AL LECTOR. FRUTOS DE ORACIÓN Retazos de un Diario. MADRE TRINIDAD DE LA SANTA MADRE IGLESIA Fundadora de La Obra de la Iglesia

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Transcripción:

MADRE TRINIDAD DE LA SANTA MADRE IGLESIA Fundadora de La Obra de la Iglesia AL LECTOR Separata del libro: FRUTOS DE ORACIÓN Retazos de un Diario Con licencia del Obispado de Sigüenza-Guadalajara 1979 EDITORIAL ECO DE LA IGLESIA, S.L. I.S.B.N.: 84-300-1855-7 Depósito Legal: M-40.644-1979 LA OBRA DE LA IGLESIA MADRID 28006 ROMA 00149 C/. Velázquez, 88 Via Vigna due Torri, 90 Tel. +34 91 435 4145 Tel. +39 06 551 4644 E-mail: informa@laobradelaiglesia.org http://www.laobradelaiglesia.org Cuando, hace unos cinco años, la madre Trinidad me obsequió con un ejemplar de su libro ciclostilado «Frutos de Oración», inicié su lectura con la más viva curiosidad. Desde el primer momento, tuve una profunda sorpresa y, a medida que me iba adentrando en la lectura, la sorpresa se iba trocando en admiración. Por una parte, su estilo ágil, lleno de vitalidad y colorido, de sencillez y profundidad, de precisión en la dicción, y de elevación poética, a veces, me cautivaba, desde el punto de vista literario. Por otra parte, la hondura teológica de muchos de aquellos pensamientos me llenaba de asombro. Temas como el de la Trinidad, del que los teólogos envejecidos en el estudio no se atreven a hablar sino con un cierto «temor y temblor», los abordaba con tal naturalidad y frecuencia, con tal exactitud teológica, con tal dominio y con tan cam- 1

biantes matices, que no salía de mi pasmo. «Dios se es la Contemplación Expresada en Amor infinito en un acto simplicísimo de vida divina». «Oh Contemplación, véate en tu engendrar... Oh Expresión, cántete en tu expresar... Oh Amor, ámete en tu Amor, y así sea yo una Trinidad en pequeñito». «Las tres divinas Personas, en un instante eterno e infinito, son: Contemplación, Canción y Amor». «La Eternidad es un Acto de Ser en Sabiduría Sabida en Amor»... Estoy seguro de que hay muy pocos teólogos capaces de sintetizar verdades tan sublimes en frases tan felices, tan exactas, tan profundas, tan hermosas. Y así en todos los temas fundamentales de nuestro dogma: la Encarnación, el Sacerdocio de Cristo, María, la Iglesia... En los pensamientos que se van sucediendo, no sólo hay raudales de luz y belleza. A veces se parte de la Trinidad para terminar en la meta preferida, la Iglesia y, junto con su luz, se encuentran fuertes sacudidas para el alma. «Tanto amó el Verbo a su Iglesia que, enviado por el Padre e impulsado por el Espíritu Santo, se entregó en una cruz por ella». «Si Dios se te dio en la Cruz, dónde te debes dar tú?». A impulso de esa fuerte impresión mía, aconsejé vivamente a la autora se decidiera dar a la imprenta ese libro. Ella, al cabo de algún tiempo, pidió a alguno de sus hijos espirituales que le ayudaran a preparar ese abundante material para hacerlo imprimir. Se pensó que acaso fuera conveniente presentar los pensamientos en un orden sistemático de materias, en vez del orden cronológico en que aparecían en la primera edición ciclostilada. Se adoptó, en sus líneas generales, el esquema de los temas de las «Jornadas de Iglesia», ideadas por la misma autora, y, para compensar la falta del contexto cronológico en que fueron escritos, se estudió atentamente el orden de los pensamientos en cada apartado, presentándolos de un modo gradual, armónico y coherente. La autora no dio su visto bueno hasta quedar totalmente satisfecha con el desarrollo de las ideas en todas y cada una de las divisiones en que han sido agrupados los pensamientos, bajo un título sacado ordinariamente del mismo texto. Cada pensamiento lleva la indicación de la fecha en que fue escrito. Con ello se puede valorar mejor el mérito de los mismos. No es lo mismo, por ejemplo, hablar de María como Madre de la Iglesia antes de la tercera sesión del Vaticano II, que a partir de dicho momento. Pero acaso al lector le interese conocer, no sólo las vicisitudes del presente libro, antes de su publicación, sino, además y principalmente, quién es su autora. Es la madre Trinidad Sánchez Moreno, fundadora de «La Obra de la Iglesia» en la cual se integran, divididos en tres ramas, sacerdotes, hombres y mujeres consagrados y, además, matrimonios, niños, jóvenes y personas adultas de uno u otro sexo que tratan de 2 3

