LOS PROFETAS Presidente Spencer W. Kimball Conferencia General Abril 1978 Mis amados hermanos, no hemos pasado momentos felices al oír los hermosos testimonios del élder LeGrand Richards, de los cuatro nuevos miembros del Primer Quórum de los Setenta, y de todos los otros hermanos que han compartido con nosotros los sentimientos de su corazón? Antes que nada, quisiera rendir tributo a la divinamente inspirada organización de la Primaria de la Iglesia. Hace exactamente cien años el obispo Hess, con la aprobación de la Primera Presidencia, llamó a Aurelia S. Rogers para que organizara la primera Primaria; de aquel humilde comienzo ha nacido una organización mundial que ha influido en la vida de millones de personas. Gran cantidad de nuestros miembros han tenido la buena influencia de las dedicadas maestras y oficiales de la Primaria. Con ocasión de mi cumpleaños, recibí cientos de tarjetas de Felicitación, muchas de las cuales estaban hechas por niños de la Primaria. Son sus humildes líderes quienes, por medio de sus enseñanzas y su ejemplo, inculcan en esos maravillosos pequeños el amor por el Salvador, la Iglesia y sus líderes, durante sus tiernos años Normativos. La Primaria prepara a estos niños para sus responsabilidades futuras corno madres, padres y ciudadanos de Sión. Todo lo que allí se enseña es virtuoso, bello, de buena reputación y digno de alabanza. Que el Señor continúe bendiciendo y prosperando a esta organización de la Iglesia, y a todas las demás que están haciendo una obra similar. Recuerdo cuando, siendo muchacho, venía con mi padre a este Tabernáculo desde Arizona, para asistir a la conferencia general. Me maravillaba oír los discursos de las Autoridades Generales; he escuchado al presidente Joseph F. Smith y a todos los que le siguieron; me maravillaban sus palabras, y desde joven tomaba seriamente sus advertencias. Estos hombres se encuentran entre los profetas de Dios del mismo modo que lo fueron los del Libro de Mormón y la Biblia. No recuerdo jamás haber pensado que esos hombres no dijeran la verdad; pero muchos no seguían sus consejos. A través de los siglos se utilizaron diversos pretextos para rechazar a estos mensajeros divinos. Fueron negados porque el profeta procedía de un lugar sin importancia: " De Nazaret puede salir algo de bueno?" (Juan 1:46). Jesús también se enfrentó con la pregunta: No es éste el hijo del carpintero?" (Mateo 13:55). De un modo u otro, el método más rápido para rechazar a los santos profetas, ha sido encontrar un pretexto, por más falso y absurdo que fuera, para descartar al hombre junto con su mensaje. Los profetas que no eran locuaces, fueron despreciados. En lugar de obedecer al mensaje de Pablo, algunas personas vieron su
"presencia corporal débil y la palabra menospreciable" (2 Corintios 10:10); tal vez lo juzgaran por el timbre de su voz o por su estilo de locución, y no por las verdades que expresaba. Podemos preguntarnos cuán a menudo las personas primero rechazan a los profetas porque les odian, y finalmente les odian más porque les han rechazado. Aun así, por qué otro motivo es tan completo el registro de rechazos? El valor que se le da a las cosas mundanas es tanto y tan complicado, que aun la buena gente se desvía de la verdad, por preocuparse demasiado por las cosas del mundo. Como el caso del joven que había guardado todos los mandamientos desde su juventud, y no pudo hacer lo último que Jesús le pidió: vender todo lo que tenía y darlo a los pobres. Leemos que "se fue triste, porque tenía muchas posesiones" (Mateo 19:22). A veces la gente se aferra de tal modo a los honores y las posesiones de este mundo, que no puede aprender las lecciones de las que tiene mayor necesidad. Las verdades simples a menudo son rechazadas, para dar lugar a las filosofías de los hombres que son más fáciles de obedecer; y esta es otra causa para rechazar a los profetas. A pesar de las muchas excusas para apoyar este rechazo, existe una razón principal que se debe considerar y que no debe dejarse de lado. Los bienes y preocupaciones terrenales y los honores del mundo, son todos determinados por una persuasiva minoría que pretende hablar por la mayoría. Pablo encontró dificultades, porque para los filósofos judíos, Jesús