30º. DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO 23 de octubre de 2016 INDICACIONES PASTORALES

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Transcripción:

30º. DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO 23 de octubre de 2016 INDICACIONES PASTORALES La parábola del fariseo y del publicano, ambos orando en el Templo, es diáfana, y a todos nos conviene reflexionarla y examinarnos a su luz. No afecta sólo al modo de rezar, sino al modo de vivir la religiosidad en general. COMENTARIO BÍBLICO Sirácida (Eclesiástico) 35,15b-17.20-22a. Los gritos del pobre atraviesan las nubes El libro sapiencial del Eclesiástico, o Sirácida, nos da hoy una enseñanza sobre las preferencias de Dios. Si por alguien tiene Dios predilección es por los pobres y humildes: "escucha las súplicas del oprimido... sus penas consiguen su favor y su grito alcanza las nubes... los gritos del pobre atraviesan las nubes y no descansan hasta alcanzar a Dios". Es un mensaje que nos prepara a escuchar la parábola de Jesús sobre el pecador humilde que es escuchado por Dios. El Fariseo y el Publicano, rezando ante Dios 1 Hoy terminamos la lectura de las cartas de Pablo a Timoteo. Y, además, con una página vibrante, que es como la despedida y el testamento de Pablo, ante la inminencia del final. El salmo insiste: "si el afligido invoca al Señor, él lo escucha". Es un salmo dirigido sobre todo a animar a los humildes. "El Señor está cerca de los atribulados". Si la lectura sapiencial hablaba de "gritos" de los pobres y humillados, el salmo también se hace eco de los mismos: "cuando uno grita, el Señor lo escucha y lo libra de sus angustias". Jesús, en su camino hacia Jerusalén, nos da otra enseñanza sobre la oración: esta vez sobre la actitud humilde que hemos de tener ante Dios. 1 Cfr. ALDAZABAL, José. Enséñame tus caminos Domingos del Ciclo C. Dossiers CPL, Centre de Pastoral Litúrgica, Barcelona. 2005. Edición digital. Página 1

2 Timoteo 4, 6-8. 16-18. Ahora me aguarda la corona merecida Ante la inminencia del final -"estoy a punto de ser sacrificado y el momento de mi partida es inminente"- Pablo mira hacia atrás y se siente contento de cómo ha podido colaborar con Dios en su carrera de apóstol. Con razón puede resumir su vida diciendo: "he combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe". Ahora confía en que Dios le concederá el premio: "me aguarda la corona merecida". Todo esto, no por méritos propios, sino por la ayuda de Dios: "el Señor me ayudó y me dio fuerzas para anunciar íntegro el mensaje". Pablo expresa su confianza también por el futuro que le espera: Dios no le abandonará, como no le ha abandonado a lo largo de su azarosa vida de apóstol. Lucas 18, 9-14. El publicano bajó a su casa justificado; el fariseo, no Lucas nos dice a quién va dirigida la "parábola" (o mejor, el "relato ejemplar") de hoy sobre la oración: "dijo Jesús esta parábola por algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás". No les gustaría nada a sus oyentes fariseos el retrato que hace Jesús de los dos orantes que acuden al Templo: el publicano que es escuchado por Dios, y el fariseo, tan lleno de sí mismo, que baja como había entrado. Porque "el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido". COMENTARIO PASTORAL Dios escucha a los humildes Ya el sabio del AT decía que Dios tiene cierta parcialidad a favor de los pobres y humildes: "escucha las súplicas del oprimido". Y el salmo lo repetía: "si el afligido invoca al Señor, él lo escucha... el Señor está cerca de los atribulados". Jesús lo reafirma: "el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido". Nuestra postura ante Dios no puede ser de orgullo y autosuficiencia, sino de humilde sencillez. Hace dos domingos nos decía Jesús que no "pasemos factura" por lo que hemos conseguido: "hemos hecho lo que teníamos que hacer". El domingo pasado nos invitaba a saber ser agradecidos, reconociendo lo que Dios hace por nosotros. Hoy nos disuade de adoptar una actitud de soberbia y engreimiento, en nuestra oración y en nuestra vida. A veces, esta oración humilde de los "atribulados" se convierte en grito. Todos tenemos la experiencia de que hay días en que nos sale espontánea la oración de gratitud y alegría, de alabanza y euforia, y que hay otros en que nos saldría más a gusto un grito de angustia o incluso de protesta ante Dios. Es como cuando Jesús, en la cruz, gritó: "Dios mío, por qué me has abandonado?". Las lecturas de hoy nos quieren infundir confianza, sobre todo, para esos días aciagos. Decía el Sirácida que "los gritos del pobre atraviesan las nubes y hasta alcanzar a Dios no descansan". El salmo también nos asegura: "cuando uno grita, el Señor lo escucha y lo libra de sus angustias". Jesús nos dice que el humilde publicano "bajó a su casa justificado". Página 2

