Fantasmas atrapados en su propio duelo



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ALEJANDRO LAVQUÉN Fantasmas atrapados en su propio duelo Primera parte La tardanza del mundo (2007) Segunda parte Donde levantan vuelo las proclamas (1997 2007) ESCRITO ENTRE: SANTIAGO VALPARAÍSO PUNTA ARENAS / CHILE Ediciones Tinta Roja/ Edición en PDF para Internet, enero 2013. Registro de propiedad intelectual Nº 205.553. Fotografía portada: Alejandro Wasiliew.

A la memoria de Dinko Pavlov y Genaro Sandoval

Primera parte LA TARDANZA DEL MUNDO DONDE RADICA LA ESPERA Cargo enigmas y dudas en mi espalda, un mundo donde las escaleras sucumben con una cruz entre sus dientes. Percibo un fracaso visceral en los contornos de la maleza que crece en el camino. Un pensamiento se desbarranca cuando una brújula declama las estrofas de la muerte que no es mi muerte. Un rotundo desvarío se descuelga de los acantilados y se enciende una fogata que niega los verbos y sustantivos que divagan en el aire. Lo hace con palabras silenciosas, como si mi inteligencia fuera burda e insostenible. Pero Voy por el mundo atenta la mirada,/ auscultando otras miradas. (...) Guardo en mi memoria cada palabra, cada frase/ falsa que se me hizo escuchar con apariencia/ de verdad. Si abrieran mi pecho, encontrarían una casa rota y el vuelo de las aves, que no es un privilegio cualquiera. Acaso extramuros desbordando los océanos. La noche se ha recostado a lo largo de la cordillera. Un libro sube al cadalso que levantaron los censores, pero sé escribir en hojas de trigo y humedad, con el dolor de los difuntos que llevo dentro, sin temor a las mandíbulas que acechan a metros de mi carne. Un hombre da las doce y desaparece en las murallas de un poblado fluvial, puede que en alguna de sus calles de madera y arroyos encuentre la voz de las palabras. EL POLEN QUE RENUNCIÓ AL SILENCIO Un dedo que jala el gatillo quiebra la lluvia y a los hombres que contiene el agua Pavel Oyarzún Se desmoronaba la rotunda profecía del miedo cuando las aguas surgieron junto a los frutales y el pan. Fue aterrador el grito en los edificios y alcantarillados. No había puertas ni ventanas que sostuvieran las oraciones Dónde estás?, se escuchaba balbucear a un lamento a lo lejos. Era el eco tardío de los pecadores. No había tiempo ni espacio en la matriz de la ausencia, tampoco piedad en la rutina que destrozó las posibilidades. La ciudad en muerte y la resurrección brotando de la sal. Observé todo desde el origen mientras el Canon de Pachelbel taladraba mis arterias. La albúmina no cesaba de parir luces en las montañas y el Cristo lloraba emocionado ante el resplandor de los hombres. Un destacamento de obreros alentaba las banderas agitándose en los umbrales de los sepulcros. Traían el corazón abierto y una bala clavada en la frente.

FANTASMAS ATRAPADOS EN SU PROPIO DUELO Abandonado a mi suerte, sólo me quedan dos botellas de vino sobre el escritorio. La noche me ha entrado en el cuerpo como una bofetada de hiel. Ha venido como un ultraje a la memoria, girando entre los desvelos y la noción de un extravío. Ha posesionado un rezo sin Dios ni púlpito. Se desliza y aloja en una lágrima que se seca en la distancia. Escucho voces en las veredas, a una mujer en bicicleta frente a la ventana, a las bibliotecas que sacuden el polvo y besan. El amor se ha distraído en las ojeras de la muerte, la basura flota en el aire mientras llueve, dos almas arrebatadas comparten una cena. Es un respiro de la misma historia, se miran a los ojos, penetran sus pupilas. Ella observa, explora, presiente. Él fija la vista bajo la blusa, percibe la brisa que los desnuda. La osadía y el tiempo se escabullen como una fábula entre dos eclipses. Una palabra inexistente, volátil de piel, arde. LAS OLAS ENTRE LOS DEDOS Rostros descoloridos beben la caída del verano en cada trozo de insomnio que transita por los bares. El domingo es un letargo en las esquinas y los anticuarios reflotan en los muros. Buhardillas y ventanas envejecen en la misericordia de los años. La desventura azota el borde de las copas y la ocasión. Una santa llora desconsolada mientras se le quiebra el vientre antes de parir. Por mi parte, tengo los pies alados, un festejo incierto de las olas. La oscuridad se transparenta, las candilejas se suicidan en la penumbra. La muerte atraviesa el puerto en una calesa, recorre El Almendral, clava cruces en los vestigios de una algarabía, seduce a una mujer en el lugar exacto donde los ascensores recogen el viento. El puerto desaparece por un momento, el cielo estalla entre las sombras. EL HOLOCAUSTO EN LA SALIVA La noche se ha estrellado contra un hueso, ha quebrado su mandíbula sobrepasando el tránsito de las balas entre dos verbos que se hieren mutuamente. Nada queda de aquellos motivos cuando las posibilidades y la verdad pretendían la semilla sobre las mesas. La cuchillada traicionera sesgó la raíz y vertió la sangre sobre el río de la ciudad. Es inmenso el vacío, explosivo el camino y la muerte. La incertidumbre y los silencios transitan enloquecidos. Cae la noche, los cadáveres se levantan para volver a morir. Una sensación horrible lapida los sueños de los sobrevivientes, la angustia parece querer escapar de su órbita acelerando a la velocidad de la luz. Es lúgubre la pólvora con sus garras y sonidos que rasgan los asesinatos. Los estómagos se trizan y aúllan. La hierática acumulada cae por los ojos. Los zombis tienen frío de sus tumbas, han regresado para matar Cómo les duele la vida! Ya la noche no tiene lágrimas ni testamento, y quién abra su ventana sólo encontrará soledad, desiertos y cardos de mirada vacía. El descontento golpea las puertas. La miseria se abandona a las cantinas del pueblo, busca su tumba entre las calles. Una espada se sumerge en el mar. Las cenizas se marchitan pues ya no se pertenecen. Las cicatrices se alzan en la cumbre de los pañuelos mientras el firmamento escupe sobre el crimen.

