús. Y sería en este núcleo familiar de fuerte presencia femenina, con ansias de mejora, y sin la presencia de su propio padre, ausente en Cuba por los mismos motivos ya argumentados para su abuelo, donde nacería Pino Ojeda en 1916. Hasta que años después, retornó su progenitor y decidió el traslado de la familia a la ciudad de Las Palmas, su primera infancia transcurrió en los cortos horizontes de la edificación que aún hoy conocemos como Las Casas, ubicada junto a las tierras de su abuelo y al lado deun un umbroso, meláncolico u hasta poético Barranquillo llamado de La Pila. Pino recordaba años más tarde ese regreso de su padre con el asombro que causó a todos sus parientes su repentino envejecimiento y enfermedad. Y fue precisamente el deseo de mejorar el futuro de su descendencia el que decidió el traslado a Las Palmas y marcó un primer eslabón fundamental en la cadena de la vida y obra de Pino Ojeda. Sin abandonar totalmente el barrio, sus abuelos se trasladarían posteriormente a la Villa de Teror, a una casa situada junto al inmueble que ocupaba entonces el Casino terorense, en la actual calle Padre Cueto; y ya sería allí donde en los años siguientes se prolongaría la relación de Pino Ojeda con Teror y sus gentes. Fue, según sus propias palabras, una niña rebelde, apasionada e inestable, animada permanentemente por un ansia de curiosidad insatisfecha. Su vida en la ciudad, los paseos por Santa Ana, los cuentos y lecturas de su padre, fueron configurando una infancia que ya permitía vislumbrar una juventud y una madurez de pletórica producción artística y creativa. Teror, por entonces era un permanente lugar de encuentro de intelectuales y familias completas de la burguesía isleña. Página2 Teror es uno de los pueblos más hermosos de Gran Canaria, en el fondo de un valle bellísimo, a la sombra de un santuario célebre Hay una paz conventual
en el ambiente; de vez en vez atraviesa la calle grande de la villa en cuyo término está el templo de Nuestra Señora sobre una amplia plaza, algún automóvil cuyos bocinazos y trepidaciones profanan la calma religiosa de todo el paisaje. Llegan viajeros que vienen a admirar y gozar esto precisamente; Cada año aumenta el número de veraneantes Teror triunfa, porque lo posee todo Cuando, en 1918, el escritor Francisco González Díaz describía de esta manera en su libro Teror, las circunstancias que hacían atractivo el lugar para pasar temporadas de sereno reposo (que eso era entonces el veranear); ya una cantidad creciente de personas, sobre todo residentes de la ciudad de Las Palmas, lo habían elegido desde años antes como el lugar ideal donde sobrellevar los rigores estivales. Personajes de la sociedad isleña como don Gustavo Navarro Nieto, fundador de La Provincia,. don Domingo Doreste Rodríguez Fray Lesco, su hijo Víctor o el mismo González Díaz sentaban sus reales a comienzos de verano en El Recinto y algunos pagos aledaños y de aquí no se levantaban hasta que las primeras lloviznas con que finalizaban las Fiestas del Pino, los espantaban otra vez hacia la costa. También retornaban con relativa frecuencia, terorenses como el canónigo don Miguel Suárez Miranda, su pariente don José Miranda Guerra o el poeta y periodista don Ignacio Quintana Marrero, que ayudaban a conformar una sociedad, que duraba lo que el estío, y que a la vez que aprovechaba los múltiples atractivos de la zona: las excursiones a Osorio, los bailes en la Sociedad Bella Aurora de El Palmar, los paseos por el barranco hasta la Fuente Agria, las tertulias en los dos hoteles, El Royal y El Pino, trasladaban a Teror propuestas lúdicas y festivas, conciertos, recitales poéticos, que enriquecían las relaciones de aquella sociedad terorense de la primera mitad del siglo XX, un tanto anquilosada y cerrada sobre si misma. Todo ello hacía que el veraneo en Teror no tuviera para muchos ni la menor comparación con el que podían disfrutar en el otro destino elegido entonces para ello en Gran Canaria. Teror era, con diferencia, más divertido que Tafira