BLOQUE DE PASCUA Sesión 9: Domingo de la Misericordia Objetivo: Adoración Eucarística: Jesús se nos da y nosotros le respondemos, dándonos a Él. S.S. Benedicto XVI (2 marzo, 2006) Experimentar la misericordia de Jesús y la vida eterna y la paz que nos da, porque Él ha resucitado y vive. Adicionalmente la sesión nos servirá para: 1. Saber que Jesús nos ha dado la vida eterna desde nuestro bautismo. 2. Experimentar el soplo del Espíritu Santo que nos permite tener a Jesús en el centro de nuestra vida. Material: Banquito del amor de Dios corazones de foami. Dos globos (uno de ellos inflado) Bienvenida: Buenos días. Necesitamos la fe para poder ver a Jesús que se va a hacer presente aquí. Trajeron su llave de la fe? Vamos a sacarla. Con esta llave podemos entrar en el Reino de Dios. Ahora vamos a cantar: La mano hay que meter. La mano hay que sacar. La mano hay que meter y agradecerle sin cesar. Alabemos todos juntos la grandeza del Señor Y volvamos a empezar. 1
El pie hay que meter. El pie hay que sacar. El pie hay que meter y agradecerle sin cesar. Alabemos todos juntos la grandeza del Señor Y volvamos a empezar. La fe hay que meter. La fe no hay que sacar. La fe hay que meter Y agradecerle sin cesar. Alabemos todos juntos La grandeza del Señor Y vamos a terminar. Les pido que cada uno tome un corazón. Nos ponemos de rodillas para demostrarle a Jesús que reconocemos que Él es grande y nosotros somos pequeñitos delante de Él. Exposición del Santísimo: Canto eucarístico: Eucaristía (éste o uno similar). Hace inclinación de cabeza y se retira. Mientras se entona el canto el ministro hace la genuflexión sencilla, doblando una rodilla, al sacar el Santísimo del sagrario, y lleva al Santísimo al altar. Hoy tenemos un gran reto para nuestra fe. La resurrección de Jesús. Tenemos el cirio pascual, que significa la vida eterna de Jesús. Jesús ha muerto, pero ha resucitado y tiene una vida eterna, una vida que ya no acabará. Por eso al inicio de la misa, hemos sido rociados con el agua, para renovar nuestro bautismo, en el cual Jesús nos regaló la vida eterna. 2
Desde nuestro bautismo estamos injertados en la vida de Dios y tenemos vida eterna. Es un gran misterio, que no se puede comprender sólo con los ojos de la cara, necesitamos los ojos de la fe. Imagina que delante de ti está la puerta del Reino de Dios. Puedes entrar o quedarte afuera. Si entras vas a poder ver a Dios y estar en su presencia; vas a poder ver el Reino de Dios y gozar de la vida eterna. Pero si cierras la puerta, te quedas sólo con las cosas del mundo. Y la vida del mundo se acaba, las personas se mueren y ya. En cambio, para los que tenemos fe, sabemos que la vida no termina aquí, sino que se transforma y así como la semilla que sembramos en la tierra se abre y parece que deja de existir, para dar paso al tallo, a las hojas, a las flores y los frutos, así también nosotros nos transformamos, cerramos los ojos a esta vida, para abrirlos en la presencia de Dios, para gozar de la vida eterna, de la vida con Dios. Es un regalo enorme que Jesús nos ha dado. Gracias a Él es que podemos tener vida eterna y podemos llegar a la presencia de Dios. Si alguno de tus familiares se ha muerto, hoy pídele a Jesús que abra para él el cielo, que le permita estar en la presencia del Padre. Hoy es el domingo de la misericordia. Y la misericordia es eso, cuando acercamos nuestra miseria al corazón de Dios. Entonces cuando acercamos la miseria al corazón de Dios, se produce la misericordia. Si tú no acercas tu miseria, no se produce misericordia. Hoy ponemos nuestra miseria. Todas esas veces en las que no hemos