LOS DISCÍPULOS DEL COLT



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Transcripción:

1 Colección Silver Kane LOS DISCÍPULOS DEL COLT Serie Oeste ISBN-13 978-84-613-4178-8

2 DISCÍPULO PRIMERO: EL DESENGAÑADO CAPÍTULO PRIMERO LLEGADO DE LAS SOMBRAS Harry Belter tiró de las riendas de su caballo y miró hacia delante, mientras su frente se perlaba con unas gotitas de sudor. Le rodeaban las sombras: la noche había caído sobre las comarcas pantanosas que hoy todavía rodean a Dallas. Estaba seguro de no haberse equivocado de camino pero, sin embargo, cómo era posible aquello? Miró el papel en que estaba apuntada la dirección que le habían dado: «Percival House. La Casa de la Paz decía aquel papel. Cinco millas al noroeste de Dallas.» Y él estaba ya cinco millas al noroeste de Dallas. Había un letrero en el camino que indicaba: «Casa de la Paz». Y sin embargo, a unas cinco millas, se había armado una zarabanda de disparos que atronaba el ambiente. Si aquello era la Casa de la Paz, Harry no lo entendía. Ni que el diablo se lo aclarase. De todos modos tenía que llegar hasta allí. Picó espuelas y siguió avanzando por el camino, mientras el estruendo de los disparos se hacía más y más preciso. Fue entonces cuando distinguió a la muchacha que venía corriendo. Parecía huir de algo. Estaba aterrorizada. Harry Belter no recordaba haber visto una chica tan bonita en muchos años. Quizá no había visto una cosa así jamás. Ella hizo un gesto de terror. Intentó ocultarse al verle.

3 Hizo un vano esfuerzo para saltar hacia unos matojos que había al borde del camino, pero ya era demasiado tarde. Harry Belter le cortó el paso. No lo hizo para acorralarla, sino todo lo contrario. Lo hizo para ayudarla, ya que pensó que la chica se iba a matar; a menos de cinco yardas había un precipicio respetable. La muchacha tuvo una reacción extraña. Fue a sacar un Colt. Todos aquellos movimientos eran absurdos, puesto que Harry Belter no la había visto nunca. Pero había que moverse o la muchacha dispararía y él tendría que hacerse todas aquellas preguntas desde el otro mundo. De modo que saltó. Voló materialmente desde la silla del caballo, mientras la hermosa desconocida disparaba. La bala casi rozó la cabeza de Harry Belter. Éste tuvo que cerrar los ojos con un movimiento espasmódico porque pensó que estaba viviendo el último segundo de su vida. Los dos rodaron por el suelo. Quedaron detenidos al borde del barranco. Un poco más y no lo cuentan ninguno de los dos. Para Harry Belter hubiera sido una muerte absurda. Quedó encima de la chica. Nunca había estado tan cerca, tan cerca de una mujercita tan maravillosa. En realidad Harry Beber tenía muy poca experiencia en cuestión de mujeres. Y el descubrimiento que ahora hizo le obligó a pensar: «Cuerno! Pues no está tan mal!»... De todos modos lo primero que le preocupó fue sujetar el revólver para que la muchacha no disparase de nuevo. Ella barbotó: Suéltame, canalla! Suéltame! No conseguirás matarme!... Harry Belter se quedó perplejo. Matarla? Por qué? No entendía nada de todo aquello. Iba a la Casa de la Paz y resultaba que allí había una ensalada de tiros. Se encontraba con una desconocida y esa desconocida decía que él iba a matarla. No sé por qué tiene miedo susurró. No pensaba hacerle ningún daño. Los ojos de la chica se abrieron con asombro. Parecía no creerlo, y la desconfianza brilló unos momentos en sus pupilas. Pero en seguida se convenció de que aquel joven decía la verdad, porque si había una expresión bondadosa en Texas, esa expresión era la de Harry Belter. Cómo? musitó. Usted no pertenece a la banda de Larkyn? Larkyn? Jamás le oí nombrar. No me estaba persiguiendo a mí?

4 A usted?... Ella se convenció entonces de que decía la verdad. Y se lo sacudió con un gesto. Oiga... Si no tiene nada que ver con los granujas de Larkyn, por qué no deja de aprovecharse de la situación? Él tragó saliva apuradamente. Perdone dijo. Y abandonó la privilegiadísima posición que ocupaba. En cierto modo fue una lástima, porque allí se estaba pero que muy bien. Pero también fue un alivio, porque a Harry Belter le molestaba terriblemente el que pudiera pensarse que él se aprovechaba de una mujer. Devolvió el revólver que le había quitado a la desconocida. Ella ya no intentó disparar más. Quién es usted? murmuró. Me llamo Harry Belter. Voy a Percival House, a ese sitio que llaman la Casa de la Paz. Ella le miró como si no acabara de entenderle o creyera que estaba hablando en broma. La Casa de la Paz? Pero usted sabe lo que dice? Pues... pues claro! Ah, entonces vaya. Hala, largo. Váyase cuanto antes. La preciosa muchacha se había puesto en pie. Se sacudía las ropas, que eran de buena calidad. Tenía unas formas opulentas, tensas, firmes, unas líneas que hubiesen enardecido a cualquiera. Cuanto más la miraba, más se convencía Harry de que era una de las mujeres más preciosas que había visto. Por qué huye? preguntó. La persiguen? Claro! Cree que de lo contrario iría corriendo como una loca y llevaría un revólver? Quién la persigue? Larkyn? Naturalmente! Y quién es Larkyn? Usted debe de ser nuevo en la comarca, no? preguntó la muchacha con sorna. Pues vaya a la Casa de la Paz y entérese de una vez, del terreno que pisa! Fue a seguir corriendo. Harry gritó: Oiga! Dígame al menos cómo se llama! Mi nombre no le importa a nadie! Y en todo caso ya lo averiguará! Diablos! Tome al menos mi caballo! No puede huir de esa manera! Ella le miró desconcertada.

