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1 0 D E M A Y O D E 2 0 1 0 Los gigantes del mar amazónico En 1972 se descubrió en Venezuela un caparazón de tortuga casi completo, de 2,35 metros de longitud y 1,85 de anchura, que con algunos otros restos fósiles fue asignado a una nueva especie de tortuga, bautizada con el nombre de Stupendemys ( galápago asombroso ). Se estimó que el ejemplar habría medido en vida más de tres metros y medio de longitud, y habría pesado unas dos toneladas. En 1992 se descubrió en el mismo yacimiento una caparazón aún mayor, de 3,3 metros de largo y 2,18 de ancho, lo que corresponde a un animal de 5,25 metros de longitud y seis toneladas de peso. Hace unos 10 millones de años, en el Mioceno, América del Sur era una isla, rodeada por los océanos Atlántico y Pacífico. El oeste de lo que hoy es la cuenca del Amazonas estaba ocupado por un mar interior poco profundo de aguas cálidas, llamado mar de Pebas. El mar de Pebas albergaba una rica fauna de peces, tortugas, delfines y manatíes; estaba alimentado por grandes estuarios de ríos procedentes de la joven cordillera de los Andes, situada al oeste y formada entonces por volcanes y pequeñas montañas. Mucho más tarde, con la elevación de los Andes, los sedimentos aportados por esos ríos cerraron la cuenca del mar, y esos animales quedaron aislados; sus descendientes, como el delfín rosa, el manatí del Amazonas y la tortuga arraú, pueblan hoy en día las cuencas fluviales del Amazonas y el Orinoco. En las tierras que circundaban el mar de Pebas, cubiertas de selvas húmedas, pantanos y sabanas inundables, vivían gliptodontes y perezosos gigantes, extraños ungulados hoy desaparecidos, roedores, marsupiales y otros animales. La región del mar de Pebas albergaba una gran variedad de cocodrilos, una docena de especies de costumbres y tamaños muy diversos. Había cocodrilos terrestres, costeros y acuáticos; unos se alimentaban de grandes presas, otros de peces o de invertebrados; incluso algunos eran hervíboros. Entre estos cocodrilos, tres especies sobrepasaban los diez metros de longitud: Gryposuchus, Mourasuchus y Purussaurus. Gryposuchus, que puede llegar a las dos toneladas de peso, es un enorme gavial, un cocodrilo de costumbres acuáticas, con el hocico largo y estrecho, especializado en la captura de peces. Mourasuchus, de doce metros de longitud, también vive en las aguas del mar de Pebas. Su cabeza es ancha, plana y alargada. En la garganta tiene un saco dilatable, como los pelícanos. Con sus delicadas mandíbulas, equipadas con decenas de dientes cónicos, filtra las aguas del fondo del mar y de los ríos que en él desembocan en busca de pequeños invertebrados. El mayor de todos, Purussaurus, es un caimán de más de doce metros de longitud y quince toneladas de peso. En pie sobre sus cuatro patas, el cuerpo de Purussaurus tiene una alzada de 1,80 metros. Sólo la cabeza mide más de metro y medio de largo. Las mandíbulas, muy fuertes y engrosadas, alojan setenta y seis dientes de hasta diez centímetros de longitud. Purussaurus vive en los estuarios del mar de Pebas, y se alimenta de grandes mamíferos, tortugas, peces y otros cocodrilos más pequeños. Con sus fuertes mandíbulas puede romper los huesos y los caparazones más duros. Para protegerse de semejante depredador, algunas especies han crecido hasta tamaños desmesurados. Allí, en las aguas tranquilas del mar de Pebas, vive también la mayor tortuga conocida, Stupendemys. Stupendemys pertenece al grupo de los pleurodiros, tortugas que pliegan el cuello lateralmente y que hoy en día sólo se encuentran en el hemisferio sur. Es una tortuga acuática. De crecimiento lento, a lo largo de décadas Stupendemys puede alcanzar más de cinco metros de longitud y seis toneladas de peso. Sólo el caparazón, bastante aplanado como corresponde a una tortuga acuática, mide más de tres metros de longitud y cerca de dos de ancho; está formado por dos capas externas de hueso macizo con una capa interna más porosa que le confiere cierta ligereza sin perder resistencia. Stupendemys es una tortuga de movimientos lentos y torpes, que pasa gran parte del tiempo bajo el agua, y sólo sale a tierra firme para desovar. Durante sus largos años de crecimiento, antes de alcanzar su tamaño máximo, Stupendemys no está libre de los ataques del gigantesco Purussaurus. En la arena de una playa, en uno de los grandes estuarios que desembocan en el mar de Pebas, una tortuga hembra acaba de enterrar sus huevos. Torpemente, regresa al agua, donde se encuentra más en seguridad. De pronto, de entre las sombras surge el enorme caimán. Alcanza trotando a la tortuga, y sus fuertes