EL RELOJ DE LAS PALABRAS Una penuria que pensaba no volvería a desgarrarse está de regreso, una soledad que antiguamente perturbó mi existencia se repite como golpes de niebla. Tengo frío de amistad, oscuridad de sonrisas. Sólo poseo el semblante de las tumbas abandonadas. El camino que elegí es abundante en maleza y la hoz ha caído de mis manos. A lo lejos escucho los pasos del cadalso que se acerca, el martilleo de las lápidas. Nadie es profeta en el reloj de las palabras. Crecí desolado como las ruinas de una ciudad bombardeada por el olvido, crucificada en la fuente del bautismo. La melancolía es la miel del hambre que no busqué, la sensación que perturba mi horizonte, la llama mortal que retorna. AL FINAL DE UNA CALLE No quisiera exiliarme sin enarbolar mi bandera en tu bandera. Mi voz crece como un campanario a la hora de los rezos, pero no existe eco ni melodía. Me marcho sin el adiós de los abrazos, sin descifrar la escritura oculta en los intersticios de las frases y el incendio, allí donde el vino alucina y muerde. Soy de ciencia y acero, pero se enternecen las matemáticas y el metal cuando sonríes. Mi padre me habla desde su tumba, me azuza la vida y besa, sin saber la hora de esa misma vida. Llegan las explosiones, mi voz que no niega, mi extenso palimpsesto atrapado en un dintel, mi pequeña felicidad, mi madre. Ya no amaré los orgasmos de la muerte, pero tampoco las areolas de la vida. DONDE REZA LA ESPERANZA A la memoria de Louis Amadeo Brihier Lacroix Emile Dubois ancló en Valparaíso una mañana de cualquier instante. Inició los misterios del siglo y la santidad cuando la muerte lo meció en sus brazos aquel año de 1907 Santo o criminal? Hoy su palabra se manifiesta como un manto de favores en los contornos del cementerio de Playa Ancha, como una posibilidad para los empobrecidos de abandono. Permanece su silueta señorial recorriendo las calles del puerto en busca de justicia. Emile Dubois nació con la aventura brotando en la piel, nació transeúnte de lo inverosímil y ganzúa contra el usurero. Batalló en cien oficios pero, por naturaleza, era actor de sus propios actos. Traía lágrimas de niño y reflujos en el corazón, aquél que fulminaron las balas de los gendarmes un 26 de marzo al amanecer. Emile Dubois murió para renacer allí donde reza la esperanza, donde una copa afable recupera los frutos perdidos del pueblo. Donde la plegaria es un instinto y una razón.