vivir en profundidad su ser cristiano y, puestos al lado del Papa y los Obispos, quieren, con su palabra y su vida, mostrar al mundo el verdadero y bellísimo rostro de la Iglesia. Esta mujer fuera de serie vio la primera luz en Dos Hermanas (Sevilla) el 10 de febrero de 1929. En cierta ocasión, a los seis años, jugando con unas amigas, éstas le pintaron los ojos con cal no bien apagada, travesura que casi costó a la paciente quedar totalmente ciega. A partir de aquellos días, sus compañeras de colegio verían llegar todas las mañanas a su amiguita con unas gafas negras y sentarse, casi sólo como oyente, en los bancos de la clase. Tardaría bastantes años en recuperar la visión normal. A sus catorce abriles estaba llevando ya con su padre y uno de sus hermanos el comercio de calzados, propiedad de la familia, en su pueblo natal. Por las tardes, acudía en ese tiempo, junto con otras muchachas de su edad, a unas clases de bordado. Este es el «expediente académico» o «certificado de estudios» de la autora. No tiene otro. Hará muy bien el lector en recordar este punto cuando vaya leyendo los jugosos y densos pensamientos que llenan las páginas de este libro. Es todo él fruto meramente del ingenio que a su autora le dio la naturaleza, y de la viveza, colorido y fuerza expresiva que le prestó su talante andaluz? Los que conocen profundamente a la madre Trinidad, saben que no. Saben también que ésta a sus diecisiete años tuvo un encuentro con Dios que orientó su vida definitivamente hacia Él, y conocen que a éste siguieron otros contactos que tuvieron su punto culmi- nante el 18 de marzo de 1959, en Madrid, llenándola de luz y de un impulso irresistible de comunicarse a los demás. Por eso, encuentran la explicación de la abundancia y profundidad de la producción teológica de la madre Trinidad, y de su misma calidad literaria, en fuentes más altas. Carezco del carisma de profecía; pero, con plena convicción y conocimiento de causa, me atrevo a hacer esta doble predicción: tanto este primer volumen ahora impreso, como los que luego irán apareciendo en vida de la autora y, sobre todo, los que ella no quiere que se editen hasta que el Señor la llame, han de dejar una huella singular en la historia de la Iglesia e, incluso, en la historia de la Literatura. No dudo que de esas dos aseveraciones la que más complacerá a la autora de este libro es la primera. No en vano lleva, como grabada a fuego en su alma, la vocación de ser el Eco de la Iglesia y quiere ser conocida, después de su paso por este mundo, con el bello nombre de Trinidad de la Santa Madre Iglesia. Sigüenza, 6 de abril de 1979. LAUREANO, Obispo de Sigüenza-Guadalajara 4 5

INTRODUCCIÓN Con el único deseo de glorificar a Dios, y respondiendo a las peticiones de muchas personas, saco hoy a luz estos «Frutos de Oración» que fueron escritos en la intimidad con el Señor y sin otra intención que desahogar el espíritu en mis prolongadas horas ante Jesús en el Sagrario. Durante muchos años, en mi diario particular, he ido plasmando, como en pensamientos, los frutos principales del día ante mis contactos familiares con Dios, con Cristo, con María, con la Iglesia; como también las consecuencias prácticas o vivencias íntimas sobre las virtudes y consejos evangélicos. De este diario han surgido estos «Frutos de Oración» que, al transcurrir el tiempo, cuantos están conmigo y yo misma hemos comprendido que podrían ser de gran provecho para aquellas personas que, buscando a Dios de verdad, los lean con espíritu sencillo y alma abierta. 7

Con el apóstol San Pablo quiero decir que «no con ciencia ni sabiduría humana» han sido escritos, ni mucho menos para hacer de ellos un tratado de Teología, sino que, en una expresión espontánea y en un lenguaje popular, manifiesto como puedo las experiencias de mis contactos con el Infinito. A partir del año 1959, en largos ratos de oración, Dios me fue manifestando, de una manera profunda, cálida y viva, la riqueza de la Iglesia con su vida, misión y tragedia, descubriéndome en sapiental sabiduría la intercomunicación familiar y hogareña de las divinas Personas, el misterio trascendente de Cristo en su Encarnación, vida, muerte y resurrección, y la hermosura centelleante de María como Madre del Verbo Encarnado y de la misma Iglesia. También en el año 1959, Dios imprimió en mi espíritu que había que hacer una revolución cristiana en el seno de la Iglesia, y que había que dar la Teología viva y caldeada en el amor, presentando a todos los hombres el verdadero rostro de la Iglesia, llena de hermosura y plenitud, llena de juventud y lozanía, llena de santidad y belleza. Tan llena, tan pletórica, que, la riqueza infinita y el manantial eterno de sus inagotables fuentes es el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, viviendo y morando en ella en la comunicación de su Hogar infinito; mostrándome también sus planes eternos para con el hombre, deslumbrantes de amor infinito y derramamiento. He comprendido tanto, tanto..., tanto! en mi pequeñez, que la lengua humana nunca lo podrá expresar por la distancia infinita que existe entre el que se Es y nuestros limitados recursos. Pero, ante la conciencia clara que tengo de ser el Eco de la Iglesia, me siento impulsada a expresar por todos los medios que están a mi alcance, el descubrimiento que de todas esas realidades el Eterno ha hecho a mi alma para que lo comunique. Por eso, para comprender y aprovecharse de estos «Frutos de Oración» es necesario leerlos con la intención de descubrir en ellos lo que Dios quiso dar: verdades muy profundas, manifestadas de una manera muy sencilla y viva. Son Teología «calentita», como yo la calificaba en el año 1959. Dios es Sabiduría y Amor, y como es se comunica; y sólo el que le busca en una sabiduría amorosa es capaz de descubrir y saborear la vida infinita de nuestro Padre, sus misterios, sus planes y sus donaciones de amor hacia nosotros. Una Teología fría es una ciencia más que se queda en la mente pero no pasa al corazón y, por lo tanto, no es vida. Dios es la vida infinita, y el que bebe de sus fuentes rebosa de gozo en la llenura de su posesión y «nunca más volverá a tener sed». Espero que, a través del tiempo, podré sacar a luz otros escritos míos, en los cuales ha sido plasmado, según mi pobre capacidad, algo de las riquezas deslumbrantes que en mis vivencias con Dios he ido descubriendo en el seno de la Iglesia mía. MADRE TRINIDAD DE LA SANTA MADRE IGLESIA 8 9