Renzo Bonetti EL SACRAMENTO DEL MATRIMONIO FUENTE DE ESPIRITUALIDAD
Índice Prefacio, de S. E. cardenal Dionigi Tettamanzi... 5 I. Del Bautismo al Matrimonio... 11 II. El Matrimonio: fuente y medio original de santificación... 23 III. Cristo Esposo de la Iglesia, modelo de espiritualidad... 35 IV. Los esposos, el Espíritu Santo y el amor de Cristo y de la Iglesia... 51 V. Origen divino de la paternidad y de la maternidad... 65 VI. Virtudes teologales y sacramento del Matrimonio... 77 VII. Una espiritualidad específica para la misión... 87 VIII. Familia, pequeña Iglesia, don y tarea... 97 IX. Espiritualidad conyugal, familiar y vida eterna... 111
Prefacio Tuve la oportunidad de conocer a monseñor Renzo Bonetti en los años 90, en Roma, mientras prestaba mis servicios a la Conferencia Episcopal Italiana. Lo llamé de su diócesis de Verona para dirigir el Departamento Nacional para la Pastoral Familiar, cargo que, por casi una década, desempeñó con gran competencia, pero sobre todo, con gran pasión. Una pasión que en los años de su dirección contagió de manera positiva a muchos esposos y familias, a muchos dirigentes de pastoral, laicos, sacerdotes y religiosos, envolviéndolos en una reflexión y en un compromiso renovado, que surgieron de él y que todavía continúan generando un bien concreto para toda la Iglesia italiana y también para la sociedad civil. La misma pasión que anima cada página de éste, su más reciente libro, con el que retoma un tema querido para mí y para él: la espiritualidad del Matrimonio. La experiencia espiritual se vive cuando Dios se comunica y se presenta mediante el Espíritu Santo: se trata entonces de una experiencia del Espíritu, que no nace de la iniciativa de la creatura humana, sino del gran amor del Creador, que la creatura puede aceptar o rechazar. Es una presencia espiritual, del Espíritu Santo, y por lo tanto, santificadora, que se lleva 5
El sacramento del Matrimonio a cabo de muchas maneras y en muchos ámbitos de la vida humana, pero que es única porque único es el Espíritu que se les entrega a todos los fieles en el único Bautismo. Es una presencia que puede tener los colores vivos y sorprendentes de las vidas extraordinarias de los santos: hombres y mujeres que vivieron de manera heroica las virtudes cristianas, dejándose apropiar libremente de la presencia del Espíritu Santo, al punto de que la Iglesia los eleva a los altares como modelos, formados de presencia divina, que les indican a todos de manera clamorosa el camino de la salvación. Pienso por ejemplo, entre tantos santos milaneses que aprecio, a la santa esposa, madre y médico Gianna Beretta Molla, o al beato sacerdote alpino y padre de los mutilados don Carlo Gnocchi, dos ejemplos diferentes en la forma, pero idénticos en la sustancia de su purísima santidad: en ellos, el Espíritu Santo comunicó y comunica la presencia real de Dios, una presencia misericordiosa, caritativa, muy dulce y esplendorosamente bella. Sin embargo, la mayoría de las veces, esta presencia divina asume los rasgos discretos, cotidianos, casi silenciosos, pero siempre eficaces y vivificantes, del testimonio de tantos cristianos y cristianas normales, en las familias, en las fábricas, en las oficinas, en los hospitales, en las escuelas, en los oratorios, en donde quiera que los hombres vivan, sufran, amen y estén en busca de un sentido que le dé salvación a su existencia. Pienso en tantos padres y madres de familia, en tantos novios, matrimonios, así como en tantos párrocos, sacerdotes, religiosos y religiosas, consagrados y consagradas que, entregándole su vida a Dios en los sacramentos del Matrimonio o del Orden, o en la entrega total de sí mismos mediante los votos de consagración, se vuelven presencia real de Dios, instrumentos de santificación de la humanidad, en 6