ACTA MEMORIAL Nací en Santiago de Chile, a pasos de la frontera entre invierno y primavera, pero mis raíces festejan en el sur, cerca de Río Bueno, en algún lugar de la lluvia sobre los caseríos. Mi pertenencia me indica un puerto sembrado sobre los cerros como luces navideñas, fatigadas a veces, ebrias o lujuriosas, almas tímidas o tristes. Crecí citadino, fugaz y taciturno contemplando las barriadas que se extinguen. Me construí en las canchas de baloncesto, estudié lo justo, pero aprendí las calles con la naturalidad del vagabundo. Encendí neumáticos al norte de la ciudad. La literatura me sumó las mayores dichas cosechando brumas y brotes. Nunca celebré las abstracciones ni capitulé a mis doctrinas, quizá de terco, o tal vez por prudencia, sólo lo sabré cuando resten dos copas y un cigarrillo. Hoy la ciudad me sabe caduca. Escucho canciones en mi interior, no sé de dónde vienen ni adónde van, pero las escucho como si fueran una marea de amantes y de barcos. Es otoño. La brisa regresa de los cementerios, la tarde galopa y cae, se encienden las huellas, me presiento ajeno, se desfloran las últimas nubes y sobre las calles se desliza la noche que apuñala. REENCUENTROS A LO LARGO DE UNA ESQUINA Existía aquel lugar el día que asumimos el adiós, pálidos de reencuentros y refractarios en el lecho. Encumbrados por la avenida de los aromos frente al Bar Cantera, lluviosos en la esquina azul de las ilusiones. Manos en silencio y la vista fatigada de tanta historia, de tantos dobles sentidos, audiencias y respuestas vacías. Mutiladas las auroras y los labios agotados. UN LUGAR DEL MUNDO QUE ARREMETE Y SE EXTIENDE Los sueños que soñé no me sobreviven eran otras las manos que empuñaban la luz. Isabel Gómez Septiembre me conmueve cada año, me ha rasgado la sangre y otras veces acariciado. Se ha tragado esperanzas y en ocasiones regresado las ausencias. Pero lo requiero sin contemplaciones, con la lealtad de los que murieron con un corvo cercenando sus voces. Existe un sabor de madera en los andenes y un tren me llama desde donde crecen niños descalzos. El humo arremolina los cabellos, el viento agrieta las cárceles, una mujer anónima besa los terraplenes, un disparo se incrusta en el sol. Cerca del ocaso se multiplican pañuelos audaces. Los navíos emprenden vuelo y cae un planeta en el lugar que abandonaron los transeúntes de antaño.

EL TIEMPO ERA UNA PALABRA Se han decantado las palabras, se han nevado las vocales. Apuro el tranco entonces y abro un libro. Me invade una metamorfosis que no reconozco. La hija claroscuro de Calíope se atraviesa en mis divagaciones, trae un enigma en su frente, una fotografía que luce con orgullo en su voz. La noche se dilata en la niebla y un cementerio me hace una mueca a la distancia. Enciendo un cigarrillo y golpeo una puerta amiga, me recibe un vaso de licor y una sombra que me dice: Veo que has muerto nuevamente, acaso no te cansas de soñar. ARDE LA SUPERFICIE DE MI MEMORIA Existe un poema que jamás escribiré, no tengo palabras, sólo él las sostiene. Son paisajes interiores, brumosos castillos que aguardan a la muerte, vivas pasiones que estremecen. Lo presentí un día al caer la luna sobre las ruinas de una casona en el campo. Se encontraba entre un bosque de álamos y caminos que sostenían el mar en sus caderas. Alrededor, una ciudad de esas que devoran los sueños, de esas que se incrustan en la modernidad para saciarse con el sudor de los desamparados. No hay proclama sin ausencia, ni tempestades sin tragedia. Tampoco el dolor existe sin haber amado. Aquel poema está latente en algún lugar de las azoteas, desde donde al observar el mundo sólo vemos las banderas del oligarca. Pero a granel suenan las trompetas a la distancia, a granel se escucha la voz de los niños que crecen iracundos. En sus manos cambiará la dirección del viento, en sus manos los sueños tejerán otras banderas. NUESTROS CUERPOS NOS HABLABAN Nos atrapó una tarde de ópalos y albores, desnuda y lenta. Un juego de gestos y tacto. Llegaron las marejadas de la piel, lo más intenso recorriendo los sabores del fuego. Alturas y anagramas como destellos sobre nuestros hombros. Nos atrapó la tarde y la noche abrió los besos, tus manos y mis manos adentrándose. UNA TARDE EN LA ESTACIÓN DE TRENES DE SAN BERNARDO (Texto sobre una fotografía) La antigua estación se refugia entre las ramas y las sombras de los árboles, alimenta tu sonrisa de andenes y lejanos sueños de viajes y pañuelos. El cielo es intensamente celeste al irrumpir el atardecer. Anida la conversación cubriendo de calles nuestra amistad. Un tren se anuncia, una canción se sienta a beber café, la tierra sabe a nostalgia y fumamos. Hablamos de que el mundo es posible cuando se expresa la naturaleza, cuando la poesía es pan y lluvia, cuando sabemos dar a luz las palabras exactas.

