Habitación número 324

Transcripción

1 Habitación número Mi pequeño! Mi hijo! Socorro! Auxilio! Llamen a un médico! Por favor! Toda la tensión jamás vivida por una madre se concentró en mi interior debilitándome a cada grito de socorro. Todo el mundo veía cómo la acera de la calle quedaba manchada por la sangre de mi hijo. Mientras le agarraba los brazos para evitar su caída al suelo, oía cómo la gente, alarmada, se apresuraba a llamar a la ambulancia. No podía apartar la mirada de mi niño, estresada y furiosa por no saber cómo detener la hemorragia. La calle empezó a rodar a mi alrededor. El sonido estridente de una sirena fue lo último que percibí antes del abismo negro. Me desperté. Mi hijo. La sangre. La calle. El desconcierto. Reconocí una voz procedente de una expresión tranquilizadora. Al recordar a mi hijo quise incorporarme pero noté que carecía de energía. Lo único que me importaba en aquel momento era verle y estar con él. Intenté decir algo, pero no me salían las palabras. - No se alarme Empezó a hablar la voz de mujer-, su hijo está aquí, en el hospital. Su marido y sus otros hijos también están aquí. Los verá en seguida, en cuanto coma el yogurt que le hemos dejado en esta mesita. Giré mi cabeza y pude divisar la comida, pero no tenía hambre. Sin embargo, cogí un trozo y me lo metí en la boca. En cuanto noté la energía otra vez en mi cuerpo decidí incorporarme y, después de dar la gracias a la doctora, me fui a la habitación indicada por ella segundos antes. Recorrí el pasillo hasta llegar a la habitación 324. Abrí la puerta sin pensármelo dos veces. Mi marido Ricardo y mis hijos, Juan, Mario, Carlos y Javier se giraron hacia mí. Pude reconocer una mezcla de tristeza y esperanza en sus rostros. - Cómo está Lucas? Fue lo único que consiguió salir de mi boca. - De momento no muy bien Reconocí la intención de no alarmarme en la voz de mi marido-. Los médicos dicen que tiene un extraño problema en el riñón y eso ha provocado un fallo grabe en el organismo. Pero no te preocupes. Empecé a temblar al ver todos los tubos y bolsas que habían puesto alrededor de mi hijo. Todos estos problemas le han tenido que tocar a él: un niño de sólo 7 años con dos hermanos mayores y otros dos más pequeños gemelos. Por qué castigarle de esta forma si es el que mejor se porta de los cinco? - Mamá? Mario me empezó a hablar con tono de cansancio - cuándo nos iremos a casa? La voz de Juan, dos años mayor que él, se alzó sobre la suya. - Lucas está enfermo y lo que quieres es ir a casa y dejarle sin más!

2 - Ya basta, niños Ricardo intervino- Nos iremos a casa cuando vuestra madre y yo lo veamos posible. Me acerqué a Lucas. Le miré con ternura, ajena a las discusiones de mis otros hijos. Dormía. Temí por su destino. Me recordé lo mucho que le quería y las pocas veces que le regañé. Una débil sonrisa asomó en mi cara. - Me quedaré con él hasta que se recupere Conseguí decir, sin apartar aún la mirada de mi niño- Tú puedes irte con los niños a casa, Ricardo, si te parece bien. Noté que tardaba en responder. - Si quieres. - Sí, no? O prefieres que me vaya yo a casa? - No, supongo que querrás quedarte con Lucas. Me cogeré unas semanas libres para venir con los niños a veros cada día. - De acuerdo. Una lágrima recorrió mi mejilla de arriba a abajo dejando tras de sí el símbolo del dolor de una madre. La luz de un nuevo día asomó por la ventana de la habitación del hospital. Lucas seguía durmiendo. Me duché con agua fría y me puse un vestido floreado de verano para que Lucas reaccionara tranquilamente cuando se despertara. Me senté a su lado y empecé a tararearle con un tono de voz tan bajito que sólo lo podía oír él. Era la canción que me cantaba mi madre cuando yo era pequeña y estaba triste. Poco a poco, vi cómo habría sus ojitos. Me miró y una sonrisa como la mía fue su primera reacción. Lucas, mi pequeño. Le seguí mirando sin dejar de sonreír. - Cómo estás mamá? - Muy bien, y tú? - Bien, también. - Vendrán papá y tus hermanos después de comer le dije para llevar un poco de esperanza y alegría a su corazoncito- Quieres? - Sí. Se abrió la puerta y entró una doctora con el rostro suave. El pelo castaño le caía por los hombros y con una expresión tranquilizadora depositó en una mesita de al lado de la cama una bandeja con un yogurt, galletas y dos zumos de piña. - Cómo está hoy el principito del hospital? Le reconocí en seguida y le dediqué una amplia sonrisa de agradecimiento. - Bien, gracias Le respondió Lucas con su vocecita demasiado dulce para sus 7 años. Se dirigió a mí. - Y usted? Cómo está? Se encuentra mejor?