mandíbulas se cierran sobre los cuartos traseros de su presa. Los dientes del caimán han cortado limpiamente el caparazón; sin embargo, la tortuga ha conseguido escapar al agua. Ha perdido una pata, la cola y parte del caparazón, pero, esta vez, sobrevivirá. Se han encontrado caparazones de tortuga con marcas de los dientes de Purussaurus; uno de ellos, con una herida de 60 centímetros, muestra signos de cicatrización, lo que significa que la tortuga, a pesar de haber perdido una pata y la cola, sobrevivió. 2 8 D E J U N I O D E 2 0 1 0 La triste historia de la vaca marina de Steller En 1732, la emperatriz Ana de Rusia encomendó al explorador danés Vitus Bering una expedición al extremo oriental de Siberia, con el objeto de explorar y cartografiar la región y buscar una conexión continental de Asia con América del Norte. La expedición, formada por los barcos San Pedro y San Pablo, zarpó de Petropavlovsk, en Kamchatka, en junio de 1741. Sólo seis días más tarde, una espesa niebla separó a los dos navíos. El barco de Bering, el San Pedro, llegó a Alaska a mediados de julio. En el viaje de regreso, con gran parte de la tripulación afectada por el escorbuto, las continuas tormentas acabaron por hacer naufragar al San Pedro en las cercanías de una isla deshabitada, hoy conocida con el nombre de isla de Bering, la mayor de las islas del Comandante, situadas en el suroeste del mar de Bering. Era el 4 de noviembre de 1741. En las costas de la isla vivían unos enormes animales marinos semejantes a grandes focas con cola de ballena, nunca antes vistos, que el naturalista de la expedición, el alemán Georg Wilhelm Steller, identificó como pertenecientes al orden de los sirenios, el grupo que comprende los manatíes y el dugongo. El animal, bautizado con el nombre de vaca marina de Steller, medía entre seis y ocho metros de longitud y pesaba entre ocho y diez toneladas. el animal nunca sale a tierra, sino que siempre vive en el agua. Su piel es negra y gruesa, como la corteza de un viejo roble [...] La cabeza, en proporción con el cuerpo, es pequeña [...] No tiene dientes, sino sólo dos huesos blancos y planos, uno arriba y otro abajo [...] Estos huesos eran en realidad unas placas córneas con las que la vaca marina arrancaba y trituraba las algas y otras plantas acuáticas de las que se alimentaba. La piel, lisa en el lomo y muy arrugada en los costados, tenía un grosor de tres centímetros, y cubría una capa de grasa de más de veinte centímetros de espesor. De color pardo negruzco, a veces con manchas o franjas blancas, estaba casi desprovista de pelo, aunque en la parte interior de las aletas y alrededor de la boca presentaba abundantes cerdas rígidas de color blanco de hasta doce centímetros de longitud. Las patas delanteras, en forma de aletas, eran cortas en relación con el tamaño del animal, y se situaban verticalmente debajo del cuerpo; medían poco más de sesenta centímetros de longitud, y carecían de dedos, garras o uñas. El extremo de estas aletas, en forma de gancho, estaba endurecido, y le servía para caminar por el fondo marino en las aguas someras en las que vivía. Los orificios nasales eran pequeños, y se situaban en el extremo del hocico. Los ojos, pequeños, redondos y negros, estaban situados a media distancia entre el extremo del hocico y el oído, y estaban dotados de un tercer párpado o membrana nictitante. Carecía de pestañas y de orejas; los orificios auditivos eran diminutos, pero el oído interno era grande, lo que indica que su sentido del oído estaba bastante desarrollado. La vaca marina de Steller vivía en manadas, flotando en las aguas poco profundas ricas en algas cercanas a la costa, a menudo en las desembocaduras de los ríos para disponer de agua dulce para beber. Nadaba con lentitud, y era incapaz de sumergirse por completo. Los ejemplares jóvenes permanecían en el interior de la manada, rodeados por los adultos. La vaca marina pasaba la mayor parte del tiempo alimentándose o descansando. Con su cuello flexible podía pacer en un área bastante amplia sin mover su pesado cuerpo; para ello, era capaz de mantener la cabeza sumergida hasta cinco minutos. Los profundos sonidos respiratorios que seguían a estas apneas eran los únicos sonidos que hacía, aparte de los fuertes gemidos que emitían los animales heridos.