LAS CALLES QUE HE CRUZADO Aprendí el vía crucis sin darme cuenta que sangraba desde episodios anteriores. Contuve mis frustraciones y las de quienes rendían culto a la libertad, pasé años hambrientos caminando con el silencio en mis alforjas. Me estrellé tantas veces con la nada, que las plazas y los parques fueron mis únicos amigos. Escuché mujeres indescifrables que narraban historias de bandidos y desengaños: Las he visto cabalgar sobre las estrellas./ Recorrer sus universos, en los que/ se sumergían/ frenéticas tratando/ de besar sus luces,/ fulgores casquivanos de pasajero placer./ Las he visto desdeñar los trigales/ y dormirse en los colores fosforescentes/ de la noche,/ letargos inconsecuentes de vagas pasiones./ Las he visto llorar y añorar/ con lágrimas invisibles,/ llaves celosas de sus secretos y alegorías./ También las he visto lucir coquetas/ frente a Sátiros y Faunos,/ trampas mortales y efímeras/ para los sentimientos inconclusos. El mundo es como un tango, el mejor concepto cuando los andamios se derrumban, cuando los motivos son ilusiones de íntimas ansiedades. Cuando la soledad es enfermedad o simplemente un fracaso. SORPRESIVAS LLUVIAS DE PRIMAVERA El cementerio está más alegre que yo, sus mausoleos y sus estatuas, que algo ignorado me traen a la memoria. Si un día comprendí los signos del arcano, hoy no comprendo los signos que teje la luz. El sol es oscuro y los muertos radiantes, juegan entre ellos y me preguntan por mi descenso. Recuerdo que no regresé, como antaño, a recorrer estas calles llenas de pétalos y promesas, cuando la llovizna del otoño era una esperanza. Inconscientemente reviso mis bolsillos y me doy cuenta que traigo en ellos más dinero que felicidad. Contengo las lágrimas, porque sé que no debo llorar, debo dejarlas morir para poder alcanzar una sonrisa. NAVEGACIONES ENTRE MAREAS NEGRAS Y LUNAS LLENAS Llevo a cuestas las mismas cicatrices que Moby Dick, el capitán Ahab se ha reencarnado en mis sombras. Reclama mi sangre y el templo de mi religión. La tormenta me golpea los tendones. Me acosan los garfios con sus aceros y payasos de afiladas lenguas. Las Sirenas no detienen su canto, pero yo no tengo a mi lado a los tripulantes que aparejaron el navío de Odiseo lejos de las costas y la colisión. Ya no volveré a la ciudad de tus ojos ni echaré anclas en el puerto de nuestras sonrisas. Me he vuelto más transido que ayer, como una voz seca que sostiene una estrella que se desvanece. Los vientos del océano se han enturbiado en mis latitudes y a estribor me observa una Nereida que entona ocasiones y cánticos. Se han dormido las calles de tus ventanas, se ha extraviado la playa de tus inciensos.

RESPUESTA A LA CARTA DE UNA MUJER AUSENTE Sí, aún permanezco impregnado de tus olores tras revolcarnos, esa última vez, en la cama de aquel hotel de tres mil pesos la noche, pero confortable y solitario, alejado de las sospechas de tus otros amantes y de los dominios de tu esposo, que además pretende escribir versos cual si fuera un poeta de tomo y lomo y no lo digo con sorna, sino con simpatía-. He leído tu carta, y haré lo que me pides tras abandonar el andén cuando regreses aquella tarde de un mes, año o muerte que no sabemos: Depositaré mis extremos en tu silencio. Escalaré tus vocablos lujuriosos. Flotaré sobre tus instintos. Caminaré la lluvia que cae de tu frente para apagar mi sed, si ésta aún existiese. LA NOCHE DE ORILLA A ORILLA Están detrás, siempre detrás, con la conciencia arremolinada entre las últimas hojarascas que los presienten. Arrojan las bestias a galope tendido sobre llanuras y siembras, van carcomiendo los cimientos de los ríos como en una hecatombe de vísceras humanas. Tienen su altar en los templos deslavados y espurios. Desde allí emergen cada noche de amapolas para sitiar la bella ciudad de los ensueños. Profanan el mármol de las vírgenes aladas de los cementerios y se recogen al amanecer con los dientes festivos. LA BREVE CUENCA DE ESTA COPA Las madrugadas son breves cuando sopla el viento, arramplando el vino en el cristal. Se desboca el corazón y las sinrazones asesinan los tropismos que sembramos, dejando al descubierto los desvelos que un día llamamos amor. Se defraudan los símbolos y un argumento se agota en su realidad. La brevedad de una copa puede ser eterna, la salvación o la muerte a través de la ordalía. La entrada sin terrores al reino de Dios. TORMENTA Y RESURRECCIÓN Flotaba a la deriva en las aguas ácidas de la muerte, desnudo y malherido. Un sol quejumbroso ardía en mi garganta, mi piel llagada se consumía en cada golpe que anunciaban las torres del Infierno. Allí habría perecido, pero un Hada súbita, que cruzaba el baldío cielo, presintió mi destino. Detuvo su vuelo y cubrió mi cuerpo bajo su blanco vestido, untó mi piel con sus humores maternales usando sus manos y la propia fuente que acercó a mi boca. Mi carne recuperó el entusiasmo y la lozanía de los sabores que ella reconocía en la agitación que la encumbraba. Nos fuimos consumiendo mientras las aguas volvían a la normalidad. Cesaron los golpes, brillaron las pupilas nuevamente. El Hada buscó otro rumbo y emprendió la marcha, llevándose un óvulo envuelto en llamas.

