Diócesis de Barbastro-Monzón «Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve» (Lc 22, 27) El discípulo no es más que su maestro «También vosotros debéis lavaros los pies unos a otros» (Jn 13, 14) 2 Segunda Semana de Cuaresma
Comenzamos cantando y rezando Volvemos a recogernos en este tiempo de oración cuaresmal, pero no para huir del mundo ni de nuestros hermanos, sino para fortalecer nuestro ánimo en el encuentro con Jesucristo, confiados en que su Espíritu nos empuja a imitar su decisión de estar entre nosotros como el que sirve. Después de hacer la señal de la cruz, escuchamos el canto «Al atardecer de la vida, me examinarán del amor». Luego ponemos confiadamente en las manos del Señor nuestra existencia y trabajos suplicándole que los haga fecundos, con el siguiente himno litúrgico: El trabajo, Señor, de cada día nos sea por tu amor santificado, convierte su dolor en alegría de amor, que para dar tú nos has dado. Paciente y larga es nuestra tarea en la noche oscura del amor que espera; dulce huésped del alma, al que flaquea dale tu luz, tu fuerza que aligera. En el alto gozoso del camino, demos gracias a Dios que nos concede la esperanza sin fin del don divino; todo lo puede en él quien nada puede. Amén. Jesús llamó a los doce discípulos y constituyó con ellos un grupo más íntimo y estable. Ellos iban 2
a acompañarle de cerca durante casi tres años y con ellos pensaba iniciar su Iglesia; por eso les fue explicando pormenorizadamente cómo debían comportarse y los puso en guardia para que no se atemorizasen por las persecuciones que caerían sobre ellos. Poco a poco se dieron cuenta de que entre ellos y Jesús surgía una especie de complicidad, de identificación mutua, que les llevaría a correr la misma suerte del Maestro, aunque les costó bastante terminar de convencerse de esto último. En cierta ocasión, tal como relata el capítulo 10 del evangelio de san Mateo, les dijo: «Si al dueño de la casa lo han llamado Belzebú, cuánto más a los criados!», pero «no les tengáis miedo». Jesús utilizó entonces una expresión muy gráfica: «Un discípulo no es más que su maestro, ni un esclavo más que su amo; ya le basta al discípulo con ser como su maestro y al esclavo como su amo» (Mt 10, 24-25). Con estas palabras Jesús quería soste-ner el ánimo de sus discípulos, además de incitarlos a imitar su forma de vida. Ésta es también una advertencia muy apropiada para nosotros, que poco a poco nos vamos identificando con Cristo y hemos recibido el encargo de ser su cuerpo visible aquí y ahora. Debéis lavaros los pies unos a otros En el momento decisivo de su existencia, Jesús hizo un gesto que condensa toda su vida, toda la his- 3
toria de un amor cumplido. El evangelio de Juan lo describe con todo detalle y lo introduce con dos expresiones que merecen ser recordadas. Primero advierte cuál era el estado de ánimo de Jesús, con estas palabras: «sabiendo que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre». En ese clima de tensión profunda que produce el saber que se está viviendo un momento decisivo lo llama su hora, Jesús lleva a término lo más duro y difícil de la tarea que se le había confiado, amando hasta el extremo: «Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo». Este amor hasta el extremo Jesús lo condensó en el gesto de lavar los pies de sus discípulos, una servicialidad total simbolizada en esta tarea humillante, el trabajo sucio que entonces nadie quería hacer. Se cuenta que el cruel y estrambótico emperador Calígula humilló a algunos ilustres senadores romanos ordenándoles que le lavasen los pies. Era una tarea de esclavos. Pero Jesús la asumió con total libertad para que quedase claro cuál era el sentido que iba a tener su terrible muerte, que se consumaría unas horas más tarde. Jesús les lavó los pies y murió en una cruz para darnos a entender que existe para los demás, que existe para nosotros. Ahora entendemos por qué Simón Pedro se resistía a dejarse lavar los pies por Jesús: no podía verlo a sus pies como si fuera un esclavo. Pero la decisión irrevocable de Jesús hizo comprender a Pedro, y a todos nosotros, lo que el papa Francisco 4