5 Era un gesto que no hubiera esperado de un desconocido como Harry. Por unos segundos, en el fondo de los audaces ojos de la muchacha brillaron lo que parecían unas lágrimas de gratitud. Por qué hace esto, Harry? musitó. No lo sé, pero pienso que va a caer reventada si sigue corriendo como una loca. Tome mi caballo y huya. Espero que tenga buena suerte y no le pongan la zarpa encima esos tipos de Larkyn. Brillaron otra vez en aquellos ojos almendrados las chispitas de gratitud. Sabe que es usted un gran muchacho, Harry? Lo único que sé es que no puedo ver a una mujer en apuros. Hala, lárguese cuanto antes! Aproveche y huya! La desconocida montó ágilmente sobre la silla, haciendo una exhibición de piernas que dejó mareado a Harry. Pero la cosa ya no daba para más. Un momento después la muñeca se había perdido entre las sombras. Harry Belter pestañeó. No había salido lo que se dice ganando en aquel encuentro. Se había quedado sin caballo, sin silla y sin dinero, pues ahora recordaba que casi todos sus ahorros los llevaba en una bolsa de cuero colgada de la montura. Pero le cabía el consuelo de haber ayudado a una mujer en peligro de muerte. Siempre era algo. Fue a pie hacia la Casa de la Paz. La verdad era que el ambiente no concordaba con el nombrecito. Cada vez la ensalada de tiros era más intensa. Se oían gritos de agonía y se vislumbraba por detrás de la colina el resplandor de las llamas. Al no disponer de caballo, Harry tardó en llegar allí más de lo que hubiese querido, pero cuando bordeó la colina sus ojos se dilataron de sorpresa y de rabia. Y eso que la rabia era un sentimiento que él dominaba siempre. Pero lo que veía resultaba atroz. Un grupo de jinetes había estado rodeando Percival House hasta matar a sus habitantes. Eso no habría resultado nada difícil, porque el joven dudaba de que allí hubiera más de un par de rifles. Vencida la resistencia, estaban incendiando la casa. Algunas personas trataban de huir y de librarse del fuego. Pero eran inmediatamente abatidos a tiros. Se trataba de una salvaje matanza. Era el espectáculo más cruel y ominoso que Harry Belter había visto en su vida. Como no llevaba armas, no pudo intervenir para evitar al menos algo de aquella masacre. Tuvo que permanecer entre las sombras, mientras esperaba

6 tener la ocasión de que alguno de aquellos jinetes asesinos pasara cerca para saltar sobre él y romperle la nuca. Pero no pudo hacerlo. En realidad cuando él llegó la matanza ya estaba terminada. Los asesinos se alejaban. Eran como sombras exterminadoras que se perdían en la noche. Harry avanzó poco a poco entre las ruinas. Todo aquello le parecía tan increíble que tenía la sensación de estar borracho. Las llamas destruían totalmente lo que había sido un hermoso edificio de dos pisos. Entre las pavesas contó media docena de cadáveres. Dos de ellos eran jóvenes como él, jóvenes que debían tener unos veinte o veintiún años. También habría sin duda otros cuerpos entre las ruinas. A Harry Belter se le había secado la boca. Sentía una angustia que le era imposible dominar. De pronto vio que alguien se arrastraba por el suelo, dejando un reguero de sangre. Lo reconoció. Señor Patterson! Con Patterson, había hablado dos meses antes, cuando le aconsejó que viniera a vivir a su casa. Vestía de negro y aún conservaba su aspecto bondadoso y tranquilo, a pesar de que se estaba muriendo. Patterson también le reconoció. Sus ojos nublados se clavaron en él. Trató de sonreír. Hola, Harry, muchacho. Señor Patterson, qué ha sucedido? Han... han atacado esto. Pero es absurdo! A su institución le llamaban la Casa de la Paz! Y lo era, muchacho, y lo era... Pero Larkyn ha opinado todo lo contrario. Larkyn?... Era la segunda vez que Harry oía aquel nombre. Se estremeció, mientras alzaba un poco el cuerpo de Patterson para atenderle en lo posible, aunque sabía que ya todo era inútil. Él buscaba a... a una mujer. Otra vez el cuerpo de Harry se estremeció brutalmente. Empezaba a ligar cabos, aunque todavía no entendía el porqué de aquella sinfonía macabra. Patterson, con sus débiles fuerzas, le dio un suave golpe en la espalda. Muchacho, no te dejes impresionar por esto musitó. Sigue siempre los caminos de la ley... la ley... la ley... Esa fue su última palabra. La ley.

7 De pronto quedó con los ojos muy abiertos, con las facciones crispadas, con la mano paternalmente cerrada sobre la espalda de Harry como si aún quisiera darle un consejo. Harry le cerró los ojos. Sus dedos temblaban. Y aún pudo decir con un soplo de voz: -La ley