SOPORES DEL ESTÍO Abrí la ventana para oler la frescura que impregnaba el tibio desvarío estival. Permanecí sereno y meditabundo hasta que un aroma sensual despertó mis sentidos. Una mujer desconocida, que jugaba con las flores que la brisa había arrojado sobre la glorieta del jardín, sorprendió mi desnudez. Poseía la mirada de las vírgenes y la cabellera ensortijada. Cerré los ojos y me dejé llevar por extrañas sensaciones. Me cubrió el cuerpo una lluvia de dedos orientados hacia el sur. Un viento vital encendió la noche, desprendió nuestros velámenes dejándonos libres de pecados. Su aliento alimentó mi naturaleza al palpar sus labios. Concentró sus caderas en un sin fin de motivos. Me arrodillé ante ella impulsado por el lenguaje de su muslamen. Exploré sus territorios paso a paso mientras el faro de mi sur nivelaba de luz el horizonte. Nos embriagamos de ardiente lenguaje, de goces al oído abarrancándonos la lluvia. Amaneció sin darnos cuenta, sorprendiéndonos más serenos y meditabundos que los sopores del delirio estival. PENITENCIA DE LA NOVICIA Tras la batalla, salvo el claustro, la ciudad fue arrasada por las llamas. Débora sobrevivió a los invasores, pero sólo tras su conversión prometieron liberarla. Abrazó con fuerza la empuñadura del gentil, olvidando el rito cristiano de sus ancestros. Estaba asombrada de la fuerza irresistible de su pomo, de la envergadura del nuevo Dios. Cada mañana lo visitaba en el altar, retiraba los velos y comenzaba la ceremonia. Su fervor la arrimaba al templo, desatando los sueños prohibidos por su antigua liturgia. Sus dedos blancos se iban ensortijando de extremo a extremo en la severidad de la empuñadura, conquistando la confianza del rey. Y al anunciar el ángelus sus cadencias, Débora allanaba su cintura y acomodaba su adoración a lo largo de la ensenada maternal. Persignándose con ella diariamente para conquistar una libertad que ya no apetecían sus instintos. TRANSEÚNTES DE LAS PALABRAS Creo que aún es hoy el invierno pasado. Creo que aún no pasan todos los inviernos. Úrsula Starke La voz de los espejos retrotrae nuestra época, mordidos y cabizbajos ante las carrozas que nos acunaron. Nacimos con el semblante lúcido pero poco a poco lo fue marchitando el grito de la tierra. Escogimos la palabra como salvavidas, ganando terreno diario a lo inevitable. Aún así, el tiempo nos emponzoñó sus inclemencias. Retornamos cada vez que fue posible, como en un vertiginoso reencuentro con un adverbio sombrío. Muchas ciudades domiciliaron en sus aposentos nuestros afanes, cada sí y cada no que nos hizo más humanos.

LITURGIA Deleitaste la brisa con la sabiduría de una virgen negra, depositando oraciones frente a un sacerdote solar. Nació un país que desató los acordes de tus labios como una ola que besa y desbesa sobre la altura. Aquel templo era una torre en medio de encajes y castillos, alas angelicales y gestos lubricando las mejillas, era un rezo al borde del Infierno. A PLENO FIRMAMENTO El brillo casual de las tinieblas descorrió el velo que enmarañaba su abecedario. Quiso llorar, pero las vocales asesinaron todo intento. Sólo la muerte podría tener el privilegio de secar sus lágrimas ante el mundo, vivaces como un aguacero de partos permanentes. LA TIERRA SE ABRE COMO UN ESQUELETO Junto a la mirada fría de las aguas se atora una ilusión que pierde lastre en su alocada navegación sobre el Estrecho de Magallanes. Deambula una idea mortal en este cementerio, ausente y lluvioso, elevada por el viento hacia otro continente que no es mi continente. Se fractura un latido arterial por la noticia que golpea indiferente encima de los árboles y destino. La escarcha se consume negra y maldecida, con un espolón clavado en su quilla. Los muertos comienzan con la muerte sin muerte. Un día vendrá allí la tardanza de su cabalgata a lo largo de los puertos, vendrá el eco de su voz para tender flores sobre las flores, circulando al garete en la ocasión de los deseos. Se despertarán las llamas de la espera, se escucharán los naufragios de ancestrales timoneles estrellados contra el silencio. Crecerán símbolos extraños en el origen de la ansiedad; algo súbito en las manos, que debieran ser otras manos. Se formalizará un regreso que nacerá y morirá en estos mismos parajes cuando los recuerdos sean redención en los recuerdos, cuando el viento corte la carne y sólo encuentre un cadalso y una hoguera. TODO LO TOCADO POR LA LLUVIA De tanto, nada, a pesar de la cercanía de sus luces sin guiños profundos a otras luces. De tanto, tuvieron todo entre sus manos, aunque traían en ellas el dolor siniestro de los falsos. Hoy se ha extendido la aurora sobre sus cabellos, pero no logra nido en su morfología. Aquel mundo es para otros mundos, no tiene mérito para aquellas profundidades, tampoco la oportunidad que tuvieron los acechantes. Existe en sus pupilas como un ámbito de grietas y cuestionamientos, visible únicamente cuando todos huyen y sólo queda su transparente compañía. Por eso, jamás será solitaria en un territorio que no comprende sus rutas, y que, a pesar de cualquier dolor, logra una sonrisa para la incierta lejanía. El tabaco es lo único que besa las comisuras.

