El valle del río del Oro Tomás Vargas Osorio Aquí llega la luz y se enclaustra entre unas altas sierras desnudas. Rápidamente el auto ha descendido y ahora atraviesa un paisaje de caña brava y de cámbulo rojo. A una y otra orilla se alzan pequeños cerros bermejos que fingen torres de castillos medioevales. Por entre las cañas altas, que mece una brisa cálida corre el riachuelo hacia el valle, sin prisa, gustando el sol que se descuelga de las ramas como fruta de planta nueva sobre las arenas de oro. Hay algo de impresionantemente castizo en este paisaje. Puede advertirse cuánta fuerza había en la garra de la codicia española al ver estas tierras amarillas de aluvión, estas grietas profundas que ahora cubre el verdor ancho de los tabacales. Después del paso de los Caudal del Rio del Oro. conquistadores, hombres rubios de Alemania, enjutos y tercos hombres de Aragón, nos quedó un paisaje gótico con sus riscos almenados y una luz transversal de vitrales eclesiásticos. La égloga ha desaparecido, porque en este valle no se advierte ternura vegetal ninguna; los árboles, palmeras y cámbulos, son majestuosos y adustos y hunden sus raíces en una tierra dura y ardiente, sobria y castigada. El río se estira al sol como una tela de fino brocado. Pasa lentamente bajo el puentecillo de arco y se adentra en un horizonte bajo y luminoso. Algunos campesinos, con pañuelos rojos en la cabeza, hacen funcionar las bateas: Un poco más lejos, el campanario de San Juan Girón da un pinchazo blanco al azul inmóvil del cielo. En la loma blanquean también las tapias del pequeño cementerio, sobre las cuales se asoman algunos mirtos grises y melancólicos. La primera vez me han dicho que este es el cementerio de los nobles y que hay otro para los plebeyos. Comprendo perfectamente. Aquí el hombre tiene, todavía hoy, aquellas ideas que Ortega y Gasset llamó las ideas de los castillos. Un instante nos encontramos en plena edad media, en esta villa que tiene una ceiba grande en el centro de su plaza. 183
En la tarde, es bajo esta ceiba donde se reúnen los notables de la villa. Lo mismo que hace cien años. En los zaguanes, amplios, enlosados, la luz se ha ido adormeciendo; luego emprenderá la fuga por la torre y un momento se quedará temblando sobre la cruz de hierro. En este instante una moza sube del río. Lleva sobre la cadera firme la tinaja de barro. Han salido los viejos a conversar en los portones y a fumar el tabaco de la tarde. El humo se confunde con los últimos humos grises del día. Todavía, en uno de los cerros, hay un tajo de luz roja. Las criadas han traído del monte unas hojas de sábila que colocarán, todas las noches, sobre la puerta de la casa, para impedir que entren los malos espíritus. A las ocho se rezará el rosario en familia y todo el mundo se irá a la cama. Sobre las vegas y tabacales flota entonces, más distintamente, el rumor del río. Estos campesinos del valle del río del Oro son gentes hospitalarias y sencillas, un poco santurronas. En su rostro digno, de rasgos firmes y claros y en su léxico de añeja casticidad se adivina la limpia procedencia ibérica. En vano será que la maestra de la escuela pretenda enseñar al muchacho a no decir agora, truje, an (por aún); y así muchas otras palabras. Si la maestra leyera a Santa Teresa, se quedaría asombrada de ver que sus discípulos hablaban exactamente como la santa. Yo interrogué a uno de estos campesinos. Lo encontré en el río, atareado con su batea. El oficio daba todavía para vivir. Se extraían algunos gramos de oro. Al menos no faltaba en casa sal y tabaco, ni el almidón para planchar la ropa del domingo. Su ideología? Claro que amaba la paz; pero cuando recordaba la guerra de los Mil Días sentía nostalgia. Entonces era joven. Poco más de veinte años. Era bueno para pelear. Y dicen que agora habrá guerra otra vez. El iría con gusto a defender a la patrona de la parroquia. Acaso no sabían que la habían encontrado vivita, desde el tiempo de los españoles? Y de política? Por quién había combatido en los Mil Días? Pareció extrañarse de la pregunta. Luego repuso: Por nuestro mesmo gobierno de agora, que entonces sí que era güeno. El tiempo no ha pasado por este valle, o no ha dejado huellas profundas. La alternabilidad de los partidos políticos en el poder no ha alterado en el campesino del río del Oro su sentido de la legitimidad. Así como luchó en la pasada guerra civil en defensa del gobierno conservador, llegado el caso iría a la muerte en defensa del gobierno liberal. Porque para ese hombre austero, que balancea entre sus brazos la batea llena de arena, no hay gobierno conservador ni gobierno liberal: hay, sencillamente, gobierno. Ni el automóvil ni el radio han podido implantar las ideas modernas en San Juan Girón. Al pasar el puentecito de arco se empieza a experimentar una paz profunda, que luego crece al observar los interiores aseados y claros de las casas cuyos zócalos de piedra están barnizados con anchas cenefas de cal azul y amarilla. Sobre las ventanas hay ramos benditos y macetas de flores. El sol zumba como un abejorro y el aire es una miel dorada, tibia y suave. Los castillos geológicos y el campanario vigilan la paz de la villa blanca y sólida, que tiene un palacio, una iglesia y un río del Oro. 184
Paisaje del río del Oro en el sitio Doradas. Las lavanderas refriegan la ropa entonando bambucos y pasillos colombianos. 185
Al pronunciar el nombre del río del Oro, nos remontamos a aquellos agitados años de conflicto por el metal precioso. 186
Desde el Mirador de Cantalta, observamos como un hilillo el camino que conduce hacia Betulia. 187
COLOFON Este libro se imprimió en los talleres de Armonía Impresores Ltda, de la ciudad de Bucaramanga el mes de Enero de 2007