Catedrales de Castilla y León
La catedral de Ávila, dedicada al Salvador, es a la vez templo y fortaleza, siendo su ábside -al que aquí llaman cimorro- uno de los cubos de la muralla de la ciudad medieval, es decir una de las torres redondas que sobresalen de ella. Por cierto, que la muralla tiene un perímetro de dos kilómetros y medio, y cuenta con ochenta y ocho torres. Como para tomarlas una por una... Dicen de Ávila cantos y santos. Y es que la ciudad tiene piedras históricas para dar y tomar, construidas en granito berroqueño de Cardeñosa y piedra caleña de La Colilla, dos pueblos cercanos a la capital y famosos por sus canteras. Es además patria de muchos santos, como San Vicente, Santa Sabina, Santa Cristeta, San Segundo, Santa Teresa y San Juan de la Cruz y San Juan de Ávila. Y también ciudad de nobles, por lo que se la llamaba Ávila de los Caballeros, siendo muchos los palacios que rodean la catedral, como el de los Velada, el del Rey Niño y el de Valderrábanos, que defendían la Puerta de los Leales, del Peso de la Harina o de las Carnicerías. Sobre la Catedral, cuenta la tradición que Pedro Sánchez Zurraquines, nombrado obispo tras un viaje a Roma halló el templo de San Salvador asolado e malparado e el maderaje podrido con las aguas y que Alvar García de Estella home de gran sabiduría en jometría comenzó a construirla en 1091 a expensas del rey Alfonso VI de León. Pero en realidad fue el maestro Fruchel, un arquitecto que vino de Francia, el responsable del gran proyecto catedralicio, cuando el conde Raimundo de Borgoña acometió la repoblación de la Extremadura castellana. De aquellas se llamaba extremaduras a las tierras de frontera, y por eso las del Reino de León (actuales provincia de Cáceres y Badajoz) se quedaron con ese nombre. El caso es que Fruchel levantó la cabecera de la catedral de Ávila entre 1160 y 1180, en estilo románico, mientras que las naves, las capillas laterales y las torres se construyeron entre los siglos XIII y XVI. La cabecera tiene doble girola con nueve capillas que rodea el altar mayor por detrás, deja ver sus altas bóvedas de piedra, cuya curiosa coloración parecen llamaradas encarnadas. Los arbotantes exteriores, que son como muletas que refuerzan la capilla mayor, datan de 1520. Tras cubrir el crucero y prolongar las naves hubo un parón constructivo a partir de 1195. Las obras se reanudaron a mediados del siglo XIII, pero entonces hubo preferencia por llevar los andamios a la sala capitular, el sagrario y el claustro. Finalmente, en el siglo XIV, se concluyeron los trabajos en el claustro y la iglesia, siendo obispo Sancho Dávila, cuyos escudos de armas aparecen Cabecera exterior destacados en la bóveda del crucero. Pág. 2
En 1475 Juan Guas diseñó el reloj y trasladó la primitiva portada occidental -la de los Apóstoles, tallada hacia 1300- hasta el lado norte, que está protegida por una cadena mordida por unos leones de piedra que nunca han sido capaces rugir porque en invierno se quedan tiesos y en verano apenas les da la sombra. Es una portada presidida por Jesucristo, cuyas arquivoltas -esas floridas roscas de piedrarepresentan el Juicio Final y la Adoración de los Reyes Magos. La nueva portada occidental de la catedral de Ávila incorporó a los lados dos personajes con escudos y mazas. Se trata de tremendos salvajes, que ya habían sido representados por Juan Guas en el palacio del Infantado de Guadalajara y por Simón de Colonia en la capilla de los Condestables de la catedral de Burgos. Parece como si estuvieran haciendo guardia a la entrada del templo. Tienen el cuerpo peludo y rostros de muy malas pulgas. Son individuos primitivos a medio camino entre las bestias y los seres humanos, muy alejados del mundo racional y de sus pautas morales. Dicen que representan a los salvajes Gog y Magog, que exigien respeto y educación a quienes entran en el recinto sagrado del templo, o de lo contrario recibirán unos merecidos cachiporrazos. Seguro que si cobraran vida arrearían más de algún garrotazo a todos los que entramos a una catedral como si entráramos a una cafetería o un parque de atracciones. No se os olvide El tímpano de la portada occidental tiene un medallón aplastado con la imagen de San Segundo, por encima asoman las figuras de San Pedro y San Pablo con sus símbolos tradicionales, resectivamente las llaves del Cielo y la espada con la que le martirizaron. El frontón (que es la parte de arriba y aunque se llame así no vale para jugar a las palas), realizado en 1779 por Ceferino Enríquez de la Serna, está decorado con los santos más significados de la ciudad, el Salvador en medio y la imagen del arcángel San Miguel, protector de la catedral, en las alturas. Trascoro Ya en el interior, lo primero que veremos en la nave central es la caja de piedra que contiene el coro, y por ello se llama trascoro. Es obra renacentista, y fue tallado en piedra caliza por Juan Rodríguez y Lucas Giraldo, igual que el altar de Santa Catalina. El trascoro está dividido en tres calles mediante pilastras verticales y relieves con escenas de la Infancia de Cristo: la Presentación en el Templo, la Adoración de los Reyes Magos y la Matanza de los Inocentes. En las entrecalles hay medallones con el Abrazo de San Joaquín y Santa Ana y la Visitación, mientras que en formato vertical aparecen Jesús entre los Doctores y la Huida a Egipto. En la zona superior los profetas están sentados entre las columnillas, identificados mediante filacterias (que son los carteles que llevan en sus manos), mientras que en la crestería (que es el copete más alto) vuelan Pág. 3