Era un animal monógamo. Las parejas se apareaban a principios de la primavera, y las hembras alumbraban un solo cachorro, generalmente a principios del otoño. Las hembras amamantaban a su cría con un par de mamas situadas bajo las axilas. En invierno, la comida escaseaba, y algunas vacas marinas adelgazaban hasta el punto de que las vértebras y las costillas se hacían visibles bajo la piel. La vaca marina de Steller era un animal muy manso; un hombre o un bote podían entrar en una manada sin ninguna reacción por parte de ésta. Los supervivientes del naufragio del San Pedro descubrieron que el animal se dejaba cazar sin dificultad, y que su carne, fácil de preparar y de conservar, era deliciosa, parecida a la de vaca por su textura y sabor. La carne de los individuos adultos no se distingue de la de vaca y la grasa [...] es [...] dura, granulosa y blanquecina [...] cocida supera en suavidad a la mejor grasa. La abundante grasa, de sabor semejante al del aceite de almendras, servía para cocinar y como combustible para las lámparas de aceite, ya que se quemaba sin producir humo ni olor; la leche se podía consumir directamente o transformada en mantequilla, y con el cuero se podían fabricar botas, cinturones y canoas. Durante el invierno de 1741, casi la mitad de la tripulación del San Pedro murió del escorbuto, incluido Bering. Con la llegada de la primavera, los supervivientes construyeron un nuevo barco, con el que zarparon el 14 de agosto de 1742. El barco, cargado de pieles de nutria marina y de carne salada de vaca marina, llegó a Kamchatka tres semanas más tarde. Las noticias sobre la recién descubierta isla, poblada de nutrias con valiosas pieles y de vacas marinas de carne deliciosa, fomentó la multiplicación de las expediciones de caza que iniciaron la colonización rusa de Alaska. Los barcos peleteros, que zarpaban de vacío de Kamchatka, se aprovisionaban de carne y grasa de vaca marina en las islas del Comandante antes de seguir viaje hacia las islas Aleutianas y Alaska. Debido al enorme tamaño de las vacas marinas, y a la dificultades para sacarlas del agua, sólo se recuperaba una de cada cinco piezas, y en muchas ocasiones los marineros se contentaban con arrancar unos pocos trozos de carne del animal y dejar que el resto se hundiera en el mar. Así, a pesar de que en 1755 se prohibió su caza, para 1768 la vaca marina de Steller se había extinguido, sólo veintisiete años después de su descubrimiento. Los sirenios son los únicos mamíferos acuáticos hervíboros, y junto con los cetáceos, los únicos adaptados completamente a la vida acuática. Son animales grandes, con el cuerpo fusiforme e hidrodinámico. Sus patas delanteras se han transformado en aletas, y las posteriores han desaparecido o están reducidas a vestigios óseos invisibles desde el exterior. No tienen aleta dorsal, y la cola es una aleta horizontal. Carecen de glándulas sudoríparas, y amamantan a sus crías con un par de mamas situadas bajo las axilas, igual que los elefantes, que son sus parientes más cercanos. El orden de los sirenios comprende en la actualidad cuatro o cinco especies (según los diferentes autores): el dugongo o dugón (Dugong dugon), de tres a cuatro metros de longitud y novecientos kilos de peso, que vive en las costas tropicales del océano Índico y del oeste del océano Pacífico; y las tres o cuatro especies de manatíes, que alcanzan hasta cinco metros de longitud y una tonelada y media de peso, y habitan en aguas litorales, ríos y zonas pantanosas del Atlántico tropical: el manatí del Caribe (Trichechus manatus), el manatí africano (Trichechus senegalensis), el manatí del Amazonas (Trichechus inunguis) y el manatí enano (Trichechus bernhardi), que