era un escollo, y entre los griegos el cristianismo era considerado como "locura". (1 Cor. 1:23.) Los santos profetas no sólo han rehusado seguir las erradas tendencias humanas, sino que han condenado esos errores. No es de extrañar entonces que la reacción de la gente a sus enseñanzas no siempre haya sido de indiferencia; a menudo fueron rechazados porque ellos rechazaron primero las maldades de su propia sociedad. Estos pretextos para impugnar a los profetas no son valederos. El problema de usar la oscuridad como prueba de validez, es que Dios a menudo ha elegido dar a conocer su obra sacándola de la oscuridad al anonimato; incluso El mismo dijo que así sería (D. y C. 1:30). El hecho de que algo se encuentre entre nosotros no significa que nosotros lo reconozcamos como lo que es; podemos pasar diariamente junto a un museo o una galería de arte, sin tener conocimiento de lo que hay adentro. El problema del rechazo viene como consecuencia de conocer personalmente a los profetas, ya que éstos son siempre el hijo o el vecino de alguien; son elegidos de entre el pueblo, y no traídos espectacularmente desde otro planeta. David fue el más joven de ocho hermanos. El mayor de ellos se irritó con él porque lo consideraba presuntuoso, por el solo hecho de encontrarse en el frente de batalla donde Goliat desafió al ejército de Israel; quienes se ocuparon en indignarse con David, no vieron la pureza de la indignación de éste con Goliat, porque el gigante
había desafiado "a los escuadrones del Dios viviente" (1 Sam. 17:26). Pero David era un muchacho de la localidad y fue ignorado hasta el último momento. El problema con el rechazo de los profetas por su falta de prestigio, es lo que Pablo, quien sabía bien lo que era el rechazo, nos advirtió cuando dijo, hablando de la obra de Dios: "Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles." (1 Cor. 1:26.) En muchas escrituras el Señor indica que El llevará adelante su obra mediante aquellos que el mundo considera como débiles y despreciados. Claro que el rechazo de los santos profetas se produce porque el corazón del pueblo se encuentra endurecido, ya que éste es moldeado por su sociedad. Pero aun cuando el endurecimiento es rápido, también puede ser útil. Quién, por ejemplo, habría previsto hace veinte años el uso masivo del aborto en la sociedad actual? Como toda la doctrina maligna del diablo, esa práctica "complace a la mente carnal" (Alma 30:53). Los profetas tienen un modo de conmover esa mente. A menudo los acusan de dureza y de estar ansiosos de predecir algo para luego poder decir: "Yo lo predije". Los profetas que yo he conocido son los hombres más buenos; es como consecuencia de su integridad y del amor que sienten por sus semejantes, que no pueden modificar el mensaje del Señor tan sólo para complacer al pueblo. Jamás harían algo semejante. Estoy sumamente agradecido de que los profetas no anhelen la popularidad. Si necesitamos un recordatorio de las duras realidades y los peligros que enfrentan los profetas, Jonás nos da un ejemplo relacionado con su llamamiento para predicar en la gran ciudad de Nínive, que era tan grande que llevaba tres días enteros el caminar de un extremo al otro de ella. No podemos leer acerca del profeta Eter testificando durante el día en la ciudad y escondiéndose durante la noche en una cueva, sin maravillarnos por su valentía de volver cada día a aquella ciudad hostil (Eter 13). Lemos sobre Enoc, quien fue llamado siendo aún un muchacho, y según su propia descripción, era despreciado por el pueblo, y tenía dificultad para hablar; aun así, llevó a cabo su obra con amor y compasión con rotundo éxito (Moisés 6). Estos hombres de todas las épocas, me maravillan, pues ni siquiera los profetas son inmunes a las tentaciones de la carne; pero ellos aprenden a vencerlas apoyándose en el Señor. Los testimonios de los santos profetas de Dios, se encuentran en las Escrituras, pero a menudo los han escrito también con su sangre. Por ser ellos los profetas del Señor, nos ayudan a ver el fin desde el comienzo. Los profetas siempre han estado libres de las maldades de sus tiempos; libres para hacer las auditorías divinas y para llamar al fraude, fraude; al engaño, engaño y al adulterio, adulterio.