los angelotes, se miran a los ojos los centauros y se meten a hortelanos los efebos más panzudos junto al Padre Eterno muy paciente. Del siglo XVI son las capillas de San Segundo y los Velada. El retablo mayor fue iniciado por Pedro Berruguete en 1502, continuado por Santa Cruz y terminado por Juan de Borgoña. El marco de madera dorada que acoge las tablas pintadas fue comenzado por el maestro Roldán al mismo tiempo que las pinturas, pero fue terminado por Vasco de la Zarza en 1508, mezclando elementos góticos y renacentistas, como también ocurre con el sagrario de alabastro. En el centro del trasaltar se encuentra el sepulcro de Alonso Fernández de Madrigal el Tostado, con una hermosa escultura tallada en alabastro por Vasco de la Zarza -por iniciativa del obispo Alonso Carrillo de Albornoz hacia 1520- del que fuera obispo de la ciudad entre 1454 y 1455. Se encuentra embelesado, casi alucinado porque su esfuerzo intelectual no parece de este mundo, sentado sobre un muy lujoso sillón que Sepulcro del Tostado parece un auténtico trono y escribiendo un libro enorme apoyado en un atril, pues tan pesado era que no había quien lo aguantara en las manos. A sus lados aparecen esculturas con las Virtudes entre hornacinas aveneradas (que son como peanas decoradas con remates de vieira), por encima asoma un medallón con la Adoración de los Reyes Magos y en lo más alto vemos escenas de la vida de Cristo y el Nacimiento del Niño Jesús en el portal de Belén. La enorme obra literaria latina de Alonso Fernández de Madrigal ocupó quince grandes volúmenes en la edición veneciana de 1507 y 1530, y eran sobre todo comentarios a varios libros de la Biblia. Por eso llegó a hacer corriente la expresión saber o haber escrito más que el Tostado. Fue un hombre muy culto, estudió artes, teología y leyes en la Universidad de Salamanca, fue rector del colegio mayor de San Bartolomé, catedrático de artes y filosofía moral con apenas 25 años, conocía perfectamente el latín, el griego y el hebreo, y fue consejero del rey Juan II de Castilla (el padre de Isabel la Católica). Vamos, que era una verdadera biblioteca ambulante del siglo XV. Falleció con sólo 35 años. Como todos los genios, vivió poco. Según escribió José de Viera y Clavijo los manuscritos del Tostado fueron sacados del monasterio de Guadalupe y del colegio de San Bartolomé de Salamanca, para ser llevados a las imprentas de Venecia. Quiso el destino que el navío que los transportaba naufragara ante las costas barcelonesas, toda la carga se fue al fondo del mar y los pasajeros apenas pudieron ganar la costa a nado, pero al día siguiente un arca flotante fue nadando por el mar hasta la orilla, y todos los papeles se encontraban perfectamente. Pero volvamos a nuestro edificio. La catedral de Ávila tiene importantes vidrieras de los siglos XV y XVI colocadas en las ventanas de la girola, la capilla mayor, el presbiterio y el crucero. En ellas trabajaron grandes artistas como Juan de Valdivieso, Diego de Santillana, Alberto de Holanda y su hijo Nicolás. La más antigua es del siglo XIV y está instalada en la capilla mayor. A consecuencia del Pág. 4
terremoto de Lisboa de 1775, se destruyeron algunas y se tapiaron los ventanales de la nave central, que fueron descubiertos a mediados del siglo XX, restaurando las antiguas vidrieras para devolver al interior la antigua luminosidad y embrujo. En la parte norte de la cabecera del templo, bajo las capillas de San Nicolás, los Velada, San Rafael y San Antolín, hay un pasadizo secreto que comunicaba con el antiguo palacio episcopal. Los canónigos de la catedral ya sospechaban de la existencia de un pasadizo situado junto a la escalera de caracol que permite subir al cimorro. En su Vidrieras interior se han encontrado escombros y huesos de las tumbas ubicadas en la antigua capilla de los Velada. Hay quien asegura que el pasadizo conectaba con el torreón del palacio de los Velada, anterior en un siglo al palacio: una vieja leyenda cuenta que dos enamorados, Jimeno y Madrona, cuyas familias estaban enemistadas e impidieron su noviazgo, utilizaron un pasadizo que comunicaba sus pozos para poder verse en secreto. Otra vieja leyenda defiende que la catedral de Ávila fue construida sobre una laguna! pero sólo se ha podido probar la existencia de manantiales, pues al formar parte de la estructura defensiva de la ciudad, debía contar con depósitos de agua para abastecerse durante un posible asedio. Produce: NICER/Imagen M.A.S. Textos: José Manuel Rodríguez Montañés/José Luis Hernando Garrido Fotos: Imagen M.A.S. Infografías: NICER Pág. 5