a veces se considera una subespecie del manatí del Amazonas. Pero hace menos de 250 años existía aún un sirenio que dejaba pequeñas a las especies actuales: la vaca marina de Steller (Hydrodamalis gigas). En la antigüedad, el área de distribución de la vaca marina de Steller era mucho más amplia, y se extendía desde las costas de Japón hasta las de Norteamérica. Su gran tamaño era una adaptación a las aguas frías en las que vivía. Probablemente, la expansión de los pueblos aborígenes en Asia y América arrinconó a la especie hasta su último refugio de las islas del Comandante, que permanecieron deshabitadas hasta su descubrimiento en el siglo XVIII. En el momento de su descubrimiento, la población total de la especie era ya muy baja, lo que precipitó su rápida extinción. Además de la caza directa, es probable que la caza de nutrias marinas también influyera en la desaparición de la vaca marina de Steller: la nutria marina se alimenta de erizos de mar, que se alimentan de algas. Así, la caza intensiva de nutrias marinas provocó la proliferación de los erizos de mar, que privaron a la vaca marina de su alimento.

A pesar de su tamaño, la vaca marina de Steller no era el mayor sirenio que ha existido. Un pariente próximo, Hydrodamalis cuestae, que vivió en las costas de California, Baja California y Japón en el Plioceno, hace entre 5,3 y 2,6 millones de años, alcanzaba los diez metros de longitud. 2 6 D E N O V I E M B R E DE 2010 Tyrannosaurus rex, el dinosaurio más popular Hace unos sesenta y cinco millones de años, a finales del periodo Cretácico, los dinosaurios se habían extendido por todo el mundo y estaban en pleno apogeo. En los exuberantes bosques subtropiales del oeste de América del Norte, manadas de dinosaurios herbívoros vagan entre helechos, cícadas y coníferas; desde pequeños bípedos corredores hasta enormes dinosaurios cuadrúpedos, entre los que abundan los hadrosaurios o dinosaurios de pico de pato, los dinosaurios acorazados como el anquilosaurio, y los ceratopsios, dinosaurios cornudos como Triceratops. Diversas aves con dientes vuelan de rama en rama, y enormes pterosaurios surcan el cielo. Durante la noche, protegidos por la oscuridad, los pequeños mamíferos salen de sus escondrijos. Hay una gran variedad de dinosaurios carnívoros de tamaño medio, pero el depredador más grande de la región es sin duda el tiranosaurio, un dinosaurio bípedo de hasta cuatro metros de altura y casi trece metros de longitud, que pesa algo menos de siete toneladas. La cabeza del tiranosaurio es enorme. El cráneo, más alto que ancho, puede medir hasta un metro y medio de longitud, y presenta grandes aberturas que reducen su peso y sirven como puntos de apoyo para los poderosos músculos de las mandíbulas. La cabeza es ancha por detrás, pero más estrecha en el hocico; los ojos se dirigen hacia adelante, lo que confiere al animal una buena visión binocular. También el oído y el olfato son buenos. Los dientes son largos, serrados y curvados hacia atrás, y se mudan periódicamente; en la mandíbula superior, los dientes delanteros están especializados en cortar; planos por detrás y redondeados por delante, con crestas de refuerzo a los lados, tienen el extremo cortante recto, como un cincel; están muy juntos, y cada uno mide unos dos centímetros y medio de ancho. Los otros dientes son puntiagudos y de sección redondeada, para desgarrar la carne; son más grandes en la mandíbula superior y en la parte trasera de la inferior; el diente de tiranosaurio más grande que se ha encontrado hasta la fecha medía unos treinta centímetros incluyendo la raíz. Las mandíbulas del tiranosaurio tienen fuerza suficiente para triturar huesos, y pueden arrancar