Mi gato Tomeu Marisa Heredero Sanz
créditos
* Marisa Heredero Sanz Mi gato Tomeu pequeño grand guignol grand guignol ediciones
* Aún recuerdo cuando iba con mi padre al viejo almacén; era grande y oscuro con una potente luz en el centro para poder ver todo bien. Estaba lleno de cajas con botellas y latas que mi padre iba subiendo a la tienda con su carretilla. A mí me gustaba ir los fines de semana. Los fines de semana mi madre iba a ayudar a mi padre a la tienda y, como yo era pequeña, tenía que ir con ella también y a mí me encantaba! Me gustaba jugar con mi pelota a la puerta de la tienda y hablaba con las clientas. Algunas me decían: Qué mona!, se parece a su abuelo. A mi abuelo le llamaban tragaldabas, porque en los pueblos todo el mundo tiene un mote, pero esa es otra historia. Lo bonito de esta historia es mi gato Tomeu! Tomeu era un gato blanco, regordete y con una mancha negra en el lomo; cuidaba del viejo almacén para que no hubiese otra clase de bichos. 4
5
6 *
Yo tenía una amiga llamada Aída. Era la hija del médico del pueblo que vivía en una casa grande parecida a las de la capital. Mi padre decía que la casa era de todo el pueblo. Yo no sé por qué lo decía; lo cierto es que en esta casa siempre vivía un médico. El caso es que mi amiga tenía una casa muy grande pero no tenía gato y para ella esto era muy importante. Estaba ansiosa de conocer a Tomeu. Un día por fin consiguió que sus padres le dieran permiso para venir a mi tienda y así conocer a Tomeu. Ese día yo me levanté feliz. Mi amiga Aída iba a estar todo el día conmigo. Cómo nos lo íbamos a pasar en la tienda! Bajaríamos al viejo almacén y jugaríamos con Tomeu. Siempre que yo me levantaba contenta, cosa que solía ocurrir a menudo, lo primero que hacía era encender una radio grandota que mis padres tenían, y cantaba y cantaba hasta despertar a todos. Por fin llegó el gran momento de recoger a mi amiga Aída. Yo iba tan contenta que hasta consentí que mi madre me pusiera unos horribles lazos grandes de colores que ella se empeñaba en atarme en las trenzas y que a mí no me gustaban nada. Pero ese día no me importó; sólo quería estar con mi amiga. 7
* Cuando llegamos mi madre y yo a casa de Aída, ésta salió a a b r i rnos la puerta junto con una señora que tenía un uniform e blanco y negro y una cosa blanca en la cabeza luego me enteré por mi amiga que esa cosa blanca se llamaba cofia. La señora de uniforme nos dijo: En seguida aviso a la señora. Por fin apareció la madre de mi amiga, a la que mi madre saludó y pidió permiso para llevarse a Aída. Mi amiga estaba tan contenta como yo. Las dos íbamos cantando y dando saltos de alegría. Cuando llegamos a la tienda, mi amiga y yo pasamos detrás del m o s t r a d o r. A mi padre eso no le gustaba mucho, pero aquél era un día especial y nos permitió que despacháramos el pan a las clientas. 8
9
* Cómo disfrutaba mi amiga! Estaba feliz pero impaciente y nerv i o s a porque lo que más deseaba ella era ver a Tomeu. Cuando mi padre cerró la tienda, llegó el gran momento: las dos bajamos con él al viejo almacén. Nada más abrir la puerta, salió To m e u como siempre, contento de vernos y con ganas de jugar. Yo lo cogí en mi regazo y empecé a hacerle cosquillas en la tripa. A Aída al principio le daba un poco de miedo, pero al final acabó jugando con él tanto como yo. Lo cogió y acarició tanto que parecía que el gato nos pedía que le dejáramos tranquilo. Qué pena!, el día había terminado y teníamos que llevar a Aída a su casa. Cuando nos despedimos, mi amiga me susurró al oído: Pronto tengo que volver a ver a Tomeu. Pasó el tiempo y un buen día mi padre nos dijo: Os voy a decir algo muy imp o rtante para todos: vamos a c e rrar la tienda, ya que en este sitio van a hacer unos grandes almacenes. 10
11
