meditaciones Índice Presentación... 9 45. La entrada de Jesús en Jerusalén... 17 46. Jesús lava los pies a sus discípulos... 25 47. Jesús reparte la Eucaristía a sus apóstoles... 33 48. Jesús en Getsemaní... 41 49. El prendimiento de Jesús... 49 50. Jesús en casa de Caifás... 57 51. Las negaciones de Pedro... 63 52. La coronación de espinas... 71 53. Ecce Homo... 79 54. Judas se desespera... 85 55. El camino del calvario... 93 56. La crucifixión y muerte de Jesús... 101 57. La sepultura de Jesús... 109 5
45. LA ENTRADA DE JESÚS EN JERUSALÉN 17
Josep Maria Torras El profeta Zacarías, cientos de años antes de la venida del Salvador, ya profetizó lo que hoy hemos podido vivir. «Regocíjate, hija de Sión, grita de júbilo, hija de Jerusalén; mira, tu rey viene hacia ti, es justo y victorioso, montado sobre un asno, sobre un borrico, cría de asna. Destrozará los carros de Efraím, los caballos de Jerusalén; serán rotos los arcos de guerra, anunciará la paz a las naciones y su dominio se extenderá de mar a mar y desde el río hasta los confines de la tierra.» (Za 9,9-10) 18 Cuando llegamos a Betfagé, el Señor nos envía a dos con el siguiente encargo: «Id a la aldea que tenéis enfrente y encontraréis enseguida un asna atada, con un borrico al lado; desatadlos y traédmelos. Si alguien os dice algo, le responderéis que el Señor los necesita y que enseguida los devolverá.» (Mt 21,2-3) Obedecer a Jesús siempre nos llena las manos de frutos buenos, nos hace más libres y eficaces. Obedecerle es camino seguro, aunque a veces las curvas del sendero, no me dejen ver
meditaciones la meta. Obedecer en lo pequeño me hace capaz de lo grande. «Qué admirablemente se acomodan a los hijos de Dios estas palabras de San Ambrosio! Habla del borrico atado con el asna, que necesitaba Jesús, para su triunfo, y comenta: Sólo una orden del Señor podía desatarlo. Lo soltaron las manos de los Apóstoles. Para un hecho semejante, se requieren un modo de vivir y una gracia especial. Sé tú también apóstol, para poder librar a los que están cautivos. Déjame que te glose de nuevo este texto: cuántas veces, por mandato de Jesús, habremos de soltar las ligaduras de las almas, porque Él las necesita para su triunfo! Que sean de apóstol nuestras manos, y nuestras acciones, y nuestra vida Entonces Dios nos dará también gracia de apóstol, para romper los hierros de los encadenados.» (San Josemaría, Forja, nº 672) 19 Los discípulos marcharon e hicieron como Jesús les había ordenado. Trajeron el asna y el borrico, pusieron sobre ellos los mantos y él se montó encima. (Mt 21,6-7)
Josep Maria Torras 20 El Señor se dirige a Jerusalén montado sobre un borriquito. El asno, antigua montura de príncipes, es hoy el trono del Maestro. Se dirige a la Ciudad Santa para tomar posesión de ella, porque Él es su Rey. Va a comenzar la última batalla, la de su pasión y muerte, contra el príncipe de este mundo. El Rey viene a reclamar lo que es suyo. Va a luchar, hasta la última gota de su Sangre, para romper las cadenas que tienen sujetos a los hijos de Adán y Eva. Sus armas son la humildad y la mansedumbre. Él es el Rey de la paz, y viene a destruir a los guerreros de la muerte, del odio, de la violencia y del desprecio. Señor, permíteme luchar a tu lado. Que mi debilidad no sea obstáculo para estar junto a Ti, defendiendo tu vida con la mía. Revísteme de tus armas: la caridad, la entrega, la fe, el servicio, la alegría, el perdón Dame tu bendición para ser fuerte en el combate y no retroceder. Y que en el estruendo de la batalla -cuando las alas negras del desaliento y del egoísmo me nublen la vista- tu estandarte de Amor flamee bien alto, elevando las miradas de tus guerreros, y así no dejemos de contemplar la Luz de vida que desciende de lo más alto del Cielo.
meditaciones Como fiel borriquito te llevaré, Jesús, sobre mis hombros en las pequeñas y grandes batallas de cada día. Haz que persevere hoy, ahora y hasta el último suspiro de mi vida junto a Ti. No permitas que el miedo a la lucha (la comodidad), la oscuridad vacía del enemigo (la soberbia) y la sangre del sacrificio (el esfuerzo) me hagan retroceder. «Te entendí bien, cuando concluías: decididamente casi no llego a borrico, al borrico que fue el trono de Jesús para entrar en Jerusalén: me quedo formando parte del montoncillo vil de trapos sucios, que desprecia el trapero más pobre. Pero te comenté: sin embargo, el Señor te ha elegido y quiere que seas instrumento suyo. Por eso, el hecho -real- de verte tan miserable, ha de convertirse en una razón más, para agradecer a Dios su llamada.» (San Josemaría, Forja, nº 607) 21 Una gran multitud extendió sus propios mantos por el camino; otros cortaban ramas de árboles y las echaban por el camino. Las multitudes que iban delante de él y las que seguían detrás gritaban diciendo:
Josep Maria Torras «Hosanna al Hijo de David! Bendito el que viene en nombre del Señor! Hosanna en las alturas!» Al entrar en Jerusalén, se conmovió toda la ciudad y se preguntaban: «Quién es éste?» «Éste es el profeta Jesús, el de Nazaret de Galilea», decía la multitud. (Mt 21,8-11) 22 Jesús, por donde pasas siembras amor. Tus huellas quedan impresas en las vidas de las personas que te siguen fielmente. Ellas se conmueven y sus corazones rompen a cantar de alegría: actos de amor y de alabanza, jaculatorias, canciones, poesías En sus almas estalla una explosión de luz y color que da sentido y belleza a sus vidas. Señor, que no olvide que mi vida debe reflejar tus pisadas luminosas. Que las personas, viéndome a mí, puedan descubrirte a Ti. «No podemos atribuirnos nunca el poder de Jesús, que pasa entre nosotros. El Señor pasa, y transforma las almas, cuando nos ponemos todos junto a Él, con un solo corazón, con un solo sentir, con un solo deseo de ser buenos cristianos; pero es Él, no tú, ni yo. Es Cristo que pasa! Y además, se queda en nuestros corazones
meditaciones - en el tuyo y en el mío!-, y en nuestros sagrarios. Es Jesús que pasa, y Jesús que se queda. Permanece en ti, en cada uno de vosotros, y en mí.» (San Josemaría, Forja, nº 673) «Una cosa tan pequeña, ese tierno amor! Todos tenemos hambre de amor. Dios nos ha creado para el amor: amar y ser amados. Y Él tiene un amor de ternura hacia nosotros. Por eso, nosotras repetimos a menudo a lo largo del día: Oh, Jesús, que estás en mi corazón! Yo creo en tu tierno amor por mí y te amo. Un tierno amor. Es de verdad extraordinaria la ternura del amor de Dios hacia nosotros. Si lo tenemos en cuenta, nos ayudará a mantener siempre limpios nuestros corazones y a no dejar nunca de amarnos unos a otros. No temáis nunca amar hasta que os duela. Cuando miramos hacia la cruz, nos percatamos de lo mucho que Jesús nos amó. Pero cuando miramos al tabernáculo, nos percatamos de cuánto nos ama ahora.» (Beata Teresa de Calcuta, Ver, amar, servir a Cristo en los pobres, Paulinas) 23