decenas de kilos de carne de una dentellada. El tronco del tiranosaurio es corto y macizo; el cuello, también corto y musculoso, se curva en forma de S, hacia arriba y hacia delante. La piel está cubierta por un mosaico de escamas. Muchos huesos del tiranosaurio son huecos, para reducir el peso del animal sin pérdida apreciable de resistencia. Las patas delanteras son muy cortas, tanto, que no llegan a la boca. Sin embargo, son muy musculosas: entre las dos pueden levantar un peso de unos trescientos kilos. Cada brazo mide sólo un metro de longitud, y termina en dos dedos separados provistos de garras. Las patas traseras son largas y fuertes, con tres dedos que terminan en garras redondeadas. Sus voluminosos músculos se extienden hasta la base de la cola, que es larga y gruesa para equilibrar el peso de la enorme cabeza. Cuando camina, el tiranosaurio mantiene el cuerpo y la cola en posición horizontal, aunque puede erguirse si es necesario. Es un buen marchador, y recorre largas distancias en busca de comida. Alcanza una velocidad punta de unos cuarenta kilómetros por hora, aunque no puede mantenerla mucho tiempo. Como muchos depredadores, es un animal oportunista, que lo mismo caza sus presas que se las roba a otros depredadores más pequeños o se alimenta de animales muertos, incluso de otros tiranosaurios. Su fino olfato le permite localizar la carroña a grandes distancias. Cuando caza, sus presas favoritas son los dinosaurios de pico de pato, con menos defensas que los cornudos ceratopsios y los anquilosaurios acorazados. Oculto entre los árboles, acecha a sus presas y se lanza sobre ellas a toda velocidad con las mandíbulas abiertas, como un tiburón. Los fuertes dientes, el cráneo macizo y el musculoso cuello absorben el impacto. Los tiranosaurios viven en grupos familiares con un gran número de ejemplares jóvenes. Los pequeños tiranosaurios aprenden de sus padres mientras están bajo su protección. En sus primeros años de vida, tras salir del

cascarón, su crecimiento es lento: a los dos años, un pequeño tiranosaurio sólo pesa treinta kilos; a los doce, aún no ha llegado a la tonelada. A partir de esa edad, el crecimiento se acelera, y llega a ser de hasta seiscientos kilos por año. Los tiranosaurios jóvenes son más esbeltos y más veloces que sus padres, y cazan animales más pequeños; también pueden ayudar a sus padres en la caza de grandes presas, sembrando el pánico en las manadas de herbívoros, acosando y aislando a los individuos más débiles y conduciéndolos hasta el lugar donde los adultos aguardan emboscados. Hacia los dieciséis o dieciocho años, coincidiendo con la madurez sexual, el crecimiento del tiranosaurio vuelve a frenarse. Es entonces cuando el joven, con un peso de entre tres y cuatro toneladas, abandona a su familia para buscar pareja. Pero sigue creciendo. Un tiranosaurio alcanza su tamaño máximo entre los veinte y los veinticinco años, y puede vivir hasta los treinta. A lo largo de su vida, muchos tiranosaurios sufren enfermedades y fracturas de huesos que pueden resultar fatales. Algunos tiranosaurios presentan cicatrices en el cráneo que indican que padecieron una infección causada por protozoos flagelados parásitos semejantes a los que provocan diversas enfermedades en las aves actuales. Pero la especie se encontraba en pleno apogeo cuando, hace sesenta y cinco millones de años, la caída de un asteroide de unos diez kilómetros de diámetro en la península de Yucatán provocó una de las mayores extinciones masivas de la historia de la Tierra. Fue el fin del reinado de los tiranosaurios. Desde su descripción científica en 1905, el tiranosaurio (Tyrannosaurus rex, que significa "lagarto tirano rey") se ha