3 - Desde luego, gracias. Sonrió. - Me llamo Mamen. Si me necesitan estaré por el pasillo de aquí fuera. - Gracias otra vez. - De nada, por Dios, es mi trabajo. Se fue de la habitación dejando un aire de buen humor agradecido por los dos. - Te apetece comer? - No. Le notaba agotado. Tal vez le dolía algo. Intenté preguntarle pero no me dijo exactamente que le doliera nada. Fueron pasando las horas hasta que llegaron las de la tarde y después de dar unos golpecitos a la puerta entraron Ricardo, Juan, Mario y los gemelos Carlos y Javier. - Hola! - Hola chicos. - Qué tal está mi Lucas? - Un poco cansado pero bien, verdad, Lucas? Asintió con la cabeza. Ricardo trajo unos libros para Lucas y los estuvimos viendo. Mientras, los demás estaban tumbados en el suelo jugando con unos coches que se habían traído. - Niños Les llamó mi marido-, venid a jugar con Lucas. - Es que Lucas no tiene coche. Fue la respuesta de Juan, el mayor. Preocupada por este comportamiento tan inoportuno, salí con Juan al pasillo. - Pero por qué me castigas? - No te castigo, Juan Intenté explicarle pues pensé que ya era lo suficientemente maduro para entender estas cosas-. No ves que eres el mayor de cinco hermanos? Ya eres responsable para comportarte mejor. Además, tu hermano Lucas está muy enfermo, no lo ves? Y necesita más que nunca tu ayuda. Le ayudarás? La mirada propia de un niño que comenzaba a entender lo que su madre le decía se clavó en mí como la aguja se clava en el tejido para cambiarlo. Con esa mirada y un leve asentimiento de cabeza me confió su ayuda en el pasillo del hospital. - Muy bien. Sabía que lo entenderías porque ya eres un niño mayor para darte cuenta de estas cosas. Recuerda que tienes que dar ejemplo a tus demás hermanos vale? Asintió. - Estupendo campeón.