DE NOCHE EN LAS CALIGRAFÍAS (Evocación de la habitación número tres del Hotel Hain) Bajaron sin aviso desde las refaccionadas paredes prostibularias, vestidas de neón y fantasmagóricas. Deseaban beber los antiguos sabores que les robó la muerte. Se deslizaron por la habitación e iniciaron el rito de los labios, los acordes del fuego ritual que encendían las antiguas diosas de los lupanares. Transmitían sus instintos en silencio, atizando la duermevela. El viento azotaba la ventana y el clímax en vigilia sucedía. Ocurrió casi al amanecer, a la hora en que los sueños son más intensos que la muerte. PUNTA ARENAS AÑO 2057 entre el ser y la nada entre el llanto inicial y ataúd Dinko Pavlov Me levanto, enciendo un cigarrillo, bebo café. Desaparecieron los años impares de la primera década del siglo, pero el Estrecho de Magallanes sigue arrojando ráfagas contra el antiguo ventanal. Ya no recuerdo cuánto tiempo ha transcurrido desde que estos territorios me trajeron de regreso. He sobrevivido por casualidad, para ser el último viajero de muertes lejanas. LA CALLE ESTÁ VACÍA Y CLARA En memoria de Rodrigo Cisternas, trabajador forestal Una bala atraviesa el corazón de quien busca pan para sus hijos. La forestal Arauco acuna los dólares y el crimen, depreda la savia y florece la muerte. La sangre del obrero es un fertilizante más de la codicia. El dinero ceba las billeteras del empresario y los trabajadores se duermen en la arboladura de las pulperías que renacen en las tarjetas de crédito. La calle está vacía y clara, alerces y lengas sucumben tal como sucumbe la vida de Rodrigo Cisternas. EPITAFIO DE UN TORTURADOR Tres funcionarios y un sacerdote depositaron el cadáver al pie de los gusanos. Osvaldo Romo verdugo y traidor. El sacerdote Juan sintió vergüenza y ocultó su nombre, adormeció su memoria y no recordó las palabras de Dios, pudriéndose los testículos del torturador.

LA INFAMIA ACOSANDO EL LENGUAJE No era el Areópago de la digna Hélade, ni la casa de la bella meretriz del asombro, tampoco el festejo del verbo ni la bala del valiente. Era la desvergüenza y la querella del sombrío diletante. Pero nada quiebra las verdades cuando arremete la justicia en su esplendor. Allí me encontraba, frente a las puertas de las prisiones, sereno en el estrado, con Úrsula en solidaria compañía. El frío roía las calles y las alimañas se encumbraban en las murallas de los tribunales, exactamente a las once de la mañana. Querían robarme el laurel y la osadía, restregar en mi semblante la palabra perdón. Pero la transparencia no es un insulto, es una certeza en el centro de cualquier palabra. La batalla fue triunfada. BITÁCORA DE UN COSMONAUTA Nunca el hombre está vencido. Su derrota es siempre breve. Patricio Manns Regresé casi al fin del holocausto, venía de un planeta donde la cordura encarceló al espanto. Partí un día de ensueños a explorar las galaxias, degusté las razones de lo inagotable, bebí jugo de lunas en la copa de las ecuaciones, busqué la fe de los hombres en todos los espacios, en todos los tiempos, y sólo hallé átomos interminables, civilizaciones a raudales: multiformes, durmientes, vocingleras, altísimas y cavernarias. En la cuarta centuria de mi viaje viré en espiral, perdiéndome en la velocidad devoradora de un año-luz, di vuelta por los espasmos satelitales, recogí a una mujer de geométricas cadencias en la ruta de los cometas. La leche de la Vía Láctea se secaba. El ojo de un asteroide escudriñó mi nave como queriendo contabilizar los siglos en el fuselaje. Todo es materia: el vacío, el cuerpo, el pensamiento deambulando sobre una almohada de ilusiones; nuestra búsqueda, incrustada en el troquel de las estrellas, nuestro origen de agua. El materialismo dialéctico tenía la razón. Viví más años de los que tengo, habité un planeta por fin habitable, fui testigo de los meteoros fugados de las llamas, emprendí el retorno cuando aún era eterna la longitud del universo, la Tierra vomitaba gases como una chimenea saturada por la industria de la demencia. Escuadrillas de mutantes bombardeaban la nada, enloquecidos en sus vuelos macabros, sin luz, sin aire, sin rostro humano. Un horror quirúrgico azotaba las ciudades, el morral de la historia colgaba en el apéndice de las catacumbas electrónicas, los autoelegidos de siempre lo habían logrado. Aquí dejo mi testimonio, en órbita indefinida. Alguna gota de mar se habrá salvado, confío en ello. Algún día tocará mi puerta, trayendo espigas en su boca, lo sé, aunque hoy sea hora de callar.

