Fragmentos de la obra de Santiago Gil "Villa Melpómene" Nunca se sabrá todo de ninguno de nosotros. Da lo mismo lo que se cuente, lo que contemos, lo que se escriba o lo que escribamos. Se esconden datos y vivencias por conveniencia o por olvido. Siempre que escribes una biografía te estás inventando un personaje. Llevo años dedicado a la vida de los otros. Empecé queriendo escribir mis propias novelas, pero las cinco o seis que escribí antes de los treinta y cinco años deben estar criando malvas en el fondo de algún cajón olvidado. No me considero un escritor frustrado. En la vida no se puede llegar a ser más que un eterno aprendiz, y yo aprendo ahora de los demás, y probablemente escriba mucho más de lo que hubiera escrito si hubiera seguido insistiendo con la ficción. Una de las editoriales a las que envié las novelas me citó en su sede de la calle Rivoli de París. Yo ya había celebrado previamente mi fama el mismo día que recibí la carta. Me fui con Monique y los dos o tres amigos más cercanos a celebrarlo por los cafés donde habían brindado los más grandes en una ruta etílica que nos llevó a La Closerie des Lilas, al Café de Flore o a La Coupole. Terminamos borrachos en el cementerio de Montparnasse. Esperamos hasta que amaneciera para llevar una botella de bourbon y unos versos escritos en servilletas a la tumba de Baudelaire. Mis amigos decían que yo sería el nuevo Baudelaire de la literatura francesa. Trataba de explicarles que yo escribía novelas, pero les daba lo mismo. Sólo querían seguir brindando y bebiendo hasta que saliéramos del cementerio. Estuve con una resaca 1
tremenda casi tres días. Cuando llegué a la editorial a cerrar los acuerdos futuros de colaboración aún andaba anímicamente tocado por el alcohol. Me recibió el coordinador de lectores, un tipo con aire británico, atildado e irónico, que se notaba que hacía años que trataba con escritores soñadores e ingenuos como yo. De entrada me dijo que mis novelas no serían publicadas ni en su editorial, ni en ninguna otra editorial más o menos seria. Yo me vine abajo. Estuve a punto de llorar o de salir corriendo para echarme en brazos de Monique. No dio tiempo a que me marchara. Sobre la marcha me ofreció trabajar con ellos como escritor de biografías. Según decía, mi problema estaba relacionado con la ficción. Lo que escribía carecía de verosimilitud. Otra vez me dejó aliquebrado y con más ganas de seguir llorando. Me juré entonces que no bebería alcohol nunca más, y también que algún día ese sabiondo atildado se iba a terminar tragando sus palabras. Ahora llevo ya veinte años escribiendo biografías en la editorial Albour. Empecé con un libro sobre Flaubert y no he parado. Lo que escribo llega a la gente. Da lo mismo que sea un personaje del que se hayan escrito cientos de libros. En aquella entrevista también me recordaron que no todo se acababa en la ficción. Según ellos tenía mucho talento para la escritura. Me ofrecieron contar la vida de otros, partir de argumentos que no tuviera que inventarme de antemano. No me puedo quejar. No llegué a ser Baudelaire, pero sí que escribí una biografía con muchos datos que no se conocían sobre su tormentosa relación con Jeanne Duval. Con el paso de los años ha habido algunos personajes con los que casi me he llegado a obsesionar. No me ha bastado solo con escribir el libro y entregarlo a la editorial. He tenido que seguir averiguando datos de su vida que sé que 2
quedaron muy poco detallados en el libro o en la propia investigación. Podría citar varios nombres, pero quien más me ha quitado el sueño y me ha llevado de un lado para otro tratando de resolver enigmas es, sin duda, Camille Saint- Saëns. Algunas entradas del Diario de Saint Saëns 29 de diciembre 1908 El primer día que llegué a Guía buscando Villa Melpómene encontré a todo el pueblo en silencio debajo de una de las casas. Casi no repararon en mi presencia. Miraban alternativamente hacia la azotea de aquella casa o hacia el cielo que se perdía en dirección a la capital de la isla. Debía preguntar por Anselmo Bautista para que me acompañara a Melpómene. Mis compatriotas, los Ladeveze y Redonnet, le habían pedido que me facilitara todo lo necesario para vivir en la casona que estaba a las afueras del pueblo. Anselmo era el mejor amigo de la familia en Guía. Llegué rendido de tanto cabalgar por caminos polvorientos y de sortear barrancos y precipicios. Me gustó la silueta de Guía vista desde la distancia, pero sobre todo me impresionó la visión del Pico de La Atalaya y del lejano Teide que se encaramaba sobre el mar y sobre el horizonte cuando miraba hacia el Oeste. Los vecinos que estaban debajo de aquella casa esperaban la llegada de alguna paloma con noticias venturosas. De eso me enteré mucho rato después de haberles observado atentamente. Pude ver cómo llegaba una paloma mensajera y cómo todo el mundo se ponía en tensión esperando a que la desanillaran en la azotea de aquella casona 3
enorme que daba la bienvenida al pueblo. El muchacho que fue desenrollando el papel que traía la paloma saltó de contento y dijo que habían ganado doce a once contra el que por lo visto era hasta entonces el mejor equipo de las islas. Todos los que estaban en la calle comenzaron a saltar y a abrazarse, y de repente apareció una banda de música mientras tiraban papeles de colores desde muchas ventanas y azoteas. Se acercaron a la plaza y abrieron la iglesia para cantarle una salve a la Virgen de Guía. Era la primera vez que veía aquella magnífica iglesia y las figuras del imaginero local Luján Pérez. El equipo de Guía se había proclamado campeón de Lucha Canaria, un deporte que entonces no sabía en qué consistía, pero al que me terminé aficionando en las distintas visitas a la isla. Con el equipo viajaban siempre varios directivos y aficionados, y uno de estos últimos llevaba un cajón con palomas mensajeras que iba enviando al pueblo desde la capital con las diferentes incidencias de la luchada. Ese día, debido a la calima y al polvo en suspensión que había en el cielo, no llegó nada más que la última paloma para anunciar la victoria. Las otras tres que había enviado desde Las Palmas de Gran Canaria con los resultados parciales se habían extraviado y a esas horas podían estar volando con números anillados en las patas a cualquier otra isla o al cercano continente africano. 17 de enero de 1909 Llevo dos días sentado al piano. He querido ir más allá de donde sabía. Seguro que ellos no lo entienden, pero siempre ha sido así. No me he conformado nunca con lo que ya domino. Busco nuevos sonidos y nuevas armonías. Aquí 4
escucho los pájaros, y no hay dos pájaros que canten exactamente igual. La música tendrá que cambiar en el siglo que inauguramos. No hay que desdeñar ningún camino. Esto solo lo he estado componiendo para mí. No me hace falta que lo escuche otro para saber si algo vale la pena. He tirado y desechado mucho más de lo que he dado a conocer. Lo que nunca haré será dejarlo en un cajón. No me importa que se encuentren mis palabras dentro de cien o doscientos años, pero nunca dejaré que cualquiera de esos visionarios mitómanos se empeñe en estrenar algo que yo he rechazado. Destrozo las composiciones fallidas el mismo día que las rechazo. La música la llevo en mi cabeza, da lo mismo que no la pase al papel pautado. Junio de 2015. 5