Amaba con locura a Laura, la mujer de quien me enamoré y a quien yo le era fiel. Su sonrisa alegraban mis días, en su tierna mirada podía descubrir que igual me amaba. Era ella por quien yo vivía. Habíamos jurado amarnos hasta el fin de nuestras vidas. Faltaban tres días para casarnos, hacerla la mujer más feliz del mundo y cumplir el deseo de mi madre. Lamentablemente ese mismo día de nuestra boda haría un año de su muerte. Ella siempre quiso que contrajéramos matrimonio. Cada vez quedaba menos, únicamente dos días exactamente. En mi mente surgían algunas dudas, y en mi futura esposa empezaba a notar una actitud extraña. Pues creí que sería el miedo, los nervios de pasar de soltera a mujer casada y con compromisos. Fui a casa de mi mejor amigo, a casa de Carlos. Le conté lo que estaba pasando con Laura. Él me escuchó pero también se sentía incómodo; ni siquiera me miró a la cara mientras le hablaba, cuando normalmente lo hacía. No era el mismo. Me daba motivos para preguntarme mil y una cosas de las que jamás encontré respuesta. Quise olvidar por un momento lo que hablábamos, pero en un tono sarcástico él mantuvo la conversación y me preguntó: Alejandro, qué harías si Laura a última hora decide no casarse contigo?, o qué harías si descubres a tiempo que te es infiel?. Cuando él terminó, sentí que algo me quemaba por dentro. Le pedí el favor de que me trajera un 1
vaso de agua y amablemente obedeció. En realidad no comprendí lo que quiso darme a entender, pero disimulé un poco y tuve que decirle que se me hacía tarde, debía ir a la oficina donde me esperaban unos inversionistas. Abandoné su casa. Durante todo el día no tuve tranquilidad, no hallaba la manera de olvidar aquello que me dijo. Algo ocurría, algo se traían entre manos mi futura esposa y mi mejor amigo; eso era lo que empezaba a creerme. Tal vez estaba equivocado El reloj marcaba las 19:00h. Debía volver a casa. Cogí el teléfono y sobre las 20:00h hice una y otra llamada para decirle que no iría a cenar. Repicó su móvil unas tres veces y fue imposible comunicarme con ella. Al cuarto intento logré contactarla. Le dije que me disculpara pero por trabajo no podía acompañarla en la cena, que sí quería podía invitar a su amiga Elena para que cenasen juntas como otras veces e igual ella le hiciera compañía mientras yo llegaba. Me dijo que no me preocupara, que por supuesto invitaría a cenar a Ena, como cariñosamente la llamaba, y ya decidirían si quedarse en casa o salir a dar un paseo. Todo era una simple excusa. A mí me pareció buena idea, pero sólo agradecía que no podían estar fuera de casa por mucho tiempo y menos a altas horas de la noche, le reproché. Me sentí agotado. Deseaba llegar a casa, ducharme y dormir un poco. Era casi imposible. En el campanario de la catedral, que desde el 2
ventanal de mi despacho podía observar, ya daban las 21:00h. Apenas empezaba a organizar mis cosas para poder marcharme. Qué emocionado me sentí cuando recordé que por la mañana llegarían mis primos de Alemania, los invitados de honor a nuestra boda. Terminé, y sin esperar un minuto más emprendí rumbo a casa. Al llegar observé casi todas las luces apagadas. Excepto la de nuestra habitación. No le di importancia, pensé que a lo mejor Laura esperaba por mí, así juntos podríamos disfrutar de tan hermosa noche, una noche donde las estrellas y la luna eran las protagonistas, ideal para hacer el amor como acostumbrábamos a hacerlo casi todas las noches de luna llena. Volví a llamarla. Sentía la necesidad de decirle que se colocara la ropa interior roja que me encantaba, con la que sabía lucir su estremecedora silueta, sus encantadoras piernas que me enloquecían. Pero no contestó, estaría ocupada preparando todo, tal como solía hacerlo en esas noches mágicas y de pasión. Entré a casa en silencio, sin hacer ruidos. Quería sorprenderla, pero todo estaba tan anormal que empecé a sentir miedo. Tenía un mal presentimiento, una angustia inexplicable que me impedía hasta respirar. Seguro estaba en ese momento de que todo lo que creía minutos antes no era como imaginaba. Antes de querer subir a la habitación, fui a la cocina y me preparé una taza de té. Estaba súper nervioso. De pronto, al salir, dirijo mi 3