ARMAGEDÓN (o un sueño recurrente) Ingresé por la puerta lateral. Evadiendo centinelas de gangrenadas estampas endilgué hacia donde todo y nada, como campanario histérico, se revuelcan. Frente a mí, despertó un templo que era más que un templo, púlpito, hileras de bancas, Iglesia, segundo piso, un cine o quizá un anfiteatro, tal vez los dos. Atrás, un cementerio con estatuas y bosques distribuidos cual diabólica maqueta, sin fin, sin siglos, pero no, todo tiene fin No es así? Escapé entre tropezones y cámara lenta, me desdibujé en la vegetación cetrina de un cerro con senderos de tierra y escaleras de mármol, custodiadas por aristocráticos pastizales, mezcla de cerro Santa Lucía y barriada antigua de adoquines. Me descolgué por un puente hasta caer en el lecho del camino, una cadena de piscinas llena de gente conocida y horribles peces, estúpidamente se divertían. Subí otro cerro, en una estación de vidrio y metal fundido, un tren y un carro de metro disputaban túneles, un autobús me paseó por extrañas poblaciones, bajé del tren, en una camioneta blanca, velozmente, crucé una costanera, un mar plácido mecía gigantescos barcos negros y rectangulares, saturados de mástiles y alambres. Di vueltas por las avenidas como en un país extranjero, no entendí el idioma ni los colosales monumentos. Nuevamente segundo piso, cantinas y baños mohosos llenos de hombres sin rostros dentro de un gigantesco y cadavérico circo de piedra parecido a un estadio, subidas y bajadas de un edificio en ruinas, encuentros y escapes. Recalé en una playa inmensa seguida de otras pequeñas, un maremoto levantó las arenas, enfrenté extensas llanuras y abrí una puerta, doblé en un callejón, internándome en calles que algo confuso me recordaba, una plaza grande y concurrida, quizá de un extinguido planeta o pueblo o ciudad, no lo sé, otra plaza pequeña y solitaria, cuadrada, rodeándola cuatro calles en cada esquina. Una armería salió a mi paso, entré y saqué una espada. Dentro de un parque cubierto por la altura de la torre de Babel caminé sin cesar, siempre entre tinieblas. Desde una ventana un balneario junto a un lago-río se dibujaba, un viento azotó los techos y derribó la puerta de catedral con figuras talladas en la cruz, una mujer inconclusa observaba desde su asiento de hierro, quedé tieso, inmóvil, como cataléptico desesperado, un remolino furioso del viento me levantó, sacándome por el umbral hacia el amanecer. Detenido en el tiempo y a duras penas tomé la espada, en un monte cercano, una risa estrepitosa calaba la noche, al pasar, los vi, algo me detuvo, era el tío de sombrero de copa y frac, con su cuerpo de macho cabrío disfrutando entre las llamas. A su lado, en postura de ramera, la sociedad capitalista se masturbaba con un tridente y una cruz. Mientras ésta babeaba, pude ver, entre sus fauces, agitarse a muchos hombres calcinados. Desperté en medio del océano, en un bote a la deriva, en mi mano aún sostenía la espada.

Segunda parte DONDE LEVANTAN VUELO LAS PROCLAMAS ALGUIEN LLEGA EN LA NOCHE Entra sin golpear y me dice: Disculpa la tardanza, he muerto y no lo sabía. Anduve en un país lejano que no reconocen los mapas ni el idioma de nuestros antepasados. La lluvia fertilizó mi rostro muchas veces antes de parir mi lenguaje una razón en lo cotidiano. Aún era un niño cuando escuché por primera vez que amor y desengaño son dos alas con opuestos destinos, que la semilla que brota desde la piel ansiosa de caricias puede ser lágrima o flor. Milité junto al arado y a la sublevación de un pueblo que continúa esperando su plusvalía. Así fui forjando la dinastía de mis sentimientos en tanto mis ojos grababan cada página de los libros que me concedió la aurora. Un día de extramuros me interné por un sendero que creí conducía al Edén, pero sólo era el sueño del cual me hablaron mis padres antes de morir soñando que en el mundo había esperanza. Me estremecí entonces y lloré sobre sus sepulcros sin comprender los signos de la muerte. Antes de llegar hasta tu habitación pernocté muchas veces en lo árido de un beso, en la sensación de la soledad enseñando sus fantasmas. Sólo la foresta y el lenguaje de las raíces lograron que mis razones escalaran hasta la sonrisa de los valles. Allí encontré al indígena y al campesino bebiendo del mismo manantial. Estreché sus manos y me alimenté de la madera y la flor, de la lluvia y del vocabulario de las montañas lúcidas e inmemoriales.

GÉNESIS EN EL BÍO-BÍO I Vinieron del cielo con su corazón azul para poblar vegas y ríos, montañas, bosques y volcanes. Traían en su garganta el idioma de Wenu Mapu, que sería el mismo de la humanidad. Conocían el lenguaje de los animales y de los árboles, del viento y del agua. Chao Kalfú y los buenos espíritus se habían entristecido al observar un mundo de páramos y desolación. Con la espuma blanca del cielo amasaron a los nuevos padres y besaron sus frentes, pues temían abandonar el firmamento. Pero Chao Kalfú dijo su palabra: Cuándo canten muchos hombres sobre la tierra, ustedes volverán arriba y brillarán. II Abrazaron la tierra y se vistieron de azul, recolectando el sabor que ofrecían los valles y el mar. Convivieron con las aguas y lo sólido, con la lluvia y el sol en armonía, hasta que la lucha entre Cai Cai y Tren Tren fue feroz y las aguas cubrieron la tierra. Los hombres escaparon a los cerros para luego regresar los que sobrevivierona repoblar cuencas y riberas. III Abajo había más peces y piedras, más paciencia, más bosques y vidas seculares, el Nguillatún y la calma. Arriba, los antepasados corrían por Wenu Leufú tras el choique, marcando la Cruz del Sur en el horizonte. Vinieron del cielo, y un día volverán a ser estrellas.