nos decía el día en que comenzó su ministerio de Pastor universal: «Nunca olvidemos que el verdadero poder es el servicio, y que también el Papa, para ejercer el poder, debe entrar cada vez más en ese servicio que tiene su culmen luminoso en la cruz». Al terminar de lavarles los pies, Jesús, recordando la complicidad que ha de haber entre el maestro y sus discípulos, les apremió: «Si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros» (Jn 13, 1-16). En este gesto y con estas palabras se perfila la hondura de ese estar como el que sirve, que fue el tema de reflexión de la semana pasada. Se trata de una servicialidad que no conoce límites, hasta el extremo, y que culmina en la cruz, aunque, como advertía el Papa, será una culminación luminosa. Estamos ante el meollo del Evangelio y la esencia de la Iglesia. Lavarnos los pies unos a otros, con toda la carga de renuncias, dolor y fracaso que tantas veces comporta, es la principal tarea de los cristianos y nuestra seña de identidad, la única que puede ser leída sin tergiversación por todo el mundo. Cuándo te vimos perdido y te acogimos? Con frecuencia tendemos a disculparnos de aquello que hemos hecho mal. Si podemos, descargamos las culpas sobre los otros: no me informaron adecuadamente, otro era el responsable, yo hubiera 5
querido pero no pude... Y, si no hay nadie a mano a quien cargar con el sambenito, todavía intentamos eludir nuestra responsabilidad diciendo que no pensábamos que la cosa fuera tan grave: si lo hubiera sabido... Algo de esto parece que ocurrirá en el juicio final. Jesús describió en esta parábola una escena del todo real. Quién es mi prójimo?, le había preguntado aquel maestro de la ley, que quería justificarse por sus remilgos a la hora de decidir a quién debía amar como a sí mismo y a quién no. Entonces, Jesús le contó la parábola del buen samaritano para advertirle que todo el que está necesitado es nuestro prójimo (vid. Lc 10, 30-37). En la parábola del juicio final, que el evangelista Mateo sitúa inmediatamente antes de comenzar los relatos de la pasión y la resurrección, Jesús volvió a insistir en que el criterio para entrar en el reino de Dios será la actitud que hayamos adoptado ante el prójimo necesitado: «Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme». Pero cuándo hacemos o dejamos de hacer todo esto con Jesús? Con toda claridad y sin dejar lugar a escapatoria alguna, Jesús afirmó: «En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis»... O, «tampoco lo hicisteis conmigo» (Mt 25, 31-46). El papa Francisco, pensando en esta misma 6
parábola, asumía las palabras de Jesús como dichas para él desde el comienzo de su ministerio apostólico: «También el Papa debe poner sus ojos en el servicio humilde y abrir los brazos para custodiar a todo el pueblo de Dios y acoger con afecto y ternura a toda la humanidad, especialmente a los más pobres, los débiles, los más pequeños; eso que Mateo describe en el juicio final sobre la caridad: al hambriento, al sediento, al forastero, al desnudo, al enfermo, al encarcelado». Pero esta parábola se dijo no sólo para el Papa, sino para todos. Es un criterio seguro para saber quién cuenta con la simpatía de Dios; basta con preguntarse sobre la calidad de mi amor al prójimo. Según la parábola no es suficiente el amor afectivo o sentimental, sino que ha de llegar a lo concreto vestir, dar de comer, dar cobijo... y proporcionar una ayuda real, efectiva. Este es el camino para encontrarnos con el Dios de Jesús. En los discípulos caló muy pronto la convicción de que no podían amar a Dios si no se amaban unos a otros. Así lo da a entender la primera carta de Juan, que recoge las convicciones que circulaban por aquellas comunidades cristianas de finales del siglo primero. En ella leemos afirmaciones tan rotundas como éstas: Quién vive en la luz de Cristo?: «Quien dice que está en la luz y aborrece a su hermano está aún en las tinieblas. Quien ama a su hermano permanece en la luz y no tropieza» (1 Jn 2, 9-10). «Este es el mensaje que habéis oído desde el prin- 7