tenido fe, en las que hemos dudado de la vida eterna, en las que te has preguntado: por qué a mí? En las que has dicho: por qué se lo llevó? En todas esas veces que has sentido que el dolor es más grande que el amor de Dios. Permítele a Jesús que te toque con su amor y produzca en tu corazón la misericordia. Cierra tus ojos y preséntale a Jesús todas tus miserias. Nos quedamos en silencio por unos minutos. El catequista toma los dos globos. Ahora abre tus ojos y observa estos dos globos. Cuál es la diferencia entre ellos? Que uno está inflado. Jesús se presenta ante sus apóstoles y sopla sobre ellos para darles el Espíritu Santo (cfr. Jn 20, 19-31). Esta es la gran diferencia. Nosotros desde nuestro bautismo tenemos la presencia, el soplo del Espíritu Santo, que nos hace tener una vida diferente. No somos del mundo, somos de Dios, y no podemos vivir como si no tuviéramos fe. Hoy San Pedro en la segunda lectura (cfr. Pe 1, 3-9) nos invita a que tengamos esta vida diferente, que incluso estemos dispuestos a sobrepasar las dificultades y las tribulaciones porque la vida de Dios es más grande que cualquier otra cosa en nosotros. Cuando un globo está desinflado, con un golpecito es muy fácil deshacerse de él. En cambio cuando está inflado, por más que le peguemos qué le pasa? Regresa, se vuelve a levantar. Esta es 3
la paz que Jesús nos viene a regalar hoy. Es tenerlo a Él en el centro de nuestra vida, de manera que cualquier cosa que nos desvíe no nos va a aniquilar o a acabar, porque Jesús es nuestra fuerza, es nuestra paz. Entonces la vida que Jesús nos ha regalado, es tan fuerte, pero tan fuerte, que supera incluso a la muerte. De manera que nada puede derribarnos. Lo crees? Entonces pídele a Jesús que te dé la fuerza para no ser derribado, para dar testimonio de que su vida está en ti, de que hoy tienes al Espíritu Santo que te permite levantarte, que te permite experimentar fuertemente el amor de Dios en ti, que te permite experimentar la vida eterna que Dios te ha regalado. Cierra tus ojos y abre tu corazón. Imagina que tu corazón tiene unas puertas. Ábrelas de par en par. El Espíritu Santo es ese soplo, ese viento que viene de parte de Jesús. Entra el viento a tu corazón y llega a todos los rincones de tu corazón, incluso a los lugares más aislados. Empieza a derribar todo aquello que no es de Dios. Empieza a abrirte a la vida de Dios. Lo primero que quita es tu egoísmo, para que dejes de buscarte a ti mismo y buscar tu propio beneficio. Para hacer la voluntad de Dios. Imagina que en el centro de tu corazón hay una gran estatua. Es tu propia estatua. Es la que te has hecho a ti mismo. Porque tú quieres ser el centro de todo. Hoy el soplo del Espíritu Santo derriba la estatua, para que tú ya no seas el centro, sino que ahora en el centro de tu corazón pongas a Jesús. No como una estatua, sino vivo, porque Jesús ha resucitado, está vivo! Ahora es Jesús el que está en el centro de tu corazón. Y lo único que te pide es que te dejes amar por Él. Deja que su amor entre a toda tu vida, a tu pasado, a tu presente y a tus proyectos. Nos quedamos en silencio por unos minutos. De ahora en adelante, anticípate. Cuando se te presente algún momento en el que pierdes la paz o te desesperas, en el que te sientes con mucho miedo o inseguridad, cuando sientes que ya no puedes más, acuérdate del globo. Cuando el globo está inflado, no importa que le peguen, siempre se levanta. Recuerda que tú tienes la vida de Jesús en ti. Y por eso vuelves a levantarte, vuelves a tener esperanza, porque sabes que tu vida no es para vivirla aquí solamente, es para llegar al cielo. Este