Precisamente a poco de nacer Pino Ojeda, en 1918, a instancias de la recién creada Liga progresista y forestal Teror, con la concurrencia de oriundos y veraneantes se celebró la que podemos llamar primera Verbena Canaria que tuvo lugar el sábado siguiente al día de Las Marías para cerrar las Fiestas del Pino. En la reseña periodística, realizada por el secretario del Juzgado don Félix Aranda, se destacó la enorme participación y colaboración de los veraneantes, sobre todo la de las féminas, en la organización del evento. Los distintos puestos de telegrafía, bebidas, galletas, café, almendras tostadas, estuvieron prácticamente copados por las jóvenes que pasaban el verano en la Villa: María Cantero, Teresa y Pilar Doreste, María y Dolores Martinón,.. junto a la juventud terorense de aquella época: Lolita Henríquez, Mª Manuela Navarro, Dolores Rivero, Esta colaboración para la diversión estival se mantuvo y acrecentó con el paso del tiempo, y se manifestaba en todo lo que rodeaba la vida terorense durante estos meses. Sencillas actuaciones musicales como la que destaca el Diario de Las Palmas en 1926, fueron muy frecuentes desde entonces: De los actos realizados por las entusiastas iniciativas de la colonia veraniega en esta Villa, ninguno tan brillante y que haya causado impresión más grata que la velada celebrada el 26 de Septiembre último, Don Víctor Doreste ejecutó escogidísimas piezas en el piano, Y los señores don Jacinto Doreste y don Víctor Marrero acompañaron a la Página3
señorita de Doreste (Dolores Doreste y Doreste) en varios preciosos trozos de la obra Doña Francisquita, haciéndolo con verdadera maestría El señor Alcalde (don Isaac Domínguez Macías), en breves palabras reiteró sus gracias y dijo que él era el que tenía que agradecer a los veraneantes por la importancia, alegría y dinero que el forastero trae a la noble Villa En las décadas siguientes no se produjo más que un constante incremento de la cantidad de personas que veraneaban o incluso pasaban los fines de semana en la Villa. Familias como los Morales, Alzola, Millares, Quintana, Pírez, Castro, Cárdenes, Graziani, Jorge, Parada, Delisau, Sagaseta, o personalidades de la sociedad isleña como el Gobernador Civil durante la República, el señor Arturo Armenta Tierno, y los notarios Salvador García y Cayetano Ochoa, y más tarde, compositores como Néstor Álamo o Herminia Naranjo, aumentaban el censo terorense durante casi un trimestre todos los años. Tenía el veraneo en aquellos momentos el atractivo de la cercanía, no existía el anonimato; todos ellos pasaban a ser unos vecinos más de El Recinto. Así, era también frecuente el que los miembros de estas familias eligieran el pueblo para pasar en él otras temporadas de asueto no coincidentes con el verano: el político Fernando Sagaseta y su mujer Elisa López Ossa se casaron en 1956 y pasaron parte de su luna de miel en la casa de su padrino, Manuel Paradas, en el llamado Barrio de los Chalés; y Jane Millares Sall con su esposo, el periodista Luis Jorge Ramírez, disfrutaron de sus primeros días como casados en la calle Padre Cueto, frente a las tapias del jardín del Palacio Episcopal. En toda esta larga experiencia de mutua relación de afectos, y en ocasiones de dependencia, entre forasteros y terorenses, existe un caso de fidelidad ya casi centenaria a Teror y el disfrute de sus fiestas, paisajes y vecinos. Es el de la familia formada por don Domingo Doreste Falcón, comerciante de Triana, y doña Dolores Morales Rodríguez. Él era primo de los Doreste Navarro, tronco del que surgieron personajes de la intelectualidad y la política isleña como el mencionado Fray Lesco o don Juan Rodríguez Doreste. Los Doreste Morales comenzaron a veranear en la Villa principiando los primeros años de la pasada centuria y su anual llegada en carro y burros desde Las Palmas, al principio, y después en coche hasta la misma Plaza del pueblo (sobre todo la de las ocurrentes y divertidas hermanas) suponía el comienzo del estío y las fiestas. Los 12 hijos del matrimonio fueron: Luis, Domingo, Reyes, Mª del Carmen, Mercedes, Ana Mª, Mª del Pino, Rosario, Manuel, Dolores, Pilar y Teresa. Los Doreste estuvieron presentes en todo lo que de festivo y jaranero se organizó en Teror en casi todo el siglo XX. Y con esta familia se unió Pino Ojeda. Página4 Con el paso de los años y los sucesivos matrimonios, pese al fallecimiento del progenitor, se ampliaron la cantidad de casas que alquilaban en la Villa para el