* Todos nos miramos y pensamos lo mismo: qué pasaría con Tomeu? Pero el más preocupado era mi padre. Yo le veía pensativo y no era precisamente por la tienda, sino por el gato. Mi madre insistía: El gato no puede estar en casa, tú verás a quién se lo regalas. Era injusto!, con lo que mi padre y yo le queríamos! Pero mi madre eso no podía entenderlo. Qué cargo de conciencia: regalar a To m e u! Mi padre y yo no podíamos dormir tranquilos. Al día siguiente, cuando llegué a la escuela, le dije a mi amiga: Aída, tengo que decirte algo muy importante. Y cuando le conté lo que pasaba, se nos ocurrió algo genial. Ya está!, lo llevaremos al garaje de mi casa exclamó Aída sin que se enteren mis padres. A mi madre tampoco le gustan los gatos. Como sabéis, mi amiga tenía una casa como las de la capital, con un garaje grande, donde su padre guardaba un coche mucho más grande. Allí estaría bien Tomeu. Y aunque yo sé que no hay que decir mentiras, pensé que ésta era por el bien de Tomeu. Qué lata! Por qué a las madres no les gustan los gatos? 12
13
* Así que a mi padre le dijimos que Aída se llevaría el gato a su casa, pero le ocultamos que los padres de mi amiga no lo sabían, y muy contentas las dos, una tarde fuimos a la tienda para llevarnos a Tomeu y ponerlo a salvo en su nueva casa. Al principio Tomeu estaba como asustado; no se movía, siempre estaba pegado a una columna, en la cual le dejábamos comida y agua. Pobre Tomeu!, parecía triste, echaría de menos su antigua casa? Poco a poco se fue haciendo a este nuevo hogar y un buen día pasó algo muy especial, como un milagro. La madre de mi amiga Aída vio en una ocasión a Tomeu en el garaje y muy extrañada lo comentó durante la cena. 14
Hoy he visto un gato en el garaje, no sé de dónde vendrá; creo que será un gato callejero, habrá que ponerle comida. Y todos los días le ponía comida especial para gatos. Estaría mejor que en el viejo almacén, aunque yo no quería pensar eso; porque en el viejo almacén no habría lujos, pero ese sitio tenia algo especial. Y, como decía mi abuelo, la alegría dura poco en casa de los pobres. Yo no sabía por qué decía eso mi abuelo, pero ahora empiezo a entenderlo la madre de mi amiga Aída empezó a decir: Este gato no puede estar aquí siempre! hay que pensar en regalárselo a alguien. Y dale con regalarlo! Qué manía tenían todos los mayores con regalar al gato!. Mi amiga y yo ya no podíamos ni dormir pensando en él, qué hacer con Tomeu? Mi padre, ajeno a todo esto, de vez en cuando preguntaba por él, sin saber que el gato estorbaba en el garaje. Con el cariño que mi padre le tenía Cualquiera le decía algo! 15
* Un buen día, al llegar al garaje Tomeu no salió a recibirnos y pensamos lo peor Mi amiga y yo lo buscamos por todos los sitios, lo llamábamos, pero nada de nada, Tomeu no aparecía. Qué habría pasado con n u e s t ro pobre gato? Subimos corriendo las escaleras y, antes de llegar a casa, nos encontramos con el señor que cuidaba del jardín de la casa de mi amiga, nos paró y nos p re g u n t ó : Os pasa algo?, por qué corréis tanto? Le miramos un poco asustadas pero, antes de que articuláramos palabra, nos dijo: Venid, sentaos en este descansillo de la escalera, y vamos a hablar. Aída y yo enseguida supimos que lo que nos iba a decir era algo sobre Tomeu, le habría pasado algo? Bueno, vosotras sabéis que éste no era un buen lugar para que viviese Tomeu. Por eso, tu madre y yo, Aída, le hemos buscado un sitio para poder estar. 16
Ahora lo entendíamos todo; no lejos de mi casa había una clínica veterinaria y allí lo habían llevado en principio para examinar si estaba bien de salud. Esto nos empezaba a gustar más. Había que cuidar a Tomeu para que viviera muchos años. La madre de mi amiga nos había demostrado que quería a nuestro gato tanto como nosotras y estábamos muy contentas. Por otra part e también el jard i n e ro nos dijo que conocía una familia, no lejos de allí, que quería adoptar un gato, para que sus dos niños pequeños jugaran con él y aprendieran a cuidar de un animalito. Mi amiga y yo estábamos contentas porque al fin y al cabo nosotras algún día tendríamos que ir a la universidad y eso quería decir que había que dejar el pueblo y no podríamos cuidar de Tomeu. Por otro lado estábamos un poco tristes por la separación, pero aceptamos todo ello con una condición, que nos dejaran visitar a Tomeu alguna vez. Y así fue: siempre que veníamos al pueblo, corríamos las dos locas de alegría a ver a nuestro gato, y él a su vez, nos los agradecía poniéndose panza arriba para que le hiciéramos cosquillas. Cómo le gustaba eso! Aún rec u e rdo cómo jugábamos los dos en el viejo almacén. Yo estaba feliz porque Tomeu había encontrado una familia que le hacía feliz. 17
18 *