Prefacio todos los rincones en donde hay humanidad, incluso en los más recónditos y cotidianos. Gracias al sacramento del Matrimonio, en el que se cumple plenamente el don del Espíritu Santo recibido en el Bautismo y en la Confirmación (capítulo I), es que en la vida de los esposos, en los gestos y en las palabras de amor del Matrimonio cristiano, Dios está realmente presente, se comunica con ellos mismos y con aquellos que, a partir de los hijos, entran en contacto con los cónyuges. Y no sólo está presente en la oración ( Cuando dos o tres se reúnen en mi nombre ), sino también en las palabras, en las acciones, hasta en los gestos de afecto y de pasión. Cada gesto de amor, cada palabra, cada momento de la vida conyugal, cada acto de obediencia y fe recíproca, o de consuelo y afecto entre esposos, cada pequeño o gran sacrificio materno o paterno, hace de los dos esposos y de su relación, un ícono de la Trinidad, una presencia real de Dios; monseñor Bonetti dice: El Espíritu Santo sella el lazo nupcial, es decir, toma posesión de los esposos en nombre de la Santísima Trinidad. Incluso la Trinidad es el sello personal o tripersonal que, inscrito en la carne de los cónyuges, sana, eleva y perfecciona su amor natural. Y trae consigo mucho más. El eros humano, el impulso erótico, la fuerza de atracción son asumidos por el amor de Dios, por el ágape nupcial de Cristo. Dentro del instinto que atrae recíprocamente a un hombre y a una mujer, está el mismo afán de Dios, su celo de amor: su deseo de amar a cada matrimonio y a toda la humanidad. Marido y esposa son secuestrados por el soplo de amor del Padre y de Cristo por la Iglesia. La comunión conyugal es llamada a ser un signo eficaz, visible, de este amor de Dios ( ). Y, en virtud de este don del Espíritu Santo, los esposos adquieren nuevas capacidades de comportamiento, de observación, de amor. Pueden mirarse de una manera nueva, con una mirada que no suma los aspectos positivos de él y de ella: aprenden a 7
El sacramento del Matrimonio mirar en la luz del Espíritu y reconocen cómo Dios está amando a la esposa y al marido. La relación de amor entre un hombre y una mujer es presencia del Señor, una presencia que santifica a los esposos cristianos y al mundo familiar, eclesial y social en la que estos viven (capítulo II). Lo es sobre todo porque el Espíritu Santo santifica y vivifica la relación misma del matrimonio, nutriéndola del mismo amor que Cristo Esposo tiene por la Iglesia; conformándola al mismo modelo oblativo, agápico y lleno de paciencia y pasión de Jesús por su Esposa (capítulos III y IV). Y por este motivo la familia es entonces Iglesia doméstica (capítulo VIII); y por el mismo motivo como Iglesia los esposos cristianos, gracias al sacramento del Matrimonio, son también en sí misioneros, porque como la Iglesia traen al mundo, a su mundo cotidiano, la presencia de Dios (capítulo VII). Incluso la paternidad y maternidad de los esposos cristianos (capítulo V) toma forma y se nutre de la presencia del Espíritu del Padre, de quien procede toda paternidad en el cielo y en la tierra. Así como las virtudes teologales, don de Dios, habilitan a los cónyuges a concretar en lo ordinario la noticia recibida con el sacramento del Matrimonio y se convierten en el paradigma con el que se declinan los verbos del amor, de la comunión, del servicio, del cuidado en todo momento del día y en cada día de la vida cotidiana (capítulo VI). Y cuando la vida terrena llega a su fin, las semillas sembradas con el sacramento del Matrimonio florecen en su definitiva y eterna flor, en el más allá del abrazo del Padre (capítulo IX). Los matrimonios que lean este libro serán atraídos y envueltos en la lectura, porque fue escrito con el lenguaje fuerte y apasionado de quien conoce bien las dinámicas del corazón 8
Prefacio de los enamorados y del amor conyugal, un lenguaje que el autor ha aprendido de los muchos cónyuges y familias que ha encontrado durante su apostolado parroquial y al servicio de la Iglesia italiana. Monseñor Bonetti le habla al corazón de los esposos partiendo del corazón que forja su amor y su santidad, el sacramento del Matrimonio, y muestra cómo la semilla de la santidad sembrada el día de la boda, crece y se desarrolla cotidianamente, trayendo frutos a los cónyuges, a los hijos, y a todos los hombres y mujeres que encuentran este espléndido ícono de Dios que los esposos representan. Le doy gracias porque, con las palabras que aprendió de los esposos, escribió páginas que encienden en el lector una mirada luminosa para mirar el sacramento del Matrimonio como fuente propia de espiritualidad y camino a la santidad, que renuevan en los matrimonios cristianos el propósito y el compromiso de decir cada día acepto la presencia del Espíritu Santo en su vida. Cardenal Dionigi Tettamanzi Arzobispo de Milán Milán, 18 de febrero de 2010 9