disfrute del periodo canicular, y también sus permanencias en alguno de los hoteles del pueblo. No supusieron los casamientos, por tanto, un alejamiento de las costumbres en cuanto a la Villa se refería. Los nuevos allegados y la descendencia se unían a los usos de la familia: los Bello Doreste (hijos de Mª del Pino y del aparejador Ildefonso Bello Perdomo), Domingo Doreste Ojeda (único hijo de Domingo y la poeta y pintora terorense Pino Ojeda Quevedo) las Pérez Doreste (hijas de Carmen y del carpintero natural de El Palmar, y primo de Pino Ojeda, Vicente Pérez Quevedo), Octavio Rodríguez Doreste (hijo único de Mercedes y del político Juan Rodríguez Doreste); los Rodríguez Doreste (hijos de Rosario y Arturo Rodríguez Losada), Ana Mª, casada con Felipe Quintana Fernández; Manuel, casado con Clara Aurora de Armas Megías; Dolores, casada con José Goncálvez; Pilar casada con Rafael Sánchez Tembleque; Luis, casado con María Manchado Medina y Teresa con Manuel Yánez Matos, miembro de una destacada familia de San Bartolomé con orígenes terorenses.siguieron la tradición familiar y cuando Néstor Álamo (excelente amigo de la familia) comenzó su proceso de regeneración de las Fiestas en los años 50 todos intervinieron entusiastamente: ensayando las isas en sus propias casas; formando parrandas; interviniendo en la Romería vestidos a la usanza típica o como indianos en tartana -como hicieron en una ocasión Vicente y Julia Pérez Quevedo-; subiéndose a los famosos camellos que la iniciaban; organizando partidos de fútbol entre la chiquillería veraneante (con algún que otro fichaje terorense) contra equipos de Teror, El Palmar o Valleseco; o con las famosas serenatas que, fuera de programa, y con Octavio al acordeón, Vicente Pérez a la guitarra y Arturo Rodríguez Doreste al timple, animaron las noches estivales de la Villa durante años y trajeron algún que otro quebradero de cabeza al alcalde de turno. Sólo un hecho destacado por lo que supuso, enturbió estas gratas relaciones del vecindario de Teror y los aquí veraneaban. En la tarde del lunes, 12 de septiembre de 1932, el sermón de la Novena del Pino estaba a cargo del Padre Redentorista de San Pablo, don Vicente Sordo García, y en el mismo éste se encargó de denunciar públicamente determinadas actuaciones de la colonia veraniega, contrarias según su opinión a la moral, la decencia y el dogma católicos; y que iban desde lo poco apropiado de las vestimentas con que acudían las mujeres a la Iglesia o su costumbre de merendar en los bares del pueblo, hasta las burlas que realizaban algunos jóvenes dentro del templo y en las inmediaciones o el piropeo constante con que asediaban a todas las que entraban y salían de la basílica. Al término de la misa, el escándalo fue mayúsculo, se juntaron varios de los agraviados, destacando Emilio Delisau Oller, Jacinto Doreste Falcón (tío de los Doreste Morales) y el notario Salvador García, y, prestamente, denunciaron aquella noche al gobernador civil lo ocurrido. A resultas de ello, don Antonio Socorro y el responsable del sermón, mientras se aclaraba el tema, quedaron detenidos en Las Palmas hasta el día siguiente. Sin dar mayor importancia al suceso que la que le dio el mismo párroco (hecho merecedor, por otra parte, de crónica propia por su anecdótico interés), quede constancia que, salvo yerro o falta de datos, ésta fue la única noche que Monseñor Socorro durmió entre rejas. Pero nada de ello importó mucho, ni menguó un ápice esta peculiar relación que durante décadas se creó entre los terorenses de entonces y los que eligieron por años la Villa para su descanso y respiro. Por algo, fue cosa sabida siempre entre los que peinan canas, que el verano no empezaba en Teror hasta que los Doreste, en tropel animado y vivificador, con acordeón, timple y guitarra como pertrechos, Página5