Ahora, al terminar esta Conferencia General pongamos atención a todo lo que ' se nos diga; seamos escuchas responsables; responsabilicémonos del consejo que sea aplicable a nosotros; escuchemos a quienes sostenemos como profetas y videntes, y a los otros hermanos, como si nuestra vida eterna dependiera de ellos, porque realmente es así. Ahora desearía hacer algunos comentarios, para haceros saber algunas de mis preocupaciones por nuestro pueblo en estos tiempos tan difíciles. Antes de proseguir quisiera destacar la importancia de leer los discursos presentados en las conferencias generales, que aparecen en la revista Liahona. Y quisiera que siguierais el consejo que habéis recibido en el pasado, de llevar vuestros diarios personales; quienes lleven un libro de recuerdos, tienen más probabilidades de recordar al Señor en su diario vivir. Los diarios o libros de recuerdos son una forma de contar nuestras bendiciones y de dejar un inventario de las mismas para nuestra posteridad. La primavera nos recuerda la necesidad de cultivar nuestros huertos, para que podamos producir algunos de nuestros alimentos,' al igual que las flores para hermosear nuestras propiedades y vecindarios. Aun cuando lo que produzcamos resulte más caro que si lo compráramos, tendrá mucho más valor por la satisfacción que obtendremos por ser de nuestra propia producción, recordándonos la ley de la cosecha según la cual cosechamos lo que sembramos. Aunque la tierra de que dispongáis sea pequeña, servirá para acercamos a la naturaleza y ennoblecemos, tal como sucedió al comienzo con nuestros primeros padres. Cómo puede alguien ver que se descuidan las normas tradicionales de moral y no percibir que está decayendo la decencia? De niño pude ver como todos, tanto jóvenes como viejos, trabajaban arduamente; nosotros sabíamos que estábamos conquistando el desierto e Arizona, pero si hubiera sido más sabio entonces, podría haber comprendido que también estábamos sometiéndonos nosotros mismos. El trabajo arduo y honesto del campo, domando desiertos y canalizando ríos para hacer habitables las tierras salvajes, ayudaron también a civilizar al hombre. El desdén por el trabajo en algunos sectores de nuestra sociedad, podría leerse como una señal de retorno a la rudeza y el salvajismo, tal vez no en todas, pero sí en algunas personas. La dignidad y autoestima que produce el trabajo honrado, son esenciales para la felicidad; del recreo a la haraganería no hay más que un paso. Cómo podemos no desesperarnos cuando vemos tantas personas que deberían ser buenos ejemplos y son exactamente lo contrario? Quienes se mofan del matrimonio y consideran como anticuadas la castidad antes del casamiento y la fidelidad posterior, parecen determinados a establecer una moda propia e imponérsela a los demás. Acaso no pueden ver que ese gran egoísmo finalmente los conducirá a una profunda soledad? No pueden comprender que, empujados por el placer, irán alejándose cada vez más del gozo? No ven que esa forma de vida producirá un vacío del cual no habrá placer alguno que pueda rescatarles? La ley de la cosecha sigue en vigencia.