mirada hacia el sofá y observo una camisa de Carlos, justo la que tenía cuando fui a su casa. Mi mente se nubló de inquietantes y negros pensamientos que no sabía a dónde me llevarían después. Sin dudarlo ya, empecé a desilusionarme y hacerme a la idea de que Laura me era infiel con mi mejor amigo, con Carlos. Parecía absurdo porque él nunca solía ir a casa, y era casualidad que estuviera su camisa allí y a esas horas de la noche. Con una presión en el pecho que me impedía mantener la calma, hice mi equipaje. De ser verdad lo que navegaba en mis pensamientos y que me mantuvo intrigado, tenía que marcharme para siempre y dejarlo todo. Pedí a Dios que me llenara de valor, entré en la habitación de al lado, la que estaba lista para el hijo que algún día tendríamos, y me sorprendieron varias lágrimas. Decidí definitivamente entrar en la habitación. Cada paso que daba me conducía a una gran verdad que, claro estaba, me afectaría, más aún cuando faltaban horas para ser marido y mujer. Ya daba todo por perdido: nuestra relación de casi doce años y la boda, que incluso al día siguiente iba ser noticia en la prensa nacional e internacional. Coloqué mi temblorosa mano sobre la manilla de la envejecida puerta, apoyé mi oído y escuchaba perfectamente la agitada respiración de ambos. Me llené de rabia pero pude controlarme. Lentamente fui 4
abriendo. Pues los sorprendí entre las blancas sábanas. No se dieron cuenta. Terminé diciéndome a mí mismo: Qué descaro!.... Cayó sobre mí una lluvia de agua helada que me inmovilizó por completo. En mis manos llevaba un manojo de llaves, las que dejé caer, y enseguida la cama abandonaron. No tuvo la valentía de darme la cara, pálida. Prefirió lanzarse otra vez sobre la cama y cubrirse por completo. Mientras, Carlos al verme quiso explicarme lo que mis ojos habían descubierto, pero ya era demasiado tarde. Sin palabras, con equipaje en mano, di la vuelta dejando todo en el olvido. Me marché sin ni siquiera decirle adiós. Desaparecí de su vida. No valieron los arrepentimientos. Unos años después regresé al país. Me había casado, tenía un hijo y volví con la intención de verla, pero no fue posible. Nadie conocía a la Laura Barrientos que jugó con mis sentimientos, la mujer que no cumplió con su promesa y la que de la noche a la mañana desapareció como por arte de magia. Sentí un poco de nostalgia, quería saber qué había sido de ella. Justo cuando me marchaba se acercó un niño, de la misma edad que mi pequeño Sergio. Sin duda, su hijo. Buscabas a mi madre?, me preguntó. Sorprendido, no pude decir ni una sola palabra. Tuve la necesidad de acercarme un poco más y abrazarlo; era idéntico a su madre. 5
En sus manos llevaba un sobre que entre mis manos colocó. Me pidió que lo abriera, que leyera la carta que allí había y que su madre antes de morir escribió. Conmovido, abrí la puerta del coche y subió. Igual que yo sintió curiosidad de saber qué decía esa carta que su madre pidió conservar y entregar a la misma persona de la foto que de su bolsillo sacó, es decir, a mí. Abrí el sobre y encontré una emotiva carta que erizó mi piel, que me hizo titiritar por unos minutos. De su puño y letra, así versaba: Alejandro, lamento lo sucedido. No mereciste ser engañado ni traicionado. Todo lo que ocurrió fue por mi culpa. No puedes imaginar lo que sentí cuando con razón te marchaste y quedé sola, tan sola que lo justo fue tentar contra mi propia vida, sin importar que quedaba un hijo fruto del amor que me ofreciste y jamás valoré. Sin saber qué fue de tu vida, sola, sacrificándome saqué adelante a Alejandro, a tu hijo, quien es inocente de lo que pudo haber pasado, y mereció crecer a tu lado, no con una mujer que ahora se arrepiente de haberle mentido con que su padre había muerto. Ya estaba embarazada de ti cuando te fui infiel. Muchas veces me reproché haberte ocultado la verdad. En estos últimos minutos que me quedan de vida, cuando ya pierdo las fuerzas, la movilidad de mis manos para continuar Pido con el corazón que te hagas cargo de él, pido que me perdones. 6
A lo mejor, estás casado, con hijo, pero conociéndote sé que no habrá obstáculos que impidan hacer feliz a este otro hijo, quien siempre soñó con tener un padre que por lo menos lo abrazara. Y lo que un día simplemente fue un sueño, segura estaré de que se ha hecho realidad. No supe qué hacer en ese instante cuando tan cerca tenía a un niño que era mi propio hijo. Quise salir corriendo pero no pude intentarlo, debía hacerle comprender que siempre estaría a su lado en las buenas y en las malas. Estaba dispuesto a darle lo mejor, lo que jamás tuvo: amor, cariño y una verdadera familia. Transcurrieron los años, ya era todo un hombre - honrado-, casado y con hijos. Yo había envejecido, perdí la movilidad de mis pies y manos, la memoria. Pero había una fuerza, tal vez mi corazón, que mantenían vivos grandes recuerdos imposibles de olvidar. 7