hacían su entrada en la Mariana Villa por el Muro Nuevo. Y así fue por muchos años Sus primeros poemas se publican en la revista Mensaje, a mediados de la década de 1940; y en 1947 la misma revista publica su primer libro Niebla de sueño, que don Luis Doreste definió como una elegía larga, desgarrada y penetrante, donde ya aparecen constantes de su producción artística como el amor, la muerte, la soledad y la naturaleza, tratados con un profundo lirismo. En el libro aparece fuerte y doloroso el recuerdo del esposo fallecido y, a veces, momentos de profunda desesperanza de, no obstante, una infinita belleza. En 1954, la editorial Rialp publica Como el fruto en el árbol, que había ganado el primer accésit del premio Adonais del año anterior constituido como un poema unitario sobre el tema de la búsqueda del amado imposible. En 1956 gana el premio Tomás Morales con su libro La piedra sobre la colina, que no obstante, no verá la luz hasta 1964. Pasan dos décadas de silencio, que no de holganza artística, y en 1987, un nuevo libro, El alba en la espalda, trae a los lectores nuevamente poemas donde la muerte cotidiana, la destrucción del tiempo, el aire de la ausencia, sombras conocidas y desconocidas, surgen del universo particular de Pino Ojeda con una fuerza inusitada y llenando toda su creación de los fantasmas, anhelos y pasiones que siempre la han caracterizado. En 1991, recién llegado a la Concejalía de Cultura de la Villa organicé una Velada Poética dentro de la programación del Pino, en la estuvieron presentes la noche del 10 de septiembre, Pino Betancor, José María Millares, Domingo Velázquez, y la propia Pino Ojeda bajo el lema de Mi vida y la poesía. Yo temblaba en la puerta de la Casa de la Cultura. Nacido como ella en El Palmar había disfrutado de la lectura de alguno de sus poemas pero quería conocerla, ansiaba estrechar la mano de aquella señora que presumía ser del mismo pequeño pago terorense en el que aún este cronista vivía por entonces. Al presentarme, y transmitirle mi orgullo de haber sido el que la trajera a la Villa Mariana, a su Teror, me espetó tajantemente. Ya era hora...la adoré y la temí desde aquel mismo momento hasta el final de sus días el 27 de agosto de 2002. Y es que Pino Ojeda creyó siempre que no había conseguido nunca llegar al corazón de sus paisanos. Meses después declaraba -hablé algunas veces con ella de ese tema- su enorme afición por la astrología y, sobre todo, por las cartas astrales. Afirmaba que sólo las hacía cuando había una persona que le interesaba". Y en su propia carta astral pudo ver que "nunca sería profeta en su tierra" y hasta aquel año siempre había sido así. Siento un íntimo y profundo orgullo de haber iniciado un cambio en aquellas predicciones de los veleidosos astros. Página6
El mismo año resultó ganadora del XI Premio Mundial Fernando Rielo de Poesía Mística otorgado en Ávila, con la obra El salmo del rocío, que se publicaría y donde se descubre la unión tan profunda que enlaza la religiosidad de Pino Ojeda con su vida interior y sus ansias más íntimas. Significativamente, en las palabras con la que me lo obsequió cordialmente hace unos años, escribió que me lo dedicaba en el camino de la luz, expresando en esta frase la luminosidad interior que, pese a la tristeza presente, siempre alumbró y orientó la senda de su vida. A toda esta producción han seguido en los últimos años, una Antología poética de 1997 y la edición póstuma de su obra Árbol del espacio, con ilustraciones de la propia autora, Juan Ismael y Plácido Fleitas. Por si ello fuera poco, y aunque es más conocida literariamente en su faceta de poeta, fue también autora de novelas, cuentos y piezas teatrales; y, a mediados de la década de 1950, se inició como editora con una colección poética