Lección 7 para el 17 de febrero de 2018
Elena G. de White, Patriarcas y profetas, p. 506 El sistema de los diezmos y de las ofrendas tiene por objeto grabar en las mentes humanas una gran verdad, a saber, que Dios es la fuente de toda bendición para sus criaturas, y que se le debe gratitud por los preciosos dones de su providencia
Se espera de cualquier mayordomo o administrador que sea honesto y veraz. Dios prueba nuestra honestidad demandándonos la devolución de la décima parte de todo lo que Él nos da. Pero el diezmo es algo más que una cuestión de honestidad. Una cuestión de honestidad. Una cuestión de fe. Una cuestión de santidad. Una cuestión de reavivamiento y reforma.
Y yo pregunto: Acaso un hombre puede defraudar a Dios? Pues vosotros me habéis defraudado! Y todavía preguntáis: qué te hemos defraudado? En los diezmos y en las ofrendas me habéis defraudado! (Malaquías 3:8 DHHe) Si eres honesto, cuando encuentras una cartera en el suelo, buscas a su dueño para devolvérsela, sin adueñarte de nada de su contenido. De igual modo, Dios espera que seamos honestos y le devolvamos lo que es suyo (Levítico 27:30). Y nos permite quedarnos con el 90% para nuestro uso personal! Al igual que al dueño de la cartera no se la das, sino que se la devuelves, a Dios no le damos el diezmo, sino que se lo devolvemos. Reconocemos de esta manera que todo es suyo, y que nosotros somos honrados administradores suyos.
Fijemos la mirada en Jesús, el iniciador y perfeccionador de nuestra fe (Hebreos 12:2a NVI) Sin lugar a duda, el acto cumbre de la fe de Abraham fue su obediencia a la hora de sacrificar a su hijo. Pero este acto de fe no fue repentino. Detrás estaba toda una vida de pequeños actos de fe. El que es fiel en lo muy poco, también en lo más es fiel (Lucas 16:10). Si no ejercitamos nuestra fe, ésta se debilitará. Pero cuanto más la ejercitemos, más fuerte se hará. Jesús no solo hace nacer en nosotros la fe, sino que quiere perfeccionarla hasta convertirla en una fe madura y plena.
Traed vuestro diezmo al tesoro del templo y así habrá alimentos en mi casa. Ponedme en eso a prueba, a ver si no os abro las ventanas del cielo para vaciar sobre vosotros la más rica bendición (Malaquías 3:10 DHHe) Una manera en que Jesús perfecciona nuestra fe es a través de la devolución del diezmo. Al devolver la décima parte de lo que Dios nos da, manifestamos fe en que Él hará prosperar lo que queda en nuestro poder, para que nada nos falte. La devolución fiel del diezmo se convierte también en una expresión de gratitud por lo que Dios nos da. Esa fue la actitud de Jacob: «Si Dios me acompaña y me protege en este viaje que estoy haciendo de todo lo que Dios me dé, le daré la décima parte.» (Génesis 28:20, 22 NVI)
La décima parte de los productos de la tierra, tanto de semillas como de árboles frutales, pertenece al Señor y está consagrada a él (Levítico 27:30 DHHe) Al igual que el sábado, el diezmo es santo en sí mismo. No tenemos que consagrarlo, ya está consagrado. Del mismo modo que uno de cada siete días está reservado a Dios, también lo está una décima parte de nuestros ingresos. El diezmo ha de ser entregado a los sacerdotes (cuerpo pastoral) y ser usado para su mantenimiento, y para el avance de la obra de Dios (Neh. 10:38; 1Co. 9:14). Usar el diezmo para un propósito distinto al señalado por Dios, es defraudarle. Retenerlo, también es una falta de honestidad para con nuestro Dios.
UNA CUESTIÓN DE REAVIVAMIENTO Y REFORMA Y todo Judá trajo el diezmo del grano, del vino y del aceite, a los almacenes (Nehemías 13:12) Al estudiar los casos de Ezequías y Nehemías, podemos ver un patrón claro que redundó en la fidelidad del pueblo (2 Crónicas 29-31; Nehemías 13). Reavivamiento Reforma Fidelidad Reavivamiento significa una renovación de la vida espiritual. Reforma significa una reorganización, un cambio en las ideas, hábitos y prácticas. El resultado será el aumento de la fe, una visión espiritual aguda y una honestidad renovada.
Dios tiene derecho sobre nosotros y sobre todo lo que poseemos. Su derecho tiene supremacía sobre todos los demás. Y como reconocimiento de ese derecho, él nos pide que le devolvamos una porción fija de todo lo que nos da. El diezmo es la parte que él espera. Por indicación del Señor le fue consagrado desde los tiempos más antiguos... Reclama el diezmo como suyo, y éste siempre debería considerarse como una reserva sagrada que debe colocarse en su tesorería para beneficio de su causa, para el adelanto de su obra, para enviar sus mensajeros a los lugares más allá, hasta los últimos rincones del mundo Elena G. de White, Consejos sobre mayordomía cristiana, p. 76
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