Desde el momento en que el deseo carnal del hombre no se ve restringido por la vida familiar y la verdadera religión, se produce una avalancha de apetitos que aumentan en forma verdaderamente alarmante; al desprenderse uno de ellos y precipitarse incontroladamente cuesta abajo, otros le siguen en la caída, ya se trate de la homosexualidad, la corrupción, las drogas o el aborto. Cada uno comenzó como un apetito que debía ser controlado, pero que no lo fue. Así aumenta vertiginosamente la miseria, y la decadencia, con sus demandas y dogmatismo desconoce completamente la libertad. La decadencia que se desarrolló en el terreno de la tolerancia y el libertinaje, desaloja pronto a todo lo demás. Finalmente alcanza el punto en el que, tal como lo declaró un profeta: "... no hubo ya remedio" (2 Cron. 36:16). En esas circunstancias, los profetas de Dios hablan aún con más potencia, haciendo lo que hizo Alma cuando comenzó a predicar con "testimonio puro en contra de las maldades de su tiempo" (Alma 4:19); y es lo único que puede hacerse bajo esas condiciones. Sabemos que en esta tierra existen lugares donde los abortos son mayores que los nacimientos, y donde los nacimientos ilegítimos son mayores que los legítimos, y nos preguntamos por cuánto tiempo más se detendrán los juicios de Dios. Sabemos de quienes rindiéndose a la moda de la época, viven juntos sin estar legalmente unidos en matrimonio, y nos preguntamos por qué esa gente no comprende que no podrá encontrar su identidad ni ningún sentido real de pertenencia mientras pisotee los mandamientos de Dios. Con alarma vemos que aumenta la cantidad de niños que crecen criados por uno de los padres y nos preguntamos nuevamente qué sucederá si se aplica la ley de la cosecha. Lo que es errado es errado, y las tendencias sociales no convierten en bueno lo que es contrario a las leyes de Dios. Vemos que ha aumentado la indecencia en el lenguaje y comprendemos cómo debe haberse sentido Lot cuando se vio "abrumado por la nefanda conducta de los malvados" (2 Pedro 2:7). Nos preguntamos por qué los de conversación indecente y profana, además de que rehúsan obedecer la voluntad de Dios, son tan obtusos que permiten que su capacidad de comunicación se atrofie cada vez más. El idioma es como la música. Nos regocijamos en la belleza, en el alcance, y en la calidad de ambos, y nos hiere la repetición de unas pocas notas desafinadas. En lugar de liberar a los involucrados, el pecado es como rendirse y entregarse a la majada; es capitular con lo carnal, y rechazar el gozo y la belleza de esta vida y del mundo venidero. Debido a que el pecado encierra tanta tristeza, el justo no se pone en la situación de decir: " Yo te lo dije!", porque en su amor desea sinceramente que haya más eficacia en la comunicación y en dar testimonio, para que exista menos miseria y más felicidad en el mundo. No es extraño que quienes poseemos el "plan de felicidad", debido a nuestro amor por el prójimo sintamos una especial necesidad de compartir el evangelio. Que el Señor nos ayude en las oportunidades que tengamos de vivir rectamente, a fin de poder ser un testimonio para el mundo, de hablar con humildad pero
sinceramente; de guiar con eficacia y sentimiento, utilizando siempre el Evangelio de Jesucristo como nuestra constante guía. Antes de terminar, quisiera agregar que los cuatro testimonios que escuchamos de estos jóvenes nuevos líderes de la Iglesia fueron muy inspiradores y ha sido un placer oírles decir a cada uno de ellos: "He puesto sobre el altar todo lo que poseo o lo que algún día pudiera poseer, y está allí a disposición del Señor o de sus siervos". Esto me complace porque nos demuestra que todavía hay fe en la Iglesia, en Sión, entre la juventud, y entre la gente joven que está creciendo en esta Iglesia. No quisiera extenderme demasiado, sino solamente agregar: Que el Señor os bendiga, mis hermanos, mientras volvéis a vuestros hogares. Que la paz sea con vosotros y podáis encontrar al regresar un verdadero hogar Santo de los Últimos Días en donde reine el evangelio. También dejo mi testimonio de la divinidad de esta gran obra, que es lo Más grande que hay en el mundo, como dijo un miembro de las Autoridades Generales. En el nombre de Jesucristo. Amén.