HOMILÍA Misa Crismal Lecturas:

Transcripción

1 HOMILÍA Misa Crismal Mocoa, 6 de abril de 2017 Lecturas: Is 61 El espíritu del Señor está sobre mí Salmo 89 Cantaré eternamente tu amor, Señor Apoc 1: Hizo de nosotros un Reino sacerdotal para Dios Lucas 4 Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír Queridos hermanos: Estamos renovando la Última Cena, en la cual Jesús mismo ha celebrado la Eucaristía, anticipando sacramentalmente el sacrificio de sí mismo. Este evento histórico y real resulta particularmente evocador hoy en Mocoa. Una ciudad entera se ha convertido como en un inmenso altar, donde centenares de personas han sacrificado su vida. Hoy oramos por ellos y pedimos que su sacrificio sea fecundo gracias y en unión al sacrificio de Cristo. Todo sacrificio es difícil de comprender. Los Apóstoles no comprendieron porqué Jesús debía y quería morir. Jesús entonces los invitó a fiarse de Él y a creer que Dios es amor y que nada carece de sentido si lo vivimos en obediencia a Dios. También nosotros tenemos muchas preguntas y son numerosas las cosas que no comprendemos. En la fe, sin embargo, estamos seguros de que ni siquiera el más mínimo dolor se pierde cuando es vivido con Cristo. Al contrario, se convierte en instrumento que colabora con la redención del mundo. La vida renace precisamente de la muerte. El amor ha vencido al odio.

2 En estos días somos espectadores de un País entero, Colombia, que en cierto modo renace gracias a Mocoa, porque supera sus tensiones y polarizaciones, se une y se hace solidario con cada uno de los habitantes de esta ciudad. Es el amor y solo el amor el que permite renacer. El sacrificio de Cristo, que se hace pan y vida para nosotros, nos enseña que el amor es más fuerte que la muerte y que en consecuencia su muerte por amor es capaz de darnos la vida a cada uno de nosotros. A través de mi persona, el Papa Francisco quiere estar hoy con el Señor Obispo y con ustedes, Sacerdotes, para agradecerles por cuanto están haciendo, para compartir sus angustias y sus miedos; para animarlos a llevarlas con fe y con esperanza, a abrazarlas si me permiten, porque son la Cruz de Jesús! Y si ustedes llevan esta cruz con amor, participan en la redención de Mocoa y en el renacimiento de la misma Colombia. Este año ustedes han vivido de manera particular la Cuaresma y el Via Crucis, porque han experimentado en su propia carne el sacrificio que celebran cotidianamente de modo sacramental. La fuerza para actuar de semejante manera, en la entrega total a Dios, tal como lo muestra la primera lectura y el evangelio de la Misa de hoy, viene del Espíritu Santo a través del signo de la unción. En otras palabras, es propiamente el don de la ordenación sacerdotal la fuerza que capacita a los ministros para donarse a sus hermanos del mismo modo que Cristo lo ha hecho. Al renovar hoy las promesas hechas a Dios el día de nuestra ordenación, también se renueva en nuestro corazón la fuerza interior necesaria para cumplir generosamente la voluntad del Padre. San Juan, como sabemos, no nos refiere las palabras de la consagración y, en cambio, nos presenta el lavatorio de los pies. Con esta elección, San Juan no quiere ciertamente decir que - 2 -

3 servir a los demás sea más importante que celebrar la Eucaristía y los sacramentos. Más bien, nos quiere enseñar el sentido profundo de las palabras de la consagración y de la Misa. Cristo se inmola físicamente en la cruz y sacramentalmente en la Eucaristía, por obediencia al Padre y esta obediencia es servicio a Dios y, en nombre de Dios, a todos los hombres. Muriendo en la cruz, Cristo entrega toda su existencia al servicio de los hombres, lava sus almas, no solo sus pies, y lo hace con la sangre y no solo con el agua. Jesús nos enseña así a celebrar la Santa Misa plenamente, uniendo el sacrificio de nuestra vida a favor de nuestros hermanos por amor de Dios. Si hacemos esto y celebramos así la Misa, este sacrificio sacramental se prolonga más tarde durante la jornada, cuando servimos a los hermanos, excavamos en medio del fango, cuidamos a los heridos, consolamos a los supervivientes y buscamos a los extraviados. Todas estas obras de caridad prolongan la celebración de la Misa si tienen lugar en el espíritu de obediencia de Jesús, con la entrega total de nuestra vida a Dios, pidiendo que se cumpla plenamente en nosotros su voluntad. La Eucaristía nos configura con Cristo, nos hace partícipes del ser y de la misión del Hijo, nos identifica con sus intenciones y sentimientos, nos da la fuerza para amar como Cristo nos pide, para encender a todos los hombres y mujeres de nuestro tiempo con el fuego del amor divino que Él vino a traer a la tierra. Y todo esto debe manifestarse efectivamente en nuestra vida: si hemos sido renovados con la recepción del cuerpo del Señor, hemos de manifestarlo con obras. Que nuestras palabras sean verdaderas, claras, oportunas; que sepan consolar y ayudar, que sepan, sobre todo, llevar a otros la luz de Dios. Que nuestras acciones sean - 3 -

4 coherentes, eficaces, acertadas: que tengan ese bonus odor Christi, el buen olor de Cristo, porque recuerden su modo de comportarse y de vivir. Para poder celebrar así la Misa y para servir al prójimo con tales sentimientos, debemos antes purificarnos. Cuando Jesús, postrado a los pies de los discípulos, con la jofaina de agua les ha lavado los pies, no ha querido confiar este gesto a los ángeles ni tampoco a su querida Madre. Él mismo ha deseado purificarlos antes de que recibiesen la Eucaristía. Nosotros Sacerdotes, como también los fieles, debemos celebrar la Eucaristía con un corazón puro y solo Jesús es capaz de purificarlo, en el sacramento de la confesión. No podemos celebrar con un corazón hinchado de orgullo, vacío de Espíritu divino y de interés por los demás, lleno de impurezas. Confesémonos por tanto para purificarnos y así recibir dignamente al Señor, celebrar dignamente los sacramentos y hacerlos plenamente eficaces en nuestro ministerio. Incluso los ángeles y María Santísima quedan extasiados al ver el milagro de amor eucarístico, gracias al cual Dios no solo crea el cielo y la tierra, sino se da a sí mismo en la materia del pan y del vino. Pidamos a María Santísima que nos enseñe a celebrar con esta fe y este estupor profundo. Pidamos a la María Santísima que nos ayude a vivir con fe y dignidad nuestro sacerdocio y la celebración de los sacramentos. Pidamos a María Santísima que seamos sinceros delante de Dios y que obtengamos la gracia de llevar con gran eficacia su salvación a todos los hombres y en particular a nuestros hermanos más necesitados de esperanza y cansados de la vida. Pidamos a María Santísima que acojamos el dolor y el sacrificio de la población de Mocoa, que enjuguemos las lágrimas - 4 -

5 como ella enjugó las de su Hijo. Finalmente, pidamos a María Santísima que interceda para que el sacrificio de este momento se transforme en el germen de un nuevo nacimiento para esta ciudad. Así sea