cipio: que nos amemos unos a otros. Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos. El que no ama permanece en la muerte» (1 Jn 3, 11. 14). El motor y ejemplo del amor cristiano es Jesús, que pide un amor afectivo y efectivo: «En esto hemos conocido el amor: en que él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos. Pero si uno tiene bienes del mundo y, viendo a su hermano en necesidad, le cierra sus entrañas, cómo va a estar en él el amor de Dios?» (1 Jn 3, 16-17). Sólo hay un criterio para saber si nuestra religiosidad es auténtica o mera palabrería: «A Dios nadie lo ha visto nunca. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud. Si alguno dice: Amo a Dios, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve» (1 Jn 4, 12. 20). Todo esto ha sido dicho no para atemorizarnos, sino para nuestra conversión, aunque tal vez produzca algún sonrojo saludable en lo hondo de nuestras conciencias. La Cuaresma es tiempo oportuno para crecer en sinceridad hacia nosotros mismos y en compasión y misericordia hacia los demás, imitando a nuestro Dios. Hagamos, pues, examen de conciencia con la actitud orante de quien está delante de un Padre rico en misericordia. 8
Para la reflexión personal o en grupo v Qué lugar ocupa en mi religiosidad el amor afectivo y efectivo hacia el prójimo? v Qué oportunidades de lavar los pies a mis hermanos tengo habitualmente en mi familia, en mi trabajo, entre los vecinos y con otras personas...? Aprovecho estas oportunidades o las dejo pasar? v Me siento llamado a vincular la Eucaristía, en la que participo cada domingo, con el servicio y amor al prójimo? Qué dones de servicialidad y amor presento al Señor unidos al pan y vino eucarísticos? Oración y canto de despedida Señor Jesús, gracias porque con tu vida nos muestras la manera de ser de Dios. Ayúdanos a ser compasivos y misericordiosos. Haz que toda tu Iglesia se parezca a Ti por su manera de perdonar, de mostrar de mil formas que Dios es perdón. Como el viñador reclama paciencia, Jesús, que la paciencia no nos falte nunca en nuestro trabajo apostólico. 9
Paciencia necesitamos con los niños y los adultos, paciencia con los jóvenes y con los que vienen ocasionalmente, paciencia con nuestros superiores e iguales y, sobre todo, con nosotros mismos. También nosotros estamos tentados a cortar por lo sano, como en la parábola, porque creemos que estamos perdiendo el tiempo. Tú en cambio nos pides que tengamos en cuenta la recomendación del viñador: «Señor, déjala todavía este año...» Vengo ante ti, mi Señor, reconociendo mi culpa, con la fe puesta en tu amor que tú me das como a un hijo. Te abro mi corazón y te ofrezco mi miseria, despojado de mis cosas quiero llenarme de ti. Que tu Espíritu, Señor, abrase todo mi ser, hazme dócil a tu voz, transforma mi vida entera. Puesto en tus manos, Señor, siento que soy pobre y débil, mas tú me quieres así, yo te bendigo y te alabo. Padre, en mi debilidad, tú me das la fortaleza, amas al hombre sencillo, le das tu paz y perdón. 10
Guía para orar durante la Cuaresma Para la segunda semana Del 16 al 22 de marzo Lecturas para orar con el Evangelio: Domingo, 16 de marzo: Marcos 1, 16-28 Lunes, 17 de marzo: Marcos 2,1-12 Martes, 18 de marzo: Marcos 2, 13-17 Miércoles, 19 de marzo: Marcos 6, 45-56 Jueves, 20 de marzo: Marcos 8, 31-38 Viernes, 21 de marzo: Marcos 9, 30-37 Sábado, 22 de marzo: Marcos 12, 28-34 Oraciones para esta semana: Con tu presencia, la noche, se cambia en día ; las redes vacías, se llenan de pesca milagrosa ; los ojos incapaces de verte, te descubren a nuestro lado. Nuestra cobardía se torna valentía al estar contigo y las dificultades se vuelven retos que podemos vencer con tu ayuda. 11
La soledad se supera con tu compañía y nuestra vida se llena de sentido. Gracias por tu palabra: Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo. Que sintamos tu presencia en nuestra vida! Amén. * * * Dios, Amor gratuito e infinito necesitamos señales que den sentido a nuestra vida, señales para no perdernos por los caminos del mundo. Tú, en Cristo, nos has dado las gran señal : el amor hasta dar la vida por los demás. Reconocerán que somos de los tuyos, no por la riqueza, sabiduría o poder, sino sólo por el amor. Señor, enséñanos a vivir ese amor que revelará tu presencia entre nosotros. Amén. (Pablo VI) 12