es el gran reto de la resurrección de Jesús, saber que nuestro final no es aquí, sino en la presencia de Dios. Por eso podemos vivir distinto: los problemas, las tribulaciones, las angustias, porque sabemos que las cosas no acaban aquí. Hemos sido creados por Dios por amor y para Él, para llegar a su presencia. Puedes recordar algún momento que te haya quitado la paz, que te haya hecho sentir muy mal? Ponlo en tu corazón. Y revívelo, pero no igual, sino ahora con la presencia de Jesús resucitado en tu corazón. Cierra tus ojos. Cuando se te presente una situación que te quite la paz, tienes que elegir: vivir desinflado o con el soplo del Espíritu Santo y Jesús resucitado dentro de ti. Qué eliges? 4
Si eliges vivir desinflado, vas a perder la paz y el miedo, el enojo, la ira, la envidia, los celos o el rencor, la tristeza, la angustia o la desesperación se van a apoderar de ti. Si eliges a Jesús ya no te desesperas, porque sabes que Él vive en ti, por la presencia del Espíritu Santo que está en ti, desde el día de tu bautismo. Repite conmigo: Jesús resucitado está vivo! Dilo para que todo tu ser resuene, como si fueras una caja de música y en cada una de tus células se pueda escuchar: Jesús resucitado está vivo! Al primero al que se lo tienes que anunciar es a ti mismo. Lo tienes que creer hasta lo más profundo de tu ser. Jesús resucitado está vivo y eso nos cambia totalmente la perspectiva. Porque la muerte ya no tiene dominio sobre nosotros. Por eso ya no hay nada que nos pueda separar del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús (cfr. Rom 8, 35-39). Así es que hoy tus problemas se pueden desinflar, porque hoy hay alguien muy grande en medio de ti. Es Jesús resucitado que está en medio de ti. Por eso le damos las gracias a Jesús porque ha resucitado y nos ha dado la vida eterna, porque Él no se quedó con ese regalo para sí mismo sino nos lo compartió a través de nuestro bautismo. Por eso le decimos: gracias Jesús. Nos quedamos en silencio por unos minutos. Canto: Su amor nos viene a dar. Él nos viene a visitar. Su corazón Él ha expuesto para poderlo amar. Su presencia queremos llevar. Su amor nos viene a dar. Él nos viene a visitar. El pan de vida eterna podemos contemplar. 5
Su presencia queremos llevar. Vamos a decirle: Bendito eres. Eso es todo lo que haces es bueno, todo lo que dices es bueno. Sólo Tú haces todo bien. Bendito eres Señor. La Reserva Canto eucarístico. Vamos a decirle a Dios que Él es lo máximo y que su plan para nosotros es excelente. Entonces vamos a repetir bien fuerte. El ministro reza las alabanzas al Santísimo: Bendito sea Dios. Bendito sea su santo nombre. Bendito sea Jesucristo, Verdadero Dios y Verdadero Hombre. Bendito sea el nombre de Jesús. Bendito sea su sacratísimo corazón. Bendito sea Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar. Bendito sea el Espíritu Santo Paráclito. Bendita sea la excelsa Madre de Dios, María Santísima. Bendita sea su santa e inmaculada Concepción. Bendita sea su gloriosa Asunción. Bendito sea el nombre de María, Virgen y Madre. Bendito sea san José, su castísimo Esposo. Bendito sea Dios en sus ángeles y en sus santos. Amén. Luego guarda el Santísimo en el sagrario. Y hecha genuflexión sencilla, el ministro se retira. Esto lo vamos a practicar durante la semana. Entonces vamos a terminar: En nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. 6
Estamos cerrando la puerta de la presencia de Dios? No. Lo hacemos porque queremos estar en ella de aquí hasta la próxima semana. Que Dios los bendiga mucho. Erika M. Padilla Rubio Palabra y Obra Todos los derechos reservados. 7