Dónde estamos retratados: en el fariseo o en el publicano? La parábola de hoy expresa claramente la postura de dos personas y dos estilos de oración (y de actitud vital). Jesús no compara un pecador con un justo, sino un pecador humilde con un justo satisfecho de sí mismo y que mira por encima del hombro a los otros. El fariseo es buena persona, cumple como el primero, no roba ni mata, ayuda cuando toca y paga lo que hay que pagar. Pero no ama. Está lleno de su propia santidad. Se le nota cuando está ante Dios y cuando se relaciona con su prójimo. Es justo, pero con poca fe y humildad dentro. Está orgulloso de sus virtudes, y da gracias a Dios por lo bueno que es... él, el fariseo. No tiene nada por lo que pedir perdón. Al revés: enumera con gusto la lista de sus virtudes y sus méritos. Jesús dice que este no sale del templo perdonado. Mientras que el publicano, que es pecador, se presenta humildemente como tal ante el Señor. Es pecador, pero tiene mucha fe. Este sí sale salvado del Templo. En cuál de los dos personajes nos sentimos reflejados: en el que está contento y seguro de sí mismo y desprecia a los demás, o en el pecador que invoca el perdón de Dios? Si somos como el fariseo, no le dejamos actuar a Dios en nuestra vida: ya actuamos nosotros. Si fuéramos conscientes de las veces que Dios nos perdona, tendríamos una actitud distinta para con los demás, no estaríamos tan pagados de nuestros méritos, y nuestra oración (y nuestra vida) sería más cristiana. El publicano, por su parte, tal vez no era muy dado a rezar, pero el día que se decidió a ir al Templo, oró de una manera que Cristo le alabó. Jesús no nos está invitando a ser pecadores, sino a ser humildes, y no presentarnos ante Dios (e ir por la vida ante los demás) pregonando nuestras virtudes y nuestras buenas obras. Los que son ricos no piden nada. Los que se creen sabios, no preguntan nada. Los que se saben perfectos, no tienen que pedir perdón por nada. A ver si pronto o tarde se cumplirá también en nosotros lo de que "el que se enaltece será humillado". La Virgen María, en su Magníficat, se presenta no como el centro de todo, sino como el objeto de la misericordia de Dios: "ha hecho en mí cosas grandes... ha mirado la humildad de su sierva". También ella formula casi igual que luego su Hijo las preferencias de Dios: "derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes". Pablo, orgulloso de sí mismo? Parecería, al leer la página de hoy en la carta a Timoteo, que el apóstol Pablo es consciente de sus propios méritos, y así chocaría con lo que escuchamos en el evangelio. En efecto, Pablo puede resumir su vida, sin falsa modestia, diciendo que ha combatido bien el combate de la fe y que ahora le "aguarda la corona merecida". Los que leemos, sobre todo en los Hechos de los Apóstoles, su dinámica vida de apóstol, sabemos que no es ninguna exageración hacer un resumen así de todas sus aventuras y sus sufrimientos por Cristo. Pero ciertamente no cae en el defecto del fariseo que se vanagloriaba ante Dios en su oración. Ante todo, Pablo reconoce que ese premio que Dios prepara no es para él: "y no sólo a mí, sino a todos los que tienen amor a su venida". Sobre todo, reconoce que "el Señor me ayudó y me dio fuerzas... él me libró de la boca del león". También para el futuro, "el Señor seguirá librándome de todo mal. A él la gloria por los siglos de los siglos". Página 3