OVALLE EL NAVEGADO (En memoria de su tripulación) Aquí el frío se ha vestido de luto y yo estoy tan contenta con irme yendo a ver el mar. Karen Hermosilla Tobar Una bombilla se cimbra sobre la puerta desgastada por la lluvia, sus colores quedaron atrapados en el oficio de cada noche, cuando las borracheras exploraban las entrañas de las prostitutas y el olor de los vagabundos enmudecía las mesas de la cantina más pendenciera del puerto. Hoy las ruinosas murallas sólo conservan garabatos indescifrables, allí le cortaron la garganta al travesti Toledo y la gorda Clorinda perdió la virginidad a los cuarenta y cinco años tras enredarse en la sotana del capellán de la marina. Fueron años de corsarios y naufragios, de besos fugaces y de sombras, cada tiempo y cada historia golpeó la sangre y los fluidos. Las razones y sinrazones fornicaban con tristeza en las esquinas, como queriendo expurgar los pecados de los apóstoles. Hubo noches de tormenta y risotadas de otros continentes, amores sacrílegos estrellándose contra el oleaje de la vanidad. Habitaron sus recodos estibadores y cafiches, marineros de otros mundos, mecheras de oficio permanente y más de algún poeta ceniciento que bebía sus nostalgias. Empleados públicos y otros desahuciados siempre tenían un hombro donde llorar. Codiciosos jugadores encontraron las estrellas y otros tantos viajaron de improviso al cerro Panteón, donde el azar es una jugada de Dios. Setenta años justos navegaron los tripulantes de encendidas guitarras y canciones, sin principio ni fin a lo largo de flores y cuchillos, de banderas y religiones.

BRECHAS DE UN VIAJERO La lluvia se instala en mi garganta mientras la tierra me parte los ojos. Daniela B. Tapia Con el corazón extraviado, pero con una razón en los sustantivos, abrió un nuevo camino en el horizonte, abandonó los lugares que lo acogieron, escupió sobre el veneno que acólitos malversadores arrojaron a su paso y cerró ventanas y puertas. Poco a poco descifró las cofradías y preparó el acero, contó los cigarrillos que lloraban la muerte en sus ansiedades, debió perecer hace siglos pero los cementerios fueron sus aliados. Descubrió que había ánimas una tarde en Montegrande, cuando el viento le habló al oído. Cuatro caminos dialogaban a los lejos, como en una pesadilla recurrente, surgían cadáveres, un revólver estallaba antes de ser gatillado, una amapola señalaba una encrucijada, un pétalo rasguñaba las oraciones y un navío zarpaba hacia Estambul. Las distancias agonizaban, un tren se soñaba, el vino era un entusiasmo, el sol quemaba las lámparas, los somníferos se anidaban en el amanecer, se percibía un pueblo extraño al pie de la cordillera, algo así como un pronóstico o el llanto de un niño. EL CAMINO no soy yo la que los llama, son su perdida sed de ser. Cristina Chain Sin saber adónde vamos ni si llegaremos, abandonamos el pecho de la madre. La encrucijada es permanente, las azoteas, los péndulos, cada lágrima y cada risa que se nos atasca en el camino. El amor puede ser ángel o demonio, nunca indiferente. Las ventanas y las puertas la salvación o el sepulcro. Sólo la lluvia es impredecible alrededor del mundo, las olas y el sabor de un beso.

RAÍZ El agua habla, la tierra sonríe, como si los holocaustos del ser no hubiesen habitado nunca la derrota ni el ocaso. Los dioses jugaron su suerte a las cartas y apostaron mal. La humanidad los sobrevive y los seguirá sobreviviendo en cada golpe de arado y de andamio. Permanecerá el vigor de la sangre que anidó en la memoria, los nombres de los huesos que olvidaron los dueños del látigo y la cruz. El agua habla y retorna a su cauce, la tierra sonríe y da vida al huerto que se cobija en el útero de la memoria. HORAS ANTIGUAS DE HOY la tentativa de entonces era la tentativa que hoy también grito Pavella Coppola Palacios En un ángulo del viento, un estrado. En la ribera del río un pueblo, sus calles y mi edad bajo la lluvia. En el recuerdo, un rostro y la ciudad que se distancia. Algo prematuro se anidó en mi dialecto al comprender los signos de las torres ancladas en el río. Las esquinas del reloj se encabritan como un caballo desbocado en las horas antiguas de hoy. Desnudo volveré a la tierra, cuando un imprevisto golpe de campana ajuste los horarios de la muerte.