convertido en un icono de la cultura popular. Barnum Brown, conservador adjunto del Museo Americano de Historia Natural, descubrió el primer esqueleto parcial de tiranosaurio en el este de Wyoming en 1900; dos años más tarde, encontró un segundo ejemplar en Montana. En 1905, Henry Fairfield Osborn, presidente del museo, describió ambos esqueletos, pero los asignó a especies diferentes, Dynamosaurus imperiosus y Tyrannosaurus rex respectivamente. En 1906, el propio Osborn reconoció que ambos pertenecían a la misma especie, y eligió Tyrannosaurus como nombre válido. Posteriormente se han identificado como pertenecientes al tiranosaurio varios dientes, fragmentos de vértebras y otros huesos descubiertos en varios yacimientos a finales del siglo XIX. Durante casi todo el siglo XX, el tiranosaurio fue el dinosaurio carnívoro más grande conocido, lo que contribuyó enormemente a su popularización; es sin lugar a dudas la especie de dinosaurio más famosa, y la única conocida popularmente por su nombre científico completo. Sólo con el descubrimiento del giganotosaurio a finales del siglo XX y de ejemplares adultos de espinosaurio a principios del presente siglo el tiranosaurio ha sido desbancado como el mayor depredador terrestre de todos los tiempos. Además de ser el dinosaurio más popular, el tiranosaurio es también uno de los mejor estudiados. Hasta la fecha, se han descubierto más de treinta especímenes de tiranosaurio en el oeste de Norteamérica, desde el suroeste de Canadá hasta el sur de los Estados Unidos, en rocas de finales del periodo Cretácico, con una antigüedad de entre 68 y 65 millones de años. Son tiranosaurios en todas las etapas de su desarrollo, y algunos esqueletos están casi completos. Uno de ellos se ha identificado inequívocamente como una hembra madura, ya que sus huesos contienen tejido óseo medular es una estructura temporal que actualmente sólo se forma en el interior de los huesos de las hembras de las aves antes de la ovulación, como reserva de calcio para construir los huevos. Así se ha podido reconstruir con bastante precisión el ciclo de vida del tiranosaurio. En algunos huesos se han identificado restos de tejidos blandos fosilizados y trazas de proteínas, que han confirmado el estrecho parentesco que existe entre los dinosaurios y las aves. También se ha encontrado un rastro de huellas en Nuevo México. Uno de los rasgos más característicos y enigmáticos del tiranosaurio son sus cortos brazos. Miden sólo un metro de longitud, pero son muy musculosos; entre los dos pueden levantar un peso de unos trescientos kilos. Cada brazo termina en dos dedos separados provistos de garras, y un pequeño metacarpo que representa el resto de un tercer dedo atrofiado. No se sabe qué función realizaban estos brazos; son tan cortos que no llegan a la boca, y parece que tampoco los necesitaba para levantarse del suelo ni para cazar.

Los tiranosauroideos, la superfamilia a la que pertenece el tiranosaurio, aparecieron en el Jurásico medio, hace unos 165 millones de años. Los primeros tiranosauroideos eran animales pequeños, y sólo en el Cretácico superior crecieron hasta convertirse en los superdepredadores del hemisferio norte, como el propio tiranosaurio y su primo asiático, el tarbosaurio. Aquellos primeros tiranosauroideos estaban cubiertos de plumas filamentosas, pero es probable que un animal tan grande como el tiranosaurio, en el clima caluroso del Cretácico, las hubiera perdido. No tenemos indicios del aspecto de la piel del tiranosaurio, pero las impresiones fosilizadas de la piel de otros tiranosauroideos de gran tamaño no muestran rastros de plumas, sino sólo un mosaico de pequeñas escamas redondeadas o hexagonales.