Burgos, 4 de marzo de 2017
En la Cuaresma la Iglesia nos propone tres prácticas que nos ayudan en el camino hacia la Pascua: Limosna Ayuno Oración
Siguiendo la tradición judía, en los Hechos de los Apóstoles la oración se acompaña del ayuno (Hch 13,2-3; 14,23; 27,21). Desde el principio, la Iglesia lo privilegió como práctica de penitencia cuaresmal.
Las distintas comunidades lo practicaban, pero no lograron un acuerdo sobre los productos concretos a los que se debe renunciar ni sobre la duración.
A finales del s. V, en los días de ayuno se tomaba una única comida, en la que se excluían la carne roja y el vino. Con el tiempo, también se eliminaron las aves, los huevos y los derivados de la leche.
A finales del s. V La hora de esta comida era después de la misa de la tarde. Cuando esta pasó a celebrarse por la mañana, el almuerzo era después de vísperas
Para acortar el ayuno, las vísperas de Cuaresma se fueron adelantando, hasta terminar teniéndose a última hora de la mañana. Esta costumbre se mantuvo hasta la última reforma litúrgica. Por la noche se introdujo una colación (cena frugal, de un solo plato de legumbres y verduras).
Posteriormente, se añadió un desayuno sencillo. También se podían adquirir «bulas», por medio de un donativo estipulado, para comer carne u otros alimentos.
Pablo VI reformó la disciplina eclesiástica del ayuno y la penitencia en 1966, con la constitución apostólica Poenitemini. En 1982, el Derecho canónico recogió sus disposiciones en el canon 1250.
Hoy la Iglesia prescribe la abstinencia de carnes o de otros alimentos todos los viernes del año, aunque los viernes fuera de Cuaresma puede cambiarse por una obra de piedad o de caridad. El ayuno se mantiene el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo.
El ayuno obliga desde los 18 hasta los 60 años, permite una sola comida completa y otras dos pequeñas tomas de alimento, que basten para desarrollar el trabajo ordinario. La abstinencia obliga para toda la vida a partir de los 14 años.
Tanto el ayuno como la abstinencia pueden ser sustituidos por justa causa (enfermedad, debilidad corporal, la dureza del trabajo que se debe realizar, la incomodidad de un viaje).
Todos los escritores eclesiásticos insisten en que el principal ayuno debe ser el de los vicios y malas palabras. Sin este, el otro no tendría sentido.
En nuestros días, muchos hacen régimen y van al gimnasio para adelgazar o mantenerse en forma, pero rechazan la ascesis por motivaciones religiosas. Esto exige una reflexión sobre el sentido de privarnos de alimentos y otras cosas que son agradables y lícitas.
Para ello, lo mejor es recordar las enseñanzas del mismo Cristo, que varias veces entró en polémica con los fariseos por motivos relacionados con el ayuno. Jesús lo rechaza si no sirve para buscar la voluntad de Dios (cf. Mt 6,18).
Cuando Satanás le propuso una manera de ser Mesías distinta de la que Dios quería para Él, le respondió con rotundidad: «No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4,4).
Para Jesús, el ayuno consiste en colocar la Palabra de Dios por encima de cualquier otra cosa, en amar el alimento espiritual más que el corporal.
Por eso, la Iglesia pide «que nos hagas sentir hambre de Cristo, pan vivo y verdadero, y nos enseñes a vivir constantemente de toda palabra que sale de su boca». El pecado de Adán consistió en la desobediencia (comer del fruto que Dios le prohibió).
Con el ayuno, buscamos purificar nuestras pasiones y someternos a la voluntad de Dios, recordando que el Señor también dijo: «Mi alimento es hacer la voluntad del Padre» (Jn 4,34).
El ayuno no solo abarca los alimentos, sino también otras actividades humanas. Hoy podría ser un verdadero ayuno el moderarse en el uso de la televisión Internet, del teléfono móvil.. Lo importante es poner a Dios en el primer lugar, por delante de cualquier otra cosa.
No podemos olvidar la dimensión social del ayuno. Los Santos Padres insistían en que el ayuno ayuda a comprender mejor a los que pasan hambre. Por eso, lo ayunado se debería dar a los pobres, como afirma la liturgia:
«Con nuestras privaciones voluntarias nos enseñas a repartir nuestros bienes con los necesitados». Al aceptar de manera libre y voluntaria privarnos de algunos bienes para compartirlos con los necesitados, cultivamos la misericordia. Blog del P Eduardo Sanz de Miguel