titulada Alisios, donde figuraron no sólo poetas canarios, sino peninsulares y extranjeros. Quedan inéditos, y por ello, son una promesa de nuevas experiencias de disfrute poético para el futuro, La soledad y el tiempo, Caleidoscopio del tedio, Los brotes nuevos, Trece palabras a Dios, Desnuda como el ángel, Semana de pasión, El derrumbado silencio, etc., etc. Si esto no bastase, si alguien considera que es poco el ser una de las voces femeninas más preclaras de la poesía española del siglo XX, si todos estas obras no hubiesen existido, sí bastaría su extensa producción como escultora, ceramista y pintora para considerarla una destacada artista y un orgullo para todos los canarios. Este proceso de formación y trabajo comenzó ya en la madurez, con una clara expresión de un sólido recorrido entre la abstracción y el abstraccionismo figurativo, y, no podía ser menos, aprendiendo y experimentando técnicas variadas hasta el final de su vida. Su extensa y variada producción artística (cerámica, pintura,...) la llevó en los años 60 y 70 a exponer en el Club Pueblo de Madrid (1964), a la Galería St. Paul de Estocolmo-Suecia en 1972, a la Galería Giorgi, en Italia, en 1973, y a otras muchas muestras de su actividad pictórica y escultórica en toda España y en otros países. Sería precisamente en la presentación de su exposición de Estocolmo, realizada por el escritor Camilo José Cela, cuando éste, analizando su obra, dijera de ella: Todos los caminos, incluso el de Damasco, terminan en Roma, y todas las sendas -sin dejar a un lado la de la poesía- pueden llevar a la pintura. Quizás el arte no sea sino la última sombra de las cosas sobre la tierra, cuando las ilumina la honda y nítida luz de Dios. Y en la tierra canaria -que es quizás la tierra más desnudamente tierra del planeta- aquella luz y esta sombra adquieren unos Página7
contornos vigorosos y valientes, unos tintes elásticos y durísimos, que sólo sonríen al ser fijados al lienzo -o al verso- por los espíritus delicados como sismógrafos o crueles libélulas, Pino Ojeda llega a la pintura -se venía diciendo- por el camino real de la poesía. Probablemente también por la sinuosa y difícil trocha del amor. Sus cuadros son como amorosos -sí- y como poéticos -también- gritos en la más alta noche que -pegada a la tierra de sus islas- fue fijada por los pinceles a los que mueve la deleitosa y zurrada sabiduría. Sobran más palabras. No quiero dejar pasar la ocasión en estos días en que se cumple el centenario de su nacimiento, que ha habido una especial celebración, más sentida, menos oficial, más singular.. Su nieto Domingo Doreste ha realizado una especial ofrenda artística a la artística y sensible memoria de su abuela. La película La habitación del fondo a ella dedicada, con presencias intangibles, serenas, y hasta poéticas como las de la actriz -maravillosa, punzante en la interpretación hasta llegar a doler- Esther Munuera, la del compositor Ner Suárez, la de la cantante Carmen Agredano y tantos, tantos (pueden verla aún si no lo han hecho);. que no han hecho otra cosa que redundar en hacer que la carta astral vaticinadora de olvidos quede ella misma olvidada, y pujante al máximo la figura de Pino Ojeda Quevedo..Ya era hora, como ella misma diría. Quiero terminar este escrito que como paisano, cronista, admirador y amigo he querido hacer en su centenario, precisamente con unas palabras con las que ella definía la esencia más profunda de su espíritu: Yo siempre he llevado mis manos para dar y recibir, pero no recibir como premio o compensación, sino simplemente como equilibrio, para poder sentir amor, para sentirme plena, para poder vivir porque yo no sabría vivir sin amor. Yo no nací para luchar, pero he tenido que luchar tanto!...nací para soñar y ver realizados estos sueños, aunque no fueran una realidad. Cuando llegue el momento de ir a la otra orilla lo único que llevaré conmigo son mis manos abiertas llenas de sueños. Hasta que muera seguiré soñando! José Luis Yánez Rodríguez Cronista Oficial de Teror Página8