9º Foro de Seguridad, Justicia y Paz: Justicia posible, perdón necesario UNIVERSIDAD INTERCONTINENTAL AUDITORIO: FRAY BARTOLOMÉ DE LAS CASAS 12 de Marzo de 2016 NECESIDAD DE UNA POLÍTICA PÚBLICA DE PERDÓN Queridos Congresistas: Me alegra profundamente encontrarme en este Auditorio Fray Bartolomé de las Casas de la Universidad Intercontinental de la Ciudad de México, les saludo a todos con mucho cariño en Cristo nuestra Paz. Celebro este tipo de Foros que ofrecen una extraordinaria oportunidad para abrir la posibilidad de construir bases para tener una sociedad más sana, justa y reconciliada. Desde proponer un plan de evangelización con el eje transversal de construir la paz, y en el esfuerzo de atender a las víctimas como los
primeros a quienes tenemos que ofrecer acompañamiento, consuelo y esperanza y, procurando una manera práctica para vivir el perdón y la reconciliación, hemos implementado en la Arquidiócesis de Acapulco, desde hace más de cinco años, con el enfoque de construcción de paz, centros de escucha a víctimas de la violencia, centros de jóvenes por la paz, un programa de atención a mujeres víctimas de la violencia, sembradores de paz con los niños de las catequesis, familias fuertes y sin golpes a través de la pastoral familiar, además de la formación permanente de los sacerdotes para ser constructores de paz: capaces de consolar, capaces de dar esperanza, capaces de acompañar a las personas en medio de la violencia y las injusticias, entre muchas otras acciones. Hoy estamos proponiendo que junto con el Gobierno, las instituciones y las organizaciones, hagamos una plataforma social, planteando el perdón y la reconciliación como una política pública, impulsada por las autoridades, y sustentada a través de la metodología de las Escuelas de Perdón y Reconciliación (ESPERE). Ciertamente, el rostro de nuestro País tiene rasgos de tristeza y dolor, pena e incertidumbre, que son parte de la realidad humana, y que en los últimos años ha tomado tonos de complejidad que han desfigurado la convivencia, la cultura y dignidad humana en todos los sectores de la sociedad: niños, adolescentes, jóvenes, adultos y personas de la tercera edad. El corazón de todos los mexicanos clama el anhelo de beber de las fuentes de la paz, del perdón y de la reconciliación, para recuperar y resignificar los rasgos que nos caracterizan como ciudadanos y como cristianos mexicanos. Son muchos los problemas a nivel nacional, regional y local. Pareciera que la impunidad, la violencia, las amenazas, los hostigamientos, los asesinatos, las desapariciones forzadas, las injusticias, torturas y otras expresiones de violencia, cada vez nos
adentran más en un abismo sin final, que nos conduce a la muerte y a la perdición. El perdón es irracional pero inteligente. Por eso, contra la irracionalidad destructiva de la violencia debemos aprender a ofrecer continuamente la irracionalidad del perdón, pues sólo así se construyen personas nobles, ciudades y patria nueva. Sólo a través de este camino podremos reconstruir a la persona y a la sociedad. La definición más elemental de política es, buscar el bien de las POLYS o sea el bienestar y el progreso de la ciudad; y la definición más básica de cultura es la forma como los grupos humanos dan respuesta a sus necesidades más básicas. Una política pública de perdón tiene la finalidad de ayudar a las víctimas de agresiones y violencias a resignificar lo que ha sucedido en sus vidas y reconstruirlas. Reconstruir su proyecto de vida, su sociabilidad y su seguridad a nivel cognitivo, comportamental, emocional y espiritual. A través del perdón se aprende a transformar constructivamente los odios, rabias, rencores y deseos de venganza. De hecho, el gran motivador de la violencia es la venganza o ajuste de cuentas (60-70% de homicidios). Perdonar no es olvidar, es recordar con nuevos ojos. Hacer justicia no es castigar, es recuperar a quien te ha ofendido. La verdad sobre la ofensa no es solo la versión que yo tengo. La verdad la construimos entre todos. Re-parar es lograr que los enemigos se vuelvan a encontrar para pactar formas cada vez más elevadas de convivencia. Se trata de generar conciencia frente a la resolución de la violencia desde el Perdón, un tema social, económico, de formación humana y crecimiento interior. La iglesia puede dar un aporte muy significativo para la paz en México y en el mundo, desde la perspectiva del Perdón. No basta con resolver militar o negociadamente los conflictos, incluso con las más efectivas acciones policiales o con los
mejores acuerdos oficiales, la paz es frágil y quebradiza. Es mucho más que el silencio de los fusiles y más que una negociación de intereses. La paz pretende sanar el corazón de las personas y de los pueblos. Se trata de lograr que las víctimas y los victimarios perdonen y se reconcilien de tal modo que ambos avancen en la construcción de proyectos de vidas dignos, al tiempo que recobran tres pilares fundamentales de la existencia: el significado de la vida, la seguridad en sí mismos y la socialización. El perdón ayuda a reinterpretar los acontecimientos dolorosos del pasado, inmediato o remoto, para superar el dolor y los sentimientos de rencor y venganza que limitan el goce de la vida, de tal manera que se puede superar la memoria ingrata del pasado, realizar procesos de justicia restaurativa y establecer pactos que garanticen la no repetición de las ofensas. La fuerza