Todavía el sol poniente arranca chispas doradas (Emilio José: Mi barca ) LIBRO PRIMERO Las Maravillas de la Antigüedad Partió A.x de la isla de Rodas rebosando esperanza. Su nave de doble vela, empujada por la fresca brisa del ocaso, peinaba el mar. Volvió la vista un instante y los recuerdos de todos sus viajes emergieron atropellados como náufragos de otros tiempos. Eran parte del escaso bagaje que llevaba consigo; como aquel poeta de nuestra patria que murió en el exilio y fue enterrado bajo la bandera tricolor, A.x también viajaba ligero de equipaje como los hijos de la mar. Dejando atrás los rayos ardientes de la dorada estatua de Helios, que al caer la tarde 5
Aventuras de A.x relucían con el fulgor del sol poniente, prosiguió A.x su ruta a través del rosario de islotes que forman el archipiélago del Dodecaneso, término de origen griego que significa Doce islas, a saber: Rodas, Cos, Kálimnos, Kárpatos, Kasos, Kastelorizo, Symi, Tilos, Nísiros, Astipalea, Leros y Patmos. La espuma del Mar Egeo rompía en sus costas llenando de belleza la singladura de A.x. Mucho le llamaba su patria, la madre España, pero el ulular del viento parecía susurrarle: Quédate! Tenía dos posibilidades para llegar a la Península Ibérica: seguir en ruta por la vía marítima, surcando las azules aguas del Mare Nostrum el Mar Mediterráneo, o saltar a tierra y, a lo largo del continente, atravesar toda Europa de este a oeste. Tomando en principio este rumbo, tocó las costas de Anatolia, la gran península que forma Asia Menor; desde aquí, no era difícil pasar a Europa a través del Helesponto. Ya lo había hecho anteriormente cuando acompañó a las tropas persas del rey Jerjes que invadieron Grecia. Amarró su galera a puerto y echó a andar. Un caminante, con las sandalias llenas del polvo de todos los caminos, le preguntó: 6
en un mundo legendario Vienes a los funerales, extranjero? y se quedó mirando, extrañado, para su jersey de rayas, sus pantalones vaqueros y su mochila a la espalda. Qué funerales? interrogó también A.x. Por toda respuesta, el caminante volvió a preguntar otra vez: A qué vienes, pues, a estas tierras si no es por la muerte de Mausolo? Parecía un diálogo de sordos, sólo hacían que cruzar preguntas y ninguno respondía. Por fin, contestó A.x: Estoy de paso. Nada sabía de vuestro soberano. Te lo ruego, cuéntame su historia. Es una historia triste le advirtió Prometeo, que así se llamaba el caminante que acababa de conocer A.x. En cierto modo, también lo es la mía apuntó nuestro amigo. Por qué? preguntó Prometeo. Porque ya no tiene remedio. Te equivocas, amigo, para todo hay solución en esta vida queriéndolo los dioses afirmó el interlocutor de A.x. Ese es mi problema! Tu problema? volvió a interrogar. Mi problema, sí. Otra vez Prometeo: 7
Aventuras de A.x Sigo sin entenderte, extranjero. A.x fue claro: No creo en los dioses! Entonces repuso el caminante Búscate a ti mismo! Y, acto seguido, soltó la bomba: El ente en ti está! Qué? gritó A.x. Y siguió: Qué?... Qué? Pero el misterioso caminante, al tiempo que reanudaba su marcha, se fue perdiendo en la bruma del horizonte. El ente en ti está. Es la frase que me persigue repetía A.x desde el inicio de las aventuras: en el mensaje marino que contenía aquella botella que las olas trajeron hasta mí; en la boca del dios Vishnú; en los labios de Alí mientras se esfumaba con su alfombra voladora Espérame! gritó A.x y se lanzó a carrera en pos de Prometeo. Le alcanzó. Por qué no me aguardabas? otra vez volvieron las preguntas. Porque tengo una misión muy delicada que cumplir. Te ayudo? 8
en un mundo legendario No puedes, muchacho contestó Prometeo y, acto seguido, abrió sus manos y le mostró el tallo de una cañaheja un arbusto de hoja perenne que estaba ardiendo. Es el fuego que he robado a los dioses dijo Prometeo. Voy a devolvérselo a los hombres, porque se están muriendo de frío. Zeus se lo quitó. Se lo quitó? interrogó, como era habitual, nuestro amigo X. Sí. Hace ya tiempo. No lo sabías? ahora era Prometeo quien interrogaba. Procedo de otro mundo. Ya te dije que tenía una larga historia tras de mí. Prometeo no se extrañó de nada. Para asombrarse de portentos estaba él, que era un ser mitológico. E, indiferente, se puso a contar: Logré engañar al mismísimo Zeus cuando le ofrecí para alimento de los dioses las dos partes del sacrificio de un buey. Un saco contenía la carne y las vísceras. El otro, los huesos cubiertos de la grasa del animal. Zeus, en su glotonería, optó por este último pero estalló en cólera cuando vio que había desechado la carne. Por eso, desde entonces, cuando los hombres hacen un sacrificio a los dioses, les ofrendan los huesos pero se comen la carne. 9