EL CHOCOLATE DERRETIDO Por Juanita Conejero Yo soy Marcelo, el perrito de la abuelita. Soy amigo de todos los niños del barrio.
La tía de mi amigo Jack tiene una computadora. A Dieguito, su compañero de aula, le dio por jugar a los empresarios. Yo pienso que Dieguito, cuando sea grande, va a ser un buen directivo. Se le ocurren tantas ideas Un día, Dieguito habló con Jack para hacer una empresa. El papá de Jack es canadiense. La empresa, según él, comercializaría dibujos hechos por ellos mismos. Necesitarían papeles, temperas, crayolas, plumones, acuarelas etc. Todo eso lo compraría en Canadá el papá de Jack. Dieguito hizo unas publicidades graciosísimas en la computadora y las repartieron por toda la comunidad. Yo tengo la mía, guardada como recuerdo. La Empresa se llamaría: DIEGOJA, utilizando letras de los nombres de los dos directivos principales.
Dieguito, según me dijeron, habló con Margarita, la vecina de enfrente. Ella sería la secretaria. Organizaría los papeles y atendería a las visitas y el teléfono. Trabajaron muy duro. Realizaron como treinta dibujos. A cada rato, yo movía la cola, me acercaba a la mesa donde trabajaban, pero muy callado, porque ni Dieguito ni Jack querían que los interrumpieran. Cuando terminaron, se sentaron en la escalera del edificio y pusieron los dibujos en exhibición. Allí colocaron un letrero en rojo: SE VENDEN. A todo el mundo le llamaba la atención esa iniciativa, pero yo me fijé bien, nadie compraba ni uno.
Pensé que la Empresa había fracasado. Pero para suerte de todos, se vendió al fin el primer dibujo. Después casi se los arrebataban de las manos. Así vendieron hasta el último. El papá de Jack compró el primero y su tío compró otro, el papá y la mamá de Dieguito compraron dos más, la tortuga de Renecito quiso un dibujo muy bello de un lago azul que hicieron con crayolas y la hermana mayor de Dieguito y su novio prefirieron un corazón enamorado pintado con acuarela. La perrita del jardinero se decidió por una casa preciosa y la gata Muselina, prefirió un ratón con un lazo rojo. El caso fue que en un abrir y cerrar de ojos se vendieron todos los dibujos. La Empresa había sido un éxito. Tan rápidamente se vendieron que yo no pude quedarme con ninguno.
Y ahora Dieguito y Jack tenían un problema que resolver, qué harían con las ganancias? Una reunión se citó a primera hora del sábado. Fue presidida por Dieguito. Duró muy poco, porque ellos no son burócratas. Yo estuve callado, ni movía la cola para no molestarlos, ni ladré tampoco, aunque sentí ruidos en el jardín. Dieguito propuso que podrían comprar unos helados. En qué mejor invertir el dinero recogido? Después, a Jack se le ocurrió que sería conveniente guardar el dinero para las vacaciones. Margarita dijo que se podían hacer las dos cosas. A mí se me hizo la boca agua, pensaba que quizás me tocaba por lo menos un helado de chocolate.
Pero Dieguito, cambiando de opinión, hizo otra propuesta que fue aceptada por unanimidad. Como yo no era de la empresa no tenía derecho al voto, pero también levanté mi patica. Decidieron los niños entregarle todo el dinero recogido nada menos que a mi dueña, una linda abuelita, que es la señora más pobre y humilde de todos los alrededores. Mi dueña no tiene familia y es muy mayor, vive solo conmigo, en una pequeña casa con un jardín de jazmines y se pasa todo el día viendo jugar a los niños y cuidando de las flores. Yo salí corriendo para la casa, casi no lo podía creer. Me acuerdo, como si fuera hoy, de aquella tarde. Había más sol que nunca. Mi dueña, sentada en su sillón se abanicaba lentamente. De pronto, llegaron los niños. Me fijé especialmente en Margarita, que traía un pastel de chocolate entre las manos que le había hecho su mamá para festejar la ocasión.
Imagínense! La alegría se adueñó de la casa. Me pareció que los jazmines estaban también muy felices y que su aroma se iba por los aires y avanzaba por todas partes, porque muchos vecinos se acercaban a la verja del jardín, curiosos por ver qué estaba pasando en aquel lugar. Todos lloramos! Qué lindo gesto el de estos amiguitos! La abuelita emocionada abrazaba a los niños. Y yo, sin que se dieran cuenta, saboreaba feliz el chocolate derretido que se escapaba del pastel y que caía inesperadamente en mi boca.