más poderosa para superar la venganza es la política pública del perdón. El Perdón y la Reconciliación constituyen uno de los activos más importantes para construir la paz. Previene y evita la retaliación o ajuste de cuentas, factor principal de escalamiento de las violencias tanto interpersonales como colectivas. En espacios comunitarios de encuentro renovador y lúdico se cultiva la palabra y la memoria, donde las versiones oficiales de los acontecimientos individuales y colectivos son reconstruidas en la perspectiva del reencuentro, la verdad, la justicia y la reparación. En la Arquidiócesis de Acapulco, y en toda la Iglesia, el Año de la Misericordia se ha convertido en una ocasión propicia para contemplar el misterio de la misericordia de Dios, para mirar cuánto Dios nos ama ; para hacer de nuestras parroquias un oasis de misericordia ; para seguir acompañando a las víctimas, a los jóvenes y a las familias golpeadas por la violencia, consolidando los Centros de Escucha, los
Centros de Jóvenes por la Paz y el Centro Diocesano de Pastoral Familiar; para abrirnos a la gracia del perdón y la reconciliación que todo lo sana, a través de Talleres de Perdón y Reconciliación. No podemos ocultar a diario cómo dañan las acciones violentas a personas, familias y pueblos. La violencia es un pecado que daña nuestra realidad en las más variadas formas, siempre causando dolor y muerte. Y peor aún cuando pareciera que no hay remedio para tanto sufrimiento, que provoca enfermedad y muerte. El perdón es una experiencia que tranforma y logra un efecto positivo sobre el mal y la muerte, de manera que sana y brinda la oportunidad de volver a empezar. En la exhortación pastoral Que en Cristo nuestra paz, México tenga vida digna, los obispos mexicanos señalamos que en el contexto de la violencia nos interpela el dolor y la angustia, la incertidumbre y el miedo de tantas personas y lamentamos los excesos, en algunos casos, en la persecución de los delincuentes. Nos preocupa además, que de la indignación y el coraje natural, brote en el corazón de muchos mexicanos la rabia, el odio, el rencor, el deseo de venganza y de justicia por propia mano (n. 4). Ante esta realidad hoy aparece el perdón como un camino para la sanación, la reconciliación y la recuperación de la nueva vida en Cristo. Hay mucho dolor que tiene que ser sanado y es posible a través del perdón recibido y ofrecido. El perdón, como expresión del amor, es necesario para la construcción de la paz y para fortalecer el tejido social. El perdón siempre será oportunidad de volver a empezar. Urge una gran plataforma social que, superando las agendas particulares, nos plantee una agenda común para el bienestar y desarrollo de todos los mexicanos. Necesitamos un gobierno sensible al dolor de las víctimas de las violencias, sobre todo las víctimas del crimen organizado, que ha provocado miles de asesinatos, secuestros, desapariciones forzadas, extorsiones y desplazamientos que son el pan
de cada día. Ante esta dolorosa realidad, la sugerencia específica es que formulemos los mecanismo legales e institucionales que permitan acompañar de forma integral a las víctimas, para brindarles la posibilidad de reintegrarse a la vida comunitaria en las mejores condiciones posibles, buscando que desde un enfoque jurídico en derechos humanos, puedan acceder a la justicia y a la reparación del daño y a la convicción de que nunca jamás se repetirán hechos semejantes. La atención a las víctimas de la violencia es fundamental para lograr la paz. No se puede pensar en construir la paz, habiendo tantas personas afectadas por la violencia. Atender a las víctimas es también una cuestión preventiva, ya que ser víctima es la ruta más corta para ser victimario. La violencia no se combate con las armas, pues sería engendrar más violencia. Más bien se debe combatir con la cultura del perdón y la reconciliación. La Familias también tienen un papel importantísimo en la construcción de la paz, deben ser verdaderas escuelas de perdón y reconciliación. El perdón no cambia el pasado, pero si cambia el futuro. Y desde las familias podemos iniciar el proceso de rescate de nuestra Nación ante una violencia desmedida. El Perdón y la Reconciliación son los principales pilares para construir la paz, pues nos ayudarán a evitar los deseos de venganza, dando paso a la indulgencia. Por eso, debemos hacer del perdón nuestra decisión, yendo más allá de los comportamientos violentos e irracionales de la otra persona, de sus miedos y errores, pues cuando perdonamos surge una mayor comprensión y compasión por nosotros mismos y por los demás. Busquemos hacer del perdón nuestra forma de vida, para transformarnos gradualmente de víctimas de nuestras circunstancias en poderosos co-creadores de nuestra realidad. Es necesario que el perdón nos enseñe a estar en desacuerdo con alguien sin retirarle nuestro cariño, y a reconocer que hemos hecho daño a otros y que
otros a su vez nos han dañado, y así desde las heridas tener la posibilidad para crecer en el amor y la misericordia hacia los demás. Haciendo del perdón y la reconciliación una política pública será posible conjugar todas las energías necesarias para encontrar los medios psicopedagógicos que nos hagan ofrecer verdaderos caminos de perdón, como condición para llegar a la reconciliación. Con mi oración, cariño y bendición. En Cristo, nuestra Paz + Carlos Garfias Merlos Arzobispo de Acapulco