4 Al día siguiente, cuando volvió Ricardo con mis otros hijos, vi que Juan traía de casa la caja que guardaba Lucas debajo de su cama. - Mira Lucas Le dijo nada más llegar. Lucas intentó ver por encima de las sábanas para levantar la sonrisa más amplia que jamás había visto. Era obvio que Juan había recapacitado y se había puesto por primera vez en el lugar de su hermano. - Mira Llegó al borde de la cama y empezó a decirle-, te he traído tu muñeco de lucha y mi dinosaurio para que juguemos juntos. He cogido también el osito con el que duermes todas las noches y Yo observaba maravillada la sonrisa y las pequeñas risas que soltaba Lucas al agarrar todo lo que Juan iba sacando de la bolsa. Ricardo me miró con cara de felicidad y asombro y los dos agradecimos como nunca aquel momento, aquella simple charla que tuve con Juan, aquel regalo de comprensión y apoyo que nos ofreció. Llegamos incluso a imaginarnos el porqué de este accidente. Todos estos pensamientos y emociones se duplicaron cuando vimos que Mario, Carlos y Javier se unieron enseguida, guiados por el ejemplo de Juan. La habitación se llenó de alegría y las risas de los niños, incluida la de Lucas, podían oírse hasta en el pasillo. Esa fue la tarde más significativa en la historia de nuestras vidas. Pero la felicidad duró poco. Una semana después de que Lucas ingresara en el hospital empezó a empeorar. Por las noches le oía llorar aunque después lo negara y no quería comer durante el día. Decía que le dolía algo dentro y me acordé del problema en el riñón. No es que se me hubiera olvidado, pero empecé incluso a pensar que mi hijo se estaba recuperando poco a poco. Ahora estaba claro que me había equivocado. Mi hijo puede morir. Llamé al médico y vino corriendo. - Me lo llevaré a la sala de operaciones. - Quiero que venga Juan, mamá -me mordí los labios reprimiendo así un grito desesperado-. Y Mario, Carlos y Javier y papá El médico empezó a sacar la camilla de la habitación y le seguí hasta llegar a la sala. - No te preocupes, Lucas No sabía muy bien qué decirle para tranquilizarle, pues antes tenía que hacerlo yo-. Vendrán muy pronto. Ahora sólo van a ver cómo aliviar tu dolor, vale? No te preocupes. Ya verás como no tardarán nada. Lucas asintió con la cabeza antes de cruzar la puerta. El médico me señaló una salita donde podía esperar. Entré, pese a mi intención de quedarme frente a la puerta y esperar allí a que Lucas saliera. Llamé a mi marido y vino corriendo con los niños. Allí estuvimos todos esperando impacientemente en la salita tan pequeña que no cabía

5 nadie más que nosotros. Al fin se abrió la puerta y entró el médico. Nos pusimos todos de pie de un salto. - Cómo está Lucas? Se apresuró a preguntar Juan. El médico tardó en responder. - Ha empeorado. - Es muy grave? Se apresuró a preguntar Ricardo. - Pues sí. Es posible que empeore más incluso Me faltaron dos segundos para caer al suelo-. Pero existe una solución. - Cuál? Preguntó Carlos, tan desesperado como todos. - Si uno de sus hijos diera un riñón a su hermano, es posible que éste mejorara. Todos nos quedamos en un silencio que duró tres segundos porque Juan, acercándose al médico, dijo con la voz clara. - Yo, señor. Yo daré mi riñón a Lucas. - Estás seguro, muchacho? - Jamás he estado más seguro, señor. El médico nos miró a Ricardo y a mí, seguido por Juan. Nos miramos. - Si Juan quiere Dijo Ricardo-, no nos opondremos. - Bien Dijo el médico, asombrado por la rapidez de la decisión de Juan-, pues ven conmigo, Juan. - Vamos a salvar a Lucas? Preguntó. -Sí. Fue entonces cuando acompañó al médico hasta la sala de operaciones. Los niños corrían uno tras otro por el pasillo. - Carlos! Corre que viene Lucas! - Cuidado Juan que mamá está en la cocina. El suelo volvía a temblar bajo los pies de los pequeños. Dejé los platos y me fui al salón. Me senté en el sofá y vinieron todos a echarse encima de mí. - Mamá, socorro! Que viene Lucas! - Ah! Salió Lucas de la habitación y se tiró al sofá con los demás. - Pero Lucas está malito Dijo Javier-, la doctora nos dijo que todavía no corriera. - Bueno, pero ya estoy mucho mejor afirmó Lucas, levantándose la camiseta para enseñar la cicatriz-. Gracias al riñón de Juan, verdad, Juan? - Claro que sí Dijo éste enseñando también la suya-. Ahora somos iguales por dentro. A todos les hacía ilusión que Lucas estuviera bien otra vez. Ahora que se escuchan, aprenden a compartir. La casa está más equilibrada y yo también. He aprendido

6 muchos aspectos de la vida y me he dado cuenta de que soy la madre más afortunada del mundo. Carmen Guerrero Gutiérrez (14 años) Asociación de Familias Numerosas de Cataluña (Fanoc)