No es autosuficiencia, sino gratitud ante lo que Dios le ha permitido hacer para bien de las comunidades cristianas y para la evangelización del mundo. Mensaje del Santo Padre Francisco para este año. Empezamos cada Eucaristía con un acto de humildad En cada Eucaristía, normalmente, empezamos la celebración con el acto penitencial: "Yo confieso... Señor, ten piedad... Cristo, ten piedad". Nos sentimos pobres en presencia del Dios que es rico en todo. Ignorantes en la presencia del Maestro. Pecadores, comparados con el Todo Santo. Por eso expresamos con sencillez de hijos nuestra súplica y nuestra confianza. Para que, ya desde el inicio, nuestra celebración no esté centrada en nuestros méritos, ni tampoco en nuestros fallos, sino en la bondad de Dios. También cuando decimos la oración del "Yo confieso", imitamos al publicano a quien alabó Jesús. Dándonos golpes de pecho expresamos, ante Dios y "ante vosotros, hermanos", que somos pecadores: "por mi culpa...". No está mal que, de cuando en cuando, nos peguemos golpes de pecho reconociéndonos débiles y pecadores. Entonces mereceremos la alabanza de Jesús y será escuchada nuestra oración. Si en la presencia de Dios somos capaces de decir "por mi culpa", seguro que no seremos luego altaneros e intolerantes con los demás. El que dice "lo siento" ante Dios, lo sabe decir también ante el prójimo. INDICACIONES PASTORALES Este domingo la Iglesia universal celebra la Jornada Domund, o Jornada Mundial de las Misiones, adjunto encontrarán el Página 4

30º. DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO 23 de octubre de 2016 MONICIONES Liturgia de la Palabra La oración nos abre a Dios desde la realidad de nuestra existencia; si acogemos su misericordia, Él mismo nos perdona y renueva nuestra vida, Él nos justifica. Ya el Antiguo Testamento hablaba del valor que la oración del pobre tiene a los ojos de Dios. Escuchemos atentamente. Liturgia Eucarística (Ofertorio) Dios no se contenta con ser quien nos justifica, sino que, además, nos hace partícipes de su obra de salvación. Él recompensa generosamente a quien invierte su vida al servicio del Evangelio en favor de los hermanos. Entrada Este domingo tiene lugar la Jornada Mundial de las Misiones, con el lema Sal de tu tierra. La Jornada nos propone el ejemplo de los misioneros y misioneras, que lo han dejado todo para salir de su tierra e ir hacia los que no conocen a Cristo. Todos, cada uno, y nuestra comunidad entera, esta llamada a salir de sí misma, a ser lo que el papa Francisco llama una Iglesia en salida. Comunión Reconocer nuestra pobreza y la grandeza de la obra de Dios como lo hizo la Virgen María es la forma más sencilla de ser misionero. En este Año Jubilar de la Misericordia, nos lo recuerda también el Papa en su Mensaje para la Jornada, que tiene por título Iglesia misionera, testigo de misericordia. Página 5

30º. DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO 23 de octubre de 2016 ORACIÓN UNIVERSAL 2. Por el Papa, los obispos y todos los que con ellos tienen la primera responsabilidad de la evangelización, para que correspondan a sus palabras con una vida santa. 3. Por las Vocaciones Misioneras, para que surjan jóvenes generosos, dispuestos a dejarlo todo para anunciar el Evangelio entre quienes lo ignoran. 4. Por las jóvenes comunidades cristianas de países en misión, para que viviendo con entre su fe en Jesucristo, transformen la vida y las realidades sociales de sus pueblos. 5. Por los hombres que aún no conocen a Jesús, para que el Señor ilumine su inteligencia y abra su corazón para que acojan la fe. 6. Por todos nosotros, para que sintamos como propio el deber de ser discípulosmisioneros de la salvación cristiana. Presidente: Hermanos y hermanas, concluimos esta primera parte de nuestra celebración orando por la Iglesia y por la comunidad humana universal, para que viva iluminada por la luz de la fe. R/ Te rogamos, óyenos. 1. Por la Santa Iglesia, para que fiel al encargo de Jesús, proclame en todos los pueblos la Buena Nueva de la que ella es portadora. Oración conclusiva Atiende benigno, Señor, estos deseos que hoy te manifestamos y haz que sean realidad no por nuestros méritos, sino por tu misericordia. Por Cristo, nuestro Señor. R/ Amén. Página 6

30º. DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO 23 de octubre de 2016 MENSAJE DEL SANTO PADRE Iglesia misionera, testigo de misericordia Queridos hermanos y hermanas: El Jubileo extraordinario de la Misericordia, que la Iglesia está celebrando, ilumina también de modo especial la Jornada Mundial de las Misiones 2016: nos invita a ver la misión ad gentes como una grande e inmensa obra de misericordia tanto espiritual como material. En efecto, en esta Jornada Mundial de las Misiones, todos estamos invitados a «salir», como discípulos misioneros, ofreciendo cada uno sus propios talentos, su creatividad, su sabiduría y experiencia en llevar el mensaje de la ternura y de la compasión de Dios a toda la familia humana. En virtud del mandato misionero, la Iglesia se interesa por los que no conocen el Evangelio, porque quiere que todos se salven y experimenten el amor del Señor. Ella «tiene la misión de anunciar la misericordia de Dios, corazón palpitante del Evangelio» (Bula Misericordiae vultus, 12), y de proclamarla por todo el mundo, hasta que llegue a toda mujer, hombre, anciano, joven y niño. La misericordia hace que el corazón del Padre sienta una profunda alegría cada vez que encuentra a una criatura humana; desde el principio, él se dirige también con amor a las más frágiles, porque su grandeza y su poder se ponen de manifiesto precisamente en su capacidad de identificarse con los pequeños, los descartados, los oprimidos (cf. Dt 4,31; Sal 86,15; 103,8; 111,4). Él es el Dios bondadoso, atento, fiel; se acerca a quien pasa necesidad para estar cerca de todos, especialmente de los pobres; se implica con ternura en la realidad humana del mismo modo que lo haría un padre y una madre con sus hijos (cf. Jr 31,20). El término usado por la Biblia para referirse a la misericordia remite al seno materno: es decir, al amor de una madre a sus hijos, esos hijos que siempre amará, en cualquier circunstancia y pase lo que pase, porque son el fruto de su vientre. Este es también un aspecto esencial del amor que Dios tiene a todos sus hijos, especialmente a los miembros del pueblo que ha engendrado y que quiere criar y educar: en sus entrañas, se conmueve y se estremece de compasión ante su fragilidad e infidelidad (cf. Os 11,8). Y, sin embargo, él es misericordioso con todos, ama a todos los pueblos y es cariñoso con todas las criaturas (cf. Sal 144.8-9). La manifestación más alta y consumada de la misericordia se encuentra en el Verbo encarnado. Él revela el rostro del Padre rico en misericordia, «no sólo habla de ella y la explica usando semejanzas y parábolas, sino que además, y ante todo, él mismo la encarna y Página 7

personifica» (Juan Pablo II, Enc. Dives in misericordia, 2). Con la acción del Espíritu Santo, aceptando y siguiendo a Jesús por medio del Evangelio y de los sacramentos, podemos llegar a ser misericordiosos como nuestro Padre celestial, aprendiendo a amar como él nos ama y haciendo que nuestra vida sea una ofrenda gratuita, un signo de su bondad (cf. Bula Misericordiae vultus, 3). La Iglesia es, en medio de la humanidad, la primera comunidad que vive de la misericordia de Cristo: siempre se siente mirada y elegida por él con amor misericordioso, y se inspira en este amor para el estilo de su mandato, vive de él y lo da a conocer a la gente en un diálogo respetuoso con todas las culturas y convicciones religiosas. Muchos hombres y mujeres de toda edad y condición son testigos de este amor de misericordia, como al comienzo de la experiencia eclesial. La considerable y creciente presencia de la mujer en el mundo misionero, junto a la masculina, es un signo elocuente del amor materno de Dios. Las mujeres, laicas o religiosas, y en la actualidad también muchas familias, viven su vocación misionera de diversas maneras: desde el anuncio directo del Evangelio al servicio de caridad. Junto a la labor evangelizadora y sacramental de los misioneros, las mujeres y las familias comprenden mejor a menudo los problemas de la gente y saben afrontarlos de una manera adecuada y a veces inédita: en el cuidado de la vida, poniendo más interés en las personas que en las estructuras y empleando todos los recursos humanos y espirituales para favorecer la armonía, las relaciones, la paz, la solidaridad, el diálogo, la colaboración y la fraternidad, ya sea en el ámbito de las relaciones personales o en el más grande de la vida social y cultural; y de modo especial en la atención a los pobres. En muchos lugares, la evangelización comienza con la actividad educativa, a la que el trabajo misionero le dedica esfuerzo y tiempo, como el viñador misericordioso del Evangelio (cf. Lc 13.7-9; Jn 15,1), con la paciencia de esperar el fruto después de años de lenta formación; se forman así personas capaces de evangelizar y de llevar el Evangelio a los lugares más insospechados. La Iglesia puede ser definida «madre», también por los que llegarán un día a la fe en Cristo. Espero, pues, que el pueblo santo de Dios realice el servicio materno de la misericordia, que tanto ayuda a que los pueblos que todavía no conocen al Señor lo encuentren y lo amen. En efecto, la fe es un don de Dios y no fruto del proselitismo; crece gracias a la fe y a la caridad de los evangelizadores que son testigos de Cristo. A los discípulos de Jesús, cuando van por los caminos del mundo, se les pide ese amor que no mide, sino que tiende más bien a tratar a todos con la misma medida del Señor; anunciamos el don más hermoso y más grande que él nos ha dado: su vida y su amor. Todos los pueblos y culturas tienen el derecho a recibir el mensaje de salvación, que es don de Dios para todos. Esto es más necesario todavía si tenemos en cuenta la cantidad de injusticias, guerras, crisis humanitarias que esperan una solución. Los misioneros saben por experiencia que el Evangelio del perdón y de la misericordia puede traer alegría y reconciliación, justicia y paz. El mandato del Evangelio: «Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado» (Mt 28,19-20) no está agotado, es más, nos compromete a todos, en los escenarios y desafíos actuales, a sentirnos llamados a una nueva «salida» misionera, como he señalado también en la Exhortación apostólica Evangelii gaudium: «Cada cristiano y cada comunidad discernirá cuál es el camino que el Señor le pide, pero todos somos invitados a aceptar este llamado: salir de la propia Página 8

comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio» (20). En este Año jubilar se cumple precisamente el 90 aniversario de la Jornada Mundial de las Misiones, promovida por la Obra Pontificia de la Propagación de la Fe y aprobada por el Papa Pío XI en 1926. Por lo tanto, considero oportuno volver a recordar la sabias indicaciones de mis predecesores, los cuales establecieron que fueran destinadas a esta Obra todas las ofertas que las diócesis, parroquias, comunidades religiosas, asociaciones y movimientos eclesiales de todo el mundo pudieran recibir para auxiliar a las comunidades cristianas necesitadas y para fortalecer el anuncio del Evangelio hasta los confines de la tierra. No dejemos de realizar también hoy este gesto de comunión eclesial misionera. No permitamos que nuestras preocupaciones particulares encojan nuestro corazón, sino que lo ensanchemos para que abarque a toda la humanidad. Que Santa María, icono sublime de la humanidad redimida, modelo misionero para la Iglesia, enseñe a todos, hombres, mujeres y familias, a generar y custodiar la presencia viva y misteriosa del Señor Resucitado, que renueva y colma de gozosa misericordia las relaciones entre las personas, las culturas y los pueblos. Vaticano, 15 de mayo de 2016, Solemnidad de Pentecostés Francisco Copyright